9. El Torneo de los Tres Magos
—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos— Ahora que todos estamos bien comidos, debo una vez más rogar su atención mientras les comunico algunas noticias:
»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que les comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.
La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:
—Como cada año, quiero recordarles que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.
»Es también mi doloroso deber informarles que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.
—¿Qué? —dijo Cedric sin aliento.
Arlina miró a todos en su mesa con la misma expresión de extrañeza y sorpresa, intercambiando miradas con todos los integrantes del equipo de su casa.
Dumbledore continuó:
—Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutarán enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...
Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.
En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.
Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo. Hannah ahogó un grito a su lado.
Aquella luz había destacado el rostro del hombre. Parecía como labrado en un trozo de madera desgastado por el tiempo y la lluvia, por alguien que no tenía la más leve idea de cómo eran los rostros humanos y que además no era nada habilidoso con el formón. Cada centímetro de la piel parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.
Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.
Arlina sonrió contenta de verlo presente y en perfecto estado (en lo que se refería a él). Probablemente todo se había solucionado en el Ministerio, o tal vez no... Lo importante era que Alastor Moody, a quien Arlina estaba sano y listo para enseñarles DCAO.
Ojoloco llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Arlina no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.
Moody se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.
—Les presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody.
Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore.
Moody parecía totalmente indiferente a aquella fría acogida.
Arlina habría aplaudido, pero se había quedado demasiado concentrada en la pequeña botella con algún brebaje que Alastor bebía sediento. Él nunca llevaba ese frasco con él.
—¿Moody? —le susurró Greg a Cedric— ¿Ojoloco Moody?
—Es él —confirmó Cedric, asintiendo.
Ya que Moody visitaba a los Winchester en la Jardinera todas las Navidades, a Cedric le tocaba verlo cuando visitaba a Arlina en la cena de Nochebuena.
—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó Susan en voz muy baja— ¿Qué le pasó en la cara?
—¿Te doy un consejo, Susan? —dijo Arlina con voz tan baja como ella— No le preguntes.
Susan tuvo hipo por los nervios.
—Tú lo conoces, ¿verdad? Es amigo de tu tío, ¿no?
—Sí, algo así.
Arlina no iba a decir que Alastor Moody era casi su pariente. Lo conocía de toda su vida, pero no quería mencionar nada a acerca de su relación estrecha, o la gente pensaría que el nuevo profesor tendría favoritismo con ella (que, conociéndolo, no dudaba que fuera a tenerlo).
Era mejor mantenerse callada y dejar que la gente sólo supiera lo que ya era bastante obvio: Ojoloco Moody y Garrett Winchester eran los mejores aurores de las últimas décadas, habían terminado igual de paranoicos y sólo confiaban entre ellos. Y como era sabido, Arlina era sobrina de Garrett Winchester. Atar los hilos no sería nada complicado para nadie.
Dumbledore volvió a aclararse la garganta.
—Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informarles de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los Tres Magos.
—¡Se está quedando con nosotros! —dijo Fred Weasley en voz alta.
Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody. Casi todo el mundo se rió, y Dumbledore también, como apreciando la intervención de Fred.
—No me estoy quedando con nadie, señor Weasley —repuso—, aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar...
La profesora McGonagall se aclaró ruidosamente la garganta.
—Eh... bueno, quizá no sea éste el momento más apropiado... No, es verdad —dijo Dumbledore—. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los Tres Magos! Bien, algunos de ustedes seguramente no saben qué es el Torneo de los Tres Magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.
»EI Torneo de los Tres Magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo.
—¿El número de muertes? —susurró Arlina, algo asustada.
Pero la mayoría de los alumnos que había en el Gran Comedor no parecían compartir aquel miedo: muchos de ellos cuchicheaban emocionados, y el mismo Cedric estaba más interesado en seguir oyendo detalles sobre el Torneo que en preocuparse por unas muertes que habían ocurrido hacía más de cien años.
—En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo —prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que éste es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.
»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los Tres Magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.
—¡Yo voy a intentarlo! —dijo entre dientes Greg, con la cara iluminada de entusiasmo ante la perspectiva de semejante gloria y riqueza.
No debía de ser el único que se estaba imaginando a sí mismo como campeón de Hogwarts. En cada una de las mesas, Arlina veía a estudiantes que miraban a Dumbledore con expresión de arrebato, o que cuchicheaban con los vecinos completamente emocionados. Pero Dumbledore volvió a hablar, y en el Gran Comedor se hizo otra vez el silencio.
—Aunque me imagino que todos estarán deseando llevarse la Copa del Torneo de los Tres Magos —dijo—, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Sólo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Ésta —Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras— es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. —Sus ojos de color azul claro brillaron especialmente cuando los guiñó hacia los rostros de los gemelos Weasley, que mostraban una expresión de desafío—. Así pues, les ruego que no pierdan el tiempo presentándose si no han cumplido los diecisiete años.
»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos tratarán a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que darán su apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos ustedes estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!
—Te veré mañana, ¿de acuerdo? Tengo que guiar a los de primer año —avisó Cedric, regalándole una última sonrisa a Arlina.
—Hasta mañana —le devolvió el gesto—. ¡Suerte, prefecto! —canturreó, haciendo hincapié en la última palabra, a lo que Cedric rió.
Dumbledore volvió a sentarse y siguió hablando con Ojoloco Moody. Los estudiantes hicieron mucho ruido al ponerse en pie y dirigirse hacia la doble puerta del vestíbulo. Arlina se fue con Greg, pero pudo escuchar lo que sus compañeros frente a ellos decían.
—¡No pueden hacer eso! —protestó Ernie McMillan, que caminaba a su lado junto con otros cuantos más de Hufflepuff— ¿Por qué no podemos tener una oportunidad?
—No me van a impedir que entre —aseguró Justin Flinch-Fletchley, otro chico de su casa que iba en su mismo grado, con testarudez y con el entrecejo fruncido—. Los campeones tendrán que hacer un montón de cosas que en condiciones normales nunca nos permitirían. ¡Y hay mil galeones de premio!
—Sí —asintió Hannah, con expresión soñadora—. Sí, mil galeones...
—Vamos —dijo Susan—, si no nos movemos, llegaremos después de los de primero año y eso será un lío.
Arlina y Greg salieron finalmente por el vestíbulo y se dirigieron a la Sala Común, que se encontraba cerca de las cocinas. Otro de Hufflepuff, de un grado mayor, tocó la pared al ritmo de "Helga Hufflepuff" y el muro se deslizó, abriéndose a los estudiantes para mostrar un hueco, a través del cual entraron. Un fuego crepitaba en la Sala Común de forma cuadrada, abarrotada de muebles y de plantas bailarinas y cantantes.
—Buenas noches, Greg.
—Descansa, Arli —le respondió con una sonrisa.
Arlina siguió a Hannah y Susan a su dormitorio. Pegadas a la pared había tres camas con dosel de color amarillo canario intenso, dos de las cuales tenía a los pies el baúl de su propietario. Dejó una vela aromática encendida que a ninguna de sus compañeras les molestó en absoluto por el relajante y delicioso aroma a miel y manzanilla. Sobre su baúl dejó su bolso, dándole una caricia detrás de la oreja a Helga, quien la esperaba despierta en una esquina de su cama.
Se puso la pijama, que consistía en un pantalón, una calcetas y una camisa de botones con muchas escobas como estampado. Se metió en la cama y no volvió a saber nada hasta la mañana siguiente.
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