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54. TIMOS


Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en cuando las satinadas y verdes extensiones de césped. Había llegado el mes de junio, pero para los alumnos de quinto curso eso sólo significaba una cosa: que se les habían echado encima los TIMOS.

Los profesores ya no les ponían deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Aquella atmósfera de febril laboriosidad casi había conseguido apartar de la mente de Arlina cualquier otra cosa que no fueran los TIMOS.

—¿Cuántas horas al día crees que dedicas a repasar? —preguntó Ernie Macmillan con una chispa de locura en los ojos a Arlina, Hannah y Susan mientras hacían cola para entrar en la clase de Herbología.

Ernie Macmillan había adoptado la molesta costumbre de interrogar a sus compañeros sobre las técnicas de estudio que empleaban.

—No lo sé —contestó Susan—. Unas cuantas.

—¿Más o menos de ocho?

—Creo que menos —dijo Susan un tanto alarmada.

—Yo, ocho —aseguró Ernie hinchando el pecho—. Ocho o nueve. Estudio una hora todos los días antes del desayuno. Mi promedio son ocho horas. El fin de semana, si estoy inspirado, llego hasta diez. El lunes hice nueve y media. El martes no estuve tan fino: sólo conseguí llegar a siete y cuarto. Y el miércoles...

Arlina se alegró muchísimo de que la profesora Sprout los hiciera entrar en aquel momento en el invernadero número tres, lo que obligó a Ernie a interrumpir su recital.

Entre tanto, Draco Malfoy había encontrado otra manera de provocar el pánico.

—Lo que importa no es lo que hayas estudiado —oyeron que les decía a Crabbe y Goyle en voz alta frente al aula de Pociones unos días antes de que empezaran los exámenes—, sino si estás bien relacionado. Mira, mi padre es íntimo amigo de la jefa del Tribunal de Exámenes Mágicos, Griselda Marchbanks, ha ido varias veces a cenar a mi casa y todo...

—¿Creen que eso es verdad? —les susurró una alarmada Hermione a Harry, Ron y Arlina.

—Lo dudo mucho, Hermione —le dijo Arlina con voz calmante—. Relájate. Él sólo alardea. Ya sabes cómo es Malfoy.

—Y aunque fuera cierto, nosotros no podemos hacer nada —contestó Ron con pesimismo.

—Yo no me lo creo —opinó Neville, que estaba detrás de ellos—. Porque Griselda Marchbanks es amiga de mi abuela, y nunca ha mencionado a los Malfoy.

—¿Cómo es, Neville? —le preguntó de inmediato Hermione— ¿Es muy estricta?

—La verdad es que se parece bastante a mi abuela —admitió Neville con voz apagada.

Durante la siguiente clase de Transformaciones, recibieron los horarios de los exámenes y las normas de funcionamiento de los TIMOS.

—Como verán —explicó la profesora McGonagall a la clase mientras los alumnos copiaban de la pizarra las fechas y las horas de sus exámenes—, sus TIMOS están repartidos en dos semanas consecutivas. Harán los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen práctico de Astronomía lo harán por la noche, como es lógico.

»Debo advertirles que hemos aplicado los más estrictos encantamientos antitrampa a las hojas de examen. Las plumas autorrespuesta están prohibidas en la sala de exámenes, igual que las recordadoras, los puños para copiar de quita y pon y la tinta autocorrectora. Lamento tener que decir que cada año hay al menos un alumno que cree que puede burlar las normas impuestas por el Tribunal de Exámenes Mágicos. Espero que este año no sea nadie de Gryffindor. Nuestra nueva... directora... —al pronunciar esa palabra, la profesora McGonagall puso una cara de haber olido excremento de hipogrifo— ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a sus alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados porque, como es lógico, los resultados de vuestros exámenes dirán mucho de la eficacia del nuevo régimen que la directora ha impuesto en el colegio... —La profesora McGonagall soltó un pequeño suspiro y Arlina vio cómo se le inflaban las aletas de la afilada nariz— Aun así, ése no es motivo para que no lo hagan lo mejor que puedan. Tienen que pensar en su futuro.

—Por favor, profesora —dijo Hannah, que había levantado la mano—, ¿cuándo sabremos los resultados?

—Les enviarán una lechuza en el mes de julio —contestó la profesora McGonagall.

—Estupendo —comentó Susan en voz baja, pero audible—. Así no tendremos que preocuparnos hasta las vacaciones.

Arlina se imaginó recostada en su cama en Grimmauld Place seis semanas más tarde, esperando los resultados de sus TIMOS. Esperar los resultados le sería tedioso.

Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana. El domingo después de comer, Harry accedió a preguntarle la lección a Arlina, y se alegró de hacerlo: su novia estaba muy nerviosa, pero respondía casi todo bien, y hacerle preguntas sobre el tema le ayudó a él a estudiar. Harry sabía que si sacaba buenas notas, en gran parte sería gracias a Arlina.

Mientras tanto, Ron leía los apuntes de Encantamientos de aquel curso y del anterior, tapándose los oídos con los índices y moviendo los labios sin emitir ningún sonido; Hannah estaba tumbada boca arriba en el suelo y recitaba la definición del encantamiento sustancial mientras Justin Finch-Fletchley comprobaba si había acertado con ayuda del Libro reglamentario de hechizos, 5° curso; y Parvati y Lavender, que practicaban encantamientos de locomoción básicos, intentaban que sus plumas hicieran carreras alrededor del borde de la mesa.

Aquella noche reinaba un ambiente muy apagado durante la cena. Harry y Ron no hablaban mucho, pero comían con ganas, pues habían estudiado con intensidad todo el día. Hermione, por su parte, dejaba una y otra vez el tenedor y el cuchillo y escondía la cabeza debajo de la mesa, donde tenía la mochila, para sacar un libro o comprobar un dato o alguna cifra. Mientras Arlina le decía que si no comía como era debido no podría pegar ojo en toda la noche, a Hermione le resbaló de los temblorosos dedos el tenedor, que fue a parar sobre el plato y produjo un fuerte tintineo.

—¡Ay, madre! —exclamó ella por lo bajo mirando hacia el vestíbulo— ¿Son ellos? ¿Son los examinadores?

Harry, Arlina y Ron se dieron rápidamente la vuelta en el banco. Más allá de las puertas abiertas del Gran Comedor vieron a la profesora Umbridge de pie con un pequeño grupo de brujas y magos que parecían muy ancianos. Arlina se alegró al ver que la profesora Umbridge parecía muy nerviosa.

—¿Vamos a verlos más de cerca? —propuso Ron.

Harry, Arlina y Hermione asintieron con la cabeza, y los cuatro se apresuraron hacia las puertas del vestíbulo, pero caminaron más despacio después de cruzar el umbral para pasar lentamente junto a los examinadores. Arlina pensó que la profesora Marchbanks debía de ser la bruja bajita y encorvada con la cara tan arrugada que parecía que la hubieran cubierto de telarañas; la profesora Umbridge se dirigía a ella con deferencia. Por lo visto, la profesora Marchbanks estaba un poco sorda y contestaba a la profesora Umbridge en voz muy alta, teniendo en cuenta que sólo las separaba un palmo.

—¡Hemos tenido buen viaje, hemos tenido buen viaje, ya lo hemos hecho muchas veces! —decía con impaciencia— ¡Bueno, últimamente no he tenido noticias de Dumbledore! —añadió, y escudriñó el vestíbulo como si albergara esperanzas de que éste apareciera de pronto del interior de un armario para guardar escobas—. Supongo que no tiene ni idea de dónde está.

—No, ni idea —contestó la profesora Umbridge, y lanzó una mirada asesina a Harry, Arlina Ron y Hermione, que se habían quedado al pie de la escalera de mármol mientras Ron fingía que se ataba los cordones de un zapato—. Pero me atrevería a decir que el Ministerio de Magia dará con él muy pronto.

—¡Lo dudo! —gritó la diminuta profesora Marchbanks— ¡No lo encontrarán si Dumbledore no quiere que lo encuentren! Se lo digo yo... Lo examiné personalmente en Transformaciones y Encantamientos cuando hizo sus ÉXTASIS... Hacía unas cosas con la varita que yo jamás había visto hacer.

—Sí, bueno... —balbuceó la profesora Umbridge mientras Harry, Arlina, Ron y Hermione arrastraban los pies por la escalera con toda la parsimonia de que eran capaces—, déjeme que le enseñe la sala de profesores. Seguro que le apetece tomar una taza de té después de un viaje tan largo.

Fue una noche incómoda. Todo el mundo intentaba repasar un poco más en el último momento, aunque no parecía que nadie avanzara mucho. Arlina se acostó temprano, pero permaneció despierta durante lo que a ella le parecieron horas. Recordó su entrevista sobre orientación académica con la profesora Sprout, y cómo ésta había afirmado, enfurecida, que lo ayudaría a ser auror aunque eso fuera lo último que hiciera en la vida. Ahora que había llegado el momento de examinarse, lamentaba no haber dicho que tenía un objetivo más fácil de alcanzar. Sabía que no era la único que no podía conciliar el sueño, pero ninguna de sus compañeras de dormitorio comentaba nada, y al final, una a una, se fueron quedando dormidas.

Al día siguiente tampoco ningún alumno de quinto curso habló demasiado durante el desayuno. Hannah practicaba conjuros por lo bajo mientras el salero que tenía delante daba sacudidas; Susan releía Últimos avances en encantamientos a tal velocidad que sus ojos se veían borrosos; y Ernie no paraba de dejar caer su tenedor y su cuchillo y de volcar el tarro de mermelada de naranja.

Cuando terminó el desayuno, los alumnos de quinto y de séptimo se congregaron en el vestíbulo mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor; habían retirado las cuatro mesas de las casas y en su lugar habían puesto muchas mesas individuales, encaradas hacia la de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie. Cuando todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo:

—Ya pueden empezar.

Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto.

Arlina, a quien el corazón le latía muy deprisa, le dio la vuelta a su hoja (tres filas hacia la derecha y cuatro asientos hacia delante, Hermione ya había empezado a escribir) y leyó la primera pregunta:

a) Nombre el conjuro para hacer volar un objeto

b) Describa el movimiento de varita que se requiere.

Sonriendo, se inclinó sobre el papel y empezó a escribir.

—Bueno, no ha estado del todo mal, ¿verdad? —comentó Hermione en el vestíbulo, nerviosa, dos horas más tarde. Todavía llevaba en la mano la hoja con las preguntas del examen—. Aunque no creo que me haya hecho justicia en encantamientos regocijantes, no tuve suficiente tiempo. ¿Pusieron el contraencantamiento del hipo? Yo no estaba segura de si debía ponerlo, me parecía excesivo... Y en la pregunta número veintitrés...

—No seas pesada, Hermione —dijo Ron severamente—, sabes de sobra que no nos gusta repasar todas las preguntas, ya tenemos bastante con responderlas una vez.

—No seas grosero, Ron —lo regañó Arlina, y miró a Hermione con una sonrisa comprensiva—. Necesitas respirar, ya pasó el examen y no hay nada que puedas hacer. Concéntrate en lo que sigue, ¿de acuerdo?

Hermione inspiró y asintió.

—Sí, creo que tienes razón. Respiraré.

Los alumnos de quinto comieron con el resto de los estudiantes (las cuatro mesas de las casas habían vuelto a aparecer a la hora de la comida) y luego entraron en masa en la pequeña cámara que había junto al Gran Comedor, donde tenían que esperar a que los avisaran para hacer el examen práctico. Los llamaban en reducidos grupos y por orden alfabético; los que se quedaban atrás murmuraban conjuros y practicaban movimientos de varita, metiéndosela de vez en cuando los unos a los otros en un ojo o dándose con ella golpes en la espalda sin querer.

Por fin llamaron a Hermione, quien, temblorosa, salió de la cámara con Anthony Goldstein, Gregory Goyle y Daphne Greengrass. Los alumnos que ya se habían examinado no regresaban a esa sala, así que Harry, Arlina y Ron no supieron cómo le había ido a su amiga.

—Seguro que lo hace bien. ¿Te acuerdas de cuando sacó un ciento doce por ciento en un examen de Encantamientos? —dijo Ron.

Diez minutos más tarde, el profesor Flitwick llamó a: «Parkinson, Pansy; Patil, Padma; Patil, Parvati; Potter, Harry.»

—Buena suerte —le deseó Ron por lo bajo.

—Lo harás muy bien, tranquilo —le susurró Arlina con una pequeña sonrisa alentadora al final.

Después de un tiempo que pareció demasiado largo, llamaron a Arlina y a Ron junto con otros alumnos con la inicial W en sus apellidos. Arlina entró en el Gran Comedor asiendo tan fuerte su varita que le temblaba la mano.

—El profesor Tofty está libre, Winchester —le indicó con su voz chillona el profesor Flitwick, que se hallaba de pie junto a la puerta. Y señaló al examinador más anciano y más calvo, que estaba sentado detrás de una mesita, en un rincón alejado, a escasa distancia de la profesora Marchbanks, quien examinaba a Ron.

—Winchester, ¿verdad? —preguntó el profesor Tofty consultando sus notas, y miró a Arlina por encima de sus quevedos al verla acercarse—. ¿La sobrina del auror?

Arlina sólo pudo asentir.

—No tienes por qué ponerte nervioso. Bueno, me gustaría que cogieras esta huevera y le hicieras dar unas cuantas volteretas —dijo con su temblorosa voz.

Arlina salió del examen con la impresión de que, en general, lo había hecho bastante bien. El encantamiento levitatorio le salió muy bien. Por otra parte, Ron había logrado que un plato se convirtiera en una enorme seta y no tenía ni idea de cómo había pasado.

Aquella noche no tuvieron tiempo para relajarse; después de cenar, subieron directamente a la sala común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían al día siguiente. Arlina fue a acostarse con la cabeza llena de complicados ejemplos y teorías de hechizos.

Por la mañana, Arlina olvidó la definición de hechizo permutador en su examen escrito, pero le pareció que en el examen práctico le fue mucho mejor. Consiguió hacer desaparecer por completo su iguana mediante un hechizo desvanecedor, en tanto que la pobre Hannah, que se examinaba en la mesa de al lado, perdía el control y convertía su hurón en una bandada de flamencos. Tuvieron que interrumpir los exámenes durante diez minutos hasta que capturaron a todas las aves y las desalojaron del comedor.

El miércoles hizo el examen de Herbología (si no tenía en cuenta el pequeño mordisco que recibió de un geranio colmilludo, Arlina creía que lo había hecho muy bien), y luego, el jueves, Defensa Contra las Artes Oscuras. Aquel día Arlina se convenció por primera vez de que había aprobado. No tuvo ninguna dificultad con las preguntas escritas, y durante el examen práctico disfrutó especialmente realizando los contraembrujos y los hechizos defensivos delante de la profesora Umbridge, que lo miraba con frialdad desde cerca de las puertas que daban al vestíbulo.

—¡Bravo! —exclamó el profesor Tofty, que volvía a examinar a Arlina, cuando ésta realizó a la perfección un hechizo repulsor de boggarts— ¡Excelente! Bueno, creo que eso es todo, Winchester... A menos que... —El hombre se inclinó un poco hacia delante— Mi buen amigo Garrett Winchester me ha dicho que sabes hacer un patronus. Si quieres subir la nota...

No se sorprendió de que Garrett hablara de sus habilidades mágicas (a excepción, por supuesto, de la clarividencia), su tío siempre se sentía orgulloso de ella y disfrutaba presumirla, afirmando incluso que algún día se convertiría en la mejor aurora de la historia. Aquel recordatorio la llenó de felicidad, su tío creía en ella antes y mejor que nadie.

Arlina alzó su varita, miró al frente y recordó el día en que Garrett la levantaba en sus brazos con los ojos llorosos en la estación de tren, despidiéndola hacia su primer día en Hogwart.

—¡Expecto patronum!

Su thestral plateado salió del extremo de la varita mágica y recorrió el comedor a medio galope. Los examinadores giraron la cabeza para verlo, y cuando se disolvió en una neblina plateada, el profesor Tofty aplaudió con entusiasmo con sus nudosas manos, surcadas de venas.

—¡Excelente! —gritó— ¡Muy bien, Winchester, ya puedes marcharte!

Al pasar junto a la profesora Umbridge, Arlina y ella se miraron. Una desagradable sonrisa se insinuaba en las comisuras de la ancha y flácida boca de la profesora, pero a Arlina no le importó. A menos que se equivocara mucho (y por si así era, no pensaba decírselo a nadie), acababa de conseguir un "Extraordinario" en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.

El viernes, Harry, Arlina y Ron no tenían ningún examen, mientras que Hermione se presentaba al de Runas Antiguas, y como tenían todo el fin de semana por delante, se permitieron el lujo de no estudiar.

Durante gran parte del sábado y del domingo repasó Pociones con ayuda de Greg para el examen del lunes; era la prueba que Arlina más temía y temía que significaría el desmoronamiento de su ilusión de llegar a ser auror. Como era de esperar, encontró difícil el examen escrito, aunque creía que había contestado correctamente la mayoría de las preguntas.

El examen práctico de la tarde no resultó tan espantoso como Arlina había imaginado. Snape no estuvo presente, y Arlina se sintió mucho más relajada que cuando preparaba sus pociones. Neville, que estaba sentado muy cerca de ella, también parecía más tranquilo de lo que este lo había visto jamás durante las clases de Pociones. Cuando la profesora Marchbanks dijo: "Sepárense de sus calderos, por favor. El examen ha terminado", Arlina tapó su botella de muestra con la sensación de que quizá no sacase muy buena nota, pero al menos, con un poco de suerte, evitaría el suspenso.

Arlina se había propuesto esmerarse al máximo en el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas del martes para no hacer quedar mal a Hagrid. El examen práctico tuvo lugar por la tarde en la extensión de césped que había junto a la linde del Bosque Prohibido, donde los estudiantes tuvieron que identificar correctamente al knarl escondido entre una docena de erizos (el truco consistía en ofrecer leche a todos por turnos; los knarls, que son unas criaturas muy desconfiadas cuyas púas tienen propiedades mágicas, se ponían furiosos ante lo que interpretaban como un intento de envenenarlos). Después tuvieron que demostrar que sabían manejar correctamente un bowtruckle, dar de comer y limpiar a un cangrejo de fuego sin sufrir quemaduras de consideración, y elegir, de entre una amplia variedad de alimentos, la dieta que pondrían a un unicornio enfermo. Arlina veía que Hagrid miraba, nervioso, por la ventana de su cabaña. Cuando la examinadora de Arlina, que esta vez era una bruja bajita y regordeta, le sonrió y le dijo que ya podía irse, Arlina le hizo a su amigo una breve seña de aprobación con los pulgares antes de volver al castillo. El examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana le salió bastante bien. Arlina no estaba seguro de haber recordado correctamente los nombres de todas las lunas de Júpiter, pero al menos sabía que ninguna estaba cubierta de pelo. Como para hacer la prueba práctica de Astronomía tenían que esperar a que anocheciera, dedicaron la tarde al examen de Adivinación.

Éste, se mirara por donde se mirara, le salió perfectamente.

A las once, cuando llegó a la torre de Astronomía, comprobó que hacía una noche tranquila y despejada, perfecta para la observación de los astros. La plateada luz de la luna bañaba los jardines y soplaba una fresca brisa. Cada alumno montó su telescopio, y cuando la profesora Marchbanks dio la orden, empezaron a rellenar el mapa celeste en blanco que les habían repartido.

El profesor Tofty y la profesora Marchbanks se paseaban entre los alumnos, vigilando mientras éstos anotaban la posición exacta de las estrellas y de los planetas que observaban. Sólo se oía el susurro del pergamino al cambiarlo de posición, el ocasional chirrido de un telescopio al ajustarlo sobre su trípode, y el rasgueo de las plumas. Al cabo de una hora y media, los rectángulos de luz dorada que se proyectaban sobre los jardines fueron desapareciendo conforme se apagaban las luces en el castillo.

Pero cuando Arlina estaba completando la constelación de Orión en su mapa celeste, las puertas del castillo se abrieron, justo debajo del parapeto donde se encontraba ella, y la luz se esparció por los escalones de piedra hasta alcanzar el césped. Arlina miró hacia abajo, fingiendo que ajustaba un poco la posición de su telescopio, y vio unas cinco o seis alargadas siluetas que avanzaban por la hierba iluminada; entonces se cerraron las puertas y el césped se convirtió de nuevo en un mar de oscuridad. Arlina volvió a pegar el ojo al telescopio y lo enfocó para examinar Venus. Luego dirigió la vista hacia su mapa para anotar la posición del planeta, pero algo la distrajo; se quedó quieta, con la pluma suspendida sobre la hoja de pergamino, miró hacia los oscuros jardines entrecerrando los ojos, y vio a media docena de personas que caminaban por ellos. Si aquellas figuras no hubieran estado en movimiento, y si la luz de la luna no hubiera hecho que les brillara la coronilla, Arlina no habría podido distinguirlas del oscuro suelo por el que andaban. Incluso desde aquella distancia, al chico le pareció reconocer los andares de la figura más baja, que al parecer era la que guiaba al grupo.

No se le ocurría ninguna razón por la que la profesora Umbridge hubiera salido a pasear por los jardines pasada la medianoche, y menos aún acompañada de otras cinco personas. Entonces alguien tosió detrás de ella, y Arlina recordó que estaba en medio de un examen. Se le había olvidado por completo la posición de Venus. Pegó el ojo al telescopio, la encontró de nuevo e iba a anotar su posición en el mapa cuando, atento a cualquier ruido extraño, oyó unos golpecitos lejanos que resonaron por los desiertos jardines, seguidos inmediatamente por los amortiguados ladridos de un perro.

Levantó la cabeza; el corazón le latía muy deprisa. Había luz en las ventanas de la cabaña de Hagrid, y las siluetas de las personas a las que había visto cruzar la extensión de césped se destacaban contra ellas. Se abrió la puerta y entonces Arlina vio claramente a seis figuras muy bien definidas que cruzaban el umbral. La puerta volvió a cerrarse y ya no se oyó nada más.

Arlina estaba muy trastornada. Miró a su alrededor para comprobar si Ron, Harry o Hermione habían visto lo mismo, pero en ese momento la profesora Marchbanks caminaba hacia ella, y como no quería que pareciera que intentaba copiar el examen de algún compañero, se apresuró a inclinarse sobre su mapa celeste y fingió que escribía, cuando en realidad miraba por encima del parapeto hacia la cabaña de Hagrid. En ese instante las figuras se movían detrás de las ventanas de la cabaña y tapaban la luz.

Notaba los ojos de la profesora Marchbanks clavados en su nuca; pegó de nuevo el ojo al telescopio y lo dirigió hacia la luna, pese a que hacía una hora que había anotado su posición; pero cuando la profesora Marchbanks pasó de largo, Arlina oyó un rugido procedente de la lejana cabaña que resonó en la oscuridad y llegó hasta lo alto de la torre de Astronomía. Varios alumnos que Arlina tenía cerca se separaron de sus telescopios y miraron hacia la cabaña de Hagrid.

El profesor Tofty volvió a toser.

—Chicos, chicas, intenten concentrarse —dijo en voz baja. Casi todos los alumnos siguieron escudriñando el cielo con sus telescopios. Arlina echó un vistazo a la izquierda. Hermione miraba, petrificada, hacia la cabaña de Hagrid—. Ejem..., veinte minutos... —anunció el profesor Tofty.

Entonces se oyó un fuerte ¡PUM! que procedía de los jardines y varios estudiantes exclamaron "¡Ay!" al golpearse la cara con el extremo de la mira de sus telescopios cuando se apresuraron a observar lo que estaba pasando abajo.

La puerta de la cabaña de Hagrid se había abierto, y la luz que salía de dentro les permitió verlo con bastante claridad: una figura de gran tamaño rugía y enarbolaba los puños, rodeada de seis personas, las cuales intentaban aturdirlo a juzgar por los finos rayos de luz roja que proyectaban hacia él.

—¡No! —gritó Hermione.

—¡Señorita! —exclamó escandalizado el profesor Tofty—. ¡Esto es un examen!

Pero ya nadie prestaba atención a los mapas celestes. Todavía se veían haces de luz roja junto a la cabaña de Hagrid, aunque parecían rebotar en él; el guardabosques aún estaba en pie y a Arlina le pareció que no había dejado de defenderse. Por los jardines resonaban gritos y un hombre bramó: "¡Sé razonable, Hagrid!"

—¿Razonable? —rugió él— ¡Maldita sea, Dawlish, no me llevarán así!

Arlina vio la silueta de Fang, que intentaba defender a su amo y saltaba repetidamente sobre los magos que rodeaban a Hagrid, hasta que el rayo de un hechizo aturdidor alcanzó al animal, que cayó al suelo. Hagrid soltó un furioso aullido y cogió al culpable y lo lanzó por el aire; el hombre recorrió unos tres metros volando y no volvió a levantarse. Hermione soltó un grito de horror, tapándose la boca con ambas manos, Ron parecía igual de espantado; Arlina miró a Harry y vio que su novio también estaba muy asustado. Ninguno de los cuatro había visto jamás a Hagrid enfadado de verdad.

—¡Miren! —gritó Parvati, que se había apoyado en el parapeto y señalaba las puertas del castillo, que habían vuelto a abrirse; la luz iluminaba de nuevo el oscuro jardín, y una silueta cruzaba la extensión de césped.

—¡Por favor, chicos! —exclamó el profesor Tofty, muy alterado— ¡Sólo les quedan dieciséis minutos!

Pero nadie le hizo caso: todos observaban a la persona que en ese momento corría hacia la cabaña de Hagrid, donde se estaba librando la batalla.

—¿¡Cómo se atreven!? —gritaba la solitaria figura mientras corría— ¿¡Cómo se atreven!?

—¡Es la profesora McGonagall! —susurró Hermione.

—¡Déjenlo en paz! ¡He dicho que lo dejen en paz! —repetía la profesora McGonagall en la oscuridad— ¿Con qué derecho lo atacan? Él no ha hecho nada, nada que justifique este...

Hermione, Arlina, Parvati y Lavender gritaron a la vez, pues las figuras que había junto a la cabaña de Hagrid lanzaron al menos cuatro rayos aturdidores contra la profesora McGonagall. A medio camino entre la cabaña y el castillo, los rayos chocaron contra ella; en un primer momento, la profesora se iluminó y desprendió un brillo de un extraño color rojo; luego se despegó del suelo, cayó con fuerza sobre la espalda y no volvió a moverse.

—¡Gárgolas galopantes! —gritó el profesor Tofty, que también parecía haber olvidado por completo el examen— ¡Eso no es una advertencia! ¡Es un comportamiento vergonzoso!

—¡COBARDES! —bramó Hagrid; su voz llegó con claridad hasta lo alto de la torre, y varias luces volvieron a encenderse dentro del castillo— ¡MALDITOS COBARDES! ¡TOMA ESTO! ¡Y ESTO!

—¡Ay, madre! —gimió Hermione.

Hagrid intentó dar un par de fuertes golpes a los agresores que tenía más cerca, a quienes, a juzgar por cómo se derrumbaron, dejó inconscientes. Pero luego Arlina vio que Hagrid se doblaba por la cintura, como si finalmente el hechizo lo hubiera vencido. Sin embargo, se equivocaba: al cabo de un instante, Hagrid volvía a estar de pie y llevaba algo que parecía un saco a la espalda. Entonces Arlina se dio cuenta de que se había colocado sobre los hombros el cuerpo inerte de Fang.

—¡Deténganlo! ¡Sujétenlo! —gritaba la profesora Umbridge, pero el único ayudante que le quedaba se mostraba muy reacio a ponerse al alcance de los puños de Hagrid; empezó a retroceder, tan deprisa que tropezó con uno de sus inconscientes colegas, y también cayó al suelo.

Hagrid, mientras tanto, se había dado la vuelta y había echado a correr con Fang sobre los hombros. La profesora Umbridge le echó un último hechizo aturdidor, pero no dio en el blanco; y Hagrid, corriendo a toda velocidad hacia las lejanas verjas, desapareció en la oscuridad.

Hubo un largo minuto de silencio; los alumnos, temblorosos y boquiabiertos, contemplaban los jardines. Entonces la débil voz del profesor Tofty anunció:

—Humm..., cinco minutos, chicos.

Arlina estaba impaciente porque terminara el examen, ya no le faltaba mucho por llenar. Cuando por fin se agotó el tiempo, Arlina, Ron, Harry y Hermione guardaron los telescopios en sus fundas y bajaron todo lo deprisa que pudieron por la escalera de caracol. Pero no pudo hablar de ello con los chicos, pues los profesores les indicaban volver a sus dormitorios.

Así que cuando llegó a la Sala Común de Hufflepuff, buscó a Gregt y lo encontró sentado junto a la chimenea, leyendo un libro de Pociones avanzada.

—¡Qué mujer tan perversa! —exclamó entrecortadamente Arlina, a la que le costaba hablar debido a la rabia— ¡Mira que intentar detener a Hagrid en plena noche!

—Es evidente que quería evitar otra escena como la de la profesora Trelawney —explicó Greg con la mandíbula apretada—. Es realmente una arpía.

—Y se ha defendido Hagrid, ¿eh? —observó Arlina pese a que parecía más asustada que impresionada.

—¿Por qué todos los hechizos rebotaban en él? —Preguntó Susan, colándose en la conversación que había estado oyendo desde que entró a la Sala Común con Hannah.

—Debe de ser su sangre de gigante —repuso Arlina con voz temblorosa—. Es muy difícil aturdir a un gigante, son muy resistentes, como los trols... Pero pobre profesora McGonagall... ¡Ha recibido cuatro rayos aturdidores en el pecho! Y no es muy joven que digamos, ¿verdad?

—Espantoso, espantoso —añadió Hannah moviendo con pomposidad la cabeza—. Bueno, voy a acostarme. Buenas noches a todos.

Los chicos que había alrededor de los dos amigos empezaron a dispersarse, pero ellos siguieron hablando con agitación sobre lo que Arlina acababa de ver.

—Al menos no han conseguido llevarse a Hagrid a Azkaban —comentó Greg—. Supongo que habrá ido a reunirse con Dumbledore, ¿no?

—Supongo que sí —replicó Arlina, llorosa—. ¡Qué horror, estaba convencida de que Dumbledore no tardaría en volver al colegio, pero ahora nos hemos quedado también sin Hagrid!

Arlina no tenía nada de sueño; la imagen de Hagrid corriendo hasta perderse en la oscuridad lo perseguía; estaba tan furioso con la profesora Umbridge que no se le ocurría ningún castigo lo bastante cruel para ella, aunque la sugerencia de Greg de ofrecérsela a una caja de hambrientos escregutos de cola explosiva para que se la comieran no estaba del todo mal. Finalmente se quedó dormida ideando venganzas horribles y se levantó tres horas más tarde con la sensación de no haber descansado nada.

El último examen, el de Historia de la Magia, no tendría lugar hasta la tarde. A Arlina le habría encantado volver a la cama después de desayunar, pero contaba con la mañana para repasar un poco más, así que en lugar de acostarse se sentó con la cabeza entre las manos junto a la ventana de la sala común, intentando no quedarse dormido, mientras leía por encima la montaña de apuntes de un metro de alto.

Los alumnos de quinto curso entraron en el Gran Comedor a las dos en punto y se sentaron frente a las hojas de examen. Arlina estaba agotada. Sólo deseaba una cosa: que terminara aquel examen, porque así podría irse a dormir; y al día siguiente Hermione y ella bajarían al lago a disfrutar del aire fresco y celebrarían que ya no tenían que repasar más.

—Den la vuelta a las hojas —indicó la profesora Marchbanks desde su mesa, colocada frente a las de los alumnos, y giró el gigantesco reloj de arena—. Pueden empezar.

Arlina se quedó mirando fijamente la primera pregunta. Pasados unos segundos, cayó en la cuenta de que no había entendido ni una palabra; había una avispa zumbando distraída contra una de las altas ventanas. Lenta, tortuosamente, Arlina empezó por fin a escribir la respuesta.

Le costaba mucho recordar los nombres y confundía con frecuencia las fechas. Decidió saltarse la pregunta número cuatro ("En su opinión, ¿qué hizo la legislación sobre varitas en el siglo XVIII: contribuyó a un mejor control de las revueltas de duendes o las permitió?"), y contestarla si tenía tiempo cuando hubiera terminado de responder las demás. Probó con la pregunta número cinco ("¿Cómo se infringió el Estatuto del Secreto en 1749 y qué medidas se tomaron para impedir que volviera a ocurrir?"), pero sospechaba que se había dejado varios puntos importantes: le parecía recordar que los vampiros participaban en algún momento de la historia.

Siguió buscando una pregunta que pudiera contestar sin vacilar y sus ojos se detuvieron en la número diez: "Describa las circunstancias que condujeron a la formación de la Confederación Internacional de Magos y explique por qué los magos de Liechtenstein se negaron a formar parte de ella."

"Esto lo sé", se dijo Arlina, aunque notaba que tenía el cerebro aletargado y torpe. Había leído esos apuntes aquella misma mañana.

Empezó a escribir, levantando de vez en cuando la vista para mirar el reloj de arena que la profesora Marchbanks tenía encima de su mesa.

Alrededor de Arlina las plumas rasgueaban el pergamino como ratas que corretean y escarban en sus madrigueras. Notaba el calor del sol en la nuca. Cerró los ojos y se tapó la cara con las manos para descansar la vista. Bonaccord quería prohibir la caza de trols y otorgarles derechos..., pero Liechtenstein tenía desavenencias con una tribu de trols de montaña especialmente brutales... Sí, eso era.

De repente, un grito que provenía de unas butacas más atrás la hizo saltar y girar la cabeza para buscar al dueño de ese grito de dolor. Sin embargo, incluso antes de girarse, ya sabía quién había gritado.

Harry. 

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