52. Sortilegios Weasley
Durante casi cinco años la imagen de su padre había sido para él una fuente de consuelo e inspiración. Siempre que alguien comentaba que se parecía a James, él se sentía orgulloso. Pero en aquellos momentos..., en aquellos momentos se sentía indiferente y triste cuando pensaba en él. A medida que avanzaba la semana de Pascua, el tiempo se hizo más ventoso, soleado y cálido, pero Harry estaba atrapado dentro del castillo, como el resto de los alumnos de quinto y séptimo, sin más ocupación que repasar e ir y venir de la biblioteca. Harry fingía que su malhumor no tenía más causa que la proximidad de los exámenes, y como sus compañeros de Gryffindor también estaban hartos de estudiar, nadie puso en duda su excusa.
—Estoy hablando contigo, Harry. ¿No me oyes?
—¿Eh?
Giró la cabeza. Arlina, muy despeinada, se había sentado a su lado en la mesa de la biblioteca, adonde Harry había ido solo. Era un domingo por la noche; Hermione había vuelto a la torre de Gryffindor para repasar Runas Antiguas, y Ron tenía entrenamiento de quidditch.
—¡Ah, hola! —exclamó Harry, y acercó los libros hacia sí— ¿Por qué no estás estudiando Pociones con Greg?
Ella suspiró profundamente.
—Es un poco pesado como tutor, tuve que tomarme un rato para despejarme. En fin... Ha llegado un paquete. Acaba de pasar por el nuevo detector de la profesora Umbridge.
Levantó una caja envuelta con papel marrón y la puso encima de la mesa; era evidente que la habían desenvuelto y la habían vuelto a envolver con descuido. En el papel había una nota escrita con tinta roja que rezaba: "Inspeccionado y aprobado por la Suma Inquisidora de Hogwarts".
—Son huevos de Pascua que me envió Garrett —dijo Arlina—. Toma uno.
Le dio un bonito huevo de chocolate decorado con pequeñas snitchs glaseadas que, según el envoltorio, contenía una bolsa de meigas fritas. Harry se quedó mirándolo y de pronto sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó Arlina en voz baja.
—Sí, sí, estoy bien —contestó con brusquedad. El nudo de la garganta le hacía daño. No entendía por qué un huevo de Pascua conseguía que se sintiera de ese modo.
—Últimamente estás muy deprimido —insistió Arlina— ¿Qué está pasando, Harry? Te conozco.
Harry miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba. La señora Pince se hallaba bastante lejos, pues estaba retirando de una estantería un montón de libros para Hannah Abbott, que parecía agobiadísima.
—Me muero de ganas de hablar con Sirius —masculló—. Pero sé que no puedo.
Arlina siguió mirándolo con atención. Harry desenvolvió su huevo de Pascua, no porque le apeteciera comérselo, sino más bien por hacer algo, rompió un pedazo grande y se lo metió en la boca.
—Bueno —dijo Arlina, y también cogió un trozo de huevo—, si tantas ganas tienes, supongo que podríamos encontrar la forma de que hablaras con él.
—Eso es imposible mientras la profesora Umbridge vigile las chimeneas y abra nuestro correo.
—Lo bueno de crecer con mi tío Garrett y Moody es que acabas pensando que cualquier cosa es posible si tienes suficiente coraje —dijo Arlina con aire pensativo.
Harry la miró. Quizá fuera el efecto del chocolate (Lupin siempre le había aconsejado que comiera un poco tras un encuentro con dementores), o sencillamente porque, por fin, había expresado en voz alta el deseo que llevaba una semana entera ardiendo en su interior, pero de pronto se sintió más animado.
—PERO ¿QUÉ ESTÁN HACIENDO?
—¡Vaya! —susurró Arlina, y se puso en pie de un brinco— Se me había olvidado...
La señora Pince se abalanzó sobre ellos con su arrugado rostro desfigurado por la ira.
—¡Chocolate en la biblioteca! —gritó— ¡Fuera! ¡Fuera! ¡FUERA!
Y, agitando la varita, hizo que los libros, la mochila y el tintero de Harry los siguieran a él y a Arlina hasta la puerta de la biblioteca, y que por el camino los golpearan varias veces en la cabeza.
Para subrayar la importancia de los próximos exámenes, una serie de folletos, prospectos y anuncios relacionados con varias carreras mágicas aparecieron encima de las mesas de la sala de Hufflepuff poco después de que las vacaciones de Pascua finalizasen, y en el tablón de anuncios colgaron un letrero que decía:
ORIENTACIÓN ACADÉMICA
Todos los alumnos de quinto curso tendrán, durante la primera semana del trimestre de verano, una breve entrevista con el jefe de su casa para hablar de las futuras carreras. Las fechas y las horas de las entrevistas individuales se indican a continuación.
Arlina revisó la lista y vio que la profesora Sprout la esperaba en su despacho el lunes a las dos y media, lo cual significaba que se saltaría casi toda la clase de Adivinación. Arlina y los otros alumnos de quinto habían pasado una parte considerable del último fin de semana de las vacaciones de Pascua leyendo la información sobre diferentes carreras que habían dejado en la torre para que los alumnos la examinaran.
—Bueno, la Sanación no me atrae —comentó Ron la última noche de las vacaciones. Estaba enfrascado en la lectura de un folleto en cuya portada se veía el emblema del hueso y la varita cruzados de San Mungo—. Aquí pone que necesitas como mínimo una «S» en los TIMOS de Pociones, Herbología, Transformaciones, Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras. No son exigentes ni nada, ¿eh?
—Bueno, ten en cuenta que es una profesión de mucha responsabilidad —observó Hermione, que estudiaba minuciosamente un folleto de color naranja titulado: "¿CREES QUE TE GUSTARÍA TRABAJAR EN RELACIONES CON LOS MUGGLES?"—. Para especializarte en relaciones con los muggles no es necesario estar muy bien cualificado; sólo te piden un TIMO de Estudios Muggles. Mira lo que dice aquí: "¡Son mucho más importantes tu entusiasmo, tu paciencia y tu sentido del humor!"
—Te aseguro que para relacionarse con mi tío hay que tener algo más que sentido del humor —intervino Harry con desánimo—. Un buen sentido del escondite, por ejemplo —Estaba leyendo un folleto sobre la banca mágica—. Escuchen esto: "¿Buscas una carrera interesante que implique viajes, aventuras y sustanciosas bonificaciones en metálico relacionadas con experiencias peligrosas? Pues plantéate si quieres trabajar para Gringotts, el Banco Mágico, que recluta a rompedores de maldiciones y les ofrece emocionantes oportunidades en el extranjero." Pero piden Aritmancia; ¡tú podrías hacerlo, Hermione!
—No me interesa mucho la banca —repuso ella con vaguedad, pues estaba leyendo otro folleto titulado: "¿TIENES LO QUE HAY QUE TENER PARA ENTRENAR A TROLS DE SEGURIDAD?"
—Harry —le habló Arlina con aire pensativo, los ojos entrecerrados y con la mano rascando su barbilla—, creo que he encontrado la forma de que puedas hablar con Sirius.
—¿Qué? —saltó Hermione, y dejó quieta en el aire la mano con que se disponía a coger el folleto titulado: "TRIUNFA EN EL DEPARTAMENTO DE ACCIDENTES Y CATÁSTROFES EN EL MUNDO DE LA MAGIA".
—¿En serio? ¿Cómo? —preguntó Harry con tono animado.
—No seas ridícula —terció Hermione, que se enderezó y la miró como si no pudiera creer lo que estaba oyendo—. ¿Cómo vas a hacerlo si la profesora Umbridge hurga en las chimeneas y registra a todas las lechuzas?
—Verás, no me pregunten cómo, pero escuché por ahí que Fred y George armarán otro alboroto mañana —explicó Arlina, desperezándose, con una sonrisa en los labios—. Se trata simplemente de tomar eso como una maniobra de distracción. Cuando eso pase, Harry puede aprovechar la ocasión para charlar con Sirius.
—Sí, pero, de todos modos —dijo Hermione como si le estuviera contando algo muy simple a una persona muy obtusa—, aunque los gemelos consigan distraer a la profesora Umbridge, ¿cómo se supone que va a hablar Harry con Sirius?
—En el despacho de la profesora Umbridge —contestó ella en voz baja.
Llevaba dos semanas pensándolo y no se le había ocurrido ninguna alternativa. La propia profesora Umbridge había dicho que la única chimenea que no estaba vigilada era la de su despacho.
—¿Te has vuelto loca? —replicó Hermione con voz queda.
Ron había dejado de leer un folleto en el que ofrecían puestos de trabajo en la industria del cultivo de hongos y escuchaba la conversación con recelo.
—Todavía no —contestó Arlina, y se encogió de hombros.
—¿Y cómo piensan entrar allí, para empezar?
Harry estaba preparado para contestar a aquella pregunta.
—Con la navaja de Sirius —dijo.
—¿Con qué?
—Hace dos Navidades, Sirius me regaló una navaja que abre cualquier cerradura. Así que, aunque la profesora Umbridge haya encantado la puerta para que no funcione el Alohomora, como imagino que habrá hecho...
—¿Qué opinas tú de esto? —le preguntó Hermione a Ron, y de inmediato Harry recordó cómo la señora Weasley había apelado a su marido durante la primera cena en Grimmauld Place.
—No lo sé —contestó Ron. Al parecer, Hermione lo había pillado desprevenido al pedirle su opinión—. Si Harry quiere hacerlo, es asunto de ellos, ¿no?
Al día siguiente Arlina se despertó temprano, casi tan nervioso como el día de su vista disciplinaria en el Ministerio de Magia. Lo que la angustiaba no era únicamente la perspectiva de entrar en el despacho de la profesora Umbridge y acompañar a Harry a utilizar la chimenea para hablar con Sirius.
Tras permanecer un rato tumbada en la cama, pensando en el día que tenía por delante, Arlina se levantó sin hacer ruido y fue hasta la ventana que había junto a la cama de Hannah. Miró por ella y vio que hacía una mañana francamente espléndida. El cielo estaba de un azul claro, neblinoso y opalino. Picasso dormía plácidamente y Helga saltó a sus piernas para acurrucarse en ella.
De pronto Arlina vio que algo se movía en los límites del Bosque Prohibido. Aguzó la vista y distinguió a Hagrid, que salía de entre los árboles. Le pareció que cojeaba. Mientras Arlina lo observaba, el guardabosques fue haciendo eses hasta la puerta de su cabaña y se metió dentro. Se quedó varios minutos contemplando la cabaña. Hagrid no volvió a aparecer, pero empezó a salir humo por la chimenea; no podía estar muy malherido si todavía era capaz de echarle leña al fuego.
Arlina se apartó de la ventana, regresó junto a su baúl y empezó a vestirse.
Con la perspectiva de entrar por la fuerza en el despacho de la profesora Umbridge, Arlina no esperaba que aquél fuera a ser un día tranquilo, pero no había contado con que Hermione la acosara constantemente para disuadirla de lo que planeaba con Harry. Por primera vez, Hermione estuvo tan distraída como Harry y Ron en la clase de Historia de la Magia del profesor Binns, y susurraba sin parar advertencias que Arlina sólo escuchaba.
—... y si te encuentra allí dentro, aparte de expulsarte, se imaginará que has estado hablando con Canuto, y esta vez seguro que te obliga a beberte el Veritaserum y a contestar a sus preguntas...
En la clase de Pociones con Snape no fue nada diferente, excepto que ahí Arlina notó a Harry extraño, parecía inusualmente incómodo y temeroso. Últimamente actuaba raro, más de lo normal, pero no lograba descifrar qué lo tenía así.
Cuando sonó la campana, decidió ir a la mesa de Hufflepuff y sentarse a solas con Greg. Necesitaba consejos, y él era ese amigo en el que podía confiar ciegamente.
—Harry ha estado actuando extraño.
Greg se encogió de hombros.
—¿Cuándo no lo hace? Siempre tiene un enemigo pisándole los talones, ¿no? Tal vez ya es paranoico como tu tío.
Arlina le golpeó el hombro.
—No hablo de esa clase de comportamiento. Siento que me oculta algo, Greg, pero no quiere decirme nada.
—¿Hermione no...?
Negó con la cabeza.
—Tampoco sabe nada, o Ron. No es como si fueran a contarme si Harry los hizo prometer guardar un secreto, pero sinceramente no creo que tengan idea.
Greg se quedó pensativo.
—¿Se ha portado así antes?
Arlina boqueó, insegura. Estaba por decirle que no, cuando el recuerdo de las vacaciones en Grimmauld Place llegó de pronto a sus pensamientos. Sí, Harry ya se había portado así antes, pero no le había durado mucho.
—¿Crees que me esté ocultando algo?
Greg frunció el ceño.
—¿Insinúas lo que yo creo...?
Arlina se encogió de hombros.
—A Cho le gusta.
Rápidamente se puso a negar con la cabeza.
—Cho se la pasa llorando, dudo mucho que esté pasando algo entre ellos —consideró—. Pero mantendré los ojos abiertos. Si veo algo raro...
—Gracias —suspiró Arlina.
Cuando llegó la hora de la clase de Adivinación se alisó un poco el uniforme para la entrevista de orientación académica con la profesora Sprout. Subió a toda prisa y sólo llegó un minuto tarde.
—Lo siento, profesora —se excusó mientras cerraba la puerta.
—No importa, Winchester —repuso la bruja con brusquedad, pero, mientras ella hablaba, alguien hizo un ruido con la nariz en un rincón. Arlina miró hacia allí.
La profesora Umbridge estaba sentada con un sujetapapeles sobre las rodillas, una recargada blonda alrededor del cuello y una sonrisita petulante en los labios.
—Siéntate, Winchester —le indicó lacónicamente la profesora Sprout, a quien le temblaron un poco las manos cuando barajó los folletos que había esparcidos por su mesa.
Arlina se sentó de espaldas a la profesora Umbridge e hizo cuanto pudo para fingir que no oía el rasgueo de la pluma sobre el pergamino.
—Bueno, Winchester, esta reunión es para hablar sobre las posibles carreras que hayas pensado que te gustaría estudiar, y para ayudarte a decidir qué asignaturas deberías cursar en sexto y en séptimo —le explicó la profesora Sprout—. ¿Has pensado ya qué te apetecería hacer cuando salgas de Hogwarts?
—Pues... —empezó Arlina.
El rasgueo de la pluma que oía detrás no la dejaba concentrarse.
—¿Qué? —le preguntó la profesora Sprout.
—Pues... toda mi vida he pensado que a lo mejor podría ser aurora, como mi tío —masculló Arlina.
—Para eso necesitas muy buenas notas, pero no es algo que preocupe contigo —replicó la profesora Sprout, y a continuación sacó un pequeño folleto de color oscuro de debajo del montón que cubría su mesa y lo abrió—. Piden cinco ÉXTASIS como mínimo, y por lo que veo no aceptan notas inferiores a "Supera las expectativas". Además, te obligan a someterte a una serie de rigurosas pruebas de personalidad y aptitudes en la Oficina de aurores. Es una carrera difícil, Winchester, sólo aceptan a los mejores, pero de nuevo: eso no algo de lo que debas preocuparte, veo que desde primer año te has preparado para esto. Eso sí, creo que hace tres años que no aceptan a nadie, así que debes destacar más —En ese momento la profesora Umbridge emitió una débil tosecilla, como si quisiera comprobar lo discretamente que era capaz de toser. La profesora Sprout no le hizo caso—. Supongo que sabes qué asignaturas tendrías que estudiar, ¿verdad? —prosiguió elevando un poco la voz.
—Sí —respondió Arlina, asintiendo—. Mi tío me habló de ellas durante las vacaciones, al igual que del entrenamiento y de todas las pruebas que tendré que pasar.
—Muy bien —dijo la profesora Sprout con tono resuelto—. Y también te aconsejaría... —La profesora Umbridge volvió a toser, esta vez un poco más fuerte. La profesora Sprout cerró los ojos un momento, volvió a abrirlos y siguió como si tal cosa—. También te aconsejaría que estudiaras duro Transformaciones, porque en su trabajo los aurores necesitan a menudo transformarse y destransformarse. También deberías estudiar Encantamientos, que siempre son muy útiles, y Pociones. El estudio de las pociones y de los antídotos es fundamental para los aurores. Y debes saber que el profesor Snape no acepta a ningún alumno que no haya conseguido un "Extraordinario" en su TIMO, así que —La profesora Umbridge soltó la tos más pronunciada hasta el momento—... ¿Quiere una pastilla para la tos, Dolores? —preguntó con aspereza la profesora Sprout sin mirar a su colega.
—No, muchas gracias —contestó ésta con aquella sonrisa tonta que tanto odiaba Arlina—. Sólo me preguntaba si le importaría que hiciera una brevísima interrupción, Pomona.
—No, no me importaría. Adelante —indicó la profesora Sprout apretando los dientes.
—Me estaba preguntando si la señorita Winchester tiene temperamento de aurora —comentó la profesora Umbridge con dulzura.
—¿Ah, sí? —dijo la profesora Sprout con altivez— Bueno, Winchester —continuó, como si la interrupción no se hubiera producido—, si de verdad quieres ser aurora, te recomiendo que te concentres en alcanzar el nivel requerido en Pociones. Veo que el profesor Flitwick siempre te ha puesto "Extraordinario", de modo que tu nivel de Encantamientos debe de ser satisfactorio. En cuanto a Defensa Contra las Artes Oscuras, siempre has sacado buenas notas; el profesor Lupin, particularmente, creía que tú... ¿Seguro que no quiere una pastilla para la tos, Dolores?
—¡Oh, no, Pomona! Gracias, pero no la necesito —dijo con la misma sonrisa tonta la profesora Umbridge, que había vuelto a toser aún más fuerte—. Es sólo que por lo visto no tiene usted delante las últimas calificaciones de Arlina en Defensa Contra las Artes Oscuras. Estoy segura de que le he pasado una nota.
—¿Se refiere a esto? —preguntó la profesora Sprout con tono de repugnancia, y sacó una hoja de pergamino de color rosa de entre las solapas de la carpeta del expediente de Arlina. La miró con las cejas un poco arqueadas y volvió a guardarla en su sitio sin hacer ningún comentario—. Sí, Winchester, como iba diciendo, el profesor Lupin opinaba que demostrabas tener excelentes aptitudes para la asignatura, y como podrás suponer, para ser aurora...
—¿No ha entendido mi nota, Pomona? —la interrumpió la profesora Umbridge con tono meloso. Esta vez se le había olvidado toser.
—Claro que la he entendido —respondió la profesora Sprout, pero apretó tanto los dientes que apenas se distinguieron sus palabras.
—Bueno, pues entonces no me explico... Me temo que no comprendo cómo puede dar falsas esperanzas a Winchester de que...
—¿Falsas esperanzas? —repitió la profesora Sprout, que seguía resistiéndose a mirar a la profesora Umbridge—. Ha sacado notas casi perfectas en todos sus exámenes de Defensa Contra las Artes Oscuras...
—Lamento muchísimo tener que contradecirla, Pomona, pero como verá en mi nota, Arlina ha obtenido unos resultados muy bajos en sus clases conmigo...
—Me parece que debería ser más clara —la atajó la profesora Sprout, y se volvió por fin para mirar a los ojos a la profesora Umbridge—. Ha sacado muy buenas notas siempre que se ha examinado con un profesor competente.
La sonrisa de la profesora Umbridge se borró de su rostro con la rapidez con que explota una bombilla. Se recostó en el respaldo de su asiento, dio la vuelta a la hoja de pergamino que tenía en el sujetapapeles y empezó a escribir a toda velocidad dirigiendo los saltones ojos de un margen al otro de la página. La profesora Sprout se volvió hacia Arlina; resoplaba y echaba chispas por los ojos.
—¿Alguna pregunta, Winchester?
—No, profesora.
—Entonces, ya hemos terminado la consulta sobre orientación académica.
Arlina se colgó la mochila del hombro y salió muy deprisa de la habitación, sin atreverse a mirar a la profesora Umbridge. La profesora Umbridge seguía respirando como si acabara de correr una maratón cuando entró pisando fuerte en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras de aquella tarde.
—Espero que te hayas pensado mejor eso que planeas hacer, Arlina —susurró Hermione en cuanto abrieron los libros por el capítulo treinta y cuatro, "Respuesta pacífica y negociación"—. La profesora Umbridge ya está de muy mal humor...
De vez en cuando Dolores Umbridge lanzaba miradas de odio a Arlina, si no iban dirigidas hacia Harry, que mantenía la cabeza agachada y no apartaba la vista de su ejemplar de Teoría de defensa mágica, mirándolo sin ver nada.
—¡Dumbledore se ha sacrificado para que no tengas que marcharte del colegio, Harry! —le susurró Hermione levantando su libro y escondiéndose detrás para que la profesora Umbridge no le viera la cara— ¡Y si consigues que te expulsen hoy, todo habrá sido en vano!
Hermione no se rendía. Aún trataba de convencerlos a ambos de no seguir adelante con el plan de hablar con Sirius por la chimenea de Dolores.
—¡No lo hagas, Harry, por favor! —le suplicó Hermione con voz de angustia mientras sonaba la campana que anunciaba el final de la clase.
Ron, por su parte, parecía decidido a no manifestar su opinión y a no ofrecer consejos; ni siquiera miraba a Harry a la cara, aunque, cuando Hermione abrió la boca para intentar una vez más disuadir a su amigo, Ron dijo en voz baja:
—Déjalo ya, ¿quieres? Harry es mayorcito para tomar sus propias decisiones.
El corazón de Arlina latía muy deprisa cuando salió del aula. Cuando estaba más o menos en la mitad del pasillo oyó los lejanos pero inconfundibles sonidos de una maniobra de distracción. Se oían gritos y chillidos que, procedentes de más arriba, resonaban por todas partes; los alumnos que salían de las aulas se paraban en seco y miraban con temor hacia el techo...
La profesora Umbridge abandonó precipitadamente la clase, tan aprisa como le permitían sus cortas piernas.
Sacó su varita mágica y echó a correr en dirección opuesta a la de Harry: era ahora o nunca.
—¿Estás listo? —le preguntó Arlina.
—¡Por favor, chicos! —le suplicó Hermione débilmente.
Pero Harry ya había tomado una decisión; se colgó mejor la mochila, tomó la mano de Arlina y rompieron a correr esquivando a los alumnos que se precipitaban en dirección opuesta para ver qué era aquel alboroto del ala este.
Llegaron al pasillo del despacho de la profesora Umbridge y lo encontraron vacío. Se escondió detrás de una armadura, cuyo yelmo giró chirriando para mirarlos. Harry abrió su mochila, agarró la navaja de Sirius y les puso la capa invisible. Entonces salieron arrastrándose lenta y cuidadosamente de detrás de la armadura y recorrieron el pasillo hasta llegar frente a la puerta de la profesora Umbridge.
Introdujo la hoja de la navaja mágica en el resquicio de la puerta y la movió con suavidad hacia arriba y hacia abajo; luego la retiró. Se oyó un débil chasquido, y la puerta se abrió. Entraron en el despacho, Arlina cerró rápidamente tras ella y miró alrededor.
No se movía nada salvo aquellos gatitos que seguían retozando en los platos que había colgados en la pared, encima de las escobas confiscadas.
Se quitaron la capa invisible, fueron con aire resuelto hasta la chimenea y sólo tardaron unos segundos en encontrar lo que buscaban: una cajita llena de relucientes polvos flu. A continuación, Harry se agachó ante la chimenea, que estaba apagada; le temblaban las manos. Era la primera vez que hacía aquello, aunque creía que sabía cómo funcionaba. Metió la cabeza en la chimenea, cogió un buen pellizco de polvos y los tiró sobre los troncos ordenadamente apilados que tenía debajo. Los polvos explotaron al instante y provocaron unas llamas de color verde esmeralda.
Arlina se quedó cerca de la puerta, atenta a cualquier ruido o movimiento.
—¡Número doce de Grimmauld Place! —dijo Harry con voz fuerte y clara.
Fue una de las sensaciones más extrañas que jamás había experimentado. Había viajado mediante polvos flu en otras ocasiones, desde luego, pero siempre había sido el cuerpo entero lo que le había girado y girado en medio de las llamas por la red de chimeneas mágicas que se extendía por el país. Esta vez, en cambio, las rodillas de Harry permanecían firmes sobre el frío suelo del despacho de la profesora Umbridge, y sólo la cabeza le volaba a toda velocidad por el fuego de color esmeralda...
Y entonces, tan bruscamente como había empezado a suceder, la cabeza dejó de darle vueltas. Harry, que se sentía muy mareado y como si llevara una bufanda muy caliente alrededor de la cabeza, abrió los ojos y vio que miraba desde la chimenea de la cocina de Grimmauld Place hacia la larga mesa de madera, donde había un hombre sentado leyendo detenidamente una hoja de pergamino.
—¿Sirius?
El hombre se sobresaltó y miró alrededor. No era Sirius, sino Lupin.
—¡Harry! —Estaba absolutamente desconcertado— ¿Qué haces tú...? ¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien?
—Sí —contestó él—. Sólo quería... Bueno, me apetecía charlar un poco con Sirius.
—Voy a buscarlo —dijo Lupin, y se puso en pie sin cambiar aquella cara de absoluta perplejidad—. Ha subido a buscar a Kreacher, que al parecer ha vuelto a esconderse en el desván...
Harry vio cómo Lupin salía a toda prisa de la cocina. Ahora no podía mirar otra cosa que no fueran las patas de las sillas y la mesa. Se preguntó por qué su padrino nunca había comentado lo incómodo que era hablar desde la chimenea; empezaban a dolerle las rodillas a causa del prolongado contacto con el duro suelo de piedra del despacho de la profesora Umbridge.
Lupin regresó unos minutos más tarde con Sirius.
—¿Qué pasa? —preguntó éste con apremio, apartándose el largo y oscuro cabello de los ojos y sentándose frente a la chimenea para ponerse a la altura de Harry. Lupin se arrodilló también; parecía muy preocupado— ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?
—No —contestó Harry—, no pasa nada... Sólo quería hablar... de mi padre.
Sirius y Lupin intercambiaron una mirada de desconcierto, pero Harry no tenía tiempo para sentirse avergonzado ni abochornado; cada vez le dolían más las rodillas y calculaba que ya debían de haber pasado cinco minutos desde el inicio de la maniobra de distracción. Arlina le dijo que probablemente no tendría más de quince minutos. Por lo tanto, abordó inmediatamente el tema de lo que había visto en el pensadero.
Cuando hubo terminado, ni Sirius ni Lupin dijeron nada durante un rato, pero después Lupin dijo con voz queda:
—No quisiera que juzgaras a tu padre por lo que viste allí, Harry. Sólo tenía quince años...
—¡Yo también tengo quince años! —protestó Harry.
—Mira, Harry —intervino Sirius con tono apaciguador—, James y Snape se odiaron a muerte desde el día que se vieron por primera vez, sentían aversión mutua, eso lo entiendes, ¿verdad? Creo que James tenía todo lo que a Snape le habría gustado tener: amigos, era bueno jugando al quidditch... Era bueno en casi todo. Y Snape no era más que un bicho raro que se pirraba por las artes oscuras, y James siempre odió las artes oscuras, Harry, eso te lo puedo asegurar.
—Ya, pero atacó a Snape sin motivo, sólo porque... bueno, sólo porque tú dijiste que te aburrías —concluyó con un deje de disculpa en la voz.
—No me enorgullezco de ello —se apresuró a decir su padrino.
Lupin miró de soslayo a Sirius y dijo:
—Mira, Harry, lo que tienes que entender es que tu padre y Sirius eran los mejores del colegio en todo. Los demás pensaban que eran insuperables, y si a veces se dejaban llevar un poco...
—Si a veces éramos unos chulos arrogantes, querrás decir —lo corrigió Sirius.
Lupin sonrió.
—Se despeinaba el pelo continuamente —comentó Harry, apenado.
Sirius y Lupin rieron.
—Se me había olvidado que tenía esa costumbre —comentó Sirius cariñosamente.
—¿Estaba jugando con la snitch? —preguntó Lupin.
—Sí —respondió Harry, y vio con estupor cómo Sirius y Lupin sonreían con nostalgia—. Pero... me pareció que era un poco idiota.
—¡Pues claro que era un poco idiota! —admitió Sirius— ¡Todos lo éramos! Bueno, Lunático no tanto —añadió con justicia mirando a Lupin.
Pero éste negó con la cabeza.
—¿Alguna vez les dije que dejaran tranquilo a Snape? ¿Tuve alguna vez el valor de comentarles que creía que se estaban pasando de la raya?
—Ya, pero —replicó Sirius—... A veces conseguías que nos avergonzáramos de nosotros mismos, y eso ya era algo.
—¡Y no paraba de mirar a las chicas que había en la orilla del lago para ver si ellas lo miraban a él! —prosiguió Harry, obstinado. Ya que había ido hasta allí, decidió soltar todo lo que tenía en la cabeza.
—Sí, bueno, siempre hacía el ridículo cuando veía a Lily —afirmó Sirius encogiéndose de hombros—. Cuando ella estaba cerca, James no podía evitar hacerse el chulo.
—¿Cómo puede ser que mi madre se casara con él? —preguntó Harry muy afligido— ¡Lo odiaba!
—No, no lo odiaba —respondió Sirius.
—Empezó a salir con él en séptimo —concretó Lupin.
—Cuando a James ya se le habían bajado un poco los humos —añadió Sirius.
—Y ya no echaba maleficios a la gente para divertirse —dijo Lupin.
—¿Tampoco a Snape?
—Bueno, Snape era un caso especial —admitió Lupin—. Verás, él tampoco desaprovechaba jamás la oportunidad de echar una maldición a James, y lo lógico era que James se defendiera, ¿no?
—¿Y a mi madre no le importaba?
—La verdad es que no se enteraba —repuso Sirius—. Como podrás imaginar, James no se llevaba a Snape a sus citas con Lily para embrujarlo delante de ella —Sirius miró con la frente fruncida a Harry, que todavía no parecía convencido—. Mira —dijo—, tu padre era el mejor amigo que jamás he tenido, y una buena persona. Mucha gente se comporta como si fuera idiota cuando tiene quince años. Pero James maduró con el tiempo.
—Está bien —aceptó Harry, apesadumbrado—. Es que nunca pensé que podría sentir lástima por Snape.
—Oye, por cierto —terció Lupin, y frunció un poco el entrecejo—, ¿le has dicho a Arlina algo sobre lo que viste?
—No, pero lo haré ahora —contestó Harry—, le he mentido desde las vacaciones de verano, cuando Ojoloco me dijo quién era Slughorn. No lo puedo seguir haciendo.
—No puedes hacerlo, Harry —dijo Sirius, haciendo que Harry frunciera el ceño.
—¿Lo dices en serio, Harry? —le preguntó Lupin— ¿Has sabido quién era su padre desde las vacaciones?
—Sí —contestó él, muy sorprendido por lo que consideraba una reacción exagerada—. Pero no pasa nada, no me importa, en realidad me alegro...
—¡No puedes decirle! —gritó Sirius con vehemencia, e hizo el amago de levantarse, pero Lupin lo agarró por un brazo y lo obligó a sentarse.
—Es un tema delicado, Harry. Deja que su tío se encargue —aclaró Lupin con firmeza.
—¡No puedo mentirle más, me mataría! —exclamó Harry, escandalizado—. ¡Cuando se entere de que yo lo supe todo este tiempo, no volverá a hablarme! Además, no parecía una mala persona...
—Harry, su padre es un traidor —aseguró Lupin con severidad—. ¿Me has entendido? ¡Le romperás el corazón! Deja que Garrett hable con ella. Le diré sobre esto.
—Está bien, está bien —dijo el chico, confuso y enfadado—. No le diré nada, pero no va a ser senci...
Se quedó callado. Había oído unos pasos a lo lejos.
—¿Qué es eso? ¿Está bajando Kreacher por la escalera?
—No —contestó Sirius mirando hacia atrás—. Debe de ser alguien en tu lado.
A Harry le dio un vuelco el corazón.
—¡Más vale que me vaya! —dijo apresuradamente, y sacó la cabeza de la chimenea de Grimmauld Place. Durante unos instantes tuvo la sensación de que le giraba sobre los hombros; entonces se encontró arrodillado delante de la chimenea del despacho de la profesora Umbridge, con la cabeza en su sitio, mientras contemplaba cómo las llamas de color esmeralda parpadeaban hasta apagarse.
—¡Rápido, rápido! —oyó que decía una voz jadeante al otro lado de la puerta del despacho—. Ah, la ha dejado abierta...
Arlina se lanzó sobre Harry con la capa invisible, y acababan de cubrirse con ella cuando Filch irrumpió en el despacho. Parecía contentísimo por algo y hablaba solo, febrilmente, mientras cruzaba la habitación; abrió un cajón de la mesa de la profesora Umbridge y empezó a revolver los papeles que había dentro.
—Permiso para dar azotes... Permiso para dar azotes... Por fin podré hacerlo... Llevan años buscándoselo...
Sacó un trozo de pergamino, lo besó y fue rápidamente hacia la puerta, arrastrando los pies, con la hoja de pergamino abrazada contra el pecho.
Se pusieron en pie y, tras asegurarse de que tenía su mochila y de que la capa invisible los cubría por completo, abrió la puerta sin vacilar y salieron corriendo del despacho detrás de Filch, que renqueaba a una velocidad insólita en él.
Cuando estuvo en el piso inferior al del despacho de la profesora Umbridge, Harry creyó que ya no corrían peligro si volvían a hacerse visibles. Por tanto, les quitó la capa, la guardó en su mochila y siguió adelante con Arlina de cerca.
Se oían gritos y jaleo provenientes del vestíbulo. Bajaron a toda velocidad la escalera de mármol y encontraron al colegio en pleno reunido allí. La situación era muy parecida a la del día que despidieron a la profesora Trelawney. Los estudiantes estaban de pie formando un gran corro a lo largo de las paredes (Arlina se fijó en que algunos estaban cubiertos de una sustancia que parecía jugo fétido); además de alumnos, también había profesores y fantasmas. Entre los curiosos destacaban los miembros de la Brigada Inquisitorial, que parecían muy satisfechos de sí mismos, y Peeves, que cabeceaba suspendido en el aire, desde donde contemplaba a Fred y George, que estaban sentados en el suelo en medio del vestíbulo. Era evidente que acababan de atraparlos.
—¡Muy bien! —gritó triunfante la profesora Umbridge, que sólo estaba unos cuantos escalones más abajo que Harry y contemplaba a sus presas desde arriba— ¿Les parece muy gracioso convertir un pasillo del colegio en un pantano?
—Pues sí, la verdad —contestó Fred, que miraba a la profesora sin dar señal alguna de temor.
Filch, que casi lloraba de felicidad, se abrió paso a empujones hasta la profesora Umbridge.
—Ya tengo el permiso, señora —anunció con voz ronca mientras agitaba el trozo de pergamino que Harry le había visto sacar de la mesa de la profesora Umbridge—. Tengo el permiso y tengo las fustas preparadas. Déjeme hacerlo ahora, por favor...
—Muy bien, Argus —repuso ella—. Ustedes dos —prosiguió sin dejar de mirar a los gemelos— van a saber lo que les pasa a los alborotadores en mi colegio.
—¿Sabe qué le digo? —replicó Fred— Me parece que no —Miró a su hermano y añadió—: Creo que ya somos mayorcitos para estar internos en un colegio, George.
—Sí, yo también tengo esa impresión —coincidió George con desparpajo.
—Ya va siendo hora de que pongamos a prueba nuestro talento en el mundo real, ¿no? —le preguntó Fred.
—Desde luego —contestó George.
Y antes de que la profesora Umbridge pudiera decir ni una palabra, los gemelos Weasley levantaron sus varitas y gritaron juntos:
—¡Accio escobas!
Harry oyó un fuerte estrépito a lo lejos, miró hacia la izquierda y se agachó justo a tiempo. Las escobas de Fred y George, una de las cuales arrastraba todavía la pesada cadena y la barra de hierro con que la profesora Umbridge las había atado a la pared, volaban a toda pastilla por el pasillo hacia sus propietarios; torcieron hacia la izquierda, bajaron la escalera como una exhalación y se pararon en seco delante de los gemelos. El ruido que hizo la cadena al chocar contra las losas de piedra del suelo resonó por el vestíbulo.
—Hasta nunca —le dijo Fred a la profesora Umbridge, y pasó una pierna por encima de la escoba.
—Sí, no se moleste en enviarnos ninguna postal —añadió George, y también montó en su escoba.
Fred miró a los estudiantes que se habían congregado en el vestíbulo, que los observaban atentos y en silencio.
—Si a alguien le interesa comprar un pantano portátil como el que han visto arriba, nos encontrará en Sortilegios Weasley, en el número noventa y tres del callejón Diagon —dijo en voz alta.
—Hacemos descuentos especiales a los estudiantes de Hogwarts que se comprometan a utilizar nuestros productos para deshacerse de esa vieja bruja —añadió George señalando a la profesora Umbridge.
—¡DETÉNGANLOS! —chilló la mujer, pero ya era demasiado tarde.
Cuando la Brigada Inquisitorial empezó a cercarlos, Fred y George dieron un pisotón en el suelo y se elevaron a más de cuatro metros, mientras la barra de hierro oscilaba peligrosamente un poco más abajo. Fred miró hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba suspendido el poltergeist, que cabeceaba a la misma altura que ellos, por encima de la multitud.
—Hazle la vida imposible por nosotros, Peeves.
Y Peeves, a quien Arlina jamás había visto aceptar una orden de un alumno, se quitó el sombrero con cascabeles de la cabeza e hizo una ostentosa reverencia al mismo tiempo que los gemelos daban una vuelta al vestíbulo en medio de un aplauso apoteósico de los estudiantes y salían volando por las puertas abiertas hacia una espléndida puesta de sol.
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