47. Oclumancia
Lo primero que hizo Harry, después de ver a Snape, fue contarles a Ron, a Arlina y a Hermione, en voz baja, que Snape iba a darle clases particulares de Oclumancia.
—Dumbledore quiere que dejes de soñar con Voldemort —opinó Hermione de inmediato—. Supongo que te alegrarás de no tener más sueños de ésos, ¿verdad?
—¿Clases particulares con Snape? —repitió Ron, horrorizado— ¡Yo preferiría tener las pesadillas!
—No son sueños —opinó Arlina, negando con la cabeza.
—Bueno, visiones —se corrigió Ron.
—Tampoco —insistió. Los tres la miraron en silencio—. Tengo una teoría —explicó ante sus miradas curiosas, y observó a Harry antes de hablar con mucho cuidado—. Creo que la maldición que no consiguió matarte ha forjado una especie de conexión entre Voldemort y tú. Todos los indicios apuntan a que, en ocasiones, cuando tu mente está más relajada y vulnerable, como cuando duermes, por ejemplo, compartes los pensamientos y las emociones con Voldemort.
—Conexión —repitió Harry, pensativo.
—Eso explicaría por qué hablas pársel —añadió Hermione, asintiendo—. Suena correcto.
Harry quería protestar. Si él tenía una conexión con Voldemort, ¿por qué en su sueño estaba viendo desde la perspectiva de la serpiente? Como si Arlina le hubiera leído la mente, continuó:
—Voldemort no te estaba poseyendo, pero sí podría haber estado poseyendo a la serpiente.
Hermione tuvo escalofríos.
—Desearía poder prever sus movimientos —murmuró, entrecerrando los ojos y mirando el suelo.
—¿Qué es lo que te lo impide? —preguntó Ron.
—Que no controlo mis visiones —contestó, formando una mueca—. Algún día podré, sin embargo, vigilar el futuro de quien quiera. Pero, por ahora, tengo la vista nublada.
o
Tras un desayuno rápido, todos se pusieron chaquetas y bufandas para protegerse del frío de aquella mañana gris del mes de enero. Arlina notaba una desagradable opresión en el pecho; no quería despedirse de Garrett. Aquella separación le producía un profundo desasosiego porque no sabía cuándo volverían a verse. Su trabajo de por sí era peligroso, y ahora lo era más con la Orden del Fénix.
Arlina no se sintió tan emocionada por entrar en el andén 9¾. Volvería a Hogwarts, donde Umbridge haría de todo para hacerle la vida imposible. Se abstuvo de decirle a Garrett todas las cosas horribles que la profesora hacía contra ellos. No quería enloquecerlo. Ya se preocupaba demasiado.
Aunque sí mencionó su alegría de estarles enseñando a sus compañeros de colegio Defensa Contra las Artes Oscuras. Aquello, por supuesto, era un secreto. Garrett no alcanzó a decirle nada, porque Remus se acercó a decirles que debían irse, pero sí le guiñó el ojo en aprobación.
Pasaron el andén en grupos. Arlina, Ojoloco y Garrett fueron después de Harry, Ron y Hermione. Caminaron como quien no quiere la cosa hacia la barrera, hablando entre ellos despreocupadamente, la atravesaron y, al hacerlo, aparecieron en el andén 9¾.
El expreso de Hogwarts, una reluciente máquina de vapor de color escarlata, ya estaba allí, y de él salían nubes de vapor que convertían en oscuros fantasmas a los numerosos alumnos de Hogwarts y sus padres, reunidos en el andén.
Se dio la vuelta, miró a su tío a los ojos y despegó los labios para hablar, pero, sin darle tiempo para que pudiera hacerlo, Garrett la abrazó fuerte y dijo ásperamente:
—Cuídate, Arlina.
Sintió que se le humedecían los ojos. Temía por su tío, su única familia. Ignoró la incomodidad de Moody y lo abrazó también. Él la abrazó tosco y torpe.
—Cuida a mi tío, por favor —le susurró en el abrazo.
Moody la apretó una vez antes de soltarla y verla irse hacia Tonks, Remus y los señores Weasley para despedirse.
Se acomodó el bolso en el hombro, pegó más a Helga contra su pecho y aferró el agarre de la jaula de Picasso. Caminó por el pasillo del tren mientras se asomaba para buscar un compartimento vacío. Apenas encontró uno, dejó sus pertenencias y se sentó cerca de la ventana. Como esperaba, alguien abrió el compartimiento. Se levantó del asiento y abrazó a Greg en cuanto lo vio sonreírle.
—¿Cómo estuvieron las fiestas? —le preguntó, y notó el brazalete en su muñeca derecha, que antes llevaba desnuda, ya que el relicario de Cedric siempre lo usaba en la mano izquierda— Es bonito. Imagino que fue un obsequio de tu caballero de Gryffindor. Garrett no te da ese tipo de regalos.
Arlina formó una pequeña sonrisa.
—Las fiestas estuvieron bien. ¿Qué hay de ti? ¿Tu madre te dio otro juego de calcetines navideños?
Greg no respondió, simplemente se agachó, levantó la bastilla de sus pantalones y exhibió unos largos calecetines tejidos con estampado de bastón de caramelo. Las líneas blancas brillaban cada dos segundos.
—No te burles. Te mandó unas a ti también —le dijo, arqueando una ceja.
Arlina agrandó su sonrisa, divertida.
—Será un placer usarlas.
—Veamos si dices eso cuando te las dé —bufó—. Por cierto, gracias por el obsequio. No sabía cuánto me faltaba un juego de limpieza para escobas hasta que lo usé.
—De nada. Gracias a ti por los dulces de miel.
Durante el camino, hablaron sobre Navidad, qué habían cenado y qué otros regalos habían recibido. Después cambiaron el tema al ED. Arlina le explicó que tenía varias ideas para las próximas sesiones, gracias a los libros que Garrett le había dado.
La siguiente semana pasó lenta. Las clases estaban más pesadas que nunca, pues los TIMOS serían muy pronto. Todavía no habían reanudado las reuniones del ED, no habían decidido aún la siguiente fecha. Tampoco había pasado nada interesante, excepto la primera clase de Oclumancia de Harry. Snape no intentaba hacerlo más fácil.
o
—Voy a intentar entrar a tu mente —contestó Snape con voz queda—. Vamos a ver si resistes. Me han dicho que ya has demostrado tener aptitudes para resistir la maldición Imperius. Comprobarás que para esto se necesitan poderes semejantes... Prepárate. ¡Legeremens!
Snape había atacado antes de que Harry se hubiera preparado, antes incluso de que hubiera empezado a reunir cualquier fuerza de resistencia. El despacho dio vueltas ante sus ojos y desapareció; por su mente pasaban a toda velocidad imágenes y más imágenes, como una película parpadeante, tan intensa que le impedía ver su entorno.
Tenía cinco años, estaba mirando cómo Dudley montaba en su nueva bicicleta roja, y se moría de celos... Tenía nueve años, y Ripper, el bulldog, lo perseguía y lo obligaba a trepar a un árbol, y los Dursley lo contemplaban desde el jardín, bajo el árbol, y se reían de él... Estaba sentado bajo el Sombrero Seleccionador, que le decía que se encontraría muy a gusto en Slytherin... Hermione estaba tumbada en una cama de la enfermería, con la cara cubierta de grueso pelo de gato... Un centenar de dementores se cernían sobre él detrás del oscuro lago... Arlina se acercaba a él, en las cocinas del castillo, la noche del baile de Navidad...
"No —dijo una voz dentro del cerebro de Harry, cuando se le acercó el recuerdo de su primer beso—, eso no lo vas a ver, no lo vas a ver, es privado..."
Entonces notó una punzada de dolor en la rodilla. El despacho de Snape había vuelto a aparecer, y Harry se dio cuenta de que se había caído al suelo; una de sus rodillas había chocado contra una pata de la mesa, y eso era lo que le producía aquel dolor. Levantó la cabeza y miró al profesor, que había bajado la varita y se frotaba la muñeca, donde tenía un verdugón, como la marca de una quemadura.
—Bueno, para tratarse de un primer intento, no ha estado tan mal como habría podido estar —dijo Snape, y volvió a levantar la varita—. Al final has conseguido pararme, aunque has malgastado tiempo y energía gritando. Tienes que conservar la concentración. Repéleme con la mente.
—¡Lo intento —exclamó Harry, furioso—, pero usted no me dice cómo tengo que hacerlo!
—Esos modales, Potter —lo reprendió Snape—. Bien, ahora quiero que cierres los ojos. —Harry le lanzó una mirada asesina antes de obedecer. No le hacía ninguna gracia quedarse allí plantado con los ojos cerrados, teniendo a Snape delante armado con una varita—. Vacía tu mente, Potter —le ordenó la fría voz de Snape—. Libérate de toda emoción...
Pero la rabia que sentía Harry hacia el profesor seguía latiendo en sus venas como si fuera veneno. ¿Liberarse de su rabia? Más fácil le habría resultado separar las piernas de su cuerpo...
—No lo estás haciendo, Potter... Necesitas más disciplina... Concéntrate...
Harry trató de vaciar su mente, trató de no pensar, ni recordar, ni sentir.
—Volvamos a intentarlo... Voy a contar hasta tres: uno... dos... tres... ¡Legeremens!
Un enorme dragón negro se erguía ante él... Su padre y su madre lo saludaban con la mano desde un espejo encantado... Cedric Diggory estaba tendido en el suelo mirándolo con los ojos vacíos...
—¡NOOOOOO!
Harry había vuelto a caer de rodillas, tenía la cara entre las manos y le dolía el cerebro, como si alguien hubiera intentado arrancárselo del cráneo.
—¡Levántate! —le ordenó Snape con aspereza— ¡Levántate! No te esfuerzas, no opones resistencia. ¡Me estás dejando entrar en recuerdos que temes, me estás proporcionando armas!
Harry volvió a levantarse. El corazón le latía tan deprisa como si de verdad hubiera visto a Cedric muerto en el cementerio. Snape estaba aún más pálido de lo habitual, y más enfadado, aunque no tanto como Harry.
—Claro... que... me esfuerzo —dijo, apretando los dientes.
—¡Te he dicho que te vacíes de toda emoción!
—¿Ah, sí? Pues mire, me cuesta un poco —gruñó Harry.
—¡Entonces serás una presa fácil para el Señor Tenebroso! —replicó Snape con crueldad— ¡Los imbéciles que demuestran con orgullo sus sentimientos, que no saben controlar sus emociones o que se regodean con tristes recuerdos y se dejan provocar fácilmente, los débiles, en una palabra, lo tienen muy difícil frente a sus poderes! ¡Penetrará en tu mente con absurda facilidad, Potter!
—Yo no soy débil —dijo él en voz baja; estaba tan furioso que creyó que en cualquier momento podría atacar a Snape.
—¡Pues demuéstralo! ¡Domínate! ¡Controla tu ira, impón disciplina a tu mente! ¡Lo intentaremos otra vez! ¡Prepárate! ¡Legeremens!
o
—Lamento que lo estés pasando tan mal, Harry —le dijo Arlina, acariciando el dorso de su mano con una mueca en sus labios. Odiaba oír que Snape lo estuviera haciendo sufrir, pero también sabía que era la mejor forma de evitar que Voldemort entrara en su cabeza—. ¿Te dio alguna tarea? Puedo ayudarte.
Harry negó con la cabeza.
—Sólo me dijo que todas las noches, antes de dormir, debo limpiar mi mente de toda emoción; vaciarla, ponerla en blanco y relajarla —masculló, enfadado con los vívidos recuerdos de su primera lección de Oclumancia.
—Eso no puede ser difícil —le dijo con tono conciliador. Harry evitó mirarla a los ojos, y ella entendió el mensaje—. Sólo necesitas dejar ir todo el enojo. Dejar de pensar, no preocuparte por nada. Yo estoy practicando lo mismo. El libro que me dio Garrett dice que debo despejar mi mente antes de concentrarme en alguien para mirar en su futuro.
—¿Has logrado algo hasta ahora? —preguntó curioso.
Arlina negó con la cabeza.
—Estaba pensando en Greg, y terminé viendo a Neville en la Sala de Menesteres, solo y con expresión triste.
—Eso es raro.
—Un poco, pero no tuve más pistas. Supongo que ocurrirá algo que lo pondrá mal, pero no sé cuándo. Podría ser mañana o el próximo año...
Suspiró. Arlina había intentado mirar más en el futuro de Neville, para hallar más detalles que podría haber pasado por alto, pero no tuvo más visiones. Ni siquiera estaba segura de por qué habría tenido una visión sobre Neville, si no era cercana a él. Ella nunca había tenido visiones sobre personas que no fueran apegadas a ella.
—Inténtalo —le dijo, volviendo al presente—. Cierra los ojos. Recuerda. ¿Qué fue lo que te llevó a detener a Snape la primera vez?
Harry se sonrojó. Ella. Había odiado la idea de que Snape viera un recuerdo, tan especial y valioso para él, que había compartido con ella.
—¿Cómo te sentiste?
—Enojado.
No sabía cómo había conseguido la fuerza para detener al profesor Snape. Simplemente había reaccionado furioso, ofendido. Su primer beso era algo privado, un recuerdo que sólo compartía con su novia.
—Piensa. Cuando quieres invocar un patronus, tienes que dejar que las emociones buenas te llenen por el recuerdo de algo feliz. Es lo mismo aquí. Tienes que relajar tu mente.
Hacerlo le resultaba más difícil que invocar un patronus, hasta que sintió una cálida y muy suave respiración sobre sus labios. No pudo evitar sonreír, como un reflejo. Arlina finalmente los unió en un beso tierno y suave. Aquella tensión que le lastimaba los hombros y la espalda se esfumó, o al menos se olvidó de ésta. Cuando Arlina lo besaba, nada más importaba. Si ella estaba con él, nada podía ser tan malo.
Abrió los ojos, un poco aturdido, cuando Arlina rompió el beso y se separó. Estaba sonriendo orgullosa, aunque sus mejillas estaban sonrosadas.
—¿Sabías que el amor es la magia más poderosa? —comentó— El amor de una madre, de un amigo, una mascota... No importa. El amor, si es fuerte, puede lograr muchas cosas.
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