42. Una pareja
Llegó diciembre, y dejó más nieve y un verdadero alud de deberes para los alumnos de quinto año. Las obligaciones como prefectos de Ron y Hermione también se hacían más pesadas a medida que se aproximaba la Navidad. Pero esto no resultó siendo negativo para Harry. Con sus amigos ocupados y Greg Rusquett preocupado por sus propios deberes, Arlina y Harry pudieron pasar más tiempo juntos.
A veces se reunían en la biblioteca, otras en las cocinas y de vez en cuando en la Sala de Menesteres para hacer juntos las tareas, practicar nuevos hechizos y planear las siguientes reuniones. Arlina y él se estaban volviendo mucho más unidos y casi inseparables. A Harry le encantaba lo fácil que resultaba conversar con ella y lo rápido que pasaba el tiempo cuando estaba a su lado.
Con todo ese buen humor, no le apetecía pensar en la Navidad. Por primera vez desde que estudiaba en Hogwarts, le habría encantado pasar las vacaciones lejos del colegio. Entre la prohibición de jugar al quidditch y lo preocupado que estaba por si despedían a Hagrid, le estaba cogiendo manía al colegio.
Lo única actividad que de verdad le hacía ilusión eran las reuniones del ED, y durante las vacaciones tendrían que suspenderlas, pues casi todos los miembros del grupo pasarían las Navidades con sus familias. Hermione se iba a esquiar con sus padres y Ron se iba a La Madriguera. Harry pasó varios días tragándose la tristeza que sentía, hasta que, cuando le preguntó a Arlina qué haría aquella Navidad, ella exclamó:
—Igual que tú, iré a la Madriguera —dijo con tono obvio y el ceño fruncido, mirándolo confusa—. Garrett no quiere dejarme sola en la Jardinera, con todo el trabajo que tiene en el Ministerio y la Orden, es demasiado peligroso. ¿Por qué pareces tan sorprendido, Harry?
—No tenía idea de que iría a la Madriguera.
—¿No te lo dijo Ron?
Una vez que Harry confirmó la noticia con Ron, se le levantó mucho el ánimo. La perspectiva de pasar aquellos días en La Madriguera era verdaderamente maravillosa, aunque la estropeaba un poco el sentimiento de culpa que tenía por no poder pasar las vacaciones con Sirius.
Se preguntaba si conseguiría convencer a la señora Weasley de que invitara a su padrino durante las fiestas. Sin embargo, había demasiados factores adversos: dudaba que Dumbledore permitiera a Sirius salir de Grimmauld Place, y no estaba seguro de que la señora Weasley quisiera invitar a su padrino porque ellos dos siempre estaban en desacuerdo.
Sirius no había vuelto a comunicarse con Harry desde su última aparición en la chimenea, y a pesar de que el chico sabía que habría sido una imprudencia intentar ponerse en contacto con él, ya que la profesora Umbridge vigilaba constantemente, no le hacía ninguna gracia imaginar que Sirius estaría solo en la vieja casa de su madre, quién sabe si tirando del extremo de uno de esos regalos sorpresa que estallan al abrirlos, mientras Kreacher tiraba del otro.
Harry llegó con tiempo a la Sala de los Menesteres para la última reunión del ED antes de las vacaciones, y se alegró de ello porque, cuando las antorchas se encendieron, vio que Dobby y Winky se habían tomado la libertad de decorar la sala con motivo de las Navidades; y se dio cuenta de que lo habían hecho los dos elfos porque a nadie más se le habría ocurrido colgar un centenar de adornos dorados del techo, cada uno de los cuales iba acompañado de una fotografía de la cara de Harry o de Arlina, con la leyenda "¡Felices Navidades les desean Arlina y Harry!".
Cuando Harry descolgó el último adorno, la puerta se abrió con un chirrido y entró Arlina con una sonrisa tierna.
—Hola, Harry —saludó, y echó una ojeada a lo que quedaba de la decoración. Arqueó una ceja, divertida—. Qué adornos tan bonitos...
—Fue Dobby —contestó Harry.
—Y Winky —comprendió, observando los adornos con su fotografía y nombre—. No me sorprende, anoche me dijo que me esperaría una sorpresa en la Sala de Menesteres —se rió.
Harry le devolvió la sonrisa y quiso decirle algo más, pero el resto de los alumnos comenazaron a llegar con entusiasmo y emoción, hablando sobre lo querían en Navidad. Se reunió con Arlina frente a todos y esperaron a que el último llegara.
—Bueno —dijo Harry, obteniendo las atentas miradas de los presentes—. Hemos pensado que esta noche podríamos repasar lo que hemos hecho hasta ahora, porque ésta es la última reunión antes de las vacaciones, y no tiene sentido empezar nada nuevo antes de un descanso de tres semanas...
—¿No vamos a hacer nada nuevo? —preguntó Zacharias Smith en un contrariado susurro, aunque lo bastante alto para que lo oyeran todos— Si lo llego a saber, no vengo.
—Pues mira, es una lástima que no te lo hayan dicho antes —replicó Fred.
Varios estudiantes rieron por lo bajo. Harry observó que Arlina también reía y volvió a notar aquella sensación felicidad en el pecho. Jamás se acostumbraría a verla reír, era muy bonita cuando lo hacía.
—Practicaremos por parejas —siguió Arlina—. Empezaremos con el embrujo paralizante durante diez minutos; luego nos sentaremos en los cojines y volveremos a practicar los hechizos aturdidores.
Los alumnos, obedientes, se agruparon de dos en dos. Arlina volvió a formar pareja con Neville. La sala se llenó enseguida de gritos intermitentes de ¡Impedimenta! Uno de los integrantes de cada pareja se quedaba paralizado un minuto, y durante ese tiempo el compañero miraba alrededor para ver lo que hacían las otras parejas; luego recuperaban el movimiento y les tocaba a ellos practicar el embrujo.
Neville había mejorado hasta límites insospechables. Al cabo de un rato, Arlina, después de recuperar la movilidad tres veces seguidas, le pidió a Neville que practicara con Ron y Hermione para que ella pudiera pasearse por la sala y observar cómo lo hacían los demás.
Tras diez minutos de practicar el embrujo paralizante, esparcieron los cojines por el suelo y se dedicaron al hechizo aturdidor. Como no había suficiente espacio para que todos practicaran a la vez, la mitad del grupo estuvo observando a la otra un rato, y luego cambiaron.
Arlina se sentía muy orgullosa mientras los contemplaba. Ciertamente, Neville aturdió a Padma Patil en lugar de a Dean, al que estaba apuntando, pero tratándose de Neville podía considerarse un fallo menor, y todos los demás habían mejorado muchísimo.
Al cabo de una hora, Harry les dijo que pararan.
—Lo están haciendo muy bien —comentó, sonriente. Arlina lo imitó a su lado—. Cuando volvamos de las vacaciones, empezaremos a hacer cosas más serias; quizá el encantamiento patronus.
Hubo un murmullo de emoción y luego la sala empezó a quedarse vacía; los estudiantes se marchaban en grupos de dos y de tres, como de costumbre, y al salir por la puerta deseaban a Harry y a Arlina una feliz Navidad. Ron y Hermione se fueron antes que Harry, que se rezagó un poco porque Arlina todavía no se había ido.
—No, te veré más tarde —oyó que le decía a Greg.
Harry, muy animado, se acercó a ayudar a Arlina a recoger los cojines, que comenzaron a amontonar en un rincón. Estaba seguro de que se habían quedado solos.
—La clase ha salido bastante bien —comentó Arlina.
Harry la miró y asintió.
—Sí, cada vez mejoran más —dijo, recogiendo otro cojín—. Gracias por hacer esto de las clases conmigo. No podría hacerlo sin ti.
—Eso es mentira —respondió con una pequeña sonrisa—. Eres un profesor estupendo, Harry. No necesitas mi ayuda.
—Si lo hago —insistió. El corazón le dio tal vuelco que pareció que se lo enviaba a la altura de la nuez—. Además, considero que trabajamos muy bien juntos.
Arlina sonrió, abochornada, con sus mejillas sonrojadas.
—Sí, parece que hacemos buen equipo —admitió, esponjando un cojín antes de apilarlo con los demás—. De hecho, Greg me dijo lo mismo el otro día —mencionó, pensativa.
—¿En serio?
—Sí —murmuró, tomando otros dos cojines del suelo—. Dijo que trabajamos muy bien como pareja y que éramos buenos maestros —se rió por lo bajo, recogiendo el último cojín—. La verdad es que me sorprendió un poco que pudiéramos coordinarnos tan bien. Supongo que es porque estamos en buena sintonía y nos entendemos.
—¿Somos una pareja?
Arlina apretó con el cojín con fuerza, dándose cuenta de las palabras que había dicho sin pensar. Se le atoró el aire en la garganta.
—Eh, yo... N-no —tartamudeó—. Es decir, no sé. Lo siento. Lo dije sin pensar porque... Estás sonriendo. ¿Por qué estás sonriendo?
Harry no se había dado cuenta de que estaba sonriendo hasta que ella lo dijo. Se sonrojó hasta las orejas. No podía pensar. Un cosquilleo se extendía por todo su cuerpo, paralizándole los brazos, las piernas y el cerebro. Sintió como si tuviera el cerebro bajo los efectos de la maldición imperius.
Vio cómo los labios de Arlina se entreabrieron levemente. Eran pequeños, carnosos y delineados, y lucían tan dulces y tentadores, que no pudo resistirse. Se acercó lentamente, sin dejar de mirar su boca. Arlina no retrocedió, y ese fue el incentivo que Harry necesitó para finalmente inclinarse y besarla.
Su corazón empezó a latir tan rápido que retumbó en sus oídos. Al principio sólo fue un beso suave y tierno, en el que sus lenguas se encontraron un par de veces... hasta que Arlina tironeó de su labio inferior con una mordida pequeña y breve. Sus manos vibraron en necesidad y sin pensarlo las llevó a sus caderas, acariciándola por encima de la falda.
Arlina se sintió desfallecer por un segundo. Todo se volvió borroso y cálido. No estaba segura de si era la chimenea a sus espaldas o su propio cuerpo, pero sintió tanto calor que su suéter le resultó demasiado incómodo.
Ahogó un suspiro cuando cubrió la nuca de Harry con su mano y sintió su piel ardiendo. Al menos sabía que no era la única. No estaba segura de si por la suavidad de su piel o la ligera capa de sudor, pero le fue muy fácil deslizar sus dedos desde su cuello hasta su pecho.
Harry la apretó más contra sí, jalándola por las caderas, y ella se dejó abrazar y sostener por sus brazos rodeándola. En ese instante, Arlina se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y rompió el beso, con las mejillas ardiendo y el corazón acelerado.
Harry la miró, parpadeando sorprendido. Se quedó contemplándola con una expresión inescrutable.
—Entonces, significa que... ¿Somos una pareja?
Él miró sus labios, que soltaban una baja y agitada respiración. Subió la mirada a sus ojos, y una sensación maravillosa se instaló en su estómago. Sintió esas famosas mariposas.
—Sólo si tú quieres —susurró sobre su boca. Arlina cerró los ojos, extasiada con los relámpagos que destellaban de emoción en su piel. Harry tragó con dificultad, y sintió sus manos temblar por los nervios—. Estoy enamorado de ti, Arlina.
Ella sonrió ilusionada y lo hizo callar de una forma muy efectiva al apretar sus labios contra los de él. Cualquier resistencia o tensión desapareció de su cuerpo, y le rodeó el cuello con los brazos.
Arlina deseó poder sentarse, porque las piernas le estaban fallando, tanto que no sabía cuánto más aguantaría. Entonces, cuando movió su pie, sintió algo suave y grueso bajo su pie, en lugar de las frías baldosas de piedra del suelo.
Pensó en abrir los ojos y ver de qué se trataba, hasta que la sensación de la lengua de Harry acarició su labio inferior con deseo. Se le nublaron los recuerdos, las preocupaciones, la tensión por Umbridge y los TIMOs. Todo en su cabeza se desvaneció, y sólo pudo concentrarse en cómo sus terminaciones nerviosas explotaron en éxtasis.
Harry tenía las manos en su espalda y cabello, apretándola contra sí de un modo que parecía que cada centímetro de sus cuerpos se tocaba. Arlina bajó las manos de su cuello hasta su abdomen, y desabotonó el primer botón del sueter. El corazón de Harry se aceleró tanto que temió que ella pudiera escucharlo.
Sintió un extraño alivio cuando le quitó el sueter, y presionó más sus manos contra la cintura de Arlina cuando también se quitó la misma prenda. En el momento en que rompieron el beso, notaron que ya no tenían las corbatas y sus camisas estaban desabotonadas a la mitad.
El cuerpo de Arlina hirvió cuando Harry bajó la mirada de sus ojos a su clavícula, y finalmente al valle de sus senos, cubiertos por un corpiño blanco y floreado. Arlina lamentó no haber usado otro estilo de ropa interior, menos infantil. Sin embargo, él ni siquiera parecía haberse percatado del estampado.
Toda su piel se erizó ante el ligero tacto de sus dedos sobre ella, tan suave como la caricia de una pluma. De repente, una oleada de valentía la a travesó, tan duro que se le formó un nudo en el estómago. Terminó de quitarse la camisa del uniforme y la dejó caer de su mano sin hacer ruido.
Harry tragó saliva con dificultad. Quería tocarla, sentir su piel caliente y colorada como la azúcar morena. Necesitaba saber si era tan suave como lo parecía contra la luz del fuego de la chimenea. Sin embargo, lo único que era capaz de hacer era mirarla, así que la imitó y dejó caer su propia camisa al piso también.
Arlina se sintió más segura al ver que había hecho lo mismo. Volvió a acortar la poca distancia entre ellos y lo beso, apoyando las manos sobre sus hombros. Su mente estalló en luces de colores cuando sintió las manos de Harry tomarla por la cintura. El agarre de sus manos, torpe y fuerte, le dio escalofríos, especialmente cuando subieron por sus costados, se encontraron en su abdomen y terminaron sobre sus pechos, presionándolos nerviosa y ansiosamente.
Abrió los ojos por un segundo, y se dio cuenta de que, a sólo un par de pasos de las espaldas de Harry, había un cómodo y acolchado sillón azul con tela de terciopelo, sobre una alfombra que inesperadamente había aparecido debajo ellos. Encima del respaldo estaba una manta caliente y grande doblada.
Fue entonces que Arlina se concentró lo suficiente para separarse, quedando tan cerca que cuando habló rozó sus labios. Lo miró a los ojos otra vez, y la pregunta quedó plantada: ¿realmente iban a seguir con lo que estaban haciendo?
—No tenemos que hacer nada —bisbiseó Harry, adivinando sus pensamientos, y acarició su mejilla con cuidado. Su respiración era agitada e irregular, como si hubiera corrido—. Te quiero, y quiero estar contigo. Eso es todo lo que me importa.
El corazón de Arlina se estremeció de dulzura.
—Bien —dijo en voz muy baja, apenas audible, y le sonrió enternecida—, porque yo también te quiero.
Sin dudar o temblar, volvió a besarlo. Ella se movió y Harry lo hizo con ella, sin protestar o preguntarle por qué avanzaba. Tres pasos después, Harry sintió el borde de algo blanco y mullido a la altura de sus pantorrillas. No tuvo que mirar para darse cuenta de que era algo donde sentarse, así que lo hizo, jalándola con él.
Las piernas de Arlina quedaron a ambos lados de él, dejando sus pies colgando. Harry pasó a besarle el cuello, y bajó las manos sobre sus muslos, acariciándola desde las rodillas hasta sus caderas lenta y repetidamente. Arlina dejó salir un suspiro silencioso de placer y su corazón le golpeó contra las costillas.
Abrazándola por la cintura, la guió hacia abajo, y Arlina se recostó sobre el sillón. Él se puso sobre ella, con los brazos doblados a la altura de su cabeza para apoyarse. Ella se rió por lo bajo cuando Harry, torpemente, trató de quitarle el corpiño al meter la mano entre su espalda y el sillón.
Claramente estaban muy nerviosos, y no estaban muy seguros de cómo empezar. Harry sonrió avergonzado cuando Arlina metió la mano bajo su espalda también y se escuchó un clic. Se lo quitó por él y lo dejó caer en la alfombra.
Volvieron a unirse en un beso apasionado y profundo por un momento, hasta que Harry bajó un camino de besos por su cuello, hombros y clavícula. Su aliento frío le erizó la piel de nuevo, y dejó salir un gemido alto cuando su boca se cerró sobre uno de sus pechos. Su lengua jugó con su pezón. Enterró las manos en su cabello, manteniéndolo en su lugar. Sintió algo húmedo mojar el interior de sus piernas cuando Harry le dio un suave mordisco.
Regresó a su boca y los dos gimieron en el beso cuando, en un movimiento, ella pudo sentirlo duro entre sus piernas. Sintió tan bien, que abrió más las piernas para darle mejor acceso y le abrazó por el torso con ellas.
Harry volvió a moverse, y la fricción y presión de él contra ella la hizo encajarle un poco las uñas en su espalda. Arlina bajó las manos hasta su pantalón, y trató de desabrocharlo, pero las manos le temblaban. Esta vez fue el turno de Harry de reírse, rompiendo el beso y sonriendo contra su oído al dejar caer la cabeza.
Arlina se sonrojó.
—No puedo —le dijo, sonriendo apenada—. ¡Harry! —protestó, haciendo un puchero. Ahora entendía cómo se había sentido él cuando ella se rió, pero el momento no dejó de ser bueno y caluroso.
Harry bajó la mano y desabotonó su pantalón. Arlina le borró la sonrisa cuando lo acarició sobre la ropa interior, y se sintió complacida por ello. Harry tuvo que levantarse para quitarse el pantalón y los zapatos, y Arlina no tuvo la valentía para observarlo, así que se concentró en quitarse la falda y sus calcetas. Inmediatamente después, Harry regresó a la misma posición.
—¿Estás segura? —le preguntó, mirándola fijamente a los ojos.
Arlina se mordió el labio y asintión la cabeza, y se agarró a su espalda para mayor estabilidad. Cerró los ojos cuando lo sintió acariciando sus pliegues húmedos. Harry junto sus frentes y gimió con los dientes apretados, sintiendo escalofríos por el descubrimiendo de una nueva sensación que pronto se volvería mejor.
Lo besó para ignorar el extraño dolor que se esparció por el interior de su vientre cuando Harry se movió, profundizando la unión. Sabía que iba a dolerle, pero era soportable. No hizo ruido para que Harry no pensara que quería detenerse. No obstante, él debió sentirlo o leerlo en su expresión.
—¿Te estoy lastimando? ¿Quieres que pare?
Sonaba tan dulce y preocupado, que Arlina supo que había elegido bien para su primera vez. No halló su voz para responderle, así que empujó sus caderas con sus piernas entrelazadas sobre él, y dejó salir un gemido cuando el dolor tuvo una extraña mezcla de placer. Harry apretó los puños alrededor del cojín sobre el que Arlina descansaba la cabeza.
—No pares —consiguió decir con una exhalación.
Cuando salió de ella, y volvió a entrar con el mismo cuidado, el dolor desapareció. La sala se llenó de sus suspiros y gemidos. Los movimientos se volvieron más rápidos y necesitados. Harry enterró su cara en la curva de su cuello y Arlina le arañó la espalda, tratando de aferrarse a algo cuando sentía que se estaba desfalleciendo.
Un raro núcleo de placer y deseo por terminar se creó en su vientre, cada vez aumentaba y se expandía más. El clímax la golpeó duro y sin aviso. Echó la cabeza hacia atrás y sus músculos se contrajeros, sus piernas temblaron. Creyó que terminaría en un segundo, pero fue más largo de lo que esperó, y se extendió cuando Harry dio unas últimas estocadas contra ella. Vio sus brazos temblar y se desplomó, sin lastimarla con su peso.
Le acarició su caballera corta y azabache, que había dejado de estar peinada. No podía imaginarse lo revuelto que estaría su propio pelo. Se sonrojó cuando él besó su hombro dulcemente. Por suerte él no pesaba tanto, así que pudo respirar bien.
—Eso fue...
Arlina se sonrojó más por lo ronca y baja que había sonado su voz, pero se dio cuenta de que no era la única sonrojada cuando él levantó la cabeza y la miró.
—¿Bueno? —preguntó inseguro.
Ella sonrió. Parecía que estaba preocupado de que ella no lo hubiera disfrutado.
—Muy, muy bueno —admitió.
Harry sonrió también y volvió a esconder la cara en la curva de su cuello, inhalando su aroma. Se bajó un poco de su cuerpo recostándose a su lado. Quedaron de costado, mirándose. Esta vez ella ocultó su cara en el pecho de él y se dejó rodear por su brazo.
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