41. Thestrals
Harry levantó el puño y llamó tres veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro.
—¡Somos nosotros, Hagrid! —susurró Harry por la cerradura.
—¡Debí imaginármelo! —respondió una áspera voz. Los cuatro amigos se miraron sonrientes debajo de la capa invisible; la voz de Hagrid denotaba alegría—. Sólo hace tres segundos que he llegado a casa... Aparta, Fang, ¡quita de en medio, chucho! —Se oyó cómo descorría el cerrojo, la puerta se abrió con un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Hermione no pudo contener un grito— ¡Por las barbas de Merlín, no chilles! —se apresuró a decir Hagrid, alarmado, mientras observaba por encima de las cabezas de los chicos. Sorprendida por la reacción de Hagrid, Arlina llevó su mano a la boca de Hermione, callándola, a lo que la Gryffindor la miró entre agradecida y avergonzada— Gracias, Arlina. ¡Vamos, entren, entren!
—¡Lo siento! —se disculpó Hermione mientras los tres entraban apretujándose en la cabaña y se quitaban la capa para que Hagrid pudiera verlos— Es que... ¡Oh, Hagrid!
—¿Qué te sucedió? —exclamó Arlina, horrorizada con la herida de su rostro.
—¡No es nada, no es nada! —exclamó él rápidamente. Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero Hermione seguía mirándolo con espanto.
Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que hizo sospechar a Arlina que Hagrid tenía alguna costilla rota. Era evidente que acababa de llegar a casa. Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el fuego.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Harry mientras Fang danzaba alrededor de ellos, intentando lamerles la cara.
—Ya os lo he dicho, nada —contestó Hagrid con firmeza—. ¿Quieren una taza de té?
—¡Vamos, Hagrid! —le espetó Ron—. ¡Si estás hecho polvo!
—No eres muy buen mentiroso, Hagrid —le recordó Arlina con reproche.
—Les digo que estoy bien —insistió Hagrid enderezándose y volviéndose para mirarlos sonriente, pero sin poder disimular una mueca de dolor—. ¡Vaya, cuánto me alegro de volver a verlos a los tres, y a ti, Arlina! ¿Han pasado un buen verano?
—¡Hagrid, te han atacado! —exclamó Arlina.
—¡Por última vez: no es nada! —repitió Hagrid con rotundidad.
—¿Acaso dirías que no es nada si alguno de nosotros apareciera con casi medio kilo de carne picada donde antes tenía la cara? —inquirió Ron.
—¿Piensas contarnos lo que te ha pasado, o no? —inquirió Harry.
—No puedo, Harry. Es secreto. Si les cuento me juego el empleo.
—¿Te han atacado los gigantes, Hagrid? —preguntó Hermione con voz queda. Los dedos de Hagrid resbalaron por el filete de dragón, que descendió hasta el pecho haciendo un ruido parecido al de la succión.
—¿Los gigantes? —repitió Hagrid mientras agarraba el filete antes de que le llegara al cinturón y se lo colocaba de nuevo en la cara— ¿Quién ha dicho algo de gigantes? ¿Con quién han estado hablando? ¿Quién les ha dicho que he...? ¿Quién les ha dicho que estaba...?
—Nos lo imaginamos nosotros —respondió Hermione en tono de disculpa.
—¿Ah, sí? —dijo Hagrid mirándola fijamente con el ojo que el filete no le tapaba.
—Era... evidente —añadió Arlina.
Hermione, Harry y Ron asintieron con la cabeza.
Hagrid los miró a los tres con severidad; entonces dio un resoplido, dejó el filete en la mesa y fue a grandes zancadas hasta la tetera, que había empezado a silbar.
—No sé qué les pasa, pero siempre tienen que saber más de lo que deberían, y ahora han incluido a Arlina en sus aventuras —masculló mientras vertía agua hirviendo en tres tazas con forma de cubo—. Y no se crean que es un cumplido. Son unos entrometidos. Y muy indiscretos.
Sin embargo, le temblaban los pelos de la barba.
—Entonces ¿es verdad que fuiste a buscar a los gigantes? —preguntó Harry, sonriente, al mismo tiempo que se sentaba a la mesa.
Hagrid colocó una taza de té delante de cada uno de los chicos, se sentó, volvió a coger el filete y se lo puso de nuevo en la cara.
—Sí, es verdad —gruñó.
—¿Y los encontraste? —inquirió Hermione con un hilo de voz.
—Verás, los gigantes no son muy difíciles de encontrar, francamente —contestó Hagrid—. Son bastante grandes, ¿sabes? Traté de recultarlos para la causa, como me pidió Dumbledore. Pero no era el único que quería ganárselos.
—Mortífagos —comprendió Harry.
—Sí. Los querían convencer de unirse a Quien-tú-sabes.
—¿Y se unieron a él? —preguntó Arlina.
—Les di el mensaje de Dumbledore. Supongo que algunos recuerdan que fue amable con ellos.
—¿Y ellos te hicieron esto? —cuestionó Harry.
—No precisamente, no —respondió, mirando el suelo. Obviamente, no tenía muchos ánimos de decir algo más al respecto, por lo que ninguno preguntó. Entonces, se escuchó como si una tormenta se avecinara. Las nubes, como pudieron por las ventanas, se volvían más grisáceas y se movían inquietas. Los truenos se escuchaban lejanos, pero bastante claros. Miraron la ventana más grande, observando el cambio de ambiente. Oscuro, temible—. Está cambiando ahí afuera. Como la última vez. Se avecina una tormenta. Más vale que estemos listos cuando llegue.
Preocupados, intercambiaron miradas, pero ninguno dijo nada. No era necesario decirlo, estaba claro que Voldemort planeaba algo, y sucedería pronto.
Unos súbitos golpes en la puerta interrumpieron el silencio. Hermione dio un grito ahogado y la taza se le cayó de las manos y se rompió al chocar contra el suelo. Fang dio un ladrido. Los cuatro se quedaron mirando la ventana que había junto a la puerta. La sombra de una persona bajita y rechoncha ondeaba a través de la delgada cortina.
—¡Es ella! —susurró Ron.
—¡Rápido, escondámonos! —dijo Harry. Cogió la capa invisible y se la echó encima cubriendo también a Arlina, mientras Ron y Hermione rodeaban la mesa y corrían a refugiarse bajo la capa. Apretujados, retrocedieron hacia un rincón. Fang ladraba furioso mirando la puerta. Hagrid estaba muy aturdido.
—¡Esconde nuestras tazas, Hagrid! —le recordó Arlina.
Éste cogió las tazas y las puso debajo del cojín del cesto de Fang. El perro arañaba la puerta con las patas delanteras, y Hagrid lo apartó con un pie y abrió.
La profesora Umbridge estaba plantada en el umbral, con su capa verde de tweed y un sombrero a juego con orejeras. Se echó hacia atrás con los labios fruncidos para ver la cara de Hagrid, a quien apenas le llegaba a la altura del ombligo.
—Usted es Hagrid, ¿verdad? —dijo despacio y en voz muy alta, como si hablara con un sordo. A continuación, entró en la cabaña sin esperar una respuesta, dirigiendo sus saltones ojos en todas direcciones— ¡Largo! —exclamó con brusquedad agitando su bolso frente a Fang, que se le había acercado dando saltos e intentaba lamerle la cara.
—Oiga, no quiero parecer grosero —dijo Hagrid mirándola fijamente—, pero ¿quién demonios es usted?
—Me llamo Dolores Umbridge.
La profesora Umbridge recorrió la cabaña con la mirada. En dos ocasiones fijó la vista en el rincón donde estaba Harry apretado entre Ron, Arlina y Hermione.
—¿Dolores Umbridge? —repitió Hagrid absolutamente confundido— Creía que era una empleada del Ministerio. ¿No trabaja con Fudge?
—Sí, antes era la subsecretaria del ministro —confirmó la bruja, y empezó a pasearse por la cabaña reparando en todo, desde la mochila que había apoyada en la pared hasta la capa de viaje colgada del respaldo de la silla—. Ahora soy la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras...
—Es usted valiente —comentó Hagrid—. Ya no hay mucha gente dispuesta a ocupar esa plaza.
—... y la Suma Inquisidora de Hogwarts —añadió Dolores Umbridge como si no hubiera oído el comentario de Hagrid.
—¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo se ha hecho esas heridas?
Hagrid se apresuró a quitarse el filete de dragón de la cara, lo cual, en opinión de Harry, fue un error, porque dejó al descubierto el tremendo cardenal que tenía alrededor del ojo, por no mencionar la gran cantidad de sangre fresca y coagulada que le cubría la cara.
—Es que... he sufrido un pequeño accidente —contestó sin convicción.
—¿Qué tipo de accidente?
—Pues... tropecé.
—Tropezó —repitió la profesora Umbridge con frialdad.
—Sí, eso es.
—¿Dónde ha estado? —lo interrumpió la profesora Umbridge, cortando por lo sano el balbuceo de Hagrid.
—¿Que dónde he...?
—Estado, sí —acabó de decir ella—. El curso empezó hace dos meses. Otra profesora ha tenido que hacerse cargo de sus clases. Ninguno de sus colegas ha sabido darme ninguna información acerca de su paradero. No dejó usted ninguna dirección. ¿Dónde ha estado?
Entonces se produjo una pausa durante la cual Hagrid miró a la profesora Umbridge con el ojo que acababa de destapar. A Harry le pareció que podía oír el cerebro de su amigo trabajando a toda máquina.
—Pues... he estado fuera por motivos de salud —aclaró al fin.
—Por motivos de salud —repitió la profesora Umbridge recorriendo con la mirada la descolorida e hinchada cara de Hagrid; la sangre de dragón goteaba lenta y silenciosamente sobre su chaleco—. Ya.
—Sí, necesitaba un poco de aire fresco, ¿sabe?
—Claro, porque como guardabosques no debe de tener ocasión de respirar mucho aire fresco —replicó la profesora Umbridge con dulzura.
—Bueno, me convenía un cambio de ambiente...
—¿Ambiente de montaña? —sugirió la profesora Umbridge con rapidez.
Lo sabe, pensó Arlina desesperada.
—¿De montaña? —repitió Hagrid exprimiéndose el cerebro— No, no, fui al sur de Francia. Me apetecía un poco de sol... y de mar...
—¡No me diga! —saltó la profesora Umbridge—. Pues no está muy bronceado.
—Sí, ya... Es que tengo una piel muy sensible —dijo Hagrid intentando forzar una sonrisa conciliadora.
—Informaré al Ministerio de su tardanza, como es lógico.
—Claro —repuso Hagrid, y asintió con la cabeza.
—También debería usted saber que como Suma Inquisidora es mi deber supervisar a los profesores de este colegio. De modo que me imagino que volveremos a vernos muy pronto —añadió, dando la vuelta bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta.
—¿Que nos está supervisando? —preguntó Hagrid, desconcertado, mirando la espalda de la profesora Umbridge.
—En efecto —afirmó ésta girando la cabeza cuando ya tenía una mano en el picaporte—. El Ministerio está decidido a descartar a los profesores insatisfactorios, Hagrid. Buenas noches.
o
El martes, Arlina, muy atribulada, se encaminó hacia la cabaña de Hagrid a la hora de Cuidado de Criaturas Mágicas, bien abrigada para protegerse del frío. Arlina estaba preocupada no sólo por lo que a Hagrid se le habría ocurrido enseñarles, sino también por cómo se comportaría el resto de la clase, y en particular Malfoy y sus amigotes, si los observaba la profesora Umbridge.
Con todo, no vieron a la Suma Inquisidora cuando avanzaban trabajosamente por la nieve hacia la cabaña de Hagrid, que los esperaba de pie al inicio del bosque. Hagrid no presentaba una imagen muy tranquilizadora: los cardenales, que el sábado por la noche eran de color morado, estaban en ese momento matizados de verde y amarillo, y algunos de los cortes que tenía todavía sangraban. Aquello desconcertó a Arlina; la única explicación que se le ocurría era que a su amigo lo había atacado alguna criatura cuyo veneno impedía que las heridas que producía cicatrizaran. Para completar aquel lamentable cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta.
—¡Hoy vamos a trabajar aquí! —anunció alegremente a los alumnos que se le acercaban, señalando con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda— ¡Estaremos un poco más resguardados! Además, ellos prefieren la oscuridad.
—¿Quién prefiere la oscuridad? —preguntó Malfoy ásperamente a Crabbe y a Goyle con un deje de pánico en la voz— ¿Quién ha dicho que prefiere la oscuridad? ¿Ustedes lo han oído?
—¿Listos? —preguntó Hagrid festivamente mirando a sus estudiantes— Muy bien, he preparado una excursión al bosque para los de quinto año. He pensado que sería interesante que observaran a esas criaturas en su hábitat natural. Verán, las criaturas que vamos a estudiar hoy son muy raras, creo que soy el único en toda Gran Bretaña que ha conseguido domesticarlas.
—¿Seguro que están domesticadas? —preguntó Malfoy, y el deje de pánico de su voz se hizo más pronunciado— Porque no sería la primera vez que nos trae bestias salvajes a la clase.
Los de Slytherin murmuraron en señal de adhesión, y unos cuantos estudiantes de Hufflepuff también parecían opinar que Malfoy tenía razón.
—Claro que están domesticadas —contestó Hagrid frunciendo el entrecejo y colocándose bien la vaca muerta sobre el hombro.
—Entonces, ¿qué le ha pasado en la cara? —inquirió Malfoy.
—¡Eso no es asunto tuyo! —respondió Hagrid con enojo—. Y ahora, si ya habéis acabado de hacerme preguntas estúpidas, ¡seguidme!
Se dio la vuelta y entró en el bosque, pero nadie se mostraba muy dispuesto a seguirlo. Arlina suspiró y echó a andar detrás de Hagrid, precediendo al resto de la clase.
Caminaron unos diez minutos hasta llegar a un sitio donde los árboles estaban tan pegados que no había ni un copo de nieve en el suelo y parecía que había caído la tarde. Hagrid, con un gruñido, depositó la media vaca en el suelo, retrocedió y se volvió para mirar a los alumnos, la mayoría de los cuales pasaban sigilosamente de un árbol a otro hacia donde estaba él, escudriñando nerviosos los alrededores como si fueran a atacarlos en cualquier momento.
—Agrúpense, agrúpense —les aconsejó Hagrid—. Bueno, el olor de la carne los atraerá, pero de todos modos voy a llamarlos porque les gusta saber que soy yo.
Se dio la vuelta, movió la desgreñada cabeza para apartarse el cabello de la cara y dio un extraño y estridente grito que resonó entre los oscuros árboles como el reclamo de un pájaro monstruoso. Nadie rió: la mayoría de los estudiantes estaban demasiado asustados para emitir sonido alguno.
Hagrid volvió a pegar aquel chillido. Luego pasó un minuto, durante el cual los alumnos, inquietos, siguieron escudriñando los alrededores por si veían acercarse algo. Y entonces, cuando Hagrid se echó el cabello hacia atrás por tercera vez e infló su enorme pecho, Arlina le dio un codazo a Hannah y señaló un espacio que había entre dos retorcidos tejos.
Un par de ojos blancos y relucientes empezaron a distinguirse en la penumbra, poco después la cara y el cuello de un dragón, y luego el esquelético cuerpo de un enorme y negro caballo alado surgió de la oscuridad. El animal se quedó mirando a los niños unos segundos mientras agitaba su larga y negra cola; a continuación, agachó la cabeza y empezó a arrancar carne de la vaca muerta con sus afilados colmillos.
Miró a Hannah, pero su amiga seguía observando entre los árboles, y pasados unos segundos dijo en un susurro:
—¿Por qué no sigue llamando Hagrid?
El resto de los alumnos de la clase ponían la misma cara de aturdimiento y de nerviosa expectación que Hannah, y miraban en todas direcciones menos al caballo que tenían delante. Al parecer, sólo había otra persona que podía verlo: un muchacho nervudo de Slytherin, que estaba detrás de Goyle y contemplaba al caballo con una expresión de profundo disgusto en la cara.
—¡Ah, aquí llega otro! —exclamó Hagrid con orgullo cuando otro caballo negro salió de entre los oscuros árboles. El animal plegó sus coriáceas alas, las pegó al cuerpo, agachó la cabeza y también se puso a comer— A ver, que levanten la mano los que puedan verlos.
Arlina la levantó. Estaba muy contenta porque recién había descubierto que esos increíbles animales eran su patronus. Hagrid le hizo una seña con la cabeza.
—Sí, claro, ya sabía que tú los verías, Arlina —dijo con seriedad—. Y tú también, eh...
—Perdone —dijo Malfoy con una voz socarrona—, pero ¿qué es exactamente eso que se supone que tendríamos que ver?
Por toda respuesta, Hagrid señaló el cuerpo de la vaca muerta que yacía en el suelo. Los alumnos la contemplaron unos segundos; entonces varios de ellos ahogaron un grito y alguien se puso a chillar. Arlina entendió por qué: lo único que veían eran trozos de carne que se separaban solos de los huesos y desaparecían, y era lógico que lo encontraran muy extraño.
—¿Quién lo hace? —preguntó Parkinson, aterrada, retirándose hacia el árbol más cercano— ¿Quién se está comiendo esa carne?
—Son thestrals —respondió Hagrid con orgullo—. Hay una manada en Hogwarts. Veamos, ¿quién sabe...?
—Pero ¡si traen muy mala suerte! —lo interrumpió Susan Bones, alarmada—. Dicen que causan todo tipo de desgracias a quien los ve. Una vez la profesora Trelawney dijo...
—¡No, no, no! —negó Hagrid chasqueando la lengua— ¡Eso no son más que supersticiones! Los thestrals no traen mala suerte. Son inteligentísimos y muy útiles. Bueno, estos de aquí no tienen mucho trabajo, sólo tiran de los carruajes del colegio, a menos que Dumbledore tenga que hacer un viaje largo y no quiera aparecerse. Mirad, ahí llega otra pareja...
Dos caballos más salieron despacio de entre los árboles; uno de ellos pasó muy cerca de Parkinson, que se estremeció y se pegó más al árbol, diciendo:
—¡Me parece que noto algo! ¡Creo que está cerca de mí!
—No te preocupes, no te hará ningún daño —le aseguró Hagrid con paciencia—. Bueno, ¿quién puede decirme por qué algunos de ustedes los ven y otros no?
Arlina levantó la mano.
—Adelante —dijo Hagrid sonriéndole.
—Los únicos que pueden ver a los thestrals —explicó Arlina— son los que han visto la muerte.
—Exacto —confirmó Hagrid solemnemente—. Diez puntos para Hufflepuff. Verán, los thestrals...
—Ejem, ejem.
La profesora Umbridge había llegado. Estaba a unos palmos de Arlina, luciendo su capa y su sombrero verdes, y con el fajo de hojas de pergamino preparado. Hagrid, que nunca había oído aquella tosecilla falsa de la profesora Umbridge, miró preocupado al thestral que tenía más cerca, creyendo que era el animal el que había producido aquel sonido.
—Ejem, ejem.
—¡Ah, hola! —saludó Hagrid, sonriendo, cuando por fin localizó el origen de aquel ruidito.
—¿Ha recibido la nota que le he enviado a su cabaña esta mañana? —preguntó la profesora Umbridge hablando despacio y elevando mucho la voz, como había hecho anteriormente para dirigirse a Hagrid. Era como si le hablara a un extranjero corto de entendimiento— La nota en la que le anunciaba que iba a supervisar su clase.
—Sí, sí —afirmó Hagrid muy contento—. ¡Me alegro de que haya encontrado el sitio! Bueno, como verá..., o quizá no... No lo sé... Hoy estamos estudiando los thestrals.
—¿Cómo dice? —preguntó la profesora Umbridge en voz alta, llevándose la mano a la oreja y frunciendo el entrecejo.
Hagrid parecía un poco confundido.
—¡Thestrals! —gritó—. Esos... caballos alados, grandes, ¿sabe?
Hagrid agitó sus gigantescos brazos imitando el movimiento de unas alas. La profesora Umbridge lo miró arqueando las cejas y murmuró mientras escribía en una de sus hojas de pergamino:
—Tiene... que... recurrir... a... un... burdo... lenguaje... corporal.
—Bueno..., en fin... —balbuceó Hagrid, y se volvió hacia sus alumnos. Parecía un poco aturullado—. Esto..., ¿por dónde iba?
—Presenta... signos... de...escasa... memoria... inmediata —murmuró la profesora Umbridge lo bastante alto para que todos pudieran oírla.
Draco Malfoy estaba exultante, como si las Navidades se hubieran adelantado un mes. Arlina, en cambio, estaba roja de ira reprimida.
—¡Ah, sí! —exclamó Hagrid, y echó una ojeada a las notas de la profesora Umbridge, inquieto. Pero siguió adelante con valor— Sí, les iba a contar por qué tenemos una manada. Pues verán, empezamos con un macho y cinco hembras. Éste —le dio unas palmadas al caballo que había aparecido en primer lugar— se llama Tenebrus y es mi favorito. Fue el primero que nació aquí, en el bosque...
—¿Se da cuenta de que el Ministerio de Magia ha catalogado a los thestrals como criaturas peligrosas? —dijo Umbridge en voz alta interrumpiendo a Hagrid.
A Arlina se le encogió el corazón. Hagrid se limitó a chasquear la lengua.
—¡Qué va, estos animales no son peligrosos! Bueno, quizá te peguen un bocado si los fastidias mucho...
—Parece... que... la... violencia... lo motiva —murmuró la profesora Umbridge, y continuó escribiendo en sus notas.
—¡En serio, no son peligrosos! —dijo Hagrid, que se estaba poniendo un poco nervioso— Mire, los perros muerden cuando se los molesta, ¿no? Lo que pasa es que los thestrals tienen mala reputación por eso de la muerte. Antes la gente creía que eran de mal agüero, ¿verdad? Porque no lo entendían, claro.
La profesora Umbridge no hizo ningún comentario más; terminó de escribir la última nota, levantó la cabeza, miró a Hagrid y volvió a hablar lentamente y en voz alta:
—Continúe dando la clase, por favor. Yo voy a pasearme —con mímica hizo como que caminaba y Malfoy y Pansy Parkinson rieron a carcajadas, aunque sin hacer ruido— entre los alumnos —señaló a unos cuantos estudiantes— y les haré preguntas —añadió, señalándose la boca mientras movía los labios.
Hagrid se quedó mirándola; no se explicaba por qué la profesora Umbridge actuaba como si él no entendiera su idioma. Arlina tenía lágrimas de rabia en los ojos, y sentía perfectamente cómo Hannah sostenía su muñeca para impedirle hacer algo.
—¡Eres una arpía! —dijo por lo bajo mientras la bruja se acercaba a Pansy Parkinson— Ya sé lo que pretendes, asquerosa, retorcida y malvada...
—Bueno —continuó Hagrid haciendo un esfuerzo por recuperar el hilo de sus ideas—... Thestrals. Sí. Verán, los thestrals tienen un montón de virtudes...
—¿Te resulta fácil —le preguntó la profesora Umbridge a Pansy Parkinson con voz resonante— entender al profesor Hagrid cuando habla?
Pansy, como Arlina, tenía lágrimas en los ojos, pero las suyas eran de risa. Cuando contestó, apenas se la entendió porque, al mismo tiempo que hablaba, intentaba contener una carcajada.
—No..., porque..., bueno..., no pronuncia muy bien...
La profesora Umbridge escribió más notas. Las pocas zonas de la cara de Hagrid que no estaban amoratadas se pusieron rojas, pero intentó fingir que no había oído la respuesta de Pansy.
—Esto..., sí, son muy buenos chicos, los thestrals. Bueno, una vez que estén domados, como éstos, nunca volverán a perderlos. Tienen un sentido de la orientación increíble, sólo hay que decirles adónde quieres ir...
—Lo increíble es que esos caballos lo entiendan a él, desde luego —observó Malfoy en voz alta, y Pansy Parkinson tuvo otro ataque de risa. La profesora Umbridge les sonrió con indulgencia y luego se volvió hacia el chico de Slytherin que podía ver también a los thestrals.
—¿Tú puedes ver a los thestrals? —inquirió. El chico asintió con la cabeza— ¿A quién has visto morir? —preguntó nuevamente con indiferencia.
—A... mi abuelo —contestó.
—¿Y qué opinas de ellos? —continuó la profesora Umbridge, señalando con una mano pequeña y regordeta a los caballos, que ya habían arrancado una gran cantidad de carne a la res, dejándola reducida a los huesos.
—Pues —dijo, acongojado, y miró a Hagrid—... Pues... están... muy bien.
—Los... alumnos... están... demasiado... intimidados... para... admitir... que... tienen... miedo —murmuró la profesora Umbridge tomando otra nota en sus pergaminos—. Bueno, Hagrid —se volvió hacia él una vez más, y elevó el tono de voz—, creo que ya he recogido suficiente información. Recibirá —mediante signos hizo como que cogía algo que estaba suspendido en el aire— los resultados de su supervisión —señaló sus notas— dentro de diez días.
Y levantó ambas manos, extendiendo mucho los dedos, y a continuación amplió más que nunca aquella sonrisa de sapo bajo el sombrero verde, se abrió paso entre los alumnos y dejó a Malfoy y a Pansy desternillándose de risa... y a Arlina temblando de ira.
—¡Es una repugnante, mentirosa y retorcida gárgola! —vociferaba Arlina mientras se dirigía hacia el comedor de Gryffindor, donde estaban sentados Harry, Ron y Hermione. Greg, con quien se topó a medio camino del Gran Comedor, la seguía preocupado.
Los tres la miraron expectantes, esperando escuchar cómo había ido la supervisión de Umbridge.
—¡No han visto lo que pretende! —les dijo, soltando humo por las orejas a la vez que se sentaba frente al trío. Greg le masajeó un poco el hombro, asustado por verla tan enojada, tratando de calmarla, mientras se sentaba a su lado.
—Oh, por Merlín, ¿tan mal estuvo? —preguntó Hermione, preocupada.
—¡Sí! Y es todo por esa fobia que le tiene a los híbridos. Intenta que parezca que Hagrid es una especie de trol idiota, y sólo porque tenía una madre giganta. ¡No hay derecho!
—¿Y Hagrid cómo estuvo? —preguntó Greg.
—La clase no ha estado nada mal —respondió—. Nos enseñó a los thestrals, son prácticamente inofensivos; de hecho, tratándose de Hagrid, estuvieron muy bien. Pero Umbridge no dejaba de escribir cosas horribles en su reporte. ¡Lo describía como alguien retrasado y torpe! —masculló, y respoló, cruzándose de brazos— Tengo que hacer algo.
—Arlina... —le advirtió Greg.
—¿Cómo qué? —preguntó Ron, fascinado y curioso por la idea malévola que tendría.
—Aún no lo sé. Pero esto no va a quedarse así —prometió—. Nos vemos después —se despidió, sin esperar a que respondiera, y jaló a Greg con ella. Ambos salieron del Gran Comedor, Arlina sin dejar de maldecir a Umbridge y Greg tratando de calmarla.
—Vaya —suspiró Ron—. Creo que nunca la había visto tan furiosa. ¿Creen que realmente haga algo malo?
—Arlina es una chica muy dulce y bondadosa —comentó Hermione, mirando el camino por donde su amiga se había ido—, pero nunca me gustaría hacerla enojar.
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