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40. Expecto patronum


Durante las dos semanas siguientes, Arlina tuvo la impresión de que llevaba una especie de talismán dentro del pecho, un secreto íntimo que la ayudaba a soportar las clases de la profesora Umbridge y que incluso le permitía sonreír de manera insulsa cuando la miraba a los espantosos y saltones ojos. El ED le oponía resistencia delante de sus propias narices, practicando precisamente lo que más temían ella y el Ministerio, y durante sus clases, cuando se suponía que Arlina estaba leyendo el libro de Wilbert Slinkhard, lo que hacía en realidad era recordar los momentos más satisfactorios de las últimas reuniones del ED: Neville había conseguido desarmar a Hermione; Colin Creevey había realizado a la perfección el embrujo paralizante; después de tres sesiones de duros esfuerzos, Parvati Patil había hecho una maldición reductora tan potente que había convertido en polvo la mesa de los chivatoscopios...

Resultaba casi imposible escoger una noche a la semana para las reuniones del ED. Pero eso no preocupaba a Arlina: era mejor que sus reuniones no tuvieran un horario fijo. Si alguien estaba observándolos, iba a costarle mucho descubrir un sistema predeterminado.

Hermione no tardó en idear un método muy ingenioso para comunicar la fecha y la hora de la siguiente reunión a los miembros del ED por si había que cambiarlas en el último momento, porque habría resultado sospechoso que los estudiantes de diferentes casas cruzaran el Gran Comedor para hablar entre ellos demasiado a menudo. Entregó a cada uno de los miembros del ED un galeón falso (Ron se emocionó mucho cuando vio por primera vez el cesto, convencido de que estaba regalando oro de verdad).

—¿Ven los números que hay alrededor del borde de las monedas? —dijo Hermione mostrándoles una para que la examinaran al final de su cuarta reunión. La moneda, gruesa y amarilla, reflejaba la luz de las antorchas—. En los galeones auténticos no son más que un número de serie que se refiere al duende que acuñó la moneda. En estas monedas falsas, sin embargo, los números cambiarán para indicar la fecha y la hora de la siguiente reunión. Las monedas se calentarán cuando cambie la fecha, de modo que si las llevan en un bolsillo lo notarán. Cogeremos una cada uno, y cuando Harry y Arlina decidan la fecha de la siguiente reunión, modificarán los números de su moneda, y los de las demás también cambiarán para imitar los de la de Harry y Arlina porque Arlina les ha hecho un encantamiento proteico.

Las palabras de Hermione fueron recibidas con un silencio sepulcral. Ella observó a sus compañeros, que la miraban desconcertados.

—No sé, me pareció buena idea —balbuceó—. Porque aunque la profesora Umbridge nos ordenara vaciar nuestros bolsillos, no hay nada sospechoso en llevar un galeón, ¿no? Pero..., bueno, si no quieren utilizarlas...

—Arlina, ¿sabes hacer un encantamiento proteico? —le preguntó Terry Boot.

—Sí.

—Pero si eso..., eso corresponde al nivel de ÉXTASIS —comentó con un hilo de voz.

—Sí, bueno..., sí, supongo que sí.

—Chicas, ¿por qué no las pusieron en Ravenclaw? —inquirió Ron mirando a Hermione y Arlina maravillado— ¡Esta idea de los galeones es estupenda! ¡Y saber hacer un encantamiento proteico...! ¡Vaya!

—En realidad, el Sombrero Seleccionador no sabía si ponerme en Hufflepuff o en Slytherin —confesó Arlina, lo que consiguió muchas miradas de asombro, incluida la de Harry, pero no la de Hermione o Greg, pues a ellos ya se los había contado anteriormente—. Pero le pedí que me pusiera en Hufflepuff para estar en la misma casa en que mi madre estuvo.

Y porque ahí estaba Cedric..., pensó tristemente.

—En cuanto a mí, el Sombrero Seleccionador estuvo a punto de mandarme a Ravenclaw —contestó Hermione alegremente—, pero al final se decidió por Gryffindor. Bueno, ¿qué dicen? ¿Quieren usar los galeones?

Hubo un murmullo de aprobación general, y los compañeros se acercaron al cesto para coger su moneda. Harry miró de reojo a Arlina.

—¿Sabes a qué me recuerda esto?

—No, ¿a qué?

—A las cicatrices de los mortífagos. Cuando Voldemort toca a uno de ellos, todos notan que les queman las cicatrices y así saben que tienen que reunirse con él.

—Sí, lo sé —contestó Arlina con tranquilidad—. De ahí fue de donde Hermione sacó la idea, según me dijo cuando me llamó para pedirme que hiciera el encantamiento proteico en ellas... Pero te habrás dado cuenta de que Hermione decidió grabar la fecha en unos trozos de metal, y no en la piel de los miembros del grupo —dijo con una media sonrisa y las cejas arqueadas.

—Sí, claro... Lo prefiero así —respondió Harry, sonriente, y se guardó un galeón en el bolsillo—. Supongo que el único peligro de este sistema es que nos gastemos las monedas sin querer.

—Lo veo difícil —intervino Ron, que estaba examinando su galeón falso con cierta tristeza—. Yo no tengo ni un solo galeón auténtico con el que confundirlo.

o

Las reuniones del ED se volvían cada vez más emocionantes. Neville había logrado desarmar a todos sin ningún titubeo, Nigel había petrificado a su hermano y Luna había conseguido hechizar las piernas de Angelina para que tuvieran la misma capacidad de movimiento que la gelatina. Harry y Arlina se reunían de vez en cuando para planificar las siguientes clases, hasta que llegó el día en que Harry sugirió enseñar el encantamiento patronus para protegerlos de los dementores, aquellas criaturas que al parecer ahora estaban del lado de Voldemort.

—Tendrás que dar tú esa clase, Harry. Nunca he practicado ese encantamiento.

Harry se mostró claramente sorprendido.

—Pero... Pero tú sabes hacer todo.

Arlina sonrió, halagada de que la tuviera casi en un pedestal en cuanto a hechizos.

—No todo, Harry. Y ciertamente no sé conjurar un patronus. No sé por qué, pero Garrett nunca me enseñó —dijo, pensativa, de repente preguntándose por qué nunca su tío nunca había sugerido enseñarle tal hechizo, cuando le había enseñado otros igual de complicados.

—B-bueno... Tal vez yo pueda enseñarte.

Con un toque pícaro, Arlina sonrió.

—La verdad es que te he enseñado algunos hechizos para que me apoyaras en algunas lecciones, así que... sí, tal vez sea tu turno de enseñarme —jugueteó, y se levantó de la banca que formaba el comedor de las cocinas, donde siempre se reunían cuando querían hablar sin que nadie los interrumpiera y donde muy cómodamente planificaban las siguientes reuniones—. Vamos.

Cuando llegaron a la Sala de los Menesteres, no se soprendieron de encontrarla tal y como la habían dejado la última vez que la usaron para la reunión en que practicaron el encantamiento protego.

—El patronus es una especie de forma positiva y funciona como un escudo para que el dementor se alimente de él y no del mago, y para que funcione... debes pensar en un recuerdo, pero no cualquier recuerdo. Debe ser el recuerdo más feliz que tengas.

—¿Un recuerdo? —preguntó, algo sorprendida. Nunca había investigado mucho sobre el encantamiento patronus, así que jamás se habría imaginado que para hacerlo necesitaría de un recuerdo feliz— De acuerdo... —respondió, empezando a ponerse nerviosa y pensando que sonaba mucho más difícil de lo que se había imaginado.

—Piensa en ese recuerdo, siéntelo como si lo estuvieras reviviendo. Y cuando lo tengas, mueve la varita de esta forma y di expecto patronum.

Arlina asintió, inhaló y exhaló, sacando su varita y posicionándose de una forma cómoda y estable. Pensó, trató de recordar, y ni siquiera necesitó más de dos segundos para que su mente trajera a la superficie su recuerdo más feliz. Ahí estaba, ése era. No había duda.

Los restantes regalos de Arlina fueron tan satisfactorios como el que le dio Winky. Hermione le había regalado un libro que se titulaba Historia de los elfos y su llegada a la esclavitud; Greg, una bolsa rebosante de dulces de miel; Garrett, una práctica navaja con accesorios para abrir cualquier cerradura y deshacer todo tipo de nudos, y Moody, una caja bien grande de chucherías que incluían los favoritos de Arlina: ranas de chocolate y chicles superhinchables. Estaban también un montón de pastelillos caseros de Navidad de parte del señor y la señora Diggory. Luego, vio una pequeña cajita de cartón, plateada y con un moño color tinto. Se quedó demasiado estupefacta para hacer ruido cuando la abrió.

Era un brazalete plateado con un guardapelo ovalado, que al principio pensó que sería un reloj, pero se equivocó al abrirlo y ver una fotografía de ella sonriendo a la cámara, con Cedric abrazándola.

Arlina se apresuró a vestirse con unos vaqueros oscuros, unas botas cafés y un jersey azul con cuello de cisne, finalmente poniéndose su nuevo brazalete y arreglándose el cabello en una trenza.

Corrió fuera de su dormitorio para encontrarse con Cedric, quien la esperaba con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Arlina se lanzó a él y le dio un abrazo de oso.

—Me encantó el regalo, Arli, muchas gracias.

—Gracias a ti por el brazalete. ¡Es muy hermoso, Ced!

—Oigan, yo también quiero un abrazo —interrumpió Greg, sin esperar a que voltearan a verlo, y se lanzó a ellos y los abrazó con fuerza—. ¡Feliz Navidad, chicos!

—Feliz Navidad, Greg —respondieron al unísono entre risas.

Hasta ahora, estaba siendo una Navidad perfecta.

Se trataba de la última vez que ella, Cedric y Greg tuvieron un abrazo grupal, y fue la Navidad en que Cedric le obsequió aquel brazalete que ahora significaba mucho más para ella y que nunca se quitaba. Abrió la tapa del medallón de la pulsera y observó la fotografía. Por primera vez no sintió tristeza al verlo, sino felicidad y nostalgia. Porque ahí estaba. Cedric siempre estaba y estaría ahí, aunque no pudiera verlo.

—¡Expecto patronum! —exclamó.

Y de la punta de su varita surgió un hilo de gas plateado que, cuando Arlina recordó la sonrisa de Cedric, se extendió con fuerza y creció hasta volverse un animal plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía un caballo. Galopaba en silencio y de forma elegante, alejándose de ella por la superficie negra del suelo de la sala. El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Arlina a medio galope, cruzando la sala. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un thestral. Brillaba tanto como una luna llena... Regresaba hacia ella, viéndola con sus ojos grandes y plateados, hasta que se desvaneció y la sala volvió a su normal oscuridad.

—Un thestral —murmuró Arlina, apenas reaccionando—. No tenía idea de que un patronus fuera tan hermoso.

Harry la miraba asombrado, más que maravillado con el tamaño del patronus.

—Es increíble. Lo has hecho al primer intento. Tu recuerdo debe ser muy potente.

—Sí —admitió, sonriendo de lado, y volviendo a cerrar la tapa del brazalete—. Lo es.

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