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35. Suma Inquisidora


Picasso aterrizó en el hombro de Arlina después de dejar caer sobre sus manos el periódico. Harry, Ron y Hermione la miraron sorprendidos cuando soltó un grito ahogado. Puso el periódico sobre la mesa para enseñar una gran fotografía de Dolores Umbridge que lucía una amplia sonrisa en los labios y pestañeaba lentamente bajo el siguiente titular:

El ministerio emprende la reforma educativa y nombra a Dolores Uumbridge primera Suma Inquisidora.

—¿La profesora Umbridge "Suma Inquisidora"? —repitió Harry, desconcertado. La tostada que estaba comiendo se le cayó de los dedos— ¿Qué significa eso?

Arlina leyó en voz alta.

Anoche el Ministerio de Magia tomó una decisión inesperada y aprobó una nueva ley con la que alcanzará un nivel de control sin precedentes sobre el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. "Hace tiempo que el ministro está preocupado por los sucesos ocurridos en Hogwarts —explicó el asistente del ministro, Percy Weasley—. Y el paso que acaba de dar ha sido la respuesta a la preocupación manifestada por muchos padres angustiados respecto a la orientación que está tomando el colegio, una orientación con la que no están de acuerdo".

No es la primera vez en las últimas semanas que el ministro, Cornelius Fudge, utiliza nuevas leyes para introducir mejoras en el colegio de magos. Recientemente, el 30 de agosto, se aprobó el Decreto de Enseñanza no. 22 para asegurar que, en caso de que el actual director no pudiera nombrar a un candidato para un puesto docente, el Ministerio tuviera derecho a elegir a la persona apropiada.

"Así fue como Dolores Umbridge ocupó su actual puesto como profesora en Hogwarts —explicó Weasley anoche—. Dumbledore no encontró a nadie para impartir la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras... y por eso el ministro nombró a Dolores Umbridge, lo que ha constituido, por supuesto, un éxito inmediato..."

—¿Que ha sido qué? —saltó Harry.

—¡Shh! —lo calló Hermione, atenta a las palabras que recitaba Arlina.

"... por supuesto, un éxito inmediato porque ha revolucionado por completo el sistema de enseñanza de dicha asignatura y porque así proporciona al ministro información de primera mano sobre lo que está pasando en Hogwarts".

El Ministerio ha formalizado esta última función con la aprobación del Decreto de Enseñanza n.° 23, que crea el nuevo cargo de Sumo Inquisidor de Hogwarts.

"De este modo se inicia una emocionante nueva fase del plan del ministro para poner remedio a lo que algunos llaman el "descenso de nivel" de Hogwarts —explicó Weasley—. El Inquisidor tendrá poderes para supervisar a sus colegas y asegurarse de que su trabajo alcance el nivel requerido. El ministro ha ofrecido este cargo a la profesora Umbridge, además del puesto docente, y estamos encantados de anunciar que ella lo ha aceptado".

Las nuevas medidas adoptadas por el Ministerio han recibido el entusiasta apoyo de los padres de los alumnos de Hogwarts.

"Estoy mucho más tranquilo desde que sé que Dumbledore estará sometido a una evaluación justa y objetiva —declaró el señor Lucius Malfoy, de 41 años, en su mansión de Wiltshire—. Muchos padres, que queremos lo mejor para nuestros hijos, estábamos preocupados por algunas de las descabelladas decisiones que ha tomado Dumbledore en los últimos años y nos alegra saber que el Ministerio controla la situación".

Entre esas "descabelladas decisiones" están sin duda los controvertidos nombramientos docentes, anteriormente descritos en este periódico, que incluyen al hombre lobo Remus Lupin, al semigigante Rubeus Hagrid y al engañoso exauror Ojoloco Moody.

Abundan los rumores, desde luego, de que Albus Dumbledore, antiguo Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos y Jefe de Magos del Wizengamot, ya no está en condiciones de dirigir el prestigioso Colegio Hogwarts.

"Creo que el nombramiento de la Inquisidora es un primer paso hacia la garantía de que Hogwarts tenga un director en quien todos podamos depositar nuestra confianza", afirmó una persona perteneciente al Ministerio.

Dos de los miembros de mayor antigüedad del Wizengamot, Griselda Marchbanks y Tiberius Ogden, han dimitido como protesta ante la introducción del cargo de Inquisidor de Hogwarts.

"Hogwarts es un colegio, no un puesto de avanzada del despacho de Cornelius Fudge —afirmó la señora Marchbanks—. Esto no es más que otro lamentable intento de desacreditar a Albus Dumbledore".

Arlina terminó de leer y miró a Hermione, que estaba sentada al otro lado de la mesa con Ron, mientras Harry estaba a su lado.

—¡Ahora ya sabemos por qué han puesto a Umbridge! —gritó Hermione en un susurro.

—¡Fudge aprobó el Decreto de Enseñanza y nos la ha impuesto! —siguió Arlina. Respiraba muy deprisa y le brillaban los ojos.

—¡Y ahora va y le da poderes para supervisar a los otros profesores! —Hermione concluyó— No puedo creerlo.

—¡Es un escándalo! —acordó Arlina, y sintió la mano de Harry tomar su muñeca, pues agarrarle la mano sería un error, ya que seguía teniendo el débil trazo de Harry, que la profesora Umbridge le había obligado a grabarle en la piel.

—Ustedes dos juntas me aterran —confesó Ron de la nada, tras un minuto de silencio. Entonces, en su cara estaba dibujándose una sonrisa.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry, observándolo.

—Es que me muero de ganas de ver cómo supervisan a la profesora McGonagall —dijo Ron alegremente—. Umbridge va a enterarse de lo que es bueno.

—En fin, vámonos —propuso Hermione poniéndose en pie—. Si piensa supervisar la clase de Binns, será mejor que no lleguemos tarde...

—Después me cuentan cómo les fue. Tengo Herbología.

Picasso voló por encima de su nueva dueña, saliendo del Gran Comedor. Arlina se levantó con prisa y se cargó la mochila al hombro. Pero antes de irse, sin pensarlo, depositó un simple y corto beso en la mejilla de Harry, quien se puso colorado con una sonrisa bobalicona.

—¿Ya son novios? —preguntó Ron de golpe.

Hermione lo miró con malos ojos, diciéndole sin palabras que se callara.

—Yo... no lo sé —admitió Harry, frunciendo el ceño con confusión y borrando la sonrisa—. No lo hemos hablado.

—¡Vamos! —resopló Ron—. Están muy enamorados desde el año pasado y desde entonces nunca se separan. Si eso no es noviazgo, entonces no sé qué lo sea.

—Ron, basta. Ellos ni siquiera han hablado de sus sentimientos... ¿O sí?

El ánimo de Harry decayó. Se sintió como si lo desinflaran.

—Eh, pues, no. Creo que no...

Él y Arlina se tomaban de las manos, se sentaban juntos en las clases que coincidían, de vez en cuando se daban esporádicos besos en las mejillas, y habían compartido alguno que otro beso en los labios cuando un momento se tornaba romántico.

Sin embargo, nunca lo habían discutido. Y es que... no era necesario. Era como si los dos ya conocieran las emociones del otro, y se lo demostraban. ¿Hacían falta las palabras? Si ése era el caso, ¿debería sacar a relucir el tema? Si lo hacía, ¿cómo se lo decía?

Entonces sintió como si le hubieran golpeado con un martillo a sus ideas. ¿Realmente conocía los sentimientos de Arlina? ¿Qué tal si ella no se sentía igual?

o

Arlina no tuvo que esperar a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para ver a la profesora Umbridge. Estaba sentada en la última fila de la lóbrega aula de Adivinación, sacando de su mochila el diario de sueños, cuando Ron le dios un codazo en las costillas a ella y a Harry; Arlina giró la cabeza y observó que la profesora Umbridge entraba por la trampilla del suelo. La clase, que hasta entonces hablaba alegremente, guardó silencio de inmediato. El brusco descenso del ruido hizo que la profesora Trelawney, que se paseaba repartiendo copias de El oráculo de los sueños, se volviera para ver qué sucedía.

—Buenas tardes, profesora Trelawney —saludó la profesora Umbridge sonriendo ampliamente—. Espero que haya recibido mi nota en la que le indicaba la fecha y la hora en que la supervisaría.

La profesora Trelawney asintió con sequedad y, muy contrariada, le dio la espalda a la profesora Umbridge y siguió repartiendo los libros. Sin dejar de sonreír, la profesora Umbridge cogió el respaldo de la butaca que había más cerca y la arrastró hasta la parte delantera de la clase para colocarla unos centímetros por detrás de la profesora Trelawney. Entonces se sentó, sacó las hojas de pergamino de su floreado bolso y se quedó mirando expectante a su colega esperando que comenzara la clase.

La profesora Trelawney se ciñó los chales con manos ligeramente temblorosas y miró a sus alumnos a través de sus gafas de cristales de aumento.

—Hoy vamos a continuar con nuestro estudio de los sueños proféticos —dijo en un valeroso intento de adoptar su tono místico, aunque la voz también le temblaba un poco—. Cóloquense por parejas, por favor, e interpreten las últimas visiones nocturnas de su compañero con la ayuda del libro.

Arlina abrió su ejemplar de El oráculo de los sueños mirando disimuladamente a la profesora Umbridge, que había empezado a tomar notas. Pasados unos minutos, ésta se levantó y empezó a pasearse por el aula siguiendo a la profesora Trelawney, escuchando las conversaciones que mantenía con los alumnos y haciendo preguntas de vez en cuando.

Harry agachó la cabeza sobre su libro rápidamente.

—Deprisa, piensa un sueño por si el sapo viene hacia aquí.

Arlina se lamentó se haberle dicho ese insulto que Garrett usaba para referirse a Umbridge.

—Harry, deberías ser honesto y no inventarlo —protestó Arlina.

—¡Ay, no sé! —dijo Harry, desesperado. No recordaba haber soñado nada en los últimos días—. Ah, soñé que estaba... ahogando a Snape en mi caldero.

Arlina rodó los ojos y contuvo la risa mientras abría El oráculo de los sueños, sabiendo que Harry mentía.

—Bien. Tenemos que sumar tu edad a la fecha en que tuviste el sueño, y el número de letras del tema...

La profesora Umbridge estaba de pie detrás de la profesora Trelawney, echando un vistazo por encima de su hombro y tomando notas, mientras la profesora de Adivinación interrogaba a Neville sobre su diario de sueños.

—A ver, ¿cuándo lo soñaste? —le preguntó Arlina, enfrascada en sus cálculos.

—Mmm... anoche —respondió Harry intentando escuchar lo que Dolores Umbridge estaba diciéndole a la profesora Trelawney.

—Harry, ¿puedes relajarte y actuar como si no estuviera? No quiero que nos ponga otro castigo.

En ese momento ya sólo estaban a una mesa de distancia de ellos. La profesora Umbridge anotaba algo más, y la profesora Trelawney parecía sumamente molesta.

—Dígame —dijo la profesora Umbridge mirando a su colega—, ¿cuánto tiempo hace exactamente que imparte esta clase?

La profesora Trelawney la observó frunciendo el entrecejo, con los brazos cruzados y los hombros encorvados, como si quisiera protegerse cuanto pudiera de la humillación que suponía aquel examen.

Con lo cerca que estaban las profesoras, Arlina no tuvo más opción que escuchar el interrogatorio.

—Casi dieciséis años.

—Eso es mucho tiempo —repuso la profesora Umbridge, y lo anotó en sus hojas de pergamino—. ¿Y fue el profesor Dumbledore quien le ofreció el puesto?

—Sí —respondió la profesora Trelawney con sequedad.

La profesora Umbridge lo apuntó también.

—¿Y es usted la tataranieta de la famosa vidente Cassandra Trelawney?

—Sí —respondió la profesora levantando un poco más la barbilla.

Otra nota en las hojas de pergamino.

—Pero tengo entendido, y corríjame si me equivoco, que usted es la primera de su familia, desde Cassandra, que tiene el don de la clarividencia.

—Estos dones suelen saltarse... tres generaciones —repuso la profesora Trelawney.

La sonrisa de sapo de la profesora Umbridge se ensanchó un poco más.

—Claro, claro —dijo con dulzura, y tomó otra nota—. ¿Podría predecirme algo, por favor? —preguntó, y miró inquisidoramente a su colega sin dejar de sonreír.

La profesora Trelawney se puso tensa, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.

—Perdone, pero no la entiendo —dijo cogiendo convulsivamente el chal que tenía alrededor del esquelético cuello.

—Me gustaría que me predijera algo —repitió la profesora Umbridge con toda claridad.

Harry y Arlina ya no eran los únicos que observaban y escuchaban. La mayoría de los estudiantes miraban perplejos a la profesora Trelawney, que se enderezó completamente haciendo tintinear sus brazaletes y sus collares de cuentas.

—¡El Ojo Interior no ve nada por encargo! —respondió escandalizada.

—Bien —dijo la profesora Umbridge, y tomó una nueva nota.

—Pero... ¡un momento! —exclamó de pronto la profesora Trelawney en un intento de recuperar su tono etéreo, aunque el efecto místico se malogró un poco porque la voz le temblaba de rabia—. Creo..., creo... que veo algo. Algo... que la concierne a usted... Sí, noto algo..., algo tenebroso..., un grave peligro...

La profesora Trelawney señaló con un tembloroso dedo a la profesora Umbridge, que siguió sonriéndole de manera insulsa con las cejas arqueadas.

—Me temo... ¡Me temo que corre un grave peligro! —concluyó la profesora Trelawney con dramatismo.

Se produjo un silencio. La profesora Umbridge todavía tenía las cejas arqueadas.

—Muy bien —repuso en voz baja, y volvió a hacer una anotación—. Si no es capaz de nada mejor...

Se dio la vuelta y dejó a la profesora Trelawney plantada donde estaba mientras ésta respiraba con agitación. Harry miró de reojo a Arlina, llevándose una gran sorpresa: estaba absorta, sumida en su mente, como si estuviera en un trance. Rápidamente entendió que estaba teniendo una visión.

La profesora Trelawney le echó un vistazo con el ceño fruncido, y Harry sintió la necesidad de distraerla para que no se diera cuenta, pero la profesora no estaba sorprendida.

—Mi eclipse —dijo la profesora con tono de preocupación, cuando Arlina volvió a la realidad—, ¿qué viste?

Arlina parpadeó repetidamente, entre aturdida y sorprendida.

—Lo siento, profesora —murmuró con voz triste—. Umbridge..., ella...

Los ojos de la profesora Trelawney se llenaron de lágrimas, asintió agitadamente y se alejó en silencio.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ron, inclinándose por el hombro de Harry y dejando a Neville con la palabra en la boca.

—Acabo de ver a Umbridge sacando a Trelawney del castillo —susurró Arlina.

Dolores permaneció todo el rato de pie, un poco alejada, sin dejar de tomar notas, y cuando sonó la campana fue la primera en bajar por la escalerilla de plata, de modo que ya los esperaba en el aula cuando los alumnos llegaron, diez minutos más tarde, para su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Cuando entraron en el aula la encontraron tarareando y sonriendo. Harry y Ron le contaron a Hermione, que había estado en Aritmancia, lo que había pasado en Adivinación y la visión de Arlina, mientras los alumnos sacaban sus ejemplares de Teoría de defensa mágica, pero antes de que Hermione pudiera preguntar algo, la profesora Umbridge ya los había llamado al orden y todos se habían sentado y callado.

—Guarden las varitas —ordenó sin dejar de sonreír, y los estudiantes más optimistas, que las habían sacado, volvieron a guardarlas con pesar en sus mochilas—. En la última clase terminamos el capítulo uno, de modo que hoy quiero que abran el libro por la página diecinueve y empiecen a leer el capítulo dos, titulado "Teorías defensivas más comunes y su derivación". En silencio, por favor —añadió, y exhibiendo aquella amplia sonrisa de autosuficiencia, se sentó detrás de su mesa.

Los alumnos suspiraron mientras, todos a una, abrían los libros por la página 19. Harry, abatido, se preguntó si habría suficientes capítulos para pasarse el año leyendo en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y cuando estaba a punto de revisar el índice se fijó en que Hermione volvía a tener la mano levantada.

La profesora Umbridge también lo había visto, y no sólo eso, sino que al parecer había diseñado una estrategia por si se presentaba aquella eventualidad. En lugar de fingir que no se había fijado en Hermione, se puso en pie y pasó por la primera hilera de pupitres hasta colocarse delante de ella; entonces se agachó y susurró para que el resto de la clase no pudiera oírla:

—¿Qué ocurre esta vez, señorita Granger?

—Ya he leído el capítulo dos —respondió Hermione.

—Muy bien, entonces vaya al capítulo tres.

—También lo he leído. He leído todo el libro.

La profesora Umbridge parpadeó, pero recuperó el aplomo casi de inmediato.

—Estupendo. En ese caso, podrá explicarme lo que dice Slinkhard sobre los contraembrujos en el capítulo quince.

—Dice que los contraembrujos no deberían llamarse así —contestó Hermione sin vacilar—. Dice que "contraembrujo" no es más que un nombre que la gente utiliza para denominar sus embrujos cuando quieren que parezcan más aceptables.

La profesora Umbridge arqueó las cejas y Arlina se dio cuenta de que estaba impresionada, a su pesar.

—Pero yo no estoy de acuerdo —añadió Hermione.

Las cejas de la profesora Umbridge se arquearon un poco más y su mirada adquirió una frialdad evidente.

—¿No está usted de acuerdo?

—No —contestó Hermione, quien, a diferencia de la profesora, no hablaba en voz baja, sino con una voz clara y potente que ya había atraído la atención del resto de la clase—. Al señor Slinkhard no le gustan los embrujos, ¿verdad? En cambio, yo creo que pueden resultar muy útiles cuando se emplean para defenderse.

—¿Ah, sí? —exclamó la profesora Umbridge olvidando bajar la voz y enderezándose— Pues me temo que es la opinión del señor Slinkhard, y no la suya, la que nos importa en esta clase, señorita Granger.

—Pero...

—Basta —la atajó la profesora Umbridge; a continuación, se dirigió a la parte delantera de la clase y se quedó de pie delante de sus alumnos; todo el garbo que había exhibido al principio de la clase había desaparecido—. Señorita Granger, voy a restarle cinco puntos a la casa de Gryffindor.

Sus palabras desencadenaron un arranque de murmullos.

—¿Por qué? —preguntó Harry, furioso.

—¡Harry, no! —le susurró Arlina, alarmada.

—Por perturbar el desarrollo de mi clase con interrupciones que no vienen al caso —contestó la profesora Umbridge suavemente—. Estoy aquí para enseñarles a utilizar un método aprobado por el Ministerio que no contempla la posibilidad de animar a los alumnos a expresar sus opiniones sobre temas de los que no entienden casi nada. Es posible que sus anteriores profesores de esta disciplina les hayan permitido más libertades, pero dado que ninguno de ellos, tal vez con la excepción del profesor Quirrell, que al menos se limitó a abordar temas apropiados para su edad, habría aprobado una supervisión del Ministerio...

—Sí, Quirrell era un profesor excelente —dijo Harry en voz alta—, pero tenía un pequeño inconveniente: que por su turbante se asomaba lord Voldemort.

Esa declaración fue recibida con uno de los silencios más aplastantes que Harry había oído en su vida. Y entonces...

—Creo que le sentará bien otra semana de castigos, Potter —sentenció la profesora Umbridge sin alterarse.

—¡Pero...!

—¿Acaso —lo interrumpió con voz dulzona y una sonrisa maquiavélica—... le gustaría que la señorita Winchester lo acompañara?

Harry tragó todas sus palabras, sus manos empezaron a sudarle, y negó fervientemente con la cabeza.

—No, profesora —dijo con la voz más cordial que pudo fingir.

La profesora ensanchó su sonrisa, y Harry supo que era por la alegría de haber encontrado su punto débil.

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