28. Sirius Black
Harry se quedó inmóvil, mirando a través del umbral hacia el oscuro rellano del piso de arriba; aguzó el oído por si se producían más ruidos, pero no captó nada. Vaciló un momento y luego salió de su habitación, deprisa y en silencio, y se colocó al final de la escalera.
El corazón se le subió a la garganta. Abajo, en el oscuro vestíbulo, había gente; sus siluetas se destacaban contra el resplandor de las farolas que entraba por la puerta de cristal de la calle. Eran nueve o diez, y todos, si no se equivocaba, estaban mirándolo.
—Baja la varita, muchacho; a ver si le vas a sacar un ojo a alguien —dijo una voz queda y gruñona.
El corazón de Harry latía con violencia. Conocía aquella voz, pero no bajó la varita.
—¿Profesor Moody? —preguntó con tono inseguro.
—No sé si debes llamarme "profesor" —gruñó la voz—; nunca llegué a enseñar gran cosa, ¿o sí? Baja, queremos verte bien.
Harry bajó un poco la varita, pero sin dejar de asirla con fuerza, y no se movió. Tenía motivos de sobra para desconfiar. Hacía poco que había convivido durante nueve meses con quien él creía que era Ojoloco Moody, para luego enterarse de que no era Moody, sino un impostor; un impostor que, además, previamente a que lo desenmascararan, había intentado matar a Harry.
Pero antes de que pudiera tomar una decisión sobre qué debía hacer, otra voz, ronca y de tono aburrido, subió flotando por la escalera.
—No pasa nada, Potter. Hemos venido a buscarte.
A Harry le dio un vuelco el corazón. También conocía esa voz, aunque hacía un año que no la oía. Tal vez, si él estaba ahí, también estaría Arlina.
—¿Señor Winchester? —preguntó con incredulidad.
—¿Por qué estamos aquí a oscuras? —preguntó una tercera voz, esta vez desconocida, de mujer— ¡Lumos!
La punta de una varita se encendió e iluminó el vestíbulo con una luz mágica. Harry parpadeó. Las personas que había abajo estaban apiñadas alrededor del pie de la escalera, con la mirada fija en él; algunas estiraban el cuello para verlo mejor.
Remus Lupin era quien estaba más cerca de Harry. Aunque todavía era muy joven, Lupin parecía cansado y muy enfermo; tenía más canas que la última vez que lo había visto, y llevaba la túnica más remendada y raída que nunca. Con todo, sonreía abiertamente a Harry, quien intentó devolverle la sonrisa pese a la conmoción.
—¡Oh! Es como me lo imaginaba —dijo la bruja que mantenía la varita iluminada en alto. Parecía la más joven del grupo; tenía el pálido rostro en forma de corazón, ojos oscuros y centelleantes, y el cabello corto, de punta y de color violeta intenso—. ¿Qué hay, Harry?
—Sí, entiendo lo que quieres decir, Remus —terció un mago negro y calvo que estaba al fondo; tenía una voz grave y pausada y llevaba un arete de oro en la oreja—. Es igual a James.
Garrett Winchester miraba con recelo a Harry, entrecerrando sus ojos.
—¿Estás seguro de que es él, Lupin? —masculló— Menudo problema vamos a tener si llevamos a un mortífago que se hace pasar por él. Tendríamos que preguntarle algo que sólo pueda saber el verdadero Potter. A menos que alguien haya traído Veritaserum.
—Harry, ¿qué forma adopta tu patronus? —preguntó Lupin.
—La de un ciervo —contestó Harry nervioso.
—Es él, Garrett —dijo Lupin.
—Bueno, nos vamos, ¿no? —preguntó Harry, después de haber mirado a cada uno de los presentes, perdiendo la esperanza al comprender que Arlina no estaba entre ellos.
—Sí, enseguida —dijo Lupin—. Sólo estamos esperando a que nos den luz verde.
—¿Adónde vamos? ¿A La Madriguera? —inquirió Harry esperanzado.
—No, no vamos a La Madriguera —contestó Lupin—. Eso sería demasiado arriesgado. Hemos montado el cuartel general en un lugar indetectable. Nos ha costado bastante tiempo...
o
Después de la muerte de Cedric, Garrett se había quedado en Hogwarts para mantener el ojo en Arlina, quien con cada día parecía perder más y más luz. Antes de la cena de fin de curso faltó un par de días al colegio para asistir al funeral, el cual tuvo lugar en la colina frente a la casa de los señores Diggory, no lejos de la Jardinera.
Después del entierro, todos los invitados se fueron, excepto Arlina. Garrett no tuvo más opción que quedarse con ella para vigilarla desde cierta distancia, dándole su espacio. Estuvo ahí por una noche y un día, rehusándose a dejar de ver la lápida de su mejor amigo de toda la vida.
Hace muchos años, Garrett perdió a su hermana y pasó por el mismo dolor. Entendía perfectamente el dolor por el que estaba pasando su sobrina.
Arlina fue acompañada por Greg y su gata Helga en todo el tiempo en que estuvieron en el tren de regreso a Inglaterra. Se dejó abrazar por su amigo y durmió recostada en sus piernas después de hacerlo prometer que no dejaría que nadie entrara a darle el pésame.
Apenas pasó una semana de vacaciones, Garrett le explicó todo acerca de la Orden del Fénix y que por eso corrían mucho riesgo. Tendrían que vivir en el cuartel de la Orden, ubicado en Grimmauld Place número 12. Así que empacaron las cosas necesarias y dejaron la Jardinera.
Arlina fue bien recibida. Conoció a otros magos, como Elphias Doge, Dedalus Diggle, Emmeline Vance, Sturgis Podmore, Hestia Jones y Sirius Black (Garrett ya le había explicado la verdadera situación acerca de cómo en realidad era inocente), y saludó a los que ya conocía, como Kingsley Shacklebolt (auror y jefe de Garrett), Remus Lupin (quien en tercer año fue su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras), Tonks (auror y ex aprendiz de Garrett), Moody (ex auror, ex mentor y ex compañero de Garrett), el profesor Snape (a quien le agradeció en privado por su apoyo la noche en que Cedric murió), Dumbledore, la familia Weasley (con excepción de Percy) y Hermione.
Sirius Black era conocedor del dolor que Arlina sufría, por lo que, sabiendo por experiencia cómo se sentía perder a un mejor amigo, la invitó a quedarse en una habitación privada que se encontraba en el último piso, para que tuviera privacidad. Desde entonces no salía de la habitación, y Helga no se apartaba de su lado.
Muchos intentaban animarla, la invitaban a desayunar, comer y cenar con todos abajo. Hermione diario iba a verla y le llevaba un vaso de agua y alguna fruta picada; la mantenía informada de lo que decía El Profeta, de Harry y de lo poco que sabía de la Orden gracias a las orejas extensibles de los gemelos Weasley.
Arlina vio el montoncito de cartas apiladas (todas ellas de Harry) en la mesa de noche, junto a la cama en la que seguía recostada en pijama.
—A Winky no le gusta ver así a la señorita Arlina —dijo con voz aguda y entristecida—. Winky quiere hacerla sentir mejor —hizo un puchero, colocando su mano delgada y fría sobre la de ella—. ¿Winky puede hacer algo por la señorita Arlina? Winky puede traerle comida. ¡La señorita Arlina no ha comido bien en días!
Winky apareció en la Jardinera el día en que Arlina llegó de la estación de trenes con Garrett para recoger las pertenencias que le hacían falta antes de irse al cuartel. Arlina le explicó todo lo sucedido y la invitó a ir con ella. Winky ni siquiera lo pensó y exclamó que la seguiría a cualquier parte.
—Estoy bien, Winky —suspiró, dándose la vuelta y volviendo a acobijarse. Su voz sonaba rasposa y quebrada—. No tengo hambre.
Arlina sólo se levantaba para asearse e ir al baño. Winky constantemente rellenaba su vaso de agua y le traía todo un desayuno exquisitamente bien preparado, pero Arlina lo terminaba regresando al inodoro. No lograba reterner nada en el estómago, pero para quitarse el sabor amargo comía un par de los dulces de miel que Greg le había obsequiado en Navidad.
Un día, Sirius Black tocó la puerta. Winky la abrió ansiosa y le hizo saber lo preocupada que estaba por Arlina. Sirius la calmó y la invitó a ir a descansar un poco en lo que él charlaba con ella.
—No tengo hambre —dijo con voz monótona, anticipando lo que le diría.
—Lo sé —dijo con voz queda—. Y sé que no volverás a tenerla hasta que te sientas mejor.
Esas palabras lograron sacarle una lágrima que cayó rápido sobre la funda de la almohada.
—No estoy segura de que ese día llegue —susurró más bajo de lo que esperaba, echando un vistazo hacia la fotografía de Cedric que le sonreía desde la mesita de noche junto a la cama, a un lado de una vela encendida y unas diminutas flores que Winky cambiaba cada mañana, antes de que Arlina despertara.
—Pero llegará —prometió, acercándose hasta sentarse en el borde de la cama. La miró atentamente, a pesar de que ella seguía viendo la ventana cerrada que no había visto nunca abierta—. Acaba de ocurrir algo con Harry.
Su corazón se aceleró en el siguiente latido. Con esas simples palabras, Sirius consiguió que ella se sentara y lo mirara.
—Unos dementores lo atacaron a él y a su primo. Tuvo que usar magia para defenderse en frente de su primo muggle, pero al Ministerio no parece importarle y lo han citado para una vista. Corre riesgo de que lo expulsen del colegio, pero Dumbledore ya se está haciendo cargo del asunto. Garrett, Moody, Tonks y otros más ya están en camino para ir por él y traerlo.
—¿Qué? —espetó, adaptando una expresión de enfado— ¡No pueden expulsarlo! No pueden. Los dementores lo atacaron. ¿Y qué estaban haciendo un par de dementores en un vecindario muggle? Eso es lo que el Ministerio debería estar investigando, ¡no a Harry! —exclamó indignada.
Sirius pareció divertirse con la reacción de la chica. No la había conocido con otra cara que no fuera de tristeza. A pesar de lo bien que Hermione hablaba de Arlina, Sirius hasta ese momento comprendió por qué a Harry le gustaba tanto, como había descrito en las cartas que le enviaba. Aunque fuera de enojo, sus ojos habían adquirido de repente un brillo que parecía originalmente siempre estar ahí.
—No te preocupes —le sonrió, contento de verla con algo de energía. Le quedó claro que Arlina correspondía a los sentimientos de su ahijado—. Dumbledore no dejará que el Ministerio lo expulse. Estará bien —aseguró, levantándose—. Harry debe estar por llegar y la Orden tendrá una reunión cuando estén los demás.
—¿Finalmente le dirán lo que sucede?
—Quisiera decirle todo —suspiró—. Yo quisiera que todos ustedes supieran más que sólo la idea en general, pero... la mayoría de los miembros de la Orden cree que es más seguro que no lo sepan.
—¿Desde cuándo la ignorancia es más segura? —bufó— Conociendo a esos tres, su curiosidad terminará volcándolos e igualmente se meterán en problemas.
—Pero a ti no —comentó, señalándola—. Es por eso que Garrett ha querido informarte de todo, aunque no seas parte de la Orden.
—Mi tío quiere que sepa todo porque cree que es más seguro que la ignorancia —le corrigió, de todos modos, halagada y con una leve sonrisa.
—Pero le has pedido que no te diga nada más de lo que lo Hermione y Ron saben.
—No podría mentirles —explicó, bajando la mirada a sus dedos—. Menos a Harry —volvió a mirar el montón de cartas que Harry le había enviado en el verano—. Ni siquiera puedo mentirle acerca de lo poco que sé.
—No tendrás que hacerlo. Y, por favor, baja a cenar con todos. Sé que a Harry le alegrará verte ahí.
Arlina no lo miró, insegura sobre su respuesta, y lo escuchó cerrar la puerta después de salir. Cinco segundos después, cuando Winky se apareció frente a ella, recordó el beso de Navidad. No pudo evitar sonreír, tanto que sus mejillas se estiraron hacia arriba.
—¡La señorita Arlina está sonriendo! —celebró la elfina— ¿Hay algo más que pueda hacer Winky?
Miró a la elfina sin perder la sonrisa.
—De hecho, sí —afirmó—. ¿Podrías sacarme ropa del armario, por favor? Cenaré abajo.
—¡Con gusto, señorita Arlina! ¡Winky está contenta de ayudar! —dio saltos de emoción al verla levantarse de la cama.
Se había duchado esa mañana, por lo que sólo necesitó lavarse los dientes y cepillarse el cabello para agarrarlo en una coleta. Volvió hacia la cama, donde sobre el edredón había unos vaqueros, un sueter negro de mangas largas, calcetines y unos tenis blancos.
Tomó una larga exhalación, preparándose para lo siguiente, abrió la puerta de la habitación y salió con Winky y Helga pisándole los talones.
o
La cocina, una estancia grande y tenebrosa con bastas paredes de piedra, no era menos sombría que el vestíbulo. La poca luz que había procedía casi toda de un gran fuego que prendía al fondo de la habitación. Se vislumbraba una nube de humo de pipa suspendida en el aire, como si allí se hubiera librado una batalla, y a través de ella se distinguían las amenazadoras formas de unos pesados cacharros que colgaban del oscuro techo. Habían llevado muchas sillas a la cocina con motivo de la reunión, y estaban colocadas alrededor de una larga mesa de madera cubierta platos y cubiertos listos para la cena.
—Esto tiene un aspecto estupendo, Molly —comentó Lupin, sirviéndole el estofado con un cucharón y acercándole el plato desde el otro lado de la mesa.
Durante unos minutos sólo se oyó el tintineo de platos y cubiertos y el ruido de las sillas arrastrándose, y todos se pusieron a comer.
Enfrente de Harry, Tonks distraía a Hermione y a Ginny transformando su nariz entre bocado y bocado: apretaba mucho los ojos y ponía la misma expresión de dolor que había adoptado en el dormitorio de Harry; de ese modo, hinchaba la nariz hasta convertirla en una protuberancia picuda que se parecía a la de Snape, la encogía hasta reducirla al tamaño de un champiñón pequeño y luego hacía que le saliera un montón de pelo por cada orificio nasal. Por lo visto, era un entretenimiento habitual a la hora de las comidas, porque Hermione y Ginny pronto empezaron a pedir sus narices favoritas.
Harry notó que algo le rozaba el pie y se sobresaltó. Era Helga, la gata sin pelo de Arlina, que se enroscó alrededor de sus piernas entre ronroneos y después se fue hacia la entrada. La siguió con la mirada y la vio enroscarse sobre unos tenis blancos que se juntaban con nerviosismo. Sintiendo un vuelco en su corazón, elevó la mirada y se topó con unos ojos azules, hinchados por el llanto.
El ruido de fondo, como las risas de Ginny y Hermione, se silenció por completo. Todos estaban sorprendidos de verla ahí parada, pero pronto sus expresiones cambiaron a unas de gracia cuando vieron a Harry levantarse como si algo le hubiera pinchado en las piernas, incontrolablemente rápido.
Arlina dejó salir una sonrisa que le llegó a los ojos, y todos volvieron a su expresión de sorpresa. Nadie le había visto sonreír ni una vez desde su llegada. Sus mejillas estaban rojas y ya no era lo hinchado de sus ojos lo que llamaba la atención en su cara.
—Arlina —soltó como en un suspiro arrebatado.
Todos se dieron cuenta de lo nervioso que estaba Harry.
Arlina agradeció que Garrett no estuviera presente para verla así. Cuando abrió la boca para responderle el saludo, Molly Weasley se levantó para pedirle a todos que se movieran y así hacerle espacio.
Muy animada y feliz de verla fuera de la cama, la señora Weasley le sirvió un gran plato de estofado, muchas rebanadas de pan y jugo de calabaza, justo un lugar frente a Harry, dándose cuenta de que él había sido el motivo por el que bajó a cenar.
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