27. La tercera prueba
Los días siguientes a la segunda prueba fueron demasiado para Arlina. Todas las chicas de Hufflepuff estaban encima de Cedric, y Cho Chang nunca le soltaba el brazo. Greg y Arlina pasaron más tiempo juntos para evitar a la multitud y los gritos de las fanáticas.
Por desgracia, Greg se sintió mal del estómago esa mañana y Arlina lo acompañó hasta la enfermería. Lo dejó con la señora Pomfrey y se dirigió al comedor para desayunar, suponiendo que tendría que desayunar con Susan y Hannah. No es que le desagradaran, pero a veces podían ser mucho para aguantar. Sin embargo, al llegar al comedor, se dio cuenta de que ninguna de ellas se encontraba ahí, así que tomó asiento sola y desganada.
De repente, cuando se estiró para tomar un pan tostado, sintió que alguien le tocaba el hombro al tiempo en que carraspeaba. Se volteó para ver de quién se trataba.
—Ho-hola —tartamudeó Harry.
—Hola, Harry —dijo, con voz más débil de lo que esperó.
Verlo hacía que le temblaran las piernas, así que agradeció estar sentada. No podía evitar recordar el beso cada vez que estaba cerca.
—Y-yo... noté que estás sola —comentó.
—Greg está enfermo y a Cedric no lo dejan en paz —señaló hacia la bola de niñas que le hacían preguntas y suspiraban a su alrededor, a pesar de que Cho colgaba de su hombro—. No me gusta el bullicio, así que...
—Bueno... puedes venir con nosotros —propuso, rescándose la nuca nerviosamente—. Claro, si te sientes cómoda. Si no, yo entendería per...
—Me encantaría —le interrumpió, sonriendo divertida ante su evidente nerviosismo. Se levantó y siguió a Harry hasta la mesa de Gryffindor, donde Hermione ya la esperaba con una sonrisa.
—¡Ven, Arli, siéntate aquí! —la animó.
Harry se sintió frustrado. Él quería que Arlina se sentara con él. Por eso la había invitado. Pero, claro, a diferencia de Ron, Hermione no sabía del beso. Ron la saludó con una sonrisa quisquillosa, recordando lo que Harry le había platicado. Por suerte, Arlina no se dio cuenta.
Cuando llegaron las lechuzas, Hermione las miró con impaciencia.
—¿Esperas algo importante? —preguntó Arlina mientras alcanzaba una rebanada de pan tostado.
—Me he suscrito a El Profeta: ya estoy harta de enterarme de las cosas por los de Slytherin —explicó con una mueca.
—¡Bien pensado! —aprobó Harry, levantando también la vista hacia las lechuzas— Eh, Hermione, me parece que estás de suerte.
Una lechuza gris bajaba hasta ella.
—Pero no trae ningún periódico —advirtió Arlina con los ojos entrecerrados—. Es...
Para su asombro, la lechuza gris se posó delante de su plato, seguida de cerca por cuatro lechuzas comunes, una parda y un cárabo.
—¿Cuántos ejemplares has pedido? —preguntó Harry, agarrando la copa de Hermione antes de que la tiraran las lechuzas, que se empujaban unas a otras intentando acercarse a ella para entregar la carta primero.
—¿Qué demonios...? —exclamó Hermione, que cogió la carta de la lechuza gris, la abrió y comenzó a leerla— Pero ¡bueno! ¡Hay que ver! —farfulló, poniéndose colorada.
—¿Qué pasa? —inquirió Arlina.
—Es... Ah, ¡qué ridículo...!
Hermione le pasó la carta a Arlina, que vio que no estaba escrita a mano, sino compuesta a partir de letras que parecían recortadas de El Profeta:
eRes una ChicA malVAdA.
HaRRy PottEr se merEce alGo MejoR quE tú.
vUelve a tU sitIO, mUggle.
—Debe ser por el último artículo de Corazón de Bruja —concluyó Arlina, pasándole la carta a Harry y recordando lo que la revista había dicho sobre Hermione robándose la atención de Harry y Viktor Krum, dejando a Arlina con el corazón roto.
—¡Son todas por el estilo! —dijo Hermione desesperada, abriendo una carta tras otra— "Harry Potter puede llegar mucho más lejos que la gente como tú..." "Te mereces que te escalden en aceite hirviendo..." ¡Ay!
Acababa de abrir el último sobre, y un líquido verde amarillento con un olor a gasolina muy fuerte se le derramó en las manos, que empezaron a llenarse de granos amarillos.
—¡Pus de bubotubérculo sin diluir! —dijo Ron, cogiendo con cautela el sobre y oliéndolo.
Con lágrimas en los ojos, Hermione intentaba limpiarse las manos con una servilleta, pero tenía ya los dedos tan llenos de dolorosas úlceras que parecía que se hubiera puesto un par de guantes gruesos y nudosos. Arlina se apresuró a quitarse la bufanda para cubrirle las manos.
—Será mejor que vayas a la enfermería —declaró Arlina, perdiendo el apetito, al tiempo que Harry echaban a volar las lechuzas—. Yo le explicaré a la profesora Sprout lo sucedido para que no te ponga falta, no te preocupes.
—¡Se lo advertí! —dijo Ron mientras Hermione se apresuraba a salir del Gran Comedor, con las manos cubiertas por la bufanda amarilla— ¡Le advertí que no provocara a Rita Skeeter! Fíjate en ésta: He leído en Corazón de bruja cómo has jugado con Harry Potter y lastimaste a tu amiga Arlina, y quiero decirte que ese chico ya ha pasado por cosas muy duras en esta vida. Pienso enviarte una maldición por correo en cuanto encuentre un sobre lo bastante grande —leyó en voz alta una de las cartas que Hermione había dejado en la mesa—. ¡Va a tener que andarse con cuidado!
Arlina hizo apenas un movimiento con la varita y todas las cartas se alzaron en el aire, rompiéndose en cientos de pedacitos.
—Esta gente está chiflada —resopló Arlina—. No dejen que abra ninguna otra carta de gente desconocida. Échenlas al fuego según vengan.
Hermione continuó recibiendo anónimos durante la semana siguiente, y, aunque Ron y Harry los rompían en cuanto llegaban, varios de ellos eran vociferadores, así que estallaron en la mesa de Gryffindor y le gritaron insultos que oyeron todos los que estaban en el Gran Comedor. Hasta los que no habían leído Corazón de bruja se enteraron de todo lo relativo al supuesto triángulo amoroso Harry-Hermione-Krum y el corazón roto de Arlina.
Harry estaba harto de explicar a todo el mundo que Hermione no era su novia, y Arlina ya no soportaba las miradas de lástima que le lanzaban. Era una chica muy paciente, pero tenía sus límites.
o
El día de la tercera prueba llegó, y con él los nervios. No soportaba la idea de que algo malo pasara, por lo que exigentemente le ordenó a Cedric que dejara de lado la bola de fanáticos y se concentrara en estudiar y practicar hechizos. Cada tarde hasta en la noche, después de terminar los deberes, practicaban junto al lago. Aunque Cedric era muy hábil, Arlina no dejaba de temer por él.
A la hora de la comida, Arlina se sentó con Cedric y los señores Diggory, dejándose entusiasmar un poco por el optimismo de Amos. Sin embargo, no comió mucho. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el silencio.
—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de quidditch para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los Tres Magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir al señor Bagman hasta el estadio.
Cedric se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Hufflepuff lo aplaudieron.
—Cuando gane, quiero que seas la primera en abrazarme —le pidió Cedric a Arlina con una tierna sonrisa que luego tambaleó dudosa—. Y si no gano...
—También seré la primera en abrazarte —le prometió.
Lo abrazó con fuerza, rodeándolo por el cuello mientras él apretaba su cintura. Se contuvo de llorar. No quería dejarlo ir con una mala sensación. Así que al separarse le regaló una última sonrisa y besó su mejilla. Cedric era más que su mejor amigo, era su hermano. Lo conocía desde que tenía memoria. Si algo le pasaba, ella no lo superaría. Él era una gran parte de ella, y ella de él.
Greg fue el siguiente en abrazarlo y palmear su espalda un par de veces. Cedric murmuró algo mientras estuvieron abrazados y Greg lo miró horrorizado, pero asintió. Arlina no pudo escuchar lo que le dijo.
Amos Diggory y su esposa estrecharon a su hijo entre sus brazos y le desearon buena suerte antes de que saliera del Gran Comedor, con Harry, Fleur y Krum.
—¿Qué tal te encuentras, Arlina? —le preguntó Amos, mientras bajaban la escalinata de piedra por la que se salía del castillo.
—Estoy bien —respondió, aunque era mentira: no dejaba de sentirse ansiosa.
Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.
El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios cuando empezaron a ocuparse las tribunas. El cielo era de un azul intenso y empezaban a aparecer las primeras estrellas.
Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.
—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tienen dificultades y quieren que los rescaten, echen al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvarlos, ¿entendido?
Los campeones asintieron con la cabeza.
—Pues entonces... ya pueden irse —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.
Los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.
Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró «¡Sonorus!», y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:
—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los Tres Magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro— En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!
Harry pudo distinguir a duras penas, en medio de las tribunas, a Arlina, que aplaudía a Fleur por cortesía. La saludó con la mano y ella le devolvió el saludo, sonriéndole.
—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry y Cedric! —dijo Bagman— Tres... dos... uno...
Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto.
o
Harry cayó de bruces y el olor del césped le penetró por la nariz. Había cerrado los ojos mientras el traslador lo transportaba y seguía sin abrirlos. No se movió. Parecía que le hubieran cortado el aire. La cabeza le daba vueltas sin parar y se sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco.
Para sujetarse, se aferró con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los Tres Magos... y el cuerpo de Cedric. Tenía la impresión de que si los soltaba se hundiría en las tinieblas que envolvían su cerebro.
El horror sufrido y el agotamiento lo mantenían pegado al suelo, respirando el olor del césped, aguardando a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera... Notaba un dolor vago e incesante en la cicatriz de la frente.
El estrépito lo ensordeció y lo dejó más confundido: había voces por todas partes, pisadas, gritos... Permaneció donde estaba, con el rostro contraído, como si fuera una pesadilla que pasaría...
Un par de manos lo agarraron con fuerza y lo volvieron boca arriba.
—¡Harry! ¡Harry!
Abrió los ojos.
Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a su lado, agachado. Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.
Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.
Harry soltó la Copa, pero agarró a Cedric con más fuerza. Levantó la mano que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.
—Ha regresado —susurró Harry—. Ha regresado. Voldemort.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?
El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.
—¡Dios...! ¡Dios mío, Diggory! —exclamó— ¡Está muerto, Dumbledore!
Aquellas palabras se reprodujeron y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: "¡Está muerto!", "¡Está muerto!", "¡Cedric Diggory está muerto!".
—Suéltalo, Harry —oyó que le decía la voz de Fudge, y notó dedos que intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó.
Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.
—Ya no puedes hacer nada por él, Harry. Todo acabó. Suéltalo.
—Quería que lo trajera —musitó Harry: le parecía importante explicarlo—. Quería que lo trajera con Arlina... Me pidió que le trajera a Arlina su cuerpo...
—De acuerdo, Harry... Ahora suéltalo.
Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a Harry del suelo y lo puso en pie y fue entonces cuando pudo ver entre lo borroso: distinguió a Arlina corriendo con todas sus fuerzas hacia él, pero en cuanto se detuvo a un metro de llegar, se congeló ahí mismo, viendo el cuerpo de su mejor amigo sin vida.
Le iba a estallar la cabeza. Sus piernas no soportaron el peso de su cuerpo. Alrededor de ella, sentía silencio, hasta que abrió la boca y gritó con todas sus fuerzas. El grito agudo y largo aturdió a todos menos a Harry, que la miraba con dolor en el pecho.
Vio cómo uno de los presentes quiso agarrarla y alejarla, pero ella logró esquivarlo. Se lanzó sobre Cedric, cayendo sobre su cuerpo y aferrándose a él entre lágrimas y sollozos. Gritó su nombre con la voz quebrada. Sus ojos estaban rojos y le ardían por llorar con tanta fuerza.
Tomó su rostro entre las manos y lloró su nombre, suplicándole que despertara. Sus lágrimas bañaron las mejillas pálidas y los labios entreabiertos de Cedric.
Arlina lo abrazó y lo atrajo hacia ella en desesperación, negándose a soltarlo. Le besó las mejillas y la frente, y sollozó con tanta intensidad que le dolió el cuerpo y la garganta. Incluso respirar le dolía. No podía dejar de llorar, y no quería despegar su rostro lloroso del de él.
De repente, Arlina vio algo en su cabeza. Una oficina. Moody estaba ahí, interrogando a Harry.
Entonces, por fin levantó la cara y miró a Dumbledore.
—Ése —soltó con voz seseante, apenas audible—... Ése no es Moody.
Dumbledore miró hacia donde ella tenía fija la mirada, y vio a Moody llevándose a Harry hacia el interior del castillo. Cuando volvió a mirarla, su expresión entristecida ya había regresado y de nuevo estaba llorando sobre el pecho de Cedric, sin dejar de abrazarlo.
Algunos se acercaron, quisieron alejarla y quitarle a Cedric.
—¡NO! —gritó con todas sus fuerzas— ¡No! ¡No lo toquen! —demandó, apretándolo más contra ella. Acarició su cabello, aferrándose a sus hebras suaves y castañas.
—Déjenla —ordenó el profesor Snape con voz dura y alta—. Déjenla la despedirse.
Arlina no sabía por qué el profesor se ponía de su lado y la defendía, pero tampoco quería pensar en ello. Siguió llorando y suplicándole a Cedric que volviera a ella, sin importarle que era obvio que eso no pasaría. Sólo quería que todos se desvanecieran y la dejaran estar con su hermano de corazón. Todavía se negaba a dejarlo ir. No estaba lista para perderlo.
o
Después de que Harry explicara todo lo que había vivido en el cementerio, Sirius asintió con la cabeza y se levantó. Volvió a transformarse en el perro grande y negro, salió del despacho y bajó con Harry y Dumbledore un tramo de escaleras hasta la enfermería.
Cuando Dumbledore abrió la puerta, Harry vio a la señora Weasley, Bill, Ron y Hermione rodeando a la señora Pomfrey, que parecía agobiada. Le estaban preguntando dónde se hallaba él y qué le había ocurrido.
Todos se abalanzaron sobre ellos cuando entraron y la señora Weasley soltó una especie de grito amortiguado:
—¡Harry! ¡Ay, Harry!
Fue hacia él, pero Dumbledore se interpuso.
—Molly —le dijo levantando la mano—, por favor, escúchame un momento. Harry ha vivido esta noche una horrible experiencia. Y acaba de revivirla para mí. Lo que ahora necesita es paz y tranquilidad, y dormir. Si quiere que estén con él —añadió, mirando también a Ron, Hermione y Bill—, pueden quedarse, pero no quiero que le pregunten nada hasta que esté preparado para responder, y desde luego no esta noche.
La señora Weasley mostró su conformidad con un gesto de la cabeza. Estaba muy pálida. Se volvió hacia Ron, Hermione y Bill con expresión severa, como si ellos estuvieran metiendo bulla, y les dijo muy bajo:
—¿Han oído? ¡Necesita tranquilidad!
—Dumbledore —dijo la señora Pomfrey, mirando fijamente el perro grande y negro en el que se había convertido Sirius—, ¿puedo preguntar qué...?
—Este perro se quedará un rato haciéndole compañía a Harry —dijo sencillamente Dumbledore—. Te aseguro que está extraordinariamente bien educado. Esperaremos a que te acuestes, Harry.
Harry sintió hacia Dumbledore una indecible gratitud por pedirles a los otros que no le hicieran preguntas. No era que no quisiera estar con ellos, pero la idea de explicarlo todo de nuevo, de revivirlo una vez más, era superior a sus fuerzas.
—Volveré en cuanto haya visto a Fudge, Harry —dijo Dumbledore—. Me gustaría que mañana te quedaras aquí hasta que me haya dirigido al colegio.
Salió. Mientras la señora Pomfrey lo llevaba a una cama próxima, Harry vislumbró al auténtico Moody acostado en una cama después de la de Arlina, quién estaba en pijama y dormía profundamente, sin moverse.
—¿Cómo está? —preguntó Harry, encontrando fuerzas en él que no imaginó tener, y se acercó a su cama para verla.
Tenía los labios y los ojos hinchados hinchados y enrojecidos, al igual que sus mejillas. Todo por el llanto.
—Se pondrá bien —aseguró la señora Pomfrey—. Estaba muy alterada, no dejaba de llorar y gritar. Pobre niña. No soltaba el cuerpo de Cedric; sólo lo dejó hasta que el señor Diggory se lo pidió. Fue entonces cuando el profesor Snape la trajo.
Harry asintió, apretando la mano de Arlina, y regresó a la cama, donde se quitó la ropa, se puso el pijama, y se acostó. Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sentaron a ambos lados de la cama, y el perro negro se colocó junto a la cabecera. Ron y Hermione lo miraban casi con cautela, como si los asustara.
—Estoy bien —les dijo—. Sólo que muy cansado.
A la señora Weasley se le empañaron los ojos de lágrimas mientras le alisaba la colcha de la cama, sin que hiciera ninguna falta.
La señora Pomfrey, que se había marchado aprisa al despacho, volvió con una copa y una botellita de poción de color púrpura.
—Tendrás que bebértela toda, Harry —le indicó—. Es una poción para dormir sin soñar. Lo mismo que le di a Arlina, aunque a ella no pude dársela hasta que el profesor Snape la calmó y la convenció. La pobre no dejaba de llorar y forcejear...
Harry no se imaginó a Snape siendo tan amable y considerado con alguien que no fuera de Slytherin, pero estaba demasiado cansado para pensar en eso.
o
La noche antes del fin de curso, Arlina preparó su bolso, llena de pesadumbre. Sentía terror ante el banquete de fin de curso, que era motivo de alegría otros años, cuando se aprovechaba para anunciar el ganador de la Copa de las Casas. Desde que había salido de la enfermería, había procurado no ir al Gran Comedor a las horas en que iba todo el mundo, y prefería comer cuando estaba casi vacío para evitar las miradas de sus compañeros. Había evitado a todo mundo, excepto a los padres de Cedric y, por supuesto, a Greg y a Garrett.
Cuando entró al Gran Comedor, vio enseguida que faltaba la acostumbrada decoración: para el banquete de fin de curso solía lucir los colores de la casa ganadora. Aquella noche, sin embargo, había colgaduras negras en la pared de detrás de la mesa de los profesores. Arlina no tardó en comprender que eran una señal de respeto por Cedric.
El auténtico Moody estaba allí sentado, con el ojo mágico y la pata de palo puestos en su sitio, sentado junto a Garrett (quien había llegado a Hogwarts horas después de que la señora Pomfrey le diera la poción para dormir la noche de la tercera prueba). Parecía extremadamente nervioso, y cada vez que alguien le hablaba daba un respingo. Arlina no se lo podía echar en cara: era lógico que, con lo sucedido, su desconfianza y paranoia se hubiera incrementado, igual que como había pasado con Moody.
La silla del profesor Karkarov se encontraba vacía. Arlina se preguntó, al sentarse con sus compañeros de Hufflepuff, dónde estaría en aquel momento, y si Voldemort lo habría atrapado.
Arlina había sido informada inmediatamente de lo sucedido. Al despertar a la mañana siguiente, con todo el cuerpo dolorido y al instante llorando otra vez, Garrett la abrazó y la arrulló por horas hasta que logró verla más tranquila.
Ella apreció que le dijera cómo murió Cedric, aunque Garrett insistió en que todavía no estaba lista para escucharlo. Se prometió después agradecerle a Harry por cumplir el deseo de Cedric de traerle su cuerpo para abrazarlo, como le había prometido que haría cuando volviera de la tercera prueba.
Los pensamientos de Arlina se vieron interrumpidos por el profesor Dumbledore, que se levantó de su silla en la mesa de profesores. El Gran Comedor, que sin duda había estado mucho menos bullanguero de lo habitual en un banquete de fin de curso, quedó en completo silencio.
—El fin de otro curso —dijo Dumbledore, mirándolos a todos.
Hizo una pausa, y posó los ojos en la mesa de Hufflepuff, justamente en ella. Aquella había sido la mesa más silenciosa ya antes de que él se pusiera en pie, y seguían teniendo las caras más pálidas y tristes del Gran Comedor, entre ellas la de Arlina, quien se veía rodeada de apoyo por todos los de su casa, que casi la rodeaban como si trataran de protegerla de las miradas de otras casas.
—Son muchas las cosas que quisiera decirles esta noche —dijo Dumbledore—, pero quiero antes que nada lamentar la pérdida de una gran persona que debería estar ahí sentada —señaló con un gesto hacia los de Hufflepuff—, disfrutando con nosotros este banquete. Ahora quiero pedirles, por favor, a todos, que se levanten y alcen sus copas para brindar por Cedric Diggory.
Así lo hicieron. Hubo un estruendo de bancos arrastrados por el suelo cuando se pusieron en pie, levantaron las copas y repitieron, con voz potente, grave y sorda:
—Por Cedric Diggory.
Arlina no pudo hacerlo, seguía sentada e inmóvil, débil en su asiento, soltando lágrimas en silencio, viendo en un punto de la nada, sin reaccionar. Sólo escuchaba, lagrimeaba sin parar y sentía la mano de Greg en su hombro.
Harry la vislumbró a través de la multitud y sintió el enorme deseo de correr a abrazarla.
Todos volvieron a sentarse.
—Cedric ejemplificaba muchas de las cualidades que distinguen a la casa de Hufflepuff —prosiguió Dumbledore—. Era un amigo bueno y leal, muy trabajador, y se comportaba con honradez. Su muerte nos ha afligido a todos, lo conocieran bien o no. Creo, por eso, que tienen derecho a saber qué fue exactamente lo que ocurrió: Cedric Diggory fue asesinado por lord Voldemort.
Un murmullo de terror recorrió el Gran Comedor. Los alumnos miraban a Dumbledore horrorizados, sin atreverse a creerle. Él estaba tranquilo, viéndolos farfullar en voz baja.
—Arlina, ¿es verdad? —le preguntó Greg con voz desgarrada cerca de su oído. No necesito confirmación, su cara lo decía todo.
—El Ministerio de Magia —continuó Dumbledore— no quería que les dijera. Es posible que algunos de sus padres se horroricen de que lo haya hecho, ya sea porque no crean que Voldemort haya regresado realmente, o porque opinen que no se debe contar estas cosas a gente tan joven. Pero yo opino que la verdad es siempre preferible a las mentiras, y que cualquier intento de hacer pasar la muerte de Cedric por un accidente, o por el resultado de un grave error suyo, constituye un insulto a su memoria.
En aquel momento, todas las caras, aturdidas y asustadas, estaban vueltas hacia Dumbledore... o casi todas. Arlina vio que, en la mesa de Slytherin, Draco Malfoy cuchicheaba con Crabbe y Goyle. Sintió un vehemente acceso de ira al recordar que Garrett le dijo que Lucius Malfoy había estado en el cementerio.
—Hay alguien más a quien debo mencionar en relación con la muerte de Cedric —siguió Dumbledore—. Me refiero, claro está, a Harry Potter.
Un murmullo recorrió el Gran Comedor al tiempo que algunos volvían la cabeza en dirección a Harry antes de mirar otra vez a Dumbledore.
—Harry Potter logró escapar de Voldemort —dijo Dumbledore—. Arriesgó su vida para cumplir el deseo de Cedric de traerle su cuerpo a su querida amiga Arlina. Mostró, en todo punto, el tipo de valor que muy pocos magos han demostrado al encararse con lord Voldemort, y por eso quiero alzar la copa por él.
Dumbledore se volvió hacia Harry con aire solemne, y volvió a levantar la copa. Casi todos los presentes siguieron su ejemplo, murmurando su nombre como habían murmurado el de Cedric, y bebieron a su salud. Pero, a través de un hueco entre los compañeros que se habían puesto en pie, Arlina vio que Malfoy, Crabbe, Goyle y muchos otros de Slytherin permanecían desafiantemente sentados, sin tocar las copas.
Cuando todos volvieron a sentarse, Dumbledore prosiguió:
—El propósito del Torneo de los Tres Magos fue el de promover el buen entendimiento entre la comunidad mágica. En vista de lo ocurrido, del retorno de lord Voldemort, tales lazos parecen ahora más importantes que nunca.
Dumbledore pasó la vista de Hagrid y Madame Maxime a Fleur Delacour y sus compañeros de Beauxbatons, y de éstos a Viktor Krum y los alumnos de Durmstrang, que estaban sentados a la mesa de Slytherin. Krum, según vio Harry, parecía cauteloso, casi asustado, como si esperara que Dumbledore dijera algo contra él.
—Todos nuestros invitados —continuó, y sus ojos se demoraron en los alumnos de Durmstrang— han de saber que serán bienvenidos en cualquier momento en que quieran volver. Les repito a todos que, ante el retorno de lord Voldemort, seremos más fuertes cuanto más unidos estemos, y más débiles cuanto más divididos.
»La fuerza de lord Voldemort para extender la discordia y la enemistad entre nosotros es muy grande. Sólo podemos luchar contra ella presentando unos lazos de amistad y mutua confianza igualmente fuertes. Las diferencias de costumbres y lengua no son nada en absoluto si nuestros propósitos son los mismos y nos mostramos abiertos.
»Estoy convencido (y nunca he tenido tantos deseos de estar equivocado) de que nos esperan tiempos difíciles y oscuros. Algunos de ustedes, en este salón, habéis sufrido ya directamente a manos de lord Voldemort. Muchas de vuestras familias quedaron deshechas por él. Hace una semana, un compañero vuestro fue aniquilado.
»Recuerden a Cedric. Recuérdenlo si en algún momento de su vida tienen que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recuerden lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de lord Voldemort. Recuerden a Cedric Diggory.
Si antes Arlina estaba tranquila, ya no más. Ante su llanto, Greg se apresuró a abrazarla y llevársela del Gran Comedor para que la gente no la siguiera viendo romper en llanto, y ella se lo agradeció infinitamente, porque ya no soportaba más estar ahí, pero no hallaba fuerzas para decirlo.
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