25. Beso navideño
Harry y Ron se pasaron el resto del baile hablando en un rincón. Harry intentaba no mirar a Arlina y Petrov. Hacerlo le producía un enorme deseo de dar patadas.
Cuando a la medianoche terminaron de tocar Las Brujas de Macbeth, todo el mundo les dedicó un fuerte aplauso antes de emprender el camino hacia el vestíbulo. Muchos se quejaban de que el baile no durara más, pero Harry estaba muy contento de irse a la cama. Por lo que se refería a él, la noche no había sido muy divertida.
Fuera, en el vestíbulo, Harry y Ron vieron a Arlina y a Hermione despedirse de Petrov y Krum antes de que volvieran al barco. Hermione le dirigió a Ron una mirada gélida, y pasó por su lado al subir la escalinata de mármol sin decirle nada. Arlina, por su parte, miró a Harry con una mueca de tristeza antes de dar media vuelta e irse.
Harry y Ron siguieron a Hermione, pero a mitad de la escalinata Harry oyó que alguien lo llamaba:
—¡Eh... Harry!
Era Cedric Diggory.
—¿Qué? —dijo Harry sin humor, cuando Cedric hubo subido hasta donde estaba él.
Parecía que Cedric no quería decir nada delante de Ron, así que éste se encogió de hombros, malhumorado, y siguió subiendo la escalinata.
—Escucha —dijo Cedric en voz muy baja cuando Ron se perdió de vista—. Te debo una por haberme dicho lo de los dragones. ¿Tu huevo de oro grita cuando lo abres?
—Sí —contestó Harry.
—Bien... toma un baño, ¿de acuerdo?
—¿Qué?
—Que tomes un baño y... eh... te lleves el huevo contigo, y... reflexiona sobre las cosas en el agua caliente. Te ayudará a pensar... Hazme caso.
Harry se quedó mirándolo.
—Usa el baño de los prefectos. Es la cuarta puerta a la izquierda de esa estatua de Boris el Desconcertado del quinto piso. La contraseña es "Frescura de pino".
Harry frunció el ceño levemente, sin procesarlo todo muy bien.
—Y otra cosa —añadió Cedric, con una pequeña sonrisa burlesca—. Ve tras Arlina —aconsejó antes de bajar la escalera apresuradamente hasta donde estaba Cho Chang.
Aquél era un consejo muy extraño. ¿Por qué un baño podía ayudarlo a desentrañar el enigma del huevo? ¿Le tomaba el pelo Cedric? ¿Y por qué le pedía que fuera tras su mejor amiga?
Sin dudarlo un segundo más, Harry corrió por el camino por el que Arlina se había ido, llegando a la entrada de la cocina. Estaba a punto de entrar, pero su llamado la hizo girar y mirarlo desconcertada.
—¿Harry? —expresó confundida, y miró por encima del hombro del azabache para ver si venía acompañado— ¿Qué haces aquí?
—Yo —titubeó, sintiendo su lengua adormecida—... YoqueríainvitartealbaildeNavidad.
Arlina lo miró aún más confundida.
—Lo siento, no te entendí.
Harry tomó aire y lo soltó lentamente con sus palabras.
—Yo quería... invitarte al baile de Navidad.
Arlina formó una "o" con su boca, empezando a sonrojarse. Trató de evitar mirarlo a los ojos.
—Lo sé —murmuró—. Hermione me lo comentó hace unas horas.
—Oh...
Todavía más avergonzado, Harry quiso darse media vuelta y correr, pero su pregunta lo detuvo.
—¿Por qué no lo hiciste?
Tragó saliva con dificultad.
—¿Qué?
—¿Por qué no me lo preguntaste? —cuestionó, avanzando un par de pasos hacia él, sus tacones sonando contra el suelo de piedra— Estuve esperando a que lo hicieras.
Su blanca piel se tornó pálida y sus ojos verdes se agrandaron, acompañados por su boca abierta. No podía creer lo que había escuchado.
—¿En serio?
Arlina arqueó una ceja incrédula. ¿No era obvio? Probablemente todos en Hufflepuff sabían de su enamoramiento con Harry Potter desde el primer año, cuando lo vio ser asignado a la casa de Gryffindor. Y había rechazado a tantos chicos... por esperar a que él la invitara al baile de Navidad.
—B-bueno —tartamudeó—... creí que dirías que no.
Arlina comprendió entonces que Harry de verdad no tenía idea de lo mucho que le gustaba. Sintió algo de alivio. Tal vez sus sentimientos no eran tan obvios... o Harry era muy despistado.
—Estaba por entrar a la cocina por unas galletas y un vaso de leche. ¿Quieres venir?
—¿Has entrado a la cocina? —preguntó sorprendido.
—Desde mi primer año. Fue un secreto que me dijo Garrett —respondió sonriente—. No le digas a Hermione... le dará un infarto ver lo que hay aquí. Es mejor que no sepa.
—Ya lo sabe —le advirtió, rascándose la nuca al recordar que había entrado hace unas semanas con Hermione y Ron—. Entramos a ver a Dobby.
Con eso, Arlina y Harry entraron a la cocina y se quedaron charlando con galletas de jengibre y vasos de leche en las manos, riéndose de algunas anécdotas que Harry tenía sobre su primo Dursley y su cola de cerdo. Arlina le contaba gustosa sobre su familia y cómo todos los que llevaban el apellido Winchester habían sido aurores, por lo que ella también estaba considerando convertirse en una.
—Todo empezó con mi antepasado, Hunter Winchester. Garrett habla de él como su héroe porque, bueno, puedes encontrarlo en el libro de Historia de la Magia como uno de los mejores aurores que haya tenido el Mundo Mágico. Gracias a él, tuvieron que hacer más celdas en la prisión de Azkabán y colocaron a más dementores.
Harry se estremeció ante la última palabra y Arlina lo notó.
—¿Aún te causan conflicto?
—Siguen sin agradarme —contestó a secas.
Arlina asintió, comprensiva.
—Está bien. Todos tenemos miedo a algo —dijo en voz más baja—. Aún recuerdo la clase que tuvimos con el profesor Lupin y el boggart. No me recuperé hasta que vi a Cedric en la Sala Común. Me congelé tanto que no pude hacer el hechizo.
—¿Qué... qué fue lo que...?
—Greyback —interrumpió, apretando la mandíbula. Harry vio cómo el nombre parecía darle coraje—. Fenrir Greyback.
Vagamente, Harry recordaba haber visto el nombre en El Profeta.
—¿Te hizo algo?
—No a mí... no directamente —murmuró—. Él... él despedazó a mi madre frente a mí cuando yo era una bebé. Garrett llegó antes de que pudiera ponerme las manos encima. Me sorprendió que fuera mi boggart. Pensé que le tenía más odio que miedo, pero estaba equivocada.
—Yo... —bisbiseó, nervioso, de repente sintiéndose triste y apenado por haber preguntad.
Arlina había perdido a su mamá de una manera muy cruel frente a sus ojos cuando sólo era una bebé. Harry entendió el sentimiento.
—Lo siento.
—No te preocupes —respondió, encogiendo un hombro con una mueca melancólica—. Yo lamento lo de tus padres, Harry —mencionó—. Si te la pasas tan mal con los Dursley, eres bienvenido en la Jardinera cuando gustes.
—¿La Jardinera?
—Así se llama mi casa —explicó—. Tiene mucho espacio verde alrededor y un invernadero con una gran variedad de plantas mágicas.
—B-bueno —tartamudeó colorado hasta las orejas—... Gracias.
—Ya debería irme a la cama, o los prefectos se darán cuenta de que no he llegado y le dirán a la profesora Sprout.
Harry asintió, algo desanimado. Miró el reloj de la pared y se dio cuenta de que llevaban una hora y media hablando y cenando en las cocinas. Se sintió sorprendido. El tiempo se le pasó volando. De hecho, con ella el tiempo siempre se le pasaba volando.
Arlina lo miró unos segundos, inexpresiva, pensando en si debería despedirse como deseaba o si sólo debería levantarse y partir a su dormitorio. Pero por más tiempo que lo pensaba, más ganas le daban de ver cómo Harry reaccionaría.
Sintiéndose con una repentina carga de valentía, se inclinó lo suficiente para dejarle un casto y rápido beso en la mejilla. Esperando sentir frío ante el contacto de su piel, se extrañó al recibir calidez. Fue entonces cuando cayó en cuenta de que Harry se había inclinado también, y ahora sus bocas habían terminado chocando.
¿Estaba besando a Harry Potter?
Rápidamente se separó, con los ojos bien abiertos y la cara enrojecida e hirviendo. No, no sólo había besado a Harry Potter en la boca, ¡había dado su primer beso con el chico que le gustaba desde los once años!
Harry estaba tan impresionado como ella, pero en lugar de retractarse y disculparse como de inmediato pensó en hacer, se asombró a sí mismo cuando se volvió a acercar y chocó sus labios en los de ella con toda la intención de besarla.
Arlina no se quitó esta vez y disfrutó del delicado toque. Sus labios eran tan suaves y estaban húmedos, lo que facilitó pudieran acoplarse a los suyos, volviendo el beso un poco más profundo. Se estremeció cuando sintió unos dedos rozando su mejilla, dudosos, casi temblorosos, hasta acunarle el rostro. Arlina no tuvo ninguna duda de que su primer beso (¡en Navidad, con el chico que le gustaba!) había sido aún mejor de lo que alguna vez soñó.
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