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24. El relicario de Cedric

Arlina despertó sobresaltada el día de Navidad. Levantó los párpados, preguntándose qué era lo que la había despertado, y vio unos ojos muy grandes, redondos y castaños que la miraban desde la oscuridad, tan cerca que casi tocaban los suyos.

—¡Winky!

—¡Winky lo lamenta, señorita! —chilló nerviosa la elfina, que retrocedió de un salto y se tapó la boca con los largos dedos— ¡Winky sólo quería desearle a la señorita Arlina una feliz Navidad y traerle un regalo, señorita! ¡La señorita Arlina le dio permiso a Winky para venir a verla de vez en cuando, señorita!

—Sí, Winky, gracias —dijo Arlina, con la respiración aún alterada, mientras el ritmo cardíaco recuperaba la normalidad—. Pero la próxima vez, sacúdeme el hombro o algo así.

Arlina recordaba bien el segundo día de clases, cuando entró a las cocinas con Cedric y Greg. Ahí saludó a los elfos y corrió a abrazar a Winky, quien lloraba desconsolada frente a la chimenea. Tratando de convencerla de que ser una elfina libre era algo bueno, conoció a Dobby, quien le habló de cómo Harry lo liberó de sus antiguos amos, los Malfoy.

Greg hizo la broma de que Arlina podría tomar a Winky bajo su custodia, pero Cedric lo codeó al darse cuenta de que ella no lo consideró mala idea. Si la volvía su elfina, poco a poco le mostraría lo que era ser una elfina con empleo, y lograría hacerla sentir mejor. Con el tiempo, Winky entendería que trabajar por paga y ser libre era mejor que ser una esclava.

Winky había aceptado casi desesperada, deseosa de recuperar la reputación de buena elfina. Esa noche le explicó la forma en que trabajaría para ella: por ejemplo, le había prohibido llamarla "ama" y le obligaba a vestir un suéter amarillo con puntos negros que solía ser de ella, además de unas calcetas negras. Winky se había rehusado, así que Arlina recurrió a dárselo como una orden y a decir que sería su uniforme. La última orden que le dio fue que debía ser cercana a Dobby y escucharlo, lo cual podría ayudar a influenciarla para desear libertad y derechos.

Arlina descorrió las colgaduras de su cama adoselada. Su grito había despertado a Hannah y Susan, y las dos espiaban a través de sus colgaduras con ojos de sueño y el pelo revuelto.

—¿Te ha atacado alguien, Arlina? —preguntó Hannah medio dormida.

—¡No, sólo es Winky! —susurró Arlina.

—¡Ah... los regalos! —dijo Susan, viendo el montón de paquetes que tenía a los pies de la cama.

Susan y Hannah decidieron que, ya que se habían despertado, podían aprovechar para abrir los regalos. Arlina se volvió hacia Winky, que seguía de pie junto a la cama, nerviosa y todavía preocupada por el susto que le había dado a Arlina.

—¿Puede Winky darle el regalo a su ama? —preguntó con timidez.

—Claro que sí —contestó Arlina—, pero recuerda que no me gusta que me llames ama. Sólo dime Arlina.

Winky no dijo nada y le extendió la mano con una cajita dorada de papel, la cual se abrió al estar en sus manos y de ella salieron pájaros de papel, volando alrededor de la habitación. Arlina sonrió conmovida, y aún más al ver que dentro de la cajita había una nota: ¡Feliz Navidad, señorita Arlina!

—Winky —murmuró, viendo los pájaros zumbar alrededor de su cama—. ¡Es hermoso! Me encanta. Gracias.

—Sé que no es mucho, pero lo hice con mis manos, señorita —explicó, rascándose la punta de su nariz redonda con vergüenza—. Ahora Winky tiene que irse, señorita. ¡Ya estamos preparando la cena de Navidad! —anunció la elfina, y salió a toda prisa del dormitorio.

Arlina le había pedido que, mientras estuviera en Hogwarts, trabajara en las cocinas con Dobby para no estar sola, y que podía visitarla cuando quisiera.

Los restantes regalos de Arlina fueron tan satisfactorios como el que le dio Winky. Hermione le había regalado un libro que se titulaba Historia de los elfos y su llegada a la esclavitud; Greg, una bolsa rebosante de dulces de miel; Garrett, una práctica navaja con accesorios para abrir cualquier cerradura y deshacer todo tipo de nudos, y Moody, una caja bien grande de chucherías que incluían los favoritos de Arlina: ranas de chocolate y chicles superhinchables. Estaban también un montón de pastelillos caseros de Navidad de parte del señor y la señora Diggory. Luego, vio una pequeña cajita de cartón, plateada y con un moño color tinto. Se quedó demasiado estupefacta para hacer ruido cuando la abrió.

Era un brazalete plateado con un guardapelo ovalado, que al principio pensó que sería un reloj, pero se equivocó al abrirlo y ver una fotografía de ella sonriendo a la cámara, con Cedric abrazándola.

Arlina se apresuró a vestirse con unos vaqueros oscuros, unas botas cafés y un jersey azul con cuello de cisne, finalmente poniéndose su nuevo brazalete y arreglándose el cabello en una trenza.

Corrió fuera de su dormitorio para encontrarse con Cedric, quien la esperaba con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Arlina se lanzó a él y le dio un abrazo de oso.

—Me encantó el regalo, Arli, muchas gracias.

—Gracias a ti por el brazalete. ¡Es muy hermoso, Ced!

—Oigan, yo también quiero un abrazo —interrumpió Greg, sin esperar a que voltearan a verlo, y se lanzó a ellos y los abrazó con fuerza—. ¡Feliz Navidad, chicos!

—Feliz Navidad, Greg —respondieron al unísono entre risas.

Hasta ahora, estaba siendo una Navidad perfecta.

Bajaron a desayunar juntos y se pasaron casi toda la mañana en la Sala Común, disfrutando de los regalos, y luego bajaron al Gran Comedor para tomar un magnífico almuerzo que incluyó al menos cien pavos y budines, junto con montones de petardos sorpresa.

Por la tarde salieron del castillo: la nieve se hallaba tal cual había caído, salvo por los caminos abiertos por los estudiantes de Durmstrang y Beauxbatons desde sus moradas al castillo. Tuvieron una breve pelea de bolas de nieve, hasta que dieron las cinco de la tarde y Arlina anunció que debía volver al castillo para arreglarse.

—Pero ¿necesitas tres horas? No estás tan fea, Arlina —se extrañó Greg, mirándola sin comprender.

Pagó su distracción y mal chiste con un bolazo de nieve en la cabeza que le arrojó Cedric.

—Déjala, Greg —le dijo, pero luego sonrió burlesco—. Necesita impresionar a su príncipe húngaro.

Arlina puso los ojos en blanco, aunque no borró su sonrisa, y se fue sin dar algún comentario. Volvió al castillo, dejándolos en su pelea de bolas de nieve, y al llegar se dio cuenta de que no era la única que regresaba. Docenas de chicas estaban de vuelta en el castillo, camino a sus dormitorios, y en el camino se encontró con Hermione.

—¡Herms!

—Hola, Arlina. ¿Vas a arreglarte?

—Sí —asintió—. Oh, y muchas gracias por el regalo, por cierto. Muero por leerlo.

—A mí me encantó el que me obsequiaste, ¡ya lo empecé a leer! —dijo entusiasmada— Oye, Arli, eh... Tú sabes... arreglarte. Y me preguntaba si... si tú podrías...

Arlina frunció el ceño, ladeando la cabeza en confusión.

—No seas tonta, Herms. Ni tienes que pedirlo. ¡Ve por tus cosas y nos vemos en el baño del primer piso!

Cuando se encontraron en el baño del primer piso, Arlina le confesó acerca de cómo Viktor Krum se había tomado la molestia de pedirle ayuda para invitarla. Hermione se sonrojó bastente y le preguntó sobre Luka. Por supuesto, Arlina admitió que el chico era muy guapo y se había comportado muy encantador.

—Te ves increíble —le dijo, terminando de acomodar la coleta que se había tardado media hora en dejar perfectamente.

—Tú también. Harry lamentará aún más haberse tardado en pedirte que fueras su pareja.

Arlina dejó de alisarse su largo vestido azul para mirarla con el entrecejo fruncido.

—¿Qué dijiste?

Hermione la miró también, con las cejas arqueadas.

—Harry iba a pedirte que fueras su pareja en el baile. Todo el tiempo estuvo intentando hacerlo, pero cuando por fin se armó de valor, te encontró con el primo de Viktor.

Los hombros de Arlina cayeron con decepción, pero no dijo nada. Abrió la puerta del baño y salió con Hermione a su lado, ambas taconeando camino al Gran Comedor y platicando sobre la P.E.D.D.O.

Al abrir las puertas de roble, todo el mundo se volvió para verlas entrar. Arlina se dio cuenta de cómo muchos quedaban sorprendidos por ver a Hermione en su vestido rosa, tan bien peinada y sonriente, con una postura de princesa.

Harry no podía creerlo cuando vio a Arlina. Tenía el cabello arreglado en una coleta con ondulaciones. Su vestido era azul y largo hasta el suelo, con un escote en V por el pecho y una abertura en U por la espalda. A comparación de muchas, ella usaba unos tacones color crema y de cinco centímetros. Por primera vez, Arlina se había quitado su collar, pero llevaba el brazalete de Cedric en su muñeca y unos aretes de perlas blancas.

Quiso acercarse a pesar de tener a Parvati a su lado, para decirle lo hermosa que estaba, pero Luka Petrov se le adelantó... de nuevo.

—Luces «prreciosa, Arrlina» —halagó, llegando hasta ella para tomar su mano y besar sus nudillos.

Arlina sonrió tímidamente, sus mejillas enrojeciendo. Evaluó el uniforme elegante que llevaba, dándose cuenta de que se veía aún más fornido.

—Tú también te ves muy bien.

En ese momento los llamó la voz de la profesora McGonagall:

—¡Los campeones por aquí, por favor!

Arlina ni siquiera miró a Harry, rehusándose a sentirse mal en el baile por verlo agarrado de otra chica, y entró con Petrov para ponerse alrededor de la pista. Una vez que entraron los campeones y abrieron el baile, el profesor Dumbledore sacó a bailar a la profesora McGonagall, animando a los demás a pasar.

Luka ni siquiera lo dudó, tendiéndole la mano en modo de invitación. Arlina aceptó con una sonrisa y le entregó su mano. En toda la noche no la dejó sola y mantuvo su atención ella. Ella encontró eso muy caballeroso. También le llevó ponche cuando tenía sed y al final de la noche la dejó en el vestíbulo con un beso en la mejilla y un agradecimiento por acompañarlo al baile. Arlina se alegró de haber aceptaro la invitación de Luka y no de otro chico antes.

El corazón de Harry se estrujó una vez más.

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