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22. Colacuerno húngaro


La multitud gritaba muchísimo, pero Arlina ni sabía ni le preocupaba si eran gritos de apoyo o abucheo. Sólo miraba atentamente a Harry, quien lo primero que hizo fue levantar la varita.

¡Accio Saeta de Fuego! —gritó.

Harry aguardó, confiando y rogando con todo su ser. Si no funcionaba, si la escoba no acudía... Le parecía verlo todo a través de una extraña barrera transparente y reluciente, como una calima que hacía que el cercado y los cientos de rostros que había a su alrededor flotaran de forma extraña...

Y entonces la oyó atravesando el aire tras él. Se volvió y vio la Saeta de Fuego volar hacia allí por el borde del bosque, descender hasta el cercado y detenerse en el aire, a su lado, esperando que la montara. La multitud alborotaba aún más... Bagman gritaba algo... pero los oídos de Harry ya no funcionaban bien, porque oír no era importante...

Pasó una pierna por encima del palo de la escoba y dio una patada en el suelo para elevarse. Un segundo más tarde sucedió algo milagroso.

Al elevarse y sentir el azote del aire en la cara, al convertirse los rostros de los espectadores en puntas de alfiler de color carne y al encogerse el colacuerno hasta adquirir el tamaño de un perro, comprendió que allá abajo no había dejado únicamente la tierra, sino también el miedo: por fin estaba en su elemento.

Aquello era sólo otro partido de quidditch... nada más, y el colacuerno era simplemente el equipo enemigo...

Miró la nidada, y vio el huevo de oro brillando en medio de los demás huevos de color cemento, bien protegidos entre las patas delanteras del dragón.

—Bien —se dijo Harry a sí mismo—, tácticas de distracción. Adelante.

Descendió en picada. El colacuerno lo siguió con la cabeza. Sabía lo que el dragón iba a hacer, y justo a tiempo frenó su descenso y se elevó en el aire. Llegó un chorro de fuego justo al lugar en que se habría encontrado si no hubiera dado un viraje en el último instante... pero a Harry no le preocupó: era lo mismo que esquivar una bludger.

—¡Cielo santo, vaya manera de volar! —vociferó Bagman, entre los gritos de la multitud— ¿Ha visto eso, señor Krum?

Harry se elevó en círculos. El colacuerno seguía siempre su recorrido, girando la cabeza sobre su largo cuello. Si continuaba así, se marearía, pero era mejor no abusar o volvería a echar fuego.

Se lanzó hacia abajo justo cuando el dragón abría la boca, pero esta vez tuvo menos suerte. Esquivó las llamas, pero la cola de la bestia se alzó hacia él, y al virar a la izquierda uno de los largos pinchos le raspó el hombro. La túnica quedó desgarrada.

Le escocía. La multitud gritaba, pero la herida no parecía profunda. Sobrevoló la espalda del colacuerno y se le ocurrió una posibilidad...

El dragón no parecía dispuesto a moverse del sitio: tenía demasiado afán por proteger los huevos. Aunque retorcía la cabeza y plegaba y desplegaba las alas sin apartar de Harry sus terribles ojos amarillos, era evidente que temía apartarse demasiado de sus crías. Así pues, tenía que persuadirlo de que lo hiciera, o de lo contrario nunca podría apoderarse del huevo de oro. El truco estaba en hacerlo con cuidado, poco a poco.

Empezó a volar. Primero por un lado, luego por el otro, no demasiado cerca para evitar que echara fuego por la boca, pero arriesgándose todo lo necesario para asegurarse de que la bestia no le quitaba los ojos de encima. La cabeza del dragón se balanceaba a un lado y a otro, mirándolo por aquellas pupilas verticales, enseñándole los colmillos...

Remontó un poco el vuelo. La cabeza del dragón se elevó con él, alargando el cuello al máximo y sin dejar de balancearse como una serpiente ante el encantador.

Harry se elevó un par de metros más, y el dragón soltó un bramido de exasperación. Harry era como una mosca para él, una mosca que ansiaba aplastar. Volvió a azotar con la cola, pero Harry estaba demasiado alto para alcanzarlo. Abriendo las fauces, echó una bocanada de fuego... que él consiguió esquivar.

—¡Vamos! —lo retó Harry en tono burlón, virando sobre el dragón para provocarlo— ¡Vamos, ven a atraparme! Levántate, vamos...

La enorme bestia se alzó al fin sobre las patas traseras y extendió las correosas alas negras, tan anchas como las de una avioneta, y Harry se lanzó en picado. Antes de que el dragón comprendiera lo que Harry estaba haciendo ni dónde se había metido, éste iba hacia el suelo a toda velocidad, hacia los huevos por fin desprotegidos. Soltó las manos de la Saeta de Fuego... y cogió el huevo de oro.

Y escapó acelerando al máximo, remontando sobre las gradas, con el pesado huevo seguro bajo su brazo ileso. De repente fue como si alguien hubiera vuelto a subir el volumen: por primera vez llegó a ser consciente del ruido de la multitud, que aplaudía y gritaba tan fuerte como la afición irlandesa en los Mundiales.

—¡Miren eso! —gritó Bagman— ¡Mírenlo! ¡Nuestro paladín más joven ha sido el más rápido en coger el huevo! ¡Bueno, esto aumenta las posibilidades de nuestro amigo Potter!

Arlina vio a los cuidadores de los dragones apresurándose para reducir al colacuerno; y a la profesora McGonagall, el profesor Moody y Hagrid, que iban a toda prisa a su encuentro desde la puerta del cercado, haciéndole señas para que se acercara.

Corrió entre la multitud de las gradas y fue directo hacia la segunda tienda que estaba junto a la de campeones y era toda blanca, lo que la hizo entender de inmediato era de primeros auxilios.

La tienda estaba dividida en cubículos. A través de la tela, Arlina distinguió la sombra de Cedric y corrió hacia él tan rápido como sus pies le dejaron.

Cedric ni siquiera había visto bien quién era cuando ella entró y se lanzó a sus brazos. Cuando notó su pequeña estatura, su olor a cítricos y su cabello nogal, supo que se trataba de su mejor amiga.

—¡Estuviste increíble! —le dijo, separándose con una sonrisa, que luego se torció al verle su rostro— ¿Es grave? ¿Qué dijo la señora Pomfrey?

—Está bien —la calmó—. Curará. ¿Cuál fue mi calificación?

—Karkarov te dio un cuatro —dijo con una mueca—. Maxime un ocho, y Dumbledore, Crouch y Bagman un nueve.

—Supongo que me fue bien, entonces —dijo con una media sonrisa.

—¡Estuviste muy bien! —exclamó— Tengo que escribirle una carta a tu mamá. Me pidió que le dijera todo con lujo de detalle en cuanto terminaras la prueba.

—Le escribiremos después de celebrar, no te preocupes.

—¡Dragones! —exclamó la señora Pomfrey en tono de indignación.

A través de la tela del cubículo de Cedric, Arlina distinguió la sombra de Harry, que no parecía seriamente herido, por lo menos a juzgar por el hecho de que estaba sentado. La señora Pomfrey examinó el hombro de Harry, rezongando todo el tiempo, y luego fue en busca de algo.

—Es Harry.

—Ve —le animó Cedric.

Ella le sonrió con agradecimiento y fue directo a su encuentro. Al verlo, sintió que su corazón le daba un vuelco y no se contuvo.

—¡Harry! —exclamó. El nombrado volteó a verla y sonrió torpemente, como si hubiera olvidado cómo hacerlo, poniéndose de pie de inmediato— ¡Estuviste muy bien! ¡Volaste increíble!

—Gra-gracias —balbuceó, de repente perdiendo la adrenalina que hace unos segundos aún corría a través de él.

—El año pasado dementores —bufó la señora Pomfrey—, este año dragones... ¿Qué traerán al colegio el año que viene? Has tenido mucha suerte: sólo es superficial. Pero te la tendré que limpiar antes de curártela.

Arlina se hizo a un lado para que la enfermera limpiara la herida con un poquito de líquido púrpura que echaba humo y escocía, pero luego le dio un golpecito con la varita mágica y la herida se cerró al instante.

—Ahora quédate sentado y quieto durante un minuto. ¡Sentado! Luego podrás ir a ver tu puntuación —ordenó, y salió aprisa del cubículo.

—Tuve mucha suerte —le dijo Harry.

Arlina negó con la cabeza y lo miró como si estuviera loco.

—Fue tu ingenio y tu destreza, Harry. No la suerte. Suerte sería si hubieras bebido felix felicis.

—¿Qué es eso?

—Una pócima para la buena suerte —le dijo, encogiéndose de hombros—. En serio, Harry. Eres mejor mago de lo que crees —le aseguró, mirándolo directamente a los ojos, sin darse cuenta de que, instintivamente, su mano se había acercado hacia su mejilla para limpiarle algo de hollín.

Harry se sintió nervioso otra vez, pero no con ese tipo de nervios que le daban ganas de vomitar, sino del tipo que le daba cosquillas en el estómago y lo ponía tembloroso de la emoción. Miró sus ojos azules y pensó en lo bien que combinaban con su cabello rubio, su piel clara con sus mejillas rosáceas y labios rosados y rellenos.

Salió de sus pensamientos cuando la voz de Hermione funcionó como un balde de agua fría para despertarlo de un sueño relajante. Arlina quitó su mano y retrocedió. Harry se molestó un poco con Hermione por interrumpir.

—¡Harry, has estado genial! —le dijo Hermione con voz chillona. Tenía marcas de uñas en la cara, donde se había apretado del miedo— ¡Alucinante! ¡De verdad!

Pero Harry miraba a Ron, que estaba muy blanco y miraba a su vez a Harry como si éste fuera un fantasma.

—Harry —dijo Ron muy serio—, quienquiera que pusiera tu nombre en el cáliz de fuego, creo que quería matarte.

Fue como si las últimas semanas no hubieran existido, como si Harry viera a Ron por primera vez después de haber sido elegido campeón.

—Lo has comprendido, ¿eh? —contestó Harry fríamente— Te ha costado trabajo.

Hermione estaba entre ellos, nerviosa, paseando la mirada de uno a otro. Ron abrió la boca con aire vacilante. Harry se dio cuenta de que quería disculparse y comprendió que no necesitaba oír las excusas.

—Está bien —dijo, antes de que Ron hablara—. Olvídalo.

—No —replicó Ron—. Yo no debería haber...

—¡Olvídalo!

Ron le sonrió nerviosamente, y Harry le devolvió la sonrisa. Hermione, de pronto, se echó a llorar.

—¡No hay por qué llorar! —le dijo Arlina, desconcertada.

—¡Es que son tan tontos los dos! —gritó Hermione, dando una patada en el suelo al tiempo que le caían las lágrimas. Luego, antes de que pudieran detenerla, les dio un abrazo a los tres y se fue corriendo, esta vez gritando de alegría.

—¡Cómo se pone! —comentó Ron, negando con la cabeza— Vamos, Harry, están a punto de darte la puntuación.

Harry, sin embargo, miró a Arlina, quien le sonrió con ánimo y se volvió para regresar con Cedric.

Cogiendo el huevo de oro y la Saeta de Fuego, más eufórico de lo que una hora antes hubiera creído posible, Harry salió de la tienda con Ron a su lado.

—Te he visto muy cerca de Arlina desde lo del cáliz —le dijo en voz baja—. ¿Pasa algo entre ustedes? Hermione no se dio cuenta porque estaba demasiado emocionada, pero yo sí. Interrumpimos algo, ¿verdad? Parecía que estabas a punto de besarla.

—No me gusta Arlina —le dijo, evitando su mirada, pero aún podía ver su expresión al mirar por las esquinas de sus ojos.

Ron sonrió con sorna.

—Yo no he dicho que...

—Claro, no digo que me desagrade. Es decir...

—Harry...

—Pienso que es muy guapa, inteligente, divertida y amable —le interrumpió sin darse cuenta, callándolo—, pero... Deja de verme así. De acuerdo, me gusta Arlina. ¡Mucho! ¿Contento?

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