16. Los cuatro campeones
El Gran Comedor, con algunas personas platicando y riendo o murmurando, prestaron completa atención a Cedric Diggory cuando éste echó decidido un pedazo de pergamino al cáliz. Sus compañeros de Hufflepuff, Greg sobretodo, vitorearon al ahora concursante para ser el campeón de Hogwarts. Arlina, luchando con todo su corazón por ser una buena amiga, le había aplaudido y sonreído, a pesar de que sintiera peligro vibrando hasta en la punta de sus dedos.
El banquete de Halloween le pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días. Arlina no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día por la preocupación de su mejor amigo a la mitad de su garganta. A comparación de todos los que se encontraban en el Gran Comedor, Arlina sólo deseaba que el tiempo fuera más lento o algo pasara para que el momento de anunciar a los campeones nunca llegara.
Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.
—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.
Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacía daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.
—De un instante a otro —susurró Greg.
De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.
Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.
—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.
—¡Era de imaginar! —gritó Ernie McMillan, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor.
Arlina vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.
—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos— ¡Sabía que serías tú!
Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.
—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore— es ¡Fleur Delacour!
—¡Es hermosa! —gritó Justin Flinch-Fletchley, cuando la chica sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw.
—¡Mira qué decepcionados están todos! —dijo Hannah a Arlina, elevando la voz por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de Beauxbatons.
"Decepcionados" era decir muy poco, pensó Arlina. Dos de las chicas que no habían resultado elegidas habían roto a llorar, y sollozaban con la cabeza escondida entre los brazos.
Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...
Por favor, no. Por favor, no. Por favor, no, te lo suplico.
Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.
—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!
—¡No! —dijo Arlina en voz alta, pero nadie la escuchó: el jaleo proveniente de la mesa de su casa era demasiado estruendoso.
Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando. Pero lo primero que hizo el campeón fue volverse hacia ella, ignorar su ceño fruncido por la preocupación, y abrazarla tan fuerte que le terminó contagiando un poco de su alegría. Arlina no pudo evitar sonreír cuando su amigo la levantó un poco del suelo.
Cuando la soltó tras los silbidos burlones, se abrió camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchó hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la concurrencia.
Arlina, ahora que su amigo ya no estaba ahí, su sonrisa se había borrado y deseó con todas sus fuerzas que alguna visión apareciera para predecir algo que le ayudara a protegerlo. Se concentró, cerrando los ojos, pero lo único que apareció en su mente fue una rápida y borrosa imagen de Harry con una expresión preocupada.
Volteó a verlo confusa. Él no parecía preocupado, pero lo estaría pronto. La pregunta era: ¿por qué?
—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos— Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos ustedes, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, darán a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que puedan. Al animarlos, todos ustedes contribuirán de forma muy significativa a...
Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido. El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.
Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:
—Harry Potter.
Tiene que ser una maldita broma, pensó Arlina, escéptica, aturdida, atontada. Debía de estar soñando. O no había oído bien. Su visión, aunque breve, ahora cobraba sentido.
Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio, mientras Arlina había perdido su mirada en la nada.
En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.
En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.
—¡Harry Potter! —llamó— ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí por favor!
—Vamos —le susurró Hermione, dándole a Harry un leve empujón.
Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. Le pareció un camino larguísimo. La mesa de los profesores no parecía hallarse más cerca aunque él caminara hacia ella, y notaba la mirada de cientos y cientos de ojos, como si cada uno de ellos fuera un reflector. El zumbido se hacía cada vez más fuerte. Después de lo que le pareció una hora, se halló delante de Dumbledore y notó las miradas de todos los profesores.
—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír.
Harry pasó por la mesa de profesores y salió del Gran Comedor.
Un poco después de esa gran sorpresa, la profesora McGonagall despidió a todos a la cama. Arlina se fue con las palabras rencorosas y enojadas de sus compañeros de casa.
—Potter siempre quiere toda la atención.
—Es un Gryffindor, era de esperarse.
Arlina trató de bloquear todos los comentarios y, en lugar de apresurarse a llegar a la Sala Común, aguardó en la entrada a que todos se metieran para ver a Cedric y hablar con él antes de que el resto lo rodeara con tanto vitoreo.
—Arli.
Levantó la mirada del suelo, con el semblante apaciguado, cansado.
—Ganaste.
—Sé que lo predijiste, pero aún fue bastante sorprendente —admitió con una sonrisa grande que sus mejillas se tiñeron de un ligero rojo por la fuerza—. ¿No estás feliz?
Suspiró. Por más miedo que tuviera, se sentía orgullosa. El cáliz, un objeto mágico extraordinario, lo había elegido entre tantos alumnos. Él era el que tenía el mayor potencial de los alumnos mayores de diecisiete años de Hogwarts para ganar ese Torneo.
—Lo estoy. Muchísimo —aclaró, por más trabajo que le costase decirlo—. Pero...
—Oye —la interrumpió, acercándose para tomarla por los brazos y verla a los ojos—, estaré bien. ¿Y sabes por qué?
—¿Por qué? —le dijo, con tono divertido y curioso, mirándolo como si esperara algún chiste malo.
—Porque te tengo a ti para ayudarme a superar todas las pruebas. Eres la mejor bruja de que he conocido. Y si tú me ayudas, saldré sano y salvo.
Tenía algo de razón: ella no iba a dejar que nada malo le pasara. Se desvelaría lo que fuera necesario y buscaría entre todos los libros de la biblioteca con tal de hallar una solución a cualquier obstáculo que su mejor amigo tuviera.
—Bien —aceptó, apretando los labios—, pero recuerda tu promesa: nada de tonterías por hacerse el valiente.
—Deberías decirle eso a Potter —se rió—. Él es el Gryffindor, después de todo.
Arlina no recibió bien su broma y él lo notó, así que asintió, disculpándose.
—¿Está él bien?
Se encogió de hombros.
—Le pregunté cómo lo había hecho —contó—, pero insistió que no había sido él.
Ella asintió y él la miró con el entrecejo contraído.
—¿Le crees?
—¿No viste la cara del pobre? —exclamó, cruzándose de brazos— ¡Ni él lo podía creer! Además, Harry no es esa clase de chico que siempre quiere la atención. No es como todos siempre lo critican.
Cedric se rió entre dientes y le apretó uno de sus cachetes que siempre decía que le recordaban a dos grandes bombones.
—Merlín. En serio te gusta Potter...
—Cállate —le dijo, quitándole la mano—. ¿Qué te dijeron sobre la prueba?
—Dumbledore dijo que está pensada para medir vuestro coraje, así que no van a decir en qué consiste. Se llevará a cabo el veinticuatro de noviembre, ante los demás estudiantes y el tribunal. No podemos solicitar ni aceptar ayuda de ningún tipo por parte de los profesores para llevar a cabo las pruebas del Torneo. Haremos frente al primero de los retos armados solo con la varita. Cuando la primera prueba se termine, y yo quede en primer lugar —dijo sonriente, a lo que Arlina lo vio con una expresión de "más te vale"—, tendremos información sobre la segunda. Ah, y quedaré exento de los exámenes de fin de año.
—Suertudo.
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