15. Reliquia familiar
El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.
En aquel momento, Cedric le picó el hombro.
—Arli.
—¿Sí?
—Mira quiénes acaban de llegar —dijo, señalando la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos asientos vacíos.
Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Arlina extrañada.
—Creo que son los que han organizado el Torneo de los Tres Magos, ¿no? —supuso Cedric— Tal vez querían estar presentes en la inauguración.
Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Cedric y Greg se inclinaban hacia delante, sin despegar los ojos de Dumbledore. Con un estremecimiento, Arlina se preguntó qué iba a suceder a continuación.
—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los Tres Magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre...
—¿El qué? —murmuró Greg.
Ni Cedric ni Arlina le respondieron, absortos en el discurso.
—... sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocéis, permitidme que os presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado. El bigote de cepillo y la raya del pelo, tan recta, resultaban muy raros junto al pelo y la barba de Dumbledore, que eran largos y blancos.
—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los Tres Magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.
A la mención de la palabra "campeones", la atención de los alumnos aumentó aún más. Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía:
—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...
Filch, que había pasado inadvertido, pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción.
—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.
Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.
—Como todos saben, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.
Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.
Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.
—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.
»Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.
»Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar vuestro nombre en el cáliz de fuego están firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que deben estar muy seguros antes de ofrecer vuestra candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.
Arlina pensó un momento en la insistencia de Dumbledore en que nadie se ofreciera como candidato si no había cumplido los diecisiete años, y deseó que Cedric fuera un año menor.
—Dumbledore no ha dicho nada de dónde van a dormir los de Durmstrang, ¿verdad? —preguntó Susan, mirando entre los alumnos de abrigos rojos.
Pero su pregunta quedó respondida al instante. Habían llegado a la altura de la mesa de Slytherin, y Karkarov les metía prisa en aquel momento a sus alumnos.
Krum se volvió y marchó hacia la puerta por detrás de algunos alumnos. Llegó a ella exactamente al mismo tiempo que Arlina, quien se detuvo para cederle el paso con gesto amable. Sin embargo, Krum no avanzó, sino que se detuvo y dejó los ojos fijos en ella hasta que, muy lentamente, fueron descendiendo por su cara hasta llegar a su collar.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó con una voz tosca y ronca, acompañada de su acento particularmente rudo, pero atractivo.
—¿Algún problema? —dijo Cedric a sus espaldas, mirándolo con sus cejas alzadas, mientras Greg se cruzaba de brazos y respaldaba a Arlina.
Viktor lo examinó sólo un par de segundos antes de volver a mirar a los ojos de Arlina, quien estaba sonrojada por la actitud protectora de sus amigos. El búlgaro formó una sonrisa torcida.
—No quise «sonarr» «descorrtés» —explicó, luego procediendo a meter la mano dentro de su abrigo rojo y sacar el medallón que colgaba de su collar. Arlina lo miró atentamente y se quedó sin palabras. Era exactamente igual al de ella—. «Perro» me «parrece» extraño que lo tengas... ya que son objetos muy, muy «rrarros».
—Es una reliquia familiar —contestó Arlina, con el ceño fruncido.
El collar era una cadena, de la que colgaba una estrella encerrada en un círculo y con trazos de runas sobre el metal. Lo usaba desde que tenía memoria. Garrett sólo le había dicho que era una reliquia familiar que, por tradición, se le daba al miembro familiar más joven.
Krum hizo una media sonrisa tan breve que Arlina, por un momento, creyó haberla imaginado.
—La mía también.
Sin pronunciar otra palabra, Krum siguió el camino con el resto de sus compañeros cuando el profesor Karkarov les apresuró el paso.
Como al día siguiente era sábado, lo normal habría sido que la mayoría de los alumnos bajaran tarde a desayunar. Sin embargo, Arlina y Cedric no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta. Al bajar al vestíbulo vieron a unas veinte personas agrupadas allí, algunas comiendo tostadas, y todas contemplando el cáliz de fuego. Lo habían colocado en el centro del vestíbulo, encima del taburete sobre el que se ponía el Sombrero Seleccionador. En el suelo, a su alrededor, una fina línea de color dorado formaba un círculo de tres metros de radio.
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