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13. Beauxbatons y Durmstrang


Arlina no podía sentirse más agotada. Aquella mañana le había costado levantarse, había desayunado sin muchas ganas y había llegado a la clase de DCAO arrastrando los pies.

Sin embargo, cuando el profesor Moody anunció que les echaría la maldición imperius por turno, tanto para mostrarles su poder como para ver si podían resistirse a sus efectos, todos los sentidos de Arlina se pusieron en alerta.

—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...

—Dumbledore quiere que les enseñe cómo es —la interrumpió Moody, girando hacia Hermione el ojo mágico y fijándolo sin parpadear en una mirada sobrecogedora—. Si alguno de ustedes prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.

Señaló la puerta con un dedo nudoso. Arlina no se movió ni un centímetro. La clase no le sería nada complicada. Recordaba con viveza la serie de veces en que su tío la había entrenado para resistir la maldición imperius. Al principio, por supuesto, le resultó muy difícil, pero luego, con la práctica, aprendió a rechazar las órdenes.

Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición imperius. Arlina vio cómo los alumnos, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean Thomas dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender Brown imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba.

—Winchester —gruñó Moody—, te toca. Vamos. Enséñales cómo se hace.

Arlina se sonrojó hasta las orejas por cómo todos posaron su mirada en ella, sin comprender. Seguramente se preguntaban: ¿por qué una hufflepuff habría de enseñar a Gryffindor a resistir una maldición?

Se adelantó hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó la varita mágica, lo apuntó con ella y dijo:

¡Imperio!

Tuvo una sensación extraña, porque no sintió nada. Ella había visto a sus compañeros sufrir por la maldición, haciendo cosas ridículas bajo las órdenes de Moody. Tal vez Moody no había conjurado bien, pero eso sería muy improbable. Ni siquiea sentía que se estuviera resistiendo, no sentía... nada. Justo cuando se preguntó cuándo empezaría a hacerle efecto, Moody exclamó:

—Bien, ¡perfecto! ¡Miren esto, todos ustedes... Arlina se ha resistido! ¡Muy bien, de verdad que muy bien! ¡No podrán controlarte! Ahora te toca a ti, Potter.

Arlina frunció el ceño, confundida, y se fue al otro lado del aula, donde Hannah le recibió con una rana de chocolate para animarla, pensando que tendría que haber pasado por un infierno para resisitir así de bien la maldición. Arlina masticó el trozo del dulce mientras oía a Susan preguntarle cómo lo había logrado. Ni ella tenía idea de qué había pasado, pero no podría decir eso. Así que mintió:

—Mi tío me ha enseñado a resistirla desde que tengo doce años. No fue nada fácil. Quiso dejar de enseñarme cuando pensó que no lo lograría, pero le insistí en ayudarme hasta hacerlo bien.

—Quisiera tener un tío como el tuyo —dijo Hannah con los ojos soñadores.

Cuando, dos horas después, entraron a la clase de Transformaciones, Arlina se sentó sola, sin muchas ganas de hablar. No dejaba de pensar en la forma en que Moody actuaba últimamente. Tal vez... debería decírselo a Garrett.

—¡Están entrando en una fase muy importante de su educación mágica! —declaró la profesora McGonagall con ojos centelleantes— Se acercan los exámenes para el TIMO.

—¡Pero si no tendremos el TIMO hasta el quinto curso! —objetó Dean Thomas.

—Es verdad, Thomas, pero créeme: ¡tienen que prepararse lo más posible! La señorita Granger y la señorita Winchester siguen siendo las únicas personas de la clase que han logrado convertir un erizo en un alfiletero como Dios manda. ¡Permíteme recordarte que el tuyo, Thomas, aún se hace una pelota cada vez que alguien se le acerca con un alfiler!

Arlina, que se había ruborizado, decidió pasar la mirada hacia su libreta, donde dibujaba algo que aún no tenía forma. Se había apenado más cuando la profesora Trelawney había felicitado a Arlina por llevar a Harry y a Ron por el buen camino en la Adivinación. Ambos Gryffindor habían sacado un sobresaliente en los trabajos.

—Caray, Arlina, muchas gracias —dijo Ron, admirando la calificación con fascinación.

—S-sí. Eh... Gracias, Arlina —murmuró Harry, sonrojado.

Cuando Arlina llegó al vestíbulo, corrió hacia Cedric, que se intentaba mezclar con la multitud de estudiantes que estaban arremolinados al pie de la escalinata de mármol, alrededor de un gran letrero.

—¡Ced, Ced! ¿Qué es lo que ocurre? —preguntó poniéndose de puntillas para intentar ver lo que llamaba la atención a todos.

—No lo sé. Es lo que quiero ver —respondió, estirando el cuello—. Agárrate de mi túnica —le aconsejó, al ver que los demás empujaban sin importarles a quién lastimaban. Arlina hizo caso. Luego, siendo dos cabezas más alto que ella, Cedric leyó en voz alta:

TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.

—¡Eso es en una semana! —dijo Cedric, sonriendo hacia Arlina, quien fruncía el ceño con desagrado.

Soltó la túnica y se dio media vuelta, caminando con la boca en una fina línea que expresaba seriedad y molestia. Cedric quiso ir tras ella, pero sus amigos lo rodearon en gritos de vitoreo, animándolo.

El cartel del vestíbulo causó un gran revuelo entre los habitantes del castillo. Durante la semana siguiente, y fuera donde fuera Arlina, no había más que un tema de conversación: el Torneo de los Tres Magos. Los rumores pasaban de un alumno a otro como gérmenes altamente contagiosos: quién se iba a proponer para campeón de Hogwarts, en qué consistiría el Torneo, en qué se diferenciaban de ellos los alumnos de Beauxbatons y Durmstrang...

Arlina notó, además, que el castillo parecía estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara. Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.

Los profesores también parecían algo nerviosos.


—¡Abbott, ten la amabilidad de no decir delante de nadie de Durmstrang que no eres capaz de hacer una pócima tan simple como ésta! —gritó el profesora Snape al final de una clase.

Cuando bajó a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrió que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin.

Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.

Arlina notó a Cedric mirándola desde la mesa de Hufflepuff, haciéndose a un lado en señal de hacerle un espacio para que se sentara con él. Dudó. Tenía tiempo que evitaba a Cedric a toda costa, excusándose de tener muchos deberes. No es que ya no quisiera hablarse con él, para nada. De hecho, lo extrañaba más de lo que alguna vez creyó que podría echarlo de menos. Sin embargo, le dolía verlo. El último dibujo realizado en su liberta lo explicaba todo. Ella no podía guardarle secretos a Cedric, era como si junto a él tuviera vómito verbal cuando intentaba ocultar algo.

A pesar de no querer sentarse con él por miedo a decir lo que ocultaba, no pudo evitarlo. Simplemente no tenía corazón ni cabeza para ser grosera. Ser amable con cualquiera era su peor maldición.

—Hola —saludó Cedric con una leve sonrisa.

Arlina miró su plato como si fuera lo más interesante del mundo.

—Hola.

Cedric no tardó en suspirar.

—Vamos, Arli —sonó con voz suplicante—. Dime por qué estás así. Hablé con Hannah y Susan. Dicen que no tienen tantos deberes como tú dices. Me estás evitando por otra cosa.

—No es cierto —murmuró, con tono de inseguridad.

—¿Hay algo que me estés... ocultando? Arli, mírame.

Y no pudo resistirse. Cedric sabía que si Arlina lo miraba a los ojos, no podría evitar decir lo que realmente le ocurría.

—Hey, hey. Aguarda —le dijo con culpa en sus ojos y voz. Acercó su mano a su cara y limpió la pequeña lágrima que se escabulló por su ojo—. ¿Qué ocurre?

—Soy una terrible amiga —contestó, sorbiendo la nariz—. Yo quiero que seas el mejor, yo quiero lo mejor para ti, de verdad. Pero... no quiero que participes en el Torneo.

Cedric, sorprendido y confundido, juntó las cejas y la miró a los ojos.

—¿Por qué no?

—Porque... es peligroso. Todos lo saben. Y... tengo miedo. ¿Y si algo malo te ocurre? Por favor, Ced. No participes —suplicó, agarrándole la mano—. ¿Por favor?

Cedric abrió la boca para responder, pero no dijo nada. La miró desconcertado por unos segundos, pensando en qué decir.

—¿Sabes que docenas de alumnos quieren participar? No hay nada que asegure que gane. Te preocupas por algo que quizá no ocurra. Tranquila.

Arlina suspiró y tomó su bolso, de él sacando su libreta. Rebuscó entre el montón de páginas llenas de tinta hasta dar con la que buscaba. Le tendió el cuaderno a Cedric, quien frunció el ceño hasta que comprendió el dibujo. Era de esos que ella hacía de manera abstracta y no muy fácil de entender.

—¿Yo... competiré?

—Tú vas a ser el competidor de Hogwarts si decides participar, Ced —contestó, arrebatándole la libreta y guardándola en su bolso cuando notó la mirada chismosa de Susan Bones en ellos—. Sé lo que significa ganar. Sé que quieres darle reconocimiento a Hufflepuff. Pero piénsalo: ¿de verdad vale la pena el riesgo?

—Todos miran a Hufflepuff como si fuera la peor casa —empezó a explicar—. Nos ven como los bobos, los empleados, los torpes, los ilusos y cobardes...

—Pero tú sabes que no es cierto —repuso, mirándolo con seriedad.

—¡Pero es cansado que nos miren y traten así! —insistió, mirando a los lados para asegurarse de que nadie les estuviera prestando mucha atención— Ganar hará que nadie vuelva a insultar a Hufflepuff.

—Newt Scamander es un excelente mago que estuvo en Hufflepuff. Todo el mundo lo sabe y aún así nos miran igual. No cambiarás nada por ganar este Torneo en nombre de nuestra casa.

Cedric suspiró, como si estuviera exhausto. Se quedó callado unos segundos, antes de mirarla directo a los ojos y tomar sus manos entre las suyas. Quedó tan cerca de ella que probablemente todos alrededor pensarían que iba a besarla.

—Te prometo, Arlina, te juro que voy a estar a salvo. Estudiaré y lucharé con todo mi esfuerzo para no salir herido. Seré el mejor, ganaré, y sea cual sea el premio que me den, sé que no será mejor que compartir contigo el triunfo y decir "te dije que todo saldría bien". Porque voy a estar bien.

Arlina siguió mirándolo a los ojos, sorprendida por la cantidad de seriedad con la que Cedric le prometía cosas.

—¿Juras que, si corres un riesgo que sabes que no podrás manejar, te rendirás y no harás nada estúpido por el impulso de querer demostrar algo?

—Lo juro —asintió, sonriendo con alivio de que Arlina se viera más tranquila y accediera a apoyarlo.

—Está bien —sonrió más calmada—. Te ayudaré en todo lo que pueda.

—Sé que lo harás —sonrió conmovido—. Ven aquí.

Arlina, con una pequeña sonrisa de ternura, se dejó jalonear hacia los hombros de su mejor amigo para recibir un fuerte y cálido abrazo.

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