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11. Malfoy el hurón


—¡Rata vieja! —se quejó Ron con amargura mientras descendían la escalera con todos los demás de regreso al Gran Comedor, para la cena— Eso nos llevará todo el fin de semana, ya verás. Lamento que te amarrara a nosotros, Arlina.

—No te preocupes, Ron —negó con la cabeza, mientras metía su libro dentro de su pequeño bolso expandible—. No tengo problema con ayudar a nadie. ¿Les parece si nos juntamos en la biblioteca?

—¿Deberes? —les preguntó muy alegre Hermione, al alcanzarlos— ¡La profesora Vector no nos ha puesto nada!

—Bien, ¡bravo por la profesora Vector! —dijo Ron, de mal humor.

Llegaron al vestíbulo, abarrotado ya de gente que hacía cola para entrar a cenar. Acababan de ponerse en la cola cuando oyeron una voz estridente a sus espaldas:

—¡Weasley! ¡Eh, Weasley!

Harry, Arlina, Ron y Hermione se volvieron. Malfoy, Crabbe y Goyle estaban ante ellos, muy contentos por algún motivo.

—¿Qué? —contestó Ron lacónicamente.

—¡Tu padre ha salido en el periódico, Weasley! —anunció Malfoy, blandiendo un ejemplar de El Profeta y hablando muy alto, para que todos cuantos abarrotaban el vestíbulo pudieran oírlo— ¡Escucha esto!

MÁS ERRORES EN EL MINISTERIO DE MAGIA

Parece que los problemas del Ministerio de Magia no se acaban, escribe Rita Skeeter, nuestra enviada especial. Muy cuestionados últimamente por la falta de seguridad evidenciada en los Mundiales de quidditch, y aún incapaces de explicar la desaparición de una de sus brujas, los funcionarios del Ministerio se vieron inmersos ayer en otra situación embarazosa a causa de la actuación de Arnold Weasley, del Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles.

Malfoy levantó la vista.

—Ni siquiera aciertan con su nombre, Weasley, pero no es de extrañar tratándose de un don nadie, ¿verdad? —dijo exultante.

Todo el mundo escuchaba en el vestíbulo. Con un floreo de la mano, Malfoy volvió a alzar el periódico y leyó:

Arnold Weasley, que hace dos años fue castigado por la posesión de un coche volador, se vio ayer envuelto en una pelea con varios guardadores de la ley muggles (llamados «policías») a propósito de ciertos contenedores de basura muy agresivos. Parece que el señor Weasley acudió raudo en ayuda de Ojoloco Moody, el anciano ex auror que abandonó el Ministerio cuando dejó de distinguir entre un apretón de manos y un intento de asesinato. No es extraño que, habiéndose personado en la muy protegida casa del señor Moody, el señor Weasley hallara que su dueño, una vez más, había hecho saltar una falsa alarma. El señor Weasley no tuvo otro remedio que modificar varias memorias antes de escapar de la policía, pero rehusó explicar a El Profeta por qué había comprometido al Ministerio en un incidente tan poco digno y con tantas posibilidades de resultar muy embarazoso.

—¡Y viene una foto, Weasley! —añadió Malfoy, dándole la vuelta al periódico y levantándolo— Una foto de tus padres a la puerta de su casa... ¡bueno, si esto se puede llamar casa! Tu madre tendría que perder un poco de peso, ¿no crees?

Ron temblaba de furia. Todo el mundo lo miraba. Arlina frunció el ceño, realmente desconcertada. Nunca en su vida había conocido a una persona tan grosera y desconsiderada. Jamás había tenido la mala suerte de ver a Draco Malfoy hablar tan horriblemente de alguien. Sólo oía rumores de cómo actuaba el platinado, pero realmente nunca le había tocado presenciarlo.

—Métetelo por donde te quepa, Malfoy —dijo Harry—. Vamos, Ron...

—¡Ah, Potter! Tú has pasado el verano con ellos, ¿verdad? —dijo Malfoy con aire despectivo— Dime, ¿su madre tiene al natural ese aspecto de cerdito, o es sólo la foto?

La mano de Arlina ardió por querer tomar la varita y apuntar a Malfoy y su pandilla, pero se quedó quieta. Lo mejor era ignorarlos.

—¿Y te has fijado en tu madre, Malfoy? —preguntó Harry. Tanto él como Hermione sujetaban a Ron por la túnica para impedir que se lanzara contra Malfoy— Esa expresión que tiene, como si estuviera oliendo mierda, ¿la tiene siempre, o sólo cuando estás tú cerca?

Arlina quedó con ambos ojos y boca abiertos hasta el límite, sorprendida por su contestación. No pudo evitar reírse por lo bajo.

El pálido rostro de Malfoy se puso sonrosado.

—¿De qué te ríes, Winchester? —le escupió Malfoy, casi rechinando los dientes. Arlina sólo siguió sonriendo. Ningún insulto de Draco hacia ella podría afectarle, era más lista que eso— No te atrevas a insultar a mi madre, Potter.

—Pues mantén cerrada tu grasienta bocaza —le contestó Harry, dándose la vuelta.

¡BUM!

Hubo gritos. Harry notó que algo candente le arañaba un lado de la cara, y metió la mano en la túnica para coger la varita. Pero, antes de que hubiera llegado a tocarla, oyó un segundo ¡BUM! y un grito que retumbó en todo el vestíbulo.

—¡AH, NO, TÚ NO, MUCHACHO!

Arlina se volvió completamente. El profesor Moody bajaba cojeando por la escalinata de mármol. Había sacado la varita y apuntaba con ella a un hurón blanco que tiritaba sobre el suelo de losas de piedra, en el mismo lugar en que había estado Malfoy.

Un aterrorizado silencio se apoderó del vestíbulo. Salvo Moody, nadie movía un músculo. Moody se volvió para mirar a Harry. O, al menos, lo miraba con su ojo normal. El otro estaba en blanco, como dirigido hacia el interior de su cabeza.

—¿Te ha dado? —gruñó Moody. Tenía una voz baja y grave.

—No —respondió Harry—, sólo me ha rozado.

—¡DÉJALO! —gritó Moody.

—¿Que deje... qué? —preguntó Harry, desconcertado.

—No te lo digo a ti... ¡se lo digo a él! —gruñó Moody, señalando con el pulgar, por encima del hombro, a Crabbe, que se había quedado paralizado a punto de coger el hurón blanco. Según parecía, el ojo giratorio de Moody era mágico, y podía ver lo que ocurría detrás de él.

Moody se acercó cojeando a Crabbe, Goyle y el hurón, que dio un chillido de terror y salió corriendo hacia las maz morras.

—¡Me parece que no vas a ir a ningún lado! —le gritó Moody, volviendo a apuntar al hurón con la varita.

El hurón se elevó tres metros en el aire, cayó al suelo dando un golpe y rebotó.

—No me gusta la gente que ataca por la espalda —gruñó Moody, mientras el hurón botaba cada vez más alto, chillando de dolor—. Es algo innoble, cobarde, inmundo...

El hurón se agitaba en el aire, sacudiendo desesperado las patas y la cola.

—¡Moody, basta! —pidió Arlina, tomándole el brazo y haciendo que éste la mirara con su ojo mágico— Te meterás en problemas. Está prohibido hacer eso. Tienes que soltarlo.

Pero Moody la ignoró, haciendo que Arlina frunciera el ceño. Él nunca la ignoraba.

—No... vuelvas... a hacer... eso... —dijo Moody, acompasando cada palabra a los botes del hurón.

—¡Profesor Moody! —exclamó una voz horrorizada.

La profesora McGonagall bajaba por la escalinata de mármol, cargada de libros.

—Hola, profesora McGonagall —respondió Moody con toda tranquilidad, haciendo botar aún más alto al hurón.

—¿Qué... qué está usted haciendo? —preguntó la profesora McGonagall, siguiendo con los ojos la trayectoria aérea del hurón.

—Enseñar —explicó Moody.

—Ens... Moody, ¿eso es un alumno? —gritó la profesora McGonagall al tiempo que dejaba caer todos los libros.

—Sí —contestó Moody.

—¡No! —vociferó la profesora McGonagall, bajando a toda prisa la escalera y sacando la varita.

Al momento siguiente reapareció Malfoy con un ruido seco, hecho un ovillo en el suelo con el pelo lacio y rubio caído sobre la cara, que en ese momento tenía un color rosa muy vivo. Haciendo un gesto de dolor, se puso en pie.

—¡Moody, nosotros jamás usamos la transformación como castigo! —dijo con voz débil la profesora McGonagall— Supongo que el profesor Dumbledore se lo ha explicado.

—Puede que lo haya mencionado, sí —respondió Moody, rascándose la barbilla muy tranquilo—, pero pensé que un buen susto...

—¡Lo que hacemos es dejarlos sin salir, Moody! ¡O hablamos con el jefe de la casa a la que pertenece el infractor...!

—Entonces eso haré —contestó Moody, mirando a Malfoy con desagrado.

Malfoy, que aún tenía los ojos llenos de lágrimas a causa del dolor y la humillación, miró a Moody con odio y murmuró una frase de la que se pudieron entender claramente las palabras «mi padre».

—¿Ah, sí? —dijo Moody en voz baja, acercándose con su cojera unos pocos pasos. Los golpes de su pata de palo contra el suelo retumbaron en todo el vestíbulo— Bien, conozco a tu padre desde hace mucho, muchacho. Dile que Moody vigilará a su hijo muy de cerca... Dile eso de mi parte... Bueno, supongo que el jefe de tu casa es Snape, ¿no?

—Sí —respondió Malfoy, con resentimiento.

—Otro viejo amigo —gruñó Moody—. Hace mucho que tengo ganas de charlar con el viejo Snape... Vamos, adelante...

Y agarró a Malfoy del brazo para conducirlo de camino a las mazmorras.

La profesora McGonagall los siguió unos momentos con la vista; luego apuntó con la varita a los libros que se le habían caído, y, al moverla, éstos se levantaron de nuevo en el aire y regresaron a sus brazos.

Eso le dio una idea a Arlina, así que sacó su varita, apuntó al periódico, alzándolo un metro sobre el suelo. Harry, Hermione y Ron vieron cómo el periódico se rasgó en pedazos tan diminutos que sería imposible saber que alguna vez fue un periódico. Ninguno reparó en el hecho de que ni una palabra había salido de su boca para realizar esos hechizos.

Los pedazos volaron en una corriente danzante, lejos del castillo. Ron le sonrió tímidamente y Arlina se dio vuelta para dirigirse a la mesa de Hufflepuff.

—¡Arli! —exclamó Cedric llegando a su lado y sentándose con una sonrisa de emoción— ¿Escuchaste lo que hizo Moody?

—En realidad, lo vi con mis propios ojos.

—¿Así que es verdad? —se rió— Le ha dado a Malfoy una lección, ¿eh?

—Sí —admitió, sonriendo divertida—. No puedo mentir: fue divertido. Después de las cosas tan horribles que le dijo a Weasley, no puedo negar que se lo tenía bien merecido. Pero... Moody no debió haberlo hecho. ¿En qué pensaba?

—Es Moody —dijo, arrugando la frente—. ¿Qué esperabas?

—Cierto —concordó—, pero... cuando le hablé, él me... ignoró. Normalmente, cuando hace algo imprudente, me escucha a mí o a Garrett. Pero... es como si me hubiera desconocido.

—Tal vez no quería mostrar que te conocía frente a los demás —sugirió, aunque también sospechando respecto a la situación.

—Puede ser —aceptó y se encogió de hombros, como si no quedara de otra. Empezaron a servirse de cenar—. Hoy tuviste clase con él, ¿no es así?

—Sí. Y la clase estuvo... interesante, intensa... Nunca había tenido una clase como ésa —aseguró—. Demostró bastante bien que sí sabe luchar contra las Artes Oscuras.

—Huh —dijo, pensativa, mordiendo su bollo como quien no quiere la cosa—. No tengo clase con él hasta el jueves, así que... Bueno.

Arlina se quedó mirando la pared, hasta que Cedric le puso la mano en su vista, llamando su atención.

—¿Qué pasa?

—Dime tú —le dijo, alzando ambas cejas con interés—. Te quedaste mirando la nada por un minuto y luego empezaste a sonreír como cuando miras a Potter. Aguarda, otra vez sonreíste. ¿Pasó algo con él?

—¡No! —exclamó, roja como frutilla— Es que... La profesora Trelawney me ha puesto a cargo de él y de Weasley para la tarea que dejó. Es algo extensa, no muy complicada, pero no los cree muy capaces de hacerla por sí mismos y ahora tengo que ayudarles.

—Así que... harás los deberes de Adivinación, tu materia favorita, con Potter, el chico que te gusta desde primer año —sonrió con burla, antes de darle un mordisco a su bollo.

—Y con Weasley —aclaró con énfasis, un poco sonrosada en las mejillas—. Voy a hacer el ridículo —le dijo horrorizada—. ¡Nunca sé qué decirle!

Decidió omitar la parte en que Harry la había visto en corpiño en el tren de camino a Hogwarts.

—Yo no me preocuparía mucho por eso —dijo, aún sonriendo con picardía. Arlina lo miró confundida—. He visto cómo te mira. Desde los Mundiales que no te quita los ojos de encima, Arlina. Podrás tener tu tercer ojo bien dotado, pero estos dos que tienes aquí... no son muy observadores cuando se trata de ti.

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