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Capítulo 4. A casa.


Todo negro.

Era lo único que veía.

Los párpados me pesaban demasiado. Noto como estoy en una superficie dura, pero algo me cubre la mitad del cuerpo, algo que identifico como una manta.

- El gotero que le he puesto ya casi está terminado. El suero hará que se recupere. Si no llega a encontrarnos habría muerto de inanición. – escucho como dice una voz a mi alrededor. Sus manos se posan en mi brazo derecho y me quitan la vía. Me quejo por el leve dolor. – Vaya, parece que empieza a despertar.

- Mejor así, no podemos gastar nuestras cosas en alguien que no conocemos. - dice una voz que se me hace conocida. - Espera... ¿Qué es eso?

Es el hombre que estaba con el chico.

- Parece un vendaje – dice la voz del principio, quien me ha quitado la vía.

Noto como me destapa bruscamente y me agarra la muñeca. Intuyo lo que va hacer. Antes de que el hombre pueda si quiera tocar el vendaje abro los ojos, sujeto su brazo y le pego una patada que lo aleja de mi. Salto de donde estaba tumbado, que ahora sé que es una mesa, con intención de dirigirme hacia donde se encuentran mis katanas, en otra mesa más alejada a la izquierda. Pero apenas puedo dar un par de pasos cuando mi visión vuelve a nublarse y caigo al suelo de rodillas. Intento levantarme.

- Ni se te ocurra – dice una voz joven. Alzo la vista y me encuentro el cañón de una pistola apuntando a mi cabeza, seguido de una mirada azul, fría y dura.

El chico del sombrero. Carl.

- No... No me vas a disparar... - mi voz suena ronca y áspera y de mis labios asoma una leve sonrisa. – Tan sólo eres un niñato con un arma. Un crío.

El chico le quita el seguro al arma y la recarga. Trago saliva. Sonríe. Ha conseguido lo que quiere.

- Y tú eres un imbécil con dos espadas. – dice mientras me examina con la mirada. Estoy de rodillas, con los brazos apoyados en el suelo sintiendo como ese chico me escanea con sus ojos. Un escalofrío me recorre. Acerca el cañón y lo pega a mi frente. – No soy un crío, y tú tampoco. – sentencia - ¿Estás bien papá? – dice mientras aparta su vista de mi. Me relajo cuando lo hace.

"¿Papá?"

El hombre al cual he empujado de una patada en el estómago se levanta con ayuda del tío de la ballesta. El mencionado asiente con la cabeza, asombrado por ver a su hijo encañonándome con un arma. Aunque me apostaría el cuello a que en su mirada también hay algo de orgullo.

Intento volver a levantarme, pero las fuerzas vuelven a fallar.

- Joder... - es lo último que digo antes de desplomarme contra el suelo.

Y de nuevo, todo negro.

- Ah... Joder... - digo aun sin abrir los ojos. Algo hace que me duela la cabeza.

- Buenos días princesa – dice una voz en mi oreja.

El tío de la ballesta me tiene agarrado por el pelo.

- ¡Arg! ¡Suéltame, joder! – exclamo. Apreto mis ojos aún cerrados y él a su vez apreta el agarre.

Abro los ojos, vuelvo a ver el cañón de un arma, pero esta vez quién me apunta no es el hijo, sino el padre.

- Qué tienes bajo ese vendaje – pregunta este. Su rostro da miedo. – Contesta.

- Nada. – respondo yo, sosteniendo la mirada. El hombre ladea su cabeza.

- Alguien que no esconde nada no tiene esa reacción. – dice acercando su revólver, y al igual que su hijo, apoya el arma en mi frente.

- De tal palo tal astilla. – digo sonriendo. Miro la sala de mi al rededor. Parece una pequeña sala común del pabellón dónde nos encontramos, tras el hombre que me apunta se encuentra una puerta que da al pasillo de las celdas y a mi izquierda hay unas mesas redondas, dónde hay más personas. De forma recíproca, nos miramos extrañados. De derecha a izquierda están el chico del sombrero, Carl, apoyado en una pared, mirándome fijamente, con la mano en su arma. A su lado, una mujer de pelo corto blanco y gris. Más a la izquierda hay una chica castaña de ojos verdes seguida por un chico asiático. Por último, sentados en las mesas, un hombre mayor, al cual le falta una pierna y en el otro lado de la mesa, una chica rubia que sostiene un bebé. Vuelvo a mirar al hombre. – Sois bastantes.

- No es eso lo que quiero que me respondas.

Vuelvo a examinar la sala, a lo lejos, en la misma mesa de antes, veo mis katanas.

- Ni lo pienses – vuelvo a escuchar en mi oreja. El tío de la ballesta me estira del pelo haciendo que eche levemente mi cabeza hacia atrás. Apreta mi cuchillo en mi garganta.

- ¿No te parece feo amenazar a alguien con su propia arma? – le digo sonriendo, con dificultad al hablar.

- Vuelve a vacilarme y te meteré una flecha. – dice estirándome del pelo una vez más. Me quejo y apreto los dientes por el dolor.

- Rick ya basta. – habla la castaña por primera vez – Le estáis asustando, es sólo un crío.

- Oh no, de crío nada – dice el tal Rick mientras vuelve a apretar su arma contra mi. – Ya hemos visto cómo se las gasta.

- ¿Y qué importa? ¿Qué tiene? ¿Once años? – dice la chica caminando un par de pasos.

- Doce – corrijo yo. Desvío la mirada. La castaña me mira. – Puede que trece, no estoy seguro.

- Vaya Rick, tiene un año más que tu hijo. – continúa la chica con ironía mientras se cruza de brazos. Carl me mira y yo le miro a él.

- Su edad no le exime del peligro. ¿Acaso no has visto lo que ha hecho? ¿O cómo nos habla? – dice el hombre, pero aún así, afloja un poco la presión del arma y se apreta los ojos con el dedo índice y el pulgar de su mano libre. Vuelve a dirigir su mirada a mi. – Habla de una vez o te juro que apretaré el gatillo sin importarme una mierda la edad que tengas.

- No puedes hacerlo. – le digo seriamente.

- Yo no estaría tan seguro – dice ladeando su cabeza, a la vez que acerca su cara a mi, esta vez apretando el cañón en mi cráneo.

- Sería una gilipollez matar a la única persona inmune a la mordedura de un caminante. – suelto mientras alzo la vista y le miro fijamente a los ojos.

- ¿De qué coño hablas? – dice el tío de la ballesta tras de mi. - ¡Responde! – habla mientras vuelve a tirarme del pelo.

- ¡Suéltame capullo! – digo mientras le doy un codazo. Este me libera de su agarre y me pongo de pie hacia mi derecha, de espaldas a la pared.

De nuevo, dos armas me encañonan.

- ¡Quieto! – dice Carl, quién nuevamente me apunta.

- ¡No os voy a hacer nada! – exclamo con las manos en alto. Tanto padre como hijo no relajan su expresión hacia mi. Muevo las manos despacio, y con la izquierda empiezo a deshacer el vendaje lentamente bajo la atenta mirada del grupo. – Acababa de ver morir a mi mejor amiga y estaba en shock viendo como bombardeaban Atlanta cuando todo comenzó.

- ¿Has dicho Atlanta? – habla el asiático por primera vez. Asiento con la cabeza.

- Y por la distracción, uno de esos muertos me agarró la muñeca y me mordió. Esperé una fiebre y una transformación que nunca llegaron. Y con el paso de los días la herida había cicatrizado perfectamente, dejando lugar a esto. – digo mientras termino de quitarme el vendaje, dejando ver la cicatriz de la mordedura en mi antebrazo. Todos se sorprenden al verla. Rick empieza a bajar el arma lentamente. Pone una mano en su cintura y con la otra guarda el revólver, cuando la tiene libre seca el sudor que empieza a caer en su frente con el antebrazo, mientras mantiene la mirada perdida.

- ¿Qué vamos a hacer Rick? – dice la mujer del pelo blanco y gris mientras se acercaba a él. Carl baja lentamente el arma, con la mirada fija en mi cicatriz, como si intentara asimilarlo.

- Está infectado – responde el tío de la ballesta. – Si se queda puede ser peligroso, tanto para nosotros como para el resto.

- Oye tío, estás empezando a caerme mal ¿Qué te hecho? - le digo mientras doy un paso hacia él mirándole de manera vacilante. Él alza las cejas. – No me he transformado en casi un año y no voy a hacerlo ahora.

- No es algo que tu decidas. – me dice él mientras avanza otro paso hacia mi. – Podrías transformarte de noche y matarnos mientras dormimos.

- ¿Acaso no estamos todos infectados? Cualquiera podría morir mientras duerme, levantarse y devorar al resto. – le respondo. Puedo ver como el grupo se mira entre sí, cómo si a ninguno se le hubiera ocurrido antes esa teoría.

- ¿Cómo sabes que estamos todos infectados? – me pregunta Rick. Dirijo mi mirada hacia él.

- Porque así empezó el brote en el orfanato. Un grupo de niños pequeños murió por la gripe, y después resucitaron convertidos. – sentencio.

- ¿Orfanato? – dice el tío de la ballesta.

- ¿Algún problema con eso? – le digo empezando a cabrearme. Este hace una mueca y aparta la mirada mientras se sienta en la mesa que tiene justo detrás, apoyando los pies en el asiento.

- ¿Qué vamos a hacer entonces? No podemos dejarle ahí fuera con los caminantes. – escucho decir a la chica rubia que sujeta al bebé.

- Le he visto fuera. Los caminantes no le atacan. – dice mientras desvía su mirada de la chica rubia a mi.

- Y es cierto. Ellos me huelen como uno más. - confirmo.

Rick apoya todo su peso en la pierna derecha, y con las manos en la cintura, alza ligeramente la barbilla. - Entonces para ti no sería un problema volver. – responde mientras me mira.

- Abandonarle ahí fuera no es la solución, Rick. Imagina que fuera alguno de nosotros el que está en su misma situación. – habla el anciano.

Este se pasa la mano por la cara, frustrado, y de nuevo pone ambas manos en su cintura.

- ¡Rick! – grita una mujer que entra corriendo por la puerta de las celdas hasta llegar frente a él.

"Esa voz..."

- ¿Qué ocurre Michonne? – dice él.

No puede ser.

- Han entrado algunos caminantes por la parte de atrás. – todos se envaran al oír la noticia – Por el sonido sé que son pocos, pero aún así no sé cuántos.

- ¿Michonne? – llamo a la mujer que se encuentra de espaldas a mi. Esta se queda congelada en su sitio. - ¿Eres tú...? – continúo mientras esta se gira lentamente.

- ¿Qué...? – dice ella con temblorosa. - ¿Él es el chico que había en la verja? – le pregunta a Rick. Este asiente frunciendo el ceño.

- Eres tú... Sabía que no podía tratarse de una alucinación. – digo. Ahora es a mi a quién le tiembla la voz.

Camina rápido hasta mi y una vez a mi altura se arrodilla para abrazarme. Correspondo a su abrazo lo mejor que el shock me permite.

No me lo creo.

No puede ser.

Esto ha de ser una broma.

Jamás pensé que en un mundo así, sería a ella a quién me encontraría.

- ¿Os conocéis? – dice la chica castaña. Michonne asiente mientras las lágrimas caen por su cara. Vuelve a abrazarme mientras llora. Todos nos miran estupefactos, sin saber que hacer.

- ¿De que la conoces? – me pregunta Rick, quien escruta la escena con la mirada.

- Ella siempre ha sido lo más parecido a una madre que he podido tener. – digo sonriendo mirándola a los ojos. La mujer acuna mi cara entre sus manos mientras que con sus pulgares limpia mis lágrimas, que amenazan con aparecer.

- Le conozco desde que tenía siete años. Me lo encontré vagando por la calle, se había escapado del orfanato, para variar. – explica mientras me recrimina con la mirada. No puedo hacer más que sonreír. – Por aquel entonces yo daba clases sobre el manejo de la espada, y él mostraba tanto interés que llamó mi atención. No me equivocaba, siempre tuvo un gran potencial.

- Tengo – le corregí con una sonrisa. Ella me miró y sonrió mientras negaba con la cabeza.

- Siento tener que romper el bonito reencuentro, pero habría que matar algunos caminantes. – comenta el chico asiático mientras camina hacia una mesa. Una vez ahí coge un hacha y mis katanas. Camina en mi dirección y cuando llega a mi me las entrega.

- ¿Glenn que es lo que estás haciendo? – le reprocha Rick con el ceño fruncido. Me coloco mis katanas y las abrocho. Me agacho para recoger mi cuchillo y ponérmelo en el cinturón mientras asesino con la mirada al de la ballesta.

- Vamos a comprobar lo que Michonne dice. Así – continua el chico - también podrá demostrarnos si merece la pena confiar en él. – Rick le mira incrédulo.

- Déjame ayudaros Rick. Aunque quieras echarme luego, no importa. Pero si puedo ser de ayuda, quiero serlo. – le digo. Este mira al tío de la ballesta, el cual asiente levemente.

- Está bien. – dice rindiéndose mientras asiente. – Que Tyresse y Sasha se queden vigilando. Daryl, Carl, venid. No alarméis al resto, nos encargaremos nosotros. – continúa para después emprender la marcha. Los últimos mencionados van tras él. Veo como el chico asiático, Glenn, le da un beso a la chica castaña, a lo que esta responde con un "Ten cuidado".

Empezamos a adentrarnos en la parte profunda y subterránea del pabellón. Todo está muy oscuro y silencioso, pero conforme avanzamos, empiezan a escucharse unos leves gruñidos. Frenamos en seco para pegarnos a la pared.

- Tenía razón, por el sonido parecen pocos, pero no podemos arriesgarnos. No sabemos cuántos hay. – susurra Rick a Michonne.

- Iré a ver. – digo avanzando hasta llegar a la esquina, a la altura de Rick, que da al siguiente pasillo.

- ¿Es que quieres morir? ¡Vuelve aquí! – exclama Glenn.

- Tranquilo. – digo mientras alzo el brazo derecho y señalo la cicatriz.

Todos me miran extrañados, como si fuera un maldito loco.

- El chaval tiene un par de huevos. – escucho como dice el tío de la ballesta.

Sonrío.

Saco mis katanas y camino lentamente por el pasillo hasta llegar a la siguiente esquina. Efectivamente, son pocos. No llegan a diez. Con la katana de mi derecha comienzo a arañar la pared a la vez que camino de espaldas por el pasillo que he venido.

Y los caminantes reaccionan.

Empiezan a caminar en dirección al ruido, pero siguen sin atacarme. Me alejo, cuando los tengo a una distancia suficiente, empiezo a correr y salto. Cruzo las katanas sobre mi y apoyo el pie en la pared de la derecha y impulsándome hacia los dos primeros, cortándoles el cráneo cuando las descruzo.

Por el ruido, estos empiezan a ponerse nerviosos y caminan más deprisa.

Liquido al siguiente clavándole la katana que sostengo en mi derecha en la cabeza. No doy tiempo a que el siguiente avance y lo cojo de la ropa para estamparlo en la pared con la mano derecha y clavarle la katana que tengo en la izquierda.

Soy consciente de que he dejado pasar a dos.

Pero me relajo cuando escucho el silbido de una flecha que elimina a uno.

Voy a por el último, le doy una patada haciéndole caer al suelo, me abalanzo sobre él evitando que se levante, saco el cinturón de mi cuchillo y lo hundo en su cráneo.

Queda uno de los que he dejado pasar.

Saco el cuchillo de la cabeza del caminante y lo lanzo en un disparo certero hacia la cabeza matándolo en el acto. Este cae ante ellos, quienes me miran como si no pudieran creer lo que acaban de ver.

Respiro agitadamente. Sonrío.

- ¿Cómo...? – me pregunta Glenn. Me encojo de hombros.

- Pregúntale a Michonne. – respondo con una sonrisa.

Avanzo hacia ellos a la vez que ellos avanzan hacia mi. Cuando nos encontramos Michonne revuelve mi pelo y me atrae hacia ella. Carl me observa con una leve sonrisa, al igual que el de la ballesta. Rick me mira mientras asiente levemente.

Pero antes de que nos demos cuenta, un caminante del cual no sabíamos de su existencia, sale de una puerta del pasillo, abalanzándose sobre Carl.

Todo pasa en segundos.

- ¡NO! – grito. Me lanzo hacia él muerto por la espalda, lo que hace que este caiga sobre Carl y yo sobre el caminante. El chico intenta separarle. Cada vez lo tiene más cerca de su cuello. Como me encuentro sin armas, por instinto interpongo mi antebrazo derecho entre la boca del caminante y el cuerpo de Carl, haciendo que por confusión, el caminante me muerda a mi.

Una vez más.

Esa escena vuelve a revivirse en mi cabeza.

Y también se acaba de revivir ahora mismo.

Un disparo, que proviene del arma de Rick, atraviesa el cráneo del muerto dejándolo inerte. Saco mi brazo ensangrentado de su mandíbula.

El de la ballesta y Glenn salen disparados por la puerta de donde venía el caminante para asegurarse de que no hay más. Y nos confirman que así es al aparecer tras unos segundos.

Me respaldo en la pared mientras que respiro agitadamente. Carl se arrastra hasta sacarse el caminante de encima con la ayuda de Michonne y se acerca a mi.

- ¿¡Por qué has hecho eso!? – me grita mientras agarra mi brazo y empieza a mirarlo.

- ¡Iba a matarte! – le grito yo como respuesta. Él me mira fijamente.

- ¡Podrías haber muerto! – vuelve a gritarme.

- ¡Y tú también! – le grito mientras me incorporo apoyándome en la pared.

- ¡Basta! – exclama Glenn – Salgamos de aquí.

Michonne intenta ayudarme, pero Carl aparta delicadamente su mano a la vez que la mira, esta asiente y el chico coge mi brazo izquierdo para pasarlo por sus hombros, ayudándome a caminar.

El tío de la ballesta se acerca a mi, y saca un pañuelo rojo de su bolsillo trasero, con el que envuelve la herida de mi brazo.

Mi mirada se dirige a Rick quién está en estado de shock, con la mirada perdida, alternando sus ojos en mi y en el vacío.

Empezamos a caminar para salir de ahí flanqueados por Glenn, Michonne y el tío de la ballesta.

Me acabo de dar cuenta de que aún no se su nombre.

Llegamos a la sala anterior, bajo la atenta mirada de todos.

- ¿¡Qué ha pasado!? – dice la mujer del pelo gris.

- Este chico que es idiota y se ha dejado morder para salvarle la vida a Carl. – explica el tío de la ballesta entrando a toda prisa. Carl me ayuda a sentarme en el suelo, al lado de la puerta que da a las celdas. Apoyo mi cabeza en uno de los barrotes. - ¿¡Y si te transformas!? ¡Ahora es más probable que eso pase! – me grita. Le veo caminar como un león en una jaula.

Rick se ha sentado en uno de los bancos de las mesas. Sigue con la mirada perdida. Michonne se ha apoyado en una pared, dejándose caer hasta llegar a sentarse en el suelo. Las lágrimas amenazan por salir de sus ojos.

- ¡No va a pasar! – exclamo.

- ¿¡Y eso cómo lo sabes, genio!? – vuelve a gritarme.

- ¡Porque no es la primera vez que lo hago!

Todos giran sus cabezas hacia mi.

- ¿Qué? – pregunta la castaña dando un par de pasos hacia mi.

- Hace tiempo lo hice como prueba. Tenía que saber que pasaba. No perdía nada. – aclaro ante sus miradas.

- Excepto la vida. – dice Michonne en un suspiro. Carl se levanta de mi lado. Para mi sorpresa, este me trae un poco de agua y recoge mi vendaje negro, entregándomelo junto al agua. Le agradezco con la mirada el gesto y empiezo a limpiar mi herida con el trapo que el de la ballesta me ha dado, para después envolverme el antebrazo con el vendaje.

- Ahora la situación es más peligrosa que antes. – vuelve a hablar el de la ballesta.

- Le ha salvado... La vida... A mi hijo, Daryl. – dice Rick mientras camina hacia el mencionado hasta ponerse a su altura, me sorprendo al escuchar su voz temblorosa por el shock. El tío de la ballesta, al cual al fin le pongo nombre, le mira. – Ha puesto en peligro su vida, por Carl. – suspira – Sin tan siquiera conocerle.

El tal Daryl asiente.

– Lo sé. – sentencia.

- Si él no llega a reaccionar, Carl ahora estaría muerto. – habla Glenn, quien abraza a la chica por la espalda, y esta apoya sus manos en los brazos del chico. Daryl vuelve a asentir, apartando su mirada de Rick, con arrepentimiento.

- Entiendo que mires por la seguridad del grupo. – le dice Rick – Y eso está bien. – continua mientras pone una mano en el hombro de Daryl. Este asiente una vez más. – Pero por ahora él no parece ser un peligro.

- Lo sé. – dice otra vez. Rick vuelve a sentarse dónde estaba antes volviéndose a sumirse en su shock.

Tras unos minutos, un silencio tenso inunda la sala.

- ¿Cuántos caminantes has matado? – me sorprendo de nuevo al escuchar la voz de Rick.

- ¿Qué? – digo alzando la vista hacia él. Su mirada se clava en mi.

- Qué cuántos caminantes has matado. – vuelve a repetir.

- Pero ya me has vis...

- Digo fuera, antes de hoy. Todo este tiempo. – aclara interrumpiéndome. Todos le miran atentamente, algunos tienen una expresión relajada, incluso la chica castaña sonríe.

- Tres. – sentencio. Me mira extrañado. – No me hace falta matarlos. No me atacan.

- ¿Y personas? – continua él.

- ¿Cómo? - exclamo yo.

- ¡Rick, es un niño! ¿A quién va a matar? – responde Glenn.

- Yo maté a mi madre, y soy menor que él. - argumenta Carl con expresión seria. Rápidamente giro mi cabeza en su dirección, asombrado por la confesión que acaba de hacer. Este sigue mirando al frente.

El silencio vuelve a instalarse en la sala.

- Responde. – vuelve a hablar Rick, sin mirarme.

- Una. – respondo yo. De repente me mira fijamente, al igual que hacen todos, incrédulos. Clavo mis ojos en el suelo. – Aunque no la maté yo exactamente. Pero si me hubiera dado prisa, ahora estaría viva.

- ¿Por qué? – continúa el.

- Porque la estaba ayudando a subir al tejado dónde me encontraba, por la ventana. Los caminantes la agarraron y empezaron a devorarle el abdomen hasta partirla en dos. La mitad de su cuerpo se soltó de mis manos. Al día siguiente la busqué, me la encontré tendida en mitad del césped, y por suerte, alguien había acabado con su sufrimiento pegándole un tiro en la cabeza. – levanto la vista hacia Rick. Tenía los ojos ligeramente más abiertos, con expresión sorprendida. Como si visualizara la escena ante él. – Se llamaba Hannah. – digo dando por terminada la historia.

Rick cierra los ojos lentamente, dejando escapar una risa leve, sacando el aire de sus pulmones por la nariz, en un bufido. Apoya su cabeza en sus manos, las cuales tiene entrelazadas formando un puño. Con los pulgares frota el puente de su nariz. Las gotas de sudor caen por su frente, haciendo que a esta se le peguen mechones de pelo. Abre los ojos y mira al anciano. Este asiente. Su mirada examina al resto del grupo. Todos asienten también.

- Está bien. – dice. Todos sueltan el aire contenido y yo sigo sin entender nada. – Pero tendrás que entenderme. - dice mientras se levanta y camina rápidamente bajo la atenta y alarmante mirada de todos. Cuando llega a mi altura se arrodilla ante mi, agarra mi muñeca derecha y me esposa a uno de los barrotes que de la puerta que tengo a mi lado.

- ¿Qué coño...? - digo asombrado.

- Lo siento, pero no puedo arriesgarme. Daryl tiene parte de razón, he de asegurarme con mis propios ojos que no va a pasar nada. – me dice.

- ¡Rick...! – exclama Michonne.

- No – le interrumpo. Esta me mira extrañada. – Tiene razón. Yo también lo haría. – digo para tranquilizarla. Y en el fondo sé que así es. Acaban de descubrir que un chico es inmune y está infectado, así que la desconfianza es aceptable.

- Bienvenido a casa. – me dice Glenn sonriendo desde donde está. La chica castaña sonríe con él.

"A casa."


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