Capítulo 33. Hacia una muerte segura.
Me alejo ligeramente de Rick, aún incapaz de soltarme de su agarre, como si hacerlo me hiciera perderlo todo para siempre otra vez.
Respiro agitado.
Mis sienes laten con fuerza por el sobreesfuerzo al hablar.
Todavía no me puedo creer lo que acabo de decir.
Porque lo acabo de decir.
Porque así debe ser.
Negan debe morir.
Negan va a morir.
Ese era su destino.
Y la promesa que Rick y yo nos hicimos sobre el tejado de la caravana, iba a cumplirse hasta la última letra.
Me encargaría personalmente de ello.
El hombre frente a mi me mira con sus ojos visiblemente rojizos, y vuelve a estrecharme entre sus brazos con fuerza una última vez antes de apartarse, pero incluso así, mantiene su mano izquierda bajo mi nuca.
Y le entiendo.
Sé lo que le pasa.
Lo mismo que a mi.
Teme que, si me suelta, vaya a volver al bando contrario por arte de magia. Como si su contacto me sirviera de escudo.
De barrera.
Un impedimento invisible que me negaba volver a El Santuario de cualquier forma.
Y aunque sé que eso es imposible, se lo agradezco.
Porque inconscientemente había pasado a sentirme más seguro.
Pero esa seguridad se desquebraja en pequeños fragmentos cuando se pone a mi derecha y me deja expuesto ante todos los miembros restantes de mi familia.
Mi familia.
Daryl llora en completo silencio.
Y cuando doy un pequeño paso en su dirección, mi hermano gira la cabeza.
No me mira.
No puede hacerlo.
Y no quiere.
Que me arrancasen el corazón del pecho y lo hubieran lanzado lejos de aquí habría dolido menos.
Aunque es sencillamente eso lo que Daryl ha hecho.
Pero lo entendía.
Y es que no todos iban a tener la facilidad y comprensión de Rick en este momento.
Todos tenían sus motivos para odiarme, sin excepción.
Pero eso no hacía que doliera menos.
Un tembloroso suspiro escapa de entre mis labios cuando Michonne se acerca a mi.
Acuna mi cara entre sus manos y me observa unos segundos.
Entonces me abraza.
Estallo en un silencioso llanto cuando la agarro con fuerza entre mis brazos.
- Lo siento... - musito escondiendo la cara en su hombro. – Yo no... No quería... - la mujer que siempre fue mi madre se aferra a mi con más fuerza. También está llorando, puedo notarlo. – Tuve que hacerlo. Lo siento, tuve que... hacerlo.
- Lo sé, mi vida... Lo sé. – susurra.
Esas palabras me derrumban más si cabe.
Alza mi rostro con delicadeza y limpia las incesantes lágrimas que no tienen intención de dejar de caer.
Y sonríe.
Su sonrisa llena mi alma más que corrupta.
Dudo que algún día vuelva a ser el mismo, pero este no era un mal comienzo.
La mujer, todavía semi abrazada a mi y después de dejar un beso en mi magullada mejilla, se coloca en mi lado izquierdo. Casi parecía que ambos intentaran protegerme, flanqueándome uno a cada lado. Casi parecía que éramos una familia de nuevo.
Casi.
- ¿En serio? ¿Ya está? ¿Todo olvidado? – gruñe Rosita. Levanto la vista, impactado por el asqueado tono de su voz.
- Qué carácter. – comenta Abraham con una sonrisa a unos metros de ella.
Tenso la mandíbula y trago saliva, cerrando los ojos momentáneamente, intentando así borrarle de mi campo de visión.
Pero cuando los abro de nuevo sigue estando ahí.
Sonriente.
Expectante.
- Rosita... - murmura Sasha.
- No, tú cállate. – gruñe ella cuando pasa por su lado, caminando con decisión hasta llegar a mi altura. Su cercanía me abruma y mi respiración se vuelve irregular. – No puede volver así como así. – espeta en dirección a Rick.
El hombre deja escapar un largo y pesado suspiro.
- Ya hablaremos de esto... - dice mirándola fijamente.
- ¡Y una mierda! – brama. – Es un traidor. – sentencia, evitando que las lágrimas lleguen también a ella. – Y un Salvador.
Agacho la cabeza.
- Ya no... Ya no soy un Salvador. – susurro.
Y su respuesta no la espero.
Porque viene en forma de un puñetazo directo a mi cara, derribándome completamente.
Mi cuerpo cae a plomo contra el suelo en milésimas de segundo.
- ¡BASTA! – ruje Daryl.
La sorpresa y el dolor me inundan a partes iguales ante la inesperada actuación de mi hermano por protegerme, dejándome ver como sujeta a la mujer, pero ella se zafa de él con sorprendente facilidad, totalmente movida por la rabia, lo que hace que llegue a mi altura en cuestión de un par de zancadas.
Y entonces saca su pistola.
Y me apunta.
Me congelo en el suelo, semi incorporado, sintiendo como la sangre sale de mi nariz hasta mi boca.
Rosita respira agitada.
En sus ojos no hay vida, nada más que una mirada perdida llena de odio, reproche y rencor.
Ese que me tiene.
Ese que me va a demostrar.
- Rosita... Por favor. – sisea Rick con una mano alzada en su dirección. – No cometas ninguna estupidez.
Ella tensa su mandíbula.
Y le quita el seguro a su arma.
Tiemblo.
Cierro los ojos, dejando que dos lágrimas más rueden por mis mejillas.
No me atrevo a levantar la mirada.
No puedo.
No debo.
- Cuando estabas del lado del asesino de Abraham no querías matarlos... - murmura la mujer frente a mi, erguida en su poder, sujetando el arma con fiereza. – Cuando te era conveniente, no querías matarlos. Eso dijiste en la iglesia. – escupe entre dientes cada palabra como si de veneno se tratara. – Pero ahora la situación no te favorece, ya no tienes privilegios y quieres que acabemos con ellos. – gruñe acercando su arma a mi cabeza. – No pienso arriesgar mi vida por ti.
- Rosita... - suplica Carl a unos metros de mi, rogándole a la mujer que se detenga.
- No pienso arriesgar nuestras vidas... por ti. – sisea con asco haciendo caso omiso al chico.
Pero de un momento a otro, una escalofriante sonrisa cruza sus labios hasta estirarlos por completo.
- De rodillas. – sentencia.
Trago saliva.
Respiro de forma agitada involuntariamente.
El miedo se ha apoderado de mi cuerpo, como tantas veces ha hecho en las últimas horas.
En los últimos días.
- ¡De rodillas! – exclama con rabia y una triunfal sonrisa, como si acabara de cazar al peor villano de la historia y estuviera apunto de entregarlo a la justicia.
O más bien, de ajusticiarlo ella misma.
Aunque ésta más bien era justicia poética para sus ojos.
Un Salvador arrodillado.
- ¡Rosita, ya basta! – gruñe Rick, dando un paso hacia ella.
- ¡NO! – responde, pero esta vez, apuntándole a él.
Todos se quedan como estatuas.
Veo a Michonne contener el aliento.
El cañón del arma vuelve a dirigirse a mi cuando todos parecen haber captado su mensaje.
Miro a Rick fugazmente, este me observa, y sé que no hace falta que diga nada para que lo entienda. Mi vista vuelve a clavarse en el suelo bajo las botas de la mujer armada frente a mi.
Asiento.
Con temblorosa lentitud, hago lo que me ordena hasta quedar arrodillado ante ella.
La imagen no podía ser más grotesca.
Ella, de pie, victoriosa, apuntándome.
Yo, arrodillado, sangrando, torturado.
Y Abraham, tras ella, observando la escena sin perderse ni un solo detalle de la misma.
Tenso la mandíbula.
- No creo que vaya a hacerlo ¿No? – murmura Glenn, que se encuentra cercano a Maggie.
- Yo no estaría tan seguro. – añade Abraham con una pizca de humor.
Cierro los ojos con fuerza.
- Espero que no lo haga. – responde Denisse.
- Joder ¿En serio? – gruño en su dirección. - ¿Ahora tú también? – inquiero mirando a mi izquierda.
El ceño de Rick se frunce fugazmente cuando ve que le estoy hablando a la nada.
Porque eso era lo que todos veían.
Su mirada pasa rápidamente por Michonne y Daryl, y luego vuelve a mi.
Sacudo la cabeza.
El maldito y delator gesto nervioso.
Rosita vuelve a sonreír cuando se acerca a mi un paso más.
Y sin saber muy bien cómo, consigo que mi mutismo vuelva a esfumarse durante unos momentos para permitirme hablar.
- Qué... - cojo aire una vez más. - ¿Qué quieres de mi... Rosita? – alzo la mirada hacia ella y la observo fijamente. – Dime... ¿Qué quieres de mi? – añado alzando gradualmente la voz. - ¿¡Qué cojones quieres de mi!?
Su ceño se frunce y sus dedos se aprietan en torno a la pistola hasta que la piel de sus nudillos pierde color.
- Cómo te at...
- ¡NO! - rujo interrumpiéndola. Las lágrimas caen de nuevo. – Sí... Estaba... Estaba del lado del asesino de Abraham, lo estaba ¡Pero ya no! ¡Me equivoqué! ¡Maté a Arat por Olivia y por ti! – exclamo con más dolor del que puedo ocultar. - No te pido que me perdones... No te pido que luches por mi... - siseo entre temblores con mi mirada puesta únicamente en sus ojos. – Ódiame si quieres, es más, pégame un tiro si lo deseas. – gruño entre dientes. El estupor en los rostros de todos se hace presente, y la tensión casi tangible. - ¡POR FAVOR! - bramo desgañitándome. - ¡Te lo ruego! ¡Ayúdame a acabar con esto de una vez! ¡MÁTAME! - añado con las lágrimas bañando mis mejillas, en un llanto incesante que me absorbe y me lleva más y más a la locura. – ¿Por qué... Por qué sabes qué es lo que veo? – inquiero en un susurro. – A Abraham. – digo con el corazón latiendo desbocado dentro de mi pecho. – A Glenn, a Denisse... - admito, señalando con la mirada los correspondientes lugares donde los mismos se encontraban ante mis ojos, que para ellos no eran más que un fruto de mi más que probada locura, puesto que a sus lados ni hay ni habrá nadie. Nunca más. – A todos mis compañeros y familiares... A todos los que Los Salvadores me... arrebataron. – paso las manos por mi rostro con frustración ante la absurda dificultad para hablar que me carcome. – Estoy... intentando... Estoy intentando enmendar mis errores, para que vivos y muertos dejen de torturarme. – respondo totalmente abatido. - Y me merezco todo el desprecio que me tengas... Pero... Si de verdad no me quieres aquí... - murmuro. Sujeto el cañón de su arma con mi mano derecha de forma temblorosa y lo pego a mi frente. – Hazme ese favor y aprieta el gatillo, porque ya no puedo más.
El silencio se hace a nuestro alrededor.
Carl traga saliva, no porque Rosita pueda hacerlo, si no porque sabe que realmente no me importa que pase.
Pero ella aprieta más el arma contra mi.
Y veo como el dedo se cierne con lentitud sobre el gatillo, acariciándolo.
Puedo ver el desprecio en los ojos de la antigua compañera de Abraham.
Un desprecio que pasa a ser un brillo de alivio.
Porque acaba de comprender una única verdad, para mi desgracia.
Es entonces cuando baja el arma.
- No pienso matarte. – afirma. – No ahora que sé que sufres mucho más estando con vida.
Cierro los ojos.
A esa verdad me refería.
- Se acabó, Rosita. – musita Rick aproximándose a la mujer y quitándole el arma, ganándose mi atención. - ¿Es que no lo ves? – susurra clavando la mirada en sus pupilas a solo unos centímetros de su rostro.
¿Es que no lo ves?
Caigo en el significado de sus palabras.
Se refiere a mi.
A la escena que se dibuja frente a los ojos de todos.
A que no soy el Áyax que antaño conocieron.
Y es que no me había dado cuenta.
No me había dado cuenta de que seguía arrodillado.
No me había dado cuenta de que era incapaz de aguantarles la mirada más de dos segundos.
No me había dado cuenta de que tenía las manos levantadas, intentando protegerme de un golpe que parecía no llegar nunca.
Y eso me hacía entender.
Me hacía entender por qué Rick me estaba tratando así.
Me hacía entender por qué Michonne me había perdonado tan fácilmente.
Me hacía entender por qué Daryl siquiera podía mirarme.
Porque lo que tenían frente a ellos, no era yo.
Era un niño aterrado.
Un niño al que los fantasmas del pasado le perseguían.
Un niño que no podía dejar de llorar en silencio.
Que rogaba por su muerte como si eso le otorgara el descanso que ansía.
Que no podía caminar sin ayuda.
Que no dejaba de sangrar por los golpes.
Por la tortura.
Yo no era un enemigo.
Yo ya no era nada.
Nada.
Bajo las manos totalmente rendido.
- Se acabó. – sentencia Rick. Rosita chasquea la lengua con enfado y echa a caminar a toda prisa hacia el interior de Hilltop. El expolicía suspira tras cerrar los ojos durante unos segundos. – Está bien. – añade. – Será mejor que vayamos entrando. – dice. – Si queremos enfrentarnos a Los Salvadores... Hay que empezar a prepararse, así que hemos de hablar con Greggory.
El resto asiente y empieza a caminar tras los pasos de Rosita.
Carl se aproxima a mi y me ayuda a levantarme.
Y eso me hace sentir ligeramente avergonzado e inútil.
Aparto la mirada.
- Eh... - dice llamándome una vez me he puesto en pie, alzando mi barbilla con su dedo índice. – Todo estará bien. – murmura no muy convencido. Le miro extrañado y traga saliva.
- ¿Qué ocurre? – inquiero.
Carl niega con la cabeza.
- Nada, solo... - balbucea. Entonces me abraza con fuerza. – Solo quiero tenerte cerca.
Y es ahí cuando entiendo que ese "todo estará bien" se lo estaba diciendo a sí mismo tras ver mi cara y mi comportamiento.
Le devuelvo el abrazo e inspiro su característico aroma, intentando relajarme en el proceso.
Pero no soy imbécil.
A Carl le ocurría algo.
Su naturaleza era ser parco en palabras, pero nunca tanto como ahora.
No solo estaba impactado por mi presencia y todo lo que ello conllevaba, había algo más que se rehusaba a decirme.
Y eso me dejaba una extraña sensación naciendo en mi pecho.
La incertidumbre.
Ambos empezamos a caminar hacia el interior de las murallas cuando nos hemos quedado a solas, y aun teniéndole muy cerca, le siento más lejos que nunca.
Sentado en uno de los sofás del despacho de Greggory y con un pañuelo contra mi nariz que Jesús me ha facilitado, rezando porque ésta deje de sangrar, veo al hombre pasearse con nerviosismo de un lado a otro tras su mesa.
- ¡No, de ninguna manera! ¡Ese no era el trato! – sigue repitiendo, como si así nos fuera a quedar más clara su postura. – Nos asegurasteis que os cargaríais a Los Salvadores y fallasteis. Así que cualquier acuerdo queda cancelado. Es nulo de pleno derecho ¿Eh? – dice hacia Rick. Miro a Jesús, quien está sentado a mi lado y arqueo una ceja. El hombre disimula una sonrisa, pues ambos ya sabíamos que esta sería la respuesta del tan valiente jefe de Hilltop. – Ya no somos socios, ni amigos, ni nos conocemos. – añade. – No nos hemos visto. – sentencia antes de sentarse. – Agradeced que todavía no he entregado a vuestro amiguito para que terminen de hacer con él lo que sea que fueran a hacer.
Su mirada se dirige hacia mi y después a Rick, alzando las cejas.
Me tenso en mi sitio y mi corazón se acelera.
¿Cómo podía alguien tener tanta maldad?
- ¿Qué lo agradezcamos? – gruñe Daryl desde su posición, a escasos metros de mi. Y es que no me perdonaba, o eso se decía a sí mismo, pero eso no le impedía protegerme de manera inconsciente.
Rick le dedica una rápida mirada de forma para nada sutil, rogándole que no estropee aún más las cosas.
Mi hermano resopla con incredulidad.
- No os debo nada. – sigue diciendo el hombre desde su silla. – Estáis en deuda conmigo por acoger refugiados, con riesgo personal.
- Oh, fuiste muy valiente quedándote aquí mientras Maggie y Sasha nos salvaban. Tu coraje es un ejemplo. – replica Jesús con sarcasmo.
Carl, sentado también a mi lado, oprime una risa.
Frunzo el ceño y le miro.
¿Algo que Jesús ha dicho le ha hecho gracia?
- Eh. – replica el líder de Hilltop. - ¿No estabas conmigo? ¿No éramos amigos?
- Greggory... - dice Rick interrumpiéndole. – Ya hemos iniciado todo esto.
- Vosotros. – responde.
- Sí. Todos. Y vamos a ganar. – afirma el padre de Carl.
- ¡Son asesinos!
- ¿Y quieres vivir así? ¿Viéndolos matar? ¿Metido en un puño? – sigue insistiendo Rick.
- A veces uno no puede elegir como es su vida. – contesta. – A veces, Ricky, hay que dar gracias por lo poco que se tiene.
Aprieto los dientes.
¿Ricky?
Cobarde hijo de perra.
- ¿Cuántas personas podemos usar? – inquiere Maggie hablando por primera vez. - ¿Cuántos de aquí saben pelear?
- ¿Qué? – dice el hombre con ironía antes de echarse a reír. – No sé ni cuántas personas hay aquí, Margareth.
Mi mano izquierda se cierra hasta convertirse en un puño, intentando así descargar la rabia que me recorre cada vez que este imbécil abre la boca.
- ¿Y serviría de algo? – sigue diciendo. - ¿Qué pensáis hacer? ¿Formar un pelotón de agricultores? Porque eso es lo que son, y granjeros. No querrán luchar.
- Y cómo coño puedes saberlo si ni siquiera sabes cuántos hay en tu comunidad. – gruño con hartazgo.
Greggory alza las cejas.
- ¿Perdona? ¿Qué has dicho? – espeta con rabia. Mirándome como si yo no fuera nada, como si no fuera nadie. - Me debes la vida por no haberte entregado a Simon con un lacito como muestra de gratitud.
Me pongo en pie como un resorte.
- Hijo de... - siseo.
- Se acabó, no pienso aguantar nada más, voy a decirles dónde estás. – replica golpeando la mesa, como si con eso sellase mi destino.
- Atrévete. – ruje Carl de forma impasible aún sentado, pero con la tensión devorando cada uno de sus músculos.
La ira invade el rostro del incompetente jefe de Hilltop a medida que sus mejillas enrojecen.
- ¡Tienes una hora para largarte de aquí! ¡Esa es la ventaja que te doy para esconderte como una rata en cualquier otro lugar! – brama con enfado. – Debería haberte entregarte a ellos personalmente en cuanto llegaste... - murmura para sí mismo, más que harto de mi.
Pero lo he oído.
Yo, y todos.
Mi respiración se acelera.
Y Carl se pone en pie.
Pero yo ya estoy caminando hacia ese hijo de puta.
Mátalo.
Eso pienso hacer.
Rick se interpone en mi camino poniendo una mano en mi pecho, deteniéndome.
- ¡Daryl, vamos! – grita hacia mi hermano rogando por ayuda. Y en un principio me cuesta entender por qué lo hace, pero enseguida lo comprendo.
Y es que cuando Daryl me sostiene con fuerza en cuestión de segundos, arrastrándome lejos de Greggory, veo como Rick aprisiona a su hijo entre sus brazos.
Mis ojos se abren de par en par.
Pues Carl había avanzado a pasos agigantados hacia esa escoria, respirando con furia, dispuesto a lanzarse a por él.
- Venga, Carl... - gruñe su padre, sujetando su cara para conseguir que le mire a él y no al imbécil que todos tenemos delante. – No seas idiota, piensa. – sisea.
- No. – ruje. – No se puede negociar con él. No merece la pena.
Su mirada oscura no se despega del tío que ahora está totalmente estático en su asiento, aterrorizado.
- Tiene razón. – secundo con la cara prácticamente desencajada por la ira. – Que se hunda con su comunidad si así lo quiere... ¡No va a escucharte!
Rick me observa con una mirada reprochadora que tiene grabada a fuego un "así no me ayudas".
- ¿Y lo dices tú? ¿Lo dices tú que estabas al mando de cada saqueo que nos hacías, Scarface?
Mis ojos se abren de par en par.
Mi mandíbula se tensa tanto que duele.
Mis puños se aprietan aún más si eso es posible.
No veo.
No siento.
Y no oigo.
Y lo peor, es que Carl tampoco.
- ¡Vale, basta! – grita Rick haciendo más fuerza en el agarre que sostiene a su hijo, quien ahora se revolvía con más rabia.
- ¡Jesús, Daryl, lleváoslos fuera! – ordena Maggie con un tono autoritario que hasta ahora no había escuchado salir de ella. El primero, con un evidente enfado hacia su líder tiñendo su rostro, obedece al igual que mi hermano.
Y si yo creía que la tensión terminaba aquí, al salir soy consciente de que la cosa aún no había acabado.
Ambos nos sacan prácticamente a rastras de la estancia, seguidos por una asombrada Michonne que cierra las puertas tras de sí, probablemente siendo enviada por Rick para evitar que la situación vaya a mayores.
Y es que así pasa.
Carl se sacude con rabia la mano que Jesús tenía sobre su hombro para acompañarlo fuera.
- No te atrevas a tocarme, no me pongas la mano encima. – gruñe a tan solo centímetros de la cara de Paul Rovia.
Mis ojos casi se salen de sus cuencas.
Jesús se queda estático y alza con lentitud las manos para mostrarse en son de paz.
- ¡A ti qué coño te pasa! – rujo metiéndome entre ambos, separando a Carl del hombre de un seco empujón.
- Vale, se acabó. – musita Michonne con enfado, dirigiéndose a una de las puertas de las habitaciones que se encuentran en la planta superior de Barrington House, abriendo una de ellas. Casualmente en la que yo había pasado la noche, pues era la primera y la más cercana a la mujer. – Entrad.
Frunzo el ceño.
- ¿Qué? – pregunto sorprendido.
- Los dos. – continúa. – Es evidente que tenéis que hablar largo y tendido. – añade. – Solucionad las cosas, y cuando os comportéis como dos seres civilizados de nuevo, salís. Ahora yo voy a entrar ahí a intentar conseguir junto a Rick las, cada vez más escasas, posibilidades de conseguir un acuerdo gracias a vosotros dos. – sentencia molesta, como si fuera una madre regañando a sus dos hijos.
Y en cierta forma, así lo era.
- ¿Nos estás castigando? – inquiero con sarcasmo.
Michonne enarca una ceja.
- Así es. Lo estoy haciendo. – afirma con seriedad.
- Tiene que ser una broma... - murmura Carl casi para sí mismo.
- No somos críos. – gruño en dirección a la mujer, que parecía querer dejarnos en evidencia frente a Daryl y Jesús, quienes observaban expectantes la escena.
- Pues no os comportéis como tal. – sentencia con enfado, dando un paso hacia nosotros. – Habéis intentado atacar al jefe de la comunidad a la que venimos a pedirle ayuda. – sisea con obviedad, como si fuera la única que pareciera verlo. – Esta es una situación seria. Necesitamos gente, aliados. No más enemigos a nuestras espaldas. Así que no me digáis que es lo que tengo que hacer con vosotros, si tengo o no que castigaros o si tengo o no que echaros la bronca ¡Porque prácticamente os he criado a los dos!
Carl y yo tragamos saliva de forma simultánea.
En contadas ocasiones la había visto mostrar ese carácter.
– A la habitación. Los dos. Ahora. – termina por decir, señalando la puerta a sus espaldas.
Resoplo con cansancio ante la creciente tensión que ha ido en aumento desde que nos hemos reencontrado, y froto mi cara cuando la frustración me abruma, ignorando el dolor que me causa tocar cualquier centímetro de piel en mi rostro más que herido.
Cuando mi vista vuelve a Carl, este ya ha se ha adentrado en la habitación.
Michonne alza las cejas en mi dirección y echo a andar, resignado.
Esta situación se estaba volviendo cada vez más y más surrealista.
Cierro la puerta de la estancia con más fuerza de la que debería, pero el chico frente a mi ni se inmuta. O eso es lo que percibo, puesto que me da la espalda.
Se pasea momentáneamente por el lugar y observa el pedazo de papel escrito en mi mesita de noche cuando lo tiene entre manos. Señala ambas camas y la ropa que Jesús me ha prestado sobre el sillón frente a estas.
Arquea su ceja visible, mirándome por encima del hombro, pues el nuevo vendaje volvía a taparle medio rostro, y entonces niega con la cabeza.
- ¿Algo que decir al respecto? Y no enmudezcas ahora. – dice con ácidez sin tan siquiera mirarme una vez más.
Frunzo el ceño y me cruzo de brazos.
- Ha dormido conmigo. – afirmo con una firmeza en mis palabras que ni siquiera sé de dónde he sacado, pero la situación comenzaba a molestarme y comentarios como ese, dolían.
- Qué bien. – espeta entre dientes.
Resoplo.
- Qué coño te pasa, Carl. – inquiero de igual manera.
Él ríe con sarcasmo.
- No, qué coño te pasa a ti con él. – gruñe señalando la puerta a mis espaldas.
Él.
Jesús.
Alzo las cejas, incrédulo.
- ¿Estás de broma?
- Vamos... - dice de forma sardónica, encarándome al fin. – No me negarás que te gusta.
Una pequeña sonrisa se esboza en mis labios.
El ceño de Carl se frunce.
- ¿Te ríes?
- Así es. – respondo con un más que evidente malhumor. – Porque no cuela, Carl. Ni lo intentes. – añado. – Y, respondiendo a tu pregunta ¿Sabes qué? Tienes razón, Jesús me gusta. – sentencio. Su rostro se crispa y mi corazón late con nerviosismo, pero también con enfado. Y es que era inevitable sentir la rabia recorrer mis venas, porque le conocía perfectamente. Sabía de sobra que, fuera lo que fuera lo que le tenía así, estaba lejos de ser por Jesús. Y lo que más me enfadaba: que me recriminase algo que en el fondo ni siquiera le disgustaba.
Porque lo sabía.
No era idiota.
Conocía al chico frente a mi desde hacía ya demasiado tiempo.
Y quizá no fueran amigos, pero a Carl le agradaba Paul Rovia más de lo que nunca admitirá.
– Y no te atrevas... - murmuro acercándome a él, señalándole. – No te atrevas a fingir que estás celoso o que no te cae bien, porque es mentira. – siseo. – Te conozco de sobra, Carl Grimes.
Mis palabras le atrapan completamente desprevenido.
Parpadea un par de veces, perdido, y traga saliva.
Es entonces cuando deja de sostenerme la mirada.
Sonrío.
Y lo mejor, es que él también.
- Vete a la mierda. – musita volviendo a darme la espalda.
Lo sabía.
Una pequeña risa sale de mi y acorto la distancia que nos separa.
- Así que no me vengas con que estás así por él. – continúo. Carl resopla y prácticamente me ignora. – Porque ni soy ciego ni soy imbécil, y sé que empieza a caerte bien. – añado poniendo una mano en su espalda, haciendo que él se quede estático ante el contacto. - Y sí, lo reconozco, puede que Paul Rovia cada vez... se vuelva más especial para mi. Pero eso nunca va a cambiar nada entre nosotros... Nunca. – murmuro, sintiendo bajo la palma de mi mano como la tensión escapa de sus músculos. – Cómo te has comportado frente a Greggory... Es lo más raro que te he visto hacer en mi vida. Tú no eres así. – sigo diciendo. – Así que no insinúes que ese comportamiento que estás teniendo desde que nos hemos vuelto a ver, es por Jesús. Y una mierda, no me lo creo.
El silencio inunda la estancia.
Pero la rigidez se apodera de mi cuando noto algo.
Le rodeo para comprobar si es cierto aquello que presiento, y un nudo se instala en mi estómago.
Porque Carl está llorando.
- ¿Qué...? – titubeo sorprendido.
- Casi... Casi te pierdo... - susurra, perdido en sus propios pensamientos. – Mírate... He estado tan cerca de... Podrías haber...
Tardaré vidas en reconocer lo impactado que ahora mismo me encuentro.
Ni siquiera parecía capaz de poder hablar con claridad.
Y sin saber muy bien cómo actuar, le abrazo con más fuerza de la que pueda llegar a tener.
Su respiración se acelera al compás de su llanto.
- Estoy aquí, no vas a perderme... Estoy aquí, Carl. – musito en su oído en afán por calmarle todo lo posible, pero su abrazo me envuelve con fuerza, casi como si temiera que fuera a desintegrarme y convertirme en polvo entre sus dedos. Acuno su cara entre mis manos, limpiando sus lágrimas con el pulgar. – Vamos, sheriff... - digo dando un pequeño toque a su sombrero. Él hace una mueca que pretende emular una pequeña sonrisa. – Sigo aquí.
Pero sus lágrimas no ceden.
Haciendo que las mías tarden escasos segundos en volver a aparecer.
- Casi te pierdo... - sigue diciendo. Quito su sombrero y lo dejo sobre la cama, consiguiendo que el chico aproveche ese gesto para unir su frente a la mía. – Y eso me aterra. No tienes... No tienes ni la menor idea de cuánto...
- Carl... Estoy aquí.
- ¡Pero podrías no estarlo! – exclama con dolor. Su grito me parte el alma. Su pupila no se separa de mi. – Podrías... Joder, le has pedido a Rosita que te pegue un tiro. – gruñe entre dientes.
Cierro los ojos y agacho la cabeza.
- Yo...
- ¿Tú qué, Áyax? – replica - ¿¡Tú qué!? ¿Eres acaso consciente de lo que has dicho? ¿De cuánto podía dolerme eso? ¡Y no solo a mi!
- Carl, escúchame, lo siento... - susurro con la voz rota.
- ¡Me importa una mierda! – brama separándose ligeramente de mi, pero sin despegar sus manos de mi cintura. - ¡Me da igual que lo sientas! ¡Lo he visto en tus ojos! He visto tu mirada y sé perfectamente que lo decías en serio...
Suspiro, provocando que más lágrimas salgan por lo que estoy apunto de decir.
- Estoy muy cansado, Carl, y... No me importaría. – sentencio. – No me importaría morir.
Su mirada me observa impresionada.
Y sus hombros se tensan.
- Lo sé. – admite con la voz entrecortada, para mi sorpresa.
Sonrío.
Y lo hago de verdad.
- Pero no todavía, Carl. – murmuro. – Todavía no ha llegado mi momento, por más que tiente a la muerte, aún no me toca.
El chico resopla con amargura.
- ¡Y cómo demonios puedes saberlo! – contraataca. – ¡Eres inmune, no inmortal!
Alzo la vista hasta la suya.
Y vuelvo a acercarme a él.
Ahora lo entendía.
Ahora entendía lo que le ocurría.
Carl había empezado a ser consciente de que realmente podía perderme.
Los Salvadores.
Negan.
Las amenazas de Greggory.
Yo no era invencible como siempre había parecido. Podía estar a su lado, y en segundos dejar de existir.
Y es que él no estaba preparado para mi muerte.
Pero yo para la suya tampoco.
Era casi irónico ser conscientes por primera vez de eso en un mundo como este.
Cuando la muerte nos ha rodeado a cada instante desde hace ya demasiados años.
Pero no todavía.
No todavía.
Mi sonrisa se estira.
- La vida me dio una segunda oportunidad, Carl. – afirmo con contundencia. – Y desde entonces la muerte me ha tentado cientos de veces, pero esta segunda vida me ha dado cosas que creí que jamás viviría... Y tú eres una de ellas. – este sonríe, compensando así la tristeza en su mirada. – Por eso sé que todavía no me ha llegado el momento. Podría haber sido mucho antes, no han sido pocas las ocasiones para ello... Pero sigo aquí. Por muy cansado que esté... - susurro. – No me iré de este mundo hasta haber cerrado hasta la última cuenta pendiente con la vida. Estoy seguro.
- No es algo que tú decidas. – musita cerca de mis labios, volviendo a pegar su frente con la mía.
Sonrío.
- Eso ya lo veremos.
Él traga saliva.
Muerde sus labios, evitando romperse nuevamente por el llanto.
Vuelvo a colocar ambas manos en sus mejillas.
- Carl, respira... – digo observándole, con mi instinto alerta. Era más que evidente que tardaría en reponerse de sus temores.
- Me cuesta hacerlo. – admite con vergüenza. – Parece que... me vaya a estallar el pecho.
- Se llama ansiedad, cielo. Estás... teniendo un ataque de ansiedad. – respondo con una pequeña sonrisa en mis labios.
El chico me mira y frunce el ceño.
- ¿Yo? – inquiere con escepticismo.
Le observo con ternura.
Y es que Carl prácticamente nunca mostraba sus emociones o sentimientos, y eso, a la larga, pasaba factura.
A cualquiera.
Una risita escapa de mi.
- Hasta el increíble Carl Grimes, sí. – respondo. Golpea mi pecho con suavidad y aparta la mirada, esa de la que todavía no puede borrar el terror grabado en ella. – Siempre has sido... fuerte, como el que más. El que aguanta todo con entereza incluso aunque no la sienta. Siempre sin dar un paso atrás. – añado mirándole fijamente, intentando transmitirle algo de paz y calma, si es que eso era posible. – Pero nadie te ha pedido que hagas eso, Carl. Ha de ser agotador. – el chico oprime un sollozo que muere al final de su garganta, confirmando así mis palabras. – Sé tú. Descansa, afloja los hombros, llora si lo necesitas. No te pido... No te pido que seas fuerte por los dos. No tienes que hacerlo. – le ruego. – Yo estoy aquí para ti, siempre. Ni siquiera la muerte podrá cambiar el hecho de que yo siempre estaré contigo, incluso aunque mi cuerpo esté bajo tierra... O ya sea solo polvo y cenizas. – me aprieta a él con fuerza cuando esas palabras salen de mi. - Siempre fui y seré tuyo.
Un tembloroso suspiro escapa de entre sus preciosos labios.
- Gracias. – musita en mi cuello antes de volver a estrecharme con fuerza.
Deposito un suave beso en su mejilla.
- Te quiero, niñato. – murmuro con una sonrisa, consiguiendo hacerle reír.
Me parecía increíble como habían cambiado las cosas en cuestión de horas.
Pero su risa se apaga demasiado pronto para mi gusto.
Su ceño se frunce y le veo tragar saliva.
- Si... Si de verdad me quieres como dices... - susurra. – Deja de ponerte en peligro.
Sus palabras me hacen suspirar.
- A veces es inevitable. – respondo acariciando un mechón de su pelo. – No podré huir siempre de ellos. No es mi estilo, y tú lo sabes.
- Pero tampoco es necesario saltar a ellos de cabeza. – dice. Y en su voz puedo apreciar unos ligeros y nuevos matices que se unía a su terror.
El enfado y el reproche.
Le miro extrañado.
- ¿A qué te refieres? – la voz sale de mi casi en un susurro cuando no logro comprenderle.
Aparta la mirada y tensa la mandíbula.
- A que Negan no debe morir. – sentencia.
Sus palabras me atrapan por sorpresa.
Alzo las cejas sin entender del todo si lo que he oído es real.
Negan no debe morir.
¿Eso es lo que ha dicho?
- ¿Qué...? ¿De qué estás hablando? – inquiero parpadeando en repetidas ocasiones, como si así fuera a entenderle mejor.
Carl suspira con pesadez.
- Me has escuchado perfectamente.
- Sí, por eso. – replico con dureza. – Te estoy dando otra oportunidad para que corrijas tus palabras.
Este se separa de mi y pasa ambas manos por su pelo totalmente frustrado.
- Será una broma. – digo en algo que más que como una pregunta, suena a afirmación. - ¿Es que no me has visto?
- Sí que...
- ¡No! – exclamo interrumpiéndole, acercándome a él en cuestión de segundos. – No me has visto. – gruño. – No has visto bien mi cara... Ni mi espalda... Ni estás en mi cabeza. – siseo temblando por la rabia. - Por eso no tienes ni idea de lo que estás hablando.
Las lágrimas no tardan en llegar una vez más a mis ojos, pero no me atrevo a dejarlas caer.
Ni me atrevo, ni quiero.
Carl agacha la cabeza.
- No creo que matarle sea la solución. – dice con convicción. – Ni creo que tú lo quieras realmente, no hasta hace unas semanas.
- ¡Hasta que lo vi, Carl! – bramo. - ¡Hasta que vi quienes eran realmente! Intenté cambiarle, parecía que lo estaba consiguiendo, pero me estaba engañando. Simon le llenó la cabeza de mierda... Y Dwight me torturó por órdenes expresas de Negan. – añado, con el temblor recorriéndome de pies a cabeza. - La gente como él no cambia. No merece ninguna oportunidad.
Él niega con la cabeza.
- ¡Casi te pierdo! - exclama incrédulo, como si no entendiera que me costase comprender la obviedad en sus palabras. - ¡He estado apunto de perderte en sus manos! ¡Y ahora queréis correr de nuevo hacia una muerte segura, desatando una guerra que solo nos traerá desgracias! – añade con enfado. – Y hay algo... - murmura, paseándose de un lado a otro. - Algo que no encaja en esa historia, Áyax. – sigue insistiendo bajo mi asombrada mirada. - ¿Simon le puso contra ti? ¿Y por qué iba a confiar de nuevo en él si ya te tenía a ti? ¿Qué sentido tendría volver atrás? ¿De verdad se creyó tu supuesta traición cuando tú le eras más leal que ninguno de sus hombres siendo él plenamente consciente de ello? – dice con cinismo. - Tú mejor que nadie sabes que había algo en él. Que te trataba diferente, como si... Te apreciara. Había algo que hacía viable todo aquello que le dijiste a mi padre. – dice. – Tiene que haber algo más. Negan no es idiota.
Niego con la cabeza repetidas veces y tapo mis oídos hasta cruzar las manos en mi nuca, dándole la espalda.
Muerdo mis labios.
- No es... idiota, pero sí peligroso. – sentencio en un gruñido. – Mira lo que me ha hecho... Mira lo que le hizo a Glenn y Abraham ¿En qué momento hemos cambiado los papeles? ¡Tiempo atrás tú querías lo mismo que yo ahora!
- ¡Hasta que tú me mostraste que eso era innecesario! – contraataca.
Mi corazón se acelera.
- Tiene que morir... ¡Debe hacerlo! ¡Y Los Salvadores con él!
- Te está cegando la venganza. Creo que os estáis equivocando... Tú tenías razón. – afirma sin perderse ni uno de mis frenéticos movimientos.
- ¡No, Carl! – grito volviéndome hacia él. - ¡Rick la tiene! ¡Rick tiene razón! – el chico me observa fijamente, asombrado por el estado de nervios que me ha invadido en cuestión de momentos. – Y he tenido que darme cuenta de la peor forma.
Me aproximo hacia la puerta, dispuesto a abandonar el asfixiante ambiente que empezaba a consumir la habitación.
Empezaba a sentirme preso de nuevo.
Como si me hubieran llevado a rastras al cubículo de El Santuario.
Sacudo la cabeza intentando deshacerme de esos pensamientos.
- Áyax... - dice deteniendo mis pasos. – Simplemente piénsalo. Tú nuevo mundo es posible sin más muertes en él. Tal y como querías.
Mi mandíbula se tensa y mi mano se cierra en torno al pomo con fuerza.
Exhalo con furia todo el aire que contengo en mis pulmones.
Y vuelvo a mirarle.
- Que le jodan a mi nuevo mundo si hombres como Los Salvadores están en él, Carl. – sentencio entre dientes. – La muerte de Negan es algo que va a pasar. Ya está en marcha y ha de suceder. Ni siquiera está en mi mano hacer algo al respecto para detenerlo.
Él me devuelve la mirada con dureza, incrédulo ante mis palabras, y antes de verme salir de la habitación movido y cegado por la rabia, habla por última vez.
- Es ahí donde te equivocas.
Salgo de Barrington House con Carl casi pegado a mis talones, observando en la lejanía como nuestro grupo nos esperaba bajo las puertas de Hilltop debatiendo algo entre ellos.
- ¿Ya sois seres civilizados? – inquiere Michonne observándonos con los brazos cruzados.
- Si. – respondo secamente.
- Desde luego. – añade Carl entre dientes, tras de mi.
La mujer alza las cejas y asiente con sarcasmo.
- Claro... - murmura para sí misma.
Suspiro con pesadez.
- Cómo ha ido la... negociación. – digo intentando ahuyentar la tensión del ambiente.
Rick niega con la cabeza.
- Podría haber ido mejor. – responde, con su habitual mano en la cintura y los ojos entrecerrados a causa de los rayos de sol que se ciernen sobre nosotros. – Greggory se niega a colaborar.
- Pero... Algunos vecinos parecen dispuestos a ayudarnos. – añade Maggie con algo de optimismo.
Aparto la mirada inevitablemente cuando sus ojos se posan sobre mi.
- Eso es bueno ¿No? – musito.
El silencio se hace entre todos durante unos segundos.
Los miro confuso.
- No a todos les... hace especial ilusión que tú estés de su lado. – comenta Jesús intentando ser asertivo.
Exhalo el aire que contengo en mis pulmones con un más que notable cansancio.
- Si muchos ni siquiera me conocen. – replico con hartazgo.
- Así es, Áyax... No te conocen a ti. – dice Rick. – Pero tu sobrenombre y de dónde provienes dejan una estela a su paso, y eso sí que lo conocen.
- Joder... - gruño pasando la mano derecha por mi pelo. - ¿Y qué hago?
- Hacerte a un lado. – murmura Rosita con hartazgo. – Necesitamos a esta gente y tú no nos serás de ayuda, no eres de fiar.
Resoplo con desgana.
- Qué hacer ahora no importa. – contesta Maggie ignorando su comentario. – Ya habrá tiempo para pensarlo y... convencerles.
Agacho la cabeza, asintiendo.
- Lo primordial en estos momentos es volver, si vienen a por ti... - empieza a decir el expolicía.
Pero las palabras de Jesús le interrumpen.
- Es Alexandria en el primer lugar en el que buscarán. – completa. – No es una buena idea. Y no hace falta que os vayáis... Aún no. – dice antes de sacar un walkie de su bolsillo.
Mi ceño se frunce y un escalofrío me recorre al reconocerlo.
- Eso... Eso es mío. – digo mientras lo señalo.
Jesús me mira confuso, al igual que todos.
- Lo encontré en esa fábrica abandonada donde Los Salvadores viven, cuando fui a explorar sus alrededores hace un par de días. – murmura extrañado.
- El Santuario. – sentencio casi sin voz.
Un sudor frío baja por mi columna.
- ¿El Santuario? – inquiere Rick enarcando una ceja.
- Así lo llamamos Los Salvadores. – respondo.
Alzo la vista, impactado, y mi respiración se vuelve irregular.
Rick aparta la mirada, casi en un acto reflejo.
Trago saliva.
Rosita ríe sarcástica.
Cierro los ojos con fuerza por unos momentos cuando el miedo consigue anclarme los pies al suelo.
- Áyax... Tranquilo. Ha sido simplemente un error. – susurra Carl ahora a mi lado, poniendo una mano en mi hombro.
No había sido solo un simple error.
Mantenerme unido a Los Salvadores de forma inconsciente me dolía, aunque me costara admitirlo.
Porque yo también había visto lo bueno que había en muchos de ellos.
Yo también había creído fielmente en esa idea a la que ahora Carl parecía aferrarse, desesperado porque no se desate ninguna guerra.
Yo había creído en eso más que nadie.
Pero me habían engañado.
Me habían humillado.
Me habrían matado si no hubiera logrado escapar de allí.
Y eso me hacía sentir un completo estúpido.
Por haber bajado la guardia.
Por haber confiado en quien no debía.
Por haber traicionado a los míos por ello.
Y aún así, mi inconsciente me hacía seguir creyendo que seguía allí de alguna forma.
Y es que, algo de mi había muerto en aquella oscura habitación, para siempre.
Lo llevaba grabado en cada cicatriz.
En cada herida.
En cada secuela.
Muerto, para siempre.
Para siempre.
Trago saliva intentando aplacar la sequedad de mi garganta.
- Estoy... bien, estoy bien. – digo en su dirección con una pequeña y falsa sonrisa. Por mucho que hubiera discutido con él, ahora mismo le necesitaba cerca. – Estoy bien.
Pero el temblor en mis manos me delata.
- ¿Cómo has sabido que era tuyo? – pregunta Michonne intentando relajar la atmosfera, cuando consigue volver a tener valor para mirarme.
Vuelvo a tragar saliva, casi como si fuera necesario para poder hablar de nuevo y que mi mutismo no me consuma una vez más.
Cojo el aparato de las manos de Jesús y miro la parte inferior, para después mostrárselo a ellos.
- Todos los altos mandos de El Santuario tenemos... - carraspeo y muerdo mis labios antes de seguir. -... tienen... - corrijo con dolor. - ... tienen uno de estos que les comunican directamente con Negan o con su segundo al mando.
- O sea, tú. - gruñe Rosita.
- Basta. – responde Daryl de igual manera hacia ella. Sus ojos se posan en mi por breves instantes, indicándome que siga, para después apartarlos como si le avergonzara mirarme.
Como si me temiera.
- Cada... - titubeo tras un suspiro que pretende quebrar mi voz. – Cada uno de ellos tiene la inicial de su dueño grabada, junto con un dibujo de Lucille.
Un escalofrío más me sacude cuando menciono ese nombre, y veo a Maggie cerrar los ojos para después coger aire.
- Pero aquí hay una S, que además está tachada. – indica Carl tras seguir el relieve de las marcas con su pulgar.
- Una S... - murmuro. – Por el... estúpido apodo que ese gilipollas me puso. – gruño. – Así era más fácil diferenciar el mío de... del de Arat. – añado antes de dar un rápido vistazo a Rosita, para a continuación agachar la cabeza, observando que Carl tiene razón, la letra está tachada. Giro el walkie entre mis manos para mirarlo detalladamente. Y entonces me encuentro con algo. Suspiro y trago saliva. – La letra está tachada... Porque esto ya no es mío. – sentencio. – Ahora era de Laura. – afirmo, repasando la nueva inicial en el otro lado, de la misma forma que Carl ha hecho.
Laura.
Joder.
Suspiro por trigésimo quinta vez.
- ¿Y Laura es...? – empieza a decir Sasha.
Una pequeña sonrisa estira mis labios.
- Laura es una de esos altos cargos. – explico. - Probablemente, si no es Simon, ahora sea ella su segunda al mando. – respondo con algo de rencor al mencionar el nombre de ese completo imbécil. – Lleva con Negan desde que el mundo se fue a la mierda, o al menos eso me contó ella. Es una persona cabal, y era una buena amiga... Pero también muy leal a él, no dudará en pegarnos un tiro si es en su nombre. – añado con firmeza. – Sobre todo a mi. - admito con amargura.
Un bufido similar a una risa escapa de Rick.
- Pareces saber mucho sobre ellos. – afirma el hombre.
Alzo la vista hasta posarla en la suya.
Él sonríe.
Ahora lo entendía.
- Lo sé todo sobre ellos. – siseo con una lobuna sonrisa estirando mis labios, ganando algo del valor y la entereza que parecía perder a cada minuto. – Dónde se encuentra El Santuario... - empiezo a decir. Los ojos de Rick se agrandan ante eso. – Sus rutas, sus movimientos... - Michonne sonríe con optimismo. - ... Las trampas con explosivos kilómetros a la redonda, protegiendo la sede... - Jesús se cruza de brazos, interesado. - ... Dónde almacenan armamento de repuesto... - Daryl asiente en mi dirección. – Cómo entrar... Y ahora, cómo salir. – Maggie me observa, esperanzada. – Y como Jesús decía, no es necesario que nos marchemos a toda prisa, estas cosas son de largo alcance. Sabremos donde están a cada momento. – termino diciendo, devolviéndole el walkie al hombre de pelo largo.
Rick asiente con una sonrisa de suficiencia grabada en su rostro.
- Al final sí que parece que nos serás de ayuda. – contraataca hacia el anterior y despectivo comentario de Rosita.
Pero en parte no la culpaba.
Podía entenderla.
Podía entender su odio hacia mi persona.
Pero ahora mismo, eso la estaba cegando, impidiéndole ver lo provechoso que podía ser para todos el tenerme de nuevo entre ellos.
Aún así, disculpaba todo el odio que quisiera lanzarme, pues lo tenía más que merecido.
- Vale, y entonces qué hacemos, Greggory no te quiere aquí. – murmura Michonne pasando sus ojos por todos nosotros. – Y si tampoco podemos llevarte a Alexandria...
- No sería seguro para vosotros. – respondo.
- Qué importa. – gruñe Daryl. - ¿Acaso algo lo es ahora?
Y en eso tenía razón.
Ahora mismo, nada lo era. Todo aquello que construyéramos en este instante tenía la fragilidad de un castillo de naipes en un día con vientos huracanados.
Jesús chasquea la lengua y entonces me mira.
Para después mirarnos a todos.
- Es hora de que conozcáis a Ezekiel... - dice. - ... al Rey Ezekiel.
- ¿Rey? – inquiere Rick con ironía tras unos segundos de silencio, como si no hubiera escuchado bien lo que Paul Rovia acababa de decir.
Alzo las cejas y esbozo una sonrisa, mirándole.
- ¿El Reino? – pregunto escéptico bajo las atentas miradas de todos, quienes parecían vernos charlar a Jesús y a mi en una lengua para ellos desconocida.
Este asiente con entusiasmo.
- El Reino. – sentencia.
Mientras parte del grupo preparaba de nuevo el coche que habían traído con algo de gasolina y unos pocos suministros por si el viaje se alargaba, Maggie había decidido volver a hacer la cura de mis respectivas heridas antes de marcharnos dejándola a ella aquí, para poder asegurarme una estadía tranquila en la nueva comunidad al menos durante un día más, a pesar de que Jesús no paraba de recordarle que en El Reino también tenían enfermería.
Casi parecía que la mujer intentaba pasar conmigo más tiempo del necesario, o incluso conseguir que volviera a confiar en ella.
Aunque eso era una idiotez, puesto que eran ellos quienes debían confiar en mi de nuevo.
Eso era lo que yo debía lograr.
No me desagradaba la compañía de la mujer, pero me incomodaba ser incapaz de mantenerle la mirada o siquiera una conversación fluida, pues la culpa así me lo impedía por mucho que yo quisiera.
Porque cada vez que levantaba la vista hacia ella, era Glenn quien me miraba y sonreía.
Lo bueno de que me hubiera curado de nuevo, es que me garantizaba que la cicatrización era la correcta y el riesgo de posibles infecciones estaba cada vez más lejos, lo malo, era que Daryl y Michonne me habían acompañado a la enfermería.
Y lo peor, es que ambos habían visto las heridas.
Sobre todo, las de mi antebrazo.
Desde ese exacto momento se me hacía aún más complicado mirarlos a la cara.
Porque Michonne había terminado saliendo de la enfermería con una excusa barata acerca de ver cómo iban Rick y el resto con los preparativos, pero su voz rota le delataba.
Y la rigidez se había apoderado sin piedad de Daryl, quien no parecía capaz de despegar la mirada de mi, lo que volvía todo esto aún más incómodo.
- No se lo digas a Carl. Todavía no. – murmura mientras caminamos a paso lento hacia la entrada de Hilltop una vez hemos salido de la caravana que hacía de enfermería. Su voz rasgada rompe el tenso ambiente.
Esas eran las primeras palabras que me dirigía.
Y en un acto reflejo, bajo la manga derecha del suéter que me prestó Jesús hasta agarrar el principio con el puño, impidiendo que esta pueda subirse y por ende dejar al descubierto el vendaje.
Sé que llamaría la atención, pues todos estaban más que acostumbrados a verme remangado y sin reparos a ocultar mis cicatrices de mordeduras, pero por ahora era lo mejor.
Porque no me sentía preparado.
Lo único que me sentía, era vulnerable.
Por primera vez en mi vida me atrevía a admitirlo.
- Pero Michonne... - susurro con la vista al frente.
- No se lo dirá. – responde. – A él no.
A él no.
Mis ojos se pasean por el horizonte hasta encontrar el todoterreno que nos aguarda, con la mujer recostada en el lateral de este, hablando con Rick, quien tiene las manos apoyadas en el capó.
El expolicía me mira desde la lejanía, y a pesar de no ver con claridad sus ojos en la distancia, sé de sobras que me observa a mi.
La dureza en su rostro así lo delata.
La tensión de su mandíbula así me lo demuestra.
Y su forma de exhalar con pesar todo el aire que contiene, así me lo confirma.
Mierda.
Daryl se detiene por unos segundos, consiguiendo que yo también lo haga, mirando en su dirección.
Le veo forzarse a sí mismo para encontrar las palabras adecuadas.
- Cómo te hiciste eso. – pregunta en un murmullo, señalándose su propia mejilla. Casi suena más a una orden, a que quiere y necesita saber la respuesta para asegurarse de que fue de la misma forma que las que ahora decoran las mordeduras de mi antebrazo.
Trago saliva.
Porque cada vez que nos reencontrábamos, yo aparecía con nuevas cicatrices.
Porque sé que ya me cree capaz de todo.
De estar tan jodido como para desfigurarme a mi mismo el rostro en su día.
Como si ese hubiera sido el principio de mi caída.
De mi descenso a los infiernos.
Niego con la cabeza.
Porque sé que conocer la respuesta, aunque no sea la que él cree, le haría mucho más daño.
- Me peleé con un lobo. – contesto mirándole, echando a andar de espaldas, con una amarga sonrisa en mis labios. – Él no quedó mucho mejor. – sentencio antes de darme la vuelta y caminar de frente de nuevo hacia la salida.
Esa historia era lo único que le agradecería a Negan con el tiempo.
Daryl tarda unos segundos en reanudar su camino hacia nosotros, en un profundo silencio, en el que ahora parecía más absorto que de costumbre, siendo el último en subir al vehículo.
El suave traqueteo del coche, sumado a la reconfortante calidez que el sol de la tarde nos proporcionaba en el interior, consiguen que el ambiente se vuelva agradable por primera vez para todos. Hago todo lo posible para no dormirme en el camino, pues no quería que ningún mal sueño perturbara esta paz sanadora que ahora todos parecíamos necesitar. Casi parecía una pequeña pausa entre tanta desgracia.
Al fin y al cabo, eso es la felicidad.
Mi mirada pasa del paisaje de borrones verdes extendidos por un campo dorado a la luz del principio de la tarde y el vivo azul del cielo, a la mochila que tengo a mis pies.
Mochila que Jesús me ha entregado después de prepararla para mi con su habitual amabilidad, pues yo ya no disponía de ropa propia a excepción de en Alexandria, así que Paul Rovia había decidido que quizá era una buena idea prestarme algo de su ropa, como había hecho la noche anterior, ahora que iniciaba una especie de mudanza.
Porque yo ya no parecía pertenecer a ningún sitio.
O más bien, era de todas partes y de ningún lado a la vez.
Exploro al detalle y con curiosidad el interior de la mochila, hasta que en ella encuentro algo que me sorprende.
El chaleco de Daryl.
- Le dije que lo pusiera. – murmura Carl a mi lado, en voz baja, aprovechando la privacidad que nos otorgaba que todos estuvieran absortos en sus propias conversaciones o en el magnético paisaje que nos rodeaba. – Pensé que debías llevarlo contigo hasta que... Pudieras dárselo. – dice con una pequeña sonrisa tirando de sus labios. Frunzo el ceño, curioso, pues no es eso solo lo que me ha llamado la atención. El chico ríe. – Le ayudé a prepararla. – admite avergonzado, señalando la bolsa entre mis manos.
Alzo las cejas y sonrío.
- Gracias. – respondo con sinceridad, provocándole una sonrisa, haciendo que pase el brazo por mis hombros y deposite un beso en mi sien, acomodando mi cabeza en su hombro.
Eso me obliga a parpadear un par de veces antes de que las lágrimas hagan acto de presencia.
Pero lo que más me abruma, es que al fin eran de felicidad.
Me doy cuenta tarde de que al final sí me he sumido en un profundo y reparador sueño en brazos de Carl, quien me despierta con suavidad una vez que el coche se ha detenido.
Me alegra saber que al fin he podido descansar de verdad.
Observo con detenimiento el deteriorado aspecto del abandonado pueblo en el que estamos.
Jesús se baja del asiento del copiloto, consiguiendo que algunos le imitemos, saliendo de nuestros respectivos lugares.
- Y... ¿Se llama El Reino? – pregunta Rick aún con dudas, pues parecía que no las traía todas consigo.
- Si... - responde Jesús. – No se lo puse yo.
El expolicía sonríe antes de hablar de nuevo.
- ¿Cuánto falta?
- Bueno... Técnicamente ya estamos. – dice. – Bueno, siempre estamos, pero... Esto es. Son sus límites.
Observo como los incrédulos ojos de todos examinan el lugar, y no negaré que yo también lo hago, puesto que nunca había visto la comunidad en persona, pero sabía de su existencia.
Daryl asoma la cabeza por una de las puertas del coche, subido en los asientos.
- ¡Eh! – exclama llamando la atención al hombre del pelo largo junto a Rick, en su tosca y habitual manera de actuar. - ¿A qué esperamos?
Sonrío apoyado en el lateral izquierdo del capó, con la mochila en el hombro derecho.
- El Reino es infranqueable. – explico. – Tú no los buscas a ellos, ellos te encuentran a ti.
Las cejas de Daryl se unen hasta casi convertirse en una, en un gesto que denota la más absoluta extrañeza.
Muerdo mis labios para evitar reírme, mi hermano era increíblemente expresivo cuando la pureza de su ingenuidad se hacía presente.
- ¿De quiénes hablas? – pregunta Tara sacando la cabeza por la ventanilla contigua.
Jesús sonríe.
- De ellos. – dice señalando en la dirección opuesta a nosotros.
Y es entonces cuando el asombro se apodera de Rick, quien avanza un par de pasos con lentitud hacia los dos hombres que aparecen montados a caballo, equipados con una armadura protectora digna de cualquier cuerpo policial, y uno de ellos, blandiendo una espada que alza con maestría.
- ¡Quién osa penetrar en la tierra de...! – dice este último antes de quedarse sin palabras. - ¡Joder! ¿Jesús, eres tú?
El mencionado saluda con algo de vergüenza tras convertirse en el centro de todas las miradas.
Ambos hombres a caballo se detienen frente a nosotros.
- ¿Quiénes son estas personas? – pregunta el tipo que hasta ahora no había hablado, pasando sus ojos por cada uno de nosotros.
- Hola, Richard. – responde caminando hacia él. – Me alegro de verte.
- Lo mismo digo. – afirma el mencionado. – Tus amigos. Quiénes son.
Entendía la tensión del hombre ante unos cuántos desconocidos.
Y más en este mundo.
- Este es Rick Grimes. – contesta Jesús. – Es el líder de una comunidad hermana. Y algunos de sus amigos. – añade. – Venimos a pedir audiencia con el Rey Ezekiel.
Si me dijeran que con este coche acabábamos de cruzar un portal en el tiempo que nos había escupido en mitad de la edad media, me lo creería.
El tal Richard se baja del caballo algo receloso, ordenando al resto de integrantes que salgan del vehículo.
- Has dicho que son de una comunidad hermana... Hermana en qué. – inquiere con desconfianza.
- Vivimos. – responde el hombre de pelo largo y ojos azules con obviedad. – Luchamos... contra los muertos. A veces contra otros.
Richard asiente.
- En fila. – dice con sequedad.
Mi hermano resopla más que harto.
- A ver... No perdamos el tiempo, vámonos de aquí. – replica desganado.
- Tiene razón. – añade el guardia de El Reino. – El Rey es un hombre ocupado, y este mundo es peligroso. – sigue diciendo. – No solemos dejar a un puñado de extraños entrar en El Reino.
- Queremos hacer el mundo menos peligroso, y hemos venido a demostrarle al Rey lo en serio que nos lo tomamos. – afirma Michonne, ganándose así la aprobación de Richard.
Quien tarda unos pocos segundos en asentir.
- El coche se queda fuera, y entregaréis vuestras armas. – responde.
- Solo tenemos dos. – admite Rick con sinceridad, desenfundando su revolver y dedicándole un rápido vistazo a Carl, quien rápidamente le imita. Por suerte, el arma con la que Rosita me había encañonado se había quedado confiscada en Hilltop.
Padre e hijo le entregan al hombre frente a ellos ambas armas, quedándonos ahora sí totalmente desprotegidos.
Pero, sinceramente, eso no me inquietaba.
Porque en ningún momento los dos guardias de la comunidad vecina habían mostrado interés por querer hacernos daño.
Probablemente, si así lo quisieran, ya estaríamos muertos.
Tras un escueto "De acuerdo" por parte de Richard, decidimos seguir sus pasos para adentrarnos en el interior de El Reino con algo de esperanza y optimismo, y, para qué mentir, en mi caso con el corazón latiendo a mil por hora.
Pero esos erráticos latidos se detienen cuando alguien me reclama.
- Áyax... Espera un momento. - la voz de Rick hace que me vuelva hacia él, dejando que el resto del grupo siga al guardia de la nueva comunidad. – Quiero hablar contigo.
Asiento curioso y le observo.
- ¿Qué ocurre?
El hombre mira por encima de mi hombro cómo poco a poco nos hemos quedado a solas y entonces suspira, dispuesto a querer encontrar las palabras que quiere decir.
O el valor que necesita para pronunciarlas, tal vez.
Entonces carraspea.
- Sé que... - empieza a decir. – Sé que los ves. – le veo tragar saliva, incapaz de levantar la mirada, hasta que consigue fijar sus ojos en los míos. – A los que ya no están.
Su afirmación me atrapa completamente por sorpresa.
Parpadeo en repetidas ocasiones y miro hacia los lados con algo de nerviosismo antes de morder mis labios y asentir.
- Y quiero... - murmura. – Quiero que sepas que no pasa nada. – admite. – No tiene nada de malo. No eres... No eres el primero ni el último al que le pasa.
Suspiro entre temblores.
- Pero... - el inicio de mi frase se ve interrumpido por sus palabras.
- A mi también me pasó. – reconoce, como si le aliviara decirlo en voz alta.
Intento disimular el hecho de que mis ojos se abran de par en par durante una fracción de segundo ante su confesión.
- ¿Qué...? – tartamudeo intentando entender.
Puesto que el hombre mostraba algo que me unía más a él.
- Bueno, no solo a mi me ocurrió. – añade. – Daryl veía a tu hermano a menudo antes de que tu aparecieras, hace ya unos cuantos años de ello... - si pudiera, mi mandíbula estaría tocando el suelo por el asombro.
¿Qué mi hermano había vivido qué?
- Y Michonne también me lo confesó hace ya tiempo, cuando me vio igual de afectado que a ti. – sigue diciendo, haciéndome recordar aquella ocasión años atrás, posterior a la prisión, cuando la mujer entablaba una conversación con su fallecido novio, en busca del consuelo que parecía necesitar. – Es mucho más común de lo que crees.
- No lo sabía... - digo en un murmullo, con la mirada fija en el suelo. – Bueno, lo de Michonne sí, aunque no lo recordase... Pero no lo de mi hermano. – añado. – Yo también veía a Merle. – confieso mirándole a los ojos, con una firmeza que me aferro en mantener. – Volví a verlo hace poco junto con... - trago saliva. – En...
- ¿Alexandria? – completa él, viéndome incapaz de hablar de nuevo. Asiento. – Ahí empecé a sospechar lo que te ocurría.
- Pero sé que aquello no era Merle. – afirmo con seguridad. – De Merle ya me despedí en su día cuando lo veía. Así lo sentí. – sigo diciendo. – Aquello no era Merle... Ni Hannah tampoco. – el ceño de Rick se frunce, algo confuso. – Ellos dos... Tanto mi hermano como mi mejor amiga, eran tan solo un añadido al verdadero problema. Unas figuras que conocía y que para mi significaban algo... Que se personificaron junto... A ellos. – vuelvo a tragar saliva y cojo aire para después exhalarlo con pesadez. – Por eso ya no puedo verlos... Es así como lo sé. Porque desde que salí de El Santuario, se han quedado solo quienes Los Salvadores me arrebataron, como un...
Tenso la mandíbula.
- Como un castigo. – sentencia él, volviendo a terminar la frase por mi. Asiento de nuevo. – Con tu hermano y tu amiga, ya has cumplido. Ya lo has superado.
- Eso creo. – digo. – Supongo que es por eso que ya no los veo. Porque a Merle ya le perdoné, ya admití todo lo que debía reconocer. Y con Hannah igual. – reconozco. – Sé que ella no me veía como un monstruo, me lo demostró cientos de veces. Esas palabras fueron producto del terror, y yo las hice mías, porque así me sentí durante años.
Y cuando soy capaz de decir todo eso que el espectro de su visión en aquel cubículo me dejó en claro, me vuelvo más consciente de lo real que es.
De que al fin esas negras y oscuras nubes que ensombrecían mi relación con mi mejor amiga, esa chica que cuidó de mi con cariño y amor durante años como una hermana mayor, se habían esfumado.
Ya no existían.
Yo sabía que no era un monstruo.
Solo tenía que creérmelo de una vez por todas.
Y para eso habían tenido que pasar años.
Y muchas personas por mi vida.
Hannah.
Rick.
Michonne.
Daryl.
Carl.
Y Negan.
Sacudo la cabeza ante ese último pensamiento.
Limpio de mis ojos las lágrimas que no me atrevo a derramar.
- Pero no sé que debo hacer para liberarme del todo... Ya he pedido perdón. – murmuro apenado, volviendo a morder mis labios para contener un sollozo. – Pero no dejo de ver a Glenn al lado de Maggie... - los ojos de Rick se clavan en mi. – O Abraham observándonos a todos con cariño... Al igual que Denisse hace con Tara.
Carraspeo.
El hombre frente a mi suspira y asiente levemente.
- Cuando... Estábamos en la prisión... Perdí a mi mujer, Lori. – sus palabras me dejan de piedra y no soy capaz de despegar la vista de él. – Supongo que Carl te lo habrá contado, como todo. – añade con una sonrisa que provoca la mía. Asiento una vez más. – Cuando eso pasó... Empecé a verla. Estaba en todas partes. No podía escapar. Fuera donde fuera, ella estaba ahí, observándome en la distancia. – dice mirándome. Nunca me había fijado en lo mucho que su rostro transmitía aún cuando no había expresión en él. Le duelen los hechos que narra, puedo verlo, pero ya no le afectan. – Era evidente que yo no estaba bien, y casi me pierdo en mi mismo. El tiempo y el grupo hicieron mucho, por supuesto, porque en un mundo como este nunca puedes detenerte. Tú ya lo sabes. – es entonces cuando me señala brevemente con la mirada. – Pero, de forma inconsciente, mientras veía a Lori... Siempre estaban esos pensamientos: Podría haberla salvado... Podría haber hecho más... Podría haberlo hecho mejor... - murmura. Entonces sus ojos vuelven a los míos. – Es ahí cuando lo comprendí. – dice. – Me sentía culpable por su muerte. – admite antes de tragar saliva. – Tuve que entender que no fue culpa mía, que aquello nunca estuvo en mi mano, y que yo poco podía haber hecho. Aquello pasó. No sé si tuvo que pasar o no, pero lo que sí que sé, es que no fue mi culpa. – sentencia. Rick se aproxima a mi y pone ambas manos en mis hombros, para después mirarme de nuevo fijamente. – Lo de Glenn no tuvo nada que ver contigo, no fue tu culpa...
Un sollozo escapa de mi.
- No... Joder, Rick... Sabes que eso es mentira... - murmuro con la voz rota, girando la cabeza en otra dirección como si así no fuera a ver las lágrimas que no tardarán poco en llegar a mi.
- No, Áyax, escúchame. – dice con firmeza, poniendo su mano en mi cicatrizada mejilla, obligándome a mirarle. – Lo de Glenn no fue tu culpa. – repite con más firmeza que antes. – Ni lo de Abraham, ni siquiera lo de Denisse.
- Pero me uní a ellos... Os traicioné. – gruño sintiendo las lágrimas caer, incapaz de mirar al hombre frente a mi.
- Tenías tus razones. – reconoce. – Adaptarse es sobrevivir, tú me lo enseñaste. – susurra con dolor, haciendo acopio de todas sus fuerzas para no romperse él tampoco. – Y por entonces quizá no lo veía, pero lo entendí. Con el tiempo así lo hice. Era tu forma de seguir vivo en ese lugar. – sigue diciendo. – Pero ahora estás aquí. Ahora todo eso se acabó. Deja que... La culpa que sientes, pase. Permítete sentirla. No la reprimas. – entonces pasa a colocar su mano de mi mejilla hacia mi antebrazo derecho, sintiendo el vendaje bajo la tela que lo oculta. – Porque entonces terminará haciéndote más daño.
Muerdo mis labios y asiento un par de veces, desviando la mirada.
El hombre me abraza y escondo mi cara en su pecho, sintiendo como me acaricia brevemente la espalda con suavidad y delicadeza.
Entonces deposita un beso en mi pelo.
- Sé que podrás hacerlo, confío en ti.
Pero yo no había hecho nada para merecer esa confianza.
No la merecía.
Y ver que aun así aquel que considero mi padre la depositaba ciegamente en mi de nuevo, me hace imposible no romperme en mil pedazos.
Una vez más.
Cuando la calma inunda de nuevo mi cuerpo, y también mi corazón gracias a sus palabras más que necesarias, ambos reanudamos la marcha para cruzar los muros de El Reino.
Es entonces cuando nuestros ojos se abren de par en par al contemplar la inmensidad del lugar, tal y como el resto de nuestra familia había hecho minutos atrás al presenciar lo que teníamos frente a nosotros.
De hecho, algunos siguen procesando la belleza del lugar.
Edificios de dos plantas de ladrillo rojo campaban a sus anchas entre amplios espacios verdes que generaban sensación de armonía, haciéndome experimentar por fin la calma que hacía ya tiempo que no vivía.
La misma que sentí en la prisión.
La misma que sentí en Alexandria.
La misma que sentí en Hilltop.
Personas de todo tipo van y vienen de un lado para otro desempeñando diferentes tareas, tendiendo montones de ropa, trabajando en los múltiples huertos, enseñando diferentes actividades a los niños... O simplemente paseando, disfrutando de la pacífica tarde que parecía presentárseles.
Esto no se parecía nada a lo que había en El Santuario.
Las tres comunidades rezumaban vida.
Aquel lugar era la cuna de todo cuanto estaba mal.
Paseo mis ojos por diferentes grupos de hombres que corren en conjunto, entrenándose físicamente y casi con aspecto militar, demostrándonos así que estaban más que preparados.
Esta gente sí que podría ayudarnos.
Con ellos seríamos más, y eso significaba que teníamos opción.
Pero si algo se gana mi atención, es aquello que, sin duda, no esperaba encontrar.
- ¿Amber? – inquiero casi sin voz y sorprendido.
La chica a unos metros de mi se queda rígida cual estatua, y entonces se vuelve en mi dirección moviendo su rubia melena al girarse bruscamente.
- Oh... ¡Oh Dios mío! – exclama antes de prácticamente tirar en la mesa cercana a ella la pequeña planta que tenía en sus manos enfundadas en guantes. Ahora temía por el bienestar de la plantita que había lanzado por salir corriendo hacia mi. - ¡Áyax!
Su grito resuena por media comunidad cuando salta a abrazarme.
Tengo que sujetarla entre mis brazos y reunir todas mis fuerzas para no caerme cuando su cuerpo impacta contra mi.
Atrás quedó la Amber compungida que conocí en El Santuario.
- ¡Eres tú, Áyax! – grita de nuevo con total felicidad, estrechándome más fuerte.
Río de corazón al ver la reacción de la muchacha.
- ¡Sí, sí! ¡Soy yo! – respondo. – Pero rebaja tu ilusión, me estás aplastando las costillas.
Ella ríe y me hace caso.
- Disculpa... No recordaba lo de... - murmura señalando mi torso. - ¿Cómo estás? Bueno, veo que con los tuyos de nuevo... Como debía ser.
Asiento agachando la cabeza, intentando ocultar una sonrisa, cosa que no consigo hacer.
Les observo a todos, quienes la mayoría están alzando las cejas sin entender muy bien qué acababa de pasar frente a ellos.
Sonrío.
- Esta es Amber. – digo volviéndome hacia ellos, presentando a la chica. – Estaba en El Santuario conmigo, era la...
Mis palabras se cortan.
Y ambos nos miramos.
- Era una de las mujeres de Negan. – musita ella algo tímida. El silencio se hace presente, pero entonces Amber carraspea y mira a Carl. – Oye, a ti te conozco. – dice señalándole.
Él ríe.
- Y yo a ti también. – responde con una sincera sonrisa, provocando otra en mi.
- ¿Conseguiste escapar? – pregunta Michonne con sorpresa.
Ella asiente, y sus grandes y expresivos ojos me observan con felicidad.
- Mi madre y Mark también están aquí. – dice sonriente, sujetando mis manos entre las suyas con cariño, alternando su mirada de mi a mi grupo. – Ella ayuda a preparar la comida para todos y él se encarga de cuidar de los caballos junto a otros. Este es un gran lugar.
Mi sonrisa se estira.
- No sabes cuánto me alegra oír eso. – admito con franqueza. – No tuvo que ser sencillo escapar después de que lo hiciera yo... Y... Me faltarán vidas para agradecerte que me ayudaras a lograrlo. Me salvaste la vida, dos veces.
Su ceño se frunce durante unos segundos y parpadea un par de veces sin comprender, hasta que se abren de par en par.
- ¡Oh, sí! ¡Claro! – contesta. – No hay nada que agradecer... - añade. – Perdona mi nerviosismo, es que... Aquella noche fue todo un lío y todavía no me puedo creer que lo hayamos logrado.
Frunzo el ceño.
- ¿Noche? – murmuro.
Su expresivo rostro vuelve a confundirse de nuevo.
- No, sí, bueno... Yo... - titubea. – Perdona, Áyax, es que no puedo entretenerme más, ya estoy dejando solos a mis compañeros demasiado tiempo. – dice con humor, intentando cambiar el rumbo de la conversación con prisa. – Debo volver al trabajo.
Asiento algo perdido, intentando no mostrarlo.
- Claro, sin problema. – respondo con una fingida sonrisa. – No te entretengo más.
Amber vuelve a abrazarme y se despide de mi antes de retomar sus labores, dejándome totalmente extrañado y confuso.
Me vuelvo hacia mi grupo, viendo como algunos se adentraban tras una puerta, siguiendo al guardia que en todo momento nos había acompañado y a... ¿Morgan?
- ¿Qué hace Morgan aquí? – pregunto a Carl cuando me acerco hasta él. Este se encoge de hombros, sin mirarme. Le observo con una pizca de enfado - ¿Qué te ocurre ahora?
- Nada. – musita.
- ¿Es que ahora estás celoso de Amber? – digo con sarcasmo.
Este resopla con enfado antes de que bajemos por unas escaleras.
- Eres idiota. – gruñe. - ¿En serio? ¿El Santuario es una fortaleza inexpugnable y ahora no solo una persona, si no que un total de cuatro han logrado escapar de él sin ser vistos? – dice, demostrando que ha estado muy pendiente de las palabras de la chica. - ¿Y justo después de ayudarte a escapar a ti, cuando probablemente el sitio se hubiera convertido en un fuerte vigilado las veinticuatro horas del día?
Muerdo el interior de mi mejilla con rabia.
- Tú conseguiste entrar. – contraataco.
- No es lo mismo, y lo sabes.
- ¿Qué más quieres, Carl? – susurro mientras seguimos caminando por el interior de un pasillo, siguiendo al resto del grupo. - ¿Qué Negan me mate? ¿Qué me ejecute delante de ti?
- No es eso. – sisea con rabia. - ¿De verdad toda esta historia te cuadra? ¿No hay absolutamente nada que te haga sospechar que algo falla?
Pongo los ojos en blanco y suspiro con pesadez antes de que crucemos el umbral de una puerta para entrar en lo que parece un teatro.
Y entonces la conversación se detiene.
Y las respiraciones de todos también.
- ¡Jesús! – exclama un hombre de piel morena, peinado con unas rastas blancas y grises, que sostiene un bastón en su mano derecha y está sentado en un imponente trono en el centro del escenario, rodeado de algunos guardias. – Me complace verte, viejo amigo.
- ¡El Rey está complacido! – brama con alegría el guardia corpulento a su mano derecha.
- Jerry. – le regaña este, sin conseguir borrarle la sonrisa a su guardián. – Dime... ¿Qué noticias traes al buen Rey Ezekiel? ¿Me traes nuevos aliados? – inquiere hacia el hombre frente a él, pues Jesús se encuentra en medio del pasillo que dividía el patio de butacas.
Porque todos nosotros estábamos completamente quietos al principio de la sala.
Pegados a la puerta.
Sin mover un solo músculo.
Sin pestañear.
Sin respirar.
Y completamente ojipláticos.
- Sé... - murmuro antes de tragar saliva. – Sé que se me ha ido la cabeza, pero... ¿Solo yo estoy viendo al jodido tigre?
El fiero e imponente animal ruge en nuestra dirección, ocasionando que el espeluznante sonido que sale de entre sus fauces reverbere por toda la sala.
Jesús se vuelve hacia a nosotros cuando interrumpe su frase que probablemente ninguno de nosotros ha alcanzado a escuchar, pues estábamos demasiado ocupados en asumir la realidad ante nuestros ojos.
- Oh, ya... Olvidé mencionar que...
- Ya, un tigre. – responde Rick con sarcasmo, fingiendo estar acostumbrado a ver cosas así todos los días.
El animal vuelve a rugir, mostrando sus colmillos, cuando se recuesta de nuevo al lado de su amo. Casi parece que sabe que hablamos de él.
Sonrío.
- Mola, quiero uno. – susurro cerca de Carl para que solo este pueda oírme.
El chico muerde sus labios y agacha la cabeza para contener una carcajada.
Me seguía fascinando la facilidad que teníamos para pasar del enfado a la estabilidad en segundos.
También tiene que ver que la presencia de un tigre entre humanos no se ve todos los días.
No como los muertos caminando entre nosotros, a eso ya estábamos más que acostumbrados.
Jesús vuelve a retomar su marcha y su presentación, con todos nosotros tras sus pasos.
- Este es Rick Grimes, el líder de Alexandria. - dice señalándole a sus espaldas. – Y algunos de sus compañeros.
- Os doy la bienvenida a El Reino, viajeros. – empieza a decir el Rey Ezekiel con aire solemne cuando nos acercamos hacia él con lentitud, aún impresionados. - ¿Qué os trae por nuestra hermosa tierra? ¿Por qué pedís audiencia con el Rey?
Pensaba que su título y el nombre de la comunidad eran simplemente eso, nombres, pero viendo la grandeza que este rezumaba al hablar, me era inevitable arquear las cejas, intentando procesar todo lo vivido en los últimos minutos.
La conversación con Rick.
El Reino.
La aparición de Amber.
Las conjeturas de Carl.
El tigre.
Y el Rey.
Inhalo y exhalo intentando aliviar la ansiedad que seguía aplastando mi pecho.
Era demasiado en poco tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que desde hacía solo unas horas había recuperado parte de mi capacidad para hablar con normalidad y que esa voz en mi cabeza se había debilitado ligeramente tras la aparición de mi familia.
El mundo seguía girando de la misma forma que antes de perderme en la oscuridad por completo, y me pedía que corriera de nuevo cuando yo aún intentaba aprender a andar otra vez.
Vuelvo mi vista al hombre del trono y a su gigantesca mascota, para después observar como algunos de los integrantes del grupo se han ido posicionando entre las filas de asientos del teatro con fin de ver mejor la escena frente a ellos.
- Ezekiel... Rey Ezekiel... - empieza a decir Rick. Y la forma en la que lo dice, me hace sonreír. Porque Ezekiel sí que desprendía ese aire monárquico que él mismo se otorgaba, pero la grandeza de Rick en tan solo su forma de hablar y su lenguaje corporal, no necesitaba de títulos para reafirmarla. – Alexandria... Hilltop... Y El Reino... Nuestras tres comunidades, tienen algo en común: Todas sirven a Los Salvadores. En Alexandria ya luchamos contra ellos, y vencimos. Lo creíamos acabado, pero no sabíamos lo que sabemos ahora... Que solo era una avanzadilla. – añade. – Creo que tu tienes un acuerdo, que los conoces. Si es así sabes que gobiernan a través de la violencia y el miedo.
Ezekiel mira con reproche hacia Jesús.
- Majestad, yo solo...
- El pueblo no tiene conocimiento de mi trato con Los Salvadores. – le interrumpe este sin despegar la mirada de él. – Y es por algo. Compartimos contigo ese secreto cuando nos hablaste de los esfuerzos de Hilltop, pero no esperábamos que contaras...
- ¡Podemos ayudarnos...! – reprocha el hombre.
- No interrumpas al Rey. – responde con firmeza el guardia de nombre Jerry.
- Te hablamos en confianza. – añade el mencionado. - ¿Por qué la has violado?
- Porque quiero que oiga su plan.
El Rey alza su rostro y observa a Rick con curiosidad, pero sin borrar de su expresión el evidente enfado en él.
- ¿Y cuál es tu plan, Rick Grimes de Alexandria?
El mencionado coge aire antes de hablar de nuevo.
- Venimos a pedir a El Reino, a pediros... que os unáis. A la lucha contra los Salvadores. A luchar por la libertad para todos. – responde este con seguridad en sus palabras, como si creyera fervientemente en ellas.
- Lo que nos pides es algo muy serio. – contesta el Rey. Y esta vez, su expresión amable y apacible se vuelve algo seria.
Creo realmente que Ezekiel no es una mala persona a pesar de darse esos aires de grandeza.
Porque eso no lo convertía en malo.
Que hubiera mantenido a su pueblo en el desconocimiento de su trato con Los Salvadores por ahorrarles sufrimiento, así lo demostraba.
- Varios de los nuestros... Buenas personas, han sido asesinados. Brutalmente. – añade Michonne al discurso de su pareja, ganándose así la atención de Morgan, que se encontraba al pie del escenario.
- Quiénes. – inquiere este casi en una orden.
- Abraham. – responde Rosita de forma seca y cortante. – Glenn. Spencer. Olivia. Y se llevaron a Eugene.
Aprieto las manos en torno al respaldo que tengo delante de mi a medida que dice cada nombre, puesto que me había quedado rezagado a la última fila, separándome de ellos de forma inconsciente.
Porque, aunque estaba con ellos no me sentía parte, no todavía.
Y el hecho de que hubiera olvidado a quienes más habían arrebatado Los Salvadores, me lo demostraba.
Me confirmaba que no merecía su confianza.
Que no merecía su perdón.
Que aún no me lo había ganado.
Rosita hacía bien en odiarme.
- ¿Dirás que tenías razón? – añade ella con cinismo.
El hombre niega con la cabeza.
- No... Yo... Siento mucho esas muertes. – responde compungido.
- Negan mató a Glenn, y a Abraham. A golpes de bate. – explica Rick.
- Aterrorizó Hilltop. – apunta Sasha hablando por primera vez. – Soltó caminantes en mitad del complejo.
Frunzo el ceño, desconocedor de ese suceso.
Pero soy consciente de que es más que probable que eso sucediera en el lapso de tiempo en el que yo estuve preso en las entrañas de El Santuario, así que probablemente había mucho que desconocía.
Y que por mi bien prefería no conocer.
- Creía que podíamos soportar el acuerdo. – confiesa Jesús. – Lo creíamos muchos, pero eso ha cambiado. Así que cambiemos el mundo, majestad.
- Seré franco acerca de lo que pedimos. – dice el expolicía, siendo el centro de atención de todas las miradas de nuevo. – Somos fuertes, pero no somos bastantes. Ni tenemos armas, no las suficientes. Nos quitaron las que teníamos.
Para mi sorpresa, Richard, el guardián que nos había acompañado y que ahora se situaba a la izquierda del Rey en el escenario, habla a nuestro favor.
- Nosotros tenemos. – señala. – Y gente. Si atacamos antes, y juntos, podemos vencer. – el hombre se vuelve hacia su Rey. – Majestad, dejemos de esperar a que las cosas se pongan peor de lo que ya están. Afrontemos esto. El momento es este.
Ezekiel parece sopesarlo unos segundos, hasta que su mirada se posa en Morgan.
- Morgan. – dice. - ¿Qué dices tú?
El hombre nos observa a todos ligeramente sorprendido de que el Rey le dé la palabra.
- ¿Yo?
- Habla. – le indica este con sincera amabilidad.
Pero conocía a Morgan.
Y también su punto de vista.
El cual no tarda poco en confirmarme.
- Morirá gente. – responde. – Mucha gente, no solo Los Salvadores. Si existe otra solución... Debemos buscarla. Puede que baste con Negan, con capturarlo a él, apresarlo. Puede...
Veo como Rick agacha la cabeza ante sus palabras.
Y como los hombros de Carl, quien está unas filas más por delante, se relajan inevitablemente.
Suspiro con pesadez una vez más en lo que va de día.
Empezaba a acostumbrarme hacerlo, era casi liberador para la tensión de mi cuerpo. Esa que no quería abandonarme nunca.
Tardo en darme cuenta de que mis dedos se están aferrando con aún con más fuerza al asiento frente a mi, tanto que mis nudillos habían empezado a perder color.
- Eso no puede ser, Morgan.
Alzo la cabeza cuando me percato de que he hablado casi sin querer, y es que para haberlo dicho en un tono de voz normal y encontrarme al final de la sala, he terminado por ganarme la atención de absolutamente todos.
El Rey Ezekiel enarca una ceja.
- ¿Y tú eres...? – inquiere con curiosidad, observándome en la lejanía.
Trago saliva.
- Áyax. – musito. – Áyax Dixon.
Daryl agacha ligeramente la cabeza, como si acabase de caer en la cuenta de que compartimos apellido y sangre.
Como si acabase de caer en que somos hermanos.
- ¿Y de dónde provienes, Áyax? – esa pregunta me sorprende y frunzo el ceño sin entenderle. – Se diría que vienes con ellos, pero sin embargo estás apartado y al fondo del teatro.
Muerdo mi labio inferior momentáneamente, pues no había pensado que mi sentimiento de lejanía para con el grupo también lo verían reflejado los demás.
No sé responder a esa pregunta.
Porque no siento que tenga origen alguno.
Algún lugar del que provenga.
Solo había uno que era el correcto en mis circunstancias.
Cojo aire.
- De El Santuario. – digo con pesar.
Jerry se tensa en su posición.
- ¿¡Eres un Salvador!? – exclama, aferrando sus fuertes manos al mango de su hacha de doble hoja.
Tenso la mandíbula al oír ese nombre.
Cada vez me pesaba más esa estúpida etiqueta.
Un Salvador.
Era un Salvador.
Pero ya no quería serlo.
El Rey alza la mano hacia su guardián en señal de calma y me mira.
- Ya no. – respondo entre dientes. Rosita ríe con cinismo y cierro los ojos durante unos segundos.
- Entonces... ¿A dónde perteneces? – inquiere de nuevo, como si me animara a hablar.
Silencio.
Balbuceo el inicio de una frase que no se llega a producir.
- De Alexandria. – sentencia Rick mirándome a los ojos.
Un tembloroso suspiro sale de mi.
- Así es. – secunda Michonne con una sonrisa. – Es de los nuestros.
Las lágrimas se agolpan en mis ojos una vez más, pero no dejo que salgan.
- Ese siempre ha sido su lugar. – añade Rick volviendo su vista al Rey, quien nos mira con ligero interés, sabedor de que detrás de esto hay una historia y parece dispuesto a querer conocerla.
Este asiente complacido.
- Bien... Áyax Dixon de Alexandria. – dice de forma solemne. En boca del Rey ese nombre suena glorioso, y durante unos segundos parece que se esté dirigiendo hacia el mismísimo Aquiles y todo su ejército antes de asediar Troya. - ¿Qué tienes que decir?
Rick me hace señas para que me aproxime hasta ellos, y cuando llego a su altura, miro al Rey Ezekiel fijamente a los ojos con el valor que su trato me ha infundado.
- Majestad... - empiezo a decir. Jamás pensé que pronunciaría esa palabra. – Sé que puede parecer que no soy de confianza por mi estadía junto a Los Salvadores, pero si ya no formo parte, es por algo. – digo aproximándome al pie de la escalera, quedando entre mi familia y el Rey, ignorando al gran felino que me observa con ojos curiosos. – Cuando asesinaron a Glenn y a Abraham frente a mis ojos, Negan me llevó con ellos en contra de mi voluntad para hacerme formar parte de su grupo por varias razones, pero solo hay una que tiene importancia. – aclaro antes de subir la manga de mi sudadera, mostrando el vendaje. – A los once años, cuando el fin del mundo estalló, los muertos que hoy caminan entre nosotros, me mordieron.
Todos contienen la respiración al oír eso.
- Áyax... - murmura el expolicía a mis espaldas en forma de regaño por haberlo confesado.
- No, Rick. – replico mirándole momentáneamente antes de volver mi vista al Rey. – Si algo le puede hacer comprender, es esto. – Ezekiel me observa curioso. – Soy inmune. – añado a la evidencia ante los ojos impactados del resto. – Y Negan y Los Salvadores me llevaron con ellos porque les parecí un bonito producto que podían tener. Que les gustaba tener. – trago saliva. – Pero allí descubrí que podía hacer algo con esto. Que la cura que en su día soñábamos... Se podía convertir en realidad. Y así pasó. – me giro hacia mi familia y sonrío. – La cura ya está hecha. – sentencio.
Las bocas de todos se abren con sorpresa.
- ¿Estás de broma? – inquiere Tara.
- ¿Cómo? – pregunta Carl sin salir de su asombro.
- ¿Cuándo pensabas decírnoslo? – añade Michonne.
- No es que haya tenido mucha oportunidad. – reprocho alzando las cejas, señalando mi demacrado aspecto. – Pero es así. Es una realidad. Un hecho. Es un suero que puede replicarse en decenas. Y Los Salvadores lo tienen bajo su custodio. – miro al Rey de nuevo. - ¿Sabe cuántas vidas podría salvar eso?
El hombre reclina su espalda en su asiento y desvía su vista unos segundos antes de dirigirse a mi de nuevo.
- Si tu inmunidad y lo que dices es cierto... Podríamos volver a la normalidad. – murmura. – Al mundo de antes.
- No. – digo con firmeza. – Podríamos crear uno mejor. – sentencio. – Uno sin muertes innecesarias, sin dolor, sin perdidas exageradas. – explico. Entonces mis ojos se clavan en Morgan. – Pero Los Salvadores no merecen estar en él. No deben tenerlo. No pueden tenerlo. Ya hemos visto lo que son capaces de hacer ¿Por qué hay que seguir bajo su yugo cuando podemos hacer que termine? – añado pasando los ojos por todos, desde los miembros de mi familia, siguiendo por el Rey hasta llegar a sus guardias. – Nos arrebataron lo que por derecho es nuestro, lo que nos pertenece. La cura... - digo antes de clavar mis pupilas en Ezekiel. - ... Y por ende nuestra libertad. – siseo. – Yo quiero de vuelta lo que es mío. Lo que es de los míos. Lo que es de los vuestros. Y Negan no merece ver lo que construyamos, ni tampoco ni uno solo de sus hombres. – Morgan suspira y me dirijo a él. – Cuando estuve allí también creí cosas buenas de ellos ¿Sabes?
- Y qué te hizo cambiar. – dice en un cansado suspiro.
- Adivina. – respondo acompañado de una cínica sonrisa. - Intenté mejorarlos, ver en ellos lo que nadie veía. Conocí a sus gentes, trabajé para ellos recaudando lo que a otros pueblos saqueaban, intentando que fuera lo mínimo y necesario, aunque me jugase mi propia vida en el proceso...
- Espera. – me interrumpe el Rey. – Hubo un tiempo en el que los tributos fueron menores. Duró muy poco. ¿Fuiste tú?
Agacho ligeramente la cabeza con una mueca similar a una sonrisa en mis labios y asiento.
- Así es. – Ezekiel alza su barbilla y me observa con algo de sorpresa, pero sobre todo con gratitud. – Fue entonces cuando conocí esta comunidad. No sabía nada de ella...
- No, solo nos robabas. – me interrumpe ahora otra voz.
- Richard. – replica el Rey mirándole antes de volver a mi.
Observo momentáneamente al guardián que nos había acompañado.
- Hice todo cuanto estuvo en mi mano para mejorar las vidas de todos, aunque fuera según sus reglas. – reprocho. – No tenía muchas más opciones. Porque yo también quería hacer de aquel lugar algo bueno... Pero fue imposible. – añado. – Era el espejismo de alguien muy sediento. Y lo pagué muy caro. – mi mirada se posa una vez más en Morgan. – No habrá redención. No para Negan y sus Salvadores. – es entonces cuando observo a Rosita. – Y sí, me llevaron con ellos y fui uno de ellos. Pero me traicionaron. – añado. – Me torturaron sin piedad por algo que yo no cometí, Simon y los suyos me pegaron una paliza con la que casi me matan y ahora que he escapado, mi vida y la de todos mis seres queridos corre peligro. – veo a Daryl apretar los puños tras escucharme. Mi vista vuelve al Rey. - Fui un Salvador, es cierto, pero ese error no me ha traído más que desgracias. Ahora lo he comprendido. – murmuro. – Esa es mi verdad.
Ezekiel exhala el aire en sus pulmones tras dar un largo suspiro.
En sus ojos puedo ver como sopesa todo mi discurso y cada palabra del mismo.
Entonces se pone en pie, haciendo que su tigre al que sostiene con una cadena, le imite.
- Se hace tarde, gente de Alexandria. – dice mirándonos a todos. – Habéis dado mucho que pensar al Rey.
Rick avanza un par de pasos y se pone a mi altura, sin despegar sus ojos del Rey, mientras pone una mano en mi hombro.
- Bueno, cuando yo era niño... - empieza a decir. – Mi madre me contaba un cuento. – Ezekiel lo mira curioso. – Había un camino hasta un Reino... Y una piedra en el camino. Los caminantes la evitaban, pero... Los caballos se rompían las patas y morían, los carros se rompían y sus dueños perdían la mercancía que iban a vender. Eso le ocurrió a una niña. – explica. – El barril de cerveza de su padre cayó del carro y se rompió. La tierra del camino absorbió la cerveza. Era su última... oportunidad. Tenían hambre y no tenían dinero. Y ella... se sentó y se echó a llorar mientras se preguntaba cómo seguía ahí, haciendo daño a tanta gente. Así que escarbó alrededor de la piedra con las manos hasta sangrar. Usó todas sus fuerzas para sacarla. Tardó horas. – dice. – Y entonces... cuando iba a tapar el agujero vio algo. Era una bolsa de oro.
Jerry sonríe.
- Qué guay. – murmura fascinado.
Ese hombre ya me caía bien.
Rick le mira de soslayo con una sonrisa ladeada y fugaz, poniendo las manos en sus caderas.
- El Rey había puesto allí esa piedra porque sabía... que la persona que decidiera quitarla del camino, se merecía un premio. – continúa diciendo. – Que merecía que su vida cambiase para bien. Y para siempre.
Ezekiel asiente para sí mismo, reflexivo, ahora no solo pensando en mis palabras si no también en las de Rick.
Porque resumían todo lo dicho hasta ahora a la perfección.
Porque eso habíamos hecho todos.
Escarbar hasta sangrar para quitar la piedra en el camino.
Pero no era algo que podíamos conseguir solos.
Por eso estábamos aquí.
- Os invito a cenar con nosotros, y a quedaros hasta mañana. – propone el Rey.
- No. – murmura Rick en respuesta. – Tenemos que volvernos.
- Anunciaré cual es mi decisión por la mañana. – sentencia el Rey.
Y así, golpeando dos veces con la punta de su bastón en el suelo, da por sellada y finalizada esta reunión.
Agacho la cabeza.
No sabía qué pensar.
No sabía qué iba a pasar.
Y extender la duda de forma temporal, era una de las cosas que más odiaba.
La incertidumbre.
La espera que te carcome.
Otro largo y pesado suspiro más escapa de mi, antes de que salgamos del teatro con el crepúsculo ya sobre nuestras cabezas y la indecisión dentro de las mismas.
Es evidente que la mayoría ni siquiera hemos dormido, puedo verlo en nuestros rostros decaídos cuando volvemos a reencontrarnos al despuntar los primeros rayos de sol. Había demasiado en juego como para siquiera ser capaces de conciliar el sueño.
Mientras caminamos siguiendo a Richard, observo con detenimiento como la actividad en El Reino parecía ya activa desde hacía al menos un par de horas.
El Rey nos aguardaba frente a algunos de sus habitantes que hacían prácticas de tiro con arco, siempre respaldado por su guardián de confianza: Jerry.
- Así es la vida aquí. – dice Ezekiel de espaldas a nosotros. – Todos los días... Pero ha tenido un precio. – es entonces cuando se vuelve y nos mira. – Yo quería algo más. Quería ampliar. Crear más sitios como este. – entonces sus ojos se posan en Rick. – Muchos hombres perdieron miembros. Hay niños sin padres porque les envíe a pelear contra los muertos sin ser necesario.
- Esto es distinto. – responde Rick aproximándose a él con lentitud.
- No lo es. – contraataca el Rey.
Cierro los ojos y agacho la cabeza al ser consciente de la respuesta de El Reino ante nuestra petición.
Volvíamos al punto de partida.
A estar solos.
A no tener nada.
Nunca podríamos contra Los Salvadores.
Y esa sensación de abatimiento vuelve a instalarse en mi.
- Sí lo es. - sentencia el expolicía. – Los muertos no nos controlan. El mundo no se parece a esto fuera de tus muros. La gente no vive tan bien, algunos viven en un infierno.
- Yo solo me preocupo por mi pueblo. – contesta Ezekiel, dando por finalizada la conversación.
- ¿Y tú crees que eres un Rey? – replica Daryl para mi sorpresa. – Pues no actúas como tal.
- Todo esto... - responde el mencionado acercándose a mi hermano. – Tuvo un coste. Pagamos con vidas, brazos, piernas... - dice mientras señala a quienes practican con el arco, mostrándonos como algunos de ellos carecen de alguna extremidad. El Rey se vuelve hacia Rick. – La paz que tenemos con Los Salvadores es inestable, pero es paz. Y debo conservarla. O intentarlo.
Chasqueo la lengua con hartazgo y paso ambas manos por mi pelo.
- Nos estás condenando. – gruño señalándole. – Y no solo a nosotros. – añado entre dientes. – Y lo sabes.
Ezekiel hace caso omiso a lo que le digo.
- Aunque El Reino no puede ofreceros la ayuda que deseáis... El Rey quiere asistiros. – dice. – Ofrezco a nuestro amigo Áyax asilo, todo el tiempo necesario. Aquí estará a salvo, Los Salvadores no atraviesan nuestras murallas.
Río con cinismo.
- Y cuánto crees que durará eso. – siseo mirándole a los ojos, viendo como el hombre me mira como si nunca hubiera sido consciente de que quizá eso no sea para siempre, antes de darme la vuelta y caminar hacia la salida.
Esto no podía ser real.
¿Existía alguien que estuviera dispuesto a ayudarnos?
¿De verdad todos preferían vivir bajo su yugo?
¿Vivir de rodillas y ni siquiera plantearse la opción a levantarse?
Detengo mis pasos a las puertas de la comunidad.
- Abrid la puerta, nos vamos. – espeto con enfado hacia los guardias frente a ellas, quienes no dudan en obedecer.
- Tú no. – sentencia Rick a mis espaldas. Le miro incrédulo. – Parte de este viaje era para encontrarte un lugar en el que estés a salvo.
- No me quedaré junto a ese cobarde. – gruño sin despegar mis ojos de los suyos.
- Debes hacerlo. Es lo más inteligente, y lo sabes. – contesta sin alterar el tono de su voz, porque en el fondo sabe que es verdad.
Y lo que más rabia me provoca, es que yo también lo sé.
Giro la cabeza mirando en otra dirección, frotando mis ojos, más que frustrado.
- Áyax... convence tú a Ezekiel, ya has visto la atención que ha prestado a tu historia. – dice señalando mi antebrazo derecho, sin perderse mis frenéticos movimientos que me hacen pasear de un lado a otro cual león enjaulado, bajo la atenta mirada de Michonne, Daryl y Carl. – O acósale hasta que te tema. Haz lo que sea.
Me detengo y suspiro amargamente.
Asiento.
Rick pone una mano en mi hombro.
- Volveremos pronto. – añade mirándome a los ojos.
Y entonces la voz de alguien nos sorprende.
- Yo me quedo. – sentencia Daryl.
Los cuatro nos volvemos hacia él.
- No, Daryl. – responde Rick a toda prisa. – Eso levantaría sospechas si Los Salvadores aparecen por Alexandria y ven que el hermano del fugitivo no está.
- No. – gruñe él. – Yo me quedo. – repite insistiendo. – Levantaría sospechas que no le vieran a él. – dice señalando a Carl. Alzo las cejas ante ese hecho, porque tiene razón. – Yo he podido salir en busca de suministros, o incluso podéis decirle que le estoy buscando ahora que sé que ha escapado, que le estoy dando caza, lo que sea. – fruncimos el ceño ante eso último. – Todos vieron como él me apartó de Negan, o como se enfrentó a nosotros. – añade con obviedad. – Su forma de actuar en Alexandria frente a ellos puede servirnos. No creerán que le hemos perdonado tan fácilmente, pero sí que también le buscamos por traidor, al fin y al cabo, es lo que hizo frente a ellos.
Tenso la mandíbula.
- Te estás pasando. – siseo.
- ¿Acaso estoy mintiendo? – inquiere con cinismo. Muerdo el interior de mi mejilla con tanta rabia que temo empezar a sangrar. – Decidles lo que sea, pero no pienso separarme de él. – admite mirándome. Y eso es lo que menos esperaba en este momento. Sus rasgados ojos se posan en Rick. – No pienso dejarle aquí en manos de ese loco con aires de grandeza. ¿Quién nos asegura que no va a entregarle con tal de seguir manteniendo esa paz de la que habla si se siente amenazado? No le conocemos de nada. No podemos confiar en él.
Suspiro.
Porque está en lo cierto.
Rick pinza el puente de su nariz.
- Tiene razón. – musita casi para sí mismo. Y en su rostro puedo ver lo mucho que odia que así sea.
Mi corazón se acelera cuando el nerviosismo se apodera de mi una vez más.
- Pero yo no debo estar aquí. – murmuro negando con la cabeza agachada. – Debo estar en Hilltop.
- ¿Por qué crees eso? – dice Michonne. – Además, Greggory no te quiere allí, es peligroso. Aquí estarás a salvo.
- ¿Crees que lo que ese tío quiera va a frenarme? – respondo alzando una ceja.
- Áyax, vamos... - dice Rick ante mi terquedad.
- No es aquí donde debo de estar... - sigo diciendo tras volver a pasar una mano por mi pelo. – Sino en Hilltop, al lado de...
De Maggie.
Lo pienso, pero no soy capaz de decirlo.
Pero tampoco hace falta, porque el silencio es mi respuesta.
Porque me han entendido.
Desvío la mirada tras Rick y me quedo congelado.
Porque ahí está Glenn.
Sonriéndome.
Sonriéndome con una amabilidad que no merezco.
Que me tortura.
A juzgar por como Rick observa mi rostro más que pálido, sabe que algo pasa.
Y lo confirma cuando se vuelve ligeramente y ve que tras él no hay nada.
No hay nadie.
Sus ojos pasan rápidamente a Daryl, dedicándole la mirada más seria que jamás le había visto.
Trago saliva y vuelvo la vista a Rick.
- Un día. – digo en un murmullo cuando soy capaz de hablar de nuevo aun con la piel erizada. – No prometo más.
Es lo último que digo antes de darme la vuelta y echarme a andar hacia el interior de El Reino.
Con el sonido de las pisadas de Glenn siguiéndome a mis espaldas.
Y las de Abraham.
Y las de Denisse.
Dispuestos a seguirme allá donde vaya en su eterno vagar.
Que, al parecer, ahora también era el mío.
_________________________________________________
Empujo uno de los coches en mitad de la carretera cercana a la guarida de Los Salvadores, pues nos encontrábamos en uno de los puntos que Áyax nos había señalado en un mapa antes de nuestra llegada a El Reino, e incluso antes de que este se quedará dormido en mi hombro durante el agradable viaje.
Por unos momentos me pierdo en mi propia mente, que se dedicaba a repetir en bucle lo imagen de un Áyax de ojos tristes que mira con desconcierto y temor algo tras mi padre. Algo que solo él parece ver y que le perturba demasiado.
Sacudo la cabeza y vuelvo a empujar el coche, clavando mi única pupila en las tres chimeneas de El Santuario.
Pero su imagen vuelve a mi.
Le conocía de sobras como para saber que cumpliría su promesa y se largaría de El Reino antes de lo que todos pensamos, porque cuando se obcecaba con algo, no había quien pudiera pararlo. Y en su destrozada mente parecía haber germinado la idea de que, para seguir su redención, debía proteger Hilltop a toda costa.
O, mejor dicho, a Maggie.
Y probablemente también a Sasha.
Es decir, las únicas conexiones que tenía con Glenn y Abraham, casi como si ese fuera su castigo en la tierra.
Como si así fuera a conseguir el perdón de ambos fallecidos.
No sé si eso es lo que conseguiría, pero estaba seguro de que le daría algo de paz a su corazón, y eso tampoco me disgustaba.
Pero yo estaba lejos de él, una vez más.
Ya me lo habían arrebatado durante semanas y nos lo habían devuelto casi con un hálito de vida y totalmente sin juicio.
¿Qué sería lo próximo?
¿Se sentirá solo?
¿Se arreglará de nuevo su relación con Daryl?
¿Cómo volvería a verle?
¿Cuándo?
- Carl.
¿Estará bien?
- Carl...
¿Le pasará algo de nuevo?
- ¡Carl! – exclama mi padre llamándome por tercera vez cuando ve que no le hago caso, sacándome del torbellino de pensamientos en el que mi mente se había convertido en las últimas semanas. – Para, ya no es necesario seguir empujando. – dice observándonos a mi y a Jesús, quién estaba de pie en la puerta del copiloto mirándome. - ¿Estás bien?
Asiento antes de tragar saliva.
- Sí... Solo... Estaba despistado. – respondo. – Estoy bien.
- ¿Seguro? – inquiere Jesús con algo de preocupación.
Tenso la mandíbula.
- Estoy perfectamente. - digo entre dientes sin siquiera dirigirme a él.
Mi padre alza el mentón antes de dedicarme un vistazo de arriba abajo, yendo de nuevo hacia Rosita con intención de quitar los explosivos, no sin darme una rápida y última mirada a modo de reprimenda.
Cierro mi único ojo por unos momentos y suspiro.
- ¿Todo bien? – dice el hombre tras de mi cuando nos hemos quedado solos.
- Sí. – espeto girándome hacia él. – Todo... Bien.
- No lo parece. – dice arqueando las cejas. - ¿Qué te pasa?
Resoplo con hartazgo.
- Tú, Jesús. Tú eres lo que pasa. – respondo con enfado.
Exhalo todo el aire en mis pulmones y pongo ambas manos sobre el maletero del coche.
Él frunce el ceño.
- Lo... siento. – murmura confundido. – Disculpa si he hecho algo mal.
- No, es precisamente eso, no has hecho nada mal... Solo... No... - de mi garganta escapa un gruñido cuando soy incapaz de gestionar la situación que tengo frente a mi, porque no puedo reprocharle nada, porque no tengo nada que reprochar. Nunca me había visto a mi mismo perder el control de una situación de esta manera. Y quizá ese era el problema. Apoyo los codos en el maletero y paso las manos por mi pelo quitando momentáneamente mi sobrero hasta entrelazarlas en mi nuca. – Tú no has hecho nada malo... Es solo que no soy idiota ¿Vale? Sé que te gusta Áyax, por mucho que puedas negarlo.
Jesús suspira y en sus labios se esboza una pequeña sonrisa que apenas puedo ver, pues mantiene la cabeza agachada.
- No lo he negado nunca. – dice con sinceridad.
Y ahí tenía razón.
El hombre alza la cabeza y sigue sin poder mirarme.
- Pero ya te lo dije, tan solo sois críos...
- No. – espeto deprisa. – No lo somos. Ya no. Eso es lo que te dices a ti mismo para negarte la única realidad evidente. – es entonces cuando me mira. – Y sí, lo éramos. Éramos unos críos, pero ya no. Yo tengo dieciocho años y Áyax también, es más, probablemente él ya esté cerca de los diecinueve. Pero eso es algo que hace tiempo dejamos de saber.
Jesús hace una mueca.
- Nunca voy a entrometerme en lo vuestro, sí es eso lo que te preocupa. – dice sincero.
Y sé que puedo creerle.
Jesús era una de esas personas con palabra de las que ya no quedaban hoy en día.
- Lo sé... - murmuro en respuesta. – Y sé que tú también le gustas a él. - sus ojos se abren de par en par, incrédulos ante mi confesión. Una ladeada y algo amarga sonrisa emerge de mis labios. – Eres un hombre con suerte.
Él ríe.
- Somos. – añade. – Somos dos hombres con suerte.
Esa corrección me gusta, pues es la primera vez que Jesús me trata como a un igual.
Sonrío inevitablemente.
- Así es.
- ¿Qué es entonces lo que te preocupa? – pregunta, curioso.
Niego con la cabeza.
- Nada, realmente. – digo. – Solo te envidio. – su ceño se frunce y su rostro muta a la confusión. – Hemos estado separados durante semanas... La última vez que le vi, Los Salvadores le estaban metiendo una paliza en Alexandria, frente a todos. No tienes ni idea de cómo lo pasé en ese tiempo que no supimos nada de él, ni si quiera si aún seguía con vida. Estuve a punto de ir personalmente a El Santuario, pero mi padre me lo impidió. Acordamos trazar un plan para rescatarle, pero él escapó antes. – le revelo. - Y sí, yo soy el primero que quiere darles a esos tíos su merecido. Pero ahora acabo de volver a verle, y otra vez tengo que separarme de él, y lo que es peor aún, sabiendo que quiere meterse de lleno en una guerra más que peligrosa. – explico antes de mirarle a los ojos. – Y el único que ha podido cuidarle cuando yo no lo he hecho, has sido tú. Suerte que te tenía a ti... Porque yo le he fallado.
Jesús me observa sorprendido.
- Tú no le has fallado, Carl. No había nada que pudieras hacer. Ni estaba en tu mano ni es tu culpa. – responde con convicción.
Inhalo y exhalo con pesadez, sintiendo esa maldita opresión en el pecho.
Pinchándome.
Robándome el aire.
- No es eso lo que yo siento. – reconozco. – Por eso me... alivia que... te guste. – sus ojos me miran aún más confusos y sorprendidos que antes. – Puede que ni siquiera esa sea la palabra correcta, pero sé que eres una persona especial para él. – digo mirándole fijamente. – Y sé que nadie le va a cuidar mejor que tú si yo no puedo hacerlo.
Jesús asiente.
- Agradezco tu madurez. – dice de corazón, haciéndome sonreír. – Pero... Por mucho que yo pueda significar para él... O él para mi. – admite. – Jamás será lo mismo que lo que siente por ti.
Vuelvo a sonreír.
- Eso también lo sé. – digo con suficiencia, haciendo que el hombre ría. – Prométeme que... Le protegerás mientras esté en Hilltop, o simplemente mientras yo no pueda hacerlo.
El hombre de pelo largo y gabardina me mira sin entender.
- ¿Qué te hace pensar que va a volver?
Río.
- Es un sexto sentido. – contesto entre risas.
Jesús sonríe y asiente.
- Te lo juro, Carl. – dice haciendo énfasis en sus palabras.
Asiento algo más tranquilo.
- Gracias. – respondo con sinceridad.
Por primera vez en horas, siento como la tensión en mis hombros se afloja.
Y es que apenas me importaba que el hombre frente a mi se sintiera atrapado por el magnetismo que Áyax desprendía allá por donde pasaba, porque le entendía.
Porque podía comprenderle.
Porque yo me sentía igual.
Y saber que mientras Áyax estuviera a su lado no tendría por qué tener un exceso de preocupaciones, era algo que me hacía sentir más aliviado.
Lo bueno de esto, es que me había hecho comprender lo afortunado que era.
Pues muchos podrían sentirse como Jesús.
Pero solo yo tenía la suerte de tener a Áyax Dixon a mi lado, y eso era un regalo de la vida que nunca podré agradecer lo suficiente.
- Volvamos al trabajo. – dice dándome un amigable golpe con el puño en hombro. – El tiempo se nos echa encima.
Asiento y vuelvo mi vista a la carretera.
Es entonces cuando a lo lejos diviso a un puñado de caminantes por la carretera.
- Papá... - titubeo llamándole.
Y cuando se da cuenta de por qué, sus ojos se abren de par en par.
Porque los pocos caminantes, lentamente se transforman en una horda.
Dejándonos en claro que ya no solo se nos echaba el tiempo encima.
Si no que ellos, también.
______________________________________
La brisa vespertina acaricia mi magullado rostro mientras me deleito con el precioso paisaje que crean las últimas horas de luz sobre esta bonita comunidad.
Si algo no se le podía negar a El Reino, era su belleza.
Y bañado por los últimos rayos naranjas del sol era algo digno de ver.
Una de esas cosas que debes hacer antes de encaminarte hacia una muerte segura.
Balanceo mis pies en el aire, pues estoy sentado en una de las azoteas de los bajos edificios de ladrillo rojo, observando como Morgan y el tal Benjamin, a quién antes me ha presentado, siguen con su clase de aikido que parece estar apunto de terminar.
Eran los dos únicos habitantes de este lugar que habían entablado conversación conmigo.
Daryl había desaparecido parte del día.
Y Amber me rehuía.
Y no sabía muy bien cómo debería sentirme o qué debería pensar ante eso.
Suspiro.
Rebusco perezosamente en la mochila, pues tampoco tenía mucho más que hacer aquí. Y en parte, algo inconsciente me había hecho subirla conmigo por si en algún momento entrada la noche decidía largarme.
- ¿Encuentras algo interesante? – murmura la voz de Daryl a mis espaldas.
Una ladeada sonrisa enmarca mi rostro.
- Nada. – digo con la vista al frente.
- A Ezekiel no creo que le guste verte aquí subido. – añade.
- Ya, bueno, qué se le va a hacer. – respondo sin más, mirándole por encima del hombro. Le hago una seña con la cabeza, indicándole que es libre de acercarse si así lo quiere.
Daryl se aproxima hasta mi y se sienta a mi lado, igual que yo.
- Me ha costado encontrarte, Morgan me ha dicho dónde estabas cuando han vuelto de...
- De su encuentro con Los Salvadores. – completo yo.
Él asiente con la cabeza agachada.
Y el silencio se hace entre ambos.
Lleva su mano hasta el bolsillo que tiene su camisa en el pecho y de él saca una casi vacía cajetilla de cigarros.
- Creo que puedo ayudarte con lo que buscabas. – dice tendiéndome uno, dando un vistazo a la mochila. Esbozo una pequeña sonrisa y enarco una ceja cuando le miro durante unos segundos, los que soy capaz de aguantar. – Es el de la paz.
Asiento entre risas antes de llevármelo a los labios.
Mi hermano me cede la caja de cerillas después de encenderse el suyo.
- Cómo les ha ido. – pregunto exhalando el humo del ya prendido cigarro, devolviéndole la cajita.
- Ni idea. – musita, colocando el cigarro entre sus dedos. – Pero a juzgar por la cara de Morgan... No muy bien.
Otro silencio más se instala en el ambiente.
No sabía si era agradable o incómodo.
Agradable por las vistas.
Por tenerle cerca.
Incómodo, por el elefante en la habitación del que ninguno nos atrevíamos a hablar.
- Dónde has estado. – pregunto en un murmullo. – Llevas todo el día fuera y... - doy una calada. – Decías que no te ibas a separar de mi.
- No estás en posición de reclamar nada. – dice con ligero enfado en su voz.
Entonces se da cuenta de lo borde que ha sonado.
Emito un bufido similar a una risa.
- Lo sé. – respondo. – Tampoco lo merezco.
- No quería decir eso... - murmura mirándome arrepentido, por primera vez en mucho tiempo.
- No. – digo tajante, clavando mis ojos en los suyos. – Sí querías. Y no pasa nada. Que todos me tratéis así es lo que me he ganado, al fin y al cabo.
Le veo tragar saliva antes de sumirse en el silencio de nuevo.
- Estaba con Carol. – dice pasados unos momentos, captando mi atención. – La he encontrado.
- ¿Cómo está? – inquiero con el corazón en un puño, pues hacía demasiado que no sabía de la mujer.
Desde antes de lo de Glenn y Abraham.
Era curioso reconocer que había un antes y un después de eso.
Quiénes éramos antes.
Y quiénes somos después.
Daryl se encoge de hombros.
- Carol es Carol. – responde exhalando humo nuevamente. – Necesitaba alejarse.
- Le hacía falta. – añado. – A ella le pesa el fin del mundo más que a nadie. – mi hermano asiente a mis palabras. – Si lo supiera... Los Salvadores serían historia.
- Cómo sabes que no se lo he dicho. – pregunta sin más mientras me ve darle otra calada al cigarro.
Sonrío.
- Porque ella no está aquí.
Daryl hace una mueca que emula una sonrisa, con la cual me da la razón.
- Es lo mejor para ella. – dice volviendo la vista al frente.
- ¿Para ella o para ti? – le interrogo antes de espirar el humo. Entonces me mira. – Te ahorras verla sufrir si la mantienes sumida en una mentira.
- ¿Prefieres que lo sepa y sufra? – contraataca.
- No la estás salvando del dolor, se lo estás retrasando. Pero la realidad es la que es. – respondo. – A veces es necesario pasar el mal trago y hacernos más fuertes. La necesitamos, y lo sabes.
- Eso es lo que haces tú ¿No? – dice con rabia. – Hacer sufrir a quien sea si es por un bien superior.
Tenso la mandíbula.
Alejo el cigarro de mis labios sosteniéndolo con el dedo índice y el corazón.
- Sí, Daryl, eso es lo que hago yo. – contesto con sarcasmo mientras niego con la cabeza, más que harto de sus acusaciones entre líneas. – Oye ¿Con quién estás enfadado realmente? – pregunto con curiosidad. – Porque no me hablas, pero intentas protegerme. No me quieres a tu lado, pero estás siempre cerca. Te enfadas, me insinúas cosas horribles, pero dices que no te quieres separar de mi. – no he sido consciente de que a cada frase he apretado más y más el ya casi consumido cigarro en el suelo de la azotea con la palma de mi mano derecha hasta quemarme con las aún candentes cenizas de este. – Lo que tengas que decirme, suéltalo ya, Daryl Dixon.
Este ha visto lo que he hecho.
Y no le ha pasado desapercibido.
Suspira, con su vista al frente, viendo como el sol termina de ponerse, antes de posar sus ojos de nuevo en mi.
- He fracasado como hermano. – sentencia en un murmullo, encogiéndose nuevamente de hombros, después de apagar su más que terminado cigarrillo.
Sus palabras me golpean con fuerza.
Alzo las cejas, sorprendido.
- ¿Qué? – espeto incrédulo.
- Es la verdad. – titubea incapaz de mirarme.
Me vuelvo hacia él, flexionando una rodilla en el suelo y dejando la otra pierna colgando para tenerle de frente, y pongo mi mano herida en su mejilla, obligándole a mirarme.
- ¿De que diantres estás hablando? – pregunto. - ¿Por qué todos os creéis culpables de las decisiones que yo he tomado?
Y es que esa era la verdad que más me estaba sorprendiendo a día de hoy.
Porque todos parecían sentirse culpables, casi como si me hubieran pegado ellos mismos cada golpe que Los Salvadores me han dado.
Como si cada herida llevase sus nombres.
Como si cada cicatriz fueran obras suyas.
Daryl sonríe amargamente, permitiéndome ver las lágrimas agolpadas en sus ojos, y entonces posa su mano en mi palma abrasada, para acariciarla con lentitud.
- Porque ninguno hemos impedido que las tomaras. – sentencia en un susurro, convencido de que realmente parte de esto era culpa suya. – Tengo la sensación de que nunca te he protegido, desde que naciste. – sus ojos no se despegan de los míos. – Es como si hubiera pretendido hacerlo, pero nunca lo hubiera logrado... Y mírate ahora. – su mano izquierda, la que sostiene mi palma herida, se desliza hasta el vendaje de mi antebrazo, cubierto por la manga del suéter, en el mismo movimiento que Rick había hecho un día atrás.
Parpadeo intentando disipar las lágrimas.
- No, Daryl. – murmuro tembloroso. – Las decisiones que yo tomo, son cosa mía. Son mis errores, y mis consecuencias... De eso se trata. – añado con una sonrisa cuando la primera lágrima se desliza por mi mejilla. Aparto el pelo del flequillo de su cara, y le coloco un mechón detrás de la oreja, dejándole el rostro despejado. – Así es como he de aprender, estrellándome. Cometiendo errores, una y otra vez. Y no es... culpa tuya que no me impidas cometerlos, porque ese no es tu papel. No es así como esto funciona. Puedes... aconsejarme, apoyarme o no en lo que decida, pero no intentar impedírmelo, porque entonces nunca aprenderé la lección que deba entender. – él muerde sus labios hasta convertirlos en una fina línea, haciéndome sonreír ante ese gesto tan familiar. – Yo decidí estar del lado de Los Salvadores. Yo decidí creer a Negan. Yo decidí serle leal. Con cada decisión estaba haciendo una apuesta en la que debía arriesgar. En la que perdía más que ganaba. Pero es, única y exclusivamente, culpa mía. – sentencio con firmeza. – Esto, Daryl, tenía que pasar.
Él agacha la cabeza, y sé que no lo cree así.
Que siempre va a culparse de una manera u otra por no haber impedido nada.
- Perdóname. – musita sin voz, confirmando lo que pienso.
Esa palabra hace que más lágrimas salgan.
De ambos.
Me atrevo a romper la distancia y le abrazo, sintiéndole cerca al fin.
Ese gesto nos desmorona.
- No. – murmuro sobre su hombro. – No hay nada que disculpar. – añado en un sollozo. – Yo nos he separado. Yo tengo la culpa de que me odies.
- Te traté mal... - susurra perdido en su creencia de que esto era asunto suyo.
- Estabas en tu derecho. – sentencio uniendo su frente a la mía. – Yo te provoqué. Todo lo que me dijiste, lo que pensaras... Me lo gané. No te sientas mal ni culpable por pensar lo que en ese momento sentías.
- Pero...
- No hay peros, Daryl. – digo con firmeza, sujetando su rostro entre mis manos. - Fue culpa mía y de nadie más. – le miro a los ojos por primera vez, siendo capaz de aguantarle la mirada. – No se me ocurre nadie que me haya cuidado más en esta vida que tú. – digo solemne. - Cuándo los niños del barrio se burlaban de mi ¿Quién estaba ahí? ¿Acaso estaban Rick o Carl? O cuando tenía miedo por las noches por culpa de Merle y sus... estúpidas películas antiguas de terror. – le veo sonreír ante eso. – Ahí estabas tú, dispuesto a pasarte la noche en vela, solo por mi. O cuando el mundo se fue a la mierda y tiempo después os encontré, incluso aún sin yo saber que eras mi hermano, me cuidabas. Y cuando lo supe, me cuidaste aún más. – limpio una de sus lágrimas con mi pulgar. – Con aquellos pirados antes de La Terminal... En la propia Terminal... Cuando me fui y volví con Abraham y el resto... Volviste a perdonarme. – añado. – En Alexandria, con Merle, estabas dispuesto a irte conmigo si así yo lo decidía. Cuando me lesionaron y caí en lo más hondo, ahí estabas, tendiéndome la mano una vez más... - cojo aire de manera temblorosa, haciendo todo lo posible por no romperme del todo. – En todos y cada uno de mis recuerdos, estás tú, Daryl. – es entonces cuando sus ojos se atreven a mirarme de nuevo. – Así que no te atrevas a decir que has fallado como hermano. No vuelvas... a decirlo nunca más. – replico con dolor. – Porque eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Siempre lo serás. Da igual todo lo demás. – es entonces cuando le abrazo otra vez con más fuerza que antes. – Perdóname, por favor.
Y es exactamente ahí cuando Daryl se rompe.
Cuando me ve romperme a mi.
Cuando le pido perdón.
Porque soy yo quién tiene que hacerlo.
Yo y nadie más.
Vuelve su vista hacia mi, pues es él quien esta vez acuna mi cara entre sus manos, y me mira con ese brillo especial que siempre podías encontrar en sus ojos.
Porque Daryl no era una persona rencorosa, no estaba en su naturaleza serlo.
Daryl era, simplemente, lo mejor que podías encontrar en este mundo.
Y yo he tenido la gran suerte de tenerle como hermano.
No existiría nadie en la faz de la tierra que me quisiera más que él.
Ni existiría alguien a quien yo pudiera querer más.
Porque a pesar de todo, ese era él.
El que me perdonaba otra vez.
El que me seguía queriendo y cuidando incluso en la distancia y sin motivos, porque eso son cosas que no dejas de sentir o hacer de un plumazo.
Porque no existe un botón para desactivar los sentimientos.
Y en parte lo agradecía.
Que aburrida, si no, la vida.
Me separo lentamente de él cuando caigo en algo.
Sonrío y rebusco en la mochila hasta sacar aquello que quiero.
Su chaleco.
- ¿Qué...? – titubea sorprendido agarrando la prenda.
- No creo que Dwight lo eche de menos. – respondo sonriente.
Y también algo más feliz.
- ¿Cómo lo has...?
- Lo robé de El Santuario, junto con el revolver de Rick. – digo interrumpiendo su pregunta de nuevo. – No pude... recuperar tu ballesta. – admito.
Daryl sonríe ligeramente.
- No importa. – dice encogiéndose de hombros. – Ya tengo otra. – confiesa para mi sorpresa. – Richard me la ha dado.
Alzo las cejas con asombro ante esa noticia y sonrío.
- Oye, será mejor que entremos, se hace tarde. – digo, observando como el cielo púrpura ya se cernía sobre nuestras cabezas, tornándose más oscuro a cada minuto. – Y probablemente el Rey quiera cenar con nosotros.
Daryl ríe y asiente ante ello, dándome la razón.
Me pongo en pie y le ofrezco la mano, cosa que no duda en aceptar para levantarse él también.
- ¿Sigues pensando en marcharte? – pregunta mientras me ve colgarme la mochila en el hombro.
Suspiro.
- He de volver a Hilltop. – murmuro. – Necesito hacerlo.
Daryl asiente y muerde sus labios, porque me comprende.
- Iré contigo. – dice.
- No, Daryl... - respondo a su evidente oferta, porque sabía que lo diría. – Si vuelven a ir y ven que no estás... Entonces sí que empezaría a ser sospechoso.
Mi hermano resopla algo cansado de vivir constantemente creando estrategias.
- Está bien. – admite finalmente. – Pero al menos te acompañaré a Hilltop. Una vez allí me marcharé a Alexandria.
Asiento, alzando las manos en señal de rendición, y es que sabía que no me dejaría negociar más el asunto.
Daryl pasa su brazo izquierdo por mis hombros antes de que echemos a andar juntos hacia la puerta de la azotea en la que estamos.
Le dedico un último vistazo al lugar en el que nos encontrábamos sentados minutos atrás y caigo en cómo, de nuevo e inconscientemente, habíamos creado otro antes y después.
Éramos, somos y seremos hermanos.
Pero ahora siento que somos más.
Mucho más.
La promesa de un nuevo día llega cuando la luz empieza a filtrarse por las ventanas de la habitación en la que Daryl y yo hemos dormido.
Y este me hace saber que está despierto y que ya es hora de que yo también lo esté, de una forma más que agradable.
Lanzándome un cojín a la cabeza.
- ¿En serio? – inquiero en un gruñido desde mi cama, mirándole con un ojo aún cerrado a causa del sueño.
- Completamente. – afirma él desde la suya. – El Rey te estará esperando. – murmura antes de volver a acomodarse en su almohada y darme la espalda.
Resoplo y me incorporo en el colchón con lentitud y pesadez, pues Daryl tenía razón.
Durante nuestra cena, pedí una nueva reunión con Ezekiel, principalmente para agradecerle el asilo y para comunicarle que ya no sería necesario.
Y de una forma nada camuflada y sutil, intentar convencerle de que se una a la lucha.
El propio Rey me informó que así sería entrada la mañana.
Y después de haberme pasado más de media noche hablando con mi hermano, recordando anécdotas pasadas y charlando en general, ahora me arrepentía ligeramente después de haber tenido tan sólo un par de horas de sueño.
Así que hago acopio de unas fuerzas que no tengo, para asearme y poder cambiarme de ropa.
- En mi mochila hay ropa de más por si quieres algo. – digo hacia Daryl, quien intenta volver a dormirse, mientras me coloco una sudadera verde oscuro. – Es de Jesús.
- Ese tío parece muy cercano a ti ¿No? – comenta mi hermano como si nada. Me vuelvo hacia él y arqueo una ceja. – Es una observación.
- Ya. – respondo con una sonrisa.
Y es entonces, cuando veo como se pone bocabajo dispuesto a retomar el sueño, que le lanzo con todas mis fuerzas otro cojín hacia su cara.
Y echo a correr.
- ¡Áyax! – le escucho bramar antes de salir de la habitación. - ¡Te voy a matar!
Río.
- ¡Ponte a la cola de espera! – grito en respuesta antes de bajar las escaleras y salir a toda prisa en busca del Rey Ezekiel.
O, mejor dicho, en busca de una nueva oportunidad.
Sentado en el suelo de la habitación, observo al tigre pasear con lentitud tras los hierros de su jaula, acompañados ambos únicamente de una tenue oscuridad, rota por la suave luz que se filtra por las altas ventanas.
Esperaba la llegada de Ezekiel desde hacía tan solo unos minutos. Jerry me había comunicado el lugar de la reunión y que el Rey no tardaría en llegar. Mientras tanto, había decidido admirar al animal. Y es que algo tan majestuoso no se ve todos los días.
Me aproximo con cautela a la jaula y sigo su lento caminar con mis pupilas, hasta que el animal nota mi cercanía y se aproxima a mi, clavando sus ambarinos ojos en los míos.
Había estado cerca de la muerte.
Había olido el peligro.
Pero nunca lo había mirado a los ojos.
Y, sin embargo, las sensaciones eran diferentes.
No me asustaba.
No me aterraba.
Era un peligro al que me gustaba acercarme.
La adrenalina latiendo en mi corazón era algo demasiado adictivo, y tan bello animal lo provocaba simplemente con sus suaves gruñidos.
Este se tumba frente a mi sin dejar de analizarme, expectante.
Su gigantesca cabeza estaba solo a centímetros de mi.
Tan solo nos separaban unas barras de hierro.
Y en un pensamiento suicida, aproximo con cautela mi mano derecha.
No sé decir si ha sido un impulso.
Si a una parte de mi no le importaba que ese animal pudiera matarme de un zarpazo.
Si incluso yo lo deseaba.
Pero, aunque sabía que eso no sucedería, algo en mi parecía anhelarlo.
Trago saliva ante ese hecho.
No sabía hasta que punto yo había buscado la muerte inconscientemente, tal y como Carl me insinuó en Hilltop.
No desde que empecé a herirme a mi mismo.
Cierro los ojos cuando el animal acorta la distancia y aproxima su hocico a la palma de mi mano herida.
Husmea en busca de buenas intenciones, como si así pudiera saber si soy de fiar.
Y entonces me lame.
Sonrío y limpio rápidamente la lágrima que había escapado de mis ojos.
¿Había venido bucando nuevamente la muerte?
Si era así, esta había vuelto a negarme la llegada.
Acaricio el pelaje de su barbilla y el tigre cierra sus preciosos ojos, emitiendo un suave ronroneo que vibraba en mi mano.
Había pasado de ser una salvaje bestia devora hombres, a un inocente felino que se acurrucaría en tu regazo si pudiera.
- Hola, pequeño. – murmuro con una sonrisa.
- Pequeña. – corrige una voz a mis espaldas. El susto que la aparición del Rey Ezekiel provoca hace que tanto el animal como yo giremos nuestras cabezas hacia él. – Aunque por su tamaño diría que de pequeña nada.
Sonrío.
- Perdona, chica, no lo sabía. – digo nuevamente hacia ella, sabiendo ahora que el animal a quien tan tranquilamente acariciaba era una tigresa.
- Parece que le caes bien... - señala el hombre aproximándose calmadamente hacia nosotros, con su habitual aire afable y solemne. – No suele dejarse tocar por todo el mundo. Me impresionas cada vez más, Áyax Dixon.
Vuelvo a sonreír.
- Solo Áyax. – añado. – Todo eso de la grandeza y el papel de Rey en su Reino... No es para mi. Es como un cuento de hadas.
Ezekiel me observa durante unos segundos con semblante serio.
- ¿Puedo? – inquiere señalando el suelo a mi lado.
- Es un país libre, es su Reino y es su tigresa. – respondo sin más.
Entonces sonríe ligeramente.
El hombre afloja sus hombros y se sienta a mi lado con total naturalidad, acariciando al animal frente a él tal y como yo acababa de hacer.
Para mi sorpresa, el hombre parecía haberse relajado, desprendiéndose momentáneamente de su papel.
- Muchos necesitan a quién seguir. – dice con sinceridad. – Eso es humano. Quieren que les hagan sentirse seguros. Si están a salvo son menos peligrosos... Y más productivos.
Desvío la mirada ante esa idea, porque a pesar de haber comprobado que la maldad brotaba en el ser humano cuando este era libre, no me lo había planteado como tal.
¿Era pues, la civilización, la jaula que contenía al lobo?
¿Significa eso que la bondad es un hecho que se aprende? ¿Qué no se tiene de forma innata?
Sacudo la cabeza ante esos pensamientos.
Me niego a creer que eso es así.
Mi familia, los míos y algunos de los que iba conociendo en el camino, eran la prueba de ello.
- Y si te ven con un tigre... - añade Ezekiel con algo de humor, ganándose nuevamente mi atención. – Van contando historias sobre cómo lo encontró por ahí... Y consiguió someterlo y convertirlo en su mascota. Creen que ese tío es sobrehumano. Un héroe. – termina por decir cuando vuelve a mirarme. – No quise aguarles la fiesta. Y empezaron a tratarme como un Rey. Querían... Necesitaban seguir a alguien, así que yo acepté el papel. Seguí con la pantomima.
Ahora lo entendía.
Y es que, en cierta forma no distaba mucho de lo que Rick hizo en su día, o eso me había explicado Carl.
Incluso de lo que quizá Greggory hizo.
Hasta puede que Negan.
Necesitaban seguir a alguien, y ellos estaban allí.
De nuevo, y tal y como una vez pensé, si el método era erróneo o no, era cosa de ellos. Pero les sirvió para sobrevivir, tal y cómo pasó en El Reino.
- Lo entiendo. – murmuro, asintiendo en respuesta.
Ezekiel palmea mi hombro y observa a su animal, quien no se había separado de nosotros, como si estuviera atenta a la conversación.
- Trabajaba en un zoo. – confiesa. Alzo las cejas, sorprendido. Pues ciertamente, no esperaba que esa fuera la respuesta a tan increíble mito frente a mis ojos. Pero tal y cómo él había dicho, el resto le habíamos engrandecido. Él es un simple humano más. – Shiva... - dice mirando hacia su tigresa, a quien ahora al fin le ponía un nombre. – Se precipitó a uno de los fosos de su habitáculo. Los veterinarios se habían ido, pero... tenía la pata abierta, se iba a desangrar. Y sus gemidos... eran de mucho dolor. – añade. – Sabía los riesgos, pero debía intentarlo. Le vendé la pata con mi camisa, y la salvé. – explica con la mirada perdida en ella, como si visualizara dicha escena en su mente. – Desde entonces no me enseñó los colmillos ni una sola vez.
Ahí estaba.
El hombre tras el mito.
La realidad tras la leyenda.
Una sonrisa asoma por mis labios al saber definitivamente que el Rey Ezekiel es de fiar.
Porque una persona que había arriesgado su vida para salvar a tan fiero animal... No podía ser malo ni aunque se lo propusiera.
Vuelvo mi vista a Shiva.
- Tener un tigre no es práctico, lo sé. – admite su dueño. – Come tanto como diez personas. Si ella quisiera hasta podría arrancarme un brazo de cuajo.
- Pero no lo ha hecho. – corroboro yo al entender su punto.
El hombre asiente y sonríe.
- Ni lo hará. – afirma, convencido. Entonces suspira. – He dejado atrás tantas cosas como todos... Cuando todo empezó a morir yo me encontraba en el zoo. Shiva era de los pocos animales que quedaban. – dice. – Atrapada, hambrienta, sola... Igual que yo. – sus ojos se posan en los míos. – Era lo último que quedaba de lo que había amado. Y me ha protegido. Me trajo aquí, me hizo sobrehumano... Y creé este lugar. – la melancolía en su voz se hace perceptible. Ezekiel me mira contento, era bastante habitual verle así en el poco tiempo que le había conocido. – Antes hacía teatro de aficionados. He interpretado a muchos reyes... Arturo, Macbeth... El Rey Charles... – confiesa, haciéndome reir, pues eso sí que no lo esperaba. Y también me hacía comprender bastante la personalidad que ahora sabía que interpretaba. – Pero sí, me llamo Ezekiel. Es la única verdad. Esa es mi historia... No me guardo nada. Aunque te agradecería que me guardaras el secreto... Por ellos. Bueno, y un poco por mi.
Vuelvo a sonreír y asiento.
- Eso está hecho. – respondo. – Bueno, mi verdad ya la sabe. – digo alzando el brazo derecho, en referencia a mi vendaje.
- No, Áyax. No la sé. – dice mirándome fijamente. – Sé que eres inmune... Y que estuviste con Los Salvadores, pero no sé quién eres tú. - trago saliva cuando dice eso. - ¿Quién eres, Áyax?
Muerdo el interior de mi mejilla.
Era el peor momento de mi vida para preguntarme exactamente eso.
Justo cuando más fragmentado me sentía.
Cuando más perdido y desorientado estaba.
Cuando no me sentía parte de nada.
- No lo sé.
Las palabras salen de mi en un suspiro.
- ¿Y por qué crees que no lo sabes? – inquiere él. – Estoy seguro de que hubo un tiempo en el que lo sabías.
Le miro.
- Sí... Por supuesto que lo hubo. – admito al recordar el antes.
El antes de las muertes de Abraham y Glenn.
El antes del conocimiento de Los Salvadores.
El antes de Negan.
- Entonces... ¿Qué fue lo que hizo que ya no sea así?
Una cínica y ladeada sonrisa curva mis labios.
- Usted qué cree, Rey Ezekiel. – digo, volviendo a clavar mis pupilas en las suyas. – La misma razón por la que estoy aquí. La misma por la que tienen que hacer tratos para mantenerse a salvo. La misma contra la que debemos luchar.
El hombre suspira y posa su mirada en Shiva, volviendo a acariciarle.
El animal emite otro suave y agradable ronroneo.
- Estuviste un tiempo con ellos ¿Cierto? – asiento. – Y dices que tuviste que escapar porque te torturaron por traición.
- Así es. – secundo extrañado, sin saber a dónde quería llegar a parar.
- Si no lo hubiesen hecho... ¿Habrías vuelto con los tuyos?
Abro los ojos de par en par durante milésimas de segundo.
- A qué se refiere. – murmuro, aún sabiendo perfectamente de qué está hablando.
El Rey sonríe.
- Si todo eso de la traición... - empieza a decir. – No hubiera pasado... ¿Aún seguirías allí? ¿Habrías vuelto con los tuyos?
Trago saliva.
¿Lo habría hecho?
- Qué importa. – espeto con desdén, pegando las rodillas a mi pecho, abrazando las mismas.
- Para mi sí lo hace. – dice, volviendo la vista a Shiva. – Significa algo.
- Ya no. – respondo de forma contundente. – Lo que yo creyera de él... - carraspeo. – De ellos, de Los Salvadores, no importa. Me demostraron justo lo contrario.
- Puede que de ellos sea más difícil de saber... Al fin y al cabo, son muchos. – cavila para sí mismo. – Pero ¿Y él? Ese tal Negan. – chasqueo la lengua al oír su nombre. – Nunca he llegado a verle, pero tú eras cercano a él ¿No?
Resoplo.
- Lo era.
- ¿Y bien?
Cierro los ojos y suspiro.
- No... importa, Ezekiel. – digo. – Ya no importa. Nada de lo que yo creyese importa. Los Salvadores deben morir.
El Rey me mira.
- ¿Y Negan? – inquiere.
Mis ojos se clavan en los suyos con fervor.
- Y él el primero. – sentencio en un gruñido.
Le oigo suspirar.
- Dónde hay vida, hay esperanza. – dice intentando hacerme cambiar de opinión.
Pinzo el puente de mi nariz y vuelvo a suspirar, cansado. Unos pinchazos se habían instalado en mis sienes y tras mis ojos, asegurándome el inicio de lo que probablemente sería un futuro dolor de cabeza.
- Dónde hay vida, ellos se encargarán de erradicarla o de esclavizarla. – corrijo entre dientes. Poso mi mirada en la suya. – Le seré sincero. – digo antes de que mi voz se quiebre. – He vivido con ellos lo suficiente como para saber que no son buena gente. Antes o después terminarán por hacerle daño a alguien a quien quiere. – los ojos de Ezekiel me observan ligeramente impactados por la firmeza y dolor en mis palabras. – Y no hablo únicamente de Negan, sus hombres son incluso peores que él.
- ¿Incluida esa tal Amber? – dice. Mi mirada vuelve hacia él. – O su madre. O puede que hasta el joven Mark.
Niego con la cabeza.
- No es lo mismo. – respondo. – Porque ellos no son Salvadores.
- ¿Y cómo puedes saber quiénes sí lo son y quiénes no?
- Porque...
Mis palabras se cortan cuando lo entiendo.
Cuando entiendo hacia dónde me está llevando.
Si algo acababa de descubrir, era que el Rey podía acorralarte dialécticamente.
Quería que reconociera mi antigua visión.
Que no todos aquellos que habitaban El Santuario, eran malas personas, como en el caso de Amber y su familia.
Y, por ende, no todos merecían morir.
Tenso la mandíbula y le miro con algo de enfado.
- Créeme, sabrá diferenciarlos. – espeto devolviendo la mirada a Shiva, que había apoyado la cabeza en el suelo y seguía observándonos con curiosidad.
El hombre sonríe cuando se sabe descubierto.
- Amber es una buena chica. – dice finalmente.
Una mueca similar a una sonrisa se esboza en mis labios.
- Lo es... – afirmo.
- Cuando la pobre y su familia llegaron aquí... Estaban aterrados, pero en sus ojos brillaba algo. – dice mirándome. – La libertad. – murmura. – No han parado de trabajar desde que se instalaron, van a terminar por convertirse en pilares fundamentales de El Reino... - admite entre risas. – Parece mentira que esté apunto de hacer una semana.
Alzo la cabeza cuando le oigo decir eso.
¿Casi una semana?
¿Cómo podía hacer casi una semana que estaba aquí si hacía apenas cuatro días que yo me había escapado de El Santuario gracias a ella?
- ¿Cuándo dice que llegaron? – pregunto enarcando una ceja.
- Hará unos cinco días. – contesta. - ¿Por qué?
Intento disimular lo mucho que me impacta su respuesta.
- Por nada. – miento encogiéndome de hombros.
Un sudor frío recorre mi maltrecha espalda.
¿Cinco días? ¿Cómo que cinco días?
Amber está mintiendo.
Sí, lo está haciendo.
¿Y por qué lo está haciendo?
Si no fue ella... ¿Quién coño me sacó de esa celda?
Respiro profundamente un par de veces y me pongo en pie.
- Gracias por la sinceridad y por la hospitalidad, Rey Ezekiel. – digo intentando que el nerviosismo no se note en mi voz. – Pero mi hermano y yo hemos de volver.
El hombre me observa aún sentado mientras me dirijo hacia la puerta por la que ambos hemos entrado.
- Los Salvadores todavía te buscan, Áyax. – me recuerda antes de ponerse en pie.
Una agotada risa escapa de mi.
Porque estaba harto de tener miedo.
De estar aterrado.
De estar destruido.
Las cosas iban a cambiar.
Una malévola sonrisa tira de la comisura de mis labios y miro al Rey por encima de mi hombro.
- Que me encuentren.
Mi hermano y yo emprendimos camino desde El Reino bien entrada la mañana, sin perder un minuto, con apenas unas pocas provisiones que el Rey Ezekiel tan amablemente nos había cedido. El ir a pie hizo que fuera un camino largo y algo cansado, pero no por ello menos entretenido, y es que me encantaba ver como nuestra relación comenzaba a ser de nuevo aquella que una vez fue. Nuestra llegada a Hilltop cuando el sol caía causó algo de revuelo, sobre todo en el imbécil de Greggory, pero pronto las aguas se calmaron cuando Maggie me ofreció (o casi obligó) a aceptar trabajar como médico de la comunidad ya que ahora, gracias a Negan, carecían de uno. Esto hizo que el patético líder de Hilltop se viese obligado a aceptarme entre ellos, pues tenerme le era más beneficioso que no tenerme.
O eso creí que pensaría.
Daryl pasó esa noche en Hilltop, pues el cielo negro ya se cernía sobre nuestras cabezas para cuando las discusiones y los tratos terminaron, obligándole a quedarse, puesto que no le dejaría marchar solo y a esas horas, estando Alexandria relativamente lejos de nosotros. Su marcha me dejó algo inquieto, le dije que informara a Rick acerca de mi no muy fructífera charla con el Rey, dejándonos tal y como estábamos, además de hacerle prometer que cuidaría a Carl sin dejarle hacer ninguna locura, como personarse aquí a sabiendas del riesgo que eso podía suponer para todos. Bastante se había arriesgado Daryl ya.
El desconocimiento de si el chico le haría caso o no, me traía un tanto desquiciado. Pero no solo él, por supuesto. Los Salvadores me buscaban. Me habían llegado noticias de ello. Jesús me dijo que se habían pasado por Alexandria y por Hilltop justo cuando yo estaba en El Reino.
Salvado por la campana.
Ambas comunidades fingieron no saber que yo había escapado, y la ausencia de mi hermano la achacaron a la búsqueda de suministros tal y como él sugirió en primer lugar.
Pero eso no hacía que estuviera más tranquilo.
Lo que sí que lo hacía, es que con el tiempo dejaron de hacerlo. O eso parecía. No había vuelto a saber nada de que se pasasen buscándome por las comunidades ni había tenido que salir corriendo a esconderme junto a Maggie en ningún lugar, no al menos por ahora.
A quien quiero engañar, eso no me tranquilizaba en absoluto.
Algo muy raro debía de estar sucediendo para que no mostraran signos de que aún yo era una cuenta pendiente. Tan solo venía en un coche, pedían su tributo desde la entrada y se largaban.
Algo raro estaba pasando, y las conjeturas de Carl se hacían cada vez más presentes, pero no quería que me desviasen de mi camino y de lo que tenía que pasar.
Estás cegado por la venganza.
¿En serio? ¿Ahora eres mi conciencia?
- ¿Áyax...?
La voz de Betty me devuelve nuevamente a la tierra en tan solo un segundo.
- ¿Si? – inquiero mirándola otra vez.
La mujer arquea sus cejas y deja la libreta en su regazo antes de entrelazar sus manos y observarme.
- Te estaba preguntando qué tal te ha ido esta semana, desde la última vez que nos vimos. Y cómo te ves desde que llegaste aquí. – contesta la mujer con una sonrisa.
Suspiro sonriente y me incorporo en el sofá, recolocándome.
- Perdona, he vuelto a divagar ¿Verdad?
Ella ríe.
- Y después te has abstraído en tu mente, sí. – añade.
Froto mis ojos con algo de cansancio y reclino mi espalda en el asiento.
Observo el interior de su caravana durante unos segundos. Esta era igual al resto de casas prefabricadas que ocupaban la comunidad. Se parecía bastante a la que yo habitaba ahora junto con Maggie y Sasha, la caravana de Jesús.
Todo en tonos marrones y grises, un par de ventanas, una cocina escasa y diminuta, algunas camas, un sofá y una mesa redonda.
Siempre era mejor que no tener nada y seguir viviendo entre caminantes.
Parpadeo un par de veces cuando caigo en que he vuelto a perderme en mis mundos.
- Disculpa, solo...
- ¿En qué pensabas?
Vuelvo a suspirar.
- Nada, no importa.
Su amable sonrisa se ensancha.
- Áyax, si empezamos a hacer terapia hace ya casi dos meses, no era para que siguieras cargando con todo el peso en tu espalda.
Muerdo mis labios y asiento.
Efectivamente, habéis leído bien.
Yo.
Áyax Dixon.
El inmune a la mordedura de los caminantes.
El que se ha enfrentado contra vientos y mareas.
Contra el Gobernador en la Prisión.
Contra Gareth y los suyos en La Terminal.
Contra Nicolas, Tyler y Ron en Alexandria.
Y contra El Santuario, Negan y sus jodidos Salvadores.
Y a cuántos más me estaré dejando.
Ese que incluso mató a su propio padre por abusar de él.
Ese que ha hecho todo eso y más.
Y, precisamente por todo eso y más, estoy aquí sentado.
Hace casi dos meses, los que ya llevo en Hilltop, cuando apenas hacía una semana de mi llegada y mientras estaba haciendo mis labores en la enfermería de Harlan, Betty entró para su consulta concertada.
Y con lo que se encontró, fue conmigo gritándole a una esquina vacía.
Vacía para ella, claro.
En mi caso, no conseguía dejar de ver a Denisse, sonriéndome.
No me hablaba, simplemente me sonreía.
Y no aguanté más, así que le grité que por favor se fuera y me dejase en paz.
Eso fue lo que Betty vio.
Eso, y como me derrumbaba en ese instante.
Por suerte y maniobras del destino, lo que yo no sabía de ella era que, antes de que el mundo se fuera a la mierda, Betty era psiquiatra.
Así que me hizo un trueque sencillo, yo le ayudaba a paliar los dolorosos síntomas de sus migrañas crónicas, y ella me hacía terapia.
Para ser sincero, en un principio me mostré rehacio a ello. No creía que por una charla a la semana todos mis problemas fueran a mejorar, pero Betty se encargó de hacerme tragar todas y cada una de mis palabras. No puedo asegurar la cantidad de veces que mi mente ha estallado en cada sesión con ella, era como exponer mi cerebro y dejarlo en sus manos, para después poder ver todos y cada uno de mis problemas con perspectiva. Verlos desde fuera. Verlos y aceptar que están ahí, que son reales, que no por ignorarlos van a dejar de existir. Con el paso de las semanas fui sintiéndome mejor, el peso en la mochila fue menguando, no porque ahora no existiera, si no porque sabía cómo tenía que llevarlo y qué tenía que hacer con él. Estaba aprendiendo a respetarme a mi mismo, a escuchar mi cuerpo y mi mente cuando lo necesitaba, a mostrar mis sentimientos sin tanto temor, a lidiar con todos y cada uno de mis pensamientos.
Aún me quedaba muchísimo trabajo por delante, pues esto apenas era la punta del iceberg, pero el hecho de haber empezado y rascado la superficie, ya me hacía sentir más orgulloso de mi mismo.
Porque haber pedido ayuda cuando la necesitaba, no me hacía débil.
Porque admitir que tenía problemas, no me hacía menos capaz.
Porque entender que necesitaba recomponerme, me hacía humano.
Comprendí que, tal y como le dije a Carl en su día, hasta el o la más fuerte y valiente de los hombres o mujeres de este mundo, necesitaban parar y tomarse un respiro.
En mi caso, lo que yo necesitaba era curar mi mente y mis heridas, y por suerte, estas últimas estaban mucho mejor que la primera opción. O almenos su proceso de curación había sido algo más sencillo.
Eran nuevas cicatrices.
Eran más cicatrices.
Mi espalda quedaba todavía más adornada que antaño, y las mordeduras en mi antebrazo estaban decoradas por las múltiples y pequeñas cicatrices que habían sustituido a los grotescos cortes. Era como apreciar unas bellas rosas plagadas de espinas.
Ya no me daba tanta vergüenza tener la piel expuesta de esa zona a la vista.
Era un recordatorio.
Un recordatorio de que seguía vivo.
Y sí seguía vivo, la lucha y el camino continuaban, por mucho que ahora necesitase un tiempo muerto antes del final del partido.
En cierta forma, Hilltop estaba siendo mi lugar de vacaciones a pesar de lo mucho que trabajaba aquí para mantener la cabeza ocupada y sentirme útil.
Me faltaba toda mi familia y el amor de mi vida, pero a todos nos venía bien este descanso para reconstruirnos, y la mayoría de noches hablaba con ellos a través de unos walkies que habían conseguido en su continua búsqueda de armamento.
Porque los preparativos continuaban.
Porque con Los Salvadores nunca se sabía.
Alexandria seguía abasteciéndose armamentísticamente y en Hilltop entrenábamos a sus gentes casi a diario, y a espaldas de Greggory, para prepararles.
Y es que, aunque el tiempo haya pasado y las aguas se hayan calmado ligeramente, la tensión previa a una batalla seguía ahí. Podía olerse en el ambiente. Como un ficticio olor a hierro y oxido.
A sangre.
A la que vas a derramar.
A la que de ti va a brotar.
Seguíamos caminando hacia una muerte segura.
Sacudo la cabeza y chasqueo la lengua.
- He vuelto a irme a mi mundo ¿Verdad? – digo antes de echarme a reír.
Betty asiente acompañándome en mis risas.
- Es totalmente normal en este proceso, vas a pensar en todo más de la cuenta. – aclara para mi tranquilidad. – Pero mucho cuidado, porque eso es un arma de doble filo.
- Lo tendré en cuenta. – añado volviendo a frotar mis ojos.
- Entonces... ¿Qué tal ha ido esta semana? – vuelve a decir, intentando encauzar la sesión por décimoquinta vez.
Sonrío y suspiro.
- Todo bien. – murmuro. – Estudio y trabajo en la enfermería, mi escaso tiempo de ocio se basa en... charlar con Jesús. – admito entre risas, pues ella sabía de mi creciente amistad con el hombre. – Y os entreno junto a Maggie...
Mierda.
Betty sonríe cuando ve que se me ha escapado y arquea una ceja nuevamente.
En la terapia apenas la mencionaba, aunque la mujer frente a mi ya sabía por qué.
La incomodidad en mi inexistente relación con Maggie planeaba sobre nosotros como una sombra, siempre siguiéndome a todas partes. Ella hacía esfuerzos por entablar conversación conmigo, pero yo seguía siendo incapaz de sostenerle la mirada. Le ayudaba en todo lo que estuviera en mi mano. Estaba al día de sus seguimientos médicos en cuanto a lo que el embarazo se refiere, porque, aunque apenas se le notaba todavía, intentaba hacerle más tranquilo y llevadero el primer trimestre.
Practicamente la protegía.
O la sobreprotegía más bien.
Siempre en la distancia, casi como Daryl hacía conmigo.
- ¿Cómo está ella?
- También es tu amiga, ya lo sabrás. – respondo sin más.
La mujer de piel morena me observa, analizándome.
- Tienes que hablar con ella, Áyax. – dice con seriedad. – Vas por buen camino y este es otro de esos hilos de los que debes tirar, aunque no quieras. Ya sabes que siempre duele o no es agradable, pero es por tu bien. Por el de ambos. – añade. – No es tu culpa, no tienes por qué cargar con ello. Glenn murió, junto con Abraham. Debes dejarles marchar.
Exhalo con pesadez todo el aire en mis pulmones y ese peso opresivo en mi pecho vuelve a aparecer.
- No... No puedo, Bet. – reconozco. – No hasta que... Hasta que sienta que están seguras de nuevo.
- Eso solo seguirá consumiéndote, Áyax. – dice. – En este mundo nadie está seguro. Nunca.
- Tengo que hacerlo. – sigo diciendo con convicción.
- Te estás obsesionando con ello, no es únicamente tu deber. – replica, mirándome a los ojos. – No estás solo. Todos cuidamos de todos.
- Tengo... Que hacerlo. – afirmo, contundente. – Pienso cuidar de ellas. De Maggie, de Sasha... de Tara y de... y de Rosita. Así sea eso lo último que haga.
Bethany suspira.
- ¿Por qué, Áyax? ¿Por qué sientes que has de hacerlo? – insiste frunciendo el ceño, asombrada ante mi cabezonería.
- Porque se lo prometí. – sentencio. – A ellos. A Glenn, a Abraham y a Denisse.
La mujer enmudece ante mis palabras y entonces me mira apenada.
- De todas las mujeres que conozco... Son precisamente Maggie, Sasha, Tara y Rosita quienes menos necesitan protección. Saben cuidar perfectamente de sí mismas. – aclara. – Lo único que tú necesitas... Es hablar con ellas. Liberarte de esa culpa.
Resoplo y paso la mano derecha por mi pelo con algo de cansancio.
- Áyax, escúchame. – dice ella volviendo a llamarme la atención. - ¿Has dejado de ver a Glenn y Abraham desde que hiciste esa promesa? ¿O a Denisse?
Trago saliva cuando Betty me hace esa pregunta.
Alzo los ojos y sostengo su mirada acusadora.
- No.
Sus cejas se arquean.
- ¿Qué fue lo que hizo que dejases de ver a tu hermano Merle o a tu mejor amiga? – me recuerda casi de forma vacilante, porque sé que tiene razón.
Porque es tal y como dijo Rick.
Porque me siento culpable.
- Con Hannah no fue...
- ¿En serio? – dice interrumpiéndome. - ¿Volvemos de nuevo a eso?
Chasqueo la lengua empezando a sentirme molesto.
- No es eso, es solo que... Pude hacer más. Siempre pude hacer más. – murmuro. – Con Hannah pude... haberla ayudado a subir más rápido...
- Tenías once años. – rebate con sus incrédulas pupilas clavadas en mis ojos.
- ¿¡Y qué!? – bramo enfadado. Sé que las lágrimas están apunto de emerger. – Siempre se puede hacer más ¡Siempre! ¡De no ser por mi culpa Hannah ahora estaría viva! ¡Al igual que con Glenn o Abraham!
- Áyax las muertes de ambos no son tu culpa, fue cosa de Los Salvadores.
- ¡Pero podía haber hecho algo! – exclamo cuando la primera lágrima cae. - ¡Si les hubiera dicho antes que yo era el inmune, Abraham seguiría con vida! ¡Y si no hubiera atacado a Negan, Glenn también seguiría junto a Maggie y ningún niño tendría que crecer sin padre!
El silencio se hace ante esas confesiones.
Esas en las que yo creo firmemente.
El aire escapa de entre mis labios con pesadez y tapo mi cara con las manos, limpiando las pocas lágrimas que han brotado de mi.
Odiaba llorar en terapia.
Odiaba llorar, en general.
Por mucho que Betty dijera que a veces es bueno y necesario, eso no cambiaba lo horriblemente vulnerable que me hace sentir.
- Necesitas hacerlo, Áyax. – termina diciendo. – A cada sesión me demuestras más aún que estoy en lo cierto.
Alzo la mirada desviándola por el lugar, evitando la suya, mientras muerdo el interior de mi mejilla y asiento secamente.
- Ya, bueno... Antes tengo que encargarme de algunas cosas hoy. – digo mientras me pongo en pie. – El entrenamiento será dentro de media hora, probablemente.
Betty suspira.
- Siempre que el tema de Maggie sale a colación, la sesión se termina. – señala. Me encojo de hombros y camino hacia la puerta. – Hazlo, Áyax. Aún estás a tiempo.
Aún estás a tiempo.
Cierro los ojos unos segundos antes de abrir la puerta y volverme hacia ella.
- Gracias de nuevo, Betty.
Y entonces salgo de su caravana, limpiando rápidamente las lágrimas que vuelven a caer.
Si bien la terapia ayudaba, aún me quedaban pasos gigantescos por dar.
Hablar con Maggie y Sasha, era uno de ellos.
Y con Tara e incluso con Rosita... eran otros tantos pasos más.
Al menos me había servido para muchas otras cosas, como, por ejemplo, comprender que esa voz en mi cabeza, no era alguien diferente a mi. Simplemente era yo. Ambos somos la misma persona, solo que por alguna razón que desconozco, y por lo que Betty me dijo, probablemente me era más sencillo mentalmente creer que no era yo antes de aceptar que eso que me convierte en alguien temible, es una parte de mi mismo.
Mi monstruo personal.
Que ahora se había transformado en mi conciencia, esa que siempre estuvo en algún lugar de mi cabeza.
En pocas palabras, Betty me hizo comprender que eso tampoco estaba mal, simplemente tenía que escucharme a mi mismo y entender por qué esa desfragmentación de mi estaba ahí. Qué quería, qué buscaba, qué necesitaba. Y, en una sesión bastante intensa, comprendí que solo quería una cosa.
Protegerme.
¿Qué los métodos no eran los correctos porque terminaba haciéndome daño a mi mismo?
Cierto.
Pero ambos queríamos el mismo fin.
Y cuando lo entendí y encontré que ese era su origen, perdió fuerza y dejé de escucharlo tan seguido. A cambio, me devolvió el habla de manera progresiva.
Empezaba a ser uno.
Esto no distaba mucho de lo que siempre hacía.
Dividirme a mi mismo en dos personas, como si hubiera un Áyax bueno y un Áyax malo que solo surge cuando es necesario, pero es que ambos, soy yo.
No quería diferenciarme más.
Quería ser uno.
Ser yo.
Aceptar mis blancos, mis negros y mis grises.
Y ya había emprendido el camino para ello.
Si algo tenía claro, era que no pensaba deshacerme de ese lado de mi.
Suspiro con hartazgo cuando caigo en la cuenta de algo.
De que todo esto, a su manera, ya me lo había enseñado Negan.
Solo que ahora lo entendía desde una perspectiva sana.
- ¿Estás bien?
Parpadeo un par de veces y limpio mis lágrimas antes de volverme hacia la voz a mis espaldas.
- Sí, Jesús. – miento, sonriente. – Estoy bien.
El hombre asiente algo compungido y me devuelve la sonrisa.
- Venía a buscarte. – comenta cuando le observo en una muda pregunta. – Maggie y Sasha han vuelto a cambiar el lugar de entrenamiento para despistar a Greggory.
Pongo los ojos en blanco y, tras suspirar pesadamente, vuelvo a asentir.
Ambos echamos a caminar por la comunidad y yo meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta vaquera, que me apropié de la ropa de Merle. Cuando nuestro hermano mayor murió, Daryl y yo decidimos repartirnos sus cosas para poder seguir llevándole con nosotros al hacerlas nuestras.
Un gesto bonito que a ambos nos gustaba.
Como mi habitual camisa sin mangas que usaba de chaleco, con nuestro apellido en la espalda.
Era agradable volver a llevar mi propia ropa y no tener que depender siempre del resto. No me era incómodo llevar la ropa de Jesús, pero ahora al fin no sentía que le debía algo a alguien.
- Oye, nunca te he dado las gracias por prestarme tu ropa. – digo mientras andamos. – Y por haberme traído la mía.
El hombre a mi lado sonríe.
- No hay de qué. – responde. – Carl y Michonne prepararon tu bolsa así que yo solo fui el medio de transporte.
Río ante sus palabras.
Ahora sabía por qué en la bolsa no estaba la mencionada camisa, porque tanto Carl como Michonne sabían que ahora mismo no me sentía cien por cien yo, así que no estaría cómodo si la llevara.
No, aún no me había ganado ponerme esa camisa de nuevo.
- Aún así. – añado volviendo a la conversación. – Si no te hubieras ofrecido, seguiría llevando tus cosas. Bastante tienes ya con que ocupemos tu caravana.
Jesús empieza a reír.
- No importa. – dice una vez más, con su habitual amabilidad ¿Se enfadaría este hombre en algún momento de su vida? – Me críe con mucha gente en casa.
Ese comentario me hace sonreír.
- ¿Una gran familia? – pregunto tras cruzar las puertas de Hilltop para dirgirnos hacia el bosque.
Jesús enmudece durante unos segundos y es cuando lamento haber dicho algo que no debía.
Cuando traga saliva, me mira y entonces contesta.
- Un orfanato.
Su confesión detiene mi marcha y me quedo congelado en el sitio como si hubieran adherido mis pies a la tierra.
- ¿Es en serio? – inquiero con sorpresa mirándole con los ojos abiertos de par en par.
Jesús asiente un tanto confundido.
- En cuál. – me apresuro a preguntar, intentando que no suene como una orden.
Él se queda un tanto estupefacto sin comprender del todo.
- En el Saint James, del condado de Columbia – admite observándome extrañado.
Mi mandíbula casi toca el suelo.
- ¡No me jodas! – exclamo antes de sonreír y reanudar mi paso, haciendo que él también camine. - ¡Yo estuve en el Saint James del condado de King!
Jesús ríe.
- ¿De verdad? – dice con asombro. – No sabía que tu también habías estado en uno de los Saint James.
- Bueno, por cosas de la vida acabé en uno de sus orfanatos, sí. – murmuro. – Hasta que el fin del mundo estalló. – añado. – Por lo menos no fue en alguno de los Saint Mary, siempre escuché que eran un completo descontrol.
- ¿También había rivalidades entre ambos como en el mío?
Una carcajada brota de mi garganta.
- Y tanto que las había... - digo con algo de melancolía. – Es increíble que tengamos en común hasta nuestra procedencia.
Él vuelve a reír.
- Me alegra que alguien pueda entenderme de esa forma. – dice. – Empezar en la vida teniendo esos orígenes... No es algo fácil.
- Lo sé.
- Pero esto no es así... Al menos en lo malo no. – murmura volviendo la vista al frente mientras que nos seguimos adentrando en el bosque. – Ahora siento que estoy donde debo. Intentar que Maggie, Sasha y tú os integrarais aquí... Me ha hecho sentirme así. – confiesa con una de sus sonrisas. – Al principio... Nunca estaba aquí. Me costaba abrirme a otras personas. Vecinos, amigos... Novios.
Eso último me hace sonreír inevitablemente cuando Jesús me mira de reojo.
Carraspeo y desvío la vista antes de que la situación se vuelva extraña.
Y, sobre todo, para borrar la sonrisa tonta que se me ha quedado grabada.
- Me alegra que te hayamos servido de ayuda para ello. – admito cuando soy capaz de hablar con normalidad nuevamente.
Paul Rovia vuelve a sonreír, pero esta vez con agradecimiento en sus ojos.
Había algo bonito en ellos, en su forma de mirar. Un brillo especial que cuando lo percibías en cada mirada que te dedica, te hace sentirte ligeramente especial.
Como si te apreciara más de lo que nunca va a admitir.
O de lo que tú nunca vayas a saber.
Unos dedos chasqueándose aparecen frente a nuestro campo de visión.
- ¿Hola? ¿Planeta tierra llamando a la parejita? – dice Sasha, haciéndonos saber que ya habíamos llegado al punto de encuentro casi sin darnos cuenta.
Trago saliva y vuelvo la vista al frente mientras que Jesús carraspea.
No sabía en que momento nos habíamos quedado así.
Simplemente mirándonos.
- No te pases, idiota. – comenta él sonriente, dándole un pequeño manotazo en el hombro a la mujer antes de reunirse con ella, ocultando el creciente sonrojo en sus mejillas.
Hasta intentando enfadarse era amable.
No voy a mentir, ha sido una sensación agradable.
Cada día que pasaba, apreciaba aún más al hombre frente a mi. Teníamos decenas de cosas en común, nuestras conversaciones parecían no acabar nunca y la siguiente siempre era mejor que la anterior. Cada mirada suya tenía el grado de intensidad justo como para ponerme nervioso, y todas sus sonrisas eran especiales.
Pero, incluso así, Paul Rovia no era Carl Grimes.
No podía negarme que Jesús me gustaba, que había cierta atracción entre ambos. Que para mi, él siempre sería una persona muy especial que se estaba ganando un cariño inmenso por mi parte.
Pero desde que vi a Carl tras la verja de la prisión, algo cambió dentro de mi. No sabría decir qué ni por qué, pero desde que puse mis ojos en él, ya nunca pude dejar de mirarle.
Ni podré.
Su forma de hablar, su manera de pensar, su inteligencia.
Siempre me trató como un igual, nunca jamás se planteó tratarme diferente.
Siempre estuvo ahí para mi en todo momento.
En los buenos, en los malos y en los peores.
Fue y es mi mejor amigo.
Fue y es el amor de mi vida.
Sé que viviré y moriré enamorado de él.
Esa es la verdad.
Pero Paul Rovia se había ganado un lugar en mi corazón, y yo no pensaba quitárselo.
- ¿Todo bien? – pregunta Maggie, poniendo una mano en mi hombro. Su contacto me estremece y me saca nuevamente de mis mundos, esos donde últimamente solía perderme. Asiento algo turbado, como siempre me ocurre cuando noto la presencia de ambas y agacho la mirada. Percibo los ojos acusadores de Betty clavándose en mi cuello. – Entonces empecemos. – sentencia de forma autoritaria, mirando al grupo de residentes de la comunidad.
Ese tono de voz me hace sonreír.
Porque solo se lo había escuchado a alguien más.
A Rick.
Y eso me confirmaba aquello que una vez ambos pensamos.
Maggie será una buena líder para la comunidad de Hilltop.
El entrenamiento había ido mejor de lo esperado esta vez, y es que los vecinos iban aprendiendo y asimilando todos y cada uno de los conceptos que les enseñábamos. Manejar los cuchillos, clases de tiro, cómo rastrear huellas, algunas técnicas para principiantes en combates cuerpo a cuerpo... Les enseñábamos a valerse por sí mismos, a no tener miedo ni ser dependientes de nadie. Y poco a poco se volvían más fuertes y seguros, tanto hombres como mujeres.
Ya no era solo para defenderse ante Los Salvadores, si no ante cualquier amenaza que se les acerque, muerta o viva.
Lo bueno de cada entrenamiento, era que podía conocer mejor a muchas de las personas que aquí convivían.
Y lo mejor, es que ellos también a mi.
La gente de Hilltop estaba olvidando a Scarface para empezar a conocer a Áyax, y esa era una de las sensaciones que no cambiaría por nada.
Esto me lo había ganado yo y solo yo podía resolverlo.
Como tu relación con ellas.
Cierro los ojos unos segundos y suspiro.
Apresuro el paso ignorando ese pensamiento, siguiendo las zancadas de Jesús, Maggie y Sasha.
Teníamos la costumbre de que todos volviéramos separados por grupos para no levantar sospechas, y ahora era nuestro turno.
Las puertas de la comunidad se abren ante nuestros ojos para permitirnos la entrada al pueblo, pero las animadas charlas de nuestros compañeros y nuestros pasos se ven interrumpidos por un fuerte rugir de varios motores en la lejanía.
Un ruidoso escándalo que parecía acercarse cada vez más hacia nosotros.
- ¡Salvadores! – brama Kal desde su puesto de vigía.
Y cómo si eso fuera un reclamo, Sasha y Jesús se giran hacia Maggie y hacia mi.
Siempre venía un único vehículo sin producir semejante alboroto.
Esto no podía ser una buena señal.
- ¡Vamos, seguidme! – exclama Jesús echando a correr.
Nuestros pies tardan pocos segundos en responder siguiendo sus pasos a toda prisa.
Con el corazón a mil, el hombre y Sasha nos guían hacia el sótano de Barrington House, que tenía su entrada subterránea anexada en el lateral del edificio.
Tanto Maggie como yo entramos sin dudarlo un segundo mientras que Sasha y Jesús se quedan en el exterior, pues la primera tenía la suerte de no tener que huir de nadie, ni de seguir fingiendo que está muerta.
Bajamos las escaleras a trompicones cuando Jesús cierra la puerta a nuestras espaldas después de asegurarnos que haría lo posible por mantenerlos alejados, y Maggie y yo nos escondemos al fondo del lugar, tras unos estantes que nos ocultaban por completo, permitiéndonos únicamente la visión de la entrada.
El jadeo de nuestras erráticas respiraciones era el único sonido que invadía el ambiente.
Trago saliva e intento controlar el temblor en mis manos.
No por miedo a que pudieran descubrirme.
Si no por terror a que la encontraran a ella.
Aunque siendo honestos, era a mi a quien querían arrancar la piel a tiras.
Ambos teníamos la espalda pegada a la pared, como si estuviéramos petrificados en la misma.
Y es que cuando el miedo te paraliza, cualquier acto sencillo como respirar con normalidad requiere un esfuerzo titánico.
Me tenso en mi sitio cuando escuchamos como la puerta del sótano es abierta con violencia y el eco de unas fuertes pisadas se hace presente.
Aprieto la mandíbula y me acerco con lentitud al estante frente a mi para mirar entre las cajas de quién demonios se trataba.
Un Salvador.
Cual león acechando a su presa, observo que el muy imbécil que inspecciona el lugar es Brady.
Brady O'Conner era un puto abusón.
Fiel y leal a Simon como el que más.
Sorpresa sorpresa.
Casi se podría decir que era su mano derecha. Ni siquiera sabía como Negan todavía lo mantenía con vida. Ese tío era un jodido acosador que tenía el cuajo de acechar a las mujeres de su jefe como el pervertido que era.
Desde luego, si Negan se enterase, tendría los minutos contados.
Lo cierto es que pagaría por ver cómo se lo carga con Lucille.
¿Qué cojones estoy diciendo?
Me doy cuenta de que, de forma inconsciente, he sacado mi cuchillo de su funda y lo sostengo en la mano con firmeza.
Con tanta, que mis nudillos están empezando a perder color.
- Áyax... - susurra Maggie a mis espaldas, a quién estaba protegiendo con mi cuerpo de forma inconsciente al mantenerla en esa posición.
No despego los ojos de ese cabronazo, que tras hacer mal su trabajo de asegurarse de que no hay nadie más con él, se lleva una caja de frutas y verduras.
Pero no antes sin girarse de nuevo hacia nosotros, como si pudiera vernos, aunque sé que no es así.
Apostaría mi brazo mordido a que estoy en lo cierto y sé que no lo perdería.
Se acerca momentáneamente y tanto Maggie como yo contenemos la respiración.
Aplaco la sequedad de mi garganta después de tragar saliva con dureza y entrecierro los ojos, dando un pequeño paso en su dirección, dispuesto a salir de mi escondite para acabar con la vida de ese gilipollas.
Sería tan sencillo.
Un único movimiento.
Solo uno, y adiós.
- Áyax... – vuelve a decir Maggie en voz baja, de tal forma que solo yo pueda oírla en el cubículo en el que nos encontramos.
Brady desvía su vista del estante y se dirige hacia las escaleras mientras silba con tranquilidad.
Suspiro con pesadez y aflojo el agarre del cuchillo para pinzar el puente de mi nariz cuando el Salvador se marcha por donde ha venido.
Las sienes me laten con fuerza por culpa de la tensión.
Salgo de nuestro escondite y me aproximo hasta la puerta de madera para mirar entre las ranuras y ver si Brady tenía intención de volver.
Respiro aliviado cuando comprendo que no es así.
Maggie sigue mis pasos y puedo sentir sus ojos clavados en mi nuca.
- Ibas a matar a ese tío... - murmura.
Me envaro sobre la puerta, incapaz de darme la vuelta.
Hacía mucho tiempo que no nos quedábamos a solas, desde que ella curó mis heridas por primera vez.
Tengo que tragar saliva antes de responder.
- Iba a encontrarnos. – musito.
- No iba a hacerlo... Y no lo ha hecho.
Cierro los ojos y mi mandíbula se tensa.
Maggie era más que conocedora de mi estado y probablemente de mis pensamientos para con ella.
Nuestra relación llevaba meses en una vía muerta por mi culpa, y aún sabiendo que solo yo podía arreglarlo, nunca me sentía suficiente.
- Merecía morir. – respondo sin más. Y en cierta forma, así lo pienso.
La oigo suspirar con algo de cansancio.
- Desde que has vuelto... Apenas me has dirigido la palabra. – susurra con voz trémula. – ¿Quiéres mirarme? Por favor... – ordena casi en una súplica.
Muerdo mi labio inferior cuando las lágrimas se agolpan en mis ojos.
Es sentir ese agujero devastador en mi pecho nuevamente, pero como si ahora estuviera dispuesto a cerrarse unos centímetros.
Dependía únicamente de mi, ella me estaba tendiendo la mano una vez más.
Es ahora o nunca.
Un tembloroso suspiro escapa de mis labios cuando me doy la vuelta.
Y con el valor y coraje que no sé de dónde han salido, pero que ahí estaban, le miro a los ojos al fin.
- Lo siento. – sollozo. Pongo el dorso de mi mano sobre mis labios para contener el llanto y después limpio un par de lágrimas, de las muchas que han empezado a brotar. – Lo siento... muchísimo.
Maggie me observa entre temblores, incrédula.
- No... Áyax...
Alzo mi mano en su dirección, indicándole que no mencione las palabras que sé que antes o después terminará diciendo.
Aquellas que yo ya estoy harto de oír.
Porque, aunque puede que tengan razón, yo no lo creía así.
- Tú... Me acogiste. – murmuro después de sollozar de nuevo, clavando mi vista en el suelo, pues ya había aguantado demasiado. – Me has acogido, ayudado... cuidado y protegido. Aún estándo yo del lado del hombre que asesinó a tu marido. – añado. – Lo mató por mi culpa.
Tapo mi cara con ambas manos cuando esas palabras salen de mi boca.
Por vergüenza.
Por frustración.
Por cansancio.
Y porque ya no podía aguantar más.
- Tú no tuviste la culpa. – susurra Maggie sin despegar sus apenados ojos de mi.
Muerdo mis labios y asiento con lentitud.
- Sí, la tuve. – respondo devolviéndole la mirada, sintiendo como dos lágrimas acompañan el dolor en mis palabras.
- No, de eso nada. – dice con convicción. – Tú eres de lo mejor de este mundo, eso decía Glenn.
Es en ese exacto momento cuando mi más que fragmentada alma se rompe un poco más.
Agacho la cabeza como si todo el peso del mundo cayera sobre mis hombros de golpe y Maggie se aproxima a mi con lentitud hasta posar su cálida mano en mi espalda y estrecharme contra ella.
- Él lo sabía, porque él también era de lo mejor. – añade en sollozo que quiebra su voz. – Y yo también quería cargármelo. Quiero... colgarlo y verle agonizar.
Sus palabras ni siquiera me sorprenden, porque sé que son necesarias.
Porque, como yo, siente que así se restaurará el bien en este mundo de mierda.
Alzo mis ojos hasta encontrarme con los suyos.
- Pero debemos ganar. – dice limpiando una de mis lágrimas. – Y tú eres mejor que eso. Que un acto impulsivo e irracional. Eres bueno, y tu corazón merece todo el amor que nos permitas darte.
Muerdo mis labios una vez más para contenter otro sollozo.
- Déjate querer, Áyax. Perdónate a ti mismo. – su voz tiembla y sus labios se ensanchan en una sonrisa cuando coloca ambas manos en mis mejillas. – Porque yo no tengo nada que perdonarte.
Asiento repetidamente y ante su bondad, que le rezumaba siempre por los poros, no puedo evitar echar abajo todos mis muros y barreras, rompiendo en llanto junto a ella, estrechándonos en un fuerte y duradero abrazo.
Tanto dolor separándonos.
Tanto terror.
Tantas malas decisiones.
Todo eso empezaba a quedarse en el pasado.
A dejar de oprimirme el pecho con violencia.
A dejarme vivir, sin más.
Inevitablemente, empezaba a sentir a Maggie más cerca.
Y por consecuencia, a Glenn más lejos.
Pero no era una lejanía desagradable.
No era un olvido.
Era permitirle descansar como se merecía.
Nada de rondar por mi cabeza.
Ni de estar siempre presente.
Ahora podía cuidarnos a todos con tranquilidad.
Ahora podía descansar en paz.
La paz que siempre mereció.
La paz que de nuevo empezaba a inundar mi corazón.
Jesús y Sasha vienen en nuestra búsqueda justo minutos después de que escuchemos como los coches arrancaban de nuevo y se alejaban de nosotros, ayudándonos a salir del sótano que se había convertido en un búnker personal.
Un búnker en el que habíamos dejado parte del peso que llevábamos a nuestras espaldas.
Y sé que eso lo perciben ambos tan solo con vernos.
Menos tensión en nuestro rostro, en nuestros hombros.
Más capacidad para sostenernos la mirada.
Y una pequeña y creciente sonrisa en los labios de ambos.
Aunque no puedo evitar mirar al suelo en lugar de a Sasha.
Aún me quedaba camino que recorrer.
Seguimos a nuestros rescatadores hasta quedarnos frente a la entrada de Barrington House y frunzo el ceño cuando veo a Jesús crujir sus dedos de manera inconsciente.
Era un gesto que siempre hacía cuando estaba nervioso.
- ¿Ha ocurrido algo? – inquiere Maggie, que se ha percatado de que algo le sucedía a su amigo y es conocedora de esa manía que siempre se adueñaba de él.
Sasha chasquea la lengua y mira hacia otro lado.
Veo a Greggory ser el centro de atención de sus convecinos y cómo estos le observan con enfado y decepción.
Nos aproximamos con lentitud hacia ellos hasta que notan nuestra presencia.
Puedo jurar y perjurar que Greggory parece que ha presenciado el diablo frente a sus ojos tras ver cómo le ha cambiado el rictus al posar su vista en mi.
- Cómo has podido... - murmura Betty hacia su líder, cruzándose de brazos.
- Chicos, qué está ocurriendo. – dice Maggie mirando a los residentes de Hilltop.
- ¡Ese tío! – responde con violencia Earl, el herrero, señalando al líder la comunidad. – Les ha avisado él. ¡Le dijo a Simon que el chico estaba aquí!
- Y cómo no le han encontrado, se han decepcionado con él. Le han tratado de mentiroso y se han llevado tributo de más como castigo, dejándonos casi sin nada. – secunda otra de las vecinas que no puede evitar mirar a Greggory con asco.
¿Perdón?
- ¿Perdón? – digo simultáneamente a mis pensamientos. A mi voz. A mi consciencia. A mi amado y venerado monstruito personal. - ¿Qué ha hecho qué?
Mi respiración se acelera por momentos y mis manos se convierten en puños automáticamente.
Parpadeo un par de veces como si así fuera a ver más clara la imagen frente a mi.
Porque hay algo que se dice siempre que la rabia te inunda y controla tus sistemas en cuestión de segundos, y es que pasas a verlo todo rojo, tras un velo ensangrentado.
Pues eso es exactamente lo que yo veo ahora mismo.
Un fuerte rojo sangre que opaca mis pupilas, centrándolas únicamente en la imagen de ese hijo de puta.
Les ha dicho donde me encuentro.
Les ha dicho mi paradero para deshacerse de mi.
Nos ha engañado.
Me ha engañado.
Una sonrisa lobuna estira mis labios después de morderlos con rabia y miro momentáneamente en otra dirección antes de volver mi vista a Greggory.
Está aterrorizado.
Y eso me hace sonreír aún más.
Porque el terror le hace no verlo venir.
Y antes de que pueda asimilarlo, le he tumbado de un único y certero puñetazo.
- ¡Hijo de puta! ¡Me has vendido! – rujo cogiéndolo por las solapas de su traje y casi pegando su rostro al mío. - ¡Aún sabiendo lo que podían hacerme les has avisado a nuestras espaldas!
Todo mi cuerpo tiembla y me cuesta verbalizar cada frase que escupo con una rabia demoledora.
- ¡No es mi problema! – exclama él como puede con la sangre cayendo de su nariz a su boca. - ¡Tengo que mirar por nuestro bien! ¡Eres uno de ellos!
Y eso provoca otro puñetazo.
- ¡Áyax basta! – grita Maggie a mis espaldas.
- ¡NO! – bramo sin despegar la vista de la sabandija que lideraba Hilltop. - ¡Nos ha puesto en peligro a todos! – vuelvo a acercarme con lentitud hacia él. - ¡Escúchame maldita rata! ¡No soy un Salvador! ¿¡Me oyes!? – gruño. – No... soy... ¡NEGAN! – la forma en la que rujo cada palabra es casi animal, con el rostro desencajado por la ira. – Y como vuelvas a hacer algo así... Algo que ponga en peligro a este pueblo... A Sasha... A Jesús... A Maggie... A cualquiera de mi familia... Juro por Dios, si es que lo hay, que desearás y preferirás que un caminante te devore las entrañas antes de lo que yo voy a hacerte. – siseo. – A partir de hoy, agradece cada minuto de vida que tengas, porque te los estoy regalando.
Suelto a ese saco de mierda y jadeo por el esfuerzo.
Todos los vecinos observan alucinados la escena que tienen frente a sus ojos.
Y no puedo evitar esbozar una sonrisa.
Este tipo de cosas eran las que me faltaban para terminar de sentirme yo al cien por cien.
Niego con la cabeza y miro a Betty de soslayo quien me observa con las cejas arqueadas, no muy de acuerdo con lo que acaba de ver.
Quizá esto mejor lo dejamos para la próxima sesión.
- Que alguien llame a un médico. – murmuro con ironía antes de darles un último vistazo a todos y dirigirme hacia la enfermería, dispuesto a curarme mis propios nudillos cubiertos en sangre.
Me había vuelto a destrozar la mano.
Pero de entre todas las veces... esta era la que más había merecido la pena.
Meto mis manos en el cuenco que he llenado de agua con la intención de deshacerme de los restos de sangre de ese desgraciado, y de los míos propios.
Todavía me cuesta creer que ese cabronazo se haya comportado como un auténtico soplón únicamente con fines propios, porque lo de proteger a Hilltop no me lo creo.
Había sido una artimaña para ganar puntos con Negan, pero sobre todo con Simon.
Porque tal y como le dije al Rey Ezekiel, casi eran más peligrosos sus hombres que el propio líder.
No había pensado un solo segundo si ponía en riesgo a cualquiera.
Incluso a él mismo.
Bastante suerte había tenido con que las únicas represalias fuesen llevarse más tributo de lo normal.
Bien podían haberse cargado a alguien solo por sentirse engañados.
Pero a Los Salvadores les convenía mantener a Greggory con vida. Ya le utilizaron para saber que yo era el inmune y ahora para averiguar dónde encontrarme. No sería una locura pensar que volverán a utilizarle en su beneficio.
Así hasta que se cansen de él y a Greggory se le acabe su vida útil.
Íbamos a tener que estar más pendientes de cada uno de sus movimientos, porque algo me decía que esta no sería su última jugarreta.
La puerta de la enfermería abriéndose me saca de mis cavilaciones, dejándome ver a Jesús entrando por ella y cerrando tras de sí.
- ¿Cómo te encuentras? – pregunta con cautela, observando como secaba mis manos con una toalla.
Sonrío y suspiro en una única respuesta mientras me hago con algunas gasas, vendajes y un ungüento para evitar infecciones.
Jesús observa dichos utensilios y me los quita de las manos para después indicarme con sus ojos que me siente en la camilla, dejándome en claro que no piensa permitir que me cure yo solo.
Sonrío, alzo las manos en señal de rendición y después me apoyo en la camilla.
Él se aproxima hasta a mi y deja los vendajes a un lado, se hace con una de las gasas que humedece en la pomada y coge mi maltratada mano.
No puedo evitar que su contacto me estremezca ligeramente y me veo obligado a carraspear para aplacar la sequedad que ha invadido mi garganta.
- ¿Estás bien? Por lo que ha pasado ahí fuera. – matiza, incapaz de sostenerme la mirada, dedicándose cuidadosamente a esparcir la crema medicinal por las heridas en mis nudillos.
- Nunca había estado mejor. – musito entre dientes por el escozor que comienzo a sentir en la piel dañada. Eran cientos de pequeñas agujitas picoteando cada centímetro de herida. – No imaginas las ganas que tenía de hacerlo.
Jesús ríe sincero.
- Bueno, si ya empezabas a ganarte a las gentes de Hilltop, lo has conseguido del todo. – responde. Le miro extrañado. – Nos has representado a todos haciendo eso.
Me carcajeo ante su comentario y le doy un toque en el hombro a modo burlón.
- Aunque haya obrado mal, no podemos tenérselo en cuenta. – dice cuando deja un par de gasas limpias sobre mis nudillos después haber aplicado el ungüento. Frunzo el ceño y le observo. – Lleva siendo el líder de este sitio desde que el mundo cayó, y habrá gente que esté de su lado, aunque sea poca. Una guerra civil entre nosotros es lo que menos nos conviene ahora. No me gusta, pero es quien pone orden.
- Por ahora. – sentencio con una ladeada sonrisa.
Jesús arquea una ceja y, tras dedicarme una mirada reprochadora, niega con la cabeza y sonríe.
En el fondo él también estaba deseando que las cosas cambiaran.
Pero tenía razón.
Esto era lo que menos debía preocuparnos ahora mismo.
Suspiro con pesadez.
- Sí... Tienes razón. – murmuro, viéndole hacerse con uno de los vendajes y comenzar a vendar mi mano. – Pero no he podido resistirme, llevaba tiempo deseándolo.
Él vuelve a reír con franqueza.
Termina por envolver mi maltrecha mano y después pone un par de tiras de esparadrapo que acababa de encontrar en las vitrinas tras rebuscar en ellas.
Admira con satisfacción su trabajo y después vuelve sus ojos a los míos.
Una pequeña corriente desciende por mi columna vertebral cuando nuestras pupilas conectan y trago saliva.
Mis manos tiemblan y, como un acto reflejo, las estrecha entre las suyas.
No sé con exactitud en que momento nuestros rostros han quedado a escasos centímetros.
Mi vendada mano se posa sobre su pecho, sintiendo la calidez que Paul Rovia desprende bajo la palma de la misma.
El brillo intenso de sus ojos se me clava hasta en lo más recóndito de mi alma.
Sus manos se deslizan con cautela por mis antebrazos hasta llegar a mis codos, erizando mi vello, dejando un suave calor allá por donde pasan.
Cierro los ojos momentáneamente y uno su frente a la mía cuando empieza a faltarme el aire.
- Esto no puede ser. – susurro muy cerca de sus labios. Demasiado cerca. Tanto, que puedo sentir su cálido aliento sobre los míos, estremeciéndome por completo.
Pongo mi mano izquierda en su mejilla, acariciando con mis dedos su barba, volviendo mi vista a él.
Esta me recibe más intensa que nunca.
Paul suspira con pesar y muerde sus labios con impotencia, asintiendo.
- Lo sé. – musita cerrando los ojos durante unos segundos para después volver a mirarme. – Quizá en otra vida. – sentencia con su amigable y perfecta sonrisa, que me hace sonreír a mi también.
- Quizá en otra vida. – repito. Trago saliva con algo de temor. - ¿Seguimos siendo amigos?
Su sonrisa se ensancha.
- Siempre. – afirma sin ápice de duda.
Y su respuesta me hace suspirar aliviado.
Pero, sobre todo, su respuesta me hace feliz.
No era ningún secreto lo especial que Jesús se estaba volviendo en mi vida y algo en mi interior siempre queria tenerle cerca.
Tenerle como amigo antes que no tenerle.
Sé que algún día encontrará a alguien digno de él.
Aunque ese no pueda ser yo.
Aunque eso me moleste un poco.
Pero se lo merecía.
Querré siempre a Paul Rovia.
Pero amaré a Carl Grimes por encima de todas las cosas.
La noche cayó sobre nosotros sin ningún altercado más.
Greggory se recomponía en su estancia, descansando, y la relación entre Jesús y yo no había cambiado en absoluto después de lo ocurrido entre ambos en la enfermería. Al contrario, pareciera que ahora que habíamos saboreado los límites de la tensión entre los dos, nuestra ya remarcada amistad se hubiera reforzado.
Dejándonos en claro que siempre sería solo eso, una amistad especial.
Caminamos entre la tenue luz de algunas fogatas tras haber cenado con Maggie y algunos de los vecinos, dejando a estos brevemente para ir a buscar a la caravana de Jesús algo de ropa con la que resguardarnos del frío y volver con ellos.
Pero la sorpresa se apodera de nosotros cuando nos encontramos a Sasha rebuscando entre algunas cosas, sosteniendo un libro entre sus manos.
Un libro que Jesús usaba como tapadera en el que esconder balas.
- Estaba... buscando algo para leer el otro día. – dice ella, mintiendo horriblemente mal.
En respuesta, Jesús y yo arqueamos las cejas casi a la vez.
- Puedes coger las balas. – aclara el primero sin más. - ¿Tienes algún arma?
- No tenía... Ahora tengo. – contesta.
Jesús suspira y se aproxima a ella.
- Sasha no te vayas, aún no.
- ¿Por qué quieres irte? – inquiero yo hablándole por primera vez, algo consternado por la reciente noticia.
- Porque Rosita no ha venido para entrenar a nadie, ambas van a por Negan.
Su respuesta me deja de piedra.
- ¿Rosita está aquí? – es lo único que atino a decir correctamente ante el torbellino de pensamientos y emociones que se ha vuelto mi mente.
¿Es que se habían concentrado en un mismo sitio la mayoría de las personas con las que apenas podía hablar?
¿Y encima pretendían ir a por Negan?
Jesús me mira de soslayo al caer en la cuenta de que yo no era conocedor de ese detalle.
- Pero no podrán sin ayuda. – sigue diciendo antes de volver sus ojos a Sasha. – Sin mucha ayuda.
- Es un suicidio. – murmuro perplejo. – No saldréis de allí con vida.
- Sé lo que pensáis, y os lo agradezco. – dice. – Pero no cambiaré de opinión, ni ella. – sus ojos alternan la mirada en cada uno de nosotros. - ¿Sabe Maggie que Rosita está aquí?
- No lo creo. – respondo. – Pero tienes que decírselo. Lo que planeáis. Debe saberlo.
Sasha suspira.
- No, aún no. – responde mientras deambula de un lado para otro. – Aún no estoy preparada. Y el caso es que Rosita va a ir, conmigo o sin mi. Y quiero que sea conmigo.
- Yo también iré. – añade Jesús.
- Y yo. – sentencio entre dientes, avanzando un paso hacia ella.
Me importaba una mierda adentrarme en la boca del lobo si era por el bien de ambas.
Y más aún si era por terminar la guerra antes de que tan siquiera empezara.
Pero está claro que Sasha tiene otros planes, y así nos lo hace ver.
- No. – replica contundente. – Hilltop debe prepararse para lo que pase después. Maggie os necesita.
El silencio tras sus palabras es demoledor.
Jesús no despega sus ojos de ella.
- Y a ti también te necesita.
Sasha sonríe con pena.
- No, ya no. Os tiene a los demás. Y vosotros a ella.
Agacho la mirada tras escuchar eso.
Porque me da la impresión de que, desde la muerte de Abraham, Sasha siente que ya no hace nada en este mundo.
Y no hay sentimiento más peligroso que ese.
Jesús se aproxima a la mujer y exhala todo el aire en sus pulmones con pesadez.
- Podrías quedarte, yo lo sé. Aunque no lo harás, y ella tampoco, pero me gustaría que lo hicieras. Porque la vida es larga y corta a la vez. – trago saliva ante ese hecho. – Llévate lo que necesites.
El hombre se da la vuelta algo apenado, y tras hacerse con un par de mantas y chaquetas, sale de la caravana dedicándome un último vistazo.
Suspiro.
Una mirada suya decía muchas cosas.
Esta, me había advertido de que quizá era mi última oportunidad para arreglar las cosas con Sasha. O al menos decirle todo aquello que le quisiera decir.
Y sé que tiene razón.
Pues si va a embarcarse en tan peligrosa aventura, quizá no la volvería a ver.
Ni a Rosita.
Pero dudo mucho que esta última quiera tan siquiera verme la cara.
Vuelvo mi vista a la mujer, quien se aproxima a mi con lentitud.
- Oye... Áyax. – dice. Y la forma en la que pronuncia mi nombre, con esa extrema delicadeza y cariño, me estremece. – Maggie confía en ti. Tienes que protegerla. – me ruega. – Caiga quien caiga. Es el futuro de este lugar... Yo lo sé. Y sé que tú también lo crees.
El aire escapa de mi de forma temblorosa.
Y asiento.
- Ya os he fallado una vez, Sasha. – digo cuando una lágrima cae inevitablemente por mi mejilla. – No pienso volver a hacerlo. Te lo juro.
La firmeza en mis palabras hace que las lágrimas también lleguen al borde de los ojos de la mujer frente a mi.
Limpia con su pulgar el rastro de aquella que recorre mi mejilla, y es ahí donde deja su mano.
- Abraham estaba orgulloso de ti. – murmura. Cierro los ojos durante unos segundos al escuchar dichas palabras. – No dejes que unas malas decisiones acaben con quien eres.
Clavo mis pupilas en las suyas y muerdo momentáneamente mis labios.
Asiento con decisión.
- Se lo prometo a él... Y te lo prometo a ti. – sentencio.
Es entonces cuando ambos nos damos un fuerte abrazo.
Puede que el último.
Y así, tras esas palabras, es como todo acaba entre ella y yo.
La culpa.
La incomodidad.
La rabia.
El dolor.
Betty tenía razón.
Era mejor ir cerrando todas y cada una de las heridas abiertas para que dejasen de sangrar.
Aunque con Rosita eso parecía algo que ya nunca iba a poder suceder, y dudo mucho que ella así lo quiera.
Hay heridas que no quieren ser sanadas.
Esa era una de ellas.
Y ser consciente de ese hecho, me hace abrazar a Sasha con fuerza.
Porque a El Santuario sabías cuando entrabas, pero no cuando salías.
Ni cómo.
Y tras hacerle a Sasha un plano del lugar y rogarle que se protegieran la una a la otra y que volvieran con vida, nos despedimos una última vez.
Ambas se fueron esa misma noche sin que nadie se diera cuenta.
Y me tocó a mi darle la noticia a Maggie.
No fue un trago precisamente agradable.
Pero si algo me ha enseñado el mundo, los muertos, mis amigos y mi familia, es que la vida no siempre lo es.
A la mañana siguiente todo parecía haber vuelto la normalidad.
Y es que, como siempre, el mundo seguía girando y cada vez tenías que recomponerte más deprisa de los golpes que la vida te iba asestando.
Un golpe nuevo, y puede que algo agradable, llega a mi cuando veo a Jesús y Maggie debatiendo algo entre susurros que se cortan justo tras aparecer yo por la puerta de la habitación que Maggie usaba como despacho.
Frunzo el ceño, divertido.
- ¿Qué ocurre? – pregunto alternando mi mirada entre ambos.
Quienes también se miran entre ellos, decidiendo en un debate mental del que yo no era partícipe, quien iba a ser el primero en hablar.
- Han llegado noticias desde Alexandria. – termina diciendo finalmente Maggie.
Mi corazón se encoge ante ese hecho.
- ¿Ha ocurrido algo malo? – titubeo antes de que comiencen a temblarme nuevamente las manos.
- No, no es eso, no te preocupes. – responde rápidamente Jesús, haciéndome suspirar aliviado. – Rick necesita gente. Va a ir a una nueva comunidad en busca de armas. Se llama algo como Ocean...
- Oceanside. – murmuro interrumpiéndole, con los ojos abiertos de par en par.
- Sí, exacto. – responde Jesús extrañado. - ¿Cómo...?
- Debo ir. – sentencio, volviendo a cortarle.
- Oh no, no no, ni hablar. – dice con rápidez. – Ni en broma. En absoluto. – sigue diciendo mientras niega con la cabeza. Los ojos de Maggie se mueven de uno a otro, como si esuviera viendo un partido de tennis que le divierte demasiado. – Carl me mataría. Le juré protegerte.
- ¿Le juraste que me protegerías? – inquiero evitando sonreír.
Maggie muerde sus labios y agacha la mirada procurando no reír cuando es consciente de que a Jesús se le ha escapado esa confesión.
El hombre tensa la mandíbula y chasquea la lengua.
- Puedes protegerme todo lo que quieras, pero esto es mi decisión. – prosigo. – Además, Carl ya tiene motivos de sobra para querer matarte. – añado, guiñándole un ojo, consiguiendo que Maggie ría.
Pues era evidente que ella sospechaba que algo pasaba entre ambos.
- Eso no me tranquiliza. – murmura Jesús enarcando las cejas. Sus ojos vuelven a posarse en mi. – Ella te necesita. – dice refiriéndose a la mujer a su lado.
Trago saliva con rabia cuando soy consciente de que tiene razón.
Cabrón chantajista.
Maggie alza las cejas.
- Oye, sé cuidarme sola, no me pongas como excusa. Anda, ve. – dice mirándome.
Alzo una ceja y obsevo a Jesús con mis mejores ojos de corderito indefenso.
Este resopla con enfado cuando ve que su único plan ha fallado.
- ¡Está bien! – exclama con fastidio, dejando caer sus hombros completamente rendido. – Pero si Rick o cualquiera de tu familia se niegan en cuanto te vean, te volverás sin discusiones.
Esbozo una sonrisa ladeada automáticamente.
- Eso no pasará.
Efectivamente, sí que pasa.
Pero era algo de esperar.
Y es que tan solo poner un pie en Alexandria ya me convierte en la diana de todas las preguntas.
Concretamente solo una que todos parecían repetir.
"¿Qué estás haciendo tú aquí?"
- Vengo a ayudar. – repito por octava vez, bajo la incrédula mirada de toda mi familia, que aguardaba en la puerta de Alexandria, pegados a los vehículos que nos llevarían.
- Voy a ser más claro. – dice Carl antes de carraspear y mirar a Jesús. – Qué hace él aquí. – replica, recalcando el "él" con énfasis.
El hombre abre los ojos de par en par y traga saliva algo aterrado, sin saber muy bien qué decir.
- Tranquilo, pequeño Al Capone. – respondo colocando una mano en el pecho de Carl. – Primero, dejad de hablar como si yo no estuviera delante, o en su defecto fuera idiota y no entendiera de qué habláis. Segundo, soy bastante mayorcito como para decidir qué hago y qué dejo de hacer, y esto es mi decisión. – añado. Miro a Rick. – Y tercero, necesitáis gente, y os puedo ser útil.
Rick rasca su barba, gesto que solía hacer cuando sopesaba una idea que le parecía bien.
- Sabes cosas sobre esa comunidad ¿Cierto? – inquiere este con interés.
Relamo mis labios y una ladeada sonrisa estira las comisuras de estos.
- Algo sé.
- ¿Conoces Oceanside? – murmura Tara con atención y algo de escepticismo.
Cojo aire y paso mi mirada por cada uno de ellos.
- Es una comunidad únicamente de mujeres. – digo. – Los Salvadores mataron a todos los hombres: maridos, hijos, hermanos... A todos menos a uno. – chasqueo la lengua. – Un cobarde que no dudó en traicionar a los suyos y unirse a las filas contrarias.
- Esa historia me suena. – murmura Tara dándome un rápido vistazo de arriba abajo.
Auch.
- Eso me lo merecía. – susurro agachando la mirada momentáneamente. – El caso es que ese tío... es el hermano de Natania, la líder. Y escapó hace un tiempo de El Santuario.
- ¿Tienes idea de por qué? – pregunta Michonne.
Por mi culpa.
- Nada. – miento encogiéndome de hombros, y sé que no todos me creen. - Pero ¿Quién no querría escapar de allí? No le culpo. – murmuro.
- Por qué es tan importante ese tío. – dice Daryl apoyado en la caravana.
- No he dicho que lo sea. – respondo. – Solo creo que habrá vuelto allí. Simplemente hay que tenerlo en cuenta, porque era una rata huidiza y cobarde, y eso le convierte en peligroso e impredecible.
- Está bien. Estaremos atentos. – musita Rick. – Al fin y al cabo, será el único hombre, lo reconoceremos rápido.
- De acuerdo entonces, pongámonos en marcha. – secunda Gabriel, a quien me sorprendía verle armado y dispuesto. Distaba mucho de ser el cura aterrado que conocimos subido sobre una roca, muchos años atrás.
- Tara, ven con nosotros, necesito que me informes de todo lo que sepas sobre el pueblo y la relación que tienes con ellas. Podremos aprovechar algo de eso. – empieza a ordenar Rick mientras algunos suben a los vehículos. – Áyax, imagino que también sabrás el camino. – asiento. – Ve en la furgoneta con el resto. Haz lo mismo, infórmales y ellos te irán adviertiendo del plan establecido.
Vuelvo a asentir, efusivo y con el corazón a mil. Sintiendo esa sensación antaño conocida que siempre me embargaba en el momento previo a uno de los planes de Rick, haciéndome formar parte de nuevo de todos y cada uno de ellos.
Preparamos los vehículos y Daryl se monta en su fiel compañera de dos ruedas, donde irá marcando el camino entre la caravana y la furgoneta, o adelantándose para investigar posibles peligros en la carretera.
Como siempre había hecho.
Carl suspira con algo de enfado cuando abre la puerta trasera de la furgoneta para que pueda entrar y le observo sin poder esconder mi emoción.
- ¿En serio? – digo alzando las cejas. - ¿Hace dos meses que no nos vemos y tu única reacción es esa?
El chico no puede evitar sonreír ante mis palabras y entonces me mira.
Pone sus manos en mis mejillas y no duda un segundo en plantarme un beso en los labios.
El cual se alarga y profundiza en el momento en el que mi mano izquierda se enreda en su pelo de forma automática y su derecha se desliza hasta mi baja espalda, pegándome a él, consiguiendo que saboreé cada rincón de su boca y nuestras lenguas se acaricien con experiencia.
- Vaya, eso está mucho mejor. – susurro contra sus labios con los ojos todavía cerrados.
- No imaginas cuánto te he echado de menos. – murmura antes volver a dejar un beso sobre mis labios y abrazarme con fuerza.
- Ya, sí, acabo de hacerme una idea. – afirmo con una gran sonrisa antes de devolverle otro beso.
- Oh, por Dios ¡Subid de una vez! – brama Daryl asqueado y apartando la vista.
La risa se escapa de mi al igual que de Carl cuando somos conscientes de que teníamos público.
Ni siquiera me acordaba de ellos.
Michonne muerde sus labios evitando estallar a carcajadas desde el asiento del copiloto en la caravana y Rick cubre su cara con sus manos, apoyando sus codos en el volante, negando con la cabeza como si así pudiera borrar la imagen que sus pupilas han visto.
Y Daryl respira hondo con los ojos cerrados, contando hasta tres en voz baja y para sí mismo.
- Subid antes de que tengamos que separar las manos de tu hermano del cuello de tu novio. – comenta Eric, el marido de Aaron, antes de que ambos incluido Gabriel, echen a reír.
La vergüenza cubre nuestros rostros y subimos a toda prisa a la parte trasera de la furgoneta, y tras el silencio, nos unimos a sus risas mientras Carl repite una y otra vez que acaba de sellar su camino hacia una muerte segura.
Sonrío.
No, eso no lo permitiría nunca.
Nuestra llegada a Oceanside no había sido lo que se dice precisamente discreta.
Tras colocar explosivos cercanos en la armería y llamar la atención de todas las residentes de la nueva comunidad, atrayéndolas hasta el punto que nos interesaba, habíamos apresado a las dos únicas que habían acudido a investigar las explosiones mientras que Tara se encargaba de poder conseguir nuestro propósito por las buenas.
Aunque después de ver la columna de humo en el cielo, soy consciente de que su tiempo hacía rato que había acabado.
Y ahora teníamos a todo un pueblo de mujeres que nos miraban con una mezcla de terror y desprecio, pero ni rastro de ese tipo.
Quizá esto se nos estaba yendo un poco de las manos.
- Hemos hecho mucho ruido. – dice Rick mirándolas a todas. – Es mejor acabar enseguida, para que podáis enviar gente a desviar cualquier amenaza que venga. Tara dijo que este bosque está relativamente despejado, así que no nos arriesgaremos. – añade. – No queremos hacer daño a nadie. Solo queremos lo que tenéis, lo necesitamos.
Mi ceño se frunce ligeramente y doy un rápido vistazo hacia Carl, quien no duda en devolverme la mirada.
¿Qué nos diferenciaba ahora mismo de Los Salvadores?
Cierro los ojos durante unos segundos intentando deshacerme de esos pensamientos.
Pero estos se ven interrumpidos por cierta aparición.
- ¡Nadie nos va a quitar nada! – brama una mujer mayor que tiene retenida a Tara, apuntándola con una pistola. – Dejad marchar a todo el mundo.
Pero es que la mujer no viene sola.
No me equivocaba.
Seguía igual que la última vez que lo vi.
Con su aspecto desaliñado a pesar de no tener más de cuarenta y cinco años, la postura desgarbada y el rostro fatigado.
Como si la vida le pesara y no le importara no seguir existiendo.
Como si el apocalipsis le hubiera vencido para siempre.
Ese era él.
- No me lo puedo creer... - murmuro. – El puto Thomas Downes.
Una sonrisa ladina se apodera de mi cuando el mencionado me devuelve la mirada, pero la borro enseguida que este me encañona con su arma.
- No me jodas... - gruñe. - ¿¡Has venido a llevarme con Negan!?
Alzo las manos deprisa, dejando que el subfusil que cargaba hasta ahora cuelgue de su correa.
- De eso nada, Thomas. No estoy con ellos. Ya no. – respondo antes de tragar saliva. Miro a Tara y después dirijo mi vista a las copas de los árboles donde Michonne se ubica. - ¡Michonne, no! – exclamo. - ¡Yo me encargo!
- Qué coño está pasando. – gruñe Rick.
Y pronto me doy cuenta de que todos estaban encañonando al hombre frente a mi.
- ¿Recordáis el hombre del que os he hablado? – inquiero con las manos aún levantadas. – Es él.
Rick tensa la mandíbula, frustrado ante los evidentes contratiempos.
- Natania... Es él... El capullo del que te hablé. – sisea el tipo hacia su hermana.
- No te pases. – respondo entre dientes, consiguendo cabrear aún más a Thomas, que avanza un paso hacia mi.
El rostro de la tal Natania cambia por completo.
- No os vais a llevar nada. – dice con rabia. – Y menos unos Salvadores.
- No lo somos. – responde el expolicía.
- Quieren que luchemos contra ellos. Contra Los Salvadores. – dice la chica morena que les había acompañado y en la que hasta ahora no había reparado.
- Exacto. – añado volviendo mi vista a Thomas. – Ya no soy uno de ellos.
- ¡Y una mierda! ¡Siempre serás uno de ellos! – dice con rencor. Puedo ver el odio grabado a fuego en su iris.
Tenso la mandíbula.
- Entonces tú también. – contesto. – No somos tan diferentes.
De qué me sonaba a mi esa frase.
- Qué te jodan Scarface, yo no soy como tú.
Inspiro y espiro con intención de calmarme.
- No me llames así. – gruño. – Ya no soy un Salvador. – repito. – Y ahora vamos a ir a por ellos. Voy a ir a por ellos con mi familia. Y si queréis uniros, sois bienvenidos. Cuántos más mejor para poder frenarles. No podemos seguir permitiendo lo que hacen.
Algunas de las mujeres en el suelo me observan con atención, empezando a creer en esa posibilidad.
Pero a Thomas prácticamente se le desencaja el rostro en ese momento.
- ¿¡Lo que hacen!? – exclama con ironía. - ¿¡Cómo puedes ser tan cínico!? ¡Maldito cabrón! ¿¡Y encima vienes aquí como un santurrón pidiendo que nos unamos a ti!? ¡No me creo una mierda! ¡No del hombre que me torturó durante una semana!
Le miro con rabia cuando revela ese hecho, y puedo sentir los ojos de cada miembro de mi familia clavándose en mi con confusión.
- De qué coño está hablando. – gruñe Daryl a mi lado, quien le apunta con su ballesta, completamente tenso.
Trago saliva para calmar la sequedad en mi garganta.
- ¿No saben quién fuiste? – sisea con sarcasmo. – ¿Quien realmente eres?
- Thomas...
- ¡Arrodillate! – ruje con asco, apuntándome.
Cojo aire nuevamente cuando el cuerpo empieza a temblarme de rabia.
- No pienso hacerlo. – respondo entre dientes.
La tensión en mi cuerpo podía notarse a kilómetros de distancia.
Thomas sonríe.
Y encañona a Tara.
Mis ojos se abren de par en par y convierto mis manos en puños.
- Arrodíllate, ya. Y pon las manos tras la nuca. – gruñe.
Agacho la mirada para evitar lanzarme a por él, centrando todas mis fuerzas en obedecerle.
- Ya está. – murmuro cuando me arrodillo. – Ahora suéltala, Thomas. Ella no tiene la culpa.
- ¡Cállate!
- Esto es solo entre tú y yo. ¿Me quieres a mi? Pues aquí me tienes. – siseo. – Pero a ella soltadla. Vamos a llevaros vuestras armas sí o sí, pero nadie tiene por qué morir por ello.
- No eres el más indicado para dar lecciones sobre eso. – dice. – No después de ser la zorra de Negan.
Los ojos casi se me salen de las cuencas.
- Hijo de puta. – gruño, incendiado por la rabia.
Como siga tensando tanto la mandíbula terminaré por hacerme daño.
- ¡De qué coño va ese tío! – ruje Daryl dando un paso hacia nosotros, a quien por suerte le frena Carl con su brazo izquierdo, anteponiéndolo en su camino y protegiéndole tras su espalda.
Aunque Carl no parecía estar mucho mejor.
No por cómo agarraba el rifle entre sus manos.
- ¿Es que no les has contado cómo te ganaste el respeto de tu amado jefe conmigo?
- Thomas, cállate. – murmuro.
- Este cabronazo... - empieza a decir. – Me jodió vivo durante una puta semana. Siete días infernales, todo para que Negan le siguiera manteniendo a sus faldas.
- Thomas... – gruño.
- Me pegó una puta paliza... Delante de todos y cada uno de Los Salvadores. – continúa. – Me dejó... una semana... una semana sin trabajo, sin los privilegios que eso nos daba. Sin comida... Sin ropa nueva... Durmiendo en el suelo... Joder tenía que comer las sobras que otros me tiraban como si yo fuera un puto animal.
- Cállate... - siseo entre temblores.
- Cuando vi... - dice, acercándose a mi con cautela, poniendo el cañón de su arma en mi frente. – Cómo Negan te entregaba a Lucille y cómo tu te cargabas a Terry con ella... delante de todos nosotros... Ahí supe que, si Negan te mantenía a su lado, estábamos bien jodidos. Y me lo demostraste después. – gruñe. - ¡Cuando me moliste a palos frente a él solo para conseguir su favor!
Me pongo en pie como un resorte.
- ¡Arrodillate hijo de puta! ¡O te juro por Dios que me la cargo! – grita apuntando nuevamente a Tara.
- Thomas... Por favor... - siseo cada palabra con más rabia de la que puedo ocultar. Inhalo y exhalo un par de veces más, dispuesto a calmarme y a solucionar todo esto. Vuelvo mi vista al hombre frente a mi. – Siento mucho... lo que te hice, no estuvo bien. Lo sé. Tenía que ganarme su apoyo para que confiara en mi... Y tuve que hacer cosas de las que me arrepiento. No eres el único que ha salido mal parado por mis actos. Por ello, aunque sé que no soluciona una mierda... Quiero pedirte perdón.
Su rostro se crispa por la ira en milésimas de segundo.
Y el culatazo que me da con su arma, partiéndome la nariz, nadie lo ve venir.
- ¿¡Y encima pretendes disculparte!? – grita con los ojos anegados en lágrimas.
Nunca había sido consciente del daño que pude ocasionarle en aquel momento.
No hasta ahora.
Gimo de dolor cuando ríos de sangre bajan hasta mi boca.
- ¡QUIETOS! – rujo hacia mi grupo al ver que Rick desenfunda su revolver y que Daryl y Carl están dispuestos a despedazar a Thomas.
Incluso Jesús y Gabriel habían avanzado en mi dirección.
El hermano de Natania vuelve a posar el cañón del arma en mi cabeza.
Su mano tiembla.
- Cómo... - susurra. – Cómo te llamas...
Suspiro.
El silencio inunda el bosque durante unos segundos.
- Áyax. – respondo con una calma que intento aparentar, sin despegar mis ojos de los suyos.
- Deletrea. – gruñe. – Es para no equivocarnos cuando escribamos tu lápida.
Cierro los ojos y exhalo el aire en mis pulmones con pesadez.
Que hijo de puta.
Vuelvo a mirarle, en silencio.
- ¡DELETREA! – brama quitándole el seguro a su arma.
Trago saliva.
Quería humillarme ante toda mi familia.
Era su forma de hacérmelo pagar.
- A... - empiezo a decir entre dientes. – Y griega... otra A...
- Ahora sí que obedeces ¿Verdad? – dice con sarcasmo, interrumpiéndome.
Miro fugazmente a Tara, y esta me devuelve la mirada frunciendo el ceño brevemente.
Doy un leve asentimiento de cabeza.
- Siempre hay que obedecer las órdenes de una persona a la que le tiembla la mano cuando te apunta con un arma.
Thomas me mira sin comprender.
Vuelvo a mirar a Tara.
Y esta vez la que asiente es ella.
De un rápido movimiento, le quito el arma de las manos a Thomas y le paso el brazo izquierdo por su cuello, apresándolo contra mi.
- Muy bien. – gruño cuando le pongo el cañón de su arma en la sien. – Después de este pequeño paseo por los amargos recuerdos... Así están las cosas. Nosotros tenemos a uno de los vuestros y vosotras a una de los nuestros. Es sencillo.
- ¡Suéltale! – exclama su hermana.
Me alejo unos pasos atrás arrastrando al hombre conmigo, quien se ha quedado cual estatua en mi agarre, quedando flanqueado por Daryl y Carl.
- Nadie va a salir dañado de esto. – añado. – Salvo yo. – matizo arqueando las cejas, sintiendo como la sangre empieza a dejar de caer. – Iremos a por Los Salvadores. Uníos a nosotros y venced para poder vivir en paz.
- ¡Lo intentamos! – responde Natania. – Lo intentamos y perdimos, demasiado. Ya no perderemos más, ni las armas ni nuestra seguridad. No después de todo lo que hemos hecho.
- Vamos a ganar. – secunda Tara. - Con vuestras armas. Con vuestra ayuda o sin ella lo haremos.
- Natania... - dice Rick. – Deja el arma.
- Si me matas, tú y tu hermano moriréis. – responde Tara hablando nuevamente. – Mi gente se llevará las armas y nada cambiará.
- No quiero tener que matarle. – afirmo. – Ya lamento bastantes cosas, y no quiero cargar con otra muerte innecesaria más a mis espaldas. La gente merece una segunda oportunidad. ¿Por qué si no acogisteis nuevamente a tu hermano a pesar de que se pasó al bando enemigo? Puedes no fiarte de mi por haber sido un Salvador, pero tu hermano también lo fue, y sin embargo aquí estamos los dos.
La mujer pasea sus ojos por todos nosotros.
Por mi familia.
Por la suya.
Nerviosa e indecisa.
- Podríamos intentarlo. – dice una chica de pelo muy corto, una de las que habían sido retenidas durante la explosión.
- Abuela, basta. – le dice la chica morena que se encontraba a su lado. – Se acabó. Habla con ellos ¿Vale?
- ¡No se ha acabado! – grita con enfado. La tensión seguía incrementándose a cada segundo que pasaba. - ¿Lo habéis olvidado? ¿¡Lo habéis olvidado!? ¿Alguna de vosotras quiere enfrentarse a ellos después de todo? ¡Pueden llevarse las armas! ¿Pero salir de aquí para luchar? – sigue diciendo. – Sí... Sí, voy a hacer esto, y luego moriré. Pero es que es vuestra vida. ¡La de todas! ¡Recordad lo que ocurrió! ¡Recordad lo que nos hicieron! ¡Haced memoria! ¡Abrid los ojos!
Pero su discurso se corta.
Por el aviso de Michonne.
- ¡Rick! ¡Caminantes!
La chica morena deja inconsciente a su abuela atrapándome por sorpresa con ello, para así poder liberar a Tara.
- ¡Todos arriba! – exclama Rick cuando los gruñidos comienzan a ser más audibles. - ¡Poned a los niños detrás!
Suelto a Thomas y le entrego su arma antes de coger nuevamente mi subfusil, dejando al hombre perplejo.
- Confío en que tomes la decisión adecuada, y que esa no sea pegarme un tiro. – digo mirándole a los ojos.
El hombre asiente repetidamente aún sorprendido mientras que algunas de las mujeres del pueblo se alinean con los miembros de mi grupo, yo incluido, para deshacernos de la amenaza.
- ¡Escuchad! ¡Disparad solo cuando estén a menos de tres metros, no antes!
Le quito el seguro a mi arma, y con el sudor frío recorriendo mi espalda, formando equipo con todos los demás, comenzamos a disparar cuando Rick así lo requiere.
Eliminamos a todos y cada uno de los caminantes, uno por uno.
Bala tras bala.
Cayendo un cuerpo detrás de otro.
Y estos ni siquiera tienen la oportunidad de rozarnos.
Cuando la masacre acaba y el eco de los disparos junto al humo de la pólvora se impregna en el ambiente, Rick tiende su mano hacia la mujer de pelo corto, quien la acepta sin dudar.
Pero Natania se niega.
Se niega a aceptar que nuestra unión pueda salvarnos.
Se niega a luchar por su propia libertad y por la de las suyas.
Se niega, y se va.
Observo a Thomas, que jadea a causa del esfuerzo y la tensión.
- Espero que algún día puedas perdonarme. – murmuro. – O al menos tolerarme.
Él me escudriña con la mirada, como si intentara reconocer a la persona que tiene frente a él.
Traga saliva y mira al frente.
- No puedo prometerte nada. – murmura. Y tras unos segundos de silencio, se decide a hablar nuevamente. - ... salvo intentarlo.
Muerdo mis labios y asiento algo más complacido.
- Me parece bien. – respondo. Le miro a los ojos fijamente. – Sé lo que viste y cómo me viste, pero no tenía otra opción. ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar? – Thomas enmudece ante mis palabras y yo suspiro. – Haz recapacitar a tu hermana. Sabes que podemos contra esos cabrones.
- Y qué hay de Negan.
Chasqueo la lengua.
- Es cosa mía. – sentencio.
Y es entonces cuando, tras unos momentos de silencio entre ambos, tiendo mi mano en su dirección.
El hombre me mira con recelo.
Pero termina por estrecharla con firmeza.
- Espero no arrepentirme de esto. – dice.
- ¿Crees que si te quisiera muerto te habría devuelto tu arma? – inquiero. – Si te quisiera muerto, ya lo estarías. Y tú bien lo sabes.
Me doy la vuelta, regresando con mi grupo, que empezaban a meter cestas de mimbre y cajas con armas en el interior del vehículo.
- ¡Buena suerte, Scarface! – exclama, alejándose con su grupo también, ante la negativa de su líder a ofrecernos ayuda.
Sonrío.
- Maldito gilipollas.
Y el viaje de vuelta tampoco fue lo que se dice agradable. Plagado de silencios incómodos a casua de las confesiones vertidas hacia mi mientras Michonne curaba las heridas de mi nariz con el botiquín para emergencias que había en la caravana, llegamos a Alexandria apenas entrada la noche. Y es solo una única cosa lo que nos sorprende.
Que es Rosita quien nos abre la puerta.
Rosita.
Sin Sasha.
El grupo sabía por Jesús y por mi que ambas habían cometido tal estupidez, pero nada podían hacer para detenerlas, pues todos ya éramos lo suficientemente adultos como para tomar nuestras propias decisiones.
Pero verla a ella sola, hace que cada centímetro de mi piel se erice.
Bajamos de la caravana uno a uno, y mis manos empiezan a temblar.
- ¿Y Sasha? – pregunta Jesús algo exaltado.
Rosita mantiene el silencio y me mira de arriba abajo.
- Ha venido alguien.
Eso es lo único que dice antes de echar a andar.
Y sin dudarlo un momento, todos la seguimos.
En el trascurso de nuestro camino, Tara llega a mi altura.
No dice nada, solo me observa.
Y entonces extiende su puño con lentitud hacia mi.
- Gracias. – dice.
Me quedo mudo al ver lo que pretende.
Al entender lo que ese gesto significa.
Una pequeña sonrisa se apodera de sus labios, y por consiguiente también de los míos.
Choco su puño y ambos reímos complacidos.
Era una sensación más que liberadora.
Como estirar tu espalda tras llevar muchas horas sentado, o tomar asiento después de un largo día de pie.
Era, simple y llanamente, descansar un poco más.
Rosita nos conduce hasta uno de los sótanos de las casas de Alexandria, aquel que hace de celda, y eso me hace tragar saliva.
Abre la puerta de la misma y me quedo rigido en mi sitio cuando esta nos deja ver quien se encontraba en el interior.
Dwight.
Mi garganta se seca.
Juraría que mi corazón deja de latir por escasos segundos.
Parpadeo un par de veces, creyendo que realmente así dejaré de ver lo que estoy viendo.
Mi torturador.
El creador de la que ha sido mi última pesadilla en la tierra.
Estaba con nosotros.
¿Lo habría traído Rosita por venganza?
Tampoco me da tiempo a responder a mi pregunta mental.
Porque me avalanzo hacia él.
- Hijo de puta. – siseo entre dientes.
- ¡No! ¡Para! ¡Áyax! – gruñe Rick sosteniéndome.
Daryl me detiene al igual que el expolicía, y casi parece que ambos no puedan conmigo.
- ¡Soltadme! – rujo. - ¡Ese cabrón me torturó!
- Dice que quiere ayudarnos. – informa Rosita.
- ¡No podemos fiarnos de él! – exclamo.
- ¿Y de ti sí? – comenta ella con sarcasmo.
El expolicía le mira de arriba abajo por encima del hombro.
El aire entra y sale con dificultad de mis pulmones. Rick despega la mano de mi pecho con lentitud y se vuelve hacia el hombre.
- ¿Es cierto? – dice. Su tono de voz está bañado de cinismo. - ¿Quieres ayudar?
Dwight traga saliva, incapaz de despegar sus ojos de mi, pero logra conseguirlo y mira al hombre frente a él.
- Lo haré. – sentencia.
- Y una mierda. – escupo entre dientes.
Él cierra los ojos un momento y vuelve a mirarme después de coger aire.
- Deja que me explique. – dice dando un paso hacia mi.
Rick se envara al momento y avanza otro paso hacia él, poniendo su brazo izquierdo frente a mi, protegiéndome con su cuerpo. Saca su revolver y le mira fijamente.
Una ladina sonrisa curva sus labios.
- De acuerdo. – murmura, y entonces le apunta. – Pero arrodíllate.
Y la más cínica de mis sonrisas se dibuja en mi rostro, haciéndome alzar la barbilla de forma altiva.
Era un gusto al fin ver que no solo yo tenía que arrodillarme.
Otro Salvador arrodillado más para el marcador.
- Acaba con él, Rick... - murmura Tara para mi sorpresa. – ¡Hazlo! ¡Mató a Denisse!
Escudriño al hombre con la mirada cuando soy conocedor de ese hecho.
Y mis manos se convierten en puños.
Pero soy consciente de una única verdad.
La misma en la que cayó Rosita hace ya un tiempo.
- No. – respondo cuando recupero algo de control en mi mismo, mirando a Tara fijamente. Mis ojos pasan momentáneamente a Rosita, quien me observa con desafío. – Sufrirá mucho más estando con vida.
Veo a Tara apretar los dientes con rabia cuando comprende que tengo razón mientras que Rosita me mira con cinismo y suficiencia.
Dwight suspira y obedece, arrodillándose ante todos nosotros.
Sorprendentemente estaba muy colaborador, y no sabía como interpretar eso.
Sus ojos me analizan y juzgan de forma critica, como si yo estuviera cometiendo un error, y eso me hace fruncir el ceño.
- Quiero ayudaros. – afirma. – El reinado del terror de Negan debe terminar, y vosotros parecéis dispuestos a ello. Hay más gente que piensa igual que yo, El Santuario también necesita vuestra ayuda.
Le miro petrificado cuando empiezo a atar cabos.
Cuando las piezas encajan una vez más.
Cuando absolutamente todo cobra sentido.
Todo lo que he vivido hasta ahora.
Cada escena.
Cada recuerdo.
- Fuiste tú... - susurro. – Tú eras quien quería traicionar a Negan... Y cuando casi te descubren... Redirigiste esos rumores hacia mi. Simon simplemente ha estado siendo tu peón, se tragó tus mentiras. El traidor siempre fuiste tú.
Dwight traga saliva.
Y una lágrima recorre mi mejilla cuando cierro los ojos y suspiro.
¿Podría alguna vez dejar de ser piezas en el juego de otro?
- No estás del todo en lo cierto. – murmura devolviéndome la mirada avergonzado. – Simon sí le es leal a Negan, pero yo nunca lo he sido. Al igual que muchos otros.
Su confesión cae sobre mi como un yunque.
Me aplasta el pecho de la misma forma.
- ¿De qué cojones estás hablando? – pregunto antes de que se me rompa la voz.
El hombre de la cara quemada pasa sus manos por el rostro con frustración y respira hondo antes de hablar nuevamente.
-Antes... Antes de que aparecierais... Ibamos a derrocar a Negan. – afirma. Mis ojos se abren de par en par. – Pero entonces apareciste tú. Su nuevo juguete. Y eso enfureció a Simon, dejó de ser su segundo al mando y su odio hacia ti se volvió real, queriendo recuperar su puesto a toda costa. Negan se encaprichó de ti. Te convertiste en su ojito derecho y actuaste para él casi como si fueras su hijo. Una réplica exacta... o incluso peor.
- No... soy él. – gruño con la mirada clavada en el suelo, limpiando otra lágrima fugaz más.
- No es eso lo que yo vi. – responde. – Así que tenía que eliminarte del tablero. No eras la pieza más prescindible pero sí la más reciente, nadie dudaría si te señalaba a ti como el culpable. Era lo más lógico. Sorprendentemente tú le eras más leal que ninguno de nosotros.
- ¡Porque vi algo en él! – bramo estallando, dejándome llevar por la ira que todos parecían haberse esforzado en cultivar, acercándome lentamente hacia él. – Pero le manipulasteis en mi contra. ¡Yo quería que esto no pasara! ¡Quería que ninguna guerra se desatase! ¡Quería lograrlo sin muertes! Y estaba a punto, Dwight... No sabes lo cerca que he estado. Conocí a un Negan que nunca habéis visto y que ahora ya no veréis. Un Negan que no era idiota y que sabía que esto pasaría, que se acercaba a estar dispuesto en un futuro a dejar de extorsionar a la gente, a aprender a convivir ¡Pero lo jodisteis todo!
Él me mira incrédulo, parpadeando repetidamente.
La confusión tiñe su rostro y su ceño se frunce.
- ¿Me estás diciendo que ambos queríamos conseguir el mismo fin, pero de modo distinto? – inquiere.
- ¡Pues claro, maldito imbécil! – exclamo en respuesta.
Habíamos sido unos completos gilipollas.
Actuando a las espaldas del otro, cuando podríamos haber unido fuerzas desde el principio.
Pero no podía culparle, porque, aunque me jodiera en lo más profundo de mi ser, entendía su punto.
Desde su perspectiva, yo me había convertido en una amenaza desde el minuto uno.
Y desde la mía, él era el enemigo.
Un completo extraño.
Un Salvador más.
Suspiro con hartazgo y froto mis ojos con cansancio.
- ¿Y qué se supone que he de hacer? ¿Perdonarte sin más y luchar juntos contra viento y marea? ¿Cabalgaremos como hermanos hasta el amanecer después? – añado con cinismo. – Jodido idiota...
Dwight exhala el aire que contenía en sus pulmones.
- No exactamente. – añade para más confusión. – Muchos odian a Negan, pero están muy cómodos en la posición en la que están.
- Es decir, que se acercan al sol que más calienta. – dice Michonne a mis espaldas.
- Exacto. – secunda Dwight. – Solo nos apoyarían si vieran que tenemos más posibilidades, mientras tanto, seguirán del lado de Negan siéndoles lo más fieles que puedan.
Chasqueo la lengua con incredulidad.
- Por mucho que quieran ir contra Negan, si no están dispuestos a ello, no serán de fiar. – digo.
- Estoy de acuerdo. – admite Dwight con pesar. – Tan solo os quedo yo.
Miro al resto de mi grupo, y solo en sus ojos ya puedo ver las respuestas que están pensando.
Sobre todo, en Rick.
- Está bien. – murmura este.
- Vuelve a El Santuario y no levantes sospechas. – digo. – Y, si puedes, redirige las dudas que surjan esta vez hacia Simon. Tenemos que quitárnoslo de en medio. Ese tío no dudaría un segundo en venderte, que me lo digan a mi.
- Pero ya no hay ningunos rumores. – contesta confuso.
Sonrío.
- Y de eso precisamente te vas a encargar. – siseo.
Extiendo mi mano hacia él y le ayudo a ponerse en pie.
- Por qué iba a aceptar hacer eso, me estaría poniendo en peligro de nuevo. – dice cuando acepta mi ayuda.
- Porque me lo debes. – gruño a escasos centímetros de su cara.
- Le prendiste fuego a mi habitación, eres tú quien debería ganarse mi confianza. No al revés.
Mi sonrisa se ensancha.
- La confianza entre nosotros se fue a la mierda en cuanto soltaste el primer latigazo. – sentencio mirándole fijamente.
Dwight desvía sus ojos hacia la puerta, tensa la mandíbula y echa a andar.
- Negan ha decidido que vendremos mañana. Con veinte Salvadores. – nos advierte. – Tiene a Sasha retenida, y está bien, por ahora. Pondré árboles en el camino que corten la carretera, así tendréis algo más de tiempo antes de que lleguemos.
Esas palabras hacen que nos miremos entre nosotros.
Era un gran paso del hombre que nos informase de los movimientos de Los Salvadores, pues eso nos ayudaría a prepararnos.
- Eh, Dwight. – digo llamándole. El hombre se detiene antes de cruzar la puerta, a la altura de mi hermano, y ambos se asesinan mutuamente con la mirada. - ¿Cómo está Sherry?
Este se envara ligeramente al escuchar mi pregunta y me devuelve la mirada.
- Ha escapado. – sentencia antes de marchar, dejando esas palabras agridulces en el aire.
Ahora entendía por qué Dwight estaba aquí.
Porque ya nada tenía que perder.
¿Cuánta gente iba a escapar de ese lugar?
El Santuario parecía estar desmoronándose por momentos.
Quizá era hora de asestarle el golpe definitivo.
Suspiro.
Y Rick me observa.
- ¿Le prendiste fuego a su habitación? – pregunta enarcando una ceja.
Muerdo mis labios para evitar que aflore una sonrisa.
- Podría ser. – respondo encogiéndome de hombros antes de seguir los pasos de Dwight.
Salimos poco a poco del sótano para acompañar al que ahora era nuestro nuevo aliado hasta la puerta de Alexandria.
- Si es cierto que vienen, hemos de prepararnos. – dice Rick mirándonos a todos mientras que Dwight se monta en su moto. Ambos se observan durante unos segundos hasta que el expolicía asiente y el hombre emprende su camino de vuelta.
- Si ha mentido, le mataré despacio. – advierte mi hermano con profundo asco y rencor.
Le miro con sorpresa, pues no esperaba esa reacción, no de él.
Pero, recapitulemos.
Por lo que sé, Daryl conoce a Dwight.
Mató a Denisse frente a sus ojos.
Y ahora me ha estado torturando física y mentalmente a mi, a su hermano pequeño.
Así que sí, Daryl tenía motivos de sobra para odiar fervientemente a Dwight.
- Cuando esto acabe, y aunque se haya arrepentido... Mataré a ese hijo de puta.
Sus palabras me hacen tragar saliva.
No podía culparle, y nadie podía impedírselo.
En esta guerra que se avecinaba, todos teníamos asuntos personales para con ella.
Que solo nosotros podíamos solventar.
Y la situación me colocaba en una posición comprometida. Por una parte, debía volver con Maggie, cuidarla y protegerla. Por otra, Alexandria me necesitaba, y eso entrañaba peligros para mi persona. Aunque eso a mi me diera igual, pero sabía que a otros no tanto.
Suspiro y paso una mano por mi pelo, algo frustrado.
Jesús me observa casi igual de indeciso.
- He de volver. – musita, mirando a mi familia.
- Hemos. – digo corrigiéndole.
Él me mira enarcando una ceja.
- Sabes que no es así.
- Pero Maggie... - murmuro con la mirada perdida.
- Eh, yo me encargaré de ella. Además, ya te ha dicho que sabe cuidarse sola. – responde. Me mira fijamente y coloca una mano sobre mi hombro. – Tu hogar te necesita.
Muerdo mis labios y asiento.
Una vez más, Paul Rovia tenía razón.
Ahora mismo, mi lugar estaba aquí, al pie de batalla.
Miro a mi familia en busca de su aprobación, esperando encontrarme con una respuesta negativa, como siempre solía ocurrir.
Pero me sorprendo al ver que no es así.
Todos parecen dispuestos a aceptar por primera vez que debo enfrentarme a lo que está por venir, en lugar de obligarme a esconderme.
Iba a estar al fin en las trincheras, y eso me ponía ligeramente nervioso.
Mi familia se despide de Jesús antes de volverse a nuestras casas y yo le doy un fuerte abrazo que no duda en devolverme. Habían sido dos meses en los que me había cuidado, querido y protegido como el que más, y yo también a él. Despiderme de él sin saber si después de mañana podré volver a verle, no era una tarea sencilla.
Tras depositar un beso en mi pelo, le veo subirse al vehículo con el que ambos habíamos llegado esta mañana y perderse en la noche siguiendo las carreteras que le llevarían de vuelta a Hilltop.
Limpio rápidamente una lágrima con algo de pesar y giro sobre mis talones.
Encontrándome de bruces con la figura de Carl Grimes.
Que, evidentemente, lo ha presenciado todo.
El silencio se hace entre nosotros.
Se vuelve asfixiante a medida que pasan los segundos.
Y encaro su mirada sin mucho valor para ello.
- Estuve a punto de besarle. – murmuro.
Carl alza su ceja visible y resopla, en algo que parece el inicio de una risa que nunca llega a producirse.
No quería vivir eternamente con ello a mis espaldas, porque tampoco era algo de lo que me arrepentía.
Muerde sus labios y mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros.
- ¿Le quieres? – pregunta encogiéndose de hombros.
Suspiro.
Y asiento.
Le veo tragar saliva, desviando la mirada lejos de mi.
- Pero no como a ti. – añado. Su pupila vuelve a mi, con brillo en ella. Ese del que me enamoré. – Nunca como a ti.
La sonrisa de Carl se ensancha por momentos.
Se acerca paulatinamente a mi hasta colocar una de sus manos en mi cintura.
- Entonces ya está. – susurra. – No hay nada más que decir. – su frente se une a la mía y cierro los ojos ante el contacto. – Solo me matarías si amases a alguien más que a mi. Si le mirases igual que a mi... Incluso si tu sonrisa fuera la misma que esa que me pertenece. – sonrío ante sus palabras. – Eso me destrozaría.
- No va a pasar. – afirmo, abriendo los ojos y mirándole de nuevo. Absorbiendo todo el amor que ahora mismo parece derrochar por cada poro de su piel. En su forma de mirarme. En la calidez de sus manos. De sus gestos. De sus palabras. – Ni en este ni en mil apocalipsis más.
Ambos sonreímos.
Y ambos nos besamos.
Este pasa a ser de los momentos más perfectos de mi vida.
De esos que siempre voy a atesorar en esa cajita de recuerdos que guardo en un rincón de mi pecho, con la que a veces me recreo entre vivencia y vivencia, regresando a ella cada vez que quiero sentirme feliz de nuevo.
La compañía perfecta.
La situación perfecta.
La noche perfecta.
La despedida perfecta, antes de ir hacia una muerte segura.
Abro los ojos con lentitud cuando siento unos labios posarse con delicadeza en mi magullada mejilla.
El rostro de Carl me recibe sonriente junto con una recíen comenzada mañana que entra por la ventana.
Frunzo el ceño y le miro aún con el sueño pegado a mis ojos.
- ¿Qué hora es? – inquiero con voz ronca.
Él sonríe.
- Hace tiempo que dejé de saberlo. – responde encogiéndose de hombros.
Le miro con los ojos entrecerrados.
- Es tarde ¿verdad? – adivino enarcando una ceja.
Muerde sus labios para evitar sonreír de nuevo.
- Quería que descansaras. – admite irguiéndose, dejándome ver su rostro despejado del vendaje. Pues siempre que pasábamos la noche juntos, le animaba a deshacerse de él, y eso hacía que Carl se sintiera agusto consigo mismo durante unas horas. Que cada vez eran más. – Tranquilo, no es muy tarde, apenas ha amanecido. Algunos duermen todavía.
Le observo de arriba abajo cuando le veo totalmente vestido y preparado.
- Tu deberías hacer lo mismo. – dice señalando mi armario, contestando a mi pregunta mental.
Me conocía demasiado.
Sonrío y me siento en la cama, aún en ropa interior.
- No tengo mucha de mi ropa aquí. – murmuro frotando mis ojos con intención de despejarme. - ¿Qué debería ponerme el día de mi funeral? – Carl se vuelve hacia mi y me asesina con la mirada. Trago saliva cuando su rostro muta en la seriedad más absoluta. – Perdona, ha sido una broma horrible.
- Pésima. – responde alzando sus cejas, mirándome a través del espejo, dejando su vendaje en la mesa frente a él cuando estaba apunto de colocárselo de nuevo. – Pero, puestos a ser realistas... - añade cuando termina, acercándose a mi armario y sacando cierta prenda de él. Mi amada y preciada camisa.
La mía.
La de Daryl.
La de Merle.
Su mirada brillante me observa alegre y una pequeña sonrisa se dibuja en su descansado rostro mientras la deposita sobre el escritorio.
- Te animaría a que, en tu último día en la tierra, vuelvas a ser tu mismo.
Muerdo mis labios y apoyo mis codos en mis rodillas.
- ¿Sigo siendo digno de ella? – inquiero dudoso.
Esos temores me habían invadido desde hace ya un tiempo.
Carl ríe y se aproxima a mi con lentitud. Posa las palmas de sus manos en mis mejillas y une su frente a la mía.
- Más que nunca. – sentencia. Agacho la cabeza y trago saliva. – Si vamos a morir hoy, quiero que mueras siendo el Áyax del que me enamoré.
Sonrío cerrando los ojos.
- ¿Morirías conmigo? – susurro sobre sus labios.
Me besa con delicadeza.
- No lo dudes. – responde dulcemente antes de morder mi labio inferior.
- Si tú mueres, yo muero. Aunque sea en vida. – afirmo en un murmullo. - Si es que a una vida sin ti se le puede llamar así.
Me devuelve el beso tras escucharme.
- Si tú mueres, yo muero. – repite contra mis labios.
- Si tú mueres, yo muero. – sentencio en un gruñido antes de profundizar el beso.
Carl se sube a horcajadas sobre mi y mis manos se aferran con fuerza a su cintura, pegándole completamente a mi cuerpo. Las suyas vuelan hacia mi pelo, perdiéndose en él.
- ¿Y dices que es muy tarde? – digo casi en un ronroneo en un breve momento en el que nuestros labios no se tocan por unos segundos.
El chico ríe y me suena a la mejor de las melodías.
- ¿Es que aún tienes ganas de más? – inquiere alzando una ceja.
- Siempre. – respondo con una sonrisa.
Vuelve a besarme de forma hambrienta y nuestras lenguas se acarician.
- Tenemos tiempo de sobra. – susurra. Desliza su lengua verticalmente sobre mis labios y le beso hasta terminar por morder su labio inferior, sintiendo sus caderas contra las mías. Carl se separa ligeramente de mi, pegando su frente a la mía y relame sus labios. – Te necesito, Áyax. -murmura algo avergonzado.
Me alejo brevemente de él y le observo con los ojos abiertos de par en par.
- ¿Estás...? - inquiero con una lobuna sonrisa esbozándose en mi rostro, alzando una ceja. - ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
Carl desvía la mirada cuando sus mejillas se sonrojan.
Y ante tan excitante rostro en respuesta, solo puedo volver a besarle.
Con muchísima más lujuria y pasión que antes.
De un único y rápido movimiento, rodamos en la cama hasta que su espalda toca el colchón y mi cuerpo queda sobre él.
- Se ha vestido usted demasiado deprisa, señor Grimes. – afirmo deshaciéndome de su camiseta para después pasear mi lengua por su torso, desde la suave piel que deja al descubierto el inicio de sus pantalones, que me encargo de desabotonar, hasta su pecho. Deposito un reguero de húmedos besos en su clavícula, perdiéndome por su cuello, hasta llegar al lóbulo de su oreja, arrancándole un gemido. Su mano se aferra a un puñado de mi cabello y tira de mi hasta que nuestras bocas se encuentran de nuevo. – Y, para mi, sus deseos son órdenes, ya lo sabe. – gruño sobre sus labios, embistiéndole con suavidad, rozando mi entrepierna contra la suya, ambas aún cubiertas con la molesta y odiosa ropa.
- Joder... - jadea Carl.
Una ladeada sonrisa tira de mis labios.
Y no dudo un segundo en deshacerme de su ropa restante, a lo que el chico responde prácticamente arrancándome la mía.
- Te veo ansioso. – comento socarrón.
- Cállate, imbécil. – sisea sonriente poniendo sus manos en mi rostro, atrayéndome hacia él de nuevo, besándome mientras una de ellas agarra mi pelo.
Ni aún en estas circunstancias, Carl Grimes me cedía el control.
Y eso hería mi orgullo.
No, de eso nada.
Hoy era asunto mío.
Hoy, él era mío.
Profundizo el beso y mi mano derecha viaja hasta su entrepierna con intención de prepararle, pues si algo sabía por experiencia, era que lo que estaba por venir, podía doler.
Y a pesar de lo nervioso que estoy por que este momento hubiera llegado, no pensaba permitirlo.
Carl enreda sus manos en mi pelo, gime sobre mis labios y une su frente con la mía como reacción a lo que está sintiendo.
Pongo mi mano izquierda sobre su boca y este me mira confuso.
- Vas a tener que hacerlo en voz baja. – susurro. – Hay gente en casa. – le recuerdo al oído, incrementando la velocidad de mis movimientos.
Quita de un manotazo mi mano izquierda de su rostro.
Muerde sus labios con fuerza, tensando la mandíbula antes de tragar saliva, sin despegar su intensa mirada de la mía.
Sonrío.
Esa, era la frase que él me dijo anoche con suficiencia.
- Eres un cabrón vengativo. – gruñe contra mi boca, antes de besarme y morder mis labios.
- Y vas a descubrir cuánto. – le advierto, apartando la mano derecha y colocándome entre sus piernas, empezando a perder el control de mi mismo al verle así.
Con las mejillas sonrosadas.
Los labios enrojecidos por mis besos y mordiscos.
La mirada oscura.
Y su forma de hablar.
Y es que Carl tenía una peculiaridad a la que yo era un completo adicto, y era que, en estas situaciones, dejaba de lado el angelito que mostraba ser frente a todos y que solo yo sabía que no era.
Se volvía fiero.
Visceral.
Animal.
Y eso me hacía perder los estribos.
De una forma casi inhumana.
- Si este va a ser nuestro último día en la tierra, me encargaré de que sea el mejor de todos ellos. – siseo pasando mi lengua por su cuello, sacándole a Carl una suave risa con mis palabras.
Que se transforma en un largo gemido al que me uno cuando me adentro en él con lentitud.
Joder.
Joder.
Joder.
Necesito unos momentos para recuperarme de las sensaciones que estoy sintiendo ahora mismo.
Me sobrepasan.
Me consumen.
Me empujan a un abismo al que todavía no puedo permitirme llegar.
- ¿Estás bien? – pregunta Carl mordiéndose el labio, mirándome de arriba abajo con superioridad. - ¿Necesitas un momento?
Cabronazo hijo de puta.
La mirada que le devuelvo podría asesinarle en este mismo instante.
Sabía que esto sería una constante lucha de egos por ver quién tiene el control.
Pero lo que Carl parece no saber, es que ahora mismo, lo tengo yo.
Quizá era hora de hacérselo recordar.
Sonrío.
Y le embisto con fuerza.
Tengo que taparle la boca para acallar el gemido que eso le provoca.
- ¿Y tú? – gruño con cinismo.
Iba a ser difícil sobrellevar esta situación con toda la discreción posible.
Pero era eso, o tener a toda la caballería aquí en cuestión de minutos.
- Te odio. – sisea cuando aparto la mano.
Mi sonrisa se ensancha.
- Lo dudo mucho. – respondo. Le miro fijamente y acarició mi nariz con la suya. - ¿Estás bien? Dime si quieres que pare. – digo de corazón.
Carl me observa con todo el amor del mundo que es capaz de soportar y sonríe.
- Nunca he estado mejor. – susurra antes de volver a besarme con delicadeza, que poco a poco se va transformando en un beso más salvaje y voraz. – Pero, para ahora y estás muerto, Dixon.
Una carcajada escapa de mi pecho al reconocer esas palabras.
Y la sensual forma en la que me ha llamado por mi apellido me ha hecho temblar.
- Ya te he dicho... - siseo, comenzando a moverme lentamente. Carl se aferra a mi pelo, clava sus dedos con fuerza en mi cintura y entierra sus dientes en mi hombro para acallar un jadeo. Sé que parte de esas cosas van a dejarme marcas visibles, y pensar en ello me provoca mucho más. – Que tus deseos son ordenes para mi.
Eso es lo último que pienso y digo coherentemente en voz alta.
Porque cuando aumento el ritmo de mis embestidas, dejo de pensar con claridad.
Dejo de ser yo, para unirme completamente a él.
Llegando a un punto en el que no sé con seguridad dónde empieza uno y termina el otro.
Si esos gemidos o jadeos ahogados son suyos o míos.
Quien es el dueño de las manos que se pierden entre nuestros cuerpos repartiendo caricias.
De quién son esos labios que no dejan de besar los del otro.
Cuándo pierdo los límites sensoriales del tiempo.
Y cómo llegamos a ese tan anhelado abismo al que nos hemos empujado mutuamente.
Que dentro de unas horas Negan y sus putos Salvadores me arranquen la vida si así lo desean.
Ya puedo morir en paz.
Carl deposita un beso en mi mejilla y sonríe, con la misma sonrisa que yo le devuelvo. Esa que tardaremos al menos un par de días en borrar de nuestros rostros, si es que terminaba pasando.
Le observo algo nervioso y entonces me abraza con fuerza para infundirme ánimos.
Deja un pequeño beso sobre mis labios y me acaricia la mejilla cuando nuestras frentes se juntan.
- Tú puedes ¿vale? – dice mirándome fijamente.
Inspiro y espiro un par de veces sosteniendo la prenda nuevamente entre mis manos.
Esa que me había acompañado durante años.
Que me completaba al cien por cien.
Que me hacía sentir vivo.
Que me hacía sentir yo.
Cierro los ojos momentáneamente y siento las gotas de agua cayendo de mi húmedo pelo tras la ducha que nos hemos dado juntos.
Pasa la mano por este y observo mi reflejo.
Un tembloroso suspiro escapa de mi.
Había llegado la hora.
- Yo puedo. – respondo no muy convencido.
Carl vuelve a besarme brevemente y se marcha de la habitación para dejarme unos minutos a solas.
Tengo que tomar al menos un par de respiraciones más para tranquilizar mi acelerado corazón.
Me coloco mi camisa sin mangas sobre la camiseta negra de manga corta y cruzo la correa de mi espada sobre mi pecho hasta sentirla contra mi espalda.
Una espada que había añorado demasiado.
Que formaba parte de mi vida.
Que formaba parte de mi ser.
Y mis hombros se relajan ante ese contacto.
No me atrevo a volver a mirarme en el espejo.
Pero aún así, lo hago.
Y este me devuelve con orgullo la imagen de un Áyax que empezaba a ser él mismo de nuevo.
Que volvía a serlo.
Un rostro algo magullado y amoratado, a las puertas de la adultez, que cada vez estaba más en paz consigo mismo.
Salgo de la habitación y bajo las escaleras para salir de la casa a paso lento, pero con fuerza y firmeza en cada pisada, movido por un poder arremetedor que me hace erguir la cabeza con superioridad.
Esa que ha vuelto a mi.
Esa que nunca debió abandonarme.
Mis familiares se vuelven hacia mi cuando notan mi presencia al llegar a la puerta de Alexandria.
- Bienvenido de nuevo. – dice Rick. En su rostro se esboza una sonrisa cuando me mira de arriba abajo.
Michonne muerde sus labios y me observa con cariño.
Daryl asiente con orgullo.
Y la sonrisa de Carl se ensancha.
Porque lo que ellos ven, es al Áyax de siempre.
Calzado con unas botas militares, y un nuevo cuchillo escondido en ellas, unos pantalones negros al igual que la camiseta, y sobre esta, mi camisa.
Mi chaleco.
Y mi espada.
Había vuelto, y con más fuerza que nunca.
- Es hora de matar a unos cuantos Salvadores. – sentencio con cinismo y una ladeada sonrisa, frotando mis manos como si estuviera apunto de darme un buen festín.
Y es que eso me disponía a hacer.
Rick nos informa del plan establecido mientras que toda Alexandria se vuelca en sus tareas tales como preparar los explosivos, las barricadas y el armamento, además de comenzar a posicionarse en sus lugares correspondientes.
Hasta que unos camiones de la basura y unos tipos en bicicleta empiezan a llegar a nuestra comunidad.
- ¿Quiénes son esa gente? – inquiero hacia el expolicía con el ceño fruncido.
- Nuevos aliados. – responde con seguridad. – Vamos, te presentaré a su líder. – añade colocando una mano sobre mi hombro, guiándome junto a Michonne hacia la extraña mujer de pelo corto y flequillo recto que observa su alrededor con curiosidad mientras sus compañeros siguen bajando de los vehículos.
- ¿Por esto lucháis? – pregunta algo decepcionada.
- No por el sitio. – responde Rick orgulloso. – Por la gente. Por nosotros. Y ahora por vosotros.
- Tomamos, no trabajamos. – dice sin más. – Nuestra vida... puede haber otra vida.
Mi ceño se frunce todavía más ante tan extrañas palabras de tan extraña mujer.
Sus ojos se posan en mi y me miran de arriba abajo, deteniéndose más concretamente en mi mejilla cicatrizada durante unos segundos.
- Encantada de conocerte. – murmura con indiferencia.
Entrecierro los ojos.
- Lo mismo digo.
Ambos estábamos mintiendo.
Y ambos lo sabíamos.
Estaba completamente seguro.
Algo en mi interior me avisaba de que no podía fiarme de esta gente.
Aunque de nadie nuevo podía fiarme hoy en día.
La extraña líder se vuelve hacia Michonne y señala a Rick con la cabeza.
- ¿Es tuyo? – pregunta.
Observo a Michonne, quien le mira incómoda.
- Estamos juntos. – afirma ella asintiendo.
- Luego me acostaré con él. – asegura la mujer.
Pagaría todo el oro del mundo por haberle podido hacer una foto a la cara que a Rick se le ha quedado en este instante, moviendo sus ojos de su pareja a la mujer rarita, sin estar muy seguro de saber si ha oído bien.
Muerdo mis labios y agacho la cabeza, rezando porque no se me escape la carcajada que estoy conteniendo.
- ¿Te importa? – añade la peculiar líder.
Michonne traga saliva y alza sus cejas.
- Volvamos al trabajo. – responde tragándose su bilis, dando media vuelta.
- Si... – farfulla Rick casi sin aliento, imitando el gesto de su pareja.
Veo como la extraña se aleja junto a una de sus compañeras mientras le dice algo al oído, y me uno al paso de Michonne ya que Rick había desviado su camino hacia la armería para terminar de prepararlo todo, y en parte también para evitar que veamos la vergüenza en su rostro que había empezado a tornarse rojo por momentos.
- Ni... se te ocurra. – gruñe Michonne con la vista al frente.
- No he dicho nada, no voy a decir nada, lo juro. – digo concentrando todas mis fuerzas en seguir caminando y no reirme. - Vais a crearme un trauma, no debería haber escuchado eso.
Una malvada y pícara sonrisa se estira en los labios de Michonne.
- Ni yo lo bien que os lo habéis pasado esta mañana, suerte tienes de que Rick ha madrugado. – dice dándome un rápido vistazo de arriba abajo mientras sigue caminando. Casi me caigo de bruces al suelo cuando trastabillo con mis propios pies al escucharla. – Recuérdanos que hay que buscarte un colchón nuevo, el tuyo está ya muy viejo y hace demasiado ruido. – añade palmeando mi espalda y guiñándome un ojo.
Me quedo congelado en mi sitio, con la mandíbula prácticamente tocando el suelo, a la vez que la veo alejarse riéndose a carcajadas.
Oh, mierda.
El buen humor de hacía tan solo unas horas parecía haberse esfumado tan rápido como había aparecido.
Quedando sustituido por una suave tensión en el ambiente que se iba incrementando a cada minuto que pasaba.
Subidos en el puesto de vigía en la entrada de la comunidad, y agachados para refugiarnos de la vista de Los Salvadores, escucho como Rick, el único en pie, le indica ordenes a Rosita respecto a la señal que hará que esos cabronazos vuelen por los aires.
Me vuelvo ligeramente para observar a Michonne en uno de los balcones en el ático de una casa relativamente cercana, donde aguardaba junto a una chica parte de los nuevos aliados, ambas fusil con mira en mano, por si necesitábamos que nos cubrieran las espaldas.
Miro a Carl a unos metros de mi y este asiente con la cabeza, dedicándome una sonrisa que no dudo en devolverle.
Porque puede que sea la última.
Mike, a su lado, y a quien hacía tiempo que no veía, seguía tan dispuesto como siempre a ser el verdadero amigo y apoyo que estaba eternamente de nuestro lado, sin importar aquello que ocurriera.
Se había vuelto el mejor amigo que Carl y yo nunca imaginamos tener, y que ahora así lo agradecíamos.
La poca calma que estábamos experimentando se ve rota por el ruido de unos camiones aproximándose hacia nosotros.
Pero no es solo eso lo que pone mi piel de gallina.
Si no la voz de Eugene a través de un megáfono, que parecía liderar todo el asunto.
- Eh... Hola. – dice cuando el sonido de los motores se detiene y percibo su voz cercana frente a los muros. – Vengo con la esperanza de convenceros para que os rindáis. Vuestras opciones de vencer son cero. Vuestra única salida es deponer las armas. En resumen, podéis vivir o morir. Espero que ocurra lo primero, por el bien de todos. Se acabó el juego, ahora mismo. ¿Obedecereis, Rick?
Trago saliva al ver el rostro consternado del expolicía a mi lado, que parecía intentar asimilar lo que sus ojos veían.
Este parece pensarse qué demonios decir ante tan bizarra situación y la extraña líder a mi lado, le mira.
- Dónde está Negan. – pregunta entre dientes con rabia.
El silencio se hace.
- Yo soy Negan. – responde Eugene tras unos segundos, esta vez sin usar el megáfono.
No, joder Eugene.
Su voz clara y conscisa diciendo esas tres palabras me hacen tragar saliva.
Pinzo el puente de mi nariz y suspiro.
Veo a Rick cerrar los ojos unos segundos y exhalar todo el aire en sus pulmones de igual forma que hago yo.
Sabía lo que sentía.
Otro más que se unía a sus filas.
Rick mira a Rosita.
Y entonces asiente.
Contengo la respiración y tenso mis músculos esperando escuchar la fuerte explosión iminente ante nosotros mientras que Rick se agacha a mi lado.
Una explosión que nunca llega a suceder.
Rick me mira y yo a él.
¿Qué coño?
Su rostro se crispa en una mueca de enfado y echa mano a su revolver igual que yo a mi pistola.
Pero nuestros gestos se detienen cuando todos esos supuestos nuevos aliados se ponen en pie y nos encañonan con sus armas.
Ambos volvemos a mirarnos con los ojos abiertos de par en par.
Tenso la mandíbula.
Qué bien hacía en no fiarme de la gente.
La tipa extraña me pone en pie tirando del cuello de mi camisa y me apunta, sacándome de mi escondite y desarmándome.
Rick se pone en pie con una lentitud que denota la más absoluta tensión en cada fibra de su ser.
- Aquí lo tienes. – dice mirando al frente.
Y ese frente, es Simon recién salido de uno de los camiones.
Mi respiración se acelera lentamente.
Pero mis ojos dan de bruces con el rostro de un sonriente Negan que niega con la cabeza, flanqueado por el imbécil de Simon y un desconcertado Dwight, que por mucho que se esfuerce en disimular, en su mirada puedo ver cómo parecía ser desconocedor de todo esto.
Trago saliva cuando las pupilas de Negan se clavan hasta en lo más hondo de mis entrañas.
- ¡Tío! ¡Siempre que te veo estás hecho un cuadro! – exclama, refiriéndose a las tiras en mi nariz y el conjunto de tonos morados que decoraban la misma.
Entrecierro los ojos y le analizo con la mirada.
Porque había algo diferente en él.
Un aspecto cansado y una mirada sin brillo, opacada por una ocurrente y fingida manera de ser.
Solo yo podía notar las diferencias.
Porque solo yo le conocía lo suficiente.
¿Qué coño le pasaba?
No me importa, no es mi asunto. Merece morir.
Inspiro y espiro un par de veces poniendo los pies en la tierra de nuevo, aunque de eso ya se encarga su voz, que esta vez se dirige hacia Rick.
- ¿Conoces ese chiste de un gilipollas llamado Rick que creía saberlo todo y no sabía nada, y consiguió que mataran a toda la gente que iba con él? – dice señalándole. – Ese eres tú. – sus ojos se posan en mi y su sonrisa se ensancha. – Y tú... Mi traidor favorito. El hijo pródigo. Mi pequeño grano en el culo particular.
- Qué cosas más bonitas me dices. – respondo con sorna en un gruñido, haciendo que el hombre ría con cinismo.
Cada palabra suya me sonaba vacía, como si viniera preparada y estudiada de un guión que había interpretado demasiadas veces.
Como si le molestara tenernos frente a él.
Como si eso le cabreara.
Le siento muy diferente y muy lejano al Negan que nos humilló aquella noche en el claro.
- Es un sueño hecho realidad que esos dos capullos estén en un mismo lugar. – dice mirando momentáneamente hacia sus hombres. - ¡La Navidad ha llegado y Santa Claus me ha dejado un buen regalo! – añade. – Quiero que depositéis las armas ahí.
- No, de eso nada. – sentencia Rick más que harto de la situación. Se vuelve hacia la líder traidora. – Teníamos un trato.
Esta se encoge de hombros.
- El trato de ellos era mejor.
- ¿Ah sí? ¿Y cuál era, jodida estúpida? – inquiero escupiendo cada palabra como el más mortal de los venenos.
La carcajada de Simon no se hace esperar.
Sus risas erizan mi piel.
- El trato eres tú, mi querido y traidor amigo. – sentencia este.
Mi boca se seca y mi ceño se frunce.
- Vimos el acercamiento de Alexandria hacia esos tipos... Y me pareció que serían de utilidad. No lo estaban siendo, no hasta ahora. – dice con una gran y triunfal sonrisa. – Les advertimos de que nos interesaba encontrar a una única persona. Un tío con la mejilla marcada.
Puedo jurar que el flujo de aire hacia mis pulmones se detiene en ese momento.
- Nos prometieron que nos avisarían si lo veían... - añade. – Y lo han hecho. – dice sacando un walkie a la vez que una de las chicas a nuestro lado, casualmente a la que la líder le había dicho algo al oído tras verme.
Cierro los ojos y aflojo mis hombros, totalmente vencido.
- Sabes, no creí que te encontraría después de tanto tiempo. – sigue diciendo, con las manos en su cinturón. – Negan insistió en que lo dejáramos estar, que habías escapado y ya está, que no le diéramos más vueltas al asunto. – mi mirada se clava en el hombre del bate tras esas palabras, y este me es esquivo. Entrecierro los ojos. – Pero lo mío ya es personal, lo entiendes ¿no?
Y tanto que lo hago.
Ahora cuadraba mucho mejor.
Dwight ya lo dijo y yo ya lo sabía.
Simon haría lo que fuera con tal de recuperar su mando a la vera de Negan, incluso aunque este así no lo quiera.
Porque desde luego, que Simon me encontrase era algo que Negan parecía no querer.
Y ese pensamiento se clava en mi mente con intención de no abandonarme.
- Todo tuyo, jefe. – señala Simon con una sonrisa ganadora.
El hombre del bate asiente y me mira.
Con una de sus fingidas sonrisas.
- Te lo agradezco, Simon. – dice en respuesta.
No lo hace.
Es mentira.
Lo sé.
Mi corazón iba a mil por hora desde que había llegado, porque me parecía casi surrealista como solo yo podía notar que algo no estaba bien con él.
Que Negan parecía desear no haberme encontrado.
Pero si algo aviva las brasas de mi fuego, es la mirada que Carl no despega del hombre del bate.
No solo yo lo veo, porque él también le conoce, aunque sea algo menos que yo.
Y lo único que esto hace, es alimentar sus sospechas.
Negan pone una mano en el hombro de Eugene y se dirige hacia Rick.
- Me has ido... presionando... ¡Hasta el límite, Rick! – exclama. Es alucinante ver como recompone su papel y su compostura en solo milésimas de segundo. – Querías hacernos volar ¿verdad? A mi lo entiendo, y a los míos. ¿Pero a Eugene? ¡Era de los vuestros! Vosotros... sois animales. El universo os hace una señal ¡Y vais y le metéis el dedo por el mismo culo! – añade, gesticulando como si lo hiciera, mostrándonos el dedo de en medio.
Casi me convences con tu diarrea verbal, Negan. Es más, con ellos puede que lo hayas hecho, pero no conmigo.
Mi presencia aquí no la esperabas y eso te ha puesto la piel de gallina.
Apostaría mi brazo mordido por ello y sé que no lo perdería.
Negan suspira.
- Dwight, Simon... deprisita.
Ambos hombres obedecen y se suben a la parte trasera del camión que parece transportar algo cubierto con una lona.
Un ataúd.
Me sacude un escalofrío cuando lo veo.
Dwight y Simon ponen el artefacto en vertical mientras Negan sube al camión junto a ellos.
- Así que Eugene ya no os cae bien... Pero seguro que Sasha sí. A mi me gusta. – admite antes de dar un par de toquecitos en la cubierta del féretro con Lucille. – La tengo aquí, empaquetada para vosotros. Sana y salva. La traía para no tener que mataros a todos, aunque no mataros a todos... Podría ser complicado. Sé que aún quedan bastantes armas ahí dentro, Rick. Lo que quiero es obvio, quiero todas las armas que habéis recabado. O Sasha morirá.
- Y al chico. – añade Simon con una sonrisa. – Es nuestro.
Negan le mira de soslayo.
Y yo trago saliva.
- Vamos, Rick... - continúa Negan ignorando las palabras de su hombre. – Que la haya traido en un ataúd no significa que tenga que quedarse en él.
Miro momentáneamente al expolicía y asiento, intentando que no se note lo mucho que las manos me tiemblan.
Si todos vivían solo porque yo volviera con Lo Salvadores, así pensaba hacerlo.
No importa lo que pueda pasarme.
No importan las consecuencias.
Solo importan ellos y su bienestar.
Y, sobre todo, el de Sasha.
Rick cierra los ojos unos segundos y resopla con hartazgo.
- Déjame verla. – pide como requisito.
Negan sonríe con el cinismo más absoluto.
- De acuerdo. – responde. – Pero dame un segundo, voy a tener que ponerla al día, ahí dentro no se oye nada. – este se vuelve hacia el ataúd y golpea un par de veces con el bate. – Sasha... No te vas a creer...
Pero su incansable palabrería se corta abruptamente.
Al igual que las respiraciones de todos nosotros.
Porque lo que sale de ahí no es Sasha.
Al menos ya no.
Su cuerpo movido por la transformación posterior a la muerte tira de este ya cádaver, gruñendo con fuerza, abalanzándose a por Negan.
Éste grita algo que no logro entender cuando cae de espaldas con Sasha como un caminante más sobre él.
Todos estamos congelados como estatuas, impactados por lo que frente a nosotros está sucediendo.
Sasha está muerta.
Sasha está muerta.
Sasha está muerta.
Sasha ya no está.
Es Carl quien, tras disparar dos veces a quien le retiene, nos saca a todos de nuestros respectivos trances, haciéndonos actuar.
Las ráfagas de disparos, que solo acaban de empezar, hacen eco por toda Alexandria.
Le descerrajo un tiro a la chivata que sostenía el walkie propiedad de Simon, y aunque claramente vayamos a perder esta batalla, puedo sentirme algo más en paz.
Y cuando pretendo acabar con otro de los traidores, la líder me apunta.
- Quieto. O lo pagarás. – dice, moviendo el cañón de su arma hacia Rick.
Me tenso en mi sitio y trago saliva.
- Eh. – gruño interponiéndome entre el arma y el expolicía. – Es a mi a quien quieres, no a él.
La mujer me mira fijamente, con su rostro absorto en la completa neutralidad. Parecía que le hubieran robado cualquier rastro de emoción en sus expresiones. Como si algunos de los suyos no acabasen de morir frente a ella.
- Es verdad, él ya no me sirve. – dice encogiéndose de hombros.
Y entonces baja el arma unos centímetros y dispara.
No sé si es suerte o desgracia.
Si es locura o si nunca había estado más cuerdo.
Pero a la vez que aprieta el gatillo, doy un paso a mi izquierda.
Y el disparo me lo llevo yo.
- ¡NO! – ruje Rick a mi espalda, sabedor de que esa bala era para él.
- ¡ÁYAX! – escucho gritar a Carl.
- ¡Joder! – bramo quedando agachado en la plataforma.
La mujer me asesta una patada y me tira del puesto, haciéndome caer de una altura de unos cuantos metros hasta que mi cuerpo golpea contra el asfalto.
Toso por el impacto y siento como la sangre comienza a manar de la reciente herida. Palpo esta misma en busca de algún agujero de bala y suspiro aliviado al ver que tan solo me ha rozado.
Pero no por ello dolía menos.
Que te desgarren la carne de un balazo nunca es plato de buen gusto.
Los Salvadores entran y toman el pueblo poco a poco.
Los disparos, de amigos y de enemigos, nunca dejan de oírse.
Por unos segundos he perdido de vista a Carl y me asusto cuando Rick aparece a mi lado, ayudándome a levantarme.
Desorientado por el fuerte golpe y con el sudor frío cayendo por mis sienes, paso mi brazo derecho por los hombros del expolicía y este me ayuda a caminar, ambos siendo encañonados por la maldita líder de los traidores.
A nuestro paso veo como la sangre derramada llega casi a nuestros pies.
Era sangre amiga.
Sangre aliada.
Estábamos perdiendo demasiado.
Muerdo mis labios para contener un gruñido de dolor a cada paso que doy, con la piel de mi herida estirándose. Como pequeñas y ardientes agujas bañadas en alcohol que se clavan y hacen que la carne duela y escueza.
- Eh, oye, Áyax... - susurra Rick a mi lado, ganándose mi atención. El sudor baja por su frente haciendo que su pelo empapado se pegue a ella. Eran demasiadas las veces que le había visto así en mi vida desde que le conozco. Tengo que parpadear un par de veces para centrarme, el dolor era agónico e iba en aumento. Pone su frente contra mi sien y apoyo mi cabeza en él. – No deberías haber hecho eso... No lo soportaría... Hoy... Hoy no puedo perder a nadie más. – dice entre dientes. Entonces nos detenemos por unos segundos y sus ojos azules se clavan con fiereza en los míos. – Sé que intentas redimirte... Que todavía no te sientes parte de esto... de nosotros, de Alexandria. Pero tú eres Alexandria. Todos lo somos. Eres mi familia, eres de los míos. Tu redención no me servirá de nada si estás muerto ¿Me has entendido? – inquiere. – Te perdono, Áyax.
Sus palabras me hacen tragar saliva.
Y también suspirar en paz.
Porque de nada me servía obtener el perdón de Maggie.
De Sasha.
De Tara.
O de Rosita.
Si no obtenía el de la persona a la que más había fallado en todo esto.
El perdón de Rick Grimes.
Una ladeada y exhausta sonrisa se esboza en mis labios y dos lágrimas caen por mis mejillas.
- Gracias. – sentencio en un murmullo cansado.
Rick deposita un beso en mi sien y me ayuda a seguir caminando.
- No, gracias a ti por salvar mi vida.
Nuestros agotados pasos llegan a una de las pequeñas zonas verdes que la comunidad tenía, y en ella nos espera un bizarro escenario.
Los Salvadores aguardaban de pie, armados hasta los dientes, apuntando a nuestras gentes arrodilladas, entre ellos Carl y mi hermano.
Aprieto los dientes y el paso junto a Rick, hasta que el imbécil de Simon nos hace arrodillarnos a ambos frente a todos.
- Qué recuerdos ¿verdad? – murmura mirándonos con sarcasmo.
- Puede que sea culpa mía... - la voz de Negan se hace presente cuando este aparece tras nuestras espaldas. – Puede que todo esto sea culpa mía. Y debo remediarlo... Tendré que domesticaros otra vez...
Mi mandíbula se tensa y trago saliva, porque esa idea no me gustaba nada.
Sabía de lo que este hombre era capaz, y su sola presencia me hacía temblar, incluso cuando ni siquiera parecía ser el mismo al cien por cien.
Ya ni siquiera estaba seguro de que eso no fuesen alucinaciones mías.
- Te diré una cosa, Rick. Si yo tuviera un hijo, querría que se comportará igual que el tuyo. - admite. – O igual que tu hermano. – añade mirando a Daryl. Nunca había visto que los ojos de este destilaran tanto odio como ahora. El hombre se agacha frente a mi. – Tenías la oportunidad de empezar de cero, en algún lugar bien lejos de aquí. Pero has decidido tirarla por el váter, cagarte sobre ella y después tirar de la cadena. – como odiaba su estúpido sentido del humor. Entonces suspira. Y ahí está nuevamente. Puedo verlo una vez más. Sus ojos, lo que hay tras la máscara, lo que esconde su papel. – Hice lo que pude. – murmura para sí mismo con enfado, de forma casi ininteligible.
Mi ceño se frunce y boqueo como un pez fuera del agua, sin entenderle.
Pero un alarido al final de la calle hace que todos giremos nuestras cabezas en esa dirección.
Un cuerpo cae desde el ático donde estaban Michonne y la otra vigía.
Y el chasquido que podrucen sus huesos al romperse contra el suelo, llega hasta aquí de forma atronadora.
- Jo-der... - dice Negan alzando las cejas. – Creo que acabáis de perder a alguien que os importaba mucho... Y de una forma horrible.
No.
Miro a Rick. Sus ojos rojizos están anegados por las lágrimas cuando se da cuenta.
No.
Carl solloza en su sitio.
No.
Daryl ahoga su llanto y cierra los ojos.
- ¡NO! ¡MICHONNE! – rujo, de tal forma que siento la voz en mi garganta romperse a medio grito.
- Eh, eh, eh... quieto... - sisea Simon, sujetándome por mi hombro.
Apoyo mis manos en el suelo y dejo que las lágrimas caigan sin cesar.
No.
Michonne.
La mujer que siempre tuve como una madre.
La mujer que fue mi madre.
Que me crió.
Que me cuidó.
Que me protegió.
Ya no estaba.
No.
No.
NO.
- Puedes... Puedes matarles delante de mi. – la voz sin vida de Rick hace que devuelva mi borrosa vista a él. – Lo puedes hacer delante de mi. Pero ya te lo dije... - susurra entre dientes. – Voy a matarte. A ti, y a todos... Puede que no hoy ni mañana tampoco. – acerca su rostro a tan solo unos centímetros del de Negan. – Pero nada cambiará eso, nada... Estáis muertos ya.
Algo dentro de mi me empuja a hacerlo.
Mentiría si dijera que no sé qué es.
Porque lo sé.
Lo siento.
Y lo necesito.
De alguna forma u otra, esa es mi señal.
Saco el cuchillo de mi bota, agarro a Negan por su nuca y lo coloco contra su cuello.
A todos les atrapa de improvisto, porque ha sido en cuestión de escasos movimientos.
Y de escasos segundos.
La rigidez se apodera del hombre del bate, puedo sentirlo mientras les ordena a todos que se detengan.
- Como en los viejos tiempos ¿eh? – gruño con cinismo y la voz ronca. La seriedad muta en su rostro al ver tan de cerca la cara de la muerte.
La mía.
- Hay algo muy sencillo que no acabas de comprender. – murmuro con nuevas lágrimas descendiendo por mis mejillas. Por Michonne. Y por verme obligado a hacer lo que iba a hacer. – Y es que, cuando pierdes a alguien importante, te das cuenta de que ya no tienes mucho más que perder. Ni mucho más por lo que luchar. – afirmo. – Esa... Era mi madre. – gruño con firmeza mientras las lágrimas siguen cayendo. – Y como es evidente que hemos perdido, no me importa que tus hombres me envíen al infierno... - siseo aproximándome a su rostro, pegando más la hoja de mi cuchillo a su garganta. - ... si en el camino te llevo conmigo.
Ahí estaba.
Sus ojos sin brillo.
Su sonrisa apagada.
Falsa.
Fingida.
El gran hombre sin su máscara.
- Hazlo. – susurra.
Como si me pidiera un favor.
Como si lo deseara.
Y eso me hace fruncir el ceño por milésimas de segundo.
No solo yo parecía ir hacia una muerte segura.
Miro a Rick en busca de respuestas.
Y a Daryl.
Y a Carl.
En todas sus miradas veía la misma.
Todos sabíamos cual era nuestro destino el día de hoy.
Si este era nuestro último acto, habrá merecido la pena.
Vuelvo mis ojos hacia Negan.
El hombre por el que una vez sentí respeto.
Admiración.
E incluso estima.
El hombre al que ahora le iba a arrancar la vida, parecía ser exactamente ese, en lugar del asesino de Glenn y Abraham.
Pero por ellos precisamente lo hacía.
Y es por los nuestros por los que no dudo.
- Que así sea. – gruño.
Pero cuando puedo saborear su muerte en mi paladar, un fuerte y poderoso rugido irrumpe a mis espaldas.
Un borrón anaranjado se lanza a por un Salvador y todos nos quedamos perplejos.
- Shiva... - murmuro incrédulo y casi sin voz.
Simon arranca a Negan de mis manos, siendo secundado por Dwight, quienes le protegen y escoltan hasta alejarse.
Grito con frustración y pego un puñetazo en el suelo.
Rick me ayuda a ponerme en pie y Daryl hace lo mismo con Carl.
El Rey Ezekiel seguido por Carol, Morgan y Jerry, arremeten el embiste de Los Salvadores con más fuerza de la que nadie pueda imaginar.
- ¡Acabad con Los Salvadores y sus cómplices! – brama Ezekiel con fiereza. El relinchar de unos caballos se hace presente cuando parte de su ejercito aparece tras él, acompañado por la lluvia de balas que se cernía sobre nuestros enemigos. - ¡Alexandria no caerá en sus manos! ¡Hoy no será el día!
Las lágrimas de alegrían descienden por mi rostro feliz.
Más feliz que nunca.
Río cuando veo a Rick igual que yo.
Este me lanza un subfusil que yo agarro en el acto, guardo nuevamente mi cuchillo en su lugar y me agrupo junto a los míos.
Junto a mi gente.
A mi pueblo.
A mi familia.
Abatiendo Salvadores y traidores a cada paso.
Viendo como malos hombres de los que únicamente conocía sus nombres, caen y caen.
Y sé que se lo merecen.
La balanza se había inclinado a nuestro favor y en su contra.
Era nuestro turno.
Nuestra oportunidad.
Tal vez la única.
Un hombre que pretende disparar a Rick me devuelve a la tierra cuando cae muerto al suelo.
- ¡Adelante! ¡Tercer grupo! ¡Ahora! – grita Maggie hacia los suyos, apareciendo tras el ahora cádaver, secundada por Jesús.
Mi sonrisa se ensancha.
- ¡A por ellos! ¡Ya son nuestros! – rujo hasta desgañitarme.
Alexandria, Hilltop y El Reino rugen enardecidas por la guerra que tanto les habíamos prometido.
Tenían sed de sangre y yo estaba más que dispuesto a dársela.
Los Salvadores reculan por nuestra avanzada hasta prácticamente arrinconarse en la entrada de la comunidad.
Veo a Negan escabullirse ayudado por los suyos.
Nubes de humo blanco y espeso, provocado por bombas de humo caseras, nos cortan el paso.
Pero aún así estamos más que dispuestos a seguir.
Rick dispara.
Maggie dispara.
Carl dispara.
Daryl dispara.
Jesús dispara.
Carol dispara.
Morgan dispara.
Ezekiel dispara.
Yo disparo.
Y Shiva desgarra con sus fauces a cada insensato que se pone en su camino.
Lo notaba.
Lo sentía.
El olor a hierro.
El sabor a óxido.
La guerra latiendo fervientemente en mis venas.
Los camiones de Los Salvadores salen a toda prisa de Alexandria bajo una ráfaga incansable de balas, seguidos por todos y cada uno de nosotros y nuestros vecinos, con los jinetes de El Reino tras ellos.
Pero esos cabronazos salidos de la basura disparan a nuestros pies para detenernos y cierran la puerta, atrancándola en el proceso, pues así lo descubrimos al intentar abrirla.
Daryl sube hacia el mismo sitio donde estaban esos bastardos para ver qué coño había tras los muros.
La respuesta es: nada.
Se habían esfumado todos.
- ¡Joder! – exclamo frustrado. – Los teníamos...
El Rey Ezekiel pone una mano sobre mi hombro.
- Y los tendremos. – afirma con seguridad.
Exhalo con rabia y me doy cuenta de algo.
De que la adrenalina había nublado mis sentidos.
- Michonne... - murmuro con las lágrimas agolpadas nuevamente en mis ojos.
Daryl me observa con algo de dolor y echo a correr en dirección a el edificio con él tras mis pasos.
Con el corazón en la boca, detengo la carrera cuando me topo con el cuerpo sin vida de la vigía a los pies de la casa.
- ¿Qué...? – dice Daryl.
Pero su pregunta se corta.
Se corta, cuando ambos vemos a Michonne salir de la casa, ayudada por Rick y por Carl, víctima de una brutal paliza.
- ¡Michonne! – exclamo entre lágrimas con una sonrisa, corriendo hacia ella, abrazándola con fuerza, haciendo que la pobre mujer oprima un quejido. – Mierda, lo siento, lo siento. Vamos, a la enfermería, te echaré un vistazo...
- Lo mismo digo, Doctor Dixon. – dice ella en un murmullo, señalando mi sangrienta camisa.
Ni siquiera me acordaba.
Y no era porque no me doliera.
Si no porque, tras sentir que había perdido a la mujer frente a mi, había apagado nuevamente el interruptor que me hacía humano.
Y a más consciente era de ello, más notaba la herida abierta.
Sonrío y pongo una mano sobre mi herida.
- Me encargaré de ello más tarde. – afirmo. – Ahora vamos, sin rechistar señorita.
Padre e hijo ríen y acompañan a la mujer hacia la enfermería mientras que Daryl me sostiene para ayudarme a llegar a mi también cuando me nota visiblemente más pálido.
El pico de adrenalina había llegado a su fin, y ahora tocaba sufrir las consecuencias.
Al igual que el paso de Los Salvadores por Alexandria.
Al menos por ahora.
Coloco un apósito sobre mi herida a la que Carl me había ayudado a darle puntos. Debía plantearme eso de contratarlo como enfermero personal, al ritmo de heridas que llevaba, me salía a cuenta.
Me pongo una camiseta blanca y limpia que Daryl me ha hecho el favor de traerme y me acerco hacia mi camisa algo magullada.
Una vez más.
- Creo que Carol podrá arreglarla. – dice Daryl observando la tela rasgada por la bala desde su posición en la puerta de la enfermería, apoyado en esta. – Se le da bien coser.
- Y así tienes una excusa para ir a verla... - murmuro en voz baja revisando la camisa.
- ¿Qué has dicho? – gruñe dando un paso hacia mi.
- ¡Nada! – exclamo intentando esquivar el manotazo que me asesta. - ¡Eh! ¡Que estoy herido!
- ¡Dame eso! – masculla enfadado, quitándome la camisa de las manos.
- Niños, parad ya... - dice Michonne en voz baja desde su cama observando el espectáculo, haciendo reír a Rick en el proceso, que estaba sentado en la silla a su lado cogiéndole de la mano.
- ¡Ha sido él! – exclamamos a la vez señalándonos mutuamente.
Tara, sentada en la silla contigua a la cama de la otra paciente, echa a reír.
- Claro... - murmura Rick con una ladeada sonrisa.
Daryl sale de la enfermería con la camisa echada al hombro, refunfuñando algo que nadie alcanza a escuchar.
- ¿Por qué te gusta molestarle con eso? – inquiere Michonne con un ojo cerrado por la hinchazón de los golpes.
Me aproximo hacia ella y me siento en el lateral de la cama, encendiendo la pequeña linterna que el bueno de Noah consiguió para mi años atrás, y apuntando con ella a su ojo sano en busca de la respuesta de sus pupilas.
- Porque es demasiado divertido. – respondo. – Además, llevo aguantando la tensión entre ambos desde que llegué a la prisión, que se fastidie.
- Y nosotros desde antes... - murmura Carl reclinado en la otra silla anexa a la cama de Michonne, frente a mi, recolocándose su sombrero el cual había usado para taparse el rostro y descansar unos minutos.
Palmeo mi pierna.
- ¿¡Ves!? ¡Lo sabía! ¡Odio tener razón! – contesto.
- Sí, seguro que lo odias. – añade Carl en voz baja, y eso hace que le asesine con la mirada.
Michonne ríe junto a Rick.
- ¿Todo bien? – inquiere este.
- Sí, parece que sí. – digo poniéndome en pie, anotando en la carpeta los progresos de las constantes de Michonne. – De todas formas, se quedará al menos veinticuatro horas en observación. Es lo mejor. Será entonces cuando haya pasado todo peligro.
Rick asiente ante mis recomendaciones y puedo ver que tanto Michonne como él no pueden evitar una sonrisa orgullosa al verme metido en mis labores como doctor.
Entrecierro los ojos.
- Como me sigáis mirando así te corto el suministro de calmantes. – afirmo alzando las cejas hacia la mujer frente a mi, señalándola con el lápiz de mi mano derecha.
Esta muerde sus labios para evitar una sonrisa y alza su mano libre en señal de disculpa, mientras que Rick asiente y desvía la mirada, procurando no reír.
Suspiro y pinzo el puente de mi nariz momentáneamente.
Unos suaves quejidos me indican que la otra paciente de la cama al lado de Tara se está despertando.
- Ahí está, mi paciente más simpática. – digo con fingida alegría acercándome hacia ella, quedándome a los pies de su cama.
- ¿Todavía sigue este tío aquí? – murmura.
- Yo también me alegro de haberte salvado la vida, Rosita. – respondo. – De nada, por cierto.
La chica resopla asqueada y yo vuelvo a suspirar.
Le habían disparado tras salir Sasha del ataúd y eso había hecho que Tara corriera para ayudarla y llevarla a buen recaudo hasta que la tormenta pasara.
O hasta que nos matasen a todos, cualquier opción valía.
Por suerte, había pasado lo primero y había podido llegar a tiempo para salvarle la vida a una inconsciente Rosita que debido a la perdida de sangre casi se queda en coma.
- Te he sacado la bala mientras estabas inconsciente para ahorrarte ese sufrimiento, de nada por eso también. Créeme, sé lo que es estar despierto en un momento así. – empiezo a decir mientras me acerco al lateral izquierdo de la cama y me siento en esta, obviando su gesto asqueado. – Te ha dado en el hombro, por suerte tus secuelas no serán como las mías, en un par de semanas, puede que tres, estarás mejor. Por el momento nada de movimientos bruscos, mucho reposo y nada de mal genio. – Rosita me mira alzando una ceja. – Eso es para facilitarme el trabajo a mi, vas a tener que venir unas cuantas veces más.
La mujer pone los ojos en blanco y yo miro a mis familiares en la otra cama, que, como reafirmados cotillas, no se están perdiendo ni un atisbo de la conversación.
Vuelvo a suspirar una vez más.
- Mira, Rosita... Sé que no te caigo bien.
- Muy listo, Sherlock. – dice interrumpiéndome.
- Pero... - añado yo interrumpiéndola a ella. – Solo quiero que simplemente nos llevemos bien. No hace falta que me saludes si me ves, ni siquiera que me mires, ni mucho menos que me des las gracias, no quiero eso. Solo quiero algo cordial para poder tratarte hasta que estés recuperada, podrás seguir odiándome con normalidad después si así lo deseas. Pero no pienso dejarte sola así. Me da igual las trabas que pongas o lo poco que me soportes, no voy a permitir que tu estado empeore o que tu curación no se lleve a cabo, solo porque me odies. Esto no lo hago solo por ti, lo hago porque le prometí a Abraham que te cuidaría, a ti y a todos ¿Ha quedado claro?
Rosita me observa algo asombrada por haberle plantado cara.
Y es que sabía que Maggie, Sasha y Tara no eran como ella.
A su carácter fuerte había que atajarlo de esa misma forma.
De frente y sin rodeos.
Le veo suspirar y tragarse algo de su orgullo.
- Está bien. – dice al fin.
- ¿Es un trato? – inquiero extendiendo mi mano derecha hacia ella y enarcando una ceja.
Muerde el interior de su mejilla y asiente.
- Lo es. – dice evitando mirarme por unos momentos, como si por ello fuera a perder algo más de orgullo, pero acepta mi mano y la estrecha con fuerza.
- Auch. – digo exageradamente, alzando las cejas ante tan bruto apretón de manos por su parte.
Y es que era evidente que nuestra relación no iba a cambiar de la noche a la mañana.
Pero esto era un buen paso.
Al fin y al cabo, Roma no se conquistaba en un día.
Y si algo había aprendido hoy, es que Alexandria tampoco.
Cuando hablaba de ir hacia una muerte segura, nunca pensé que fuera a ser literalmente la de Sasha. La chica había muerto dentro de ese ataúd, o eso se decía. Al menos eso creíamos, no teníamos forma de saberlo a ciencia cierta. Mi teoría era que había ejecutado una especie de maniobra al más puro estilo Caballo de Troya, pero no hacia nosotros, si no hacia Negan.
Ella sabía de su teatralidad, lo había conocido, estoy seguro. Sabía que ese ataúd escondía algún tipo de artimaña y decidió aprovecharlo en una pequeña ventaja. Pensaría que moriría antes o después, porque ya estaba en manos de Negan, y quiso que aquello fuese su decisión. Su última decisión.
Miro su tumba frente a mi, frente a todos nosotros, mientras escucho al padre Gabriel leer un pasaje de la Biblia que se supone que reconfortará los corazones de algunos de los presentes. Después de todo, yo hacía tiempo que había dejado de tener una buena relación con el altísimo. Lo único que me había demostrado este hasta ahora, era tener un extraño y retorcido sentido del humor.
Mis ojos vuelven a posarse en la tabla de madera que lleva su nombre inscrito y hace de lápida.
Ahora podía descansar.
Ahora podía abrazar a su hermano Tyresse.
Podía volver a ver a Bob.
Podía amar nuevamente a Abraham.
Sasha ya se había ganado un lugar ahí arriba, pero siempre tuvo un lugar en nuestros corazones.
Es en ellos donde vivirá a partir de hoy.
El padre Gabriel le cede la palabra a Rick, secundado por Maggie y el Rey Ezekiel, con un líder a cada lado.
El hombre nos observa a todos con aire solemne, enmudecido por la presencia de todas y cada una de las nuevas tumbas que acogían a los vecinos que habían dado su vida en nuestra primera batalla contra lo Salvadores.
La primera.
Solo de pensarlo me daba dolor de cabeza.
Porque si algo me había quedado claro hoy, era que acabábamos de iniciar un camino.
Uno largo y tedioso, que no tenía ni idea de cuando acabaría.
- Lo de hoy ha sido un paso. Un primer y gran paso. – murmura el hombre con las manos en sus caderas, respondiendo a mis cavilaciones mentales. – Alexandria... Hilltop... El Reino. Todos hemos perdido algo hoy, pero también lo hemos ganado. Y mucho. El camino que hemos emprendido no puede detenerse ahora. No podemos volver atrás. – dice, mirándonos a todos. – Pero no solo por nosotros, si no por todos y cada uno de ellos. – añade, posando sus ojos en las recientes tumbas. – Porque por ellos hemos luchado. Porque han dado sus vidas por las nuestras. Porque es nuestro deber cumplir con la promesa que les hicimos. Esto será por los que ya no están, y por los que vendrán. – afirma. – Pero no os equivoquéis... Este camino no ha empezado hoy. Esta lucha por vivir, se inició hace ya muchos años. Pero hoy sabemos con más seguridad que la vida es lo más valioso que tenemos. Y cómo queremos pasar lo que nos quede de ella.
Los vecinos de las tres comunidades asistentes a los funerales secundan las palabras del expolicía y asienten convencidos.
- Hemos luchado bien, y lucharemos aún mejor. Hasta el último aliento si es necesario. – afirma Maggie esta vez. – Ya no solo por los que acabamos de perder, si no por los que hemos perdido desde que nuestra anterior vida murió.
- Y lo haremos juntos. – sentencia el Rey Ezekiel con firmeza y orgullo. – Esa es nuestra verdad. Es el precio a pagar por nuestra libertad, y estamos más que dispuestos a pagar por él. Así lo hemos demostrado hoy. Le arrebataremos a Los Salvadores lo que por derecho es nuestro. Nuestra vida, y el honor a vivirla dignamente.
Alzo mi vista hasta la suya con grata sorpresa y una ladeada sonrisa tira de las comisuras de mis labios.
El Rey me devuelve la sonrisa y asiente agradecido.
Lo que por derecho es nuestro.
Eso me sonaba.
Miro a los tres líderes con un orgullo que no me cabe en el pecho, al igual que hace Daryl a mi lado.
Rick asiente con efusividad.
- Que nadie os haga creer lo contrario. – dice. – Lo de hoy es el claro ejemplo de que, unidos, nada ni nadie podrá con nosotros. No importa que los muertos se alcen, ni que cientos de enemigos intenten tumbarnos. Caeremos, y volveremos a levantarnos. Eso es la vida. Eso somos nosotros. Y no importa que tan mala o buena sea esa vida, lo que importa es que sea nuestra. Que nos pertenezca. Que seamos libres. – la gente vitorea sus palabras y aplaude su discurso. – Hoy, Los Salvadores han sido derrotados, y eso quiere decir que pueden volver a serlo. No importa si es hoy, o si es mañana... - murmura. Entonces sus ojos se posan en mi. – Pero nada ni nadie salvará a Los Salvadores.
Mi sonrisa se ensancha.
Asiento orgulloso.
Y Rick también.
- ¡Por un nuevo mundo! – exclama alzando el puño, victorioso.
Mi piel se eriza al escucharle.
Mis ojos se abren de par en par.
Y mi corazón late desbocado.
Carl pone una mano sobre mi hombro y ambos nos miramos momentáneamente.
- Eso ha sido obra tuya. – murmuro.
Él sonríe.
- De eso nada. – responde apretando con cariño la mano en mi hombro. – Es tu nuevo mundo.
Muerdo mis labios y le miro con todo el amor que soy capaz de contener en mi corazón.
- Nuestro. – sentencio con una gran sonrisa.
- ¡Por un nuevo mundo! – grita Maggie alzando su puño igual que Rick, y el Rey Ezekiel levantando su bastón, apoyado por el fiero rugido de Shiva a su lado.
Trago saliva y tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para no romper a llorar completamente emocionado.
- ¡Por un nuevo mundo! – brama el gentío que nos rodea, secundando a sus líderes, para después estallar en silbidos y aplausos.
No solo me aceptaban de nuevo.
Si no que habíamos conseguido unir a las tres comunidades y guiarlas en una misma dirección.
Esta guerra solo acababa de empezar.
Rick se aproxima a mi y coloca una mano en mi hombro.
- Por un nuevo mundo... - sentencia con una sonrisa que provoca la mía. -... Y por que Los Salvadores y Negan nunca lleguen a verlo. – añade palmeando mi espalda, antes de perderse entre el resto de vecinos, hablando personalmente con ellos.
Mi sonrisa se borra de un plumazo cuando me quedo a solas, pues Carl y Daryl siguen sus pasos.
Esto sentenciaba una única verdad.
Que Los Salvadores ya estaban muertos.
Que Negan ya estaba muerto.
Y eso, aunque intente negarlo, entristecía una parte de mi que me esforzaba en ocultar.
No.
No.
No.
Mis ojos se clavan en la tumba de Sasha.
No.
Esto era el inicio del fin en la historia de Los Salvadores.
De todo el mal que habían ido sembrando a su paso.
De todas las vidas segadas por ellos.
De cada golpe.
De cada maltrato.
De cada llanto de un ser querido.
Sí.
Esto tenía que ocurrir.
Tenía que pasar.
Iba a pasar.
Es el único camino.
La única verdad.
Los Salvadores deben morir.
Negan debe morir.
¿Negan debe morir?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro