Capítulo 31. Entre pólvora y monstruos.
Despego mis ojos del microscopio completamente asombrado.
- Entonces... ¿Ya está? – inquiero con un creciente y ligero temblor adueñándose de mis manos, volviendo mi vista al doctor a mi derecha.
Carson sonríe.
- Eso parece. – responde alzando las cejas, casi igual de incrédulo que yo.
Ambos reímos con nerviosismo.
- Mierda. – espeto llevándome las manos a la boca mientras me dejo caer en la silla tras de mi. – Oh, joder. – murmuro.
Mi respiración se vuelve irregular.
Un ligero calambre recorre mi columna.
Y mis manos empiezan a sudar.
Tenía frente a mi, a la salvación de la humanidad.
La cura.
La cura ya estaba hecha.
Aquello que parecía una mentira.
Una broma.
Una utopía.
Se había vuelto real, y estaba frente a mi en una pequeña placa de laboratorio.
Me levanto aún entre temblores y sujeto la bolsa del traslúcido y ligeramente espeso suero.
Por más que lo tocase.
Por más que este se encontrase delante de mis ojos.
En mis propias manos.
No parecía poder procesar la realidad del asunto.
Esto había salido de mi sangre.
Esto era parte de mi.
Era mi legado.
Era la confirmación de lo que Carl me dijo una vez en la prisión.
Era la personificación de los posibles planes de Eugene.
Era lo que podía devolvernos el mundo a nosotros y arrebatárselo a los muertos.
No más llantos por pérdidas innecesarias, no más sufrimiento, no más dolor.
Parpadeo intentando disipar las lágrimas que empezaban a llegar.
Una débil sonrisa asoma en la comisura de mis labios.
Había creído tanto en este proyecto.
Habíamos dado tanto.
Habíamos perdido tanto.
¿Cuántas vidas habría salvado?
¿Cuántos de los que perdimos en el camino aún seguirían aquí?
Compañeros.
Familia.
Bob podría estar aún con nosotros.
Tyresse podría haberse salvado.
Deanna seguiría viva.
Merle no sería solo un recuerdo.
Y de cuántos más me estaré olvidando.
Que doloroso suena ser consciente de que quizá has visto morir a tantos, que has perdido la cuenta.
Que doloroso suena, y que doloroso es.
Tantas y tantas vidas segadas por algo desconocido que asolaba completamente la Tierra sin explicación alguna.
Y aquello que podía detenerlo.
Aquello que podía evitarlo.
Estuvo en mi sangre todo este tiempo.
Para ahora estar en mis manos.
El sueño había dejado de ser totalmente onírico para convertirse en algo auténtico, puro y verdadero.
Esto marcaba un antes y un después en las vidas de todos, literalmente.
Pero sobre todo en la mía.
- Esto es una gran noticia, Áyax. – la voz de Carson llega a mis oídos. – Quién sabe cuántas vidas va a cambiar este hallazgo. Ya ha cambiado las nuestras. – añade. – Incluso, puede que, con algo de suerte, Negan te deje libre después de esto. – dice con esperanza hacia mi persona, validando los pensamientos que llevaban ya un tiempo rondando por mi cabeza.
Pensamientos que me atemorizaban.
Alzo mi mirada perdida.
Esto confirmaba una realidad.
Con la cura conseguida, Negan ya no me necesitaba.
Yo ya era completamente prescindible.
Y con la rapidez de un chasquido de dedos, la posible y pequeña alegría que había empezado a inundar mi cuerpo, acababa de desintegrarse, convirtiéndose en nada más que cenizas.
Y es que, parte de que yo siguiese aún con vida, se lo debía al valor que el hombre del bate le otorgaba a mi sangre, casi como si fuese oro líquido.
Esta, era la única y verdadera misión para la que yo había sido traído a este lugar.
El resto era un simple encaprichamiento de una persona que no siempre estaba en su sano juicio.
Y eso no me aseguraba nada, porque mi posición podía tambalearse de un segundo a otro.
Así que mi inmunidad, eso que para Negan era tan chulo y fascinante, era lo único que me mantenía a su lado.
Una vez eliminada esa tarea ¿Qué me quedaba por aportarle más que simple distracción?
Una pequeña parte de mi me avisaba ocasionalmente de que, para el hombre del bate, yo podía ser un juguete.
Un juguete del que, algún día, podía cansarse.
Así que, para sincerarnos del todo, tomando conocimiento de esas posibilidades, yo había estado retrasando a propósito este momento todo lo posible desde que se me concedió una posición privilegiada en El Santuario.
Porque algo de mi sabía, que cuando llegase este mismo día, algunas cosas podían cambiar.
Y, de hecho, como ha dicho Carson, ya habían cambiado.
En las últimas semanas, desde nuestra vuelta de Alexandria y en sus días posteriores, por alguna razón que no llego a comprender, Negan había tomado una considerable distancia hacia mi persona.
Iban a hacer dos semanas desde que no lo veía dirigirse a mi.
No sé qué coño había pasado.
No paraba de romperme la cabeza una y otra vez pensando en ese mismo hecho.
En qué podría haber cruzado su mente.
Distaba mucho del Negan que apoyó su mano en mi hombro en el camión durante el viaje de vuelta, cuando se compadeció de mi para mi sorpresa, al Negan que era ahora conmigo.
No había vuelto a cruzar palabra con él.
Sus órdenes llegaban a mi por boca de Dwight, incluso de Simon o cualquier otro de sus hombres.
Y eso me ponía increíblemente nervioso.
Me hacía sentir inseguro a cada día que pasaba.
Empezaba a incomodarme.
No sé si esto lo estaba haciendo para sacarme de mis casillas, esperando algún tipo de reacción por mi parte. Porque Negan no era idiota.
Lo conocía suficiente como para saber que él era consciente de que su cambio de comportamiento había conseguido perturbarme lo necesario como para mantenerme tenso y crispado, pues hasta la persona más ciega se daría cuenta de mi estado emocional y mental con el simple lenguaje de mi cuerpo. Casi de forma inconsciente, caminaba con la cabeza ligeramente agachada y los hombros caídos. El nudo de mi estómago se reflejaba en el constante sube y baja de mi garganta por el continuo paso de saliva. Mis nervios cada vez más crecientes por segundos, se habían instalado en el ocasional temblor de manos, aunque desde cierto momento en mi vida vino para quedarse en mi mano izquierda. Y que mi miedo y temor devoraban sin piedad cada parte de mi ser, era más que evidente en las frenéticas idas y venidas de mis pupilas de un lugar a otro.
Siempre buscando con la mirada las sombras que nunca conseguía ver.
Siempre guardando mis espaldas de las inexistentes figuras que me perseguían.
Siempre preparado para luchar contra lo intangible.
Siempre dispuesto a huir de lo ineludible.
Esa casi olvidada sensación de vivir constantemente alerta, pero sin ánimo o esperanza alguna.
Vagar temeroso.
Deambular perdido.
Vivir entre caminantes, una vez más.
Todo ello había vuelto con intención de quedarse.
Y eso no me gustaba nada.
Porque me obligaba a reconocer de nuevo un sencillo hecho.
Que estaba aterrado.
Y apostaba mi brazo mordido, a que Negan estaba más que encantado con ello.
Así que, o lo hacía expresamente para provocar en mi todos esos sentimientos y sensaciones, demostrándome una vez más indirecta o directamente que él estaba al mando, o simple y llanamente, porque verdaderamente estaba pasando algo más frente a mis ojos que no conseguía ver.
Lo último que me dijo unos días después tras volver de Alexandria, fue un simple y escueto "trabaja con Carson en lo que has de trabajar".
Y después me cerró la puerta de su estancia en mis narices.
Así que no era descabellado empezar a rumiar en la posibilidad de que, estando la cura completada, yo, para Negan, no era nada.
Sacudo la cabeza intentando alejar esa turba de pensamientos que nuevamente me había vuelto a abducir de la Tierra.
- Ya. – murmuro.
Carson carraspea, atrayendo mi mirada y mi atención.
- Bueno... Es solo una posibilidad. – dice intentando encauzar la conversación. – Tu trabajo aquí sigue siendo necesario.
Clavo mis ojos en los suyos.
Mentira.
Mi trabajo podía hacerlo cualquiera.
De hecho, antes de mi llegada, era Simon quien se encargaban de él.
Froto mis ojos con fuerza intentando así que desaparezcan todas esas inseguridades que últimamente nacían en mi por culpa de Negan.
No, Negan no podía deshacerse de mi así como así.
Era imposible que su trato especial y camaradería fueran fingidas.
No me lo creía.
Me había demostrado mi importancia y valía para él.
Pero últimamente parecía dispuesto a probar lo contrario.
La última y seria mirada que me dedicó al decirme sus últimas órdenes aún me perturba.
Algo escondía.
Algo pasaba.
Había una fiesta a la que yo no estaba siendo invitado.
Suspiro con hartazgo y me vuelvo hacia el doctor de El Santuario.
- Hay que probar esto para verificar que funciona. – digo desviando la conversación. – Y después de que sea así, multiplicarlo por decenas. Tal vez cientos.
El hombre asiente.
- Avisaré a Negan... - dice poniéndose en pie.
- No. – respondo abruptamente, cortándole el paso puesto que se disponía a salir de la enfermería.
Le veo fruncir el ceño extrañado.
- ¿Qué ocurre?
- Yo me encargo. – digo de la misma manera que le he interrumpido. – Iré a informarle de todo el avance y le plantearé algunas ideas para probar el suero. Te mantendré informado. – miento descaradamente.
Carson me devuelve la mirada.
- Vale. – responde.
No me cree.
Y sé que sabe que miento.
Pero no me importa.
Seguir retrasando lo inevitable, era mi única oportunidad.
De todas formas, la cura estaba hecha, aunque en fase experimental, necesitaba esperar un poco más.
Necesitaba ganar tiempo.
Pues esa era mi última carta con la que jugar, y no pensaba perder todo lo que había apostado por ello.
Que Negan prescindiera de mi después de ser conocedor del suero, era solo una idea entre cientos de posibilidades.
Pero estaba ahí.
El porcentaje, por pequeño que fuera, existía.
Y si tenía ventaja, pensaba aprovecharla.
Era mi última jugada, y no pensaba usarla hasta reanudar mi plan.
Ese que había quedado estancado hacía unas semanas porque Negan había decidido tratarme como un soldado raso más en cuestión de días.
Era como sentir cada paso que retrocedía cada minuto que pasaba, sin que yo pudiera hacer nada.
Pero mi plan seguía ahí.
Si Rick se alzaba, debía encontrarse sin tener enemigo al que destruir.
Y sé que podía conseguirlo, porque había visto como algunas de mis ideas y pensamientos habían empezado a calar en el hombre del bate.
Puede que esa también sea una de las razones por las que había decidido alejarse, porque empezaba a bajar la guardia demasiado conmigo y necesitaba mantener sus ideas claras.
Era una posibilidad con sentido.
Pero aún así, mi mensaje rondaba por su mente, estaba completamente seguro.
Nadie en Alexandria era un peligro, no tendríamos que terminar en una guerra, y la potencial opción de terminar uniendo fuerzas existía.
Nada podría hacerle pensar diferente.
Nada.
Pero una fuerte ráfaga de disparos provenientes del exterior de El Santuario se ríe de mi diciendo lo contrario.
Abro los ojos de par en par.
Miro a Carson y este me mira a mi.
Y antes de que diga nada, salgo corriendo a toda prisa por los eternos pasillos que componen este inmenso lugar.
Con el corazón en un puño y subiendo las escaleras a zancadas, me llevo el walkie a la boca.
- ¿¡Qué cojones pasa!? – exclamo tras pulsar el botón.
- ¡No lo sé! ¡Todavía estoy de camino! – la voz de Arat es la única respuesta que se oye por la línea.
Gruño y coloco de nuevo el aparato en mi cinturón para después apretar el paso.
Pero la sangre en mis venas se congela cuando azoto la puerta que da a las escaleras de emergencia donde solía reunirme con las chicas.
Parpadeo un par de veces para que la imagen frente a mi no se vuelva difusa.
Y casi por instinto, aferro mis manos a la barandilla para mantener mis temblorosas piernas en pie cuando veo un hombre inerte en el suelo bajo un creciente charco de su propia sangre.
- ¿¡Qué coño crees que estás haciendo!? – grito en un rugido con los ojos completamente desorbitados.
Y Carl Grimes, subido en la parte trasera de uno de los recién llegados camiones, sujetando con firmeza el fusil entre sus manos, clava su mirada en la mía, y brama una única frase con fiereza.
- ¡Solo quiero a Negan!
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El suave traqueteo que mece el camión de Los Salvadores se convierte en agradable a medida que el vehículo toma velocidad.
Pero un débil golpe, seguido del ruido que provocan las tiras de plástico que emulan la cortina que hace de puerta, hace que me tense en mi escondite, irguiéndome tras las cajas que me ocultan.
Entrecierro mi único ojo para observar con disimulo al intruso.
Alzo mi ceja visible.
Le veo clavar su mirada con sorpresa en mi.
Jesús sonríe frunciendo el ceño.
Desde luego, verme a mi era lo último que esperaba probablemente.
De todas las personas que habitaban Hilltop, el destino había decidido emparejarme con la única que había puesto los ojos con curiosidad en mi chico.
El ambiente se tensa de forma sarcástica.
Él sonríe de nuevo.
- ¿Qué haces aquí? – inquiere lo suficientemente bajo como para que los Salvadores de la cabina sigan ajenos a los polizones de su camión.
- Lo mismo digo. – respondo.
Una vez más, silencio.
Vuelve a sonreír.
Y alza las manos.
- Está claro que tú y yo no empezamos con muy buen pie. – dice. – Permíteme comenzar de nuevo.
Jesús se pone en pie para después sentarse en una de las cajas, y con su mano derecha, señala la caja frente a él antes de hablar.
- Soy Paul Rovia, pero mis amigos me llaman Jesús.
Un pequeño bufido que sustituye a una cínica risa escapa por mi nariz.
Me levanto para después sentarme frente a él.
- Soy Carl Grimes. – respondo siguiendo su juego, mientras estrecho con ligera fuerza la mano que él me tiende.
- Buen apretón de manos. – matiza. – El hijo de Rick ¿Verdad?
Asiento.
- El mismo.
El hombre de gabardina negra parece un tanto más satisfecho al ver que la rigidez en mis hombros ha disminuido.
- Bien, Carl Grimes... - dice poniendo sus manos sobre sus muslos. – Sé que tu desconfianza hacia mi es infundada por algunas malentendidas palabras.
Sonrío.
- Y miradas. – añado.
Jesús agacha la cabeza mientras niega con ella y ríe.
- Nada más lejos de la realidad, Carl. – habla al fin dejando a un lado el juego que él había empezado. – No quiero que tengas una impresión de mi que no es.
Sus palabras me atrapan con algo de sorpresa, aunque eran esperadas.
- Lo dije una vez. – sigue diciendo. – No voy a negar que Áyax me parece un chico atractivo. Tiene un sentido del humor peculiar, es inteligente, divertido...
- Estamos de acuerdo.
Su constante sonrisa aparece otra vez.
- Pero... - se apresura a aclarar. – No quita que siga siendo un niño. Y tu pareja.
- Buen punto. – contesto con algo de humor. – Pero ya no somos niños, ya no.
Jesús asiente ante ese hecho, aceptando la realidad que el fin del mundo siempre nos recordaba.
Puede que hubiera mantenido la guardia demasiada alta con un hombre como él. Al fin y al cabo, no parecía alguien a quien temer. Si no más bien alguien con quien te podías aliar.
- Ahora que ese hecho entre ambos ha quedado aclarado, me gustaría saber qué haces aquí.
Su tono se vuelve algo más serio al decir esas palabras, puede que incluso con ligera preocupación.
- Comprobar algo por mi mismo.
Su ceño se frunce de nuevo en señal de incomprensión.
- Eres parco en palabras ¿Eh? – habla tras unos segundos.
Esta vez sonrío con sinceridad.
- Eso dicen. – respondo manteniendo su mirada.
- ¿Y ese algo tiene que ver con que Áyax esté en El Santuario?
Le miro con algo de desconfianza cuando revela ser conocedor de esos hechos.
- Las noticias como esa vuelan. – dice como única respuesta.
Suspiro cuando la realidad me golpea de nuevo.
- Tiene algo que ver, así es. – confieso desviando mi mirada, colocando los antebrazos en mis rodillas.
Aunque no era del todo cierto.
No me había embarcado de expedición a El Santuario únicamente porque Áyax estuviera allí o con intención de rescatarle de aquel lugar.
Pero sí que tenía que ver con él.
Con él, y con su nueva forma de pensar.
- Es un viaje peligroso. – recuerda Jesús, como si eso se me hubiera pasado por alto.
- Lo sé.
- ¿Y tu padre sabe de esta aventura?
- No. – sentencio. – Y así debe de seguir.
Jesús alza las cejas y suspira mientras me observa como si yo estuviera loco.
- No sé si eres consciente de la magnitud del asunto en el que te estás metiendo.
- Lo soy. – respondo. – Y soy aún más consciente de que no quiero participar en la sumisión de mi padre. Eso acabará pronto, te lo aseguro. Pero antes he de comprobar por mi mismo algunas cosas para valorar la situación.
El hombre me observa intentando descifrarme.
- ¿Qué es eso que tanto quieres comprobar? – dice finalmente cuando no logra entender lo que ronda por mi mente.
Suspiro y asiento un par de veces para mi mismo cuando comprendo que, ahora que me permitía reconocer que él es de fiar, puedo explicarle un poco más.
- Negan vino hace unas semanas para quitarnos parte de nuestras cosas.
La seriedad en su rostro no tarda en aparecer.
- Y Áyax apareció con él. – añado para su sorpresa. – Todo en su cabeza parecía diferente.
- ¿Cómo si Negan le hubiera lavado el cerebro?
- Sí y no. – respondo con franqueza, para más confusión. – No creo que todo el cambio en Áyax sea única y enteramente obra de Negan. Estoy seguro.
- No subestimes a ese tío, es capaz de muchas cosas. – matiza.
- Y no lo hago. – digo. – Vi de lo que es capaz.
Y ante eso, Jesús traga saliva.
- Siento que tuvieras que verlo.
- Yo no.
Sus ojos se clavan en mi pupila.
- ¿No sientes haberlo visto?
- No. – sentencio con crudeza. – Miré.
Me observa completamente inexpresivo.
- Las dos veces... No aparté la vista. – sigo diciendo bajo su atenta mirada.
- ¿Por qué? – pregunta con verdadera curiosidad.
- Porque cuando pasó... Sabía que debía recordarlo. – contesto sin apartar mi ojo de él, con más contundencia de la que el hombre frente a mi parece soportar. – Para que, llegado el momento, no tuviera dudas.
Trago saliva y dejo que el aire salga de mis pulmones antes de seguir hablando, tras desviar mi vista.
- Pero ahora las tengo.
Es entonces cuando me mira más perdido todavía.
- Áyax cree que Negan y sus Salvadores no son el enemigo. Como si debiéramos perdonarles y seguir con nuestras vidas, aceptándoles como una comunidad más. Como si él no hubiera visto lo mismo que yo.
- Como si viera más allá. – completa Jesús.
- Exacto. – secundo. – Y Áyax no cree ni defiende cualquier cosa, así que debe haber alguna explicación. – añado convencido. - Es por eso que necesito hacer esto y aclarar las dudas. – continúo diciendo. – Para saber si he de disiparlas, o hacerles caso. – sonrío volviendo mi mirada a la suya. - ¿Lo entiendes ahora?
El hombre frente a mi hace una mueca.
- Lo único que entiendo es que esto es un suicidio.
- Lo sea o no, es mi decisión llevarlo a cabo.
Le veo tragar saliva, como si observara mi camino hacia el matadero.
- Qué haces tú aquí. – digo cambiando de tema, dejando en claro que no me va a hacer cambiar de parecer.
Él acepta mi cambio con un suspiro y se pone en pie para después rebuscar en una de las cajas. Toma un bote de sirope entre sus manos, y asomando el brazo entre las cortinas, empieza a vaciar su contenido en el asfalto de la carretera.
- Marco el camino.
Y con esa respuesta, comprendo que intenta averiguar cuál es el recorrido desde Hilltop hacia el hogar de Los Salvadores.
Le oigo resoplar mientras me da la espalda.
- Oye, sé que él es importante para ti. – dice refiriéndose al chico que, de alguna forma extraña, nos une. – Pero no le hagas esto a tu familia. Tampoco sabes si tu aparición puede traer consecuencias, tanto a ellos como a él.
Y lo cierto es que no, no lo sabía.
Y tampoco me lo había planteado.
Pero mi plan había empezado su marcha y no pensaba detenerlo ahora.
No había caminado desde Alexandria hasta Hilltop, para dejarlo aquí.
- No puedo intentar detenerte. – reconoce mirándome fijamente. – Pero tu no puedes impedirme que se lo haga saber a tu padre.
Es ahí cuando mi cuerpo empieza a volverse rígido.
- Creía que podía confiar en ti. – digo tensando la mandíbula.
Jesús suspira.
- Y puedes. – responde. – Esto lo hago para mantenerte a salvo, Carl. Evitemos un mal mayor ahora que estamos a tiempo.
Tenso la mandíbula.
Y sus sinceras palabras me hacen ceder ante él.
O más bien, fingir que así es.
Le miro.
- Te ayudaré a volver. – dice. – Ya estamos cerca.
Con un fingido suspiro, asiento y me pongo en pie.
Cuando llego a su altura, Jesús vuelve a hablar.
- No es el salto lo que hace daño. – dice con algo de humor. – Es el aterrizaje. Debemos tirarnos y rodar. No vamos muy deprisa. No nos verían, nos meteremos tras algún otro coche.
- Si no lo consigo y nos cogen... - titubeo con falso temer.
Me sorprende que el hombre se crea mi farsa.
- Todo irá bien. – me interrumpe restándole importancia. – Pero hay que hacerlo ya.
- Vale. – murmuro. – Tú primero.
Jesús me mira y asiente, completamente ajeno a mi más que tomada decisión.
Y entonces salta.
Le veo rodar por el asfalto en una estudiada pirueta, para después esconderse tras unos escombros.
Y es cuando me observa expectante, esperando un salto por mi parte que nunca va a llegar, que aparto un poco más la cortina y le saludo con la mano.
Veo en la distancia como el hombre hace un gesto de negación con la cabeza, pero con una inevitable sonrisa en sus labios.
Asiente con algo de resignación.
Y es que yo no podía evitarle a Paul Rovia que informase a mi padre y mi familia de mis planes, pero Paul Rovia no podía impedir que yo cumpliera los míos.
En el fondo, la confianza que había ganado en él me decía, que no les diría nada.
Y es su último saludo de despedida, seguido de una sonrisa, el que así me lo confirma.
El camión llega a El Santuario en cuestión de minutos desde ese momento.
Ataviado con uno de los fusiles que he encontrado en el interior del vehículo, y escondiéndome en mi anterior lugar mientras el camión empieza a detenerse, la voz de Negan llega a mis oídos.
Por lo que decido prepararme cuando un escalofrío me recorre.
Y como sé que diría Áyax en estas situaciones: Que empiece el espectáculo.
Uno de sus hombres sube y se hace con una de las cajas, que pronto se desmorona, rompiendo todas las botellas de alcohol que contenía en su interior.
Y me lo tomo como una señal para abrir fuego.
Llevándome a ese secuaz por delante, salgo con fiereza de mi escondite hasta posicionarme al principio de la parte trasera del vehículo, y toda la rabia que había estado conteniendo, completamente impropia de mi, sale de mi boca en forma de palabras.
- ¡Atrás! ¡Soltad las armas! – bramo apuntando a todos ellos, quienes me observan incrédulos y quietos como estatuas. – ¡Solo quiero a Negan! – exclamo mientras bajo un pie a la pequeña plataforma que el camión tiene en la parte trasera. – Él mató a mis amigos. – siseo. – Y retiene aquí a mi novio. – sentencio en un gruñido.
Y, sin esperarlo en absoluto, es justamente él quien aparece exaltado tras la gruesa puerta de emergencias, al final de la metálica escalera.
- ¿¡Qué coño crees que estás haciendo!? – ruje en un único grito, totalmente estático, aferrado a la barandilla frente a él como si le fuera la vida en ello, y mirándome como si la mía se escapase ante sus ojos.
Mis pensamientos se pierden unos segundos cuando mi vista se conecta a la suya, haciendo que mi corazón lata con fuerza.
Y tras tragar saliva para recobrar mi entereza, gesto que él no parece notar, exclamo parte de mi verdad.
- ¡Solo quiero a Negan!
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No puedo despegar las pupilas de Carl.
Simplemente, no puedo hacerlo.
Pero una capa de frío sudor me recorre cuando el silbido clásico de Los Salvadores empieza a sonar en el patio.
Sin saber cómo, dirijo la vista al dueño de la melodía que está siendo entonada.
Y trago saliva cuando me doy cuenta de que se trata de Negan.
No voy a mentir, el miedo me paraliza en ese mismo instante.
Vuelvo mis ojos de nuevo a Carl de forma casi automática.
- ¡Qué sorpresa! – exclama el hombre de forma sincera mientras es encañonado por el hijo de Rick. – Eres... adorable. – dice tras escudarse en uno de sus hombres. - ¿Cogiste esa arma porque mola mucho? – pregunta de una forma casi infantil, como si el chico que sujeta un fusil frente a él tuviera solo cinco años. – Seguro que sí ¿Verdad? Sí... - sigue diciendo. – Tengo que admitir que me has acojonado, chaval.
Y esa afirmación me provoca escalofríos.
Los cuales aumentan en el momento en el que el hombre sujetado por Negan intenta abalanzarse sobre Carl, y este responde abriendo fuego.
Mi respiración se detiene a medida que el cuerpo inerte del secuaz cae al suelo, y creo sostener el corazón en puño en el instante en el que Dwight arremete contra Carl en un descuido del chico.
- ¡NO! – exclamo casi de forma inconsciente.
Y los ojos de Negan se clavan en mi.
Por primera vez en semanas.
Es más que suficiente como para que detenga el paso que ni siquiera me había atrevido a dar.
- Dwight... Aparta. – dice, consiguiendo que el rubio así lo haga, mientras desarma a Carl, quien está tirado en el suelo.
No soy capaz de reaccionar de ninguna forma.
Y eso me hace ser consciente de lo minúsculo que soy ahora mismo frente a esta situación, y el poder que Negan, con su indiferencia en estas últimas semanas, había ejercido en mi.
- No es forma de tratar a nuestro huésped. – sentencia con una brillante sonrisa, extendiendo su mano enfundada en un guante, hacia el chico en el suelo.
Juraría que mi corazón se detiene por milésimas de segundo.
El cuerpo de Carl parece no querer responder a las órdenes del hombre de pie junto a él.
No es consciente de la escena de superioridad que se dibuja ante mis ojos.
- Vamos chico, te enseñaré todo esto. – dice. – Tienes la misma mirada de desprecio que tu padre, solo que es la mitad de dura porque... Ya sabes, te falta un ojo.
Mis manos se aferran con fuerza y rabia a la barandilla.
- ¿En serio? ¿De verdad no vas a coger mi mano? Tienes suerte de tener todavía esa mano ¿Verdad? – inquiere con sorna para después mirarme.
Desvío la mirada, parpadeando un par de veces, deseando que así se vayan las lágrimas que quieren aparecer ante ese ingrato recuerdo.
La risa de Negan no se hace esperar.
Ahí estaba de nuevo el Negan que era conmigo frente a los míos.
Pero esta vez había algo más peligroso en su mirada hacia mi persona.
No había algo, más bien.
Un ápice del aprecio que tiempo atrás pareció mostrarme.
Exhalo el aire que inhalo de forma temblorosa.
Pero es cuando Carl decide replantearse su situación.
Es exactamente cuando acepta su mano.
Esa que Negan le tiende, que mi mundo entero se cae a pedazos.
Todo se desmorona frente al más bizarro y premonitorio simbolismo de ese odioso gesto.
De Negan extendiendo su mano con camaradería e intención de ayudarle.
De Carl aceptando, sin más posibilidad alguna que esa.
No me gusta.
Esto no me gusta en absoluto.
Porque significaba que Carl acababa de aceptar meterse en la boca del lobo.
- Qué hará conmigo. – escucho a este decir con algo de resignación mientras el resto de Salvadores se dispersan acatando las órdenes que Negan había dictado.
El hombre se vuelve hacia él con algo de ofensa.
- Para empezar... No vayas a cargarte la imagen que has dado. Eres un tipo duro, no te asusta nada. No te asustes. Eso me decepciona. – dice con autoridad.
Y entonces clava de nuevo sus ojos en mi, pero le habla a Carl.
- No me decepciones tú también. – sisea antes de devolver la vista al hijo del expolicía a su lado.
Me quedo helado en mi sitio.
Tartamudeo una frase incoherente en mi cabeza cuando quiero intentar comprender a qué ha venido eso.
Mis ojos pasean de un lado a otro con nerviosismo y mi respiración se acelera.
¿Qué quiere decir con eso?
¿Está decepcionado conmigo?
¿En qué le he decepcionado?
¿Qué coño está pasando?
Siento como mi mente intenta terminar un puzle del que no tiene todas las piezas, para poder arrojarle algo de luz al asunto.
Pero solo veía oscuridad.
Y eso me aterraba aún más.
Carl me mira frunciendo el ceño y yo le devuelvo el gesto en señal de la más absoluta incomprensión.
No tenía ni idea de qué acababa de pasar.
No sabía a qué se estaba refiriendo Negan.
Pero lo que menos sabía, era por qué me afectaba tanto que el hombre pudiera estar decepcionado con mi persona.
- Y para seguir... - dice, ganándose de nuevo mi atención. - ¿De verdad quieres que estropee la sorpresa? – puedo imaginarme la cínica sonrisa que está poniendo aún estando de espaldas a mi. – Qué te den, chico. En serio... - murmura entre risas. – Que. Te. Den. – pero entonces sus ojos vuelan con humor entre Carl y yo. – Eso mejor lo dejo para ti ¿No?
No soy capaz de responder.
La primera vez que se dirigía hacia mi en semanas, era para hacer una broma más acerca de mi orientación sexual.
- Aunque no sé bien como funciona la cosa entre vosotros ¡Y no quiero saberlo! – añade señalándonos para después echarse a reír.
Ni siquiera tengo fuerzas para poner los ojos en blanco.
Veo al hijo de Rick suspirar y asesinarle con la mirada.
Pero no es su estúpido humor lo que hace que mi piel se erice.
No es solo el hecho de que Carl se haya arriesgado a venir a El Santuario y conseguir infiltrarse en él.
Ni siquiera es tampoco el que se haya cargado a dos Salvadores.
No, no es nada de eso.
Es ver como Negan coloca su mano en el hombro de Carl en un gesto absolutamente paternofilial y empieza a guiarle con suavidad hacia las escaleras donde me encuentro, para después subirlas.
Paternalismo.
Camaradería.
Gestos fraternales.
Ahí estaba.
Estaba siguiendo los mismos patrones que siguió conmigo.
El mismo modus operandi.
Pero esta vez, con Carl.
Cómo he podido ser tan gilipollas.
- No te quedes atrás. – dice con un semblante serio desde la puerta, apoyado en el mango de esta.
Asiento de forma automática, con la vista perdida.
El hombre se pierde en el interior de El Santuario.
Y una liberada lágrima rueda por mi mejilla cuando lo comprendo todo.
Cuando los pensamientos que habían vuelto a proliferar con mi conversación con Carson se vuelven reales.
Se confirman.
Yo ni era, ni soy, ni había sido, especial para Negan.
Ahora, el nuevo juguete era Carl Grimes.
Y esa idea... No podía aterrarme más.
Cierro la puerta metálica tras de mi con más fuerza de la que debería, generando que el eco del portazo reverbere por toda la sala central.
Ganándome una desaprobatoria mirada por parte del hombre del bate.
- Fíjate en esto. – dice cerca del oído de Carl, quien me dedica una fugaz mirada tras ver como Negan se aproxima a la barandilla frente a él.
Camino con lentitud hasta ponerme a la altura del chico.
Todos los que se encuentran en ese instante en la sala común, hincan una rodilla en el suelo en el momento en el que ven a Negan frente a ellos.
- Los Salvadores han salido al mundo, peleado con los muertos y han vuelto con un montón de cosas estupendas. – empieza a decir con su habitual tono del personaje que él mismo ha creado y ahora encarnaba. – Algunas de esas cosas pueden ser vuestras si os esforzáis y cumplís nuestras reglas. – añade tras echarle un vistazo a mi novio a su lado. – Y hoy... ¡Todos tendréis verdura fresca en la cena, y sin pagar puntos!
La gente suspira aliviada y algunos de ellos estallan en aplausos.
Negan se vuelve sobre sí mismo, apoyando su espalda en la barandilla, desprendiendo superioridad por cada poro.
- ¿Te das cuenta? – le dice – Respeto. – responde él mismo. – Es guay ¿Eh? ¿Siguen de rodillas? – añade antes de girarse hacia los suyos y exclamar "¡Descansen!"
Mis pensamientos se paralizan en ese punto.
En ese en el que me separo a mi mismo, del resto de Salvadores.
Esto ya lo había vivido antes.
Negan palmea el hombro del chico y le mira con una ladeada sonrisa.
Observo a Carl, quien sigue en su hierática posición.
Sé que le impacta la escena frente a él, pero más que impactarle, parece que le atrapa durante unos segundos.
En estos momentos, no sé qué es lo que pasa por su cabeza. Tan solo consigo desviar la vista, ligeramente atemorizado, cuando Negan le mira como hace un tiempo me miró a mi mientras asesinaba a Terry con brutalidad.
Y no sé cómo eso me hace sentir.
Para quien pueda pensarlo, os aseguro que no son celos.
En absoluto.
Jamás podría sentir celos porque Carl me arrebatase algo que, de cierta y retorcida forma, es mío. Porque yo siempre he sabido que él era infinitamente mejor que yo en todos los aspectos, así que sabía de sobra que cualquier cosa que yo hiciera, él la haría mejor.
Y todo lo que es mío, siempre fue suyo.
Pero no, esto no trataba de eso.
Esto no era una competición.
Esto, era verme a mi mismo en una operación contrarreloj.
Pensando las mil y una formas en las que podía y debía alejar a Carl de este lugar.
Porque mi mayor miedo, se estaba cumpliendo.
Aquello que me prometí que nunca ocurriría, estaba pasando.
Había fallado, o al menos así lo sentía.
Que Negan mirase a Carl como su nuevo proyecto, me confirmaba lo que el hombre una vez me avisó.
Y eso no podía pasar.
Esa, pasaba a ser mi misión principal.
Que Carl saliera de aquí con vida.
Porque si Rick nunca me perdonaría lo que hice en Alexandria, y merecido lo tenía, esto era un agravante más.
Decido salir del bucle de pensamientos cuando sigo los pasos de Carl, quien sigue a Negan.
La perturbación que estos dejan en mi se esfuma cuando siento las yemas de los dedos de mi chico a mi lado.
Giro bruscamente mi cabeza en su dirección.
Carl entrelaza su mano derecha con mi izquierda y me da un suave apretón para después guiñarme su único ojo.
Su sonrisa se ensancha y lleva el dedo índice de su mano izquierda a sus labios, indicándome que guarde silencio.
Le miro sin comprender, pero un tanto alterado al sentir su contacto después de tanto tiempo.
Él deshace su propio agarre y acelera el paso para ponerse de nuevo cerca de Negan, quien ya casi detenía su camino tras llegar a la habitación donde tiene a todo su harén de mujeres.
Y veo como el rostro de Carl muta de nuevo a la neutralidad que estaba mostrando hasta ahora, pero ligeramente impactado.
Emoción que, ahora comprendía que era fingida.
Empiezo a volverme loco.
Negan está fingiendo.
Carl está fingiendo.
Y el único que parece absorbido por un torbellino emocional, era yo.
La vida en sí parecía ser una absurda pantomima en la que todos tenían estudiados perfectamente sus guiones, mientras que yo me dedicaba a improvisar sobre el escenario.
- Señoras... - dice el hombre como saludo a medida que nuestros pies se detienen cuando llegamos a la puerta.
El hijo de Rick observa con ligera impresión el lugar atestado de mujeres elegantes para después dedicarme una mirada de absoluta incomprensión.
- Al chaval ni caso. – añade, ignorando por completo mi presencia, una vez más. Sus ojos vuelven a Carl. – Una verdadera lástima que no sepas apreciar toda esta belleza.
- Sé apreciarla. – gruñe el chico en respuesta. Negan alza las cejas. – Pero no es esa la belleza que me interesa.
Oprimo una sonrisa mordiendo mis labios.
El hombre del bate simula una arcada y añade un movimiento de desdén con su mano derecha, restándole importancia.
- ¿Puedo hablar un momento contigo, querida esposa? – inquiere señalando a Sherry.
La mencionada posa sus ojos en mi durante unos segundos y luego observa a su marido, para después ponerse en pie y seguirle hasta un lugar alejado de la sala donde se encuentra una barra de bar.
Me acerco un paso a Carl y escudriño con la mirada la conversación en la que Negan y Sherry parecen enfrascarse.
En cierto modo, ella era la única de sus mujeres que a veces le plantaba cara.
- ¿Todo bien? – murmuro hacia Amber, la joven rubia que seca con disimulo sus abundantes lágrimas. El chico a mi lado me observa con algo de extrañeza cuando percibe que me desenvuelvo como si esta fuera también mi casa.
Hecho que ahora empezaba a erizar mi piel.
Amber asiente.
- ¿Otra vez con Mark?
Y más lágrimas ruedan por sus mejillas.
Suspiro.
No había logrado conocer del todo a algunas de las mujeres de Negan, pues aún se rehusaban a tratarme como a un igual en vez de como a un superior. De hecho, solo Sherry me miraba a la cara cuando hablábamos. Pero Amber era una de las que empezaba a soltarse un poco más con el tiempo, lo suficiente como para poder hablarme sin que le temblase la voz.
Mark era el novio de la chica.
O más bien lo fue hasta que la vida les puso El Santuario de por miedo.
Carraspeo y me remuevo en mi sitio cuando una ligera incomodidad me recorre de pies a cabeza.
Este lugar empezaba a repelerme.
Empezaba a sentir que no encajaba.
Como si la llegada de Carl me empujase a salir de aquí.
Como si su presencia me recordase que este no es mi sitio.
Pero ya no tenía ningún lugar a donde ir.
Sacudo la cabeza bajo la extrañada mirada de Carl, que no es idiota, y nota que algo me sucede.
- Sabes que eso trae consecuencias. – digo intentando recomponerme.
Ella vuelve a asentir.
- ¿Por qué lo has hecho entonces? – pregunto en un suspiro mientras pinzo el puente de mi nariz.
Los ojos acuosos de Amber se clavan en los míos cuando alzo la vista.
- ¿No lo harías tú en mi lugar?
Trago saliva.
Y miro a Carl.
Este parece empezar a comprender el rumbo de la conversación.
- Sí. – sentencio casi sin pensar. – Una y mil veces más.
El chico sonríe ante esa versión de nuestra frase.
Esa que tantas veces nos habíamos dedicado.
Me siento al lado de la chica, dejándome caer en el mullido sillón, como si mi cuerpo pesase toneladas.
Cuando Carl ve que me relajo, casi por instinto, él también lo hace en su misma posición.
Paso un mechón de pelo tras la oreja de la chica y deposito un suave beso sobre su cabeza.
El chico en pie me mira con algo de grata sorpresa y curiosidad.
Pues él era ajeno a todas mis relaciones personales aquí dentro.
- Todo irá bien. – susurro pasando mi brazo por su hombro y frotando el suyo, lo que hace que la chica suelte el aire que contiene, agradecida.
No sé si mi fingida sonrisa le reconforta, pero al menos sirve para que no se dé cuenta de que le estoy mintiendo.
Pero qué otra cosa podría hacer.
El cuerpo de la chica se vuelve rígido en mi agarre en cuanto ve que Negan se aproxima a nosotros.
Con algo de superioridad, hace que Carl le sujete el botellín de cerveza, y yo tenso la mandíbula.
Sus ojos se posan en mi, y con un seco movimiento de cabeza, me indica que me levante y me largue de aquí.
Me pongo en pie y con algo de parsimonia y hartazgo, me coloco de nuevo junto a mi chico.
Mi sangre se hiela una vez más ante la oscura mirada que Negan me dedica, reprochándome mi comportamiento.
Comportamiento que él comenzaba a generarme, por otra parte.
Pero no sé si por miedo, por terror, por pavor, o puede que, por las tres, termino metiendo las manos en los bolsillos de mis vaqueros negros y agachando inconscientemente la cabeza.
Una sonrisa de suficiencia por su parte no se hace de esperar.
Mierda.
El hombre del bate se sienta ante la joven rubia.
- Amber... Nena... - empieza a decir con algo de decepción. - Tú sabes que no quiero aquí a nadie que no desee estar ¿Verdad? – inquiere. La chica asiente, temerosa. – Así que sí quieres irte y volver con Mark, pues hazlo. ¿Pero qué no puedes hacer?
- Engañarte.
- Exactamente eso. – dice casi sin dejar que Amber termine de pronunciar la palabra. – No puedes... Engañarme. – sisea.
El tono de su voz pone mi vello de punta.
Y mis manos vuelven a temblar, casi como si fuera a mi a quien regañase.
Veo como Carl observa la escena de forma impasible, sin que le afecte lo más mínimo.
- Hay muchas chicas que querrían ocupar tu puesto, y hay unos cuántos trabajos en los que hay vacantes. – sigue diciendo. - ¿Quieres volver con Mark y tu madre? Entonces os daré el mismo trabajo.
- No... No... - suplica la chica.
Cierro los puños de manera involuntaria ante la impotencia.
Me sentía un completo hipócrita.
Yo mismo había dejado sin trabajar a Thomas hace un tiempo solo por ganarme más respeto y más poder.
Inhalo y exhalo un par de veces cuando las náuseas me golpean la garganta.
Siento como la mano izquierda de Carl se posa en mi espalda, de la misma forma que yo había hecho con Amber.
De nuevo, el chico no era idiota.
Y mi extraño estado era cada vez más difícil de disimular.
- Me quedaré... Yo... Lo siento. – tartamudea la chica entre lágrimas.
Negan coloca su mano enfundada en el guante negro en su barbilla, para alzarla.
- ¿Sabes lo que significa eso? – pregunta con su espeluznante tono de voz ronca. – Tú sabes lo que significa ¿Verdad?
- Yo... Sí. – Amber se rompe en ese instante. Puedo verlo. – Te quiero, Negan.
Suficiente.
Me doy media vuelta con disimulo y salgo de la estancia entre temblores, inhalando más aire del que cabe en mis pulmones.
Carl intenta venir tras de mi.
- Quieto. – gruñe Negan mientras se pone en pie.
Siento sus ojos clavarse en mi nuca.
- Vuelve a entrar. – dice esta vez dirigiéndose a mi.
Cojo aire profundamente antes de girar sobre mis talones.
Su fiera sonrisa me recibe como si me estuviera esperando.
- Hoy estás especialmente callado. – señala con sorna.
- No tengo nada que decir. – respondo con firmeza mirándole fijamente a los ojos, por primera vez en mucho tiempo.
Negan arquea las cejas.
Y yo trago saliva.
- Ordénale a Dwight que encienda la caldera. – sentencia con felicidad, ignorando completamente mi condescendiente respuesta.
Mi cuerpo se estremece ante lo que eso significa.
Los ojos de Amber casi se salen de las cuencas.
Y sin fuerza ni valor para hacer tan siquiera algo más, asiento antes de salir de la habitación, dándole un último vistazo a Carl.
El temblor vuelve a apoderarse de mi cuerpo al salir de ese ambiente tan asfixiante.
Intento avisar a Dwight a través del walkie con una entereza que no tengo ni lograré tener por el momento.
Negan sale de la estancia con Carl tras sus pasos, y de nuevo, como si estuviera empeñado en que yo viera absolutamente todo en una estudiada tortura hacia mi persona, con un leve gesto de cabeza, me indica que les siga.
Y con un suspiro que brota de mis labios con el más puro cansancio, empiezo a seguir a Negan.
Como un estúpido y fiel perro sigue a su amo.
El hombre del bate abre la puerta de su estancia privada y se aparta para dejarnos pasar.
Lo cierto es que pocas veces había estado aquí, de hecho, apenas recordaba el lugar. Así que, al igual que Carl hace, lo observo como si fuera la primera vez.
El hijo del expolicía observa a Negan.
- ¿De verdad todas esas mujeres son...?
- ¿Mías? – completa el hombre con orgullo. – Sí... Siempre quise tirarme a un montón de tías, por qué conformarme con una – aclara. - ¿Por qué cumplir las normas de siempre? ¿Por qué no mejorar la vida?
El silencio se hace en la gran habitación.
- Y hablando de eso... - murmura. Su vista vuelve a Carl. – Siéntate. – dice señalando los sillones frente al sofá en el que él se sienta.
Cual estatua, me quedo de pie observando a ambos, colocando las manos en mi cinturón.
Ahora mismo debía de verme como la personificación de la impotencia.
Negan chasquea la lengua.
- Empecemos...
- Empezar a qué. – responde Carl antes de sentarse.
- Me gustaría conocerte un poco mejor Carl. – aclara Negan con sinceridad.
Me tenso en mi sitio.
El Negan conciliador y fraternal estaba de vuelta.
- Por qué. – inquiere el chico sin más.
- Adivínalo... Tú eres listo. – añade. – De hecho, voy a decirte lo inteligente que eres por si todavía no lo sabes. Yo suponía que un crío de tu edad estaría sentado de morros sin hacer nada más que quejarse por perderse el baile de fin de curso. Pero tú... - dice con orgullo, mirándole fijamente con una sonrisa. – Decides salir de caza. Has dado conmigo, te has cargado a dos de mis hombres y eres listo como para saber que no voy a dejar que esto quede así.
Mentiría si dijera que este momento no me causa un escalofrío.
Negan ríe.
- Ah... No puedo. – dice, reconociendo algo que solo él parece saber. – Es imposible. Es como hablar con un regalo de cumpleaños. Tienes que quitarte eso de la cara ¡Quiero ver el regalo que me han hecho!
Carl le mira en un principio sin entender una mierda.
Pero yo sí que le he entendido.
Y siento como la rabia empieza a recorrer mis venas.
- No. – gruñe Carl cuando le comprende.
- ¡Dos hombres! – brama Negan, consiguiendo que el chico se eche ligeramente hacia atrás en su asiento, y yo retroceda un paso. – Dos. Hombres. Hay un castigo. ¿Acaso quieres que me cabree de verdad? – sisea.
Y entonces me dedica una rápida mirada.
Mirada que Carl sigue, para después volver a Negan.
¿Me estaba amenazando?
¿Le estaba amenazando con hacerme daño a mi?
Siento la tensión en cada uno de mis músculos.
Carl titubea, y toda la dureza que ha mostrado, se esfuma en el momento en el que el ataque se dirige hacia mi.
Y solo puedo sentirme culpable por ello.
Negan sabe que, de otra forma, el chico nunca cumpliría esa orden.
Con la más pura resignación, se quita su sombrero y lo deja sobre la mesita frente a él.
El hombre del bate le observa victorioso.
Y yo me trago la bilis que sube por mi garganta.
Pensaba que esto era una tortura para mi, pero está matando dos pájaros de un tiro.
El chico empieza a desenvolver su vendaje.
Y Negan ríe.
- Ya casi está... - dice con entusiasmo mientras frota sus manos.
Me siento completamente asqueado.
Carl se deshace del vendaje y puedo ver como tapa la grotesca herida con su flequillo.
Su respiración se acelera.
Durante unos segundos, cierro los párpados con fuerza y rabia.
Pero, sobre todo, con impotencia.
- Quítate el pelo de delante, quiero verlo.
Y sin rechistar, Carl así lo hace.
Me sorprendo al ver como obedece sin resistencia alguna.
Eso me aterra.
Su herida queda al descubierto.
- ¡Joder! – exclama Negan - ¡Eso es asqueroso! No me extraña que lo lleves tapado ¿Has visto cómo es? ¿Te has mirado al espejo? ¡Es repugnante, en serio! Se te ve la cuenca vacía... - dice antes de echarse a reír.
Mi respiración se acelera al compás de la de Carl, quien pronto reconozco que está llorando en silencio.
Me había costado horrores y tiempo de nuestra relación conseguir que se aceptara a sí mismo tal y como era.
Que se quisiera tanto como yo le quiero a él.
Para que este maldito hijo de puta ahora le hiciera esto.
Mis ojos se alzan ante ese pensamiento y todo se detiene.
- Quiero tocarlo. Vamos ¿Me dejas tocarlo?
- ¡YA BASTA!
Esas palabras salen de mi en un rugido antes de que logre pensar con coherencia alguna.
Silencio.
Los ojos de Negan se encuentran con los míos.
Y una inesperada sonrisa tira de sus labios.
- Vaya, vaya... Mira a quién tenemos de vuelta. Al Áyax de aquella noche en el claro... - murmura. Mi pecho se mueve al ritmo de mi furiosa respiración. – De eso nada, chico... No te conviene esto ahora. No en tu situación.
¿Mi situación?
El hombre se pone en pie y camina hacia mi.
- No me mires... Así. – sisea en el instante que llega a mi altura.
Esto me trae recuerdos.
Muy malos recuerdos.
Era como viajar en el tiempo a la mencionada noche.
Convierto mis manos en puños, y clavo tanto las uñas en mis palmas, que siento como de un momento a otro empezarán a sangrar.
Cojo aire de forma temblorosa, y obedeciendo a sus órdenes una vez más, agacho la mirada.
- La próxima vez, no será solo un aviso. – sentencia en un susurro que vuelve a erizar mi piel. – Que sea la última.
Negan vuelve tras sus pasos cuando me quedo como si hubieran clavado mis pies al suelo.
Una confusión entre odio, terror y rabia se mezcla entre sí y me devora lentamente hasta casi consumirme.
No entendía nada de lo que estaba pasando, y eso me estaba volviendo loco.
No entendía su cambio brusco de actitud.
No entendía su comportamiento.
No entendía por qué me afectaba.
Y no entendía como podía haber estado tan ciego durante tanto tiempo.
- La culpa es mía. – dice con sincero dolor mirando a Carl una vez se ha sentado de nuevo en su sitio. – Es que... Es fácil olvidar que eres... Solo un crío. No pretendía herir tus sentimientos, yo... - murmura. – Solo te tomaba el pelo.
- No pasa nada. – espeta Carl con la voz rota.
Y eso me parte el alma.
Si es que la tenía.
Entonces lo veo.
Lo veo en los ojos de Negan.
Es casi como el momento en el que vio mis cicatrices.
Parece arrepentirse de sus palabras y por ello infunde una sincera seguridad en Carl.
Porque lo quiere en Los Salvadores.
Lo quiere en sus filas.
Lo quiere a su lado.
Lo noto en todo.
Lo veo en todo.
Sus actos, sus palabras, el tono de su voz, su mirada, sus gestos.
Es como ver lo que hizo conmigo, desde fuera.
Y eso lo hacía más humillante para mi, porque la manipulación era más que obvia.
Y yo caí en su trampa de la forma más absurda.
Se aprovechó de una debilidad que él mismo había creado.
Exacerbó uno de mis miedos, y luego le puso una solución.
Pero esa solución era una mentira.
Una quimera.
Y ahora trataba de hacer lo mismo con Carl.
Pero él no seguiría mi mismo camino, eso se terminaba conmigo.
No, por encima de cadáver.
Cuando mis pensamientos toman su punto más álgido, alguien llamando a la puerta me devuelve una vez más a este planeta.
- Adelante... - dice Negan tras suspirar.
- Siento interrumpir, pero... - dice uno de sus hombres tras entrar. – Se dejó a Lucille junto el camión.
Negan abre los ojos con sorpresa.
- ¿En serio? - inquiere incrédulo de sí mismo. – Nunca me pasa, supongo. Pero un crío con un fusil hizo que me despistara un poco. – su mirada vuelve a Carl. – Oye, bromas apartes, estás alucinante así. Yo no me taparía eso. Te juro que nadie se meterá contigo teniendo esa pinta, en serio.
Conozco tanto a Carl, que puedo sentir como ese comentario le parece un cumplido.
Porque a mi me lo pareció en su momento.
- Gordo Joseph... - dice refiriéndose al secuaz por su mote. - ¿Me la has traído tú hasta aquí?
- Si señor.
Negan le indica que se acerque a él y entonces toma el bate entre sus manos.
- ¿Has sido dulce? ¿Suave?
Silencio.
Concentro todas mis fuerzas en no poner los ojos en blanco.
O en no estamparle un puñetazo.
Cualquiera de las dos me valía.
El secuaz tartamudea.
- ¿La has tratado como una dama?
- Sí... Sí, señor. – responde tras unos segundos.
- ¿Le has tocado el chochito como a una chica?
Jodido gilipollas.
Negan empieza a carcajearse y le aclara al tipo que le estaba tomando el pelo, provocando que el hombre se ría de forma más que fingida.
- Lárgate. – dice abruptamente, cortando las falsas y complacientes risas del hombre, haciendo que este obedezca y se vaya.
Su humor antes me parecía soportable.
Ahora mismo pagaría por callarle usando ese mismo bate.
- ¿Has visto eso? – dice hacia Carl. – Es de lo que te estaba hablando, de cómo bromean otros hombres. Eso es lo que debería estar enseñándote tu padre.
Cuando no obtiene respuesta, sigue hablando.
- ¿Qué haces para entretenerte? ¿Te gusta la música?
Frunzo el ceño.
- Quiero que cantes para mi.
¿Disculpa?
- ¿Qué? – pregunta Carl como si le estuviera gastando una broma.
- ¡Sí! – exclama el hombre. – Has matado a dos de mis hombres con un fusil, así que tienes que darme algo a cambio de eso.
Ahora lo entendía.
Lo que Carl tenía que darle, era una humillación propia.
Tal y como hizo con Rick en el claro.
Tal y como hizo y sigue haciendo conmigo.
Nunca había caído en el hecho de que no solo Rick y yo mirábamos diferente a Negan.
Carl también era uno más a quien debía cambiarle la forma de mirar.
Estoy completamente seguro de que Negan lo pensó aquella noche en el claro, pero lo dejó pasar.
Porque como ha dicho, lo que no pensó es que Carl decidiría salir de caza.
Así que ahora no iba a cometer el mismo error.
Por eso yo estaba aquí.
Porque no significaría lo mismo para Carl humillarse ante él estando solo, que ante mi presencia.
- Cántame algo. – sentencia.
Carl mira con nerviosismo a su alrededor sin saber muy bien qué ha de hacer.
Incluso su vista se clava en mi en un par de ocasiones.
La impotencia me consume aún más a cada minuto en el que no puedo hacer nada para sacarle de esta.
No sin que nos maten a los dos.
Porque a Negan ya no le importaría eliminarme a mi.
Eso me estaba quedando más que claro.
- No recuerdo ninguna canción...
- Mentira. – gruñe. - ¿Tu madre que te cantaba? O tu padre cuando ibais en coche.
El hombre se pone en pie sujetando su bate, aproximándolo a Carl en señal de amenaza.
Y de forma involuntaria, hago ademán de acercarme.
Una sola mirada por parte de Negan basta para que me quede en mi sitio.
- Empieza a cantar.
La voz de un resignado Carl llega a mis oídos, entonando una melodía que parece dolerle recordar.
Paso una mano por mi pelo con frustración, gesto que no queda inadvertido por parte del hombre del bate.
Pero me da igual.
Le está humillando.
Para asustarle.
Para demostrar su poder.
Empezaba a ponerme enfermo.
El hombre comienza a pasearse por la habitación, haciendo aspavientos con el bate, casi como si practicara.
Los cráneos reventados de Abraham y Glenn aparecen en mi mente durante unos segundos, lo suficiente para hacerme parpadear un par de veces, intentando saber si la presencia de los mismos era real o un producto de mi dañada imaginación.
Negan se cansa de hacer el idiota y vuelve asentarse, bajo el sonido de la voz rota de Carl, quien ha empezado a sollozar de nuevo mientras sigue cantando.
A lo largo de mi vida había vivido cientos de situaciones donde siempre creí que eran lugares parecidos al infierno.
Que, si este existía, era algo similar a esos momentos bizarros, cada uno superior al anterior.
Pero ahora sabía que me equivocaba.
Ahora sabía que el infierno sí existía.
Que existía, y lo estaba viviendo.
Mi infierno, ese al que yo llegaré cuando muera, será un bucle infinito en el que veré a Carl sufriendo, una y otra vez, en millares de versiones diferentes.
Y en todas ellas, yo no podré hacer nada.
Igual que le vi la cara a la muerte.
Ahora estaba viendo el infierno.
De nada me servía desear que me partiera un rayo en este instante y me aniquilara por completo hasta no quedar de mi ni míseras cenizas.
Porque yo ya estaba muerto.
- ¿Tu madre te cantaba eso?
Con esa pregunta, sin saberlo, Negan está metiendo aún más el dedo en la herida.
- ¿Dónde está ahora?
Cierro los ojos.
- Joder... Muerta ¿No? – dice cuando no obtiene respuesta. - ¿Y tú lo viste?
Los abro.
La mirada del hombre no muestra ápice de broma alguna.
- Le disparé. – sentencia Carl. – Antes de qué...
Negan sonríe ante la frase que el chico no es capaz de terminar.
- No me extraña que seas un futuro asesino en serie. – dice con una sonrisa y aún más orgullo. - Eso es un ejemplo de broma de hombres, por cierto. – aclara. – Vamos chico, levanta. Ya estará lista.
Le observo levantarse mientras Carl le mira con confusión.
- ¿Qué estará lista?
Silencio.
Negan nos dedica una mirada a ambos.
Trago saliva cuando siento una gota de sudor recorrer mi sien.
- La plancha. – sentencia.
Cuando decía que el ambiente en la habitación de las mujeres de Negan era asfixiante, no pensé en que no tendría ni punto de comparación con lo irrespirable que se había vuelto ahora.
La sala común estaba llena de gente.
Dwight tenía la mirada perdida en el fuego frente a él.
Un atemorizado Mark, atado en la silla, esperaba tortuosamente paciente el castigo que parecía no llegar nunca.
Negan anuncia su llegada golpeando a Lucille contra la barandilla, con Carl y yo tras sus pasos, para variar.
Los Salvadores se arrodillan.
La imagen que hace un tiempo me impactaba, ahora no me provocaba ninguna sensación más allá del hastío.
- Anda, sujétamelo. – dice mientras le entrega el bate a Carl.
El hombre observa sus dominios antes de hablar.
- Sabéis lo que hay. Lo que va a pasar va a ser difícil de contemplar. Yo no quiero hacerlo, ojalá pudiera ignorar las reglas y dejarlo, pero no puedo.
Puedes, las reglas las creaste tú.
- ¿Por qué? – pregunta a sus súbditos, ignorando mi cuestionamiento mental.
Evidentemente.
- Las reglas nos mantienen vivos – responden estos a coro mientras bajamos las escaleras.
- ¡Eso es! Bien. – dice antes de detenerse en la plataforma de las escaleras. – Sobrevivimos, proporcionamos seguridad a otros, volvemos a traer la civilización a nuestro mundo...
Y una mierda.
- Somos... Los Salvadores.
Aparto la mirada cuando algunas de las personas arrodilladas no solo miran a Negan, también a mi.
- Pero no se puede hacer sin reglas. Las reglas son lo que permite que todo funcione. – añade con énfasis. – Ya sé que no es fácil. Pero siempre hay trabajo, y siempre hay un precio. Aquí... Si alguien intenta eludirlo... Si alguien intenta hacerse el distraído... ¡Si alguien nos traiciona! – exclama con enfado antes de mostrar una de sus perturbadoras sonrisas. – Le toca aguantar el castigo.
Y entonces me mira a mi.
Una mirada breve que es solo cuestión de segundos.
Pero suficiente para congelarme en mi sitio.
Mi mente se torna un conjunto de pensamientos inconexos y sin sentido.
Porque no logro entender ninguna de sus indirectas.
No sé a qué coño se refiere ni sé de qué cojones está hablando.
Pero esto solo me confirma una cosa.
Que, evidentemente, había algo más que yo no estaba viendo.
Algo se estaba gestando frente a mis ojos.
Y eso lo único que hacía, era provocarme una increíble sensación de terror en el centro de mi pecho.
Porque en algún momento, sea lo que fuere, iba a explotarme en la cara.
- Todos en pie. – finaliza con solemnidad.
Intentando controlar el temblor de las piernas, y con una mirada confusa más por parte de Carl hacia mi persona, bajo las escaleras tras ellos y me coloco junto al chico cuando Negan se aleja de nosotros y se aproxima hacia Dwight, a quien saluda amigablemente.
El rubio hombre de la cara quemada saca con cuidado una plancha de hierro candente de entre las llamas mientras que Negan se coloca un guante grueso y protector antes de hacerse con el temible artefacto.
Inhalo y exhalo de nuevo, como si hubiera perdido la capacidad de hacer esas mismas acciones inconscientemente y ahora necesitase de todas mis fuerzas para ello.
Para mi sorpresa, Carl une de nuevo su mano a la mía y la estrecha en otro gesto de cariño que recibo con gusto.
Pero no basta para tranquilizarme.
Y es que, semana tras semana de incontables emociones negativas, habían terminado con mi capacidad de autocontrol.
Y el chico, solo con verme una vez después de tanto tiempo, había vuelto a calarme con un rápido vistazo.
Aunque él no estuviera mejor.
Carl no mostraba sus estados emocionales igual que yo, él siempre fue más estoico y frío para estas cosas.
Pero le conozco, y sé que en su interior la situación es diferente, aunque por fuera parezca haber visto lo que va a ver unas cuantas veces en su vida.
- Mark... Lo siento. – la voz de Negan es lo único que se oye, aparte de las ahogadas respiraciones del chico amarrado en la silla. – Pero esto es lo que hay... - veo como Sherry abraza con cariño y compasión a una descompuesta Amber.
Y antes de que nadie pueda pensarlo, Negan posa la plancha en la sien y mejilla izquierdas del chico.
Abro los ojos de par en par y el flujo de aire en mi se detiene ante los desconsolados y agónicos gritos del chico.
Carl está exactamente igual que yo. Veo como su garganta se mueve en un sube y baja nervioso, pero no puede apartar la mirada de la escena que se dibuja frente a él.
No sé si puede o no quiere, pero no lo hace.
A diferencia de mi.
No puedo mirar más.
Cierro los ojos con fuerza y siento al chico a mi lado deshacer su agarre, para pasar su brazo por mi espalda y aproximarme a él.
Siento como la sorpresa le atrapa por completo.
Porque en contadas ocasiones me ha visto así.
Débil.
Quebrado.
Impactado.
Pero no podía más.
Me mantiene agarrado en un semi abrazo, que aprovecho para esconder mi cara en su cuello y sentir el calor de su pecho.
Y entonces deposita un beso en mi pelo.
Me sirve para evadirme del lugar por segundos.
Pero los gritos de Mark seguían llegando a mi a pesar de que yo ya no le veía a él.
No conocía a Mark de nada.
Ni siquiera había cruzado más que un par de palabras cordiales con él.
Pero, de nuevo, no podía más.
Oigo murmullos a mi alrededor.
Siento miradas que se clavan en mi y en Carl.
Sé que no puedo permitirme espectáculos.
Sé que Áyax, el segundo al mando de Negan, ese que era prácticamente un igual a él, no podía darse el lujo de no mirar.
Sobre todo, cuando yo había hecho cosas peores a lo largo de mi vida y frente a Los Salvadores.
Pero me da igual.
No podía más.
No podía más.
No. Podía. Más.
Alzo el rostro cuando los gritos se han acabado.
Carl me sigue observando con una muda sorpresa grabada en su perfecto iris azul.
Vuelvo mi cansada vista hacia Negan, quien ríe felizmente, ajeno a mi comportamiento.
- No ha sido tan malo ¿Verdad? – dice como si nada antes de devolverle la plancha a Dwight. – Doc, ya he acabado, te toca. – añade refiriéndose a Carson, en quien ni siquiera había reparado que se encontrase allí. – Vaya, se ha desmayado. Pero estamos en paz, ya está todo guay... Que la cara de Mark le recuerde a diario, a él y a todos los demás, que las reglas importan. Espero que hayamos aprendido algo hoy, porque yo no quiero tener que volver a hacer eso. – el hombre camina hacia nosotros y alza las cejas cuando ve que Carl me sigue manteniendo prácticamente pegado a él. Pone los ojos en blanco y para mi sorpresa, ignora ese hecho completamente. – Es una puta locura ¿Eh? – dice dirigiéndose al chico. – Pensarás que soy un lunático. Vamos, ahora voy a decidir qué hacer contigo. – sentencia antes de posar una mano en el hombro de Carl, obligando a que ambos nos distanciemos.
Muy a mi pesar.
Los dos comienzan a alejarse del lugar, y antes de que yo les siga, veo como todos empiezan a mantener sus miradas fijas en mi.
Frunzo el ceño cuando los murmullos siguen escuchándose, pero no alcanzo a oír ninguno con claridad.
Unos me miran con desdén.
Otros parecen haberme perdido el respeto que tiempo atrás me mostraron.
Y entonces decido algo al respecto.
Que me importa una mierda.
- A trabajar. – gruño como respuesta, para después echar a andar.
Todo estaba cobrando un aspecto demasiado extraño.
Un aspecto, que cada vez me gustaba menos.
- ¿Puedo ponerme la venda ya? – pregunta Carl un tanto irritado, sentado en el mismo sillón de antes, puesto que nos encontrábamos de nuevo en la habitación de Negan.
Tras deambular y deambular por El Santuario haciendo el idiota, habíamos vuelto al mismo sitio, al punto de partida.
Era casi una metáfora de la vida misma.
Observo a ambos desde mi posición, igual que antes.
- Nop. – responde Negan con humor, dejando de observar el cuaderno entre sus manos. – Por supuesto que no.
- Y por qué no. – espeta el chico alzando la voz con el más puro hartazgo.
Negan ríe.
- Que chico tan pertinaz... - murmura. – Pues no porque aún no he acabado contigo. Y me gusta mirar tu asquerosa cuenca vacía. Así que seguirás así.
Cierro los puños en un acto reflejo.
Su constante humillación para con mi chico en un intento por minar su confianza empezaba a exasperarme.
Y no parecía ser el único harto de este juego.
La mirada fija de Carl en el hombre frente a él, no le dejaba indiferente.
- Qué. – inquiere el del bate. - ¿Tienes algo que decir?
- ¿Por qué no me has matado? – contesta en el mismo tono firme de voz. – Ni a mi padre. – añade. Su pupila se clava en mi. – Ni a él.
Trago saliva con algo de nerviosismo al no esperar en absoluto que la conversación se desviara por ese camino.
Un camino en el que el chico había decidido incluirme sin saber muy bien por qué.
En respuesta, la mirada de Negan aterriza en mi durante unos segundos.
- Respecto a Áyax... - dice hacia Carl. – Tengo un par de asuntos que aclarar antes de decidir que hacer con él. Sobre todo, ahora que la cura ya está hecha.
Sus palabras impactan en mi como un puñetazo en el estómago.
Hecho que no pasa desapercibido para ambos.
- ¿Pensabas que no me enteraría? – entonces ríe. – Carson no es tu amigo. No va a obedecer tus órdenes antes que las mías. Me ha puesto al corriente de cada avance que habéis hecho, y esto no iba a ser la excepción.
Vuelvo a tragar saliva, incapaz de despegar mis ojos de los suyos.
- Eres... Un simple... Soldado más. – dice conteniendo algo de rabia bajo la tensa mirada del hijo de Rick. - ¿Ha quedado claro?
Asiento entre temblores.
Sus pupilas vuelven a Carl.
- No sé qué haré con él. – el hecho de que hable de mi como simple mercancía me hiela hasta el alma. – Podría seguir trabajando para mi... O podría devolvéroslo. No lo sé. – murmura para sí mismo. - ¡O podría matarlo! – exclama antes de echarse a reír.
Limpio con rapidez una lágrima que rueda por mi mejilla.
La cual no pasa inadvertida por Carl.
- Ya veremos que pasa con él. – añade en un gesto con desdén, dando por terminados sus argumentos. El agujero en mi pecho se expande, devorado por el terror. Oía al hombre de forma lejana y casi difusa. – Tu padre ya me está dando cosas estupendas. – dice retomando la conversación mientras que yo sigo perdido en mi mente. – Tú... En cambio... Bueno, ya veremos lo que haces. Es más productivo desbravaros. Y más divertido... ¿Piensas que es una tontería?
- Pienso que somos diferentes. – la voz de Carl me despierta del letargo en el que me habían inducido las despectivas palabras de Negan.
El hombre se incorpora en el sofá, acercándose al chico, sin apartar la vista de él.
- Eres muy listo. – señala. - ¿Qué crees que debo hacer yo? Sabes que no te puedo soltar. – la rigidez en los hombros de Carl era más que notoria. – Así que... ¿Matarte?
Mi respiración se entrecorta.
- ¿Plancharte la jeta?
Me estremezco en mi sitio.
- ¿Arrancarte el brazo?
Mi mirada vuelve a ellos aún sin saber muy bien cuando la había apartado.
Toda esta incertidumbre y tensión empezaban a consumirme de una forma fulminante.
- Dime ¿Tú qué opinas?
Hasta ahora no he sido idiota, y he podido ver como Carl empezaba a cansarse de este absurdo juego de espera, y cómo su paciencia comenzaba a encontrarse al borde del abismo.
Porque todo el mundo tiene un límite.
Y Carl Grimes no era una excepción.
Pero su explosión repentina apenas la veo venir.
- Qué deberías tirarte por la ventana para ahorrarme tener que matarte. – sentencia en un siseo a la vez que se pone en pie frente a Negan.
Contengo el aliento en ese exacto momento.
Es como si el tiempo se detuviera aquí y ahora.
Para desesperarme aún más si cabe.
Pero el dueño del bate le observa con fascinación.
Casi con devoción.
Y sus labios se estiran en una orgullosa sonrisa.
Entonces ríe más que satisfecho.
Mierda.
Era precisamente esto lo que estaba buscando.
- Ahí está ese crío que no para de impresionarme. – dice con total asombro.
Carl le mira de una forma que no he visto antes.
Como si tuviera frente a él al ser más patético de la historia.
Y no sé quién me aterra más en este momento.
Si Negan... O Carl.
- Creo que no nos dices qué nos vas a hacer porque no nos vas a hacer nada. – afirma con voz ronca. Esa que pone cuando su superioridad es absoluta.
Cuando el que lleva el control es él.
Cuando se transforma en la viva imagen de su padre.
O al menos en la que fue.
- Si nos conocieras... - sigue diciendo, aproximando su rostro, centímetro a centímetro, al de Negan. – Si supieras algo... Nos matarías. Pero no puedes. – susurra.
Y ante esa amenaza, hasta yo tiemblo.
Pero el hombre frente a él no lo hace.
La estupefacción, el orgullo, el asombro y la sorpresa, brillan en sus pupilas.
Está completamente encantado ante el que él cree que es su nuevo proyecto.
- Tal vez sea verdad. – responde Negan con una gran sonrisa. – Tal vez no pueda.
Esas palabras.
Esas contemplaciones.
No sé si las cree o no.
Pero sé que le dejan pensativo.
Porque esa mirada la he visto antes.
Y aunque pueda fingirlo, sé que le ha dejado algo tocado.
Porque por mucho que no quiera admitirlo, le conozco.
Y tras dar una palmada, se pone en pie.
- Se hace tarde. – dice cambiando bruscamente de tema. - ... Y ya es casi de noche. No me pondré en peligro solo para enviarte de vuelta a tu pueblo. – aclara. – Enviaré a uno de mis hombres para informar a los tuyos de que estás aquí, y así evitar que salgan a buscarte. – informa a Carl antes de abrir la puerta de su estancia. - ¿Has visto? Me preocupo por los tuyos. – señala. – Mañana te llevaré de vuelta personalmente.
El hijo del expolicía se tensa en su sitio, como si no le hiciera gracia alguna que su pueblo se enterase de su ubicación.
Lo que me confirma que, evidentemente, esto no lo sabe nadie.
Porque si no, no le habrían dejado venir.
Entonces el hombre se dirige a mi.
- Puede dormir contigo en tu habitación. – añade antes de poner un pie en el pasillo. – Pero no hagáis mucho ruido, que duermo justo encima.
Entonces vuelve a carcajearse.
La mirada de Carl pasa de él a mi, completamente incrédulo.
Coincidía con él, pues a mi tampoco me hacía ni pizca de gracia que pasara la noche aquí.
Y cuando Negan está apunto de marcharse, sus ojos se posan en Carl, y con una sonrisa, algo de orgullo y mezquindad, como si el lobo acabase de cerrar sus fauces en torno al cuello de su presa, acuña una frase que me es conocida.
- Bienvenido a El Santuario.
Cierro la puerta de mi habitación una vez que Carl ha entrado, y apoyo mi frente en esta con cansancio.
En un suspiro, dejo escapar todas las frustraciones y tensiones que había acumulado durante este día de mierda.
Me vuelvo hacia el chico.
- Qué coño haces aquí. – gruño. Él alza las cejas con sorpresa, pues ahora que no llevaba vendaje, podía ver las emociones surcar su rostro sin problema. - ¿Es que no te das cuenta de lo peligroso que puede ser esto para ti y para Alexandria?
- A diferencia de ti, yo no soy tan mal actor. – responde con un ácido sarcasmo que para nada esperaba ahora mismo.
Una cínica risa escapa de mi.
- A qué estás jugando, Carl.
Frunce el ceño.
- No estoy jugando a nada. – responde con ofensa. – Quería comprobar si tu discursito en la iglesia se basaba en algo real.
Eso me atrapa por sorpresa.
Tardo unos segundos en entender y procesar a qué se está refiriendo, y cuando lo hago, me cuesta aún más asimilar que mis palabras al menos surgieron efecto en alguien.
En quien menos esperaba, sobre todo, tras conocer su postura durante mi visita.
- Sé que no arriesgarías el cariño de mi familia...
Ese matiz me impacta.
- Nuestra. – le interrumpo.
Carl enmudece.
- ¿Qué?
- Has dicho "mi familia". – digo acercándome un par de pasos hacia él. Le miro fijamente. – Nuestra familia. – recalco.
- No fui yo el que traicionó a los suyos.
La seriedad tiñe mi rostro.
Tenso la mandíbula.
- Qué te jodan, Grimes. – escupo en un gruñido. – Dormiré en el puto sótano. – murmuro dándole la espalda y dirigiéndome hacia la puerta.
- Vale, joder, espera. – dice entre dientes, caminando apresuradamente tras mis pasos. Entreabro la puerta frente a mi.
Pero el ejerce más fuerza y la cierra de un portazo.
- ¡Escúchame! – exclama aferrándome por los hombros para darme la vuelta y estampar mi espalda contra la puerta. – Lo siento. – articula en un sincero susurro. – Me he pasado. Lo siento, Áyax.
- Mucho mejor. – espeto algo sorprendido por su brusca reacción. – Pero afloja el agarre, me haces daño.
Carl se vuelve consciente de ese hecho, del que ni siquiera se había dado cuenta.
- Perdona... - murmura agachando la cabeza. – Me es difícil volver a relajarme después de tanta...
- ¿Tensión? – completo enarcando una ceja. El chico asiente. – Bienvenido a mi mundo.
- ¿Cómo lo aguantas?
- No lo hago. – respondo con una sonrisa que él sabe que es falsa. – Por eso estoy así. – añado, alzando mis, de nuevo, temblorosas manos.
Él se percata de ello y las coge entre las suyas.
Entonces me abraza.
- Lo siento. – susurra de nuevo. – Nuestra familia. – corrige en mi oído, erizando mi piel. Se separa ligeramente y une su frente a la mía, sonriendo.
Y por primera vez en semanas, sonrío sinceramente.
Entre sus brazos me sentía como en casa.
Es ahí a donde yo pertenecía.
Ese era el lugar.
Mi lugar.
- Sé... Sé que no arriesgarías el cariño de nuestra familia. – recalca retomando la conversación. – No echarías por la borda todo lo que has ganado, ni te jugarías tu propia integridad, por una burda mentira. – confiesa. Le miro un tanto perplejo. – Sabía que tenía que haber algo más, estaba seguro. – dice. – Y ahora veo que tenías razón, Áyax. Lo hay.
Su sinceridad me sorprende completamente desprevenido.
Parpadeo un par de veces intentando recomponerme.
Principalmente porque parte de mi seguía creyendo que la presencia de Carl era una mera alucinación de mi ya más que declarada locura.
Sonrío apenado.
- Creo que llegas tarde. – murmullo.
En el rostro del chico no hay comprensión alguna.
- Algo... Alguna mierda rara está pasando, Carl. – tartamudeo cuando omito el sollozo que amenazaba con quebrarme por completo.
Y en un rincón recóndito de mi mente, una pequeña y lejana voz me recuerda que no es la primera vez que por mi boca sale esta frase.
Me deshago de su agarre, en un absurdo intento porque las lágrimas que quieren salir desaparezcan, y termino por apoyar mis manos en el escritorio a mi derecha.
- En el camino de vuelta desde Alexandria lo entendí ¿Sabes? – empiezo a decir. – Mi labor no era convencer a Rick, si no persuadir a Negan. – reconozco. – Rick nunca iba a escucharme después de todo lo que he hecho, pero tenía que hacerlo. ¿Acaso crees que quería apuntar a Michonne? – inquiero volviéndome hacia él. Carl agacha la cabeza ligeramente antes de tragar saliva. – Eso me mató en vida. – carraspeo cuando mi voz se rompe. – He intentado abarcar demasiado en vez de centrarme en trabajar en una de las partes de mi plan. O más bien, simplificar este. Pero tengo miedo de que ya no vaya a servir... De que me haya explotado en la cara antes si quiera de que pueda terminar de ejecutarlo. – digo perdido en mis pensamientos. – Lo tenía apunto, Carl. Tenía a Negan comiendo de mi mano. – confieso en susurro, acercándome a él. – Pero ya no sé hasta que punto eso era real. Y sin nadie que haga lo mismo con Rick... - mi voz se convierte en un murmullo constante. – No servirá de nada. – sentencio. – Porque por mucho que digan que dos no se pelean si uno no quiere, en este caso sabemos que Rick no se detendrá hasta reducir a Los Salvadores a la nada. Y ahí es donde entrabas tú, Carl.
Este frunce el ceño.
- Antes de que me hagas formar parte de un plan del cual dices que ya prácticamente no existe... Has de tener en cuenta que mi padre parece estar muy a gusto arrodillado ante Negan.
Alzo una ceja.
- ¿Y cuánto crees que durará eso? – inquiero con sarcasmo. – Tu padre son chispas que saltan de un cable estropeado... Y Negan es la pólvora que está perfectamente colocada a su lado. – puntualizo. – Es cuestión de tiempo que Negan haga algo más frente a Rick, y entonces... - chasqueo los dedos de mi mano derecha frente a él. – Todo se habrá ido a la mierda. Esto no es la primera vez que lo vivimos. El Gobernador era pólvora. Gareth era pólvora. El marido de Jessie era pólvora. Y ahora Negan también lo es, solo que es algo más grande a lo que no estamos acostumbrados, pero los fundamentos son los mismos. Todos tenemos nuestra pólvora personal. Yo también la tengo, y tú lo sabes.
Carl asiente, probablemente, recordando todas y cada una de las veces que me había visto estallar o perder el control de mi vida.
- Por eso hemos de aprovechar esa ventaja. – digo en voz baja. – Estás del lado de tu padre. Yo estoy en el de Negan.
O eso creía yo en ese momento.
- Que la pólvora y el fuego no se encuentren nunca. – termino diciendo, acunando su cara en mis manos.
Carl ríe escuetamente ante ese gesto.
- Esa es nuestra misión. Porque yo no puedo hacerla solo. – reconozco.
El chico me observa con poca confianza respecto a mis palabras.
- Has dicho que llegaba tarde. Has reconocido que tienes miedo y que algo ha cambiado. – dice. Separo mis manos de su rostro y alzo el mío para suspirar, alejándome unos pasos. – Lo he visto, Áyax... El miedo, en tus ojos. Sus indirectas son bastante directas y poco sutiles. Algo ha cambiado.
Asiento cuando algo del pánico que había sentido estos días, aparece de nuevo de forma breve pero intensa.
- Y lo peor es que no sé qué ha podido provocarlo. – admito con la mirada perdida. – Simplemente pasó de un momento a otro, en cuestión de días. Tras volver de Alexandria.
Carl me observa intentando descifrar todo este asunto, como si yo tuviera la respuesta.
- ¿Crees que pueda saber algo de tu plan?
- No. – respondo. – No lo creo. Tampoco importa. Parte de ese plan es prácticamente un secreto a voces. – digo sentándome en la cama con cansancio, observando al chico que está de pie a unos metros de mi, cual estatua, absorto en sus propias cavilaciones. – No han sido pocas las ocasiones en las que le he dejado claras mis ideas. Y nunca parecieron desagradarle del todo. – su pupila se clava en las mías. – Hasta ahora.
Carl pinza el puente de su nariz con sus dedos pulgar e índice.
- Es demasiado impredecible. – dice. – Se me hacía raro ver que contigo se comportaba de una forma tan...
- ¿Diferente? – digo interrumpiéndole, alzando las cejas. Agacho ligeramente la cabeza y exhalo el aire que contengo en mis pulmones. – Sí, a mi también me es extraño. Pero me acostumbré. ¿Cómo no iba a hacerlo? Te sientes...
- Especial. – y esta vez el que me interrumpe es él.
Río.
- Lo has notado ¿No?
Carl asiente.
- Era bastante evidente lo que intentaba conmigo.
Vuelvo a reír, pero esta vez con sarcasmo.
- Pues yo no vi evidencia alguna. – sentencio con algo de amargura. El rostro de Carl empieza a mutar hacia la seriedad absoluta, observándome entre la penumbra de mi habitación. Cojo aire, intentando no romperme en el proceso. – Me es muy fácil leer a las personas. Saber qué pueden estar pensando o cuales serán sus siguientes movimientos, pero Negan es un libro en blanco en el que él dibuja y escribe lo que quiere y cuando quiere. Y nunca sé qué coño habrá en la página siguiente.
Carl se aproxima hasta mi, me coge de las manos y me obliga a levantarme para estar a su altura.
Extrañado, le miro fijamente.
- Él no debe importarte. – susurra.
- ¿Cómo no va a...?
Su mano derecha tapa mi boca.
Frunzo el ceño.
- Él no debe importarte. – repite con firmeza. – Es solo uno más.
Me deshago de su mordaza y niego con la cabeza.
- Lo es. – responde a mi negativa. – He visto todo lo que hay aquí, Áyax. Es cierto lo que decías. Familias, padres, madres, parejas... ¿Crees que todos están conformes con sus situaciones? ¿Crees que si les mostramos otra alternativa para vivir no la aceptarán? El método de Negan es quitar, y así consigues enemigos. El nuestro es dar, intercambiar. Y así, consigues amigos y aliados. – no soy capaz de despegar mi atenta mirada de él. – Y aquí debe haber unos cuantos aliados nuestros, que ni siquiera saben aún que lo son. – sigue diciendo. – No sería necesario llegar a ninguna guerra. Mi padre terminará por entenderlo, es alguien cabal. Lo sé. – murmura para sí mismo. - Sé que ahora está arrodillado, pero tienes razón, se levantará, y lo hará completamente cegado. He de adelantarme a eso. – su mirada se clava en la mía. – Porque no existe ni tu verdad ni la mía, solo existe un único punto de vista. Un único bando.
Las comisuras de mis labios se estiran en una débil sonrisa.
- El de los vivos. – completo, sintiendo algo de calor calentar mi corazón cuando al fin me siento comprendido.
Carl asiente.
- No hay reino sin súbditos, ni las llamas brotarán sin el explosivo cerca. – dice. - Alejemos la pólvora del fuego. – sentencia con una sonrisa.
Empiezo a reír negando con la cabeza.
El peso que había estado cargando sobre mis hombros, del cual ni siquiera me había percatado, se esfuma.
Y por primera vez en semanas, me relajo.
Él me sostiene y le abrazo.
Gesto que no duda en corresponder.
Porque sabe que al fin me siento comprendido.
Me había pasado semanas creyendo que mi visita a Alexandria no había servido para absolutamente nada, más allá de empeorar las cosas.
Pero ahora sabía que no era así.
Carl, a quien una vez más subestimé, había sido capaz de darle una oportunidad a mis ideas, por muy disparatadas que estas pudieran parecerle.
Y eso me ha hecho salir ganando victorioso de esta batalla.
Aún me quedaba por comprobar si pasaría lo mismo en la guerra.
Me alejo unos pocos centímetros de él, para poder pegar mi frente a la suya.
- Te he echado de menos.
Esas palabras escapan de entre mis labios.
Yo no había ordenado que así lo hicieran, pero había pasado.
Y narraban una verdad muy cierta.
Casi la única que me mantenía con vida.
Su sonrisa perfecta enmarca su rostro aún más perfecto, iluminado por la suave luz de la luna que se cuela por los ventanales de mi habitación.
Y no pierdo una sola fracción de segundo más cuando decido posar con delicadeza mis labios sobre los suyos.
Estoy seguro de que esto le atrapa por sorpresa, pero yo había puesto el piloto automático, dejándome llevar completamente por mi más puro instinto.
Por lo que necesitaba.
Por lo que amaba.
Por él.
Nuestras lenguas se acarician con sensualidad y una pequeña corriente eléctrica desciende por mi columna, erizando cada centímetro de piel allá por donde pasa.
Le necesito.
Le necesito.
Le necesito.
- Te necesito.
¿En qué momento lo he dicho?
Carl sonríe y pone sus manos sobre las mías, las cuales estaban sacándole su camisa.
¿Cuándo y cómo habían llegado hasta ahí?
- Tienes que descansar. – murmura casi sobre mis labios, llevando sus manos a mis mejillas, pasando sus pulgares por mis más que probablemente pronunciadas ojeras.
Dejo caer mis hombros.
- Aguafiestas. – susurro antes de darle un pequeño mordisco a su labio inferior.
Con desgana, me alejo de él para desvestirme, quedando únicamente en ropa interior.
Pero cuando me vuelvo le atrapo observándome descaradamente de arriba abajo.
Enarco una ceja.
Él disimula una sonrisa.
Y yo le lanzo una de mis camisetas para que pueda dormir con ella.
Obviaré el detalle de que la prenda no es mía, si no de Negan.
Como toda mi maldita ropa en este lugar.
Pero me prometo a mi mismo que no le durará mucho puesta.
No, de eso nada.
Me tiendo en la cama, y lo cierto es que una parte de mi agradece descansar con algo de comodidad después de tanto tiempo en alerta.
Y cuando Carl se tumba a mi lado, me mira fijamente.
No estoy seguro de cuánto tiempo nos quedamos así, mirándonos.
Y no me había dado cuenta de cuánto necesitaba simplemente eso.
Su compañía.
Esto me trae recuerdos.
Recuerdos de cuando éramos unos niños en la prisión, que disfrutaban de la compañía mutua hasta estando en silencio.
Cuando aún no éramos nada más que amigos.
Sonrío cuando mi corazón se llena de esos tiernos momentos, que llegan a mi como un soplo de aire cálido y reconfortante.
Él me observa curioso.
- ¿Qué ocurre? – dice en voz baja.
Pareciera que no existiera nada más fuera de estas cuatro paredes.
Fuera de este colchón.
Solo él y yo, hablando en voz baja.
Para que nadie más nos escuche y no molestar.
Como en la prisión.
Como en Alexandria.
Como en casa.
Nuestras voces solo para nosotros mismos.
Había visto y vivido el infierno.
Pero estaba completamente seguro, de que esto era su extremo opuesto.
Esto era el cielo.
- Nada. – murmuro con una gran sonrisa que él no duda en imitar.
Entonces me mira como si acabase de caer en algo.
- Es la primera vez que vamos a dormir juntos y me parece increíble que Negan haya tenido que aparecer en nuestras vidas para proporcionarnos este momento. – dice.
Y río.
Tenía razón.
Con cariño, aparto su pelo de la herida, y con mi dedo índice, delineo con suavidad el perfil de su mandíbula hasta llegar a su barbilla.
- Te prometo que cuando todo esto acabe y estemos juntos de nuevo, no habrá una sola noche que no duerma junto a ti. – juro en ese instante, en un susurro.
A Carl le impactan mis palabras.
- ¿Hablas... Hablas en serio?
Sonrío.
- Nunca había hablado tan enserio. – afirmo.
El chico se lanza a abrazarme y yo lo recibo con gusto.
Su calor.
Su aroma.
Todo él.
Que arda el mundo ahí fuera si quiere.
Al diablo con todo.
Yo no podía ser más feliz en este instante.
Sus labios besan todo mi rostro una y otra vez.
No puedo dejar de sonreír al verle de nuevo como el niño alegre que a veces mostraba ser.
Deposita tiernos besos en las cicatrices de mi mejilla, acariciándolas con suavidad y delicadeza, pasando las yemas de sus dedos por cada una de ellas.
Hago una mueca.
- No hagas eso. – suplico. – Me recuerda que las tengo...
- ...Y lo atractivo que estás con ellas. – se adelanta él a decir.
Muerdo mis labios para ocultar una sonrisa.
- ¿Sabes por qué no me importa estar sin vendaje frente a los demás?
Frunzo el ceño ante tan inesperada pregunta.
- Parecía importarte frente a Negan.
Carl sonríe.
- Porque no estaba así por voluntad propia. No ha sido mi decisión. – responde mientras se da la vuelta, quedando bocabajo en el colchón, apoyado en sus codos. – Él intentaba demostrar que tiene el control, y la rabia y la impotencia me han dominado. – reconoce bajo mi atenta mirada. – Pero no me importa mostrar la herida. Ya no.
- ¿Por qué? – pregunto con curiosidad.
Inhala y exhala un par de veces, como si le costara encontrar las palabras adecuadas.
- Lo que tenemos tú y yo... Jamás podría tenerlo con otra persona. – empieza a decir, dejándome un tanto confuso por el cambio en la conversación. Pero le conozco, sé que esto llevará a algo más, y por eso necesita explicarse desde un principio. – Hay una oscuridad en mi interior que yo sé que está ahí. Sé las cosas que he hecho... Las vidas que he arrebatado... - murmura, haciéndome recordar los dos hombres muertos de hoy. – El dolor que he causado. – añade desviando ligeramente el rumbo de su mirada. – He tenido que hacer cosas terribles para salir adelante. Lo mismo que tú.
Su vista vuelve a mi.
- Te miro y veo lo que has hecho, pero no me importa... En su lugar veo el bien que hay en ti. Lo mismo que me pasa a mi. Tú sabes quién soy, lo que he hecho... Pero me sigues viendo... A mí.
Parpadeo cuando una fugaz lágrima desciende libre por mi mejilla.
Y él la limpia con su pulgar, en un gesto de cariño, llenando hasta el rincón más apartado y roto de mi alma.
- Hay una comprensión entre nosotros... Porque... - muerde y relame sus labios con algo de nerviosismo. No parece atreverse a seguir hablando, pero lo hace. - ... Los dos somos monstruos.
Le observo sin apartar los ojos de él.
Y él no aparta su mirada de mi.
Sonrío.
Me aproximo más a él, haciendo que se tumbe de lado de nuevo, quedando así ambos frente a frente.
Y es mi sonrisa la que le da valor para seguir hablando, aunque no las tiene todas consigo.
- Tú me miraste... Eras el único que podía mirarme. Eres la razón por la que yo puedo mirarme a mi mismo en el espejo. La razón por la que no me importa que nadie más pueda ver mi herida. Mis cicatrices. – dice cuando, en una especie de simbolismo, vuelve a acariciar las mías. – Me diste confianza para ser yo mismo. – sentencia. – Después de lo que ambos hemos hecho, en lo que nos hemos convertido para sobrevivir... A veces me preocupa que la gente nos vea como unos monstruos. – admite antes de hacer una pausa durante unos segundos. Une de nuevo su frente a la mía. – Pero somos monstruos que vemos más allá de la fealdad mutua... Y vemos quiénes somos en realidad... Y eso... Me hace sentir normal.
Hay unos segundos de silencio en los que él me mira con algo de miedo.
Miedo por haberme hecho daño al decir eso.
Al llamarme monstruo.
Pero ese término ya no me dolía.
Hace tiempo que dejó de hacerlo.
Ya no me dolía verme a mi mismo como uno.
Esa palabra había tomado en mi una tonalidad distinta.
La que este mundo le había asignado.
Monstruo, significaba muchas cosas.
Monstruo, es quien hace lo impensable por él y por los suyos.
Monstruo, es quien lucha contra esta nueva vida y vence.
Monstruo, es un superviviente.
Monstruos, somos todos.
Paradójicamente, eso me lo había enseñado Negan.
Y entonces hago algo que no espera.
Pongo mi mano en su mejilla y deposito un pequeño beso en sus labios en respuesta.
- Para ti seré gustosamente esa clase de monstruo. – sentencio en voz baja.
La sonrisa que Carl me devuelve, ilumina mi vida desde ese preciso momento.
Porque ya no me importaba que así me vieran.
Que así nos vieran.
Seamos monstruos.
O seamos pólvora.
No me importa nada más que él ahora mismo.
Ahora y siempre.
Y me hace saber que está de acuerdo, volviendo a besarme.
- Te amo. – susurro contra sus labios.
Y esa confesión me sorprende hasta a mi.
Él se aleja ligeramente para observarme con la sorpresa grabada a fuego en su precioso iris azul.
Y creo que nunca en mi vida le he visto sonreír tanto como lo hace ahora.
- Yo también te amo, Áyax Dixon. – corrobora con firmeza antes de volver a besarme un par de veces más. – Más que a nada y más que a todo.
Sonrío.
Más que a nada y más que a todo.
Más que a nada y más que a todo.
- En este y en mil apocalipsis más. – murmuro cerrando los ojos.
Aspirando su aroma.
Besando su cuello.
Acariciando su cuerpo.
Su respuesta no se hace esperar.
Y llega en forma de gemido a mis oídos.
En forma de labios devorando con deseo los míos.
En forma de manos deshaciéndose de mi única prenda.
En forma de sonrisa mientras me mira.
- Ganas tú. – susurra.
Río encantado, victorioso.
Y no puedo hacer nada más que olvidarme de todo.
Nada más que disfrutar de su presencia.
Nada más que acariciarle.
Nada más que besarle.
Nada más que sentirle.
Nada más que amarle.
Toda la noche.
Toda la vida.
Abro los ojos con lentitud cuando oigo a alguien llamar a la puerta.
- Arriba, Negan os espera. – escucho decir a la seria voz de Dwight antes de volverse por el pasillo.
Parpadeo intentando acostumbrar mis pupilas a los tenues rayos del alba.
Jamás pensé que alguien como Negan era tan madrugador, pero lo cierto es que siempre estaba despierto antes que nadie.
Me gusta imaginar que una consciencia intranquila es la razón de su insomnio.
Me incorporo despacio, cayendo en la cuenta de que había dormido sobre el pecho de Carl, escuchando el calmado latir de su corazón.
Había sido una de las sensaciones más agradables de mi vida.
Este, ya despierto, me observa y sonríe.
Frunzo el ceño.
- ¿Has dormido algo? – pregunto.
Niega con la cabeza.
Lo sabía.
- ¿Por qué?
Se encoge de hombros en contestación.
- Prefería verte descansar.
Muerdo mis labios para ocultar una sonrisa que termina por emerger inevitablemente.
- ¿Y tú? – inquiere incorporándose ligeramente, haciendo que nuestros rostros queden separados por escasos centímetros.
- He dormido mejor que nunca. – reconozco.
Y no mentía.
Ambos sonreímos cuando el silencio inunda la habitación.
Y decido acortar la distancia para besarle.
- Hay que levantarse. – dice él entre beso y beso.
Me separo con un quejido y me dejo caer en la cama, para tapar mi cabeza con la almohada.
Él ríe ante eso.
- No quiero. – replico, haciendo un puchero que no puede ver.
- Hay que hacerlo. – dice antes de dejar un beso en mi pecho. – Tenemos un plan. – recuerda, añadiendo otro beso en mis abdominales. - ¿O es que quieres que Negan venga personalmente a por nosotros y nos vea así? – pregunta, para después dejar un beso más en la cicatriz de mi cadera.
- Si sigues por ese camino, no me moveré nunca. – respondo apartando la almohada.
Carl me mira inocentemente, cual ángel puro que en el fondo era el provocador de toda diablura, y se pone en pie.
- Tienes razón. – gruño observando como cubre su desnudez al vestirse de nuevo con la misma ropa que trajo puesta.
- Siempre la tengo. – afirma con superioridad mientras abrocha sus vaqueros y alza las cejas en mi dirección.
- Niñato. – murmuro con una sonrisa, tirándole su camiseta.
- Imbécil. – responde poniéndosela con una sonrisa. Entonces se aproxima a mi y vuelve a besarme. – Vístete. – susurra contra mi boca antes de dar media vuelta y terminar de hacer exactamente lo que a mi me ha ordenado.
Asiento con una ladeada sonrisa.
Me fastidiaba tener que salir de esta burbuja que habíamos creado, para enfrentarnos de nuevo al tedioso mundo real que nos aguardaba una vez cruzáramos la puerta.
Pero no tenía alternativa.
La realidad comenzaba de nuevo a caer sobre mi como un balde de agua fría.
Aunque esta vez, nada iba a borrarme la sonrisa que esta noche me había regalado.
Esa que tanto había necesitado después del calvario de las últimas semanas.
Habían sido mi momento.
Esos regalos que la vida te da.
Eso que solo existía entre desgracia y desgracia.
Eso que llamamos felicidad.
Esa que quería disfrutar.
Ese era mi plan para hoy.
Una lástima que Negan tuviera pensados otros muy diferentes.
Paseo con algo de nerviosismo de un lado a otro por las ajetreadas calles de Alexandria, viendo como los malditos Salvadores saquean y saquean más aún el interior de las casas del pueblo.
Hacía exactamente una hora que habíamos llegado, pero sensorialmente, parecía que llevásemos lustros aquí.
Siento la pupila de Carl, desde el porche de la casa que linda con la nuestra, centrarse en mi perdido vaivén que no pasa desapercibido para nadie.
Ni para los residentes de Alexandria ni para Los Salvadores.
Pero me daba igual.
Mi mente se había transformado en una estropeada locomotora a vapor, atestada de carbón y que podía descarrilar en cualquier momento.
Y es que mi estado volvía a ser el mismo que antes de que Carl apareciera por sorpresa en El Santuario.
Los efectos beneficiosos de su estadía en el lugar no habían durado mucho en mi.
Pero era de esperar.
Porque llega un punto en el que, cuando algo está demasiado roto, se vuelve imposible de arreglar.
Irreparable.
Así me sentía.
Su estancia había sido para mi como un bálsamo.
Como ese que te aplicas sobre la piel roja y quemada por el sol. Que te aporta frescura, te regenera, calma tu dolor, te llena con su buen olor y alivia ese malestar de forma superflua.
Pero sabes y eres consciente de que no será duradero.
De que más tarde que pronto, ese efecto pasará.
Y todo seguirá igual.
Porque la piel continúa roja.
Maltratada.
Dolida.
Quemada.
Todo sigue igual.
Sigue igual.
Sigues igual.
En el momento en el que habíamos puesto un pie fuera de El Santuario, el comportamiento despectivo de Negan para con mi persona había ido a más.
Sus indirectas.
Sus desplantes.
Todo ello se había acrecentado un poco cada día.
Pero ahora las gotas empezaban a colmar mi vaso.
Y ese comportamiento se había extendido por el resto de perros secuaces.
Había pasado de estar en la punta de la pirámide, a estar tan abajo, que prácticamente me salía hasta de su base.
No sé qué estaba pasando.
No sé qué me estaban preparando.
Pero sentía cómo la explosión final se acercaba.
Y llegar a Alexandria no había mejorado las cosas.
Pues ni Rick, ni Daryl, ni Michonne se encontraban aquí.
Casi agradecía al destino que el padre del chico no hubiera recibido la noticia de que su hijo había ganado una noche como huésped en El Santuario, con todo incluido y gastos pagados.
Por lo que sabía, los dos primeros se habían marchado en busca de suministros para el infame hombre del bate, y la mujer nadie sabía dónde podía estar.
Así que, sin ninguno de ellos para recibirnos, la estadía del tirano se estaba alargando más de lo esperado, lo que había provocado que mi ansiedad creciera a límites insospechados.
Observando con mis desorbitados ojos quienes eran Los Salvadores en todo su esplendor.
Viéndolos ahora sin venda alguna que cubra mi vista.
Me habían obligado a cargar pertenencias en sus camiones.
Había escuchado algún que otro insulto hacia mi que verbalizaba el extraño y novedoso desprecio que parecían tenerme.
Estaban provocándome.
Lo sabía.
Pero no les iba a dejar llegar a su acto final.
No.
Había quedado claro que yo no los conocía tanto como creía.
Pero ellos a mi tampoco.
Así que el final del show corría enteramente a mi cargo.
Puesto que no pensaba aguantar ni una más.
Porque esto se trataba de una maquinación perfecta.
Una tortura.
Esa era la palabra correcta para definir lo que Negan parecía estar haciendo hacia mi persona.
El hombre se comportaba como si el lugar fuera su resort de vacaciones.
Se había relajado tomando todo como suyo.
Había afeitado su barba, dejando paso a un espeluznante Negan acicalado que atemorizaba todavía más que su versión anterior.
Había cocinado espagueti junto a un tenso y amedrentado Carl, jugando a ser el padre de familia perfecto.
Había conocido a Judith, lo cual ha hecho que mi estómago se revuelva al ver la dulzura con la que trataba a la niña mientras le decía a Carl que quizá reconsideraba la idea de matarnos a todos.
Esto, dicho a una pequeña niña ajena al asesino que la sostiene entre sus manos.
Asesino.
Eso era Negan.
Cada vez lo tenía más claro.
Cada vez me era más fácil admitirlo.
Todos sus jodidos comportamientos, últimos y nuevos, habían hecho un efecto de embudo con mi persona, conduciéndome por un único carril, el del desprecio.
El del rencor.
El de la rabia.
El del odio.
Empezaba a sentirme de nuevo como el mismo Áyax que fui la noche en el claro.
Volvía a sentirme de nuevo como él.
Como si todo lo que he vivido hasta ahora no hubiera sido más que una ensoñación.
Una horrible y premonitoria pesadilla.
Y ahora abriera los ojos de nuevo, y volviera a estar arrodillado, tembloroso por la fiebre, con mis manos destrozadas, con mi familia a los lados observándome expectantes, bajo la atenta mirada de un Negan que aún tenía por conocer.
Un Negan que aún nos tenía que demostrar quién era.
Pero yo ya le había conocido.
Yo ya le estaba conociendo.
A él.
A su verdadero ser.
Y ahora, tomaba felizmente un vaso de whisky que el traidor bastardo de Spencer le había traído, en un intento por ganarse su favor mientras aceptaba la invitación a una partida de billar, antes de que ambos se levanten y se dirijan a casa de Mike para sacar la mesa de juego al exterior.
Me sentía asqueado.
Notaba como las arcadas me vencerían en cualquier momento.
Parecía que alguien había programado mi cabeza para recordar todo lo malo que ese hombre había hecho hasta ahora.
Todo eso que yo antes parecía querer negarme a ver.
La ansiedad crece en el centro de mi pecho tanto que duele.
Y es que había descubierto un Negan que no me gustaba.
Un Negan que estaba lejos de ser ese hombre que yo había conocido hasta ahora.
Uno que empezaba a odiar.
A aborrecer.
Y algo dentro de mi me recrimina el ser tan hipócrita.
Pues Negan siempre había sido el mismo.
El que mató a Abraham.
El que mató a Glenn.
Negan siempre había sido Negan.
Pero yo lo había ignorado.
Me había movido por mi propio interés, solo porque al principio me trató como a un igual.
Solo porque me dio poder.
Solo... Porque me veía como un asesino igual a él.
Aprieto los puños y tenso la mandíbula.
Había traicionado a los míos.
A gente que me quería.
A mi familia.
Por él.
Me alejo con pasos tambaleantes hasta alcanzar la esquina de la casa contigua a la nuestra, todo lo lejos posible que mis piernas son capaces de sostenerme.
Y vomito.
Carl aparece asustado a mis espaldas, ayudándome a incorporarme.
- Oh Dios... - murmuro secando mis labios con la manga de mi negra y prestada camisa. - Cómo he podido ser tan estúpido.
Carl acuna mi cara entre sus manos.
- ¿Qué ocurre? - pregunta observándome fijamente con la interrogación pintada en su rostro. – Áyax ¿Qué pasa?
- Cómo he podido ser tan estúpido. – repito absorto en mi propia mente.
La sangre en mis venas se convierte prácticamente en lava, otorgándome esa sensación antaño conocida.
Abraham.
Comienzo a hiperventilar.
Glenn.
Le doy la espalda a Carl, apoyándome de lado en la pared de la casa.
Abraham.
Las lágrimas descienden sinuosamente por mis mejillas.
Glenn.
Un sollozo escapa de mi.
Negan.
- Qué coño he estado haciendo. – siseo con los ojos cerrados, apoyando la cabeza en la pared. Me separo de esta y echo a andar bajo la mirada de un sorprendido Carl. – Necesito respirar. – espeto entre dientes como excusa para alejarme más si cabe del lugar.
Parecía como si el volver a pisar Alexandria hubiera reseteado y reprogramado mis sistemas, para que el odio y la rabia que llevaba semanas conteniendo, saliera de nuevo.
Pues no paraba de ver como mancillaban mi hogar.
Mi persona.
Una y otra vez.
Sabía que Negan estaba jugando conmigo.
Sabía que había alentado al resto de los suyos a hacer lo mismo.
Sabía que quien estaba comiendo de su mano, era yo.
Lo que no sabía, era por qué hacía lo que hacía.
Y lo que tampoco sabía, y no tardaría en descubrir, es que me había convertido en pólvora.
Esa que hacía escasas horas había jurado alejar del fuego, y que ahora se acercaba lenta pero inexorablemente hacia él.
Pues con mi destrozada mente funcionando de forma inconexa y errónea, casi como si mi cordura diera sus últimos estertores antes de desmoronarse por completo a cada casa que pasaba, a cada estúpido Salvador que veía cargado de cosas, termino por llegar a la entrada de Alexandria.
Y en esta, me encuentro aquello que jamás esperé ver.
Aquello que sirve como detonante.
Aquello que me empuja contra las fauces de mi monstruo personal, ese que ya consideraba un hermano y amigo.
Aquello, que une a la pólvora y al fuego.
Y es que Rick y Daryl justo acaban de llegar a Alexandria.
Y eso, algunos Salvadores lo habían tomado como una iniciativa por su cuenta para ganar puntos agradando a su jefe.
Pero su jefe no estaba aquí.
Su jefe estaba pueblo adentro, demasiado lejos y absorto en su mundo.
Quien estaba aquí, era yo.
Y como si la vida me brindara esta oportunidad como la única que jamás tendré frente a mis narices, los tres secuaces estaban solos.
Un escalofrío me recorre cuando la trémula mirada de Rick se posa en mi.
Y soy incapaz de aguantársela.
Este balbucea algo, pues evidentemente, no esperaba que Negan y sus hombres volvieran tan pronto.
Y mucho menos que yo también lo hiciera tras su juramento de meterme una bala en el entrecejo.
Pero no sé qué es lo que ambos hombres ven en mi, porque se quedan estáticos.
Daryl aparta su mirada, decidido a fingir que no le duele ignorarme.
Es entonces cuando un bocazas tiene que estropearlo todo.
- ¿Qué cojones es esto? – exclama con un pedazo de papel en sus manos, el cual contenía un dibujo burlesco.
Veo por dónde va.
Veo cuáles son sus intenciones.
Ese tipo, del cual ni me molesto en recordar su nombre, sabe de sobra que nadie ha hecho ese garabato con ninguna intención, y que lo más probable es que ya se encontrase entre las cajas que ahora descargaban del camión que Daryl y Rick habían traído.
Acababan de llegar y ya les estaban arrebatando sus cosas.
Acababan de llegar y ya querían someterlos.
Acababan de llegar y ya querían humillarlos.
- Es evidente... - murmura este último con la tensión invadiendo su cuerpo, probablemente deseando que esto no pase a mayores, pues lucía bastante cansado como para ello.
Pero todo se detiene.
El mundo.
El tiempo.
Mi respiración.
Mi corazón.
Mi coherencia.
En el jodido y estúpido momento en el que ese perro bastardo estampa su puño en la mandíbula del expolicía.
Daryl da un paso atrás con absoluta sorpresa, pues era lo último que esperaba.
Y me congelo al darme cuenta de que yo he reaccionado como él.
Otro Salvador arremete contra Rick, asestándole otro golpe que termina por tumbarlo en el suelo.
El tercero golpea a Daryl cuando este se aproxima a ellos como alma que lleva el diablo, provocando que ambos se enzarcen en una pelea.
Inhalo y exhalo de forma furiosa.
Como un toro dispuesto a embestir a su torturador para acabar de una vez por todas con su sufrimiento.
Paso mis temblorosas manos por mi pelo.
Pero esta vez no temblaba de miedo.
Temblaba de pura rabia.
Muerdo mis labios tanto que me hago daño.
Otro golpe a Daryl.
Niego con la cabeza con lentitud.
- No... No... No... - susurro con las manos en mi nuca.
Otro golpe a Rick.
Otro golpe a Daryl y otro golpe a Rick.
Otro golpe a Daryl y otro golpe a Rick.
Veo a este intentando semi incorporarse en el suelo.
Su pelo revuelto bañado en sudor que cae por su frente.
Un reguero de sangre que baja por su ceja y nariz.
Las lágrimas de rabia y frustración que Daryl se permite mostrar.
Los puñetazos que recibe.
- No...- siseo aún con los ojos cerrados, escuchando como ese fondón repulsivo le propina a Rick una patada en el estómago.
- ¿Qué murmuras, Scarface? – inquiere socarrón el perro sin nombre que había reducido en el suelo a Daryl, quien forcejeaba contra él como si la vida le fuera en ello. - ¿Es que quieres unirte? ¿Qué es lo que quieres?
Suficiente.
Suficiente.
Suficiente.
Abro los ojos.
Saco la pistola tras mis pantalones.
- Qué no vuelvas a llamarme así. – sentencio con voz neutra antes de volarle la cabeza de un disparo.
Los otros dos abren sus ojos, impactados, observándome de forma expectante cual estatuas en su sitio.
Vuelvo a apretar el gatillo y acabo con la inmunda vida del primer tipo que había golpeado a Rick.
Su cuerpo cae en milésimas de segundo, como su anterior compañero.
El último balbucea entre temblores el principio de una frase que no llega a pronunciar.
Sujeto el arma por el cañón y sostengo al ridículo saco de mierda frente a mi por el cuello de su camiseta, y estampo la culata de mi arma en su cara, reventando su asquerosa nariz.
El hombre cae de rodillas mientras sigo sujetándolo.
- No vuelvas a llamarme así. – murmuro. – No soy Scarface, no soy Negan... - gruño acercando mi cara a la suya. – Soy Áyax. – siseo. Vuelvo a sostener mi arma correctamente e introduzco el cañón del arma en su boca.
El perro Salvador empieza a llorar.
- Y no volváis a tocar ni a mi hermano... ni a mi padre. – sentencio.
Y vacío el cargador de la pistola en su boca, tal y como una vez les prometí que haría si se pasaban de la raya.
Y lo habían hecho.
El que avisa no es traidor.
El silencio inunda el lugar, únicamente quebrantado por las extenuadas y jadeantes respiraciones de mis familiares en el suelo.
A diferencia de otras veces, no me quedo petrificado por lo que acabo de hacer.
Ni siquiera me mortifica.
No me detiene.
Estás demasiado roto.
Tiro el arma a un lado.
Me aproximo hacia Rick con pasos lentos pero firmes.
- Esto se acaba aquí y ahora. – mi voz suena autoritaria, pero no parece que sea yo quien hable.
Porque esa voz no tiene vida.
El padre de Carl me mira incrédulo.
Y desconfiado.
Mis ojos se clavan en Daryl, pues soy incapaz de mirar al hombre a su lado.
- ¿Estás bien?
Este asiente en respuesta mientras se pone en pie, escudriñándome con la mirada.
Repito el gesto, conforme.
Mi hermano se acerca hacia mi padre y pasa el brazo izquierdo de este por su hombro, ayudándole a caminar.
Cojo el arma de uno de los muertos en el suelo y me hago con ella, colocándola en el lugar de la anterior.
Ni siquiera hago algún acercamiento hacia los dos miembros de mi familia.
No puedo.
No soy capaz.
Pues siento que les debo mucho.
Tanto, que ni en mil vidas saldaré esa deuda.
Y aún estoy empezando a despertar del letargo en el que había estado sumido.
Como si me hubieran arrebatado mi personalidad y jugado conmigo a moldearme como quisieran. Ahora sé este Áyax. No, ahora sé este otro. No, mejor aún, sé este. Me había hartado de ese juego.
Sabía que era yo, pero no me sentía como tal ni por asomo.
No entendía qué empezaba a pasarme.
Por qué actuaba como si mis movimientos estuvieran programados.
Por qué todo parecía acabar de perder el sentido.
Por qué me daba igual lo que sucedería a mi alrededor.
Por qué no era yo quien tenía mi propio control.
Era yo.
No era yo.
Si lo eres.
Si lo soy.
No lo eres.
No lo soy.
Sacudo la cabeza en un gesto nervioso, queriendo alejar lo que me perturba.
No podía mirarlos a la cara.
Ni ellos a mi.
Éramos tres extraños que simplemente no intentaban matarse durante unos minutos, y eso me basta.
Me basta.
Te basta.
Porque el objetivo principal no somos nosotros.
Si no el tipo del bate que tenía los segundos contados.
- Seguidme. – murmuro antes de darme la vuelta y empezar a andar con ellos tras mis pasos.
Porque como había dicho, esto se acaba aquí.
Y ahora.
Sabéis cuando percibís que algo más está pasando a vuestro alrededor ¿Pero os da miedo preguntar porque teméis que la propia respuesta sea peor que la confirmación de aquello que sospecháis?
Bueno, pues así me encontraba yo ahora.
Sumido en ese limbo en el que parecía no saber nada de mi mismo.
Los impulsos decidían por mi.
Mis actos habían tomado una decisión respecto a mi futuro en Los Salvadores.
Lo que iba a descubrir, es que Negan ya había tomado por mi esa misma decisión mucho antes de que si quiera yo pensara en abandonarles y volver a donde pertenecía.
Aunque todos aquí me odiaran.
Pero todo pasaba demasiado deprisa.
Mis pensamientos volaban por mi mente al compás de cada latido.
Pensamientos dispares.
Difusos.
Incoherentes.
Inconexos.
Incomprensibles.
Sin sentido.
¿Lo tenían?
No, no lo tienen.
Sacudo la cabeza en ese gesto nervioso, una vez más.
Y mi balanza, esa que durante un tiempo se inclinó en favor de Negan, cambia todas sus pesas en la bandeja opuesta, como si eso sirviera de algo, cuando la estampa frente a mis ojos se hace presente.
El cadáver de Spencer nos recibe destripado en el suelo.
Y no me impacta.
Arat está sobre una compungida Rosita que intenta quitarse de encima a la chica que la amenaza con un cuchillo sobre su rostro cortado.
Y no me sorprende.
- ¡Pero bueno, Rick! ¡Justo estábamos descubriendo que este tipo de aquí es una nueva y gran adquisición! – dice palmeando la espalda de Eugene. - ¿Qué diablos te ha pasado, viejo amigo? – inquiere con una gran sonrisa hacia el hombre acompañado por mi hermano a mis espaldas, haciendo que sus mejillas manchadas en sangre se estiren.
- Tus perros le han atacado. – respondo como un autómata.
El hombre abre de par en par sus ojos fugazmente ante mi atrevida respuesta.
Y todos, en especial Carl, me miran como si yo fuera un completo suicida.
En este momento, lo soy.
Y no me importa.
Dudo que en este momento yo fuera dueño de mi mismo.
Lo bueno que eso me auguraba, es que tampoco lo era nadie más.
Un impasible Negan se aproxima a mi como un león que camina con lentitud hacia su presa, deteniéndose a una distancia prudencial.
Por primera vez en semanas, no tiemblo.
Ni bajo la mirada.
Pero unas voces se aproximan a nosotros, cuando varios de sus hombres detienen su carrera, ahogándose por el esfuerzo.
- ¡Han matado a algunos de los nuestros! – grita uno de los que acaba de llegar – John... Kevin y Marcus. Están muertos. – dice jadeante. – En la entrada. Les han disparado.
Negan arquea las cejas.
- ¿Qué? – pregunta con humor y escepticismo. – Oh, no... No, no, no... Eso... Eso no está nada bien... - murmura acariciando su barbilla. Incrédulo. Sorprendido. Sus ojos se clavan en mi como cuchillas. - ¿Tienes algo que ver?
Sonrío en una mueca.
Mantengo mi perdida y mirada vacía en él.
Ni siquiera parpadeo.
El hombre traga saliva, porque parece no reconocerme.
Como una madre viendo como llevan preso a su hijo, que siempre creyó buena persona, pero que ha resultado tener los cadáveres de tres personas despedazados en su congelador.
- Arat. – dice sin una pizca de emoción en su voz. – Mata a alguien.
Y, cuando el eco de un disparo llega a mis oídos, veo caer inerte el cuerpo sin vida de Olivia.
Todos exclaman con dolor e impotencia el asesinato que se acaba de cometer ante sus ojos.
Y sin darles tiempo a reponerse de semejante impresión, saco de nuevo el arma tras mis pantalones, esa que he robado a su muerto secuaz, y apunto.
A Negan.
Toda Alexandria contiene la respiración de nuevo, veo como algunos se llevan las manos a la cabeza o a la boca.
Otros rompen en llanto ante la reciente pérdida.
La tensión aquí es tanta, que podría jugarme el cuello a que la están percibiendo hasta en Hilltop, El Reino y Oceanside, y no lo perdería.
El propio Negan se reclina ligeramente hacia atrás con una sorpresa que se esfuerza en disimular.
Nunca le he visto así.
Pero él a mi tampoco.
- ¡Vaya! – exclama con fingido entusiasmo. Para el resto pasa como tal, como su habitual voz de maestro de ceremonias, pero para mi no.
Pareciera que se está enfrentando a un momento al que nunca quiso enfrentarse.
- ¿Qué coño estás haciendo, Áyax? – balbucea la chica que acaba de disparar, levantándose con lentitud, alejándose de Rosita.
- Cállate, zorra. – espeto entre dientes.
No me duele.
Porque no siento.
Ni me importa.
Porque no pienso.
El silencio vuelve a inundar las calles.
- Así que Simon tenía razón. – dice Negan con una ladeada y ensayada sonrisa.
Frunzo el ceño ligeramente cuando no entiendo lo que dice.
El hombre indica a uno de sus matones que se aproxime, y este le entrega un walkie.
El que yo le di a Morales.
Que a su vez le dio a Jesús.
Y este, le entregó a Carl.
Abro los ojos de par en par.
Y ese gesto no pasa desapercibido para Negan.
- Hemos encontrado esto en vuestra casa. – dice hacia mi padre y mi hermano, para después mirar a Carl, y por último a mi. - ¿Algo qué decir?
La realidad cae en mi como una patada en mi vientre.
- No significa nada. – gruño, apretando el agarre del arma en mi mano izquierda.
No significa nada.
Negan camina y eso hace que yo también, apuntándole, hasta que los dos quedamos frente a los nuestros, paralelos al cuerpo sin vida de Spencer.
- ¿Has tenido comunicación directa con tu pueblo, si o no?
Tenso la mandíbula.
- Responde. – gruñe. Su semblante se vuelve serio.
Pero no me da miedo.
Ya no.
- Sí. – siseo. – Pero eso no significa nada. – vuelvo a repetir.
- ¡Por supuesto que sí, mi inmune amigo! – exclama con teatralidad. – Significan muchas cosas... - empieza a decir. – Significa que nos has estado mintiendo, significa que nos ibas a traicionar, y significa que, finalmente, lo has hecho. – añade señalando el arma con la que es apuntado. – Simon tenía razón.
Simon tenía razón.
Simon tenía razón.
Niego con la cabeza lentamente, sintiendo como el control de mi mente y mi persona abandonan mi cuerpo de forma definitiva.
Ahora todo encajaba.
Ahora entendía todo.
Ahora el puzle estaba completo y la imagen era mucho más clara.
Ahora una única realidad se grababa con un hierro candente en mi, y era que nuestra pólvora se había acercado a otro fuego.
Un fuego mucho más grande y abrasador.
Un fuego que se había estado gestando a mis espaldas, alimentado por las brasas del odio de Simon hacia mi.
Ahora entendía su cambio de actitud.
El de él y el de todos Los Salvadores.
La fiesta a la que yo no había sido invitado.
Aquello que yo no conseguía ver.
Era que ese hijo de puta los había puesto en mi contra.
- No. – sentencio en un susurro. – Te ha engañado. Os ha engañado. – digo alzando la voz.
Le han engañado.
Les han engañado.
- Sabes que es mentira Negan, yo no quiero traicionarte... ¡LO SABES! – grito dando un paso hacia él cuando todo escapa de mi.
Algo en mi interior decide apagar y desconectar cualquier fuente de control.
Cualquier atisbo de entereza.
De personalidad.
De humanidad.
Y pronto me doy cuenta de que eso, es mi cordura.
Que, tras dedicarme una lánguida mirada y una negativa, apaga mis luces internas y cierra la puerta.
Porque está harta de haber soportado tanto en tan poco tiempo.
En un sube y baja constante.
Cae, pero levántate.
Vuelve a caer.
Y vuelve a levantarte.
Basta.
No puedes más.
No puedo más.
Y todo se apaga.
Se vuelve oscuro.
Inhóspito.
Silencioso.
Y las presiones me vencen.
Me asfixian.
Me consumen.
Y no solo a mi, sino también a los cimientos de todo aquel esfuerzo y trabajo mental que había puesto en construirme a mi mismo.
Pero esos cimientos ya llevaban minutos ardiendo.
Horas.
Semanas.
Meses.
Años.
Y no dejarían de hacerlo hasta arrasar con todo.
Esto se acaba aquí y ahora.
Sonrío.
Esto se acaba aquí y ahora.
Esto se acaba aquí y ahora.
Soy consciente de que todo cambia en mi mente en este momento.
Ese tic nervioso vuelve a mi, haciéndome sacudir mi cabeza, como si tuviera una voz en mi hombro que no deja de hablarme.
Porque la hay.
Y no se calla.
No se calla.
No me callo.
Y cada vez grita con más fuerza.
- Mátale. – dice un resentido Abraham a mis espaldas.
- No, tu no eres así. – replica Glenn a su lado.
- No somos así. – añade Denisse.
- Él sí, es un monstruo. – les aclara Hannah.
- Y si lo es, qué importa. – sentencia Merle.
- ¡CALLAOS DE UNA VEZ, JODER! – bramo llevándome las manos a mis oídos para taparlos, como si eso fuera a servir de algo, volviéndome hacia ellos.
Hacia la nada tras de mi.
¿Qué me pasa?
¿Qué me está pasando?
¿Qué te está pasando?
- ¿Qué me está pasando? – murmuro con la mirada perdida.
Todos me observan boquiabiertos, sin estar muy seguros de lo que están viendo.
- Áyax... Baja el arma... - dice Negan, alzando de forma conciliadora su mano hacia a mi. Por primera vez en semanas, su tono de voz parece preocupado.
- ¡NO! – rujo volviendo en mi mismo, apuntándole de nuevo. – Tú me has hecho esto... Tú... Tú eres el culpable. Tú me has hecho esto.
Él te ha hecho esto.
- Sabes de sobra que yo no quería traicionarte – gruño cerrando los ojos con fuerza durante unos segundos antes de volver a abrirlos. – Te lo dije. Te lo juré. ¡TE JURÉ LEALTAD!
Él lo sabe.
Sí, lo sabe.
Le juraste lealtad.
- Simon te ha mentido... - digo en un murmullo sacudiendo mi cabeza. – Pero tú me has empujado a esto... Con tus desprecios... Tus miradas... - siseo antes de reír amargamente. – Tu forma de tratarme. ¡A MI! – exclamo señalándome a mi mismo con el arma.
Todos contienen la respiración otra vez.
- Me tratas a mi, así. – susurro cuando las lágrimas ruedan por mis mejillas. – Te juré lealtad. Tú me has empujado a esto. – sigo diciendo, alternando el arma, señalándonos a ambos. - Traicioné a mi familia por ti. Traicioné a mis muertos por ti. Tú me has empujado a esto – repito una y otra vez. Negan no aparta sus asombrados ojos de mi. - ¡TÉ JURÉ LEALTAD! ¡TÚ ME HAS EMPUJADO A ESTO!
Tú me has empujado a esto.
Él te ha empujado a esto.
¿Él me ha empujado a esto?
Sí, lo ha hecho.
Definitivamente, lo ha hecho.
Bajo el arma.
Miro al cielo.
Las lágrimas caen.
Una sonrisa.
Un suspiro.
Y un disparo.
Arat cae muerta al suelo con una bala perforando su frente.
- Tú me has empujado a esto. – sentencio con una dolida sonrisa, encogiéndome de hombros.
Los ojos de Negan se abren de par en par.
Los suyos y los de todos.
Unos fuertes brazos me aprisionan.
Un perro secuaz que se había aproximado a mi desde atrás, me sostiene con fuerza, mientras otro me arranca el arma de las manos, haciendo que este pueda retorcerme los brazos en mi espalda para inmovilizarme.
Un ligero dolor sacude mi hombro izquierdo.
Pero ni siquiera puedo conseguir que me importe.
- Lleváoslo... - dice un descompuesto Negan. Carraspea para recuperar su teatralidad en cuestión de segundos. - ¡Lleváoslo de aquí! – brama. – Joder... - murmura pasando sus ojos de Arat a mi.
- ¡Jodido loco! – grita el tipo que me retiene mientras solloza la muerte de su compañera.
Muevo mi cabeza con fuerza hacia él, haciendo que mi parte trasera golpee con brutalidad su nariz.
Me deshago de su agarre.
Golpeo su cara.
Sujeto su cabeza entre mis manos y le asesto un rodillazo.
Y antes de que el resto de Salvadores se abalancen sobre mi, en un sencillo movimiento, rompo su cuello.
Y van cinco Salvadores.
- ¡ÁYAX! – grita Carl en un desesperado intento por hacerme entrar en razón.
Pero no le oigo.
No veo.
No siento.
No padezco.
Varios hombres me retienen en el suelo.
Sacudo mi cabeza.
El gesto nervioso.
Un alarido de rabia sale de lo más profundo de mi garganta hasta casi romperla mientras apoyo mi frente en el suelo.
La mirada que dedico a Negan no la olvidará en años.
Y la que él me devuelve, a mi tampoco.
¿Había vuelto el Negan de hacía semanas?
No, te está mintiendo. ¿Recuerdas?
Me está mintiendo, lo recuerdo.
Entonces parpadea y recobra su sonrisa habitual, y se vuelve hacia los míos.
- Le demostraremos qué hacemos en El Santuario con los traidores. – sentencia con fingida crueldad antes de echar a andar tras los suyos.
- ¡NO! – ruje Daryl cuando ve como uno de sus hombres me propina un duro puñetazo antes de ser arrastrado.
Es un magullado Rick quien ahora tiene que sujetarle.
Y no solo a él.
A Carl también.
Pues parece más que dispuesto a venir y acabar con Los Salvadores con sus propias manos.
Así que Tara acude en refuerzo de Rick para sostener al chico.
Rick me mira con los ojos surcados en lágrimas.
No puedo devolverle la mirada.
Me revuelvo e intento deshacerme del agarre.
- Tú me has empujado a esto. – murmuro con la vista totalmente ida.
Otro puñetazo.
- Tú me has empujado a esto.
Otro puñetazo más.
- Tú me has empujado a esto.
Mi cabeza golpea el asfalto cuando me sueltan.
Él te ha empujado a esto.
Una patada en mi estómago.
Lo ha hecho.
Y mi respiración se corta cuando escupo sangre.
Inmovilizado en el suelo, con mis brazos en mi espalda y la sangre cayendo por mi rostro, oigo como los míos gritan con impotencia y de forma agónica.
Alaridos que ni siquiera llego a entender.
El Salvador tras de mi tira de mi pelo y de mis brazos en mi espalda para levantarme, y me adentra en la parte trasera de uno de los camiones con total brusquedad, haciéndome rodar por el interior de este, hasta golpearme con la pared del fondo.
Respiro con furia.
Muevo la cabeza de lado a lado, lentamente, volviendo a negar en una respuesta a nada, de algo que nadie me ha pedido.
Que nadie me ha preguntado.
Nada.
Nada.
Nada.
Solo niego.
Crujo mi cuello.
Estallo en un grito de rabia y pego un puñetazo en el suelo del camión.
Alzo la vista.
Toda Alexandria me mirada impactada.
Toda mi familia me mira impactada.
Veo como suben a Eugene a otro camión.
Y como cargan los cuerpos de Los Salvadores sin vida.
El de Arat.
He matado a Arat.
Has matado a Arat.
- Joder, joder, joder, joder... - murmullo pasando las manos por mi pelo.
Sacudo la cabeza.
Tenso la mandíbula.
Negan se aproxima al camión.
- Que tengas buen viaje, porque será el último. – sentencia con una enorme y cínica sonrisa, antes de cerrar la persiana del camión con un rápido movimiento, dejándome completamente a oscuras, con el sonido que ha hecho la persiana al bajar reverberando por el interior. - ¡Nos vemos pronto, Alexandria! – vocifera el hombre en el exterior.
Segundos después, el camión arranca.
Pego mis rodillas a mi pecho y me abrazo a mi mismo.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Tiemblo.
Sacudo la cabeza.
Un ruido proveniente del fondo del camión me asusta y hace que me envare.
- La has cagado, pero bien. – sentencia Abraham encendiéndose uno de sus puros, iluminando ligeramente el lugar con la punta candente de este, reclinando su espalda en la pared al final del vehículo.
- Eh, no le digas eso. – le regaña Glenn en la otra esquina frente a él. – El chico ya está bastante asustado.
- Que se lo hubiera pensado mejor antes de confiar en ese hijo de perra. – murmura el otro.
Parpadeo un par de veces.
Abro los ojos ligeramente.
- ¿Es esto real? – inquiero con una lágrima descendiendo por la mejilla.
¿Lo es?
Glenn y Abraham se miran entre sí antes de sonreír.
- Solo tú puedes saberlo. – sentencian.
- Ya sabes lo que tienes que hacer si no nos quieres aquí. – añade Glenn con una sonrisa. – No somos nosotros quienes tenían razón.
Sollozo.
Ya sabes lo que tienes que hacer.
Ya lo sabes.
Ya lo sé.
- Tenías razón. – murmuro cuando ambos marchan en un parpadeo. Cuando vuelvo a quedarme solo. – Tenías... Razón...
Y solo yo sé a quién se lo digo.
Solo yo sé quién tenía razón.
Solo yo sabía a quién tenía que decírselo.
Ese mantra inacabado es lo único que logro decir cuando mi mente se reduce del todo, atrapándose en la oscuridad que me acompaña.
Esa única verdad.
Porque tenías razón.
- Tenías... Razón...
Tenía razón. Tiene razón.
La tenías. La tienes.
Él tenía razón.
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