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Capítulo 30. Treinta balas de plata.

- ¡Despierta, Bella Durmiente, hoy es tu gran día!

La voz de Negan seguida de unos cuantos toques a mi puerta, reverberan con fuerza tras esta, consiguiendo despertarme del todo.

Froto mis ojos con pereza, aún somnoliento, y resoplo un "¡Ya vale!" que detiene los continuos y molestos golpecitos de sus nudillos en la madera.

La risa del hombre del bate no tarda en aparecer, pues parecía que se había propuesto como meta el ser mi despertador personal.

Y es que todo lo que me incordiase, por norma general a él le gustaba.

Y estaba seguro de que no era una mera coincidencia.

La cabeza de Negan asoma por la puerta cuando me estoy sentando en la cama, desperezándome.

- No te he dado permiso para entrar. – gruño antes de ocultar un bostezo.

- No lo necesito. Yo no. – responde con su habitual sonrisa de superioridad. Sus ojos me analizan. – Pareces cansado.

- Para nada. – miento mirándole fijamente.

El hombre asiente.

Sin creerme un ápice.

Y es que lo estaba.

Estaba cansado.

Pues me había pasado prácticamente toda la noche hablando con Carl, hasta hace escasas horas.

Esas en las que había podido dormir.

Pero eso... Eso no podía decírselo. No a él.

- Está bien. – dice sin convicción alguna, ganándose mi atención. Le observo de arriba abajo, frunciendo el ceño ligeramente.

Y es que todavía no me había acostumbrado a creer que el Negan que estaba ahora mismo frente a mis ojos, era el que también reventó las cabezas de Glenn y de Abraham delante de mi.

Su aspecto descansado, vestido con una simple camiseta gris, unos vaqueros azules y sus botas negras, con el pelo peinado hacia atrás y aún húmedo debido a una ducha matutina, no le daban el aspecto del lunático que personalmente había conocido en profundidad.

Casi parecía alguien normal.

- Mueve el culo, vístete y organiza a los hombres que vendrán y los que se quedarán en El Santuario. No tenemos todo el día, Scarface.

Casi.

El hombre ríe ante mi cara de hastío.

- Esas miradas, Áyax... - murmura mientras niega con la cabeza.

Mis ojos se desvían de forma automática. No me había dado cuenta de si le había mirado mal.

Trago saliva.

- Algún día te costarán caro. – añade con seriedad. – Te lo dije, me caes bien. Pero incluso aún así, hay cosas que no puedo permitirte que hagas, y una de ellas es que no me mires como debes hacerlo.

- Lo sé. – le interrumpo, y, para mi sorpresa, el arrepentimiento tiñe mi voz ligeramente. – Lo siento.

¿Por qué narices estaba diciendo eso?

Negan se pasea con lentitud hacia mi cama y se sienta a los pies de esta, para después palmear mi pierna en algo que interpreto como un gesto de cariño.

Si es que alguien como él tiene de eso.

- Lo sé. – repite. – Sé que lo sientes. – añade. – Lo veo en tus ojos ¿Sabes? Veo que realmente lo intentas. – arqueo una ceja casi en un acto reflejo de la más pura incredulidad. – Diría incluso que estoy empezando a creer que estas a gusto aquí. Puede que no todo lo que yo desearía, pero empiezas a estarlo, lo he notado. – dice señalándome. – Y eso no puedes ocultármelo.

Pero lo que si le intento ocultar es una sonrisa.

- ¿Ves como no me equivocaba? – inquiere ante mi gesto. Asiento en señal de rendición. – Oye sé que todo esto no debe de ser fácil para ti, y lo entiendo, pero te estás adaptando mejor de lo que esperaba. Incluso has mejorado ligeramente la productividad de este sitio, cosa que hasta envidio, así que ten cuidado con ser mejor que yo e intentar arrebatarme mi puesto. – advierte mientras me señala de nuevo con su dedo índice, pero esta vez en una falsa amenaza.

Una ladeada sonrisa estira las comisuras de mis labios. Niego con la cabeza.

- No quiero tu puesto, Negan. – el hombre se sorprende durante unos segundos tras llamarle por su nombre. Incluso yo lo hago. – De hecho, tampoco quería que en un futuro Rick dejara en mis manos su legado. – añado desviando el curso de mis ojos hasta clavar mi vista en mis pies aún bajo la sabana. Pongo mis codos sobre mis dobladas rodillas. – No, eso le pertenece a Carl, no a mi.

Negan arquea una ceja.

- Bueno, a ti. – corrijo ocultando una sonrisa, de nuevo. – Por ahora. – murmuro.

El hombre del bate se carcajea.

- Lo sé, algún día me traicionarás. – dice con algo de dolor.

¿Dolor?

- Eso no pasará. – me apresuro a decir.

¿Qué? ¿Por qué había dicho eso?

Y es que las palabras llegaban a mi boca antes de que mi cerebro lo ordenase.

Porque estas parecían salidas directamente de mi corazón.

Y pronto me doy cuenta de que son una cruel realidad.

Yo no quería traicionar a Negan.

O, por lo menos, no al Negan que estaba sentado ahora mismo frente a mi.

- Lo harás. – dice este con algo de pesar tras un suave suspiro, cortando el hilo de mis pensamientos y poniéndome de nuevo los pies en la Tierra. – Tienes muchas más cosas en tu pueblo que en este lugar. – añade. – Pero, sinceramente... - dice frunciendo el ceño. – Tengo ganas de ver cómo os alzáis de nuevo. La curiosidad me carcome, no puedo evitarlo.

- Pero... - empiezo a decir, totalmente confuso.

- Y gracias a que tú lo harás, le darás la fuerza suficiente a Rick para hacerlo. – sigue diciendo. Sus ojos se pierden en la pared frente a él, divagando en lo más profundo de su mente. Casi como si visionara ese escenario en su cabeza. – Te lo dije, tanto Rick como tú no sois de las personas que duráis mucho tiempo arrodillados... Aunque hablando de ti quizá debería preguntárselo a Carl ¿No crees?

Un exasperado bufido es lo único que recibe en respuesta, mientras me tumbo rápidamente sobre el colchón con cansancio.

Otra carcajada.

Imbécil.

Pero internamente, no puedo evitar reírme ante su broma.

- Sé de sobras que tú no quieres ser un líder. – dice retomando el tema, con algo de seriedad.

Su bipolaridad me traía loco.

Estaba acostumbrado a saber leer a las personas y normalmente sabía cómo actuarían.

Pero Negan era harina de otro costal.

Y que tenga ese pensamiento de mi me despierta interés.

- ¿Por qué crees eso? – inquiero frunciendo el ceño.

A veces me daba miedo lo mucho que este hombre parecía saber de mí solo con conocerme un poco.

- Porque estoy seguro de que piensas que es mucho trabajo, y eso te haría sentir atado a algo. – responde. – No podrías tener la libertad que siempre has tenido, por eso optas por ser el segundo al mando, porque con eso te conformas. Con eso te vale. – añade. – Puedes hacer y deshacer a tu gusto, puedes aconsejar al líder lo que creas conveniente y este siempre te tendrá en cuenta, porque sabe que tienes razón. Hará prácticamente todo lo que tú le digas, porque también lo piensa. Y es que, si pones a alguien como tu segundo al mando, es porque es prácticamente igual que tú. – sigue diciendo. Entonces me mira. – Cuando te vi creí que algún día serías un gran líder, pero al ver cómo actuaste esa noche... Al conocerte. - murmura. – No, no eres un líder. – Sus pupilas se clavan en las mías. – Un líder fue Rick. Un líder será Carl. Un líder soy yo. – dice con firmeza. – Tú, eres algo mucho mejor que eso.

Mis ojos le observan perplejos.

Me incorporo lentamente y trago saliva.

Mi confusa mirada le hace sonreír, pues solo sus cavilaciones mentales podían trastocarme como lo hacían.

- Tú eres la mano que mueve los hilos, Áyax. – dice. – Eres el que decide qué se hace y Rick decide dónde. Eres el que dice cómo, y yo digo cuándo. – añade con convicción. – Porque detrás de cada gran líder, hay alguien mucho mejor que él. Y eso, es lo que nos hace a nosotros ser mejores, tu grandeza.

Trago saliva.

Parpadeo rápidamente para disipar las lágrimas.

- ¿Me equivoco? – pregunta.

Mis pupilas se encuentran con las suyas.

- ¿Lo haces? – respondo.

Negan sonríe.

Y niega con la cabeza.

- No somos tan diferentes. - dice.

Agacho ligeramente la cabeza y muerdo mi labio inferior.

- No somos tan diferentes. – reconozco al fin en voz alta.

La realidad me golpea ante ese hecho.

Y vuelve a sonreír antes de ponerse en pie.

- Sabes... Soy consciente de que algún día Rick me matará. – dice.

Mis ojos se alzan con sorpresa hasta los suyos.

- No me mires así, sabes de sobra que estoy en lo cierto. – añade con tranquilidad. – Pero, sinceramente... Espero que no lo haga. – reconoce mientras observa con desgana algunos de los libros de medicina sobre el escritorio.

- ¿Por qué? – inquiero con curiosidad.

Negan suspira y deja el libro que acababa de coger donde estaba.

Y me mira.

- Porque me gustaría poder ver si llegarás a ser el gran hombre que creo que serás. – sentencia. Y entonces sonríe antes de añadir. – Tanto tú, como Carl. – suspira. – Sabes que yo solo creo en mi nuevo orden... Pero no me importaría veros a ambos intentar lograr tu nuevo mundo.

Boqueo como un pez fuera del agua cuando intento decir algo, pero la incredulidad me lo impide.

Negan me sorprendía cada día más.

Y dudo que en algún momento dejase de hacerlo.

- Bueno, agradable charla. – dice dando por finalizada la conversación cuando siente que ha bajado la guardia conmigo más de la cuenta, cosa que hacía habitualmente. - Pero no tenemos todo el día, así que será mejor que te pongas manos a la obra. Hoy es tu día. – repite con cinismo, dispuesto a marcharse. - ¡Y recoge este cuarto, por Dios! – exclama observando mi alrededor mientras se aproxima a una de las ventanas y sube del todo las persianas para posteriormente abrir el cristal. – No te doy toda una habitación para que la tengas hecha una pocilga. – añade encaminándose hacia la puerta. - ¡Y no te vayas sin desayunar algo! – grita su voz por el pasillo contiguo hacia las escaleras.

Arqueo una ceja.

Y río.

¿Qué acababa de pasar?

Nunca terminaré de entender la extraña y fraternal relación que Negan tiene para conmigo.

Pero lo que más me confundía de esto, es que no me desagradaba del todo.

Pues parecía ser el único que despertaba esa parte en él, y eso me confirmaba lo que yo ya venía sospechando: que el hombre del bate no era tan mala persona como nos hacía creer.

Y la conversación que acabábamos de tener, me daba aún más la razón.

Lo difícil de la historia iba a ser convencer a Rick y al resto, de que realmente existía el Negan que yo conocía.

Solo debía reconducirse en la dirección correcta, acompañado de las personas correctas.

Y para eso estaba yo.

Ten a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca.

Todavía puedo escuchar la voz de Carl en mi mente.

Sacudo la cabeza, dejando a un lado esos pensamientos, y me levanto de la cama con la intención de asearme y vestirme. Pues como Negan había dicho, hoy era mi día.

El día en el que probablemente, Rick y los míos empezaran a odiarme.

A verme como un enemigo.

A verme como un Salvador.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando una presión asfixiante se hace presente en mi pecho.

Y es que había visto al padre de Carl hacerles auténticas salvajadas a sus enemigos.

Arrancar gargantas con sus propios dientes.

Hacer estallar cráneos con un machete.

Perforar cuerpos a balazos con su revolver.

Todo, para quitarse a sus enemigos de en medio.

Y a partir de hoy, eso es en lo que me convertiría para él y el pueblo de Alexandria.

Un enemigo más.

O lo que es peor aún.

La mano derecha de Negan.

Nuestro peor rival hasta ahora.

Trago saliva.

Porque, que Rick Grimes me tuviera en su punto de mira como a un bastardo traidor, era algo que nunca imaginé que podría pasar.


Resoplo cuando veo la imagen que me devuelve el espejo.

Mi magullado rostro, surcado por tres prominentes y desiguales líneas rojizas que cruzaban diagonalmente mi mejilla y que se iban oscureciendo a medida que pasaban los días, efectivamente me daban el aire que Negan decía que desprendía.

Y no estaba seguro de cómo mi familia podría mirarme a la cara con normalidad.

Eso, sumado a mi camisa y pantalones, ambos negros, confirmaban de nuevo las palabras del hombre del bate.

Era todo un Salvador.

Y eso ponía mi vello de punta.

No podía imaginar las caras de todos al verme, no podía.

Salgo de la habitación antes de consumirme en mi propia mente por juzgarme a mi mismo más de la cuenta.

Y llego a la entrada de El Santuario justo a tiempo.

Los hombres que ya he seleccionado preparan los camiones, supervisados por Arat.

Y esta escena, me hace darme cuenta de lo real que era la situación.

Iba a volver a ver a mi familia, en la peor de las situaciones que pudiera imaginar.

Carraspeo para intentar serenarme, pues tampoco podía presentarme ante esta gente como un manojo de nervios, y menos aún, siendo su superior y el segundo al mando de Negan.

Y este último, aparece tras de mi dándome unos toquecitos en el hombro.

- ¿Sí? – digo extrañado cuando me vuelvo hacia él.

Y trago saliva.

Lo hago, cuando le veo ataviado de sus pantalones marrones, una camiseta blanca y su raída chaqueta de cuero, con Lucille descansando sobre su hombro derecho.

Ahí estaba el Negan que todos conocían otra vez.

Y no estaba seguro de hasta que punto eso era una buena señal.

Estira sus labios en una cínica sonrisa cuando nota mi cambio de comportamiento hacia él.

Y eso lo ha conseguido, solo con cambiar de ropa.

- Toma. – dice extendiéndome una pistola en su funda. Parpadeo un par de veces intentando comprender. – Ojalá no tengas que usarla.

Y el tono con el que lo dice, me hace saber que es mentira. Estaba seguro de que le encantaría ver como me cargo a alguno de los míos.

- Recuerda dónde estás ahora. – añade con seriedad. El escrutinio de su mirada me hace temblar. – Recuerda quién eres, y haz lo que tengas que hacer.

Trago saliva.

Asiento mientras cojo el arma y me la coloco en el cinturón.

- Espero no arrepentirme de esto. – sentencia antes de darse media vuelta y alejarse unos metros, apoyándose en el camión frente a mi.

Le miro confuso, y tras unos segundos, entiendo por qué lo hace.

El día de hoy era mi última prueba, me lo avisó.

De cómo actuase hoy dependía que todo se fuera a la mierda o no.

Sus hombres hacen un círculo a mi alrededor.

Y los ojos de Negan me observan con cierta impaciencia.

Cierro los ojos y cojo aire durante unos segundos.

Una ladeada sonrisa se esboza en mis labios.

Si quería un espectáculo como el de Terry, no iba a ser yo quien se lo negara.

No, de eso nada.

Abro los ojos.

- Está bien. – empiezo a decir alzando la voz. – Queda por recoger el último tributo, en el pueblo de Alexandria. – la autoridad de mi voz hace sonreír a Negan. Y eso me enorgullece, y a la vez sirve de impulso para que siga hablando. – Solo Dwight y yo sabemos cómo llegar, así que iré conduciendo en el primer camión, junto a Negan, os haré de guía. Arat conducirá el segundo, Dwight irá en el tercero para marcar el camino en caso de que alguno se despiste. John y Anderson irán en el último convoy y en el coche, respectivamente. El resto organizaos, me importa una mierda cómo, solo hacedlo. – gruño. – No quiero gilipolleces ni juegos, si ocurre algún problema, en todos los camiones y coches hay un walkie sintonizado que os comunicará directamente conmigo. ¿Entendido?

Uno de los hombres, a quién apenas conocía, alza la mano.

Alzo la barbilla brevemente para indicarle que hable.

- ¿Simon no debería estar aquí? Es el verdadero jefe de las recolectas... Y un adulto. – dice, evitando sonreír.

Unas oprimidas y suaves risas se escuchan entre algunos de los hombres.

Y pronto me doy cuenta de que a todos ellos los he visto al menos una vez con el mencionado perro secuaz.

Sonrío antes de que una suave carcajada salga de mi.

Lo que permite que el hombre que ha hablado se relaje y ría tranquilamente.

Me acerco a él lentamente mientras escucho como las risas incrementan.

Sonrío y miro a los hombres, amigos suyos, que también ríen, para después mirarle a él.

Y le estampo un puñetazo en la nariz, partiéndole el tabique, y derrumbándolo de un único y certero golpe.

Todo el mundo contiene el aliento cuando esto sucede en cuestión de segundos.

Cuando se acercan sus hombres para intentar cogerlo, los miro.

- El primero que se acerque amanece con un tiro en la nuca. – gruño.

Y entonces estos se detienen, asombrados.

El hombre gimotea en el suelo mientras que con ambas manos cubre su sangrante nariz.

Me agacho frente a él y clavo una rodilla en el suelo mientras saco un pañuelo de mi bolsillo y limpio su sangre de mis nudillos.

- ¿Cómo te llamas? – inquiero con normalidad.

Todos me observan, estáticos.

- Thomas... Thomas... Downes. – murmura semi incorporado en el suelo. – Thomas Downes.

- Deletréalo, por favor. – digo terminando de limpiar mi mano. – Es para no equivocarnos cuando escribamos tu lápida.

Silencio.

Sonrío.

Thomas balbucea antes de escupir algo de la sangre que le llega a la boca.

- Deletrea. – gruño.

El hombre parece pensar durante unos segundos.

- Te... Hache... - empieza a decir tras un suave sollozo. Le hago una seña con la mano para que siga. – O... Eme...

Y antes de que se dé cuenta, lo cojo por el pelo y golpeo su cabeza contra el asfalto de la carretera.

- ¡Me importa una puta mierda cómo te llames! – bramo a centímetros de su cara. – Lo único que quiero de ti es respeto. – digo en un gruñido. Mis ojos vuelan hacia sus amigos. – ¡Respeto y lealtad! – rujo antes de ponerme en pie. – Y el próximo que falle en alguna de las dos cosas... - siseo. – Juro por Dios que voy a poner el cañón de mi arma en su puta boca, y voy a vaciar el cargador hasta que sus jodidos sesos queden estampados en la pared más cercana.

El silencio de todos y sus atemorizadas miradas es lo único que recibo en respuesta.

- ¿Entendido? – repito en un tono amigable.

Y muy perturbador.

Mi vista vuelve a mi buen amigo Tommy.

- Quédate aquí y cura tus heridas. – gruño mientras tiro el pañuelo empapado en sangre a su cara. – Aunque tendrás tiempo para ello... Porque te quedarás una semana sin trabajo.

- ¡No! – brama poniéndose de rodillas. Implorando.

Una mordaz sonrisa estira mis labios al verlo así.

Suplicando.

Y esa cálida sensación de poder que me recorrió al arrebatarle la vida a Terry, vuelve a mi, gratificándome con la mejor de las sensaciones.

Pues una semana sin trabajar, en El Santuario significaba no poder intercambiar tu trabajo por otras cosas, como, por ejemplo, comida.

- Dale las gracias a tu amigo Simon. – gruño. Entonces miro al resto de hombres. - ¡Vamos! – exclamo. Estos se quedan como estatuas, inertes en sus posiciones, asimilando la escena frente a ellos. - ¡MOVEOS! – vuelvo a gritar.

Y es entonces cuando empiezan a repartirse entre los vehículos a toda prisa.

Me vuelvo hacia Negan, quien sigue apoyado en nuestro camión, y me encamino hasta la puerta del piloto.

El hombre me aplaude lentamente, dedicándome una mirada de asombro con sus cejas arqueadas.

- Vaya... - dice. - ¡Eso ha sido... la hostia! – añade con orgullo. Le veo rodear la cabina y subir al asiento del copiloto mientras que yo subo y arranco el motor del camión.

- Simon está empezando a tocarme los cojones ¿Sabes? – inquiero mirándole con fastidio.

- Seguro que a Carl eso no le gusta un pelo ¿Eh? – responde sonriente.

Bufo y aprieto ligeramente mis manos en torno al volante.

- Cómo vuelvas a hacer una broma sobre mi orientación sexual... - murmuro.

- ¿Qué? ¿Qué vas a hacer? – pregunta con sarcasmo.

Le miro fijamente.

Frunce el ceño.

Trago saliva.

Y miro al frente.

- Nada. – espeto.

Negan sonríe.

Y la rabia me recorre libremente, de pies a cabeza.

- Respuesta correcta, mi inmune amigo. – sentencia con alegría.

Resoplo.

Gilipollas.


Pareciera que cuando el motor se detiene frente a la verja principal de Alexandria, mi corazón también lo hubiese hecho durante unos segundos.

Esa presión que se me había instalado en el pecho, y que había ido creciendo durante el camino, no pretendía abandonarme en mucho tiempo, o eso presentía.

Cuando Negan baja del vehículo, necesito unos momentos para respirar con profundidad al menos un par de veces. Pues no estaba seguro de aguantar mucho tiempo en pie si no lo hacía.

Empezaba a marearme.

Bajo del camión fingiendo una entereza que cualquiera notaría a leguas que no tengo, y me pongo a la altura de Negan.

Cojo aire y lo expulso una vez más.

Que empiece la función.

- ¡Cerdito, cerdito! ¡Déjame entrar! – exclama Negan tras dar tres teatrales golpes en uno de los hierros de la valla.

Mis ojos en blanco es lo único que recibe en respuesta por mi parte cuando se vuelve en mi dirección en busca de una cómplice risa.

Y para mi sorpresa, es Spencer el que abre la primera verja.

- ¿Y bien...? – dice el hombre a mi lado, viendo como el chico tras la valla se queda totalmente quieto, observándole.

- Ah... ¿Quién es?

Estampo mi mano derecha contra mi rostro.

Mal empezábamos.

- Oh, eso será una coña... - dice Negan con fingida ofensa. Aunque puede que no tan fingida como pretende. – Negan... Lucille... Seguro que causé una primera impresión impactante.

Pero dejo de oírle en el momento en el que Rick aparece tras Spencer.

Y mi boca se seca cuando sus enfadados ojos, que miraban a Negan, cambian totalmente de expresión al verme a mi.

Más concretamente, a mis cicatrices.

El hombre se queda sin habla.

El color blanquecino de sus ojos se torna rojizo cuando las lágrimas se acumulan en el borde.

El escrutinio de sus pupilas en mis cicatrices no deja indiferente a nadie.

Rosita aparece en escena y desvío mi mirada cuando empiezo a ser el centro de atención.

- Vaya, hola amigo. – dice el dueño de Lucille con una gran sonrisa. Los ojos de Rick vuelven a este, y de nuevo empiezan a destilar pura ira. Entonces el semblante de Negan cambia. – No quisiera que me obligarais a pedirlo.

El ex policía abre la verja sin mediar palabra y la sonrisa aparece de nuevo en los labios del hombre del bate.

Unos gruñidos llaman mi atención.

Y parece que también la del resto.

- Oh, Rick, ven aquí, mira esto... - dice mientras se gira hacia el caminante que viene hacia nosotros. - ¡Me lo pido! – exclama antes de reventar su cabeza con el bate. - ¡Esto ha sido pan comido! Bueno amigos... - entonces sus ojos vuelan a mi. – Empecemos. – sentencia.

Mis pulmones se quedan sin aire justo en ese instante en el que la realidad vuelve golpearme con su presencia.

- Es un gran día... - dice poniendo momentáneamente la mano izquierda sobre mi hombro. Aparto la mirada cuando el padre de Carl se asombra ante ese gesto, casi como si le doliera. – Eh, Rick ¿Has visto lo que acabo de hacer? Casi me echan cuando he llegado, me dicen: "¿Y tú quién coño eres?" – explica señalando a Spencer. - ¿Y me cabreo? ¿Tengo una rabieta? ¿Le aplasto el cráneo a algún pelirrojo? ¡No! Me cargo a uno de esos muertos que podría haberos matado... - y entonces hace una absurda reverencia. – A tu servicio. – sentencia con una amplia sonrisa. El hombre se encamina hacia Rick y, pasando por su lado, le entrega a Lucille. – Cógeme esto.

Los ojos de Rick me miran sin entender.

- Vamos. – digo mirando a los hombres a mis espaldas, echando a andar, pasando por su lado, casi rozando su hombro contra el mío.

Y es entonces cuando me observa más confuso aún.

- ¡Hay que joderse, tíos! – la exclamación de Negan llama mi atención y me detengo a su altura, observando como sus ojos analizan el paisaje que le rodea. – Es como tener una mina de oro en mitad de la nada, sí señor... Estoy seguro de que vais a tener mucho que ofrecer.

Pero dejo de escucharle cuando la vista de Rick se clava en mi.

- Áyax... Eh... - murmura dando un paso en mi dirección, intentando acercarse.

- ¡No! – brama Negan interponiéndose en su camino, entre él y yo, y lo hace de tal forma que me sobresalto ligeramente, haciéndome sentir completamente pequeño e impotente, porque no podía hacer absolutamente nada. Veo a Rick detenerse, asustado. – No... - miro el suelo, quieto, como si este fuera lo más interesante de este planeta. – Es mi mano derecha ahora, no la tuya. – veo el dolor grabado en los ojos azules del hombre frente a mi. - No puedes mirarle, no puedes hablar con él, y no te haré amputarle nada a tu propio hijo.

El padre de Carl parpadea un par de veces, absorto en su absoluto mutismo.

Totalmente pusilánime.

Y no le reconozco.

Ni a él, ni a mi.

Tenso la mandíbula para detener el temblor de mi labio inferior, antes de que salga disparado a sus brazos para poder llorar sobre su hombro y pedirle disculpas por todo lo que se le venía encima.

Para poder decirle que, aunque no lo entendiera, tenía que hacerlo.

Para poder gritarle una y otra vez que me perdone.

Pero no podía.

Eso sería firmar su sentencia de muerte.

Y mi mundo se viene un poco más abajo, cuando Daryl aparece al inicio de la calle.

Y no solo él.

Carl y Michonne también.

Muy oportunos.

Miro al cielo, en busca de alguna señal que me diga que todo esto es una broma de muy mal gusto.

Puedo decir, con absoluta certeza, que jamás olvidaré la mirada de dolor que Daryl dedica a las cicatrices de mi rostro.

Sus pies echan a andar hacia mi, y estoy seguro de que su cerebro ni siquiera ha dado esa orden, simplemente ha actuado por puro instinto. Ese que siempre le instaba a protegerme.

Pero su paso se acelera a medida que se acerca, y su mirada de odio hacia Negan, aumenta.

Y pronto, cambia de rumbo.

- ¡NO! – rujo interponiéndome entre mi hermano y el hombre del bate, cuando el primero está dispuesto a lanzarse a matar.

- ¿¡Qué te ha hecho!? – grita a escasos centímetros de mi rostro. - ¡Mira lo que te ha hecho!

Y hago algo que no me perdonaré ni en mil vidas.

Le aparto de mi de un seco empujón, alejándolo con fuerza del hombre a mis espaldas.

- No le toques. – gruño con una ira que ni siquiera sé muy bien de dónde ha salido, pero que basta para que Daryl la crea como cierta. Mi encolerizada mirada le detiene. Pero aún así tampoco era capaz de moverse, pues lo que acababa de hacer le había dejado sumido en un shock.

Rick tartamudea el intento de alguna frase.

Carl sujeta a Daryl, reteniéndole, aunque siquiera hace falta. Su único y sano ojo no se ha despegado un solo segundo de mis cicatrices. No ha abierto la boca. No ha dicho nada. No ha emitido sonido o gesto alguno.

Y el latido de mi corazón se vuelve loco cuando le tengo al fin delante de mi tras tanto tiempo.

Pero los ojos de Michonne brillan por las lágrimas que no se atreve a derramar cuando llega a la altura de la escena, y eso se lleva consigo cualquier rastro de alegría que la presencia del chico pudiera darme.

Trago saliva una vez más, intentando eliminar así el nudo en mi garganta.

Me vuelvo hacia Negan.

- ¿Estás bien? – inquiero cuando recupero la compostura.

El hombre me mira.

Y le dedica una victoriosa sonrisa a toda mi familia.

- Estoy bien Áyax, tranquilo. – responde poniendo una mano sobre mi hombro, el cual estrecha fraternalmente. – No ha llegado a tocarme.

- Ni lo hará. – gruño mirando a Daryl.

Su mirada de incredulidad y decepción se queda grabada a fuego en mi memoria.

Tardaré en olvidarla.

Y el dolor que esta me provoca, también.

- He llegado a entender por qué le tenías a tu lado. – dice Negan mirando a Rick mientras palmea mi hombro. – Es muy bueno en su trabajo.

Los ojos del padre de Carl pasan de Negan a mi.

Y cuando están sobre mi, no aparto la mirada un solo segundo.

Rick traga saliva.

Y sonrío.

Una pequeña parte de mi muere en ese mismo momento.

Pero me mantengo firme en mi postura.

Cazo la fugitiva mirada que Carl le dedica a Dwight, quien suspira desde su posición.

Frunzo el ceño.

- Vale, venga, ponte en marcha... - empieza a decir Negan, cortando la tensión en el ambiente. – No permitiré muchos más momentos emotivos. – añade. – A ver que regalitos tenéis en el armario.

- Hemos apartado la mitad de todo. – responde Rick cuando parece empezar a recomponerse.

Y eso me da algo de miedo.

- ¡No, Rick! – exclama el hombre del bate. – No... Tú no decides lo que me llevo. – susurra cerca del hombre. Rick agacha su asesina mirada, la cual estaba empezando a nacer en el brillo de su iris. Tiemblo ligeramente. – Lo hago yo. – sentencia. Sus ojos se posan en mi. – Áyax.

Cojo aire.

Asiento.

- Ya habéis oído. – digo alzando la voz, observando a los hombres que nos rodean. - ¡En marcha! – exclamo. - ¡Arat!

La mujer se acerca a mi con su escopeta entre manos bajo la atenta y estupefacta mirada de mi familia.

- Los dejo en tus manos, controla que se llevan y que no. Que no hagan nada raro. – digo, ignorando a quienes me rodean. – Si pasa cualquier cosa, házmelo saber.

- Alto y claro, jefe. – dice con una sonrisa, recalcando esta última palabra a propósito, para que no pase inadvertida.

Rick arquea una ceja.

Y eso no me gusta un pelo.

Pues a medida que el hombre empezaba a comprender la situación, iba ganando más y más confianza en sí mismo.

Toda la que perdía en mi.

- Registrarán las casas un poco. – le informa Negan, consiguiendo que Rick aparte su fiera mirada de mi. – Para acelerar el proceso.

No puedo evitar ver como los confusos habitantes de Alexandria miran a los hombres que pasan a través de ellos, sin comprender absolutamente nada.

Y después, sus ojos vuelven a mi.

La ansiedad que me provocaba ser el centro de atención empezaba a consumirme.

Negan suspira.

- Muy bien... ¿Me enseñas esto o no? – pregunta mirando a Rick.

Mi corazón se encoge al ver cómo, cuando el hombre del bate se aproxima hacia él cuando este no emite respuesta alguna, da dos pasos hacia atrás con rabia y resignación, agachando su cabeza, y empieza a andar.

Chocando su hombro contra el mío en el proceso.

Cierro los ojos unos segundos tras quedarme congelado en el sitio.

Mierda.

Sigo a Negan y a mi familia con paso lento, colocándome el último para vigilar, y así evitar, que alguien se arriesgue a cometer alguna locura. 

El hombre observa con cierta fascinación el lugar que le rodea, casi sin entender cómo un sitio así podía mantenerse en perfectas condiciones en un mundo como este.

Pero frunzo el ceño cuando veo algo que no me gusta en absoluto.

- Por qué están sacando todo. – gruño lo suficientemente alto como para que Negan lo escuche.

Y se detenga.

El escrutinio que sus ojos me dedican cuando se gira hacia mi, no deja a mi familia indiferente.

- Porque yo lo he ordenado. – responde con obviedad y un ligero enfado tras repasar con la mirada a Rick, Michonne, Daryl y Carl, quienes miraban la escena con tensión, dado que yo estaba en un extremo y Negan en el otro.

- Lo sé. – digo. – Pero todo esto no lo necesitamos, y solo se reúne el tributo necesario. – añado. – Entiendo que la mitad sea lo que tú digas, pero llevarnos sus colchones no nos beneficia en absoluto. Esto no es lo que habíamos hablado.

Entrecierra los ojos.

Y me quedo como una estatua cuando empieza a andar con lentitud hacia mi, pasando entre mi familia.

Los veo tensarse en sus posiciones.

Me empieza a ser difícil respirar cuando llega a mi altura.

Tiemblo ligeramente.

- Y... ¿Qué vas a hacer al respecto? – inquiere cerca de mi rostro, enarcando una ceja, con puro sarcasmo.

Parpadeo brevemente e intento emular el principio de una frase que se queda en un balbuceo inconexo. Sus ojos se clavan en los míos con cierta molestia.

Y enseguida me percato de mi mirada.

Agacho la cabeza y niego.

- Nada. – musito. – Lo siento, no... - trago saliva. Cojo aire, desesperado por regular mi respiración. – No tendría que haber dicho nada. – susurro. – Perdóname. – digo casi en un sollozo, rogando por que no decidiera hacerme pagar caro lo que acababa de decir.

Y es que yo estaba al mando solo cuando él no estaba presente.

Pero ahora lo estaba.

Y esperaba no tener que lamentarlo.

Negan mira a mi familia, de nuevo, con una sonrisa triunfante.

La mandíbula de Rick podría estar tocando el suelo sin problema, pues casi no cabía en sí de la sorpresa e incredulidad.

Tanto él, como el resto de los míos.

- Buen chico. – dice el hombre a mi lado mientras palmea mi espalda, antes de retomar su camino.

Tenso la mandíbula y aprieto los puños.

Me sentía completamente idiota.

Acababa de ofrecer a mi grupo un digno espectáculo de cómo Negan me tenía doblegado a su merced, beneficiando a un más al hombre y poniéndolos en mi contra.

Pero entonces me sorprende.

- Chicos. – dice llamando la atención de los hombres que seguían retirando colchones de sus casas. Y de entre ellas, aquella en la que yo también había vivido. – No hagáis eso, dejadlos dentro. – añade gesticulando con las manos, indicando que dejen las camas en su lugar. – Nuestros amigos de Alexandria necesitarán descansar correctamente para poder seguir buscando cosas para nosotros. – aclara ante las confusas miradas de los suyos. - ¿Qué imagen estamos dando? ¡No somos tan malos! – exclama con una sonrisa.

Le miro estupefacto.

Veo cómo coge una lata de refresco de una nevera, para después abrirla y beber de ella con absoluta tranquilidad.

No estaba seguro de interpretar como algo bueno lo que estaba pasando.

Sí, le había hecho razonar.

Pero también había puesto en duda su autoridad, y en la mente de ese hombre esto no iba a pasar como un hecho aislado.

Acababa de cometer un fallo.

Y no podía permitirme ninguno más.

La última mirada que me dirige antes de que uno de sus hombres le reclame, me confirma lo que pienso.

- ¡Negan! – dice el tipo acercándose a este mientras le entrega una videocámara. – Tienes que ver una cosa...

- Vaya, vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? – dice sujetándola mientras la inspecciona.

Un seguido de imágenes aparecen en mi mente.

Y mis ojos se abren de par en par.

Las grabaciones de Deanna.

- Cruzo los dedos ¡Espero que sea algo súper cochino! – dice entre risas antes de observar la cámara.

Y cuando le da al play la voz de Rick empieza a escucharse por el pequeño altavoz del aparato.

- ¡Joder tío! – exclama al ver el antiguo aspecto del padre de Carl. - ¿Eres tú, Rick, el que hay debajo de esas greñas? – pregunta mordazmente mientras le enseña al mencionado la grabación. Y este ni se inmuta. – Caray... Yo nunca me hubiera metido con ese tío. – dice antes de pausar la grabación. Y entonces comienza a grabar una nueva. Enfoca el objetivo hacia el hombre frente a él. – Pero tú ya no eres ese... ¿Verdad?

Mi respiración se vuelve temblorosa cuando el hombre decide seguir inspeccionando el material que la videocámara parece almacenar.

Y estalla a carcajadas de un momento a otro, cuando pulsa otra grabación.

- ¡No me jodas! – dice entre risas girando la pantalla hacia mi - ¿Este maldito crío eres tú?

- No tiene ni idea de lo que hay ahí fuera. – escucho decir a mi yo del pasado, con una perturbadora sonrisa en su rostro de niño atormentado. Trago saliva una vez más. – Si lo supiera... Si lo supiera no abriría sus puertas con tanta amabilidad.

Parece un tortuoso recordatorio.

Una bizarra premonición.

Negan vuelve la pantalla hacia sí mismo para no perderse detalle alguno de lo que ese Áyax tiene que decir.

- ¿Cuánto hace de esto? – inquiere con una sonrisa. - ¿Qué tienes aquí? ¿Quince años tal vez? Dios, y sigues teniendo esa misma mirada de loco... - añade. Sus ojos se alzan hasta los míos. – Aunque ya no ¿Verdad?

El cinismo de su pregunta me hace morderme los labios para evitar alguna respuesta.

- No... Por supuesto que no... - murmura antes de volver su mirada a la grabación que seguía su curso.

Por el altavoz se escucha mi escalofriante risa.

- Hay que luchar contra los muertos... Y temer a los vivos.

Y el vídeo se detiene.

- ¡Jo-der! – exclama el hombre del bate. – Me encanta. – dice con entusiasmo mientras señala mi imagen en la pantalla.

Y en ella puedo ver a un chico cansado de luchar, pero dispuesto a seguir haciéndolo. Y ya no por él, si no por los suyos.

Un chico que había encontrado el motivo de su existencia: conservar la del resto.

Pero todo eso queda emborronado por las ansias de matar.

Esas que a día de hoy me seguían consumiendo.

Había aprendido en todo este tiempo. No estaba seguro de si había cambiado, pero lo que sí que sabía, es que me había caído bastantes veces en el camino.

Y todas y cada una de ellas, me había levantado.

Y siempre, gracias a las mismas personas.

Aquellas, que ahora ponía contra mi.

Pero es la frase del pasado la que me devuelve al presente. Por esa misma razón hacía todo esto. Porque seguía creyendo en mi causa.

Porque estaba harto de temer a los vivos.

No hay ni buenos ni malos, Carl. Solo hay dos bandos: el de los vivos, y el de los muertos.

Tras ese pensamiento, miro al chico fugazmente.

La razón de mi existencia.

Y la forma en la que él me devuelve la mirada.

El amor que hay en ella.

Hace que me tiemblen las piernas.

Parece que, ahora mismo, no haya nadie más a nuestro alrededor.

Negan tose fingidamente, cosa que solo notamos el chico y yo antes de apartar nuestras miradas.

Para mi suerte, nadie más ha percibido que el hombre de la chaqueta de cuero lo ha hecho expresamente porque nos ha visto.

Entonces este frunce el ceño y mira el lugar como si buscara algo con cierta extrañeza.

Alguien, más bien.

- ¿Qué le ha pasado a la chica enferma?

Y cuando Negan hace esa pregunta, mi mundo se detiene.

Porque en ningún momento había caído en que no he visto a la única persona que faltaba en el lugar.

Maggie.

Mi corazón se acelera cuando nadie responde.

- Creo que fue una noche muy estresante para ella. – empieza a decir. – Me pareció que estaba casada con el número dos ¿Verdad?

Me tenso en mi sitio cuando veo a Rick alzar con lentitud su cabeza.

Y su mirada.

- Cuidado. – espeta Negan en un siseo. – Cuidadito con cómo me miras, Rick.

No, no, no, no.

La tensión empieza a ser notoria en el ambiente.

Y si no fuera porque estamos al aire libre, muy probablemente correríamos riesgo de asfixia.

Para mi tranquilidad, Rick desvía el rumbo de sus ojos.

Pero el bocazas de Negan sigue hablando.

- Las viudas... Sobre todo, las que tienen ese aspecto. – dice para después suspirar teatralmente. – Son muy especiales. Me encantan.

Dejo de escucharle de un segundo a otro.

Porque veo como los nudillos del ex policía se tornan blancos a medida que aprieta el agarre en Lucille.

Exhalo el aire en mis pulmones cuando el padre Gabriel aparece de la nada y habla antes de que Rick cometa alguna locura.

Pero sus palabras me rompen en pedazos.

- ¿Quiere presentarle sus respetos?

¿Qué?

- ¿De qué está hablando? – inquiero con un hilo de voz, ganándome las miradas de todos.

La cara de Negan parece cambiar ligeramente.

- ¿No sobrevivió? – pregunta a Rick.

El hombre aparta sus ojos y niega con la cabeza.

- No. – susurra con dolor, clavando sus pupilas en las mías.

Todo se detiene en ese exacto instante.

Parpadeo repetidas veces antes de que las lágrimas lleguen a mis ojos, agolpándose en estos.

Maggie estaba muerta.

Maggie estaba muerta.

Maggie estaba muerta.

Maggie. Estaba. Muerta.

- No... - murmuro.

- Si. – gruñe Rick con rabia, sin apartar sus ojos de mi, culpándome.

Siento como todo mi interior se derrumba como simples piezas de dominó colocadas estratégicamente para que, si cae una, caigan todas.

Y esta vez, caen todas.

Agarro a Rick de su camisa y mantengo su cara a centímetros de la mía.

- ¿¡Cómo ha podido pasar!? – bramo mirándole con fiereza.

Y esta vez, es Daryl el que me aparta de Rick, empujándome con fuerza.

Lo que hace que Negan se interponga entre mi hermano y yo.

- Qué te crees que estás haciendo. – sisea el hombre mirando fijamente a Daryl.

Y si las miradas matasen, dudaría de la integridad de mi hermano.

- ¡No! – exclamo sujetando a Negan por su brazo derecho, preso de mi estado de nervios. Y es la primera vez en todo este tiempo, que le pongo una mano encima.

Este mira mi mano y después a mi.

- ¿Estás seguro? – dice con una ligera preocupación que me desencaja.

Asiento.

- No importa, de verdad. – insisto.

El hombre del bate relaja su postura y mira con condescendencia a Daryl, para después alejarse unos pasos.

- Está bien, es tu hermano. Tú decides. – añade. – Pero cómo alguno vuelva a tocarte, lo mato. – dice sin más.

Asiento repetidas veces.

Y antes de que todo vuelva a estallar de nuevo, Gabriel le señala a Negan el camino hacia la tumba de Maggie.

Y no me atrevo a seguirle.

No soy capaz de afrontar esa realidad.

No quiero afrontarla.

No puedo afrontarla.

Me adentro en el interior de mi antigua casa, sin saber muy bien por qué lo hago, totalmente destrozado, mientras veo al hombre marchar junto a Rick y el padre. Deambulo por el interior de esta como un caminante más mientras cientos de recuerdos de la chica que ya no está con nosotros aparecen en mi mente de forma agobiante.

La sonrisa que le dedica a Glenn.

Su mirada de fuerza.

Su calidez humana intentando reconfortarme cuando estaba en un estado igual o peor al de ella en el interior de esa caravana.

Su grito de dolor al ver como su marido muere de forma horripilante ante sus ojos, en manos de Negan.

Las lágrimas me nublan la vista.

Pero mi corazón se rompe al entrar a la que era mi habitación.

Mis ojos se pasean por el lugar, prácticamente desconocido, de una forma vaga y perdida.

Mi corazón se acelera brevemente al ver el sombrero de Carl en la mesita de noche.

La cama está desecha.

Me derrumbo al entender que él ahora duerme aquí.

Me siento en el colchón dejando caer mi peso con cansancio, observando las katanas colgadas en la pared.

Y lloro en silencio, toda la presión que llevo sobre mis hombros.

Eran tantos los recuerdos que ahora mismo me abruman, que me hacían replantearme si hasta mi propia existencia, llegados a este punto, acaso servía de algo.

Tanto dolor.

Tanta muerte.

Tanta ira.

Tanta lucha.

Solo quería descansar.

Solo quería ser Áyax.

Un tembloroso suspiro brota de mis labios.

Oigo unos pasos que con lentitud se aproximan hasta donde me encuentro.

Y rápidamente sé quién es.

O quiénes son, mejor dicho.

Pues Carl se había perdido por las calles de Alexandria, completamente enfadado por algo que ni siquiera atisbo a adivinar, así que sabía que él no podía ser.

Y, tras ver como Michonne y Daryl me observan desde la puerta de mi habitación, hace que me sienta completamente solo.

Pongo mis codos sobre las rodillas y paso las manos por mi pelo hasta juntarlas en la nuca.

Bufo con auténtica frustración mientras un par de lágrimas caen con un nuevo recuerdo de la hija mayor de Hershel.

Ya no estaba con nosotros.

Ni ella, ni su hijo o hija que ni siquiera habíamos podido conocer.

Ya nada quedaba de Glenn o de ella en este mundo.

Absolutamente nada.

- No tienes derecho a llorarle. – gruñe la voz de Daryl, sacándome de mis pensamientos.

Alzo la mirada, totalmente derrotado.

Vencido.

Cansado.

- ¿Por qué no? – inquiero con la voz rota. Casi como una súplica.

- Porque estás del lado de su asesino. – sentencia.

Mis ojos se pasean con hartazgo de nuevo por mi habitación y suspiro débilmente.

- No lo entenderías. – murmuro perdido mientras niego con la cabeza.

- No. – escupe la palabra entre dientes, acercándose a mi. Posa su mano en mi pecho y la convierte en un puño, agarrándome de la camisa, para levantarme hasta su altura. – No puedo entenderlo, y jamás lo haré.

Un sollozo escapa de mi garganta al tenerle cara a cara.

Al ver cómo me trata.

Al ver cómo me odia.

- Dame tiempo... Por favor. – susurro abatido, intentando desesperadamente que me entienda. Que entienda algo que ni yo mismo logro comprender. Pero mi saturada cabeza no parecía dispuesta a colaborar. – Es lo único que necesito.

Su mirada de odio hería más que cualquier bala.

Me estaba matando.

Me estaba empujando al abismo.

- ¿Para qué? – gruñe poniendo su cara a milímetros de la mía. - ¿Para qué puedas hundir más el puñal que nos has clavado en la espalda?

- Daryl... - susurra Michonne, reprochándole, mientras mira constantemente tras de sí, asegurándose de que Negan o algunos de sus hombres no aparezcan en el peor momento.

- No... - dice con rabia. – Has hecho muchas cosas en esta vida, Áyax... Pero esto... Esto no tiene perdón. – añade. – Solo las ratas son las primeras en abandonar el barco cuando este se hunde.

Le miro con auténtico de dolor.

Pero ni siquiera me sorprendo, porque me lo esperaba.

Yo había buscado esto, y ahora tenía que asumir las consecuencias.

Pero eso no hacía que doliera menos.

Y ahora mismo, preferiría estar muerto a seguir escuchando las hirientes palabras de Daryl.

Me alejo de él cuando observo algo en el armario.

Mi corazón se detiene ante el impacto que me genera ver mi camisa sin mangas colgada en el interior.

Nuestra camisa.

Con nuestro apellido.

Hacía poco tiempo que no la veía.

Pero no podía sentirme más alejado de ella, pese a estar sujetándola entre mis manos tras cogerla en un movimiento torpe y automático.

Y pronto, Daryl la arranca de mis brazos.

El agujero en mi pecho se expande.

- ¡No! – exclama con rabia y dolor. – Esto ya no te pertenece. – ruje. – ¡Nada de aquí lo hace! – añade en el mismo decepcionado y dolido tono. - ...Ya no. – murmura con furia. Jamás le había visto así. – No después de ver en lo que te has convertido. ¡En qué coño estabas pensando! – brama tras cogerme de las solapas de la camisa como yo había hecho con Rick, y estampar mi espalda en la pared más cercana.

Dos nuevas lágrimas descienden por mis mejillas.

No podía reprocharle nada.

Las palabras no salían de mi boca.

Solo podía llorar en absoluto silencio.

No por el dolor físico que me causa el impacto.

No.

Eso ni siquiera he sido capaz de sentirlo.

Pues dudo que pueda volver a sentir algo tras descubrir que hoy me he convertido en la persona que Daryl Dixon más odia.

Yo.

Su propio hermano.

- ¡Daryl! – susurra Michonne nuevamente, intentando acercarse. Pero titubea.

Duda.

Porque no está segura de quién de los dos es realmente el malo.

Y sé a favor de quien se inclina la balanza.

Pues la mirada que me dirige es desconocida para mi, porque nunca antes se la había visto.

Porque nunca antes le había dado motivos para que me viera así.

- Me da igual que llores. – sisea observando como otra lágrima recorre mi surcada mejilla. – Me da igual lo que te pase. – continúa diciendo al ver mis cicatrices. - Me da igual todo lo que tenga que ver contigo. – gruñe. – Me da igual ahora que sé que estás del lado de ese hijo de puta.

Pero sé que no le da igual.

La rabia que la situación le provocaba es la respuesta.

Las lágrimas en sus ojos son la respuesta.

Las profundas ojeras enmarcando su mirada son la respuesta.

La tenue marca de sus pómulos que indicaban que no comía ni lo necesario ni lo suficiente, también era la respuesta.

Deseaba morir.

Deseaba hacerlo en este mismo instante.

Deseaba que el propio Daryl me arrebatase la vida.

Que se la quedase a cambio de la de Maggie.

Una vida, por otra vida.

Incluso cuando aún esto no fuera a devolverles a la mujer.

Incluso así, elegía la muerte.

Mi cobardía gritaba por ella en el fondo de mi subconsciente.

Porque eso es lo que era.

Porque prefería cualquier cosa antes de seguir aguantando esta perfecta y diseñada tortura.

Todo, antes que el odio de Daryl hacia mi persona.

Me decía a mi mismo que tenía que aguantar.

Que esto lo hago por ellos.

Por hacer de este sitio un lugar mejor.

Pero por mucho que lo imaginase, debí pensar si estaba dispuesto o si podría aguantar todo lo que me estaba por venir.

Si estaba preparado para pagar el alto precio.

Pero tenía que hacerlo, aún incluso cuando la respuesta era un claro no.

- Puto traidor. – sisea con asco y desdén antes de soltarme.

No existía mayor y mejor arma que las palabras.

Sobre todo, aquellas que provenían de un ser querido.

Deslizo mi espalda por la pared hasta quedar sentado en el suelo.

Le veo marchar con nuestra camisa, y, lo que también veo, es a Michonne observarme con cierta decepción.

- Vuelve, Áyax. – ruega.

- No tengo ningún lugar al que volver. – musito con la mirada perdida en la que fue mi habitación. – Ya no.

La mujer sonríe brevemente, con algo de cinismo.

- Vuelve en ti, Áyax. – sentencia, casi como si hablara con alguien inconsciente, dedicándome una última mirada de desaprobación.

Y entonces la veo desaparecer por el pasillo.

Justo en el segundo en el que otra lágrima cae de mis ojos.

Tenso la mandíbula.

Y la seco con rabia.

Pero mi cuerpo se tensa cuando oigo un disparo. 

Y me pongo en pie de un salto.

Bajo a toda prisa las escaleras, con el corazón en un puño, temiéndome lo peor.

Podría haber pasado cualquier cosa, un simple desliz y todo se iría al traste.

Y en ello, había una infinita cantidad de posibilidades.

Me mente trabaja a marchas forzadas cuando salgo de la casa intentando averiguar de dónde proviene el eco del sonido, con la mezcla de adrenalina y tristeza que sigo teniendo tras las palabras de Daryl.

Arat señala la dirección con un leve alzamiento de barbilla.

La enfermería.

Frunzo el ceño y salgo corriendo en esa dirección.

Tengo el pulso a mil cuando me detengo en la entrada de esta.

La imagen me da una patada en el estómago.

Carl apunta con su arma a dos Salvadores.

No estaba seguro de cuántas escenas y situaciones traumáticas podía aguantar en un día.

Pero de lo que sí estoy seguro, es de que estaba llegando a mi límite.

- Qué... Qué haces. – gruño. – Qué coño estás haciendo.

- ¡Se llevan todas nuestras medicinas! – exclama el chico mirándome con incredulidad. Me adentro a la enfermería con paso lento y cauteloso, alzando las palmas de mis manos en su dirección, mostrándome desarmado.

- Carl... Carl, por favor... - imploro al hijo de Rick. – Baja el arma ¿Vale? Podemos solucionarlo.

- ¡SE LLEVAN NUESTRAS COSAS! – ruje con rabia en mi dirección. Su mirada destila pura furia.

Respiro con dificultad.

- Carl, cálmate, por favor... - susurro.

- Dejad algo... - sisea el chico al desconocido que tiene frente a él. Entonces recarga el arma. – O la siguiente será para ti.

Abro mis ojos como platos.

Pues Carl Grimes no era alguien que hiciera promesas sin intención de cumplirlas.

El Salvador ríe.

- Chico...

- Cállate, Davey. – gruño mirándolo con desdén. El tipo tensa la mandíbula y cierra el pico.

- Si... Cállate, Davey. – repite Carl con superioridad. Intento ocultar una sonrisa.

Como le había echado de menos.

Pero para mi mala suerte, Rick y Negan aparecen a mis espaldas.

- Carl... Carl... Deja eso. – susurra su padre alzando la mano izquierda hacia él.

- No. – responde su hijo. – Se llevan todas nuestras medicinas, dijeron que solo la mitad.

- Oh, claro... - dice Negan cuando se pone a la altura de Carl, mirándole con una sonrisa. - ¿De verdad?

E incluso con ligero orgullo.

- Y largaos, o averiguarás lo peligrosos que somos. – sentencia el chico, mirándole fijamente.

Negan arquea las cejas y yo me quedo estático en el sitio.

No puedo evitar dejar de mirar a uno y después al otro.

Se devolvían cada frase con mayor agresividad e ingenio como si de una pelota en pleno partido de tenis se tratase.

- Carl... - murmuro intentando detener al chico, pero Negan alza su mano, mandándome a callar.

- Vaya, perdona joven. – empieza a decir el hombre del bate. – Disculpa si soy franco contigo, pero... ¿Estás amenazándome?

Trago saliva duramente ante la impasible y asesina mirada de Carl.

- Entiendo que amenaces a Davey pero no lo acepto, ni a él, ni a mi...

- Carl deja la pistola. – dice Rick en voz baja, interrumpiendo a Negan, quien vuelve a alzar la mano para que ambos callemos.

Mi corazón no deja de acelerarse ni un solo momento a medida que pasa cada segundo.

- No seas maleducado, Rick. Estoy charlando con tu hijo. – responde el hombre. – A ver chaval, por dónde iba... Oh, ya. – añade fingiendo recordar. – Ya tienes pelotas de mayor, así que no nos amenaces. – dice. – Me caes bien.

La sangre en mis venas se congela ante esa puntualización, haciéndome recordar el hecho de que ese hombre aseguraba tener planes para el futuro de Carl.

Cosa que debía impedir a toda costa.

- No puedo decir lo mismo. – espeta el chico en respuesta.

Era la primera vez en mi vida que deseaba poder gritarle que se callara.

Negan sonríe y le señala brevemente, remarcando ese hecho.

- Dijiste la mitad. – recalca.

- Y la mitad es lo que yo diga. – repite el hombre con una sonrisa.

Muerdo mis labios con nerviosismo, y paso una mano por mi pelo.

Gesto que Negan advierte.

- Te noto inquieto. – afirma mirándome. - ¿Tienes algo que decir?

Muevo mis ojos de lado a lado.

Y cojo aire.

Está bien.

- Davey, Will, fuera. – ordeno, señalando la puerta con mi cabeza. Cuando los hombres emprenden camino, les detengo. – Sin las medicinas. – gruño. Los hombres se miran entre sí y después miran a Negan. Este asiente con una sarcástica sonrisa.

Me daba igual si esto me lo hacía pagar después, tenía que hacerlo.

Los hombres se marchan por dónde han venido bajo la atenta mirada del padre de Carl.

- Rick. – digo llamándole. Y me mira. – Tú también.

El hombre arquea una ceja.

Aprieto los dientes y me aproximo hacia él con lentitud hasta tener su cara peligrosamente cerca de la mía.

Lo miro a los ojos.

- Fuera. – gruño.

El hombre coge aire con un mal disimulado enfado, relame sus labios, agacha la cabeza y, tras asentir sin tan siquiera mirarme, se marcha.

Me vuelvo hacia Negan, quien me observa ligeramente sorprendido, pero no por ello menos orgulloso.

- Quería hablar contigo de tú a tú, sin que sintieras que pongo en duda tu autoridad, porque no lo hago. – empiezo a decir.

- ¿Y por qué a él no le echas? – inquiere con curiosidad mientras señala a Carl, quien no dejaba de mirar la escena, completamente quieto en su posición, con el arma aún en sus manos, pero con el brazo bajado.

Sonrío brevemente.

- Porque te cae bien. – respondo con obviedad. El hombre sonríe.

- Tic tac, Áyax... - dice con voz cantarina, recordándome lo valioso que era su tiempo.

Parpadeo un par de veces con algo de inquietud, ordenando mis palabras antes de hablar.

- Si os lleváis la mitad de sus medicinas, les dejaréis prácticamente sin nada. – digo atropelladamente. Negan alza sus cejas. – Lo que quiero decir es... Yo trabajaba en esta enfermería y... Sé lo que tienen y lo que no. Y apenas tienen algo. Si se lo quitamos, les estás condenando.

- ¿Tú trabajabas aquí? – inquiere con sorpresa.

Asiento.

- Con una enfermera. – matizo. – Antes de que uno de tus hombres la matara.

Vuelve a sonreír.

- Ya. – responde sin más. – Qué propones entonces.

Miro fugazmente a Carl, quién sigue observando el espectáculo ante sus ojos.

Su cara era digna de fotografiar.

Suspiro.

- Que no cojamos nada de su inventario médico. – murmuro. Y entonces desvío mi mirada. – E incluso... Podríamos darles algunas de nuestras medicinas, tenemos más que suficientes, y las necesitan.

Los ojos de Negan se abren de par en par.

- Espera ¿Qué? – espeta antes de soltarse a reír. Bufo totalmente frustrado. Siempre que hablaba con él me sentía atado de pies y manos. – Has perdido la jodida cabeza ¿Verdad?

- ¡No tienen casi nada! – exclamo. Y cuando Negan arquea una ceja y el brillo de sus ojos cambia a uno que me hace temblar ligeramente, bajo el volumen y tono de mi voz. – Lo... Lo siento. – musito. – Lo digo en tu beneficio. – aclaro. – Hay personas aquí con problemas crónicos. Otros se quedaron con tratamientos a medias. Todo se quedó a medio hacer. - su mirada se vuelve confusa. – Los necesitas sanos y con vida para que sigan trabajando para ti.

Tras unos segundos de silencio, Negan chasquea la lengua.

- ¡Dios! – exclama. – Odio que tengas razón.

El ojo sano de Carl se abre de par en par con total incredulidad.

- De hecho... Podría... Podría incluso pasarme de forma esporádica para atender a la gente que lo necesite. – añado temeroso. Me estaba excediendo. Pero una vez más, si no apostaba, no ganaba. – Se quedaron sin nadie que sepa de medicina.

- No... Tenses más la cuerda, Áyax. – dice el hombre señalándome con su dedo índice cuando empieza a pasearse pensativo por el lugar. Era algo que siempre solía hacer cuando se perdía en su propia mente, deambular de un lado a otro.

- Lo sé, lo... Lo siento. – respondo alzando mis manos en señal de rendición.

El hombre bufa con hastío.

- ¡Está bien! – exclama con cansancio. – Déjame pensar en ello ¿Vale? – alzo mis ojos con sorpresa. Igual que Carl. – Que alguien haga una lista de lo que necesitan y mira a ver qué puedes hacer. – termina diciendo mientras pinza con desespero el puente de su nariz. Toda esa frustración salía de él cuando era permisivo conmigo. – Y no me tomes por idiota, sé que en parte te ofreces a venir para verle a él. – añade señalando a Carl.

Frunzo el ceño.

Lo cierto es que ni siquiera había contemplado esa idea.

El hijo de Rick nos mira.

Primero a Negan.

Después a mi.

Y luego, de vuelta a él.

Y el portador de Lucille observa con interés el arma en manos de Carl, casi cómo si hubiera caído en algo.

Se aproxima a él y extiende su mano. Una muda señal que el chico entiende rápidamente, entregándole el arma.

- Gracias. – dice el hombre con algo de cinismo. – Hay cierto tema a tratar con tu padre sobre vuestra armería. – añade antes de llegar a la altura de la puerta. – Y... ¿Áyax?

Me vuelvo hacia el hombre.

- ¿Sí?

Negan mira a Carl y luego a mi.

Y sonríe.

- Tienes cinco minutos. – sentencia. – Ni uno más. Después te quiero pegado a mi como una puta lapa ¿Queda claro?

Intento ocultar fallidamente una sonrisa, que por mucho que quiera, no tarda en salir.

Asiento con entusiasmo.

- Gracias. – susurro.

El hombre niega con la cabeza y cierra la puerta tras de sí.

- ¿De qué habla? – inquiere el chico a mis espaldas.

Me giro hacia él.

Sonrío.

Y lo estrecho entre mis brazos.

- De ti. – susurro contra su cuello.

El chico ríe con sorpresa, pues evidentemente era lo último que esperaba, y no duda un solo segundo en corresponder a mi abrazo.

Uno su frente a la mía.

Y sin demorar aquello que llevo tanto tiempo anhelando volver a hacer, le beso.

Acto que, de nuevo pilla a Carl desprevenido.

Pero no por ello se queda quieto, y cuando reacciona, coloca su mano izquierda en mi nuca y la derecha en mi pecho. Casi como si necesitara sentir el latido de mi corazón para saber que esta situación era real.

Que yo realmente estaba con él.

Y por mucho que fuera así, hasta a mi me costaba creerlo.

Nunca había sido tan consciente de lo mucho que lo amaba.

Acuno su cara entre mis manos y un escalofrío me recorre cuando nuestras lenguas se acarician.

Carl muerde mi labio inferior cuando nos separamos ligeramente.

Inhalo su perfume, pues me había vuelto completamente adicto a él y llevaba demasiado tiempo sin mi droga favorita.

- Te he echado tanto de menos. – susurro aún con los ojos cerrados. – No te haces una idea.

El hijo de Rick sonríe.

- Sí, creo que sí que me la hago. – responde con una gran sonrisa en sus labios. Su pupila examina con lentitud cada detalle de mi rostro, y no dudo un segundo en imitarle. No sabía cuando volvería a verle, y quería grabar cada centímetro de su piel en mi memoria.

Su tez blanquecina.

Cada lunar.

Sus mejillas sonrosadas siempre que le besaba.

El increíble y perfecto azul de su iris.

Sus labios.

De manera automática, paso mi pulgar por su labio inferior.

Y vuelvo a besarle.

Pues quería conseguir que cinco minutos, fueran una eternidad.

Y si no lo conseguía, cosa bastante probable, por lo menos lo habría intentado volviéndole a besar.

Saber que mi recompensa eran sus labios, era algo más que gratificante.

- ¿Duermes en mi cuarto? – pregunto aún con una sonrisa.

Carl me regala otra en respuesta.

- Huele a ti. – reconoce avergonzado en voz baja. Una carcajada de absoluta felicidad sale de mi garganta. El chico golpea mi pecho con suavidad y vuelvo a apoyar mi frente en la suya. – Era la única forma que tenía de tenerte cerca. – murmura.

Y ante tal confesión, mi piel se eriza.

Le observo como si fuera lo mejor que me ha pasado en la vida.

Porque es así.

Vuelvo a besarle, con el cariño y la dulzura que merece. Entregándole en cada beso más y más pedacitos de mi mismo, hasta permanecerle enteramente a él.

Siempre le permanecí, eso lo tengo claro.

Y me encanta.

- Qué pasó. – susurra acariciando las cicatrices de mi mejilla, entre beso y beso.

- Qué importa. – respondo totalmente perdido. Su espalda toca la pared más cercana.

Y entonces mi ansia crece.

Y la suya también.

Mis manos se pasean desde sus mejillas, pasando por su pecho, hasta su cintura.

Y vuelta a empezar.

- Para mi sí lo hace. – afirma el chico empujando ligeramente su frente contra la mía separándome.

Tenso la mandíbula momentáneamente y trago saliva.

- Carl... - susurro. - Negan casi nunca hace concesiones así. Tengo los cinco mejores minutos de mi vida, y no pienso desperdiciarlos hablando de lo horrible que estoy. – respondo en un suspiro.

- ¿Horrible? – inquiere sonriendo. Pone sus manos en mis mejillas. – Eso es porque no te ves desde mi perspectiva. – añade recorriendo cada cicatriz con las yemas de sus temblorosos dedos. De nuevo, me tocaba para ver si yo era real.

Y no había mejor forma de demostrárselo, que volviéndole a besar.

Su mano se enreda en mi pelo y profundiza el beso cuando nuestras lenguas vuelven a encontrarse.

Un gemido escapa de mi garganta.

- Tres minutos. – murmura contra mis labios. Sonrío. - ¿Estás seguro de que no quieres parar? – pregunta arqueando su ceja visible.

- ¿Qué mierda de pregunta es esa? – inquiero riendo.

Una carcajada emana de su garganta.

Su risa.

Casi se me saltan las lágrimas en ese preciso momento.

- Bueno... - susurra. - Lo digo porque dudo que quieras que Negan te vea en este estado. – murmura antes de volver a besarme.

Y cuando nota que no le comprendo, su mano viaja hasta mi abultada entrepierna.

Abro los ojos y me separo unos milímetros de su rostro.

- Ah... Entiendo. – musito, sintiendo mis mejillas enrojecer. Carl vuelve a reír. – Tienes razón. – suspiro poniendo una considerable distancia entre ambos, colocando una mano en mi cintura y pasando una mano por mi pelo.

Cuando me apoyo en la mesa de la enfermería, es él el que vuelve a acercarse a mi.

- Nunca te creí un gran actor. – dice mientras pone sus manos en mi cintura y deposita un suave beso en mi magullada mejilla.

- ¿Se supone que debo decir "gracias"? – inquiero en tono ofendido. 

Carl vuelve a reír.

- A lo que me refiero, es que siempre se te ha dado mal mentir. – aclara. – Por lo tanto, creo que tu comportamiento hacia ese hombre es real.

Bufo.

Acababa de pasar un pequeño pero maravilloso momento con él, y la vida ya estaba dispuesta a emborronarlo.

Aunque sabía que el chico querría hablar conmigo de todas formas.

- Te lo dije ayer, Carl. – digo haciendo referencia a nuestra nocturna conversación. – Creo que puedo cambiarlo.

- A cualquier precio. – añade con algo de enfado.

Suspiro y me cruzo de brazos.

- Nunca permitiría que os hiciera daño.

- Ya nos lo hizo. – matiza. Pongo los ojos en blanco. – Pero sé a lo que te refieres. – se apresura a decir. – Y me preocupa que estés persiguiendo un sueño irreal.

Alzo las cejas.

- Ya le has visto. – digo señalando la puerta por la que había marchado el hombre, apartándome de Carl. – No es cómo aparenta ser. O por lo menos no es así siempre. Sabes que tengo razón. Tú también has visto algo diferente en él.

- Sí, pero no por eso deja de ser un peligro ahora mismo. – responde molesto.

- ¡Lo sé! – exclamo en voz baja. – Por eso intento conocerle cada día más... Si... Si le conocieras fuera de ese papel, verías lo mismo que yo.

- Lo único que veo ahora mismo es que te tiene a sus pies. – contraataca. Puedo ver que su enfado empieza a aumentar. – Y que tú estás encantado en ese lugar. – añade. - Creo que te estás metiendo en algo que te supera. – confiesa. – Y el único que acabará dañado en esto, eres tú.

Suspiro resignado.

Porque en parte, algo dentro de mi le daba la razón.

- Me... Me necesita. – digo poniendo mis manos en mis caderas.

- ¿Te necesita? – inquiere con sarcasmo. – Porque más bien parece lo contrario.

- ¡Escúchame, Carl! – mi frustración empezaba a ser superior a mi. – En El Santuario no son todo malas personas ¿Sabes? – empiezo a decir. – Cuando... Cuando los conoces, te das cuenta de que la mayoría solo son gente que quiere sobrevivir, y que se aferraron a un sistema que se lo permitía. – el chico me observa y me analiza mientras hablo. – Si ese modo de vida no es el mejor para ellos, no lo saben, porque no conocen otro. Y eso puede cambiar.

El hijo de Rick suspira.

- No podrás quitarle a Negan su posición de superioridad. No vas a quitarle esa comodidad. – dice sin ver ninguna posible salida. - ¡Por Dios, Áyax! ¡Ese tío mató a Abraham y a Glenn! Ni siquiera deberíamos estar buscando una alternativa que no sea matarle.

Pongo los ojos en blanco otra vez.

Estos frustrados intentos empezaban a agotarme.

Pues ambos estábamos usando prácticamente los mismos argumentos que en nuestra conversación nocturna.

Pero una realidad me golpea.

- Si... Glenn y Abraham están muertos. Y ahora Maggie también. – digo de espaldas a Carl. Me vuelvo para mirarle cuando el silencio inunda la habitación.

Y cuando lo hago, le veo algo extraño en la mirada.

Que esta, es esquiva.

Frunzo el ceño.

- Porque lo está ¿Verdad? – inquiero enarcando una ceja.

El chico traga saliva.

Relajo mis hombros y exhalo todo el aire que contengo en mis pulmones.

- Dónde está. – gruño.

Carl pinza el puente de su nariz antes de poner sus manos en sus caderas y suspirar.

- En Hilltop. – admite. – Pensamos que era más seguro que se quedará allí, cerca de Carson.

Bufo exasperado y abro los brazos, incrédulo.

- ¿¡Por qué no me habéis dicho nada!? ¡Me habéis hecho creer que estaba muerta sabiendo que me dolería! – replico enfadado. Me sentía jodidamente engañado.

Mi respiración se acelera.

- ¿Es en serio? – pregunta con sarcasmo. – Estás del lado de Negan y no queremos que él se entere. – confiesa. – Pero yo no era partidario de ocultártelo. – dice un tanto molesto.

Y entonces todo encaja.

- Por eso te has marchado cuando tu padre me la ha dicho. – murmuro en un suspiro antes de frotar mis ojos con cansancio.

Toda está maraña de juegos y estrategias empezaba a consumirme.

El hijo de Rick asiente.

- No me ha gustado lo que ha hecho. – reconoce para mi sorpresa. – Lo ha hecho con la intención de hacerte daño, porque ha visto cómo te ha afectado.

Mis ojos se entrecierran.

- ¿Rick quería hacerme daño? – tartamudeo.

Dolido.

Incrédulo.

Carl suelta un bufido similar a una risa.

- No seas cínico. – gruñe. Y sus palabras me hieren, porque no me las espero. – Llevas haciéndole daño desde que has llegado. – contraataca, haciéndome sentir acorralado. – Esa camaradería que te traes con Negan. Tus gestos. Tus actos. Lo tienes todo estudiado. Te conozco. – tenso la mandíbula. – No sé que te traes con él, pero me parece que conviene recordarte de nuevo que mató a Glenn y a Abraham. – repite en el mismo tono de enfado que antes.

- Si, los mató. Y lo odio por ello. – confieso con rabia.

- ¿Ah sí? ¿Lo odias? – pregunta con escepticismo.

Su duda me rompe.

Pero sus insinuaciones me hacen estallar.

- ¡Me salvó la vida, Carl! – exclamo señalando mi mejilla magullada. – Puedo odiarle por muchas cosas, pero le debo cientos más. – admito con enfado. – Ese tío me ha hecho ver que no soy ningún jodido monstruo, a diferencia de lo que Daryl, Michonne o incluso tu padre creen. – y la forma en la que hablo de ellos hace que Carl frunza el ceño. – No es un mal hombre, estoy convencido de ello.

Casi parece que a Carl le acaben de pegar un puñetazo.

Porque esa es la cara que se le ha quedado.

- ¿Tú... te estás... oyendo? – pregunta totalmente impactado. Las palabras casi ni salían de su boca. Su cerebro iba entrar en cortocircuito de un segundo a otro.

Esa era la impresión que me daba.

- ¡Joder! – bramo pasando ambas manos por mi pelo, exasperado. - ¿Por qué nadie es capaz de entenderlo?

- ¡Porque no hay nada que entender, Áyax! – grita con obviedad abriendo sus brazos. - ¡Eres el único que cree que ese hombre puede cambiar solo porque te trata de forma diferente puesto que te ve como a un asesino igual a él!

Alzo mi mirada hasta la suya cuando confiesa tales palabras.

Y en seguida se da cuenta de lo que acaba de decir.

Trago saliva.

Decían que yo les había traicionado, era la cantinela que repetían una y otra vez.

Con sus miradas.

Con sus gestos.

Con sus palabras.

Era como un mantra.

El malo era un servidor.

Les había traicionado.

Pero el que hoy se llevaba la espalda llena de puñaladas, era yo.

Carl tartamudea algo que no llego a escuchar, porque ni siquiera logra tener una palabra que articular.

- Lo... Lo siento, yo... - murmura. – Áyax...

- Creo que no hay mucho más que decir. – añado. – De hecho, ya lo has dicho todo.

Silencio.

Carl limpia la sinuosa lágrima que desciende por su mejilla.

Otra herida más en mi nombre.

- Será mejor que me vaya, Negan me estará esperando. – empiezo a decir.

- Áyax, por favor... - solloza Carl avanzando unos cuantos pasos hacia mi.

- Frecuencia seis punto uno. – digo. Su acuosa mirada me observa extrañada. – Es la única frecuencia limpia que hay a través de los walkies. – aclaro. – Te hablaré cada noche, es el único momento seguro del día, no me hables a cualquier otra hora que no sea esa a menos que sea estrictamente necesario. – añado mientras le veo llorar en silencio. Asiente. Las lágrimas no tardan en llegar a mi. – Siempre y cuando quieras hablar con un asesino. – sentencio con rabia y dolor.

Y sin darle la oportunidad de responder, un portazo tras mi espalda sella la conversación.

Y a cada paso que doy, mi balanza empieza a inclinarse más en favor a Negan.

Pues hasta ahora, parecía el único capaz de dar su brazo a torcer.

Y eso... Eso estaba poniéndome las cosas jodidamente difíciles.


 - ¿Sabes que día es hoy? El día inaugural... - oigo decir a Negan mientras llego a su altura, viendo como los hombres sacan las armas de Alexandria bajo la impotente mirada de Rick, a quien le secundaban Daryl y Michonne, que parecían dispuestos a no separarse de él ni un solo minuto.

Intentando emular una unión visual a la que yo ya no pertenecía.

Los pasos apresurados de Carl a mis espaldas no tardan en escucharse.

Los ojos del hombre del bate me observan a mi y después al chico.

Mi corazón seguía latiendo con fuerza, pero ahora, movido por la rabia.

Durante el día de hoy había tenido la mecha muy larga, pero esta empezaba a acercarse a la pólvora.

Intuyo que quiere hacer alguna broma, pero al ver mi rostro y la mirada del hijo de Rick, prácticamente enmudece en el acto, y tras un suave carraspeo, sigue con su discurso.

- Sí señor... - murmura, y el énfasis vuelve a sus palabras. – Creo que este acuerdo entre nosotros funcionara de maravilla. – Un momento... - dice deteniendo a uno de sus hombres para coger una pistola. – Necesito ver si habéis cuidado de mis armas.

Y tras esto, el hombre dispara contra una ventana, dejando que el eco suene por la calle, incluido el del casquillo de la bala cayendo al suelo.

Sonríe.

La mirada de Rick ha seguido el trayecto de la bala, y vuelve al hombre que tiene en frente, un tanto impactado. Sus ojos se posan en mi.

Me cruzo de brazos y me quedo en mi sitio, sin mostrar ningún ápice de emoción por esto.

Pues empezaba a no provocarme nada la situación.

La frustración ocupaba demasiado en mi.

Así que, simplemente, apago el interruptor y decido dejar de sentir.

Porque si me veían como un lunático asesino, les iba a dar motivos para que así me siguieran viendo.

- ¡Me gusta! – dice Negan con aprobación tras reír. – Suena bien. Creo que hasta Lucille se está poniendo celosa. – añade con sarcasmo. - ¡Vaya, qué sorpresa! – la ilusión en sus palabras se hace notoria al ver como uno de sus hombres saca el lanzacohetes de la armería.

Miro a Daryl.

Y él me mira a mi.

- ¡Mira lo que tenéis! – exclama. - ¿Vosotros os cargasteis al joven Tim y su panda de capullos? – pregunta refiriéndose al grupito de moteros que Abraham, Daryl y Sasha hicieron estallar por los aires con dicha arma. – Bueno, Rick... Disfrútalas por última vez. Vaya, me voy a divertir un huevo con esto.

- ¡Por favor! – se escucha decir una voz proviniendo del interior de la armería.

Y es cuando la reconozco como la de Olivia, quien enseguida sale arrastrada del brazo por Arat.

- Arat. – gruño a la chica en modo de reprimenda, quien era una excelente compañía en El Santuario, pero cuando sacaba su lado Salvador no había quien la detuviera.

- No se hace eso. – le regaña Negan apoyando mi postura, señalándola. – Salvo que hagan algo que lo merezca.

- Hemos repasado el inventario. – empieza a decir mi amiga y secuaz. – Entre las del arsenal y las del muro... Faltan dos. – responde antes de entregarle la libreta bajo su brazo al hombre del bate. – Una Glock del nueve y una del veintidós. – añade. – Y treinta balas.

Mis ojos vuelan hacia Rick y arqueo una ceja.

Pero mi acusadora mirada cambia al ver como al ex policía le muta el rostro a un gesto de total incomprensión, haciéndonos saber a todos que no tenía ni idea de lo que Arat hablaba.

Y le creía.

Porque le conozco.

Además, sabía de sobra que, si Rick dejaba de estar arrodillado y empezaba a ponerse en pie, no sería con la mera desaparición de dos armas tan simples.

No, esto no era obra suya.

Pero la situación me venía como anillo al dedo.

- ¿Eso es cierto? – la voz que Negan dirige a Olivia denota enfado.

La mujer duda antes de asentir con miedo.

- Algunos han salido. – matiza Rick. – Probablemente se las llevaron...

- Olivia no sabe hacer su trabajo ¿Es lo que dices? – pregunta Negan de manera irónica, interrumpiéndole.

- No, yo no he dicho eso... - murmura el padre de Carl mientras niega con la cabeza, pues sabe que cuando al tío a mi lado se le metía algo entre ceja y ceja, difícilmente lograrías sacárselo. – No es lo que parece.

Una sonrisa ladina cruza mis labios.

Era mi turno.

Necesitaba hablar con ellos.

Necesitaba hacerles entender por qué hacía lo que hacía.

Y necesitaba hacerles entender para qué hacía lo que hacía.

Pero para eso, tenían que escucharme.

Porque tienes que hacer algo de ruido si quieres que se te oiga.

Y esta era mi última apuesta y mi última oportunidad.

Así que pensaba conseguirlo.

No importaba cómo.

Y si en el camino convencía más a Negan de que mi confianza era suya, eran dos pájaros de un solo tiro.

Y si algo tenía yo, era buena puntería.

- Lo que a mi me parece es que sabes dónde están. – digo con sarcasmo, atrayendo todas las miradas.

- No. No sé dónde están. – gruñe el hombre mostrando algo de rabia hacia mi persona.

- ¿Seguro? Vamos Rick, son muchos años... - empiezo a decir. – Nos conocemos. – añado sonriente.

Negan arquea las cejas y sonríe, disfrutando del espectáculo que solo acababa de empezar.

- Sí, eso creía yo también. – murmura. El enfado en él parece aumentar. – No tengo ni idea de dónde están. Si han salido, las habrán cogido.

Empiezo a acelerar mi respiración a propósito.

- No. – gruño. – No me lo creo. – matizo antes de morder mis labios.

- ¿Y qué es lo que crees? – inquiere Negan con curiosidad.

Sonrío.

- Está tramando algo, por supuesto. – sentencio.

Los ojos de Rick se abren de par en par, totalmente incrédulos.

Al igual que los de Michonne y mi hermano.

Negan suspira teatralmente mientras niega con la cabeza.

- Rick, Rick, Rick... - murmura con fingida decepción.

- Está mintiendo. – espeta el hombre frente a mi entre dientes.

- ¡No, Rick! Él... No hace eso. – responde Negan ofendido. – No a mi.

No sabía si Negan me estaba siguiendo el juego o no, pero algo me decía que era así.

Y si lo estaba haciendo, tampoco sabía por qué lo hacía.

Porque, evidentemente, él sabe que estoy mintiendo.

Porque lo que también sabe, como yo, es que dos armas no son nada.

Y por lo que me decanto, es que, quiere averiguar dónde acaba mi arrebato.

Inhalo y exhalo furiosamente.

Cierro los ojos y los abro, mirando fijamente a Rick.

- No me provoques, Rick. – gruño. – Dónde están las armas y las balas.

El hombre coge aire de la misma forma que yo.

Su paciencia estaba llegando al límite.

Ya éramos dos.

- No... Lo sé. – sisea. Convierte sus manos en puños.

La tensión empieza a sentirse en el ambiente.

- ¿Estás seguro? – pregunto sarcásticamente, dando un paso hacia él.

Pero Rick Grimes no se hacía pequeño ante mi.

Y decide avanzar un paso en mi dirección, imitando mi gesto.

- Seguro. – gruñe. Su mirada me causa escalofríos. Sé que si pudiera me estaría haciendo pagar esto.

Asiento.

- Bien. – musito con las manos en mis caderas.

Mi corazón vuelve a acelerarse.

Al ritmo de mi respiración.

Mi cabeza va a toda velocidad.

Y por muy rápido que todo vaya, el tiempo parece detenerse.

Y se detiene.

Juraría que lo hace.

Eso es justo lo que parece, cuando desenfundo el arma que Negan me ha dado.

Y apunto a Michonne.

Mi alma, si es que la tengo, escapa de mi cuerpo en ese momento.

Y nadie parece notar que es así.

Porque me mantengo.

O en eso concentro todas mis fuerzas para seguir.

Los ojos de Rick se abren como platos.

- ¿Sigues estando seguro? – digo con una ladeada sonrisa.

La mujer respira de manera sobrecogida desde su posición.

Negan abre su boca con grata sorpresa, disfrutando con la escena que se dibuja ante sus ojos.

Y Daryl detiene a Rick en el momento en el que este se dispone a acortar la distancia que nos separa.

Carl se aproxima hasta su padre para detenerlo, sin dejar de mirarme.

Acababa de firmar mi sentencia.

Aquí.

Y ahora.

Pero ahora mismo no me importaba.

Porque me sentía muerto por dentro.

Apuntar con un arma a Michonne.

A mi madre.

Era la peor y la mayor de las torturas.

De los castigos.

Que ni siquiera alguien con una mente jodidamente retorcida y perversa, hubiera imaginado y elegido para mi.

El infierno, comparado con esto, debía de ser un lugar muy agradable.

- Qué coño haces. – gruñe Carl, asesinándome con la mirada.

Igual que su padre.

Porque de tal palo, tal astilla.

- Hacer que tu padre hable. – respondo en el mismo tono. – Qué, Rick... ¿Te he refrescado la memoria?

El hombre no contesta.

Solo inspira y espira con rabia.

Y me mira.

Me mira, de una forma que ni en mil vidas lograré borrar de mi mente.

- Tranquilo. – le sisea Daryl al padre del chico mientras le agarra del brazo izquierdo. – No se atreverá.

Una ladeada sonrisa estira las comisuras de mis labios.

Y disparo.

La bala impacta en el cristal contiguo al que Negan ha roto minutos atrás, pues había desviado el cañón del arma unos centímetros.

- Ponme a prueba. – siseo.

Michonne se sobrecoge ante el sonido del disparo, pues la bala ha pasado muy cerca de ella, y lleva las manos a su cara, tapando su boca, cuando no puede contener el sollozo que sale irremediablemente de su garganta.

Rick se revuelve con furia entre los brazos de Daryl y Carl, destilando odio por los poros.

Y me obligo a mantener la compostura.

Me obligo, una y otra vez.

- ¡Las armas y las balas! ¡YA! – bramo desde mi posición.

Arat sonríe, igual que hace Negan.

Y sin saber muy bien de dónde ha salido, Aaron aparece en la escena en un intento por tranquilizar la situación, interponiéndose entre ambos bandos, protegiendo a Olivia, quien lloraba silenciosamente tras su brazo derecho.

- Deja... Deja que nos reunamos. – dice el chico alzando un brazo en mi dirección. – Por favor. Las buscaremos... Pero deja que hablemos con el resto de vecinos, quizá sepan algo.

Bajo el armo con fingida desesperación y resoplo.

Miro a Negan y este asiente con una sonrisa.

Chasqueo la lengua.

Lo había conseguido.

- Está bien. – musito. – Iré con vosotros, no quiero perderme absolutamente nada de lo que digáis en esa asamblea de vecinos. – añado con ironía y una pérfida sonrisa. Mis ojos vuelven al hombre del bate. – Y he de mantenerle informado.

El hombre a mi lado parece increíblemente complacido ante mi gestión.

Ojalá yo pudiera sentirme igual.

- No... No es una buena idea. – murmura Aaron. – Eso solo empeoraría las cosas.

Frunzo el ceño con fingida ofensa.

- Perdona ¿A caso te estaba pidiendo permiso? – pregunto retóricamente. Arat ríe ante mis palabras.

El hombre asiente en una muda disculpa.

Casi arrastras, aquellos que siempre sentí como mi familia se llevan a unos descompuestos Rick y Michonne, camino a la iglesia.

Cojo aire intentando mantener mi escasa cordura.

- ¿Estás seguro? – inquiere Negan de forma un tanto protectora cuando Arat se retira para seguir vigilando al resto de hombres. – Estarás prácticamente desprotegido ahí dentro.

Asiento con suficiencia mientras enfundo el arma de nuevo.

- Sé cuidarme solo. – respondo con una sonrisa que el hombre pronto nota como falsa.

Ahora es él quien asiente.

- Ten cuidado. – murmura poniendo una mano sobre mi hombro, para después palmear mi espalda.

El hombre se marcha siguiendo los pasos de Arat, y en cuestión de segundos, me quedo solo.

Y es entonces, y solo entonces, cuando me derrumbo.

Me agacho totalmente hasta sentarme en el suelo.

Y escondo mi cara entre mis manos cuando las lágrimas empiezan a brotar de manera incontrolable.

Estaba perdiendo demasiadas cosas en un solo día.


Cierro las puertas de la iglesia frente a mis ojos cuando oigo como algunos vecinos de la comunidad contienen la respiración al verme desde sus asientos.

Cojo aire y me vuelvo hacia el pasillo de la iglesia.

- ¡Rick! – exclamo agitado caminando hacia él en el centro del pasillo. – Tienes que escuch-...

Y no me da tiempo a más.

Rick me atiza un certero puñetazo que me parte la nariz y me derriba completamente.

Caigo al suelo debido al impacto y, antes de que me de cuenta, el hombre se abalanza sobre mi con un segundo puñetazo que me rompe una ceja.

- ¡Traidor hijo de perra! – brama estando a horcajadas sobre mi.

Sus manos envuelven mi cuello, cortando el flujo de aire que entra y sale de mis pulmones.

Mi visión se vuelve borrosa.

Lo último que veo, es su mirada encolerizada y repleta de odio hacia mi persona.

Y cuando alza el puño dispuesto a dar un tercer golpe, un par de brazos lo apartan de mi, arrastrándolo unos metros.

- ¡Papá, basta! – brama Carl alejándolo de mi. - ¿¡Es que no has oído a Negan!?

Me incorporo lentamente en el suelo, sintiendo como la sangre baja por mi rostro y cuello, viendo a un Rick totalmente desencajado, preso de su acelerada respiración.

Cuando el hombre se aleja hacia el altar, completamente nervioso, paso a ser el centro de todas las miradas.

Jamás había visto tanto odio dirigirse a mi.

- No, Carl. – digo captando la atención de todos mientras me pongo en pie de forma tambaleante. – Está en su derecho.

La mirada acusadora de Carl se posa en mi.

- Así solo conseguirá que tu jefe lo mate. – espeta. El dolor que provocan sus palabras me hunde un poco más.

Suspiro afligido.

Me asombraba ver que todavía me mantenía en pie.

Camino hacia ellos con cautelosa lentitud.

La tensa imagen de los cuatro miembros más preciados de mi familia, analizándome desde el altar, prácticamente como cuatro jueces inexpugnables, erizaba cada vello en mí.

Paso mi mirada por cada uno de ellos.

Y me cuesta hasta reconocerlos.

Yo les había convertido en esto.

Pareciera que estaban apunto de dictar mi sentencia, condenándome a vagar a solas por toda la eternidad.

- Tenéis que escucharme. – digo, intentando que mi voz no se quiebre ante ellos. Y es que, el hecho de que estuvieran en el altar, les colocaba en una posición superior a la mía, y eso me hacía sentir patéticamente pequeño. - ¿Podemos hablar todos a la misma altura, por favor? Como iguales.

Rick ríe.

- ¿Iguales? – inquiere con sarcasmo. – Tú eres superior a nosotros ahora mismo.

Vuelvo a suspirar.

- Es justo lo contrario lo que quiero demostrarte. – murmuro.

El padre de Carl tensa su mandíbula y mira hacia otro lado.

Pero cede.

Y baja, poniéndose a mi altura.

Por consiguiente, Daryl, Carl y Michonne relajan sus posturas. Incluso Carl decide sentarse en la mesa tras de sí, totalmente abatido y con cansancio.

Mis ojos se clavan en los de su padre.

- Encontrad las armas. – vuelvo a decir, pero en un tono más calmado que el que he empleado cuando estaba junto a Negan. – Y las balas.

Le veo apretar los dientes.

- No sé dónde pueden estar. – reconoce. – Y lo sabes.

- Pues removed cielo y tierra. – contrataco. – Que no quede un solo centímetro de Alexandria sin revisar. – añado. – Porque no quiero que Negan os haga pagar esto.

- Y si lo hace ¿Qué harás? – gruñe con rabia. – Nada. Solo seguirás sometido a él.

Trago saliva.

- No tengo elección. – siseo. – Estás en la misma posición que yo.

- ¡Pero yo no hago daño a nadie! – brama a centímetros de mi. – No intento quedar por encima de nadie. No estoy de lado del malo de la historia. – añade con rencor. – Si me someto, es para proteger a los míos.

Río.

- ¿Por qué crees que lo hago yo? – pregunto de manera retórica.

- ¿Así que ahora ellos son los tuyos? – responde Daryl desde su posición.

Mis ojos vuelan hasta él.

Convierto mis manos en puños.

- Me refería a vosotros. – respondo entre dientes. - Y allí hay buenas personas. – digo mirándole, para después pasar mis ojos por cada uno de ellos. – Muchos son familias. Niños que se quedaron sin padres cuando decidimos atacar antes de que ellos nos hicieran nada.

- Te recuerdo que estuviste de acuerdo con eso. Hasta querías participar. – replica Rick.

- Lo sé. – afirmo volviendo mis ojos a él. – Tú lo has dicho: estuve. En pasado. – matizo. – He visto lo que allí hay, Rick. No todos son mala gente. No la gran mayoría. – añado. – No somos mejores que ellos.

- ¿Ahora te incluyes a nosotros de nuevo? – vuelve a decir mi hermano con cinismo.

- ¡Daryl, ya basta! – exclamo con enfado.

- No. – espeta Rick, interrumpiéndome abruptamente. – Decide con quién estás.

Tenso la mandíbula.

- Estoy con ambos. – gruño. – No hay ni buenos ni malos, Rick. Solo muertos y vivos. Y el único bando posible es ese, el de los vivos. – digo, para después dedicarle una rápida mirada a Carl.

Que enseguida capta el mensaje.

El ex policía sonríe sarcásticamente.

- Tu no ves la existencia de ambos bandos porque estás en el bando ganador, aunque no quieras asumirlo. – responde convencido de sus palabras. - No puedes estar en los dos lados. – sisea. – De tanto saltar de un lado a otro de la valla, te quedarás clavado en medio. – añade. Cojo aire con rabia y enfado. – Elige.

- Así que así es como funciona esto ¿No, Rick? – digo con cierta decepción para nada fingida. – O estoy contigo, o estoy contra ti.

El hombre se cruza de brazos.

- No intentes ponerme como el malo, Áyax. Porque no te va a funcionar. – dice. - Tú estuviste en ese claro, igual que yo. Sabes perfectamente la respuesta.

- Negan no tiene porqué ser un enemigo más. Las constantes batallas pueden acabarse. – contesto incrédulo. La mirada de Carl se alza en mi dirección cuando oye mis palabras. - ¿Es que quieres pasarte toda tu vida de batalla en batalla? ¿Siempre así? Cada vez que venga un enemigo, derrotarlo y a por el siguiente ¿Eso quieres? – añado exasperado. – Esta es nuestra oportunidad de que ese modo de vida acabe de una vez por todas. – mis ojos vuelan hacia Aaron. – Cuando él nos encontró, dijo que las personas eran el recurso más importante en estos tiempos ¿Acaso eso no se puede aplicar a Negan y los Salvadores?

- Pregúntale a él. – dice irónicamente. – Aunque no sé si después de elegirle para que Negan le mate va a querer hablar contigo.

Me quedo de piedra ante tan viles palabras.

Mi respiración se ralentiza.

Ha sido como un puñetazo más por su parte.

- Eso ha sido un golpe muy bajo. – siseo.

- Así es como jugamos ahora ¿No? – más cinismo por su parte no se hace esperar.

No, este no era el Rick que yo conocía.

Algo dentro de él había cambiado en este mismo día.

Y estaba seguro de que yo había sido el culpable.

Suspiro, relajando mis hombros, vencido.

- Nada te hará cambiar de parecer ¿Verdad?

El hombre sonríe de una forma que me da verdadero miedo.

- Y menos aún, si viene de ti.

Agacho la cabeza antes de sentir.

- Sé consecuente con tus actos por una vez tu vida. – sentencia.

- ¿Qué otra opción tenía, Rick? – pregunto con ironía.

- No torturarnos es una de ellas. – responde alzando la voz. El brillo de la ira en su mirada vuelve a resplandecer.

- ¡Tengo que ganarme su confianza! – exclamo con enfado.

Ya estaba harto.

Más que harto.

Nadie parecía entenderme.

Ni siquiera se esforzaban por comprender que no había tenido opción.

Que había sido mi única forma de sobrevivir.

De mantenerles con vida.

Solo se escudaban en que yo me había convertido en parte del enemigo, pero nadie se preguntaba por qué había tenido que hacerlo.

Porque es mucho más fácil echar la culpa a alguien que ponerse a pensar.

Y esa terquedad por su parte, empezaba a molestarme.

- ¡Estas son las nuevas normas ahora, Rick! – grito. – Me importa una mierda que no os gusten ¡Adaptaos! – bramo volviéndome hacia el pueblo de Alexandria. - ¡El mundo sigue girando y esta es la única forma de seguir con vida ahora mismo! – mis ojos vuelven al ex policía, a quién tengo peligrosamente cerca. - ¡Tú ya no estás al mando! ¡Yo ya no estoy a tu lado para atacar como un perro rabioso cuando me lo ordenes! – rujo con fiereza cada palabra, cada frase. – Ahora. Es cosa. ¡DE NEGAN!

Mi pecho se mueve al ritmo de mi acelerada respiración.

El silencio se apodera de la iglesia.

Y la forma en la que Rick me mira, hace que todos sintamos la tensión en el ambiente.

- Ahora entiendo la clase de persona que siempre fuiste. – dice con un tono calmado que eriza mi piel. – Tu salvajismo. Tu falta de piedad. – añade. – Naciste para ser un Salvador.

Sus palabras vuelven a ser un golpe bajo.

Rick me golpeaba verbalmente una y otra vez.

Me tenía prácticamente contra las cuerdas.

Tenso mi mandíbula.

Y sonrío.

Cosa que Rick no parecía esperar en absoluto.

Sus palabras habían sido el alimento correcto para el monstruo que hay en mi interior.

Ese que me acaba de recordar que no le gusta nada.

Porque si quería monstruo, iba a tener monstruo.

No me importaba en absoluto dejarme caer de nuevo contra sus garras, para dejarle salir.

Estaba hundido.

Cansado.

Dolido.

Hastiado.

Y, principalmente, decepcionado.

Todo eso, junto sus hirientes palabras que salían de él cada vez que abría la boca, escupiéndolas en forma de veneno, habían sido el cóctel perfecto.

Una mezcla puramente explosiva.

- No eres precisamente la definición de un santo, Rick. – gruño clavando mis pupilas en las suyas. – Te he visto hacer muchas cosas. Cosas que muchas de estas personas ni en mil vidas imaginarían. – digo alzando la voz para que todos puedan escucharme. – Mataste a tu mejor amigo cuando se acostó con tu mujer y te quiso quitar a tu familia por eso. – los ojos de Rick se abren de par en par al recordarle a Shane, pues sabe que yo no estaba presente por aquel entonces, con lo cual, alguien debió contármelo. – Y no solo eso, te he visto arrancarle medio cuello a un tipo, porque su banda le pegó una paliza a Daryl, y querían violarnos a Carl, Michonne y a mi. De hecho, conmigo y con Carl lo intentaron. – en ese mismo momento me doy cuenta de que es la primera vez en mi vida que digo la palabra "violar" en voz alta. – He vivido con mis propios ojos como hiciste pedazos el cráneo de Gareth cuando intentó matarnos en la iglesia tras conocer al padre Gabriel. – digo señalando al mencionado, quien traga saliva al recordar esos hechos. – Y estoy seguro de que la gente de Alexandria recordará como arremetiste contra el padre de Ron.

Un sepulcral silencio se hace en el interior de la iglesia.

Sonrío con cinismo.

- Os he visto a todos matar. O me habéis reconocido que lo habéis hecho. – digo pasando mi mirada por todos y cada uno de los miembros de mi familia. - ¡Todos lo hemos hecho! ¿Y yo soy el malo? ¿El psicópata? ¿El asesino? ¿Lo es Negan?

De nuevo, el silencio es mi respuesta.

- Tú lo haces para proteger a tu pueblo, te convences de que esa es la verdad. – digo volviendo mi vista a Rick. – De que no te has vuelto un monstruo, de que lo haces por protección ¿Y sabes qué? Estoy de acuerdo. – añado. – Todo, absolutamente todo lo que hemos hecho desde que os conozco, nos ha mantenido con vida. Nos ha hecho llegar hasta aquí. – afirmo solemne. – Eres quién eres ¿No?

Rick agacha la cabeza.

- Y, por esas mismas reglas, Negan lo hace para cuidar de los suyos. Ese es el sistema que les ha hecho seguir con vida. Que ese sea erróneo o no, demostrarles que así lo es... - murmuro. – Está en nuestra mano. Podemos enseñarles a vivir de nuestra forma. Puede que funcione o puede que no, pero ¿Qué perdemos por intentarlo? No sé tú... - miro al padre de Carl fijamente. – Pero yo no quiero tener esa voz en mi conciencia que me dice que nunca lo intenté. Yo no la tendré. – añado. – Si tú proteges a los tuyos de la misma forma en la que lo hace Negan, dime ¿Cuál es la diferencia? – pregunto sarcástico. – Oh, sí, la hipocresía. – sentencio.

Los ojos del hombre se abren ligeramente de par en par.

- Yo no seré tan diferente a Negan, pero tú, amigo mío... Tampoco. – siseo.

Y una vez más, silencio.

Vuelvo a sonreír.

Acababa de asestarle a Rick un certero golpe que, por más que lo niegue, le dejará pensando durante unos días.

Su mandíbula se tensa más que antes.

Y su fiera mirada intenta acorralarme.

- Lárgate de aquí, Áyax. – gruñe con rabia y rencor. – Agradece que lo haces con vida. Porque si te vuelvo a ver, te aseguro que no saldrás sin un balazo entre ceja y ceja.

Otra sonrisa estira mis labios.

Pero no por sonreír sus palabras me han afectado menos.

Y no solo a mi, sino a todos los presentes.

Pues parecía que todo mi discurso, no había servido de nada.

- Por supuesto. – digo sonriendo con cansancio, alzando mis manos en señal de redención. – Pero antes... - extiendo mi mano derecha en su dirección, mostrando la palma hacia arriba. – Las dos armas y las treinta balas de Negan, por favor.

El hombre inhala y exhala sonoramente, mostrándome su rabia.

Sonrío de nuevo.

Y cada vez que sonrío de manera exhausta, algo de mi muere un poco más.

Nadie parecía haber prestado atención a mis palabras.

Lo que yo no sabía, era que estas sí que habían calado hondo en alguien.

- ¿No? ¿Nada? – digo con fingido humor. – Las esperaré fuera. – sentencio con una sonrisa.

Me doy media vuelta, dejando a un increíblemente enfadado Rick atrás, junto con el amor de mi vida, mi hermano, y la mujer que considero mi madre, acercándose al primero.

Al hombre que siempre fue y será como un padre para mi.

Por mucho que este pueda odiarme.

Camino por el pasillo de la iglesia bajo decenas de atentas miradas de odio que me invitan a no volver por aquí jamás.

Todos habían hecho oídos sordos a mi discurso.

E intento que no se note como mi corazón se va despedazando a cada paso que doy.

Y es que a cada trocito que cae de este, me digo a mi mismo una y otra vez, que estoy haciendo todo esto por su bien.

Y rezo, rezo constantemente a todos los dioses que conozco, para que algún día puedan entenderme.

Y, sobre todo, perdonarme. 


Sentado en la parte trasera de uno de los camiones mientras varios Salvadores terminan de cargar lo que queda del tributo, juego con la pulsera que Carl me regaló años atrás.

- Aquí tienes. – la voz de Arat me saca de mi ensimismamiento cuando me entrega una carpeta. – Me ha costado encontrarla porque no tenía ni idea de toda esa palabrería médica que me había dicho, Doctor Dixon.

Una carcajada escapa de mi.

Cojo la carpeta y le echo un vistazo.

- Gracias. – digo. – Nos ayudará mucho a Carson y a mi. La cura avanzará bastante con esto. - admito con una pequeña sonrisa.

- ¿No hubiera sido más fácil que fueras tú? Quizá me haya dejado algo por revisar en la enfermería.

- No... - respondo negando con la cabeza, bajando de un salto de mi asiento. – Está todo. – digo tras comprobarlo. – Y es mejor que yo no me pasee mucho más por aquí. Dudo ser bienvenido.

Las miradas que muchos residentes de la comunidad me dedican en este mismo momento, me lo confirman.

Arat frota mi brazo con cariño y camaradería, a lo que yo respondo con una sonrisa.

Lo cierto es que la compañía de la mujer y su amistad a veces resultaban reconfortantes.

Dejo la carpeta en la cabina del camión.

- Probablemente en el camino de vuelta Negan quiera echarle un ojo. – respondo a la muda pregunta mental que la chica me hace con su mirada.

- Cosa que si Carl hace se quedaría ciego ¿Eh?

Alzo la cabeza hacia el cielo y resoplo con enfado cuando escucho la voz de Negan a mis espaldas, quien ríe por su propia broma.

¿Por qué es tan gilipollas?

Me vuelvo hacia él con visible molestia.

Y la cara de este cambia al ver mi rostro magullado por los dos golpes que Rick me ha dado.

Suerte que minutos atrás había limpiado mi sangre con un trapo que la misma Arat me había cedido, si no, la cara de Negan ahora sería aún peor.

Mi súplica con la mirada, o puede que el cansancio físico y mental que el hombre del bate aprecia en mi, son más que suficientes para que desvíe el recorrido de sus ojos y se resigne a no actuar en contra del pueblo de Alexandria.

Cosa que me sorprende.

Y que agradezco.

- Ya está todo, jefe. – dice uno de los Salvadores al bajarse del camión, mirando a Negan, rompiendo el extraño ambiente que se había instalado entre ambos y del que nadie más se había percatado.

- Perfecto, ahora solo falta que Rick traiga mis armas... ¡Hablando del rey de Roma! – exclama volviendo a retomar su papel y señalando al mencionado, quien camina paulatinamente hacia nosotros desde el inicio de la calle.

Y para variar, secundado por Michonne, mi hermano y Carl.

Camino hacia ellos, al mismo paso, flanqueado por Arat y Negan.

Una pequeña sonrisa tira de mis labios al ver como sus rostros mutan a una ligera tensión.

Al igual que en el resto de vecinos y Salvadores.

Pues la imagen visual debía de ser cuanto menos impactante.

Ambos bandos nos detenemos a una distancia prudencial frente al otro.

- ¿Las tenéis? – inquiero.

Rick asiente.

Río para mis adentros.

Parecía un intercambio de drogas y dinero entre dos mafias peligrosas, como en las películas que se hacían antes de que todo se fuera a la mierda.

El padre de Carl avanza con tranquilidad y le entrega una bolsa a Arat.

- Aquí están las dos armas. – dice. – Puedes comprobarlo.

Cosa que, en efecto, la chica hace.

El hombre se retira unos cuantos pasos atrás dejando que esta haga su trabajo.

Arat asiente en dirección a Negan, confirmando que ambas armas se encontraban en el interior.

Miro a Rick.

Y él me mira.

Avanzo hacia él hasta quedar a su altura, dejando atrás a la mujer y al hombre del bate.

- ¿Y las treinta balas? – pregunto alzando una ceja.

Rick sonríe, poniendo mi piel de gallina.

Sus ojos vuelan a los de Daryl.

Y este le lanza un pequeño saquito, y en el interior del mismo se oye un tintineo cuando cae en manos de Rick.

El ex policía da un paso hasta mi, quedando a centímetros de mi rostro, y coge mi mano derecha, colocándola hacia arriba.

Tenso la mandíbula.

Se inclina ligeramente hacia mi, hasta casi pegar su mejilla a la mía, dejándome completamente estático, y entonces, mientras deja la pequeña bolsita en la palma de mi mano, habla en mi oído.

- Aquí tienes tus treinta balas de plata, Judas. – sisea.

Y trago saliva.

La calmada sonrisa que me dedica cuando se separa ligeramente de mi, eriza mi piel de pies a cabeza.

Agacho la cabeza.

Rick Grimes se da media vuelta, y vuelve a colocarse al lado de su familia, con absoluta normalidad.

Dejándome completamente congelado en mi sitio.

Solo.

Y prácticamente temblando.

Cojo aire, como si eso me hiciera también coger fuerzas, las que necesito para volver a mi sitio.

Y le entrego las malditas balas a Arat.

- Ya podemos irnos. – musito.

La chica a mi lado hace una seña y algunos de los hombres empiezan a movilizarse.

Entonces veo como un sonriente Negan se acerca con calma hacia Rick con los brazos abiertos.

- No ha muerto nadie. – dice sin más. El padre de Carl evita su mirada. - ¿Y sabes lo que creo? Creo que tú y yo nos entendemos más que antes. – añade. – Dime una cosa, Rick... ¿Quieres que me vaya?

El mencionado titubea, pues sabe que diga lo que diga, es más que probable que la situación sea una trampa.

- Creo que estaría bien. – murmura al fin. Era curioso ver como Rick se doblegaba ante Negan con semejante facilidad y temor, pero jamás ante mí.

Y lo entendía, pues yo no quería verlo así.

Yo no era su superior.

Yo, para él, no quería ser Negan.

- Entonces di la palabra mágica. – responde el hombre del bate.

Me tenso ligeramente en el sitio.

No estaba seguro de cuántas veces pretendía Negan humillar a Rick.

Veo a este último mirar momentáneamente al cielo y morder el interior de su mejilla, en un reflejo de la más pura rabia contenida.

- Gracias. – susurra con la mirada baja.

Trago saliva.

Negan ríe.

- ¡No seas ridículo! Gracias a ti. – dice con sorna.

Y como al principio de la mañana, un oportuno gruñido en la entrada de Alexandria a nuestra espalda, llama nuestra atención.

- Otro más... Necesitáis ayuda. – replica sarcástico. – Davey, pásame ese candelabro.

Cosa que el Salvador cumple obedientemente.

- ¿Sabes lo qué pienso? – sigue diciendo Negan. – Que los dos vamos a salir de aquí ganando. ¡Mira lo que hago! – exclama volviéndose hacia el caminante.

Y entonces veo como Rick, con la cabeza aún ligeramente agachada, alza la mirada.

Y es ahí cuando empiezo a temblar.

Con el corazón en el puño y todo el disimulo que puedo, me coloco a su lado de forma sutil.

Veo sus nudillos ponerse blancos de nuevo a medida que la fuerza de su agarre en Lucille aumenta, una vez más.

Sus intenciones son más que claras ahora que Negan le da la espalda y parece distraído.

Pero es un completo suicidio.

Así que decido actuar, por mucho que el hombre me odie ahora mismo, no iba a permitir que firmará su propia sentencia.

Pongo mi mano izquierda sobre la suya, impidiendo que alce el infame bate entre sus dedos.

Rick despierta de su absorto momento y gira con rapidez su cabeza hacia mí, pues evidentemente, era lo último que esperaba.

Y lo que en un principio es una mirada de descontrolada ira hacia mi persona, poco a poco, y mientras afloja su agarre, esta cambia hacia el más puro desconcierto.

Con las lágrimas que llevan horas deseando brotar de mis ojos, acumuladas en estos, niego con la cabeza en un pequeño gesto que solo él parece percibir.

- No. – susurro con la voz rota, volviendo mi vista al frente. – No aún.

El hombre abre sus ojos ligeramente durante una milésima de segundo.

No sé si me cree o no.

No sé si sirve para que Rick Grimes deje de odiarme por unos momentos.

Pero lo que sí sé, era que, en el fondo, Rick vería que no me ha perdido tanto como él creía.

Lo que también sé, es que termina funcionando.

El expolicía clava sus ojos de nuevo en la espalda de Negan y relaja sus hombros, para después suspirar.

Me alejo rápidamente de él antes de que Negan se dé la vuelta y pongo mis manos en mi cintura.

Agacho la mirada.

Sabía que, como me había dicho el hombre del bate esta mañana, Rick se alzaría de nuevo.

Pero ahora no era el momento.

No, no todavía.

Ahora lo único que ganaríamos, paradójicamente, sería perder.

- Si... Ambos ganamos. – dice Negan dándose la vuelta.

Muy oportunas palabras.

El hombre frente a nosotros tira el candelabro entre sus manos hacia un lado y vuelve a hablar.

- Límpiame eso para la próxima vez.

Cierro los ojos y suspiro.

No sé por qué me molestaba en barrer la mierda de Negan, si él enseguida se encargaba de ensuciarlo todo de nuevo.

Por suerte, Rick parece seguir tranquilo y absorto en sus pensamientos.

- ¡Vámonos! – exclama, haciendo que los hombres rezagados que quedan muevan el culo hacia los vehículos. – Oh, espera... - murmura antes de reír y dirigirse a Rick una última vez. – Que descuidado soy... ¿No creerías que iba a dejar aquí a Lucille después de todo lo que hizo? ¿Para qué la quieres? – Negan extiende la mano hacia su preciado bate que Rick no tarda en devolverle, cosa que parece suponerle un gran alivio. – Gracias por ser tan complaciente, amigo mío... - añade antes de darle la vuelta a su bate y echarle un vistazo a los alambres que lo rodean. Entonces se acerca un poco más al hombre frente a él. – Y por si no te has dado cuenta, te he metido el rabo hasta la garganta, y tú me has dado las gracias. – sisea.

Trago saliva.

La turbada y perdida mirada de Rick es como una puñalada directa al pecho.

Por suerte, nadie más excepto él y yo hemos escuchado las palabras de Negan.

- ¡Vamos, Áyax! – dice. – Yo conduzco. – añade antes de echar a caminar con la intención de rodear el camión para llegar a la puerta del conductor.

Me doy cuenta de que soy el único que queda por subir a un vehículo.

Pues algunos de los camiones emprenden camino y salen por la puerta de Alexandria cuando me hago a un lado, dejándonos a Negan y a mi, los últimos en salir.

Asiento con la cabeza agachada.

Suspiro.

Y, por última vez, paso la mirada por Michonne.

Por Rick.

Por Daryl.

Y por Carl.

No sé si creer lo que veo en sus ojos respectivamente, pero me gusta pensar que han pasado del odio más repulsivo, hacia la pena.

No me reconforta, pero lo prefiero.

Incluso lo agradezco.

Muerdo mis labios.

Y cuando me vuelvo hacia la puerta del copiloto, cruzo los dedos índice y corazón de mi mano izquierda.

Y les dedico una última mirada.



Los árboles se convierten en un borrón verde según avanzamos por la carretera.

Hacía tan solo dos minutos que habíamos abandonado Alexandria.

Apoyo mi codo en el principio de la ventana de la puerta y mi cabeza en mi mano.

Un tornado de emociones y sentimientos se removía en mi interior, descomponiéndome.

Las lágrimas que no me atrevía a derramar seguían al borde de mis ojos, sin intención de abandonarme.

La decepción emponzoñaba mis venas, haciéndome incapaz de sentir cualquier otra cosa.

Tan solo decepción.

Y confusión.

No sabía ni que argumentar, ni que sentir, ni que pensar, ni que decir.

Porque cada situación se volvía diferente en cuestión de segundos.

Y cuando exponía mis ideas, estas se esfumaban con actos que me llevaban la contraria.

Pero aquel que los cometía, lo hacía para defender sus ideas.

Ideas, que, en ambos casos, yo también compartía.

Y no podía más.

Quizá Carl tenía razón.

Quizá estaba intentando lograr algo que era superior a mí.

Y solo parecía empeorar las cosas.

Todos.

Absolutamente todos ellos parecían dispuestos a no poner nada de su parte.

Absolutamente todos ellos se negaban a atender a razones.

- ¿Estás bien? – la voz de Negan llega a mis oídos, interrumpiendo mis pensamientos.

Aunque puede que no los interrumpiera, si no que, más bien, respondía a ellos.

Le miro.

Observa brevemente mis rojizos ojos con algo que interpreto como pena y dolor.

- Si. – musito con la voz quebrada, volviendo mi vista al frente.

Oigo como suspira.

Separa su mano izquierda del volante y la pone en mi hombro durante unos momentos.

- Lo siento. – susurra.

Cierro los ojos, haciendo que una lágrima caiga por mi maltrecha mejilla.

Y es entonces cuando caigo.

Es cuando me doy cuenta de que estaba equivocado.

Es cuando entiendo que mi trabajo no es hacer que Rick comprenda que no debe luchar.

Mi trabajo, es hacer que Rick no tenga enemigo con el que acabar.

Porque, sin duda, no habían sido absolutamente todos los que habían hecho oídos sordos a mis explicaciones o sugerencias.

No, de eso nada, no todos.

Él no.




________________________________________________

Extra

- ¿Eres... eres tú? – titubeo la pregunta antes de que mi voz se rompa. 

Mi corazón se acelera cuando oigo su voz a través del walkie.

- Sí... Creo que sí. – murmura, y puedo apostarme lo que sea a que está sonriendo. – Te he echado tanto de menos.

Sus palabras me derriban.

Me siento en la cama, dejándome caer sobre ella, puesto que mis piernas deciden no aguantar la emoción con la que mi cuerpo parece vibrar.

Era él.

Era su voz.

Todavía me resistía a creerlo.

- ¿Alguien más sabe que lo tienes? – inquiero con algo de temor.

- No, tranquilo. – responde. – Jesús me lo ha dado a mi ¿Quieres que alguien más lo sepa?

- No, dejémoslo así por ahora.

- Está bien, será nuestro secreto. – añade tras reír.

Y río en respuesta yo también.

El silencio se hace a través de la línea cuando ninguno de los dos sabe qué decir.

Trago saliva.

- ¿Cómo estás?

- ¿Cómo estáis todos?

Vuelvo a reír.

Y él también.

- Tú primero. – dice.

Una sonrisa tira de las comisuras de mis labios antes de volver a pulsar el botón.

- ¿Cómo estáis todos? – repito. - ¿Qué tal están las cosas por Alexandria?

Oigo a Carl suspirar.

- Todo aquí es extraño. – responde casi con pesar. – Mi padre desaparece durante todo el día. No para de... buscar cosas. Está totalmente ido, ni siquiera parece él mismo.

Cierro los ojos y apoyo mi cabeza contra mi mano.

Y como un destello, el recuerdo de la opaca mirada de Rick Grimes sobre el tejado de la caravana, aparece en mi mente, corroborando las palabras del chico.

- Daryl también se marcha durante el día. – añade. Suspiro. – Incluso algunas noches. – confiesa. – Se pierde en el bosque y vuelve, siempre sin mediar palabra. Casi como sí... Te buscara.

Una lágrima rueda por mi mejilla.

La limpio con mi puño izquierdo.

Carraspeo.

- Cuídales, por favor. – susurro, rogando que no note mi tono de voz.

- Lo hago. – contesta. Vuelve a suspirar. – Me fastidia ver como mi padre se ha doblegado ¿Sabes?

Apoyo mi espalda en la pared bajo la ventana.

Bajo la vista.

- Es casi mejor así, créeme.

El chico bufa.

- También me fastidia que tú lo hagas.

- Así son las cosas ahora, Carl. – respondo. – Es lo que hay.

- ¿Ya está? ¿Así sin más? – pregunta su voz bañada en incredulidad. – Me niego a creer que todo lo que hemos luchado por llegar hasta donde hemos llegado, termine así.

Me mantengo en silencio durante unos segundos.

- Estoy cansado de luchar. – digo tras apretar el botón de nuevo.

- ¿De verdad estoy hablando con Áyax Dixon?

Río cansado.

- Es solo que... Creo que todo eso, tanta lucha, tanta batalla... Podría acabarse si así lo quisiéramos. – reconozco. – Y... Puede que Negan haya tenido que llegar a nuestras vidas para que eso pase.

El silencio al otro lado de la línea es lo único que obtengo como respuesta.

- ¿En serio? ¿Aceptar que él esté al mando? – contesta tras unos segundos.

- No. – sentencio. – Hacerle ver que hay otras formas de vivir en este mundo.

- ¿Quieres hacerle cambiar de modo de vida?

- Creo que puedo hacerlo. – digo con convicción. – Solo necesito tiempo. Es un trabajo lento, pero estoy seguro de que dará resultados.

Carl ríe.

- ¿Hablamos del mismo Negan? – dice. – Porque yo no le vi muy dispuesto a dejar su reinado del terror.

Vuelvo a suspirar.

- Lo sé. – admito. – Pero... Hay algo en él, puedo verlo. – añado. – Y no solo él... Muchas de estas personas... Merecen una segunda oportunidad.

- ¿Te refieres a Los Salvadores? – inquiere incrédulo, casi con asco al referirse a ellos.

Aparto el walkie de mi y apoyo mi cabeza en el cristal tras ella con cansancio, pues la entrada noche empezaba a afectarme y el sueño me vencía junto a la testarudez de mi chico al otro lado del aparato.

- ¿Qué hicisteis con la gente del Gobernador meses antes de que yo llegara a la prisión? – pregunto enarcando una ceja.

Silencio.

- Ahí lo tienes. – contraataco.

- Tengo que dejar de explicarte todo lo que vivimos antes de que tu aparecieras. – dice en un murmullo con fingido enfado. Río. – Sus hombres no se quedaron con nosotros, solo la gente de Woodbury. Eran personas inocentes.

- ¿Y te crees que en El Santuario no las hay?

De nuevo, su silencio era mi respuesta.

Sonrío.

- Tú y yo hemos conocido a Los Salvadores en su papel, no hay persona en kilómetros a la redonda que no los haya visto actuar. No son buenas personas. – matiza.

- Tienes razón, no todos lo son. – reconozco. – Podrían quedarse únicamente aquellos que se adapten.

- ¿Dónde? ¿En tu nuevo mundo? – responde. Y de nuevo, sé que está sonriendo.

Así que sonrío yo también.

- En mi nuevo mundo. – corroboro.

- Deberías librar a tu nuevo mundo de las malas personas.

Emito un bufido similar a una risa.

- Malas personas habrá siempre. – digo. No obtengo respuesta. – Pero, en este caso, no hay ni buenos ni malos, Carl. Solo hay dos bandos: el de los vivos y el de los muertos. ¿A cuál quieres pertenecer tú?

- Al de los buenos. – responde en su terquedad.

Resoplo.

- Y esos, están vivos. – añade. – Igual que los malos, por ahora.

- Nadie más tiene que morir.

- ¿Aparte de Glenn y Abraham? – contraataca.

Clavo mi vista en el techo.

- Ellos podrían ser los últimos. – murmuro. – Sería un bonito homenaje ¿No crees? Prometerles que nadie más va a caer, porque vamos a empezar a hacer las cosas bien.

- ¿Su muerte fue nuestra culpa?

- Sabes que no he dicho eso. – digo molesto.

Carl suspira.

- Perdona... - termina diciendo.

- Ellos podrían ser los últimos. - vuelvo a decir. – No permitamos que nadie más muera. No más guerras ni batallas. – añado. – Es nuestra oportunidad.

- Es muy fácil decirlo desde tu posición. – gruñe.

- Precisamente por eso lo digo. – respondo con obviedad.

Y entonces Carl calla durante unos segundos.

- Ten a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca. – dice cuando entiende a lo que me refiero.

- Exacto. – sentencio con una sonrisa. – Y yo más cerca del enemigo, no puedo estar.

- Por eso crees que puedes hacer cambiar a Negan de opinión.

- Por eso, y porque estoy empezando a conocerle. – admito. – No es tan mal tipo como parece.

- Haré ver como que no he oído eso. – dice sin más. – Harás cambiar de parecer a Negan, perfecto, pero ¿Cómo lo harás con mi padre y el pueblo de Alexandria?

Suspiro.

- Eso aún no lo sé. – reconozco. – Pero estoy seguro de que puedo hacerlo. Rick es una persona cabal y lógica. Conozco a tu padre, en cuanto me oiga... En cuanto entienda mi forma de actuar, cambiará de opinión. Estoy convencido.

- Eso no va a pasar... – murmura.

- No adelantemos acontecimientos todavía. – digo algo esperanzado antes de que su terquedad aparezca de nuevo.

- Ni siquiera creo que sea una buena idea lo que dices.

Bufo exageradamente.

- Vale, vale, me callo. – responde entre risas.

Sonrío.

- Te echo de menos. – repite, cambiando de tema abruptamente.

Mi corazón se acelera.

- Y yo a ti. – confieso. – Cada día.

El silencio entre ambos se hace una vez más.

- Es tarde, quizá deberías irte a dormir.

Oculto un bostezo antes de hablar.

- No estoy cansado. – miento. Y si Carl no me cree, no me lo hace saber. – Y quiero seguir escuchando tu voz.

Le oigo reír avergonzado.

- Entonces... ¿Tienes algo más de tiempo para hablar? – pregunta con algo de pena, casi como si le doliera robarme horas de sueño.

Una ladeada sonrisa se dibuja en mis labios antes de pulsar el botón del walkie una vez más.

- ¿Para ti? Todo el tiempo de nuestro nuevo mundo. 



 

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