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Capítulo 29. Scarface.

We're on easy street

And it feels so sweet

'Cause the world is 'bout a treat

When you're on easy street...

Una solitaria lágrima recorre mi mejilla derecha.

Mi mirada se mantiene extraviada en un punto fijo de ese oscuro y pequeño cubículo, únicamente iluminado por la luz que se cuela bajo la puerta.

Un suspiro tembloroso escapa amargamente de entre mis agrietados labios.

Había perdido la cuenta de cuántas eran las veces que esa misma canción se había repetido en un infinito bucle.

Un bucle destinado a volverme absoluta y completamente loco.

Pongo los ojos en blanco cuando las estruendosas y agudas notas de la canción se hacen más presentes en mi mente, y sacudo la cabeza intentando alejarlas de mi.

Ese movimiento me causa un angustioso dolor en mi cuello, entumeciendo los músculos de mi espalda recorridos por un breve escalofrío.

Eran demasiadas las horas que llevaba atado de pies y manos en esta silla.

O eso creía.

Porque la sofocante fiebre me había hecho sumirme en un extraño limbo que me confundía. No sabía cuándo estaba despierto y cuando no.

Los recuerdos iban y venían por mi mente como personas apresuradas corriendo de un lugar a otro del centro comercial la tarde antes de la mañana de Navidad.

O eso me habían dicho que hacían las familias felices.

Recuerdo haber llegado a este lugar llamado El Santuario, pero no recuerdo haberme bajado de la furgoneta.

Recuerdo al infame hombre del bate extenderme un humedecido y maltrecho trapo con el que puedo eliminar la sangre de mis amigos que baña mi cara, pero no recuerdo lo que este les dice a sus hombres mientras mira fijamente mi deplorable estado.

Recuerdo como dos de sus hombres me escoltan, cada uno de un brazo, casi arrastrándome puesto que apenas me mantengo erguido, y me llevan por las entrañas de la abandonada fábrica, pero no recuerdo cómo voy pasando de unos secuaces a otros.

Y a otros.

Y de nuevo, a otros.

Hasta que las caras dejan de serme conocidas.

Y los hombres que habían observado el tormento que mi familia y yo habíamos vivido, quedan sustituidos por otros de los que ni si quiera me esfuerzo en memorizar sus rostros.

Pero lo que sí que recuerdo, es al hombre ligeramente bajito, algo gordo y con principios de calvicie, metiéndome en esta oscura y minúscula habitación, antes de atarme a esta silla, sin importarle el estado de mis más que perdidas manos.

Y lo que sin duda recuerdo, es su repulsiva y lasciva mirada antes de cerrar la puerta y prometerme que volvería pronto.

Cosa que no deseaba en absoluto.

Y que gracias al cielo parecía estar incumpliendo.

Si el infierno existe, cosa que pronto descubriré debido a mi patético estado, estoy seguro de que debe ser un lugar más amigable que este.

Un hilo de saliva que cae de mis labios me despierta del letargo que me habían provocado mis propios delirios.

Lo limpio perezosamente contra mi hombro derecho y vuelvo a hacer un increíble esfuerzo por reunir todas mis fuerzas en un único objetivo: mantener los ojos abiertos.

Porque si me duermo, se acabó la partida.

Aunque pensándolo bien ¿Qué iba a perder?

El sonriente rostro de Carl aparece en respuesta.

Seguido por el de Daryl.

El de Michonne.

El de Rick.

Y los de todos y cada uno de los miembros del grupo.

Una amarga risa emerge de mi irritada garganta mientras otra sinuosa lágrima brota de mis ojos.

Agacho la cabeza.

No me queda mucho, y lo sé.

Mi cuerpo se vuelve rígido cuando, entre las estrofas de la canción, que había vuelto a empezar una vez más, advierto el firme sonido de unos pasos dirigiéndose hacia la habitación.

- Vaya, vaya... - dice el hombre que me ha encerradotras abrir la puerta y poner su mano izquierda en su cadera, pues en la derechallevaba un bulto de tela. – Sigues despierto, tienes mucho aguante. – matiza. –Eso es bueno. 

El repulsivo señor deja ese extraño rollo de tela sobre una mesa metálica que se encuentra a mi izquierda y que ni siquiera me había dado cuenta de que allí se encontraba, seguidamente abandona la habitación y en la lejanía oigo como el volumen de la música se afloja considerablemente, pero no tanto como me gustaría.

- Lo suficientemente alto como para que nadie te oiga. – dice con una ladina sonrisa.

Trago saliva cuando mi piel se eriza.

No me gustaban nada el significado de esas palabras.

- Veamos... - murmura para sí mismo mientras extiende la tela sobre la mesa, dejándome ver todo un increíble y terrorífico arsenal de tortura en el interior de ésta. Todas y cada una de las herramientas se encontraban pulcra y perfectamente colocadas.

Y si yo creía que Lucille se había convertido en el objeto de mis pesadillas, esto estaba casi a la altura.

Parpadeo rápidamente intentando disipar las lágrimas que prometen volver a salir, pero mi rostro se contrae en una mueca de extrañeza cuando, al fondo del pasillo, tras la puerta entre abierta de esta sala, veo a una mujer mirarme con horror para después cubrir su boca con sus manos.

Sherry. 

Y antes de que tan siquiera pueda gritar por algo de ayuda, la mujer sale corriendo por donde ha venido, llevándose consigo mis esperanzas por salir vivo de esta.

O por lo menos, morir sin recordar previamente ningún trauma del pasado.

Pero a juzgar por como mi carcelero levanta cariñosamente mi barbilla con su dedo índice mientras me mira con una asquerosa sonrisa, interpreto que no va a ser así.

Y por raro que parezca, el tipo no parece haberse dado cuenta de que alguien más ha visto su macabro hobby.

- Bueno, como habrás podido ver... - dice señalando sus juguetes sobre la mesa. - Me gusta divertirme previamente con los presos que Negan trae sin que este se entere, es mi procedimiento habitual. Algo así como una tradición. - empieza a explicar mientras observa con detenimiento sus reliquias de tortura. – Por cierto, soy Terry.

- Me importa una puta mierda. – consigo mascullar antes de pasar saliva, cosa que mi garganta agradece sacudiéndome con un severo dolor.

El hombre tensa la mandíbula.

- No estoy acostumbrado a un lenguaje tan insolente. – responde, intentando aparentar cierta clase que su psicopatía y su aspecto de pederasta le arrebatan.

Cojo aire, de nuevo, como si cada vez que lo hago me dejara más vida en el camino.

- Te he dicho... Que me importa una puta mierda. – repito con la voz aún más ronca que antes.

El hombre me cruza la cara de un único y certero puñetazo.

- ¡Qué te acabo de decir! – brama sujetándome con fuerza, con su pulgar en mi mejilla izquierda y el resto de dedos en la derecha. Este inhala y exhala aire un par de veces, como si intentara controlarse a sí mismo.

Río internamente.

Como conocía esa sensación.

Y como echaba de menos dejarme llevar.

El tarado frente a mi me suelta abruptamente, no sin antes soltarme un par de gratuitos puñetazos más, para después volverse hacia su mesa.

Un pequeño reguero de sangre empieza a caer por mi nariz.

Aguanto la risa mordiendo mis labios.

Tres puñetazos, y solo con el tercero, había conseguido hacerme sangre.

Veo sus ojos observarme analizantes.

- De qué te ríes. – gruñe.

La carcajada que estaba aguantando sale irremediablemente.

- No tienes fuerza alguna, por eso te vales de esa mierda. – digo mientras señalo con mis ojos sus armas de combate.

El hombre empieza a enrojecer de rabia.

Parece que he herido gravemente su orgullo. 

- Eres tan poco hombre que necesitas tenerme atado. – murmuro sintiendo el ardiente sudor descender por mi cuerpo. – Sabes que ya te habría matado. Yo, y todos los que estuvieron en esta misma silla antes.

Otro puñetazo más.

Otra carcajada más.

Por lo menos me iría de este mundo con algo de humor.

- Eres jodidamente patético... - susurro mientras río negando con la cabeza.

Las venas de su cuello empiezan a marcarse a la vez que la tensión en su cuerpo se hace más notoria, dejándole completamente rígido.

Y me atrevo a reconocer, que su silencio me aterra.

El tío empieza a temblar.

- Sabes... Pensaba torturarte después, como siempre. – sisea caminando lentamente a mi alrededor. – Especialmente en tu caso. – susurra a mi derecha cuando se agacha ligeramente tras de mi. – Eres demasiado bello.

Mi cuerpo se tensa ante el contacto de su horripilante aliento en mi oído.

Giro involuntariamente mi cabeza hacia el lado contrario.

El hombre sonríe a mi espalda, puedo sentirlo.

Pone una mano en mi nuca y une su frente a la mía cuando se encuentra delante de mí.

- Pero estoy seguro de que voy a disfrutarlo mucho más si te destrozo primero y luego te hago mío. – gruñe a escasos centímetros de mis labios.

Puedo sentir la rigidez y el asco apoderarse de mi cuerpo, poniendo mi vello de punta en el proceso.

Mi estómago se contrae ante sus nauseabundas palabras.

Aprieto los dientes con tal fuerza que poco me importa si estos estallan en mil fragmentos.

Todo en mi se había esfumado horas atrás.

Todo mi ser.

Todo lo que había construido.

Y mi delirante locura, había aprovechado ese hecho, tomando las riendas.

Ahora mandaba ella y solo ella.

El asfixiante pitido se había transformado en un agradable compañero del que no pensaba deshacerme.

Y eso me hacía feliz.

Muy feliz.

Una ladeada y débil sonrisa cruza mis labios.

Y escupo en su rostro.

El hombre se aleja de mi entre asqueado y sorprendido, pues lejos de haberme infundido algún tipo de miedo como él creía, yo acababa de jurarme a mi mismo no pasar mis últimas horas de vida humillado por un degenerado.

Muestro una sonrisa bañada en la sangre que seguía cayendo por mi nariz.

- Te vas a arrepentir de esto. – ruje cogiéndome por un puñado de pelo de la nuca, tirando de mi cabeza hacia atrás.

Y sonriendo como puedo, respondo en un vacilante siseo.

- Ambos sabemos que no. 

Pero mis emociones férreas en un principio se vuelven dudosas cuando le veo coger a toda prisa un afilado cuchillo de su arsenal de cobardía, y apuntarme con él a mi ojo izquierdo.

Y pronto me doy cuenta de que no era un cuchillo cualquiera.

Sino mi propia daga.

- He oído por ahí que la mirada de tu novio está... Incompleta. – sentencia con sarcasmo.

Me sacudo en la silla todo lo que mis fuerzas me permiten cuando le escucho hablar así de Carl.

La recién afilada punta de la daga se encuentra a pocos milímetros de mi córnea.

Por eso había tardado tanto en volver.

- Dime ¿Quieres saber lo que se siente? – inquiere de manera irónica.

- Hijo de puta... - gruño.

El hombre golpea de nuevo fuertemente mi mejilla con el dorso de su mano.

- ¡Voy a conseguir que corrijas ese lenguaje! – grita volviendo a tirar de mi pelo, sujetando mi cabeza, inmovilizándome.

Y entonces el mundo se detiene en ese exacto momento.

En ese momento, en el que aleja unos centímetros la daga de mi.

Para deslizarla ligeramente en diagonal por mi mejilla izquierda.

Un alarido de puro dolor emana de mi garganta como si así este fuera a reducirse.

Me muevo brutalmente contra las cuerdas que me retienen en la silla, haciendo caso omiso a las pocas fuerzas que ya me quedan, pero Terry me tiene bien sujeto.

Un pequeño río de caliente y rojiza sangre brota de la herida, y lo siento bajar por mi cuello hasta empapar mi maltrecha sudadera.

El hombre se carcajea increíblemente complacido.

- ¿¡Es que acaso no estás disfrutando!? – exclama con humor. – Porque te aseguro que a mi me encanta crear recuerdos. – dice completamente feliz. – Sobre todo recuerdos que permanecerán para siempre. – añade refiriéndose a la herida. – Y créeme cuando te digo que te acordarás de mi toda la vida. – gruñe antes de mover la daga hacia el puente de mi nariz.

Y una vez ahí, la desliza de nuevo sobre mi piel.

Siento mi carne desgarrarse en dos en una herida más larga y paralela a la primera.

Profiero un grito agónico ante semejante e innecesaria tortura por su parte.

Mis sienes laten con fuerza y mi visión se vuelve ligeramente borrosa cuando siento más sangre manar de unas heridas de las que, por el momento, no soy consciente de que estarán conmigo hasta el fin de mis días.

Mi respiración se vuelve errática, al compás del latir de mi corazón.

Esto no puede ser real.

No puede serlo.

Pero es la tercera vez que desliza la hoja, la que me confirma que está situación totalmente irreal, no lo es.

La afilada hoja de mi propia arma me desgarra la piel en un tercer corte diagonal que empieza debajo de mi nariz, deteniéndose en mis labios.

Tras otro gruñido de dolor por mi parte, veo como el hombre esquiva mis labios, acariciándolos con dulzura con la punta de la daga sin hacer corte alguno en ellos, observándolos de manera lujuriosa, para después continuar deslizándola bajo el labio inferior hasta mi barbilla.

Más y más sangre sale de mi rostro, mezclándose con las lágrimas que no sé muy bien cuándo han aparecido.

Y mi mente decide desconectar parcialmente, sumiéndose en una amargante espiral de dolor que turba cualquier pensamiento coherente por mi parte.

Mi cabeza cae a un lado cuando el hombre me suelta. 

Y todo mi cuerpo se relaja como si ya hubiera decidido no sufrir más por un día.

O por el resto de ellos más bien.

Pues casi me parece sentir lo que algunos creen que es el frío aliento de la muerte, pero a mi se me hace algo totalmente satisfactorio.

Casi como una recompensa tras todo el sufrimiento.

Como los cálidos rayos de sol una tarde de verano, tras toda una mañana de tormenta.

Y empiezo a sentirme extrañamente tranquilo.

Pues sé que el fin está cerca, y aunque no he vivido todo lo que quería, ya puedo descansar.

Pero pronto me doy cuenta de que la muerte, con su bello rostro que por solo volver a verlo una vez más estarías dispuesto a dejar el mundo de los vivos, me observa con sus preciosos y grandes ojos, y ríe mientras niega con la cabeza y me susurra al oído que, para mi suerte o mi desgracia, aún me queda mucho para que ella me acoja entre sus cálidos brazos, deseándome una feliz resurrección antes de empujarme de vuelta a la vida.

Y abro los ojos bruscamente, sin saber en qué momento los había cerrado.

Y es que el desquiciado hombre frente a mi se ha quedado congelado en su sitio justo en el momento en el que rompía el cierre de mis vaqueros.

Frunzo el ceño cuando, de nuevo, una tranquilidad abrumadora me sacude a pesar de la situación que iba a volver a vivir en mi vida.

Entonces caigo en algo.

La música infernal ha dejado de sonar.

Sonrío todo lo que las heridas me permiten.

Porque sé qué única situación podría provocar esa reacción en el tipo frente a mis cansados ojos.

Es una única cosa la que hace que mi torturador particular se detenga completamente, quedándose estático.

Una única cosa.

Una única posibilidad

Una única voz.

- Qué cojones estás haciendo, Terry. – sisea Negan a sus espaldas.

El lunático palidece.

Su cuerpo se vuelve torpemente hacia la voz tras él, y cuando se aparta, puedo ver la imponente figura de Negan flanqueado por Dwight y otro hombre que no alcanzo a reconocer, alzando su barbilla con superioridad.

Pero no es solo superioridad lo que mis ojos advierten en él.

La tensión en sus hombros, en su mandíbula, en cada fibra de su ser, parecen estar a punto de explotar de rabia.

El hombre del bate, que curiosamente no va acompañado de él, se aproxima con una lentitud casi felina hacia el tipo frente a mi, que daría mi brazo mordido por apostar que está apunto de orinarse en sus pantalones.

- Yo... Yo... - tartamudea éste haciéndose metafóricamente pequeño ante la presencia de su líder.

- Si... Tú. – gruñe Negan antes de noquearlo de un único puñetazo.

Aprende, degenerado, así es como se hace.

Mi mirada se pierde cuando siento a mis fuerzas abandonarme completamente tras un suspiro. 

Los ojos de Negan se clavan en mi rostro con temor cuando lo oye, más específicamente, en el hilo de saliva ensangrentada que cae de mi boca.

- Lleváoslo de aquí. – ordena a sus hombres antes de acercarse rápidamente a mi y empezar a cortar mis ataduras con el cuchillo de su cinturón.

Que irónicamente, también es el mío.

Sus hombres se llevan a rastras el cuerpo inconsciente de ese ser patético.

Y cuando agacho la cabeza, prácticamente fuera de mi, el hombre coloca sus manos en mis mejillas sin importarle mancharse de mi sangre, para levantar mi rostro.

- Vamos chico, no la vayas a palmar ahora. – dice mientras alterna sus pupilas de las mías a mis heridas.

Una mueca similar a una sonrisa, pero que se queda en un intento en el camino, aparece en mis labios cuando esa frase me suena haberla oído en otro momento y en otro lugar.

- Qué te ha hecho ese hijo de... - murmura para sí mismo.

Pero cuando mi vista se pierde y mis ojos se vuelven blancos, es cuando todo se torna inconexo en mi mente.

Y lo único que siento, es a Negan levantarme entre sus brazos.

Y el creador de mi primer infierno en la tierra, me salva del segundo.


Un pequeño y lejano pitido que se repite cada tres segundos exactos me hace ser consciente de que sigo con vida a pesar de mantener los ojos cerrados.

Y es que se me hace increíblemente difícil levantar los párpados, pues parecen haberse puesto de acuerdo para pesar unas cuantas toneladas.

Muy en contra de mi voluntad decido hacer acopio de todas las fuerzas que me quedan, y que sorprendentemente parecen estar renovadas, para poder deshacerme de la oscuridad en la que estoy sumido.

Pero pronto me doy cuenta, de que solo mi párpado derecho obedece a esa orden.

La luz cegadora que se filtra tras las cortinas, que no sirven de mucho dada la luminosidad de la habitación en la que creo encontrarme, son suficientes para que tenga que parpadear reiteradas veces hasta que mi pupila decide enfocarse en un punto en concreto: la máquina que emitía ese pitido que comenzaba a ser ciertamente irritante.

Trago saliva intentando aplacar la sequedad de mi garganta, y cuando lo hago, me sorprendo al comprobar que ésta no me responde con el fiero dolor paralizante al que me tenía acostumbrado en los últimos días.

Y es que no había ni rastro de la sofocante fiebre que me había estado consumiendo desde días atrás, como si se hubiera marchado para no volver.

Con mi ojo derecho, el único que parece estar decidido a colaborar, observo la sala en la que me he despertado.

Una amplia, tranquila y blanca habitación me da la bienvenida.

A mi lado izquierdo observo una encimera con distintos aparatos médicos y, sobre ésta, se encuentran una serie de estanterías y vitrinas con medicamentos en su interior. Frente a mi, una pequeña mesa hacía a su vez de escritorio y de estantería para más utensilios médicos, y en la pared en la que ésta está apoyada, un reloj acompasa su suave tic tac a los insufribles pitidos de la máquina conectada a mi. Y en mi derecha, antes de llegar a la puerta, un par de sillas descansan a unos metros de distancia, pero entre ellas y yo, hay una segunda camilla, y ésta, a diferencia de en la que me encuentro, está libre. 

Agobiado y ligeramente mareado por tener que analizar todo con un único ojo, intento comprobar que es lo que impide ver con normalidad, pero cuando alzo las manos para ello, me quedo paralizado.

Y es que lejos de estar entumecidas y prácticamente con primeros signos de gangrena, parecía que nada les hubiera ocurrido. Un suave color rojizo que me reafirmaba su correcta circulación sanguínea había sustituido su espantoso estado, y cuando intento mover los dedos, lo consigo perfectamente sin ningún tipo de problema salvo una ligera molestia, más prominente en la mano derecha.

La curiosidad me atiza por completo de la misma forma que lo hace la incredulidad, pues mi mente no logra entender cómo es posible que haya pasado de casi perderlas, a verlas con un aspecto que denotaba una más que notable recuperación.

Es justo en el momento en el que intento retirar los perfectos y pulcros vendajes que envolvían mis palmas hasta las muñecas, cuando un hombre entra por la puerta mientras se coloca una bata blanca.

- Oh, vaya, has despertado. – dice con una amable sonrisa a la vez que se acerca a la mesa frente a mi y rebusca algo entre los papeles que hay extendidos sobre la misma. – Será mejor que no hagas eso. – añade señalando mi estática mano izquierda, la cual intentaba deshacerse del vendaje de la derecha, para examinar por mi mismo la milagrosa curación de lo que yo creía mi casi futuro homenaje a Merle. – Las heridas parecen estar curando mejor de lo que esperaba, y eso que estabas a un día, dos como mucho, de perder esa mano. La otra estaba bastante mejor, aunque claro, en ella aún no había alojado ningún trozo de cristal.

Frunzo el ceño como puedo, pues algo parece oprimirme media cara.

- ¿Cristal? – inquiero con la voz bastante más ronca de lo habitual.

Carraspeo.

El agradable hombre frente a mi sonríe antes de medio sentarse en la mesa, apoyando la carpeta entre sus manos, en su rodilla.

- Tu mano derecha se estaba infectando porque tenías un pedazo de un cristal clavado en el interior. Un trozo bastante grande, dicho sea de paso. – matiza el hombre un tanto sorprendido.

Cierro los ojos, bueno, el ojo, e inspiro profundamente.

Ahora entendía por qué en vez de curarse iba cada día a peor.

Ahora entendía los dolores y la fiebre.

Y pensar que hice el amor con Carl teniendo un cristal clavado en la mano sin apenas notarlo.

- Parece que acabas de recordar cómo pudo llegar el cristal a tu mano. – dice el hombre volviendo a sonreír.

Una pequeña sonrisa estira de mis labios.

- Algo así. – murmuro sintiendo como mi rostro se contrae ante el asfixiante dolor que me provoca cada mueca que hago. - ¿Qué me pasa? – susurro alzando mis manos hacia mi cara.

Y me quedo totalmente petrificado cuando estas palpan un vendaje.

El hombre frente mi traga saliva y se baja de la mesa para aproximarse.

- Disculpa por los angostos vendajes, las heridas eran bastante graves y preferí prevenir para evitar que ocurriera lo mismo que con tus manos. – dice mientras examina el estado de las vendas. – De todas formas, ya se acerca la hora de hacerte la cura, así que será mejor comenzar a retirar todo esto.

Empiezo a temblar ligeramente cuando el hombre comienza a retirar las vendas y gasas que me ocupan media cara, respirando profundamente al quitarme las gasas que empezaban a pegarse en las heridas.

Un suave frescor recorre mi lado izquierdo de la cara cuando ésta queda libre de ataduras, aunque prácticamente sienta mi mejilla adormecida como si fuera de cartón.

Parpadeo un par de veces con el ojo izquierdo cuando puedo volver a abrirlo con la normalidad que me permite su pequeña hinchazón.

Y entonces veo como, el que imagino que es el doctor de El Santuario, traga saliva nuevamente al verme las heridas de la cara.

- Quiero verme. – espeto secamente mirándole.

El hombre me mira y titubea durante unos segundos.

La puerta de la habitación se abre cuando Negan, ataviado con su chaqueta de cuero, pero esta vez desabrochada, dejando ver una blanca camiseta bajo esta, entra en la habitación abruptamente con una caja entre sus manos.

- ¡Hostia puta! – exclama divertido cuando sus pies se detienen en el momento en el que su vista se clava en mis heridas. Sus ojos me analizan con asombro mientras deja la caja sobre la mesa. – Parece que te hayas peleado durante horas con un lobo y aun así este te haya ganado. – añade antes de soltarse a carcajadas

Tenso la mandíbula ante su ya más que conocido estúpido sentido del humor.

Imbécil.

- Deberías usar esa historia cuando te pregunten. – dice mientras me señala la mejilla izquierda con su dedo índice. - ¡Joder! Das mucho asco, en serio, intenta no mirarme demasiado hasta que eso se te cure, te lo pido como un favor ¿Quieres?

Aprieto los dientes ignorando el dolor que eso me ocasiona.

- Un espejo, por favor. – gruño hacia el doctor intentando sonar lo menos borde posible.

- Es broma, chico, pero es mejor que a partir de ahora te rías de ti mismo y le restes importancia. – aclara Negan alzando las manos en señal de rendición mientras el doctor me tiende un pequeño espejo que saca de una de las vitrinas.

Un frío sobrecogedor me recorre de pies a cabeza cuando observo estupefacto el lado izquierdo de mi rostro.

Más concretamente, mi mejilla.

Y es que tres grandes cortes cruzan la carne de mi cara como si fuera simple y moldeable arcilla.

Cada uno de ellos contenía una considerable cantidad de puntos de sutura que intentaban unir desesperadamente los trozos de piel, que luchaban por poner distancia entre ellos y hacer así más grande la herida.

El primero, era un corte imperfecto que me atravesaba diagonalmente la mejilla. Paralelo a él, estaba la segunda e irregular herida de tamaño superior, que salía desde el puente de mi nariz hasta el final de mi mejilla. Y, por último, el tercero y más pequeño, se dibuja bajo mi nariz, sin tocar mis labios, hasta mi barbilla.

Los tres, estaban hechos tal cual los había sentido.

Y por mucho que me fastidiara reconocerlo, Negan tenía razón.

Parecía que un animal furioso me había dado un fuerte zarpazo en el rostro.

Una dolorosa opresión se hace presente en mi pecho, creciendo lentamente hasta dificultarme ligeramente la respiración.

Y es que empiezo a ser consciente, de que cuando las heridas curen, sus cicatrices estarán en mi rostro de por vida.

El recuerdo de Terry será perpetuo.

Lo primero que verán de mi todos aquellos que se relacionen conmigo, será un rostro abominable marcado por tres grandes cicatrices.

Trago saliva cuando mi garganta empieza a secarse.

No estaba seguro de que cómo podría llegar a tolerar siquiera que me miren a la cara.

¿Cómo iba a Carl a poder ver esto?

¿Y Daryl?

¿Y Rick o Michonne?

Siempre que sus ojos se claven en mí, verían la imagen que el espejo me devuelve.

Si alguna vez en mi vida me había sentido atractivo.

Si siempre había hecho alarde de mi gran autoestima.

Ambos conceptos acababan de esfumarse frente a mí.

Juntos, de la mano, para siempre.

Y, creo, por primera vez, que no me había sentido tan inseguro en mi vida.

Mis ojos se clavan en la cruda mirada que Negan me dedica.

Y es que durante unos segundos, en su rostro no hay rastro de broma alguna.

Tan solo la opacidad de su mirada.

Observándome.

Analizándome.

Como si supiera lo que pienso.

Como si tan solo logrará imaginar una pequeña parte de lo que ahora mismo siento.

El horror de mi rostro me tenía prácticamente cautivado, como si fuera lo suficientemente adictivo y horrendo como para siquiera plantearte el no dejarlo de mirar.

Porque impactaba.

Tanto, que era imposible no seguir mirando.

Porque como ya he dicho, Negan tenía razón.

Tanta, que ojalá la historia del lobo fuera real.

Por lo menos no tendría que recordarme a mi mismo eternamente que un hijo de puta me hizo esto.

La opresión en mi pecho se hace más fuerte.

Un tembloroso suspiro sale de entre mis labios cuando logro despegar la mirada de la espantosa imagen frente al espejo.

Cierro los ojos antes de que a alguna lágrima se le ocurra escapar. 

- Has necesitado más de veinte puntos de sutura. – comenta el doctor. – He hecho lo imposible por asegurar que te quedara la mínima cicatriz, pero... - su voz se quiebra. Abro los ojos. – Lo siento. – sentencia.

Mi respiración comienza a acelerarse.

Siento como, por cada vez que inhalo aire, este comienza a convertirse en fuego en mis pulmones.

Mi mandíbula se tensa como si mi vida dependiera de su total rigidez.

Mis manos empiezan a temblar cuando el monstruo que me controla estira su lobuna sonrisa y se frota las manos con fervor, salivando.

Por la sangre de ese hijo de puta.

Mis pupilas vuelan hacia el rostro increíblemente serio de Negan.

Si supiera que no es verdad, casi parecía que le dolía verme así.

- No estás tan mal. – musita antes de tensar momentáneamente su mandíbula. Algo dentro de él le hace removerse incómodo, como si se arrepintiera de su propia broma.

- Dónde está. – siseo.

Mis ojos se clavan en los suyos.

Y este, apoyado en la camilla de mi derecha, cambia el gesto en su cara y esboza una ladeada y orgullosa sonrisa a la vez que alza su barbilla.

- Nos hemos encargado, no te preocupes por eso. – responde.

Y su contestación apaga mi fuego interno con un balde de agua fría.

- No tenías derecho a hacer eso, debería haber sido yo el que lo hiciera. – gruño mientras me incorporo en la camilla.

El doctor se sobresalta y rápidamente coloca una mano sobre mi hombro, intentando volver a tumbarme.

El rostro del portador de Lucille se vuelve un tanto serio.

- No me digas lo que tengo o no tengo derecho a hacer, recuérdalo. – aclara antes de alzar las cejas.

Y esas palabras me provocan un escalofrío, seguido de un recuerdo de mi muerto y pelirrojo amigo. 

Mi mirada se desvía cuando comienzo a sentirme pequeño.

- Bien. – añade satisfecho, pues se ha percatado de mi reacción. – Cómo parece que has mejorado ese aspecto de moribundo que traías, creo que es hora de hacer una visita guiada por tu nuevo y maravilloso hogar. – empieza a decir. – Así puedes mostrar al mundo tu nueva cara. – añade como broma mientras se pone en pie, haciendo que olvide que tan solo segundos atrás parecía preocuparse por mi.

Inhala y exhala, Áyax. Es su humor de mierda, acostúmbrate.

- Quizá debería reposar un poco, al menos un día más... Y aún he de hacerle la cura. - inquiere el médico cuyo nombre desconocía.

- Tranquilo Carson, el chico es duro como una piedra, estará bien. – responde Negan quitándole importancia al asunto, cosa que reafirma con un gesto de desdén.

¿Carson?

Mis ojos se desvían al hombre de bata blanca que curiosamente se apellidaba como el doctor de Hilltop.

Y que, si te fijabas bien, ambos tenían un cierto parecido.

- Cuando acabemos será mejor que te pases por aquí, quiero que os pongáis a trabajar cuánto antes en eso. – dice señalando las mordeduras cicatrizadas de mi antebrazo derecho. – Te he traído algo de ropa mía en esa caja para que puedas cambiarte esos harapos mugrientos que llevas. Quizás te queda algo grande, pero es mejor que ir siempre manchado de la sangre de tu amigo pelirrojo y del asiático ¿No? – añade desde el marco de la puerta con una mordaz sonrisa.

Vuelvo a coger aire sin aflojar la tensión de la mandíbula y cierro momentáneamente los ojos mientras me incorporo en la camilla con la intención de bajarme.

- Recuerdas de quién te hablo ¿Verdad? Al que se le salió un ojo de un solo golpe. – dice mientras imita teatralmente la muerte de Glenn.

Clavo mis pupilas en él de manera asesina.

Otra ladeada sonrisa cruza sus labios.

- La mirada, Áyax, la mirada... - sisea desde la puerta mientras niega con la cabeza.

Trago saliva nuevamente, junto con la cantidad de insultos que tenía listos para rugirle, antes de apartar mis ojos de él.

Pues es justo en ese momento en el que la imagen de mi mismo apunto de cortar el brazo de Carl aparece en mi mente, perturbándome por completo.

Trago saliva y parpadeo rápidamente para disipar las lágrimas.

Aún seguía sin creerme lo que había estado a punto de hacerle al amor de mi vida.

No me lo hubiera perdonado nunca.

- Cámbiate. – me ordena. Y con su voz me devuelve los pies a la tierra. – Te espero en el pasillo.

El eco del suave portazo reverbera por la enfermería dejando tras de sí un agradable silencio.

Frunzo el ceño cuando caigo en algo.

- ¿Me ha traído ropa suya? – pronto me doy cuenta de que he dicho ese pensamiento en voz alta.

El médico me mira.

- ¿Y eso te extraña? – inquiere el hombre con humor – Ha venido a visitarte todos los días para comprobar personalmente si habías despertado. – aclara en voz baja para asegurarse que el mencionado no lo escucha desde el pasillo.

Mis ojos se abren de par en par cuando mi mente cortocircuita en el momento en el que esa idea entra en ella.

- Hace un rato ha venido para marcharse minutos después diciendo que te traería algo de ropa para cuando despertases. – dice alzando las cejas, sorprendido para sí mismo.

Parpadeo unas cuantas veces intentando asimilar semejante información.

¿Negan preocupándose por mi?

¿Qué demonios le pasaba a ese hombre y a su voluble carácter?

No, no podía ser verdad.

Estaba prácticamente convencido de que se trataba de un simple gesto de cortesía tras haber caído en las garras de uno de sus hombres. Porque probablemente era lo menos que podía hacer después de cómo éste me había dejado.

Pero, ciertamente, había cosas más extrañas en su comportamiento hacia mi persona.

Me había vapuleado frente a toda mi familia y sus hombres, degradándome hasta subniveles inimaginables, pero en el momento en el que habíamos dejado atrás ese claro, parecía un Negan diferente en algunos aspectos.

Sí, seguía siendo un capullo de humor absurdamente retorcido, pero su forma de mirarme en ocasiones parecía casi especial.

Sacudo la cabeza, rompiendo el hilo conductual de todos esos pensamientos cuando las palabras del doctor vuelven a sonar en mi mente.

Dirijo mis ojos a Carson.

- Espera, has dicho días. – murmuro. - ¿Cuántos día he estado inconsciente?

El hombre parece contar en su mente durante unos segundos.

- Este iba a ser el quinto. – reconoce.

Mi nivel de estupefacción ahora mismo sobrepasa los límites de la realidad.

Aún con el pensamiento del extraño comportamiento de Negan hacia mi persona, me dirijo hacia la caja que ha traído para mi y examino la ropa hasta encontrar una camiseta gris de manga corta y unos pantalones negros con un par de bolsillos laterales a la altura de las rodillas.

Observo al doctor, enfrascado en sus propios asuntos, mientras me calzo mis destrozadas botas militares.

- Así que Carson ¿Eh?

- Si, Emmett Carson. – se presenta el hombre con amabilidad mientras termino de colocarme las botas y me pongo en pie.

- Soy Áyax. – digo tendiéndole la mano, a lo que el doctor acepta el saludo con una sonrisa. -¿Es el hermano de Harlan? – pregunto con curiosidad.

Emmett da un ligero respingo cuando menciono ese nombre.

- ¿Le conoces? – inquiere esperanzado.

Su comportamiento me deja un tanto tocado.

- Si... Si. Le conocí en Hilltop. – balbuceo algo perdido.

- ¿Sabes si está bien? No sé nada de él desde hace meses. – dice apenado, bajando la mirada.

- Ah, bueno... Cuando le vi estaba bien. Parece un gran tipo. – respondo con sinceridad.

Y es que, ciertamente, Harlan no parecía un mal hombre, por lo menos en lo poco que pude conocer de él.

- Gracias. – susurra con voz queda, visiblemente aliviado de tener noticias de su hermano.

Y es que yo también reaccionaría así si ahora mismo me confirmasen que Daryl está bien.

El segundo doctor Carson asiente complacido y yo me despido de él, dejándole con sus pensamientos, antes de encararme frente a la puerta.

Se sentía extraño saber que llevaba puesta la ropa del hombre que más odiaba en el mundo ahora mismo.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral, poniéndome el vello de punta.

Abro la puerta en el momento en el que vacío mis pulmones para encontrarme con un Negan enfadado que parecía querer estrangular con sus propias manos a su perro guardián.

Simon.

- Te he dicho... Que envíes a alguien a concederles una semana más. – espeta entre dientes mirándole con superioridad.

Y es que, con sus casi dos metros de altura, era bastante difícil que su figura no te resultara imponente.

Los ojos de Simon me dan una rápida mirada cargada de asco al encontrarse con mis cicatrices.

- Si hacemos eso, nos perderán el respeto. – contraataca este con las manos en sus caderas.

- No, de eso nada, Rick no olvidará lo que hicimos durante mucho tiempo.

Mi cuerpo responde quedándose muy quieto cuando oigo ese nombre.

- Qué ocurre.

Las palabras escapan de mi sin que yo lo haya ordenado.

Negan se gira al escucharme.

- Nada... Es solo que Simon se está volviendo un viejo cascarrabias que cuestiona todo lo que hago. – dice sonriendo mientras palmea el hombro de su secuaz.

Y lo que realmente veo, es que sus palabras no son una broma, sino un recordatorio en voz alta de que su segundo al mando parece querer pasarle por encima.

- No hay más que hablar, Simon. Al pueblo de Alexandria se les concederá una semana más para recaudar su primer tributo. Envía a alguien para informarles. – sentencia el hombre antes de acercarse a mi y ponerme una mano sobre el hombro. – Ahora, sí me disculpas, tengo cosas que hacer con él.

Veo como el hombre con pintas de ex narcotraficante casi se atraganta con su propia bilis antes de dar media vuelta y desaparecer por el largo pasillo.

Mis cejas se arquean, por décimo quinta vez, con sorpresa.

- ¿Le has concedido una semana más a mi pueblo? – inquiero, intentando no mostrar lo que me afecta hablar de Alexandria sin formar parte de ella.

- En primer lugar... - empieza a hablar el hombre mientras impulsa ligeramente mi cuerpo hacia adelante, obligándome a andar. – Ellos ya no son "tu pueblo". – matiza. – Ahora eres parte de El Santuario, eres uno de los nuestros, esta es tu gente, y por poco que te guste, eres un Salvador.

Casi trastabillo con mis propios pies al escuchar eso.

Yo.

Un Salvador.

Niego con la cabeza de manera casi imperceptible cuando otro escalofrío me recorre.

- Te terminará agradando, lo sé. – dice palmeando mi espalda, demostrándome que se ha percatado de mi reacción. – Y, en segundo lugar. – continúa diciendo. – Has estado fuera de juego cinco días, lo que casi cumple el plazo que les dimos. Por eso les he dado una semana más. – aclara mientras salimos de ese laberinto de pasillos para bajar unas escaleras.

No estaba del todo seguro de lo que eso significaba realmente.

- Aún a riesgo de que quieras cortarme el cuello, he de preguntártelo. – digo cuando detengo mi cuerpo al pie de la escalera, que da a otro pasillo más.

Negan se queda quieto, un tanto pasmado por mis palabras.

- ¿Por qué de repente... Pareces amable conmigo? – inquiero temeroso de su reacción.

E inconscientemente, retrocedo un paso por miedo a las represalias.

El rostro del hombre de la chaqueta de cuero muta de la seriedad a la sonrisa ladeada en cuestión de segundos, como siempre suele hacer.

- Me caes bien, Áyax. – responde con total normalidad. – Creo que puedo sacar lo mejor de ti y convertirte en mi mano derecha. Tú y yo podemos llegar a hacer grandes cosas juntos. Puedo, incluso, conseguir que me toleres. – añade con suficiencia. – Hasta lograr caerte bien yo a ti.

Alzo las cejas con escepticismo ante ese hecho.

- En qué momento te diste cuenta de todo eso. – digo, y sorprendentemente, no sé de dónde saco la entereza para sostenerle la mirada y seguir hablando.

Su sonrisa se ensancha.

- "¿Quién salvará a Los Salvadores?" – cita con humor la frase que tanta mala suerte me había traído. – Y en el momento en el que me atacaste con tu daga. Me cortaste. Nunca, jamás, nadie se había rebelado de esa forma contra mi. Y menos alguien tan joven. – dice señalándose el corte que le hice, ya curado, y que había dejado una tenue marca en su cuello. – ¿Qué clase de crío lleva una jodida daga escondida en la bota? ¿Qué clase de crío ataca una y otra vez al tío que le está demostrando que puede acabar con lo que le rodea en segundos? ¿Qué clase de crío sigue levantándose después de eso? – pregunta retóricamente. – Yo te lo diré. – dice antes de volver a colocar su mano sobre mi hombro, aproximando su cara a la mía. – La clase de crío que quiero tener y merece estar en mi bando, justo a mi lado.

Sus palabras me hacen enmudecer.

- Sabes que si estoy aquí es por obligación ¿Verdad? – digo, arriesgándome más de lo que debería.

Su sonrisa aparece de nuevo.

- Todo a su tiempo. – responde. 

Unos segundos de silencio se instalan en el ambiente.

- Y entonces por qué armaste todo ese espectáculo. Por qué matar a mi gente. – añado entre dientes. Y es que, si ya me la había jugado a hablar con él frente a frente, pensaba sacar toda la artillería.

Negan vuelve a erguirse, inclinando su espalda ligeramente hacia atrás, mirándome de forma altiva, y como no, sonriente.

- Tú lo has dicho: espectáculo. – dice abriendo un tantos sus brazos. – Teníais que saber quién soy. Tenía que demostraros que he ganado.

- Ya está. – digo sintiendo como esas pesadas cadenas y grilletes me atan más al suelo al ser consciente de las palabras que voy a decir. - Ya has ganado, no hay nada más que demostrar. – sentencio.

Su sonrisa se ensancha.

- Tanto tú como yo sabemos que eso no es del todo así. – responde con firmeza. – Puede que por ahora Rick esté arrodillado. – matiza. – Pero es cuestión de tiempo que intente volver a levantarse.

- Eso no lo sabes. – contraataco con temor.

Y de nuevo, ahí estaba su cínica sonrisa.

- ¿Qué harías tú en su lugar?

Tras esa pregunta, mi mente se queda sin argumentos.

Balbuceo el intento de una frase que se queda en eso, en un patético intento.

Trago saliva y agacho la mirada.

- Ahí lo tienes. – dice sonriente. – Con ganar no basta, Áyax. Los vencidos deben temerte, o volverán a intentarlo. – sentencia.

Su frase me impacta.

Y es que, porque salga de su boca, no significa que sea menos cierta.

Porque era prácticamente el mismo lema por el que siempre nos habíamos regido Rick y yo.

- ¿Ahora no dices nada? – inquiere con sarcasmo, pues sabe que me ha cerrado la boca.

Aprieto los dientes.

- Yo no he matado a gente inocente. – espeto con asco.

La imagen de Zack con un balazo en la frente me saluda desde algún rincón en mi cabeza mientras me grita "hipócrita".

Un bufido similar a una risa sale de entre los labios del hombre frente a mi.

- No, seguro que no. – dice irónicamente. – Seguro que todos a los que has matado, que imagino que han sido muchos, era por alguna razón. ¿O me equivoco?

- Exacto. – gruño. – Jamás he sometido a gente inocente. Si lo hacía, era para proteger a los míos. – alzo mis ojos hasta los suyos. - Nunca en mi vida he hecho daño a nadie que no se lo tuviera más que bien merecido.

- ¿Y acaso no es lo mismo que he hecho yo?

Su pregunta cae sobre mi como un yunque.

Mi voz se pierde durante unos segundos.

Y es que no sabía cómo rebatir ese hecho.

¿Acaso no había hecho Negan y sus Salvadores lo mismo que nosotros durante todo este tiempo?

- Responde, Áyax. – dice sacándome de mi ensimismamiento. - ¿Quiénes atacaron primero? Entendería tu punto si hubiera sido como el caso de otras comunidades. – mis ojos se abren ligeramente de forma efímera cuando menciona a otras comunidades ¿Había más aparte de Hilltop y Alexandria? – Pero vosotros... - continúa, señalándome con su dedo índice. – Lanzasteis la ofensiva. – termina diciendo. – Yo solo protejo a los míos de que un grupo de pirados destrocen a mis hombres con lanzacohetes... - trago saliva. - ... De que los asalten en mitad de la noche con ametralladoras... - mi respiración se corta. - ... O de que les corten las cabezas para usarles como mensaje. – sentencia. – Y dime, Áyax ¿Realmente Rick, tú y yo somos tan diferentes? – sostengo su mirada, incapaz de apartarla, pues la firmeza de sus palabras me ha dejado estático. – Matasteis decenas de mis hombres, muchos de los niños de aquí se quedaron sin padres por ello, otras tantas familias sufrieron las pérdidas por culpa de vuestros actos. – vuelve a sonreír cuando aparto la mirada. - ¿Y de verdad soy yo el malo? No seas hipócrita.

Me había dejado sin palabras.

Porque, evidentemente, no lo había visto así.

Pero algo dentro de mi se negaba a creer de verdad que él y yo éramos iguales.

No podía serlo.

Yo no podía ser igual a ese monstruo que mataba a gente inocente solo por defender a los suyos.

Trago saliva ante ese pensamiento.

A quién demonios pretendía engañar.

Si a Negan le restabas unos cuantos años y sustituías su bate por una pistola o una espada, era yo.

Y aún con ese discurso ganando fuerza en mi cabeza, devorándome como un veneno, me aferro a la idea de que no es cierto por mucho que lo tenga frente a mis narices.

Y me intento convencer.

No, algo tenía que diferenciarnos, cualquier mínima cosa me separaba de convertirme en Negan.

Si es que no lo era ya. 

Mis ojos se abren ligeramente cuando comprendo en qué nos diferenciábamos él y yo.

- Si que somos diferentes. – es lo único que logro decir, a pesar de no estar convencido de mis argumentos, cuando consigo que mis neuronas vuelvan a conectar correctamente.

Cojo aire al ver que la expresión de Negan se vuelve interrogante.

- Al igual que íbamos a comerciar con Hilltop, también podríamos haberlo hecho con vosotros. – empiezo a decir. Y es que, es cierto que nosotros atacamos primero, pero no fue por gusto. – Tus hombres vinieron exigiendo. Exigieron todo aquello que nos había costado ganar, o se cobrarían nuestras vidas. Era evidente que no lo íbamos a permitir. – continúo soltando toda mi verdad aún a costa de que me cueste mi propia vida. – Entiendo que todos hemos hecho lo inimaginable por sobrevivir, yo mismo he matado personas con solo trece años. – aclaro, y puedo ver cómo, en respuesta, Negan alza su barbilla y me escudriña con la mirada. – Pero si de algo puedo enorgullecerme, es de que casi siempre he tendido la mano primero y he disparado después. O eso me han enseñado a hacer. – alzo mis ojos hasta los suyos. – Así es cómo deberían hacerse las cosas, Negan. – y por primera vez, me doy cuenta de que me dirijo a él por su nombre. – Nosotros no somos el enemigo, son aquellos que ocasionaron que nuestro mundo se fuera a la mierda. – sentencio. – La diferencia entre tú y yo, es que tú buscas un nuevo orden... - afirmo sin perder un solo ápice de valor. - ... Y yo busco un nuevo mundo.

Mi respiración vuelve a cortarse cuando su rostro se torna serio y su mandíbula se tensa ligeramente ante mi respuesta.

Y es que, incluso habiéndome arrebatado mi ser, algo en mi interior me animaba a seguir defendiendo lo que yo creía, aunque su brutalidad se hiciera presente.

- Supongo que tenemos diferentes formas de llegar al mismo fin. La mía no es ensuciarme las manos, prefiero que el trabajo lo hagan otros. – termina diciendo con una gran sonrisa, casi como si no hubiera hecho caso a mis palabras. – Ahora mismo, todo aquello que prefieras y desees no importa. Es una única idea la que te mantendrá con vida y esa es que yo estoy al mando. – sentencia. - Y tienes que tener eso siempre presente, porque por muy bien que me caigas, puedo seguir borrando todo lo que te rodea de un solo plumazo si te pasas de listo o me demuestras que no te ha quedado claro quién soy. – añade antes de palmear mi espalda. – Haré todo lo que has vivido y mucho más para demostrarte, las veces que sean necesarias, que estoy al mando, y eso no va a cambiar.

Me atrevo a sonreír, sintiendo la tirantez en los puntos de sutura.

- Todo a su tiempo. – respondo vacilante.

Aunque me tiemblen las manos.

Y es que había algo en su forma de ser que me invitaba a seguir siendo yo mismo.

Incluso parecía que eso era lo que más le gustaba de mi, que a pesar de que mi forma de mirarle hubiera cambiado, a pesar de respetarle y temerle a partes iguales, seguía manteniendo algo del carácter que siempre tuve.

Y me demuestra que estoy en lo cierto, cuando una gran sonrisa es lo que recibo en respuesta.

- Sigamos. – sentencia antes de seguir andando, en dirección a la puerta al final del pasillo.

Y cuando la atravesamos, la luz cegadora del sol me hace cerrar los ojos durante unos segundos.

Cuando me acostumbro, mis pupilas se pasean por el amplio patio plagado de verjas.

Y es ahí donde éstas se detienen.

Pues en un cercado a unos cuántos metros de nosotros, había un puñado de caminantes atados, clavados y colocados de diferentes formas, mientras algunas personas vestidas con ropas peores a las que yo traía hasta hace unos minutos, deambulaban de un lado a otro, trabajando.

- ¿Qué...?

- Son presos. – responde Negan a mi inacabada pregunta. – De no ser especial por tu sangre y no caerme bien, tú estarías ahí, con una gran y rojiza "A" pintada en el pecho.

Mis cejas se arquean fugazmente.

- Se agradece. – digo con sarcasmo.

Paseamos por el patio hasta llegar al edificio contiguo, pues Negan parecía empeñado en hacerme un tour por todo El Santuario hasta sus rincones más inhóspitos.

Pero la situación se vuelve ligeramente incómoda, obviamente solo para mi, cuando llegamos a una planta que le pertenece única y enteramente a él.

Y, cosa que extrañamente no me sorprende, el salón principal está lleno de mujeres elegantemente vestidas.

- Te presento a mis chicas. – dice con orgullo. – Cuando no estoy con Lucille, estoy con alguna de ellas. – comenta con humor.

Es justo en ese instante en el que me prometo que algún día le preguntaré si duerme abrazado a ese dichoso bate.

Hacerlo ahora quizá suponía que alguien en Alexandria amaneciera degollado.

- Si en algún momento te apetece estar con alguna, solo tienes que pedirlo, eres el único al que voy a conceder ese privilegio. – añade dándome un pequeño codazo.

Mis ojos en blanco son la respuesta que recibe.

- ¡Joder! ¡Es cierto! Perdona, no recordaba que a ti te iban los... - dice divertido mientras se señala su propia entrepierna.

Inhala y exhala, Áyax.

- Bueno, puedes preguntarle a alguno de mis trabajadores, si se niega tan solo tendrías que decírmelo y...

- No es necesario, gracias. – digo cortando su discursito antes de que todas esas mujeres siguieran mirándome con el mismo temor con el que yo miré a mi padre una vez.

- Cierto, es verdad, te gusta el vástago tuerto de Rick. – matiza volviendo a poner una mano sobre mi hombro. 

Cierro los ojos para evitar asesinarle con la mirada una vez más.

- Siempre podemos pedirle que venga, o llevárnoslo sin más. – aclara con absoluta normalidad, como si Carl fuera algún tipo de mueble.

Trago saliva.

- No separaría a Carl de su padre solo para traerlo conmigo. – sentencio.

- Pero te recuerdo que tu opinión no importa. – dice antes de soltarme y acercarse a una mesa donde descansaba un rebosante cesto de frutas, del cual coge una manzana. – Y si yo decido que ese chico viene conmigo, no será solo por ti. Tengo planes para él en un futuro. – sentencia antes de darle un bocado.

Esas palabras activan en mi todas las alarmas.

Y, si algo quería a toda costa, es que Carl jamás llegue a poner un solo pie en este lugar.

- Por cierto... - su voz rompe el hilo de mis pensamientos. – Agradece a Sherry que sigas aquí. Ella vio lo que ese tarado te estaba haciendo y corrió a ponerme en aviso. – explica. Mis impactados ojos se posan sobre la mujer. – Te salvó la vida.

La chica me mira y sonríe tímidamente antes de hacerme un gesto con la mano a modo de saludo.

Antes de que siquiera pueda devolverle el gesto, Negan lanza la manzana a la basura y vuelve a colocar la mano sobre mi hombro, para seguir con su visita guiada, después de despedirse de todo su harén propio de cualquier sultán.

- ¿Por qué tienes tantas mujeres? – inquiero inevitablemente.

Negan sonríe.

- Porque puedo.

Si sigo poniendo los ojos en blanco a cada cosa que dice, creo que algún día podré verme mi propio cerebro.

- ¿Por qué no quedarte con una solo? ¿Y si algún día te enamoras? Es más ¿Acaso te has enamorado alguna vez? – vuelvo a cuestionar con sarcasmo.

Pero su sonrisa se borra de un plumazo haciéndome saber que me he arriesgado demasiado.

Que he tensado la cuerda de más y está se ha soltado dándome en la cara.

- Haces demasiadas preguntas. – responde fijando su vista al frente.

Pero el que no arriesga no gana.

Y yo acababa de ganar un paso en la dirección correcta de las suposiciones y pensamientos que mi mente empezaba a contemplar.

Negan después de todo era humano y tenía puntos débiles, y parecía ser que su pasado era uno de ellos.

Apenas me da tiempo a terminar mis propios pensamientos cuando nuestros pies se detienen a la altura de un pasillo que conozco muy bien.

- Qué hacemos aquí. – inquiero cuando la seriedad me atiza por completo.

La mano de Negan se aferra paternalmente a mi hombro.

- Ya lo verás. – dice con una conciliadora sonrisa.

¿En qué momento Negan había pasado a comportarse de forma fraternal conmigo?

Mis ojos divisan la puerta tras la que días atrás yo había estado atado a una silla como un perro moribundo.

El dueño del bate abre la puerta frente a mi.

Dejándome ver un escenario totalmente inesperado.

- Hola... Terry. – sisea Negan desde el umbral de la puerta, a mi lado.

Si pudiera, mi mandíbula estaría tocando el suelo.

Relamo mis labios intentando aliviar la sequedad que repentinamente les había atacado.

Porque no puedo creer lo que veo.

Terry.

Ese maldito desgraciado que había dibujado semejantes heridas en mi cara para siempre, estaba atado en esa misma silla.

Su aspecto era aún más repulsivo de lo habitual.

Lucía sucio, despeinado y ensangrentado.

Pues alguien parecía haberse ensañado con él dándole unos cuántos golpes.

El hombre solloza cuando advierte nuestra presencia.

- Por... Por favor... Lo siento... - titubea.

Negan aproxima su rostro a mi oído, y habla antes de sonreír.

- Todo tuyo. – sentencia antes de darme una pequeña palmada y cerrar la puerta tras de sí.

Trago saliva.

- ¿Qué...? – murmuro con incredulidad, alternando mis ojos de Negan hacia el deshecho humano frente a nosotros.

- Aquí no toleramos a los violadores. – sentencia. – Eso es lo único que no pienso permitir. – gruñe con enfado.

- A mi padre no le habrías caído bien entonces. – murmuro, dándole una rápida mirada.

Los ojos de Negan se clavan en mi, y sin saber cómo, le mantengo la mirada.

Y puedo ver la oscuridad en ella.

Puedo ver como sus facciones se endurecen sin mostrar una pizca de broma.

Puedo ver como su cabeza funciona a mil por hora y como sus engranajes giran y giran hasta que le da un sentido a mi frase.

Puedo ver como sus manos se convierten en puños y como, durante unos segundos, agacha la cabeza y cierra los ojos.

Para abrirlos de nuevo, dejándome ver el odio y desprecio en su interior hacia mi hecho expuesto.

Y sin necesidad de palabras, el hombre entiende el significado de las mías y traga saliva antes de apretar los dientes y volver su vista al sujeto frente nosotros.

- Dijiste que te habías encargado de él. – digo simulando serenidad a pesar de lo que acababa de ocurrir, cambiando de tema radicalmente.

- Y eso hice. – responde señalando el conjunto de moratones que decoraban el rostro del hombre amarrado a la silla. – Pero sabía que preferirías encargarte tú de él. Y eso me has confirmado en la enfermería.

Cojo aire un par de veces, desesperado por mantenerme en mis cabales.

Por no cruzar de nuevo esa línea de la que luego no habría marcha atrás.

No quería entrar de nuevo en ese punto sin retorno.

No podía.

Si algo me habían enseñado los míos durante este tiempo, era a contener en su jaula, en la medida de lo posible, a ese monstruo que deseaba dominarme siempre. Y aunque no siempre lo conseguía, había progresado mucho en ese aspecto. No podía tirar todo ese trabajo personal por la borda.

- No puedo. – susurro.

- ¿Qué? – pregunta Negan con escepticismo, alzando las cejas.

- No puedo. – digo más alto. – Ya no soy así. Ya no hacemos las cosas así. Esto no es lo correcto, no lo es... - repito para mi mismo como si fuera un mantra cuando un seguido de recuerdos, de actos por mi parte, sacuden mi mente violentamente.

La carcajada del hombre tras de mi no se hace esperar.

- Perdona, perdona... ¿Eso quién te lo ha enseñado exactamente? – dice con sarcasmo. - ¿Rick cuando me dijo que me iba a matar? ¿O tu hermano cuando me pegó un puñetazo?

Me vuelvo hacia él.

- Tú no lo entiendes. – gruño convirtiendo mis manos en puños. – Me convertiré en un monstruo, y no quiero que me vuelvan a ver como uno.

El rostro de Negan queda teñido por la seriedad de nuevo.

Y se aproxima hacia a mi.

- ¿Y acaso no te han visto ya? – susurra a pocos centímetros de mi persona.

Trago saliva.

Sonríe.

- Si... Apostaría a que has recibido esa mirada más de una vez. – empieza a decir mientras comienza a caminar en círculos a mi alrededor. – Ver como todos aquellos que te quieren te observan con temor...

La voz de Hannah suena en mi mente, reverberando por cada rincón de ella cuando sus palabras inundan mi cabeza.

"Eres un monstruo."

- ... Como sus ojos temerosos te miran con miedo. – espeta con rabia, casi como hablara de sí mismo.

El rostro de Michonne me observa, asustada, en otro lugar de mi mente.

Observa mis manos ensangrentadas.

Observa la expresión desquiciada en mi cara.

Observa cómo no queda nada de ese niño que conoció.

De ese niño del que ya no quedan más que cenizas.

- Te han hecho creer que todo lo que haces, cómo actúas, cómo piensas, cómo hablas, cómo sientes... Es como lo haría un monstruo.

Esta vez, la ficticia imagen mental de Michonne queda sustituida por la de Daryl y Rick.

Mostrándome la cantidad de momentos en las que me habían tratado con cautela.

Todas aquellas veces en las que me habían tenido miedo.

En las que me habían observado en la distancia por su propia seguridad.

Cuando habían detenido mis crueles actos, con su mirada plagada de miedo.

Miedo hacia mi.

Mi corazón se acelera a medida que las lágrimas llegan a mis ojos.

Vuelvo a tensar la mandíbula como acto reflejo.

- Cuántas de las personas que amas te han tratado así, dime. – pregunta.

- Ninguna. – miento en un gruñido.

Los ojos de Negan me analizan.

- ¡Cuántas! – exclama.

Cierro los ojos con fuerza cuando todos esos recuerdos empiezan a consumirme hasta llevarme a empujones al borde del frío y oscuro abismo, dónde el monstruo espera complaciente con las fauces abiertas.

Dispuesto a devorar cualquier posible atisbo de cordura que Negan pudo dejar días atrás.

Dispuesto a deshacerse totalmente de la razón y tomar el completo control de mi mente y cuerpo.

Dispuesto a no volver a entrar en su jaula, nunca más.

Y abro los ojos.

- ¡TODAS! – bramo en único rugido mirándole fijamente.

Porque ahora no había clases.

Ni mandos.

Ni puestos superiores o inferiores.

O eso parecía.

Solo éramos él y yo.

Frente a frente.

- Menos Carl. – susurro. – Él siempre me ha mirado orgulloso. – una solitaria lágrima brota de mi, la cual limpio rápidamente con el puño.

- Ahí lo tienes. – sisea poniendo sus manos sobre mis hombros. – Siempre te han tenido miedo porque eres diferente. – empieza a decir con firmeza, mirándome a los ojos. - Siempre han hecho que te avergüences de ser quién eres. Han intentado contenerte. Has sido el perro de presa que ganaba todas las peleas y al que convenía sacar cuando una situación les superaba ¿Me equivoco?

La ansiedad empieza a apoderarse de mi cuerpo cuando todos y cada uno de mis recuerdos le dan la razón a Negan.

Por mucho que esto me duela.

Por mucho que esto me rompa el alma.

En gran parte, las miradas que parte de mi familia siempre me había dedicado, le daban la razón.

- Te dirán que te quieren, y puede que sea verdad, pero ¿Qué ocurre cuando tu verdadero yo sale a la luz? – inquiere arqueando una ceja. – Lo intentan encerrar, Áyax, eso es lo que hacen contigo. – gruñe. – Vi cómo te miraban cuando me atacaste ¡Yo me sentí orgulloso porque lo hicieras! – exclama. - ¡Pero ellos te observaban aterrados! ¡Cómo si fueras un jodido monstruo cuando intentabas salvarles la vida! ¿¡Así es cómo te lo agradecen!?

Su agarre sobre mis hombros se aprieta con fuerza.

Sus palabras entran en mi mente como una jauría de perros hambrientos dispuestos a destrozar cualquier pequeño pensamiento racional, si es que quedaba alguno.

- No... No... - balbuceo perdido. Mi cabeza va a mil por hora. El demonio y el ángel sobre mis hombres pelean una lucha encarnizada por ver quién de los dos toma el mando. Cientos de imágenes me sacuden, unas le dan el voto favorable a Negan, otras no. – Tú mataste a Glenn... Y a Abraham. – respondo entre dientes con lágrimas en los ojos, intentando salir a la superficie del mar de turbios y buenos recuerdos mezclándose entre ellos, que ahora mismo es mi mente. – Tú eres el malo... No ellos...

- Sí, yo maté a tus amigos. – responde alzando la voz. – Pero te diré una cosa... - sisea. – Para mi no eres un monstruo. Haces lo que haces porque es lo que debes hacer. Haces lo que haces porque es lo que quieres hacer y no hay nada de malo en ello. – sigue diciendo. – Podrás odiarme, podrás querer matarme incluso y tendrás todo el derecho a ello, pero en el fondo sabes que tengo razón. Esa parte de ti les aterra, y estoy seguro de que tú los has visto, tú eres plenamente consciente de ello. – sigue diciendo, alimentando mi mente de más y más confusas palabras, que, en un momento tan vulnerable de mi vida en el que yo me había convertido en la nada, lo único que conseguía era inclinar la balanza a su favor. - Dime una sola vez en la que yo te haya mirado como si fueras lo peor que habita en este planeta. – cuando no tiene una sola respuesta por mi parte más que un ligero y creciente temblor en mi cuerpo, sigue hablando. – No somos tan diferentes. – sentencia.

Mi respiración empieza a acelerarse.

Un profundo calor que nace en mi pecho pronto comienza a extenderse.

- Cárgate a ese hijo de puta, Áyax. – gruñe señalando al hombre detrás de mi. – Se lo merece. – dice. – Mira lo que te ha hecho, tendrás eso para siempre en la puta cara, recordándote cada jodido día, que tuviste la oportunidad de hacerle pagar y no lo hiciste "porque ya no eres así" – añade ridiculizando la última frase. – Sí, eres así ¿Acaso importa? – vuelve a aproximarse así. – ¡No te avergüences! ¡No finjas ser quién no eres! ¡Castiga a todos aquellos que le hacen daño a ti y a los tuyos porque se lo merecen! ¡TÚ ERES ASÍ!

Empiezo a hiperventilar.

Mi sangre se convierte en fuego líquido en mis venas, emponzoñando cada célula que me compone.

El pitido aumenta su volumen, haciendo acto de presencia.

Tapo mis oídos de manera casi instintiva.

Y es entonces cuando me doy cuenta de que estoy caminando de un lado para otro.

Mi corazón se acelera.

Paso las manos por mi pelo, resoplando, agarrando mechones de este con tanta rabia que empiezo a hacerme daño.

Mis sienes laten con fuerza.

Sacudo mi cabeza, y la muevo lentamente de un lado a otro, intentando deshacerme de toda la furia que empezaba a quemarme.

Mi mandíbula se tensa, al igual que cada mísero músculo de mi cuerpo, dejándome completamente rígido.

El sudor empieza a cubrir mi cuerpo.

El calor se vuelve sofocante.

Y el aire prácticamente irrespirable.

Negan coloca de nuevo su mano en mi hombro, deteniendo mis frenéticos movimientos.

- Demuéstrame, que a diferencia de los que están ahí arriba. – dice señalando la puerta. – Tú no eres Negan, eres Áyax. – sentencia mirándome a los ojos.

Es en ese instante cuando algo hace click.

Cuando todo pasa del negro, al rojo sangre.

Cuando el silencio es lentamente devorado por un pitido perturbador.

Cuando mi sincera sonrisa se convierte en la más perturbadora imagen que cualquiera pudiera imaginar.

Es ahí cuando todo cambia de nuevo.

Hay un último latido.

Una última respiración.

Un último pensamiento.

Que diferencian a un Áyax, de otro.

Y es que este último, ha salido de su eterna y pequeña jaula en la que había sido desterrado injustamente, para descerrajarle un tiro en la nuca al primero.

Viendo cómo ese Áyax medianamente cuerdo.

Ese Áyax que Rick, Daryl, Michonne y el resto del grupo conocían.

Ese Áyax que diferenciaba entre lo que sí podía hacer y lo que no.

De lo que era ética y moralmente correcto a lo que no.

Yacía muerto a los pies del Áyax que mató a su propio padre.

Todo acababa de cambiar.

Porque a ese Áyax no lo veía desde que tenía ocho años, solo habían aparecido pequeños destellos de su locura irracional.

Porque ese Áyax me provocaba verdadero terror, pero ahora había llegado para tomar el control.

Había llegado para saciar su eterna sed de venganza.

Había llegado para decirme que el hombre del bate tenía razón.

Había llegado, para quedarse.

Y eso no podía hacerme más feliz.

Una sonrisa lobuna estira mis labios y me giro bruscamente hacia la escoria atada en la silla.

- Disfrútalo, te lo has ganado. – sisea Negan en mi oído, entregándome mi daga.

Una sincera carcajada de liberación escapada de mi garganta.

Bajo la orgullosa mirada de Negan, con la daga en mi mano y una gran sonrisa en mis labios, me abalanzo a por Terry, que grita desesperado.

Y más que grita aún, cuando entierro mi daga en su entrepierna. 



Escupo a un lado la sangre de ese hijo de perra que me sigue llegando a la boca mientras limpio la daga en mi más que destrozada camiseta.

- ... Vaya. – dice Negan arqueando las cejas. – No me esperaba algo tan... Salvaje. – termina diciendo cuando encuentra la palabra apropiada al ver el cuerpo del que fue su hombre, convertido en un amasijo de sangre, golpes y heridas, que para su desgracia aún respiraba.

Todo lo que podía con las uñas arrancadas, con la sangre y su propio orín empapando sus pantalones y con profundas heridas y cortes en el rostro, desfigurándoselo por completo.

Estaba prácticamente irreconocible.

Y es que sus juguetes del horror se habían quedado extendidos sobre la mesa.

Mal por él.

- No he terminado. – espeto con la voz ronca. Las palabras salen de mi casi como un autómata.

Negan sonríe.

- Y de nuevo, era la respuesta que esperaba. – dice con verdadero entusiasmo. – Llegados a este punto, me muero de ganas por ver una cosa... - añade con una ilusionada sonrisa antes de coger su walkie colocado en su cinturón. – Dwight, trae a Lucille al patio. Reúne a todos. Los quiero a todos. Y envía a un par de hombres que se encarguen de llevar a Terry allí, no creo que le quede mucho...

Mi cuerpo se envara al momento.

Y mis labios se estiran en una gran sonrisa.

Terry llora, todo lo que sus hinchados ojos le permiten.

- Cómo te sientes. – inquiere Negan colocando con orgullo sus manos sobre mis tensos hombros.

- Libre. – sentencia, de nuevo, con voz ronca.

Porque por mucha tensión que mis músculos acumularan, jamás me había sentido tan libre.

No arrastraba ninguna pesada mochila.

No había miradas aterradas.

No había reproches.

No había consecuencias.

Por fin aceptaba que este, también era yo.

Y no tenía por qué avergonzarme de esta faceta que era la que siempre me había salvado la vida.

Y no solo a mi.

Negan sonríe.

- Será mejor que vayamos. – dice abriendo la puerta.

Con la adrenalina recorriéndome de pies a cabeza y viendo como ya llegaban dos de los hombres que Negan había mandado a llamar, sigo a este último por el laberinto de pasillos hasta llegar al exterior.

Si, era el asesino de mis amigos.

Y nosotros los de los suyos.

Nos había humillado.

Nos había destrozado.

Nos había arrebatado todo.

Pero me acababa de devolver algo.

Mi ser.

El control de mis emociones, de mis pensamientos.

Ahora mismo, mi mayor enemigo, había logrado que me sintiera bien conmigo mismo.

Me había liberado de mis propias cadenas a pesar de haberme impuesto las suyas.

Me había mirado con orgullo.

Me había animado a ser yo.

Me había respetado.

Prácticamente me había canonizado.

Y lo más importante, había conseguido que no quisiera pegarme un tiro o encerrarme a mi mismo por lo que acababa de hacer.

Era libre.

Era yo.

Negan me había arrebatado muchas cosas.

Pero me acababa de devolver todas las que ya creí perdidas.

Podría odiarle, pero ahora mismo, él tenía razón.

Porque la tenía.

Ni Rick, ni él, ni yo éramos tan diferentes por muchos subterfugios morales que quisiéramos poner de por medio.

Los tres habíamos sido y éramos unos despiadados asesinos.

Y yo no pensaba esconderme nunca más.

No pensaba permitir que nadie más me hiciera sentir como un psicópata.

Y puedo decir, sin miedo alguno, que estaba completamente seguro de que podría lograr que Negan viera el mundo con mis ojos.

Porque sabía que Negan, en el fondo, no era un mal hombre. 

Un mal hombre era el Gobernador.

Un mal hombre eran Joe y su grupo.

Un mal hombre era Gareth.

Un mal hombre es Terry.

Pero Negan no lo es.

Solo es un tirano que ha logrado que centeneras de personas le crean y se unan a su causa, solo por supervivencia.

Porque un mal hombre no tiene principios ni interés por proteger a su gente.

Ni normas.

Ni leyes.

Ni tanta moral.

Si bien sus formas no son las mejores, son con las que aprendió a sobrevivir.

Todos lo hicimos a nuestra manera.

Todos cambiamos y evolucionamos de una forma u otra.

Esta fue la de Negan.

Quizá, y solo quizá, él estaba mirando de forma incorrecta, y necesitaba a alguien que le hiciera ver la cantidad de oportunidades que tenía por delante.

Que los árboles le impedían ver el bosque.

Que con sus capacidades y aptitudes, podía convertirse en algo mejor que un vulgar dictador.

Que la amenaza nunca fueron los vivos, sino los muertos.

Todos teníamos un único fin, un único objetivo: Mantenernos con vida, día tras día.

Lograr construir algo nuevo, algo mejor de lo que este mundo en su día fue. Solo teníamos que unirnos.

Dejar las tiranías, los asesinatos a inocentes, los actos atroces innecesarios.

Podía hacer que esa utopía fuera real.

Podía lograr que todo esto cambiara sin llegar a la guerra.

Sin que muriera nadie más que aquellos que lo merecían.

Que aquellos que jamás supieron vivir en sociedad.

Podría conseguir que Rick y él estrecharan sus manos y dejaran todo atrás para ponernos a construir un nuevo mundo.

Mi nuevo mundo.

Pero para eso, aún me quedaba mucho trabajo.

Y por ahora, a pesar de odiarle con todo mi ser, Negan había ganado mi confianza.

Y yo la libertad.

Era un trato más que justo para ambos.

Mis pies se detienen al ver a toda una muchedumbre abriéndonos paso.

Mi corazón late con fuerza.

Todos habían acudido rápida y fielmente a la llamada de su líder, a quién ahora mismo le estaban entregando a Lucille.

Le contemplo y me parece increíble ver cómo, la misma figura, la misma silueta que días atrás me atormentó, era casi un igual a mi.

Por mucho que se empeñara en demostrar que él estaba por encima. 

Y lo estaba.

Y así lo sentía.

Y no me importaba.

Porque me respetaba.

Tanto, como para quererme a su lado.

Tanto, como para permitirme ciertas cosas ni siquiera a los suyos les permitía.

- Bien... - empieza a decir después de que subamos por unas escaleras de emergencia pegadas a la pared exterior del edificio central, quedándonos justo en el centro de la amplia pasarela, elevándonos frente a todas las personas que nos contemplaban. Y enseguida me doy cuenta de que su voz ha adquirido el mismo tono que tuvo cuando nos sometió. – Si estamos aquí es por una maldita razón. – sigue diciendo con Lucille apoyada en su hombro.

Observo como todas las personas frente a nosotros nos miran con atención y cierto temor.

Pero, sobre todo, con respeto.

Mis ojos se dirigen al pequeño pasillo que se forma de nuevo, permitiéndole el paso a los secuaces de Negan, que traían a Terry a rastras.

Literalmente. 

- Si estamos aquí... Es porque se han incumplido normas. Se han desobedecido órdenes. – habla Negan con tono autoritario. – Y sabéis que eso no me gusta, no me gusta una jodida mierda. – mi ceño se frunce fugazmente cuando comprendo que había dos tipos de Negan, el maestro de ceremonias que decía diez palabras malsonantes de cada cuatro, y el Negan que era cuando estaba conmigo y expresaba sus ideas y planes con seriedad y convicción, por mucho que su personalidad sarcástica y bromista predominara. – Y como veis, este gusano de aquí... - dice señalando a Terry, el cual estaba semi tumbado en suelo metálico de la plataforma, a nuestros pies. - ... Se ha dedicado a torturar y violar a todos y cada uno de los presos, a nuestras espaldas. – las respiraciones contenidas de todas las personas presentes no se hacen esperar, mostrando su asombro, pues muy probablemente le tenían por un buen hombre entre ellos. – Y ha estado a punto de hacer lo mismo con él ¡Mirad su cara!

Y en ese instante me siento increíblemente expuesto, pues me convierto en la diana de todas las miradas.

- Se desobedecieron mis órdenes. Dije a mis hombres que lo llevaran directamente a la enfermería cuando llegamos aquí, pero no es ahí donde le encontramos ¡Y tened por seguro que pienso encontrar al cobarde que me ha traicionado, y ha hecho que Áyax pague las consecuencias! – mis ojos se abren de par en par cuando Negan expone esos hechos, puesto que yo era un completo desconocedor de ellos. Alguien debía odiarme lo suficiente como para saltarse las órdenes de su amado líder solo para hacerme daño. – Porque Áyax no es un preso, es uno más de los nuestros ¡Es un Salvador! – exclama con fiereza alzando a Lucille.

Un clamor de gritos y aplausos en consecuencia me sobresaltan porque no creo lo que veo.

Toda esa horda de personas gritaban enardecidas pormi. 

- Aquí y ahora, desde este mismo instante, frente a todos vosotros, proclamo a Áyax como mi mano derecha y mi segundo al mando. – sentencia con la convicción bañando su voz.

Mis ojos le observan incrédulos a la vez que mi boca se seca.

La muchedumbre vuelve a estallar en gritos y aplausos a mi favor.

Pero mis pupilas no se despegan de la encolerizada mirada de Simon hacia mi persona.

Negan se vuelve hacia mi.

- Mira a todas estas personas. – dice señalándolas con su mano derecha mientras que con la izquierda mantiene su bate en el hombro. – Te respetan. Te admiran. Admiran lo que otros ven como un monstruo al que temer. – añade.

Un calor reconfortante me recorre cuando mis ojos pasan por todas las miradas de las personas presentes.

Y como éstas, en un momento dado en el que Negan les hace una señal, clavan una rodilla en el suelo.

Me quedo sin aliento cuando cientos de voces comienzan a decir mi nombre como un cántico de guerra.

Un griterío que me ensordece.

Un poder que me recorre de pies a cabeza y que nunca, jamás, había sentido.

Decenas de personas, arrodilladas ante mi.

Exclamando mi nombre con admiración.

Pidiendo justicia.

Pidiendo venganza.

Mi corazón late con fuerza contra mis costillas, totalmente victorioso.

Siento mi respiración acelerarse a medida que empiezo a ser consciente del escenario frente a mi.

Un poder que yo jamás había ansiado, pero que ahora estaba frente a mi.

Y para que mentir, la sensación era increíblemente maravillosa.

- Ellos, al igual que yo, ven ese potencial en ti. – sigue diciendo la voz de Negan en mi oído, pues no soy capaz de verlo porque mis ojos no quieren despegarse de tan espectacular imagen. – Sé tú. Sin reparos, sin moralidades, simplemente tú. – añade. – Habrá muchos ahí dentro que estén fingiendo su reacción y que te odien, otros desearan estar en tu lugar, pero eso ahora mismo no importa, porque ésta... - dice. - ... Es la prueba de que el mundo de ahora, te pide justicia. Pide que les demuestres quien eres. Pide que les des un motivo, una esperanza de saber, que los crímenes se castigan. De que obtendrán venganza si una injusticia se comete contra ellos. Demuéstrales que tienen razón.

Mis manos vuelven a temblar como momentos atrás.

Ese monstruo al que ya no consideraba como tal, sino como una faceta más de mi, como alguien que tenía el mismo derecho que los demás a ser perdonado, a ser amado, sonríe conmovido al ver que no está solo.

Al ver que nunca lo ha estado.

Al ver que no tenía que avergonzarse de mostrarse tal y cómo era.

Porque los que sí que tenían que avergonzarse, no lo hacían, y encima querían que él cargara con la culpa.

Porque muchas de esas personas me miraban como Carl me había mirado en ocasiones.

Con firmeza y orgullo.

- Todo lo que ves es tuyo, Áyax. – dice Negan poniendo una mano sobre mi hombro, nuevamente. Sus ojos se clavan en los míos. – Todo lo que desees, será tuyo, porque tú eres de las personas que siempre consiguen lo que quieren. Que siempre ganan. Y a mi lado, ganarás grandes cosas, empezando por el respeto de aquellos que deben obedecerte, de aquellos que te odian, de aquellos que te han herido y de aquellos que te han traicionado. – continúa, para después dedicarle una mirada a Terry, quien llora desconsolado en el suelo, ya casi sin vida. – Cóbrate aquello que mereces, haz aquello que creas justo. Sé leal a lo que importa. – añade. – Porque todo este imperio... Mi nuevo orden, tu nuevo mundo... Son tuyos. – sentencia. – El mundo es tuyo. 

Una nueva oleada de poderoso calor me recorre.

Mis vendadas manos tiemblan.

Mi corazón vuelve a latir con fuerza.

Y cuando mis ojos se clavan en Terry, alzo la barbilla con superioridad.

- Bienvenido a Los Salvadores, Áyax. – sisea Negan con firmeza.

Y entonces hace algo que no me esperaba.

Me entrega a Lucille, inclinándose ligeramente hacia mi a modo de reverencia.

El calor me sofoca.

Me aturde. 

Me inunda por completo.

Pero sé que no es calor.

Es poder.

Poder.

Esa sencilla palabra que abarcaba tantas cosas.

Que siempre me había sido desconocida.

Pero, ahora mismo, hacía vibrar completamente mi cuerpo y mi corazón.

Siento la robusta madera que compone a Lucille entre mis manos.

Siento una sonrisa ladeada dibujarse en mis labios.

- Arrodíllate. – espeto con asco hacia la basura a mis pies.

El tipo llora desconsoladamente mientras intenta, con lo poco que le queda de vida, ponerse de rodillas.

Y mi piel se eriza, cuando los fuertes silbidos entonando una melodía que me es conocida, empiezan a inundar el ambiente tras salir de los labios de todas las personas frente a nosotros.

Miro a Negan, y le veo silbar al compás de su gente.

Es entonces cuando siento algo más, las decepcionadas miradas de Abraham y Glenn en el momento en el que sostengo el motivo de su muerte en mis manos.

Sacudo la cabeza intentando alejar esos pensamientos.

Porque esto merecerá la pena.

Lo sé.

Y es en lo último que pienso.

Es ese exacto pensamiento el último que tengo.

Cuando estrello a Lucille en el cráneo de Terry. 

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Espero que esté bien.

Era el único pensamiento que tenía recurrente.

Era, prácticamente, lo único que me mantenía con vida.

Pero el desconocimiento me estaba matando.

Suspiro cuando un ligero dolor de cabeza sacude mis sienes, y froto mi único ojo, como si así el dolor fuera a menguar.

Salgo de casa haciendo caso omiso a las palabras de Michonne, que me instaban a comer algo. 

Se había vuelto una práctica usual en los últimos días, ella me decía que comiera algo y yo me negaba, para después marcharme a deambular sin rumbo por las silenciosas calles de Alexandria.

A pesar de estar al aire libre, sentía que me asfixiaba, porque éstas estaban más silenciosas que nunca.

Es como si él se hubiera llevado todo consigo.

Las risas.

Las alegrías.

Las penas.

El ajetreo.

El caos.

La vida.

Vuelvo a suspirar al tiempo que limpio la lágrima que no tarda en aparecer, otra vez.

Le echaba tanto de menos que dolía.

No sabía cuánto tiempo más podría aguantar así.

No estaba preparado para vivir una vida sin él.

Tenso la mandíbula cuando veo a mi padre entrar con un coche por la puerta principal de Alexandria.

La rabia me carcomía al ver como se había doblegado ante Negan sin tan siquiera pensarlo dos veces, y ahora se pasaba los días, a todas horas, buscando y reuniendo cosas para él.

Parecía que vivía por y para eso.

Ni siquiera hablaba.

Solo se despertaba, se llevaba algo de comida a la boca, y partía fuera de la comunidad, dónde se perdía durante horas, y después volvía, casi siempre, sin nada con él.

Sus ojos se clavan en mi cuando le deja el coche a Spencer para que lo aparque, y como si no fuera capaz de sostenerle la mirada ni a su propio hijo, la desvía para retomar su camino hacia nuestra casa.

Pero esta vez sus pies se detienen, porque igual que yo, ha escuchado el fuerte rugido de una moto tras los muros.

- ¡Viene alguien! – exclama Rosita desde el puesto de vigilancia.

La figura de Daryl se detiene a mi altura y respira agitado a causa de la carrera que se ha dado para llegar hasta aquí, y me extraña verle por la comunidad, pues él también había cogido como rutina el perderse por la espesura del bosque y no volver hasta bien entrada la noche.

Yo mejor que nadie sabía como se sentía.

- ¡Es un Salvador! – vuelve a gritar, pero esta vez apuntándole con su rifle. 

Mi cuerpo tarda en reaccionar cuando oye sus palabras y enseguida echo a correr hacia la verja con mi padre y Daryl tras mis pasos.

- ¡Soy Dwight! – dice la voz de este tras la puerta.

Mi corazón se acelera cuando le oigo.

¿Qué hacía él aquí?

Tras el incidente en el claro, le conté a todos que Áyax y yo habíamos conocido a Dwight y su mujer en nuestra expedición al pueblo y cómo había fingido no reconocernos durante la noche con Negan, por mucho que éste enfatizara que el hombre nos conocía.

Así que era entendible que ahora todos reaccionáramos con extrañeza, pero sin bajar la guardia. 

Porque, al fin y al cabo, seguía siendo un Salvador.

Eugene abre la primera puerta que nos tapa la visibilidad, dejando la segunda para proporcionarnos algo de seguridad.

Mi pupila analiza de pies a cabeza al rubio hombre de rostro quemado frente a nosotros.

El silencio se instala a ambos lados de la valla cuando este nos mira a todos.

Por mucho que lo intentara, Dwight ni siquiera parecía uno de esos Salvadores. Su mirada compungida, como si pidiera perdón constantemente por su propia existencia, le arrebataba cualquier tipo de mala influencia.

- Vengo a daros un aviso de parte de Negan. – dice con neutralidad.

Puedo ver como todos los presentes a mi lado de la verja damos un ligero respingo ante la mención de ese nombre.

- Aún no se ha acabado el plazo. – se apresura a decir mi padre.

- De eso vengo a hablaros. – responde el hombre mientras se enciende un maltrecho cigarro. – El plazo se ha alargado una semana más.

Veo como mi padre frunce el ceño y nos mira durante unos segundos, sin comprender.

- Y eso por qué. – espeta Rosita después de bajar las escaleras y colocarse al lado de mi padre.

Dwight se encoge de hombros tras expulsar el humo de sus pulmones.

- Dadle las gracias al Caracortada. – responde sin más.

Mi ceño se frunce momentáneamente.

- No eres el indicado para hablar de la cara de nadie. – gruñe Daryl a mi lado, apartando su mirada del hombre.

Le doy un suave codazo cuando Dwight le mira fijamente con algo de odio.

- Me refiero a tu hermano. – dice en un comentario mordaz con la intención de herirle.

Pues ambos cabos sueltos acaban de unirse, revelando que Áyax estaba herido.

- Qué. – vuelve a gruñir dando un paso al frente.

Eugene se aproxima a él con cautela y mi padre me rodea con la intención de sujetarle.

Mi corazón se encoge cuando me aproximo a la valla y rodeo uno de los barrotes con mi mano derecha.

- ¿Está vivo? – inquiero con la voz casi quebrada.

Dwight me mira y traga saliva antes de asentir, para después colocarse su cigarro entre los labios de nuevo.

- De milagro. – sentencia.

El aire escapa de mis pulmones.

Pego mi frente al barrote que tengo delante y siento un total alivio recorrerme completamente.

Entonces caigo en la cuenta.

- ¿Por qué le has llamado así? – pregunto temeroso.

El hombre tira el cigarro ya consumido y lo pisa antes de subirse a la moto.

Un bufido similar a una risa escapa de él.

- Ya lo veréis... Si es que lo veis. – sentencia arrancando el motor. – Tened cuidado con él.

Su advertencia nos deja a todos desencajados.

- De qué estás hablando. – dice mi padre totalmente confundido.

Las manos de Dwight se aferran al manillar como si debatiera consigo mismo.

- Negan le está manipulando. – responde unos segundos después. – O él a Negan, ni siquiera estoy seguro. – murmura. – Pero está sacando lo peor de él. No se despega de su lado y le ha convertido en su mano derecha.

Un temblor me sacude dejándome descolocado.

- Ni siquiera sé por qué os estoy contando todo esto, he hablado demasiado. – gruñe casi para sí mismo. – Nos vemos en una semana.

Y dicho esto, acelera la moto y dando media vuelta, se va.

Dejándonos estáticos en nuestros respectivos lugares.

Y como único sonido rompiendo el extraño silencio, se oyen nuestras aceleradas respiraciones.

La mirada de mi padre recae sobre Daryl y yo.

- No tenemos por qué creerle. – dice. – Podría estar mintiendo.

Trago saliva.

- Sí, será mentira, porqué alguien a quién Negan le ha arrebatado su mujer no tendría ningún motivo para traicionarle revelando información que todos, dentro de nosotros, creemos muy posible. – sentencio con la mirada fija en el polvoriento camino por dónde el motero se había esfumado en cuestión de segundos. 

El silencio vuelve a hacerse entre nosotros tras el peso de mis palabras.

Veo a Daryl tragar saliva.

- No, Áyax no olvidaría tan rápido la muerte de un amigo. – vuelve a decir mi padre convencido. – No se pasaría a su bando, doblegándose de esa forma. – añade con la mirada perdida, casi como si visualizara algo frente a él que no logro imaginar.

Mi ojo se clava en los suyos.

- Si tú ya lo has hecho ¿Qué te hace pensar que él no?

Mi padre cierra los ojos con dolor, como si le acabara de asestar una patada en el estómago.

- Rick tiene razón. – sentencia Eugene. Nuestras pupilas se dirigen a él con curiosidad y expectación. – O está tramando algo, o se ha vuelto completamente loco.

Y, por mucho que le quisiera tanto que dolía, no sabía por cual de las dos opciones decantarme.

Pero las palabras de Daryl terminan por inclinar mi balanza.

- No le quedaba mucha cordura. – responde. – Todos vimos como le afectó la influencia de Negan.

Nadie dice nada al respecto.

Pero un único pensamiento se queda anclado en mi mente, y me aferro a él como si fuera un salvavidas.

Y es que también vimos cómo, cuando todos decían ser Negan, él eligió seguir siendo Áyax.

Y, en mi interior, esperaba no equivocarme.

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- ¡No! ¡No me toques los cojones, Morales! – espeto con rabia mientras pulso el botón del walkie. Entrecierro los ojos cuando el caluroso sol que se cierne sobre nuestras cabezas me da en toda la cara. - ¡Me importa una mierda lo que Simon te haya dicho! ¡No toques las medicinas de Hilltop, joder!

- ¡Vale, vale! – exclama la voz del hombre a través del aparato en mi mano derecha que sostengo cerca de mi boca. – Se va a poner hecho una fiera cuando se lo diga.

- Bueno, me importa una jodida mierda. – comento, imaginando la cara de ese idiota de Simon creyéndose un Dios. – Le dices que la orden va de mi parte ¿Ha quedado claro?

- Cristalino. – responde este. – Tú verás lo que haces... – musita.

- Y si tiene algún problema, que hable conmigo en vez de ir corriendo a chivarse a Negan como un maldito sapo. – gruño, sabedor de que será lo primero que haga en cuánto ponga un pie en El Santuario. – Dile eso también.

La carcajada de Morales no se hace esperar.

- Te va a matar. – dice. 

Sonrío.

Pulso el botón de nuevo antes de contestar.

- Tranquilo, ese perro viejo solo gruñe, pero no muerde. – otra carcajada por su parte es lo que recibo en respuesta. – Recuerda, nada de medicinas, tenemos de sobra. Solo el tributo suficiente, nada de coger de más.

- Está bien, entendido Scarface. – murmura.

Tenso la mandíbula y resoplo.

- Vuelve a llamarme así y te cortaré las pelotas para hacértelas tragar ¿Eso también lo has entendido? – inquiero con ligero enfado.

Otra carcajada.

- De acuerdo... - contesta la voz. - ¿Alguna otra cosa más?

Trago saliva antes de pulsar el botón de nuevo.

- ¿Recuerdas el otro walkie que te he dado? – pregunto.

Mis manos tiemblan.

- Si. – responde el hombre con extrañeza a través del aparato.

Un suspiro escapa de mi.

- Dile a Jesús que lo haga llegar a Alexandria.

El silencio es lo que recibo en respuesta.

- Sabes que no puedo hacer algo así. – dice tras unos segundos.

Pego mi frente al walkie talkie en mi mano y muerdo mis labios.

- Por favor, Morales. – ruego. – No te pediré nada más.

El hombre ríe.

- Ya. – contesta. – Está bien... - termina diciendo. Mi corazón late con fuerza ante su respuesta. – Conseguirás que nos maten.

Ahora soy yo el que ríe.

- Conseguiré que te asciendan. – replico con una sonrisa en el rostro.

Una carcajada más de parte del hombre suena a través del altavoz.

- Te tomo la palabra. – dice divertido. – En una hora estaremos allí.

- De acuerdo, hasta entonces. – respondo. – Cambio y corto.

- Cambio y corto.

La voz de Morales deja de escucharse y vuelvo a colocar el walkie en mi cinturón, mucho más feliz de lo que era antes de empezar a hablar.

Pongo mis manos en mis caderas y dejo que el sol acaricie mi magullado rostro. 

El cual lucía de un mejor aspecto ahora que Carson me había quitado los puntos de sutura, pues ya no eran necesarios. La herida tenía mejor pinta a más cicatrizaba, aunque todavía estuviera en proceso, y los exagerados cortes se habían convertido en rojizas líneas menos gruesas a medida que el tiempo pasaba.

Eso ayudaba a no tenerme tanto asco a mi mismo cuando me veía delante de un espejo.

Aunque también había ayudado el hecho de que Negan dijera que las heridas me daban un aspecto más fiero y temible, cosa que se demostraba en las miradas de sus hombres cada vez que era yo el que ordenaba algo.

Y es que, en solo seis días desde que desperté, el líder de El Santuario me había cedido el control de su operativo de recaudación de tributos, como ellos lo llamaban, y eso me hacía estar a cargo de qué se llevaban y qué no de cada comunidad.

Lo que me había hecho descubrir que había dos comunidades más aparte de Alexandria y Hilltop.

El Reino y Oceanside.

No había visto ninguna de las dos por mucho que la curiosidad me quemara, puesto que todavía no se me permitía salir de El Santuario, ya que, en palabras de Negan "todavía estaba en período de formación y de prueba".

Curioso que a alguien que está a prueba de tu confianza le entregues prácticamente los pilares de tu comunidad.

Pero creo que ahí residía la trampa.

Porque, si yo tuviera la más mínima intención de hacer algo en contra de Negan, ya podría haberlo hecho, y creo que esa era la confirmación que él buscaba: saber si le era leal o no.

Por el momento, el hombre parecía contento con mis labores, y es que, a pesar de haber traído menos cantidad en sus tributos a propósito en beneficio de las comunidades, había mantenido la boca cerrada y no había emitido queja alguna.

Lo que no sabía si debía asustarme o no.

Lo que sí sabía, es que el hombre parecía extrañamente feliz con mi presencia.

Casi como si hubiera encontrado un compañero igual de loco que él.

Pero no podía quitarle la razón.

Porque Negan me había devuelto la confianza en esa parte de mi mismo, y si había alguien a quién castigar, él y yo nos encargaríamos de ello con una gran sonrisa en nuestros labios.

Porque ya no me sentía mal cuando ese lado de mi veía la luz.

De hecho, ese lado era el que me había colocado en una posición de respeto en este lugar.

Todos me temían, y me respetaban.

Cuando me hablaban, era como si hablaran con el propio Negan.

Y no sabía bien cómo eso me hacía sentir.

En definitiva, parecía haber encontrado mi lugar en un sitio que pensé que odiaría con todo mi corazón, pero me equivoqué.

Porque una vez conocías de verdad a las personas que aquí residían, veías que no todos eran gente despreciable. En su mayoría eran familias que se adaptaron a este estilo de vida para poder sobrevivir. Otros eran personas solitarias que, con un poco de trato amable, te abrían su corazón y te hacían ver que este sitio, realmente no era tan malo.

Solo hacía falta limpiarlo de todos aquellos que no lo merecían.

Y también, poco a poco, hacer entrar en razón a Negan de que quitar lo que con tanto esfuerzo otros han conseguido, no era la solución.

Pero ese era un trabajo mucho más lento, exhausto y perfeccionista, casi de orfebrería.

El Santuario podía robarte el corazón si lo mirabas en cierta forma.

Si lo mirabas desde la perspectiva con la que yo lo había hecho.

No podía odiar este sitio y a la mayoría de sus habitantes, lo que sí podía era trabajar para convertirlo en un lugar mejor.

Odié este lugar y sus gentes sin tan siquiera conocerlo, solo por lo que Negan nos hizo a mi y a Rick y los suyos.

Es en ese exacto momento cuando mis pensamientos se detienen.

¿Acababa de separarme a mi mismo de Rick y el resto de manera inconsciente?

Sacudo mi cabeza, asustado, intentando alejar ese hecho de mi.

Y es que pasar tanto tiempo sin ellos me estaba afectando.

Por eso me había arriesgado a darle un walkie a Morales, uno de los pocos hombres con los que tengo más trato a diferencia del resto de los secuaces de Negan, para poder tener una comunicación directa con los míos.

Y, en mi mente, recalco esas últimas palabras para no olvidarlas.

Porque por muy bien que me llevara con las personas de este sitio, yo no pertenecía a este lugar, aunque Negan me recordara constantemente lo contrario.

Me vuelvo, con las manos en mis caderas, observando el grupo de chicas que charlaban animadamente sentadas en las metálicas escaleras y camino hacia él cuando mis pensamientos aterrizan de nuevo en el planeta Tierra.

Pues una de ellas reclama mi presencia entre risas y gritos. 

- ¿Qué diablos pasa, Arat? – inquiero divertido a la chica, que vuelve a sentarse en uno de los peldaños.

Coloco mi pie izquierdo en uno de los escalones y meto mis manos en los bolsillos con una sonrisa.

- Te toca responder. – dice ésta apoyando sus codos en las escaleras tras de sí.

- A qué pregunta. – digo mientras me pongo entre los labios el cigarro que Laura, de pie a mi derecha, me tiende. Una de las pocas secuaces mujer de Negan, junto con Arat.

Cojo el mechero que Sherry, en un escalón superior a la chica de piel morena, me entrega. Esta ríe con otras dos mujeres de Negan, las cuales aún parecían lo suficientemente tímidas como para confiar del todo en mi y poder mirarme a los ojos.

Lo que me hacía sentir un tanto extraño, pero lo respetaba.

- ¿A qué edad perdiste la virginidad? – pregunta Arat arqueando las cejas.

Estallo a carcajadas después de apartar el apagado cigarro de mi boca.

- No sé cómo puede ayudar eso a que nos conozcamos mejor. – contesto bajo las risas de Sherry.

Y es que la ex mujer de Dwight parecía haber desarrollado un extraño cariño y comportamiento hacia mi persona.

Casi como si le diera pena mi situación.

O el hecho de habernos metido en aquel lío a Carl y a mi.

Parecía intentar compensarlo haciendo que mi estancia aquí fuera más agradable.

Y lo cierto, es que lo estaba consiguiendo.

- ¿Es que acaso aún lo eres? – dice la mujer del tatuaje en el cuello a mi lado tras darme un suave codazo.

Mis mejillas empiezan a picar.

- Cerrad el pico, grupo de víboras. – gruño con fingido enfado.

Arat empieza reír a contagiosas carcajadas mientras salta a mis brazos, profiriendo un grito de manera infantil.

- ¡Nuestro niño no es tan niño! – dice abrazándome cual koala, a la vez que yo la sujeto para que no caiga, devolviéndole el abrazo de forma sincera.

Porque desde mi despertar y nuevo cargo en Los Salvadores, las mujeres aquí presentes, pero principalmente Sherry, Laura y Arat, me habían convertido en prácticamente su mejor amigo.

La realidad era que nadie les había dado la suficiente confianza hasta ahora como para poder actuar así. Ni siquiera se conocían del todo entre ellas, pues creían que pertenecían a estirpes diferentes, unas eran parte del harén de Negan y otras sus secuaces. Por eso, un día que las vi descansando en el patio, separadas y sin apenas hablar, se me ocurrió un juego en el que alguien hacía una pregunta con la intención de conocernos, y todos teníamos que responderla. Ese hecho había despertado el lado más divertido de algunas de las chicas aquí presentes, pues, al fin y al cabo, todas en su mayoría eran mujeres jóvenes que aún soñaban con poder charlar y reír con amigos al igual que todos.

Y al parecer, yo había conseguido justo eso.

Esto también me había ayudado a llenar en cierta forma el gran vacío que me había dejado la separación de mi grupo, que, aunque estaba hasta arriba de trabajo y no tenía tiempo para pensar en ello, hacía que mis noches se convirtieran en una triste y oscura soledad que me consumía cada día un poquito más.

Así que este pequeño grupo, en el cual a veces se unían más de las mujeres de Negan cuando tenían la confianza suficiente, me había hecho esos momentos de amargura más llevaderos. Y en parte me alegraba saber que era recíproco, puesto que les ayudaba a ellas a ser menos objetos y más personas libres.

Aunque seguramente a Negan eso no le guste un pelo.

- De niño tengo bien poco. – añado antes de guiñarles un ojo cuando la chica se baja de mi y revuelve mi pelo, a lo que en respuesta le doy un suave manotazo.

Y es que Arat tenía probablemente la edad que Hannah tendría a día de hoy.

Eso, junto al hecho de que me recordaba a ella en muchos aspectos de su comportamiento, me había unido más a la secuaz de Negan.

Unos silbidos y murmullos a modo de broma no se hacen esperar.

Niego con la cabeza, divertido.

- ¿Es que tenéis catorce años? – pregunto mientras me coloco el olvidado cigarro entre mis labios.

Una fuerte tos me sacude repentinamente cuando el humo inunda mis pulmones tras prenderlo.

- ¡Qué cojones, Laura! – exclamo en una rara mezcla de risas y tos. - ¡Esto no es tabaco!

La rubia mujer ríe con fuerza mientras pone el dedo índice frente a sus labios indicando silencio.

Arat abre la boca de par en par.

- ¡Quiero probar! – dice mientras me arrebata el cigarro de dudoso contenido de los dedos.

- No me hago responsable de la bronca de Negan... - murmura divertida una de las chicas tras Sherry, con algo de timidez.

- No pasa nada, tenemos a su ojito derecho de nuestro lado. – responde Laura con una ladeada sonrisa mientras me pasa un brazo por los hombros.

Pongo los ojos en blanco.

- Ya... – gruño.

- Es la verdad. – dice Arat mientras expulsa el humo del no tan convencional cigarro, al que ya le ha dado varias caladas y en este momento cede a Sherry, quien amablemente le dice que no.

Y entonces este vuelve a mi.

- Es cierto. – añade la mujer mientras me ve colocarme el "cigarro", al cual se ha negado, entre los labios. – Desde que estás aquí el ambiente es diferente, las cosas son diferentes... - dice encogiéndose de hombros. – Él es diferente.

Me remuevo un tanto incómodo tras sus palabras mientras expulso el humo.

- ¿Para mejor? – pregunto mirándole fijamente.

- Para mejor. – responde ella con una pequeña sonrisa.

Suspiro.

- Entonces es lo que importa. – sentencio.

Arat se pone de pie dando una palmada que nos sobresalta a todos.

- ¿Sabéis lo que hecho de menos que me hace mucha falta ahora mismo? – inquiere.

- ¿Un polvo? – contesto alzando una ceja.

Su mano derecha se estrella contra mi nuca en respuesta.

Un escueto "au" es lo que ella recibe por mi parte mientras froto la zona afectada como si así fuera a aliviarse el dolor.

- ¡Música! – exclama antes de esquivar a las dos mujeres de Negan y subir las escaleras a toda prisa, adentrándose en el edificio cuando llega a la plataforma en la que le aplasté el cráneo al gusano de Terry hasta matarlo.

Y aunque fue una escena demasiado bizarra incluso para recordarla, me alegraba haberlo hecho, pues días después llegó a mis oídos que algunos de los presos de los que había abusado, habían terminado quitándose la vida.

- Creo que a esta ya le ha afectado. – dice Laura antes de seguir los pasos de Arat, devolviendo mi atención al grupo. – Será mejor que la acompañe para que no se meta en ningún lío.

Un suave mareo me sacude y río por la ocurrencia de la chica a mi lado mientras la veo marchar.

Me siento en el lugar de Arat dando otra calada de lo que ya empieza a afectarme ligeramente con esa más que conocida sensación de falsa felicidad.

Oigo a las dos mujeres tras de mi enfrascarse en una conversación mientras veo a Sherry bajar un escalón hasta quedar a mi altura.

- Ten cuidado con eso. – advierte la mujer abrazando sus rodillas y dándome un rápido vistazo.

Río.

- No es mi primera vez, Treinta y dos. – digo con una sonrisa.

Ahora es ella la que ríe.

Su puño golpea contra mi hombro de forma juguetona.

- A veces cuesta recordar que solo tienes diecisiete años.

Rio y observo moverse torpemente los sujetos caminantes de la verja donde se encontraban los presos trabajando, a muchos metros de nosotros. 

A pesar del extraño paisaje frente a mis ojos, este cogía un aire diferente con la radiante luz del sol sobre ellos, incluso aproximándose el invierno, pues nuestro edificio ya nos daba algo de sombra y eso hacía que un leve y fresco aire nos envolviera.

- Nunca te he pedido perdón por lo que os hice. – dice Sherry a mi lado.

Un breve bufido similar a una risa escapa de mi.

- Ni tienes por qué hacerlo. – respondo mirándole, arrastrando las palabras. Carraspeo intentando sonar consciente y una pequeña risa fruto de los opiáceos escapa de mi. Coloco el cigarro entre mis dedos antes de darle otra calada y lo alejo momentáneamente de mis labios. – Ahora entiendo mucho mejor por qué lo hiciste. – añado exhalando el humo. – Estabas obligada, es vuestra forma de sobrevivir, ahora lo sé.

La mujer limpia rápidamente una fugaz lágrima que brota de sus ojos bajo mi atenta mirada.

- Gracias. – musita con una sonrisa, y yo le devuelvo el gesto en respuesta, pues parecía que Sherry acabara de quitarse una pesada mochila de la espalda.

Como si el hecho de que yo comprendiera que todo se tratara de supervivencia, le hacía mucho más fácil las cosas, o por lo menos, el soportarse a sí misma haciendo lo que hacía.

Acostarse con un hombre que no quiere para que su ex marido y ella tengan un futuro aquí.

Esa, era una de las cosas que tendría que hacer cambiar a Negan.

Miro a la mujer a mi lado.

Y entonces busco la nueva, y ya estrenada, cajetilla de tabaco que Morales me trajo en su última salida.

Saco un cigarrillo y lo extiendo en su dirección.

Esta me observa con la extrañeza grabada en su rostro.

- Te dije que solo te daría un cigarro el día que me salvaras la vida. – explico. – Y ya lo has hecho.

La mujer me analiza hasta comprender mis palabras en cuestión de segundos.

Y empieza a reír.

Y una oleada tranquilidad me recorre al ver cómo, al menos, he conseguido cambiar su estado de ánimo.

- Gracias. – sentencio. Es ahí cuando ella, tras guardar el cigarro bajo la manga de su vestido, me da un abrazo que yo le devuelvo con cariño.

Carl tenía razón, Sherry era una buena mujer.

Los apresurados pasos de Arat con Laura tras ella se hacen eco por la plataforma metálica cuando aparecen tras la puerta.

Y rompo a reír cuando a veo a la primera cargar con un radiocasete en sus manos.

Más carcajadas salen de mi cuando Another One Bites The Dust empieza a sonar estruendosamente por los altavoces del aparato. 

Jamás me hubiera imaginado a algún Salvador escuchando a Queen.

- ¿Algún problema con nuestro gusto musical? – pregunta la portadora de este, sarcásticamente, mientras baja las escaleras.

- Para nada. – murmuro. - ¡Dios salve a la Reina! – exclamo antes de llevarme el cigarro, ya casi consumido, a los labios.

- ¡Te lo has fumado entero! – exclama Laura palmeando mi espalda a modo de reproche antes de que me levante para que Arat recupere su sitio.

- Culpa tuya, no haberme dejado a solas. – contesto encogiéndome de hombros, alzando la voz para hacerme oír bajo la voz del cantante y líder de la banda.

- No me imaginaba que fueras a reconocer el grupo. – reconoce la mujer morena al llegar a mi altura.

Sonrío.

- Mi madre no tenía mal gusto musical. – digo en respuesta.

Y era cierto.

Es de las pocas cosas que recordaba de ella, que encendía una vieja radio donde se emitían las canciones más exitosas de épocas pasadas, y las escuchaba mientras bebía hasta casi perder la conciencia.

Y eso a veces era un motivo de discusión entre Daryl y ella.

La mujer deja el radiocasete donde estaba sentada, para a continuación ponerse de pie y bailar al ritmo de la música mientras canta a viva voz la letra que parecía saberse de memoria.

Todos reímos al verla bailar y cantar exageradamente, en una burda parodia a Freddy Mercury, a la que pronto se le une Laura.

Niego con la cabeza, divertido, cruzándome de brazos.

Una pequeña mueca de dolor contrae mi rostro cuando el esparadrapo en el dorso de mi codo derecho tira de mi piel, y entonces es cuando decido quitarlo. Reviso con cuidado que la herida de la aguja esté en perfectas condiciones, y, como era de esperar, todo estaba en orden.

Y es que, hacía tan solo unas horas que el doctor Carson me había hecho un análisis de sangre con la intención de obtener una muestra de esta para poder revisarla y obtener una opinión propia. Pues días atrás ya había informado al hermano de Harlan lo que este y yo comentamos durante mi paso por Hilltop, y todo el progreso que yo ya tenía en Alexandria, donde se habían quedado todos los informes de Eugene y Denisse.

Un escalofrío me recorre al pensar en mi fallecida amiga y doctora, asesinada por algunos Salvadores.

Sacudo la cabeza, intentando alejar ese tipo de pensamientos, cuando otro suave mareo me atiza, haciéndome sentir las decepcionadas miradas de Glenn y Abraham clavándose en mi nuca de nuevo.

Y ahora también, la de Denisse.

Le doy otra calada al supuesto cigarro antes de volver a focalizarme en mis compañeras y la música que envolvía el ambiente mientras observo a los caminantes atados reaccionar hacia ella.

- ¡Scarface!

La voz del responsable de ese apodo llega a mis oídos, sobresaltándonos a todos.

Me vuelvo hacia él y en un más que rápido movimiento tiro la colilla del poco legal cigarro y la piso, atragantándome con el humo debido al susto por su parte.

Toso.

Y Negan me dedica una sonrisa ladeada. 

- Te he visto. – dice arqueando una ceja. – De todas formas, tienes los ojos del color de mi pañuelo y el olor es bastante inconfundible. – añade con sarcasmo mientras señala la bufanda roja en su cuello. – Iba a serte difícil disimular. – su mirada se dirige de forma divertida hacia sus dos secuaces. – Chicas bajad la música, los tenéis frenéticos. – les ordena casi como si regañara a dos niñas, para después señalar a los caminantes tras de sí.

Muerdo mis labios intentando contener la risa, de nuevo, provocado por la sustancia que había consumido.

Mierda.

- Te veo bien acompañado, Scarface... - murmura observando a las chicas que me rodean. – Desde luego, Dios le da pan a quién no tiene dientes.

Pongo los ojos en blanco, obviando su comentario.

- No me llames así. – respondo. – Has conseguido que ese apodo cale en todos.

Sus ojos vuelven a mi.

Y ríe.

- ¿Y qué tiene de malo? – inquiere. – ¡Como el gran Tony Montana, joder!

Frunzo el ceño en señal de incomprensión.

- ¿En serio? – pregunta casi ofendido. – "Todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y mi palabra, y no los rompo por nadie." – cita cambiando la voz imitando a un personaje que no consigo identificar.

Frunzo aún más el ceño y niego con la cabeza.

- ¿Nada? – sigue insistiendo. – Me acabas de decepcionar. – sentencia con humor mientras pinza el puente de su nariz. – Y eso que con tu personalidad y nueva cara el apodo te queda perfecto.

Bufo.

- Qué quieres, Negan. – digo, advirtiendo como Sherry y las otras dos chicas parte de su harén han adquirido un semblante serio en el momento en el que el hombre se ha hecho presente. 

- Ven, tenemos que hablar. – responde poniendo una mano sobre mi hombro y empezando a andar a mi lado, obligándome a hacerlo también.

Con mi mano derecha me despido de las chicas a medida que me alejo, y no puedo evitar que la curiosidad me carcoma por querer saber que está pasando ahora mismo en la cabeza del hombre del bate.

- ¿Qué ocurre? – pregunto con el ceño aún fruncido, un tanto inquieto, una vez nos detenemos cerca del edificio contiguo.

- Nada malo, de momento. – responde con una sonrisa. E inconscientemente sonrío aliviado. – Tan solo quería ver qué tal iba tu adaptación en El Santuario.

Arqueo una ceja.

Mentira.

- Escúpelo ya. – suelto sin rodeos, cruzándome de brazos.

Negan ríe y se apoya en la pared a su izquierda.

- A veces me da miedo ser tan iguales porque sabes lo que me pasa en cada momento. – reconoce entrecerrando sus ojos, analizándome con ellos.

Miro hacia otro lado. 

No me terminaba de agradar la idea de nuestro parecido comportamiento.

- Llevas seis días aquí... - empieza a decir. – Y la verdad es que te has adaptado mejor de lo que me esperaba, has hecho cosas que jamás pensé que permitiría hacer a alguien.

Mis ojos se abren ligeramente de forma fugaz ante esas palabras.

¿De verdad Negan estaba cambiando por mi presencia?

- Y por el momento me parece bien. – añade. – Algunos parecen trabajar mejor después de hablar contigo, y lo cierto es que eso hace un bien a este sitio. – sigue diciendo. – Aunque se recoja menos tributo de lo habitual. – matiza alzando sus cejas.

Muerdo mis labios evitando una sonrisa.

Pues se ha dado cuenta de que lo hago expresamente.

- Por el momento has pasado con buena nota las pruebas que te he estado poniendo. Casi hasta me creo tu lealtad.

- Oh ¿Así que me estabas poniendo a prueba? – inquiero con fingida sorpresa.

El hombre ríe.

Sus ojos recorren sus dominios y coloca las manos tras la espalda cuando da un par de pasos hacia el frente.

- Tan solo te queda una prueba más para demostrarme si esa lealtad es verdadera o no. – dice con aire misterioso.

Y no puedo evitar que el miedo me recorra durante unos segundos.

Su mirada se clava en mi.

- ¿Cuál? – pregunto, intentando aparentar normalidad.

Sus labios se curvan en una sonrisa que ya he visto antes.

La sonrisa que nos dedicó en el claro a mi y a toda mi familia cuando nos tenía arrodillados frente a él.

Mi corazón se acelera.

- Mañana iremos a por el tributo de Alexandria. – sentencia. 



Me remuevo incómodo en la cama de mi habitación, dando vueltas de un lado a otro sin poder dormir.

Las palabras de Negan aún siguen sonando por cada rincón de mi cabeza.

Iba a acompañarme a Alexandria a recaudar su tributo, para ver cómo me comportaría delante de toda mi familia.

Pues haga lo que haga, será lo que marque un antes y un después en mi relación con el líder de Los Salvadores.

Y no podía permitirme tirar a la basura todo lo que había conseguido con él hasta ahora.

Pero tampoco podía tratar a mi grupo como ellos hacían.

Me siento en la cama y miro por la ventana, apoyando mis antebrazos en las rodillas, viendo como la luz de la luna entraba por ella, iluminando todo lo que abarcaba.

Paso mis manos por el pelo con frustración.

¿Qué diantres iba a hacer?

Pero algo dentro de mi me hace reconocer que realmente, no tengo opción.

Si quiero que mi plan funcione, si quiero que éste siga en marcha, tengo que serle leal a Negan.

Por mucho que esto vaya a hacerme más daño del que pueda imaginar.

Pero era por el bien de todos, aunque ahora mismo no fueran capaces de verlo.

Esto era por un futuro mejor.

Mis ojos se pasean con nerviosismo por la amplia estancia, la cual estaba justo debajo de la planta que pertenecía enteramente a Negan.

Era su cínica forma de recordarme que yo aquí tenía el suficiente poder como para permitirme una gran habitación llena de comodidades, pero seguía estando debajo de él.

Vuelvo a estirarme en la cama y coloco mis manos sobre mi abdomen desnudo.

Esta era la primera vez en mucho tiempo en la que podía volver a dormir con ropa cómoda, pues aquí tenía menos posibilidades de tener que saltar de la cama y salir huyendo del malvado lobo.

Porque aquí ya estaba metido en su boca.

Suspiro de nuevo, frustrado.

Las ideas volaban a toda prisa por mi cabeza, pero cada vez tenía más clara la única opción que tenía cabida.

Negan iba a conseguir que los míos me odiaran.

Pero no tenía alternativa.

Cierro los ojos al pensarlo.

No la tenía.

Me quedo totalmente petrificado en la cama cuando el walkie talkie emite un ruido que rompe el silencio de la habitación.

Con la tensión recorriendo mis músculos, me incorporo en la cama y miro fijamente el escritorio donde descansaba el aparato.

Y vuelve a hacer el mismo ruido de antes.

Pero esta vez, tras el ruido, se oye algo.

- ¿Hola?

Me pongo en pie lentamente, con la vista en el mismo punto fijo, temblando.

Porque ni siquiera estoy seguro de no estar soñando en este instante.

- ¿Hola? ¿Áyax?

Esa voz.

Esa voz que conseguía erizar cada centímetro de mi piel se estaba escuchando de verdad.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

Y mi boca se seca.

- ¿Estás ahí?

Me acerco apresuradamente al escritorio a unos metros de mi cama y cojo el dichoso aparato, sosteniéndolo a la altura de mi boca.

Y, con el corazón en un puño, puesto que aún estoy tratando de asimilar lo que está pasando, pulso el botón.

Justo en el momento, en el que una lágrima de felicidad rueda por mi mejilla derecha.

- ¿Carl?

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