Capítulo 27. ¿Quién salvará a Los Salvadores?
El motor de la caravana vuelve a rugir por décimo tercera vez cuando Rick pisa de nuevo el acelerador intentando que este trasto rodante avance, pero no lo consigue.
- Mierda. – gruñe el expolicía. – Esto está demasiado embarrado. – comenta enfadado. Mis ojos observan a Jesús levantarse de su asiento y observar a su alrededor. – Se ha atascado. - informa el padre de Carl volviendo su cabeza hacia nosotros.
Bufo.
- Lo que nos faltaba. – susurro tensando la mandíbula. Mis ojos se dirigen al extraño que está herido de una pierna, a la mujer a su lado y al hombre que se ha presentado correctamente como Harlan, el médico de Hilltop. – Llevamos más peso del necesario. – gruño mirándolos.
Y es que la aparición de esas tres personas en nuestro camino, había hecho que, durante unos minutos, nuestra desconfianza hacia Paul Rovia aumentara más de lo que ya estaba.
El único problema, es que él juraba y perjuraba que nada de esto era una trampa, y que sus amigos se habían visto envueltos en un inoportuno accidente, en el cual habíamos tenido que ayudar.
- Tranquilos. – dice Jesús. – Es aquí. – añade palmeando el hombro de Rick.
Arqueo una ceja con escepticismo cuando veo al melenudo hombre abrir la puerta de la caravana con extrema confianza, para después poner ambos pies sobre el enfangado suelo.
Y con asomo de duda, le seguimos uno a uno.
Mis ojos se abren ligeramente al ver un imponente muro de fuertes troncos de madera levantándose a escasos metros de nosotros.
- Es ahí. – vuelve a decir el presunto hijo de nuestro señor y salvador. – Tras ese muro.
- Ya imaginábamos que delante no sería. – el sarcasmo en mis palabras provoca la risa de Jesús, quién no pierde un segundo en echar a andar hacia las grandes puertas metálicas que coronan la entrada.
El grupo camina tras el habitante de Hilltop, y cuando me quedo a la altura de Carl, éste habla.
- ¿Siempre tienes que hacer reír a los nuevos? – pregunta mirando hacia el frente, ignorándome.
Una carcajada sale de mi garganta.
- ¿Es por qué es nuevo o es por qué es un hombre fuerte, alto y guapo? – inquiero con una ladeada sonrisa.
La fiereza en su mirada podría haberme matado si así lo quisiera.
- Vaya, sí que te has fijado. – gruñe.
Si seguía apretando los dientes, su mandíbula podría estallar en cualquier momento.
Otra risa por mi parte.
- Es demasiado divertido ponerte celoso. – comento antes de sujetar su cara con mi mano derecha y darle un sonoro beso en la mejilla.
Y en respuesta, Carl me empuja con cuidado, sin poder evitar una sonrisa en sus labios.
- ¡Quita! – responde sonrojándose.
Veo a Michonne sonreír.
A Rick negar con la cabeza, pero igual que su hijo, sin poder ocultar una emergente sonrisa.
Y a mi hermano poner los ojos en blanco, seguido de una mueca de asco.
Esto último vuelve a arrancarme una risa.
La cual se esfuma, en el momento en el que dos desconocidos, uno a cada lado de la puerta, apuntan sus lanzas hacia nosotros.
Y en respuesta, media docena de armas, incluida la mía, les encañonan entre las cejas.
- ¡Alto ahí! – exclaman ambos hombres desde el muro.
- ¡Eh! ¡No! – grita Jesús alzando sus brazos, interponiéndose entre nosotros y los suyos.
- ¿Nos vais a obligar? – ruje mi hermano entre dientes.
- ¿Jesús qué coño es esto? ¿Son hombres de Negan? – inquiere uno de los tipos en lo alto de la valla.
Vuelvo a arquear una ceja por segunda vez en cinco minutos.
- Y quién coño es Negan. – gruño ladeando ligeramente la cabeza a la vez que entrecierro los ojos.
Escudriño con la mirada a ambos hombres que sujetan con fuerza y firmeza sus respectivas armas.
Jesús bufa y niega con la cabeza.
- Abre la puerta Kal. – dice. – Freddie está herido. – añade con insistencia. – Siento lo de estos tíos, están... Nerviosos. No hacen nada en todo el día. – comenta a modo de reprimenda mientras nos mira pidiendo perdón.
- Que entreguen las armas. Y abriremos la puerta. – dice el hombre que responde a nombre de Kal.
- Pues baja a por ellas. – contesta mi hermano avanzando vacilante.
Bien dicho.
- ¡Amigos! Respondemos por ellos. – dice el doctor Harlan adelantándose a los pasos de mi hermano, antes de que la tensa situación pueda escaparse de nuestro control. – Nos han salvado la vida.
- Bajad las lanzas. – añade Jesús.
Rick emite un exasperado suspiro.
- Oye, no pienso correr riesgos. – dice. – Dile a ese Greggory que salga aquí.
- ¡No! – responde Paul Rovia con frustración, pues era evidente que se veía dividido en dos bandos. Literalmente. - ¿No ves lo que ha pasado? Os dejan entrar con armas.
Punto para Jesucristo.
- Nos quedamos sin balas hace meses. – continúa diciendo. – Me caéis bien. Confío en vosotros. – confiesa mirando al padre de Carl, y aunque me fastidie admitirlo, parecía sincero. – Confía en nosotros. – ruega.
Durante los segundos de silencio que transcurren, algo dentro de mi me hace confirmar que, definitivamente, Jesús no pertenecía al bando de los malos en este mundo.
El problema es que él no podía hablar por su pueblo.
Pero esto era un punto a su favor.
Rick se gira y da una rápida mirada a Michonne, a continuación a su hijo, y después sus ojos se posan en mi.
Suspiro y doy un leve asentimiento de cabeza.
El hombre sopesa durante una fracción de segundo mi punto de vista y entonces alza el brazo indicando que le sigamos, en señal de aceptación.
Jesús se vuelve con convicción a los guardianes de su muro.
- Abre la puerta Kal. – ordena.
Y tras un ligero chirrido metálico, las gigantescas y oxidadas puertas de Hilltop se abren ante nuestros ojos.
Extrañamente, la curiosidad en mi provoca que los latidos de mi corazón se aceleren a medida que puedo ver lo que tras ellas esconden.
Mis ojos, y los de todos, se abren de par en par según avanzamos a paso de tortuga, completamente sorprendidos por la gran comunidad que se abre paso frente a nosotros.
A juzgar porque es físicamente imposible que mi mandíbula toque el suelo sin que esto me provoque un doloroso desgarro en parte de mi cara, aseguraría que lo hace en el momento en el que observo una imponente mansión observarnos al final del escenario que nos rodea.
Diferentes barracones quedan situados a nuestra derecha, donde la gente parece hacer sus labores tranquilamente, mientras que otros se dirigen al enorme huerto que tienen justo bajo ellos. A la izquierda de este, cercano a nosotros, un hombre parece trabajar con conocimiento el hierro que moldea en una vieja pero consistente fragua, y de vez en cuando, seca el incesante sudor que el esfuerzo le provoca. Diferentes construcciones de madera son usadas para, a su vez, diferentes trabajos y ocupaciones que la gente parece desempeñar con absoluta normalidad.
Y en nuestro camino, un hombre lleva atada a una de sus vacas tras de sí, dirigiéndose paulatinamente hacia su correspondiente redil, donde una mujer echa de comer a las gallinas que se encuentran revoloteando a sus pies.
En un mundo infestado de muerte y devastación, jamás pensé volver a ver un pequeño atisbo de civilización.
Observo a Carl con incredulidad y sorpresa, pero también con la intención de encontrar a alguien que también esté viendo lo mismo que yo y así asegurarme de que esto no sea fruto de una alucinación.
Y efectivamente, él me mira igual de impactado.
- Había un almacén de materiales de una compañía eléctrica... De ahí sacamos los postes. – empieza a explicar Jesús a medida que nos adentramos en la comunidad. – La gente llegó de un campo de refugiados con sus casas prefabricadas.
- ¿Cómo supieron dónde estaba esto? – Michonne hace la pregunta que todos estábamos pensando.
El hombre de pelo largo y barba señala la mansión frente a él.
- Eso es Barrington House. – dice cuando se vuelve hacia nosotros. – Los propietarios la cedieron al estado, y el estado la transformó en un museo etnológico. Todos los colegios de los alrededores han hecho excursiones aquí. Esto ya existía antes de que lo rodeara el mundo moderno. La gente vino aquí porque sabía que existiría después de derrumbarse todo.
Y en parte, suena bastante lógico.
- Desde las ventanas se ve a kilómetros en todas direcciones. Proporciona seguridad. – añade a su discurso. – Vamos, os lo enseñaré. – dice antes de encaminarse hacia la entrada principal de la casa.
Si antes me había sorprendido, para lo que mis ojos contemplaban ahora no tenía palabras.
- Hay que joderse con la casa. – una carcajada sale de mi garganta ante las palabras de Abraham.
- Las habitaciones se han convertido en viviendas. – explica de nuevo Jesús ante nuestros rostros de boquiabiertos. – Quedan muy pocas vacías.
- ¿Hay gente aquí y en las prefabricadas? – pregunta Rick observando el lujo que le rodea.
- Pensamos hacer más. – añade Paul en respuesta. – Están naciendo bebés.
Tras esa declaración, mis ojos observan la casa de extremo a extremo.
Toda la estancia de la entrada principal, y muy probablemente en las habitaciones interiores también, estaba repleta de lujos.
Alfombras, cuadros, cortinas, candelabros, mesas de madera maciza...
Todas las cosas materiales que, a día de hoy, habían dejado de tener valor alguno en este mundo.
Si la intención era comerciar con comida, ganado, armas y munición ¿A qué se debía mantener tantas cosas innecesarias que lo único que hacían eran pretender una elegancia y apariencia que ya nadie buscaba?
Y no tenía mucho sentido que alguien mantuviera todo esto sin razón, o bien se trataba de alguien con añoranza por el antiguo mundo y que quería conservar ciertos recuerdos para dar alguna esperanza a su comunidad, o bien se trataba de alguien tan absurdo y banal como para salvaguardar tan poco valiosos tesoros en estos momentos.
Y me decanto por la segunda opción en el momento en el que un hombre con la falsedad grabada en su sonrisa, aparece embutido en un opulento e inmaculado traje.
Y como Merle siempre decía: "La persona más impoluta, es la más hija de puta."
- ¡Jesús! Has vuelto. – dice saliendo de la sala en la que había permanecido escondido, observándonos con ligera superioridad. – Y con gente.
- Amigos, este es Greggory. – dice el mencionado en respuesta. – El que hace que esto funcione.
El hombre sonríe con suficiencia y abre sus brazos encogiéndose de hombros.
- Soy el jefe. – añade innecesariamente.
Mal empezamos.
Alguien que se proclama a sí mismo como jefe, termina siendo un tirano o un mierdecilla.
Y estoy seguro de que pronto descubriremos a que bando pertenece nuestro nuevo amigo Greggory.
- Soy Rick. – dice el padre de Carl presentándose.
Una ladeada sonrisa se dibuja en mis labios.
Ahí estaba la diferencia.
Y antes de que Rick siga hablando, la personificación del cinismo le responde.
- ¿Por qué no se asean un poco, eh? – responde sin tan siquiera mirar al expolicía.
Mis ojos se entrecierran hasta convertirse en finas ranuras, observando como Michonne arquea una de sus delgadas cejas con incredulidad y como Rick mira al hombre de manera impasible tras un escueto y vacilante "No, gracias".
- Jesús les dirá dónde pueden hacerlo y ya... Bajarán cuando lo hayan hecho. – añade ignorando de nuevo al líder de Alexandria. – Cuesta mantener limpio este lugar. – continúa diciendo cuando se aproxima a él.
Veo a este pasar saliva con la dificultad que la tensión de su mandíbula le permite, tragándose así todas las maldiciones e improperios que probablemente esté pensando, así como las múltiples formas de cargarse a ese tío y poner a cualquiera de los nuestros, y evidentemente más competente, en su lugar, quedándose así con las dos comunidades.
Pronto me doy cuenta de que ese no es solo el pensamiento de Rick.
Sino también el mío.
- Ya. Claro. – responde Rick en voz baja tras parpadear un par de veces.
Sus nudillos empiezan a perder color a medida que sus manos aprietan el rifle entre ellas.
- Es entendible, disculpe. – digo captando la atención de Greggory, quien me examina de arriba debajo de malas maneras, observando mi vendaje en el antebrazo más de lo necesario. Carraspeo, consiguiendo que sus ojos suban hasta los míos. – Sería una pena que sus caras alfombras que carecen de absoluto valor actualmente, se ensuciaran. – añado mientras limpio el barro de mis botas en la alfombra central en la que nos encontramos. Puedo ver los ojos de Greggory casi salirse de sus cuencas cuando el blanco pelo del tapiz empieza a ser sustituido por el marrón del fango y la suciedad de este.
Veo a Abraham hacer lo mismo que yo.
- Si, una total y absoluta pena. – añade para después encaminarse hacia la escalera.
Muerdo mis labios cuando Daryl repite el gesto.
- Totalmente. – gruñe antes de seguir a Abraham.
Rick se encoge de hombros en señal de disculpa, pero en su cara muestra la más lobuna de sus sonrisas cuando se da la vuelta y nos mira antes de subir por las escaleras hacia donde el poco inteligente jefe de Hilltop nos ha indicado, siguiendo a un avergonzado Jesús que pone los ojos en blanco.
Escucho como Rick le susurra algo a Maggie.
- Lávate tú antes y habla con él. – dice mientras sube los peldaños con aparente tranquilidad.
- ¿Por qué? – inquiere la mujer.
- Yo no debo. – sentencia. – Tienes que empezar a hacerlo tú.
Y esa simple frase, confirma la teoría que minutos atrás mi mente había empezado a gestar.
Cuando llegamos arriba, veo como Jesús le da un par de indicaciones a Maggie, y acto seguido, se dirige a mi.
- ¿Estás ocupado ahora? Me gustaría aprovechar para llevarte a un sitio. – dice cuando llega a mi altura.
- ¿Perdón? – inquiere Carl alzando su única ceja visible, desde su posición, apoyado en una de las paredes al lado de su padre.
Muerdo mis labios, puesto que, si me río ahora, estaré cavando mi propia tumba.
Pero es Jesús quien lo hace por mi.
El tipo parecía extrañamente simpático y amigable.
- Disculpa, no era mi intención que sonara de esa forma. – aclara Jesús con una sonrisa conciliadora hacia Carl. – Aunque es cierto que Áyax parece un chico divertido, interesante y atractivo, prefiero a alguien más mayor. Quizá si tuviera unos años más, pero... No es el caso.
Toso en el momento en el que me atraganto con mi propia saliva cuando le escucho decir eso.
Jesús emite una sueva risa cuando ve a Carl tensar aún más si era posible su mandíbula, mientras que yo me quedo congelado ante los ojos abiertos de par en par de Rick y mi hermano.
- Era una broma. – comenta Paul entre risas.
No, no lo era.
- A lo que me refería era a que me gustaría que visitarais la enfermería, quizá deberías aprovechar y hablar con el Dr. Carson mientras Maggie se reúne con Greggory. – añade ganándose la atención de Michonne, y aún más la de Rick y mi hermano en el proceso.
Mis cejas se alzan ante su sugerencia.
- Tienes razón. – musito para mi mismo. – Debería saber que puede hacer Hilltop por la cura.
- ¿Cura? ¿Qué cura? – inquiere la voz de Greggory a mis espaldas, subiendo por las escaleras.
Mi cuerpo se tensa al igual que el de Rick y Daryl, puesto que parecía ser que a ellos tampoco les agradaba que este hombre se interesara por ese tema.
Me vuelvo hacia el hombre, quien avanza apresuradamente hacia nosotros subiendo los últimos escalones, ignorando a Maggie en el camino y dejándole con la palabra en la boca.
- ¿Usted no iba a hablar con Maggie? – pregunto con ligera rabia que finjo no sentir.
El hombre muestra una sonrisa socarrona.
- Bueno esa conversación puede esperar ¿Verdad, Natalie? – dice girándose hacia la mujer de Glenn, la cual le observa con la misma mal disimulada rabia que yo.
- Es Maggie. – corrijo en un gruñido con asco. - ¿De verdad usted pretende que su comunidad prospere con nuestra ayuda o solo le interesa saber que hay bajo mi vendaje? Porque no soy idiota, he visto como se fijaba. – digo avanzando con peligrosa lentitud hacia él hasta quedar a su altura.
El hombre pasa saliva con dificultad y mira mi rostro a pocos centímetros del suyo.
Un silencio tenso y sepulcral invade la planta superior.
- Yo solo quiero que nuestras comunidades avancen juntas hacia el éxito. – responde titubeando.
- Espiar conversaciones ajenas no parece un buen comienzo. – siseo.
- Bueno, y ocultar secretos tampoco. – contraataca con un poco más de seguridad.
Tenso la mandíbula.
- Greggory tiene razón. – dice Jesús intentando que las aguas vuelvan a su cauce. Mis ojos se clavan en él con enfado. – Si, te han ocultado algo, pero debes entender que muestren recelo a revelar sus secretos a unos desconocidos. Dejemos primero que verifiquen lo que necesitan saber, y después habrá tiempo para ponerse al día. Esa conversación puede esperar ¿Verdad, Greggory?
Una ladeada sonrisa asoma en mis labios al ver como Jesús le ha cerrado la boca al hombre con tal sutileza.
El "jefe" de Hilltop vuelve a tragar saliva y asiente secamente antes de marcharse escaleras abajo, guiando a Maggie a su despacho.
- Gracias por eso. – dice Carl a Jesús, consiguiendo que este último asienta en su dirección.
Y una repentina tranquilidad invade mi cuerpo al observar que Carl parece bajar la guardia ante la presencia de Paul Rovia.
- Seguidme. – dice este antes de bajar las escaleras hacia la salida.
Y eso es lo que Rick, Daryl, Michonne, Carl y yo hacemos.
Un silbido sale involuntariamente de mi cuando observo todo el material médico del que Harlan tiene a su disposición.
- Todo esto es increíble. – le digo al doctor, quien me observa como si viera a un niño abrir sus regalos el día de Navidad. – Tenéis hasta un ecógrafo.
Harlan sonríe.
- Antes teníamos más cosas. – responde cruzándose de brazos, medio sentado en la mesa que tiene en su enfermería.
- ¿Más? – pregunto arqueando una ceja sorprendido.
El hombre asiente.
- Hacía mucho que no veía a alguien tan joven observar apasionado todo lo que envuelva a la medicina. Desde mis días como profesor en la universidad. – dice entre risas.
- Aquí tiene un potencial alumno. – añade Michonne, señalándome con orgullo.
Sonrío y me vuelvo hacia las estanterías de medicamentos, evitando así que puedan ver el creciente sonrojo en mis mejillas.
- ¿Cómo lo ves, Áyax? – dice Rick desde la puerta.
Rasco mi nuca.
- Tienen de todo. Y de sobra. – respondo. – Nos vendrían bien algunas de estas cosas. – sugiero mirando al Dr. Carson. – La hija de Donna está empezando a mostrar síntomas de alergia, la madre de Mike lleva días con gripe, igual que el matrimonio de los Swanson e incluso Tara se queja continuamente de su migraña crónica. – digo sentándome en una de las sillas de la sala. – Y por desgracia alguna otra cosa más. Parte de esto nos ayudaría, créeme.
Rick asiente ante mis palabras y parecer rumiar alguna propuesta.
- Por mi parte no habría problema de que os llevarais parte de nuestro inventario, por el momento tenemos de sobra. Con el tiempo podríamos empezar a usar plantas medicinales, la medicina acabará en algún momento para nuestra mala suerte, así que nos convendría empezar a trazar ese camino. – dice Harlan.
- Me parece bien. – contesto a su idea. - ¿Conoce alguna facultad de medicina cercana? O incluso de veterinaria.
El médico alza sus cejas.
- ¿De veterinaria?
Asiento.
- Muchos de los fármacos que se usan para animales son los mismos que para personas, también debería servir. – digo en respuesta. Veo a Daryl sonreír.
- Hershel lo propuso en la prisión, eso salvó la vida de muchos. – dice mi hermano.
Incluida la mía.
- Lo sé. – añado. – Era en él en quién pensaba cuando proponía la idea.
Rick sonríe.
- Creo que alguna debería de haber, consultaré los mapas de la zona. – dice el hombre con convicción.
Asiento de nuevo, acompañado esta vez de un ligero carraspeo.
- Pero no es solo eso lo que nos ha traído aquí. – confieso captando la atención del hombre cuando me levanto y me siento frente a él.
Suspiro antes de empezar a quitarme el vendaje del antebrazo derecho, bajo la expectante mirada de todos los presentes en la enfermería de Hilltop.
Y cuando lo retiro del todo, Harlan alza las cejas sorprendido.
Veo a mi hermano apartar la mirada, parecía que le doliera recordar que tengo estas cicatrices.
- ¿Qué...? ¿Qué son? – dice el hombre observando de cerca las cicatrices. – Parecen...
- Mordeduras. – completo. El hombre se retira ligeramente cuando digo eso, totalmente sorprendido.
- ¿Estás infectado? – inquiere examinándome con sus ojos de arriba abajo.
Miro a la parte del grupo que me acompañaba y sonrío.
- Exacto. – respondo.
- ¿Desde... Desde cuándo?
Miro hacia el techo y frunzo el ceño fingiendo recordar.
- Pues... Tengo diecisiete años ¿No? – digo mirando a Daryl. Este sonríe y niega con la cabeza.
- Así es.
Vuelvo mi vista de nuevo al Dr. Carson.
- Pues desde los once. – sentencio. – Creo.
La boca de Harlan se abre ligeramente y me observa totalmente incrédulo.
- Llevas seis años infectado. – afirma más que pregunta.
- Exacto. – vuelvo a decir.
El hombre parpadea un par de veces.
Y entonces toma mi brazo con cuidado, encendiendo una lamparita de escritorio, estirando mi brazo sobre la mesa para observarlo con detenimiento.
- Las heridas están totalmente cicatrizadas. – vuelve a decir en el mismo tono que antes, totalmente absorto en su propio mundo. - ¿Cómo es eso posible? – pregunta alzando la vista, y en respuesta me encojo de hombros. Sus ojos vuelan de nuevo a las marcas de mi antebrazo. – Por desgracia he visto demasiadas mordeduras de los caminantes y te aseguro que nunca había visto nada igual, créeme. Jamás he visto cicatrizar una herida causada por ellos. – su vista vuelve a mi. - ¿Eres inmune?
- Eso creemos. – responde Michonne por mi.
- Vale... Necesito... Necesito que me expliques como sucedieron todas y cada una de ellas para empezar a encontrarle un sentido a todo esto. – dice intentando asimilar la recién conocida noticia.
Sonrío.
Y un pequeño dolor me recorre cuando recuerdo a Hannah.
- La primera fue cuando todo esto estalló. – empiezo a decir. – Intenté salvar a mi mejor amiga, pero no pude, y en un despiste, una de esas cosas me agarró el brazo y me mordió. Suerte tuve de que no me arrancara parte de él. – digo señalando la primera cicatriz en el centro del antebrazo. – Me creí muerto. – confieso. – Pero la fiebre nunca llegó. Y cuando lavé la herida, veía como esta empezaba a sanar sin problema. Como si fuera una herida normal. – añado perdido en mis propios pensamientos. – Las dos siguientes fueron a propósito.
El hombre me mira alzando una ceja.
- ¿Perdón? – dice con asombro.
Sonrío.
- Esta. – añado señalando la segunda cicatriz, al lado de la primera, pero unos centímetros más abajo. – Provoqué a un caminante para que mordiera.
- Fue una locura. – me regaña Daryl, apoyado en una pared cercana, con las manos en su espalda.
- Exactamente, por eso fue. – confieso mirándole con dolor. – Llevaba medio año solo. Sin hablar con nadie, sin escuchar a nadie más que un tío a través de una radio de policía, sin obtener una sola respuesta de por qué yo era inmune. A día de hoy creo que la desesperación me llevó a ello. Creo que una gran parte de mi rezaba porque esa segunda vez... Porque esa segunda vez el virus sí me matara.
Mi piel se eriza cuando confieso ese hecho en voz alta.
Ya que nunca había hablado de ello.
Ni de ese agónico tiempo en el que estuve completamente solo.
Casi llegando a olvidar como se escuchaba mi propia voz.
El dolor en la mirada de Carl y en la de mi hermano hace que la culpabilidad me aborde por completo al hacerles conocedores de ese daño en mi.
Un daño más.
- No tenía nada que perder. – susurro.
- La vida. – responde Michonne, de la misma forma en la que respondió con las mismas palabras en la prisión. Mis ojos se alzan hasta ella.
- Y eso era justo lo que menos me importaba. – sentencio.
Un incómodo silencio se genera entre nosotros en ese momento, siendo roto por mi sonrisa.
- Pero los tiempos cambian. Y seis años... Son mucho tiempo. – añado pasando mis ojos por todos y cada uno de ellos.
Quienes sonríen en respuesta.
- ¿Y la tercera? – pregunta Harlan con curiosidad.
Sonrío.
- Para salvarle la vida a Carl. – sentencio.
El susodicho pone su único ojo en blanco mientras bufa.
- Podrías haber hecho otra cosa. – responde a modo de reprimenda.
- Era lo único que se me ocurrió. – añado en defensa.
El doctor se queda pensativo.
- ¿Alguna otra mordedura en otra parte del cuerpo? – niego la cabeza en respuesta a esa pregunta. – O sea que las tres fueron en intervalos de tiempo diferente.
- Eso es. – afirmo. – La doctora y el científico de Alexandria... Bueno, no es científico, solo sabe cosas. – aclaro alzando las cejas con sarcasmo cuando me refiero a Eugene. – Ellos y yo, creemos que, si volvieran a morderme, la cantidad de virus podría ser superior a la de lo que sea que se supone que me hace inmune.
Harlan vuelve a perderse en sus propios pensamientos.
- Tiene sentido. – responde tras unos segundos. – Qué sabéis exactamente.
Me reclino en la silla y me cruzo de brazos.
- Lo cierto es que no mucho. – confieso cruzando una pierna sobre la otra. – Tenemos alguna teoría y me hicieron unos análisis. Pudimos observar una muestra de mi sangre en un microscopio. Nada más, la falta de equipo paralizó la investigación.
Carson alza una ceja.
- ¿Y bien?
Suspiro.
- Las células del virus son una especie de microorganismos negros ponzoñosos, devoran todo lo que encuentran a su paso. Matando los tejidos, las células, los glóbulos... Pero conmigo no pudieron. – explico bajo su curiosa mirada. – Una especie de pequeños glóbulos los contenían. Creemos que eso es la clave.
- ¿Los resultados del análisis no determinaron que clase de componente son? – pregunta de nuevo.
Relamo mis labios evitando sentirme estúpido.
- Salieron alterados.
El hombre frunce el ceño.
- THC. – responde Daryl asintiendo hacia Carson. El hombre eleva sus cejas.
- ¿Me lo vas a recordar toda la vida? – inquiero mirando a Daryl con una ladeada sonrisa.
Este sonríe.
- Puedes apostar ese brazo a que sí.
Río.
- Y eso es todo lo que sabemos. – respondo entrelazando mis manos sobre mi abdomen. – Pensamos que, si lográsemos separar ese componente de mi sangre, podríamos crear un suero...
- ... Y así crear una cura. – completa el hombre anonadado. – Es totalmente posible.
- Solo necesitaríamos una centrifugadora de laboratorio. – añado.
El hombre hace una mueca de decepción.
- Antes teníamos una. – dice captando mi atención.
- ¿Y qué pasó? – pregunto reclinándome hacia adelante, totalmente esperanzado ante la posibilidad que se abría ante mis ojos.
Harlan suspira.
- Negan y sus hombres se llevaron todo lo que falta, entre esas cosas estaba la centrifugadora. – responde.
Bufo con hastío.
- ¿Quién coño es ese Negan al qué tanto teméis? – inquiero con incrédula sorpresa.
¿Cómo podían permitir que alguien viniera aquí a llevarse parte de todo lo que no era suyo y no hacer nada por recuperarlo?
Y antes de que el Dr. Carson responda, unos golpes en la puerta nos alertan a todos.
Segundos después, Jesús aparece tras ella.
- Maggie y Greggory ya han hablado. – comunica el hombre. – Y este ha tomado una decisión. – dice con una pequeña sonrisa esperanzadora de buenas noticias.
Y por suerte, así era.
- Queremos comerciar. – oigo la voz de Jesús mientras mi mirada queda absorta en la belleza que causaban los tenues rayos del atardecer bañando la comunidad de Hilltop. – Greggory quiere. – matiza. – Pero ahora no necesitamos munición.
- ¿Y eso por qué? – inquiere Rick consiguiendo captar mi atención.
- El muro aguanta. – responde el hombre frente a él. – Hemos traído medicamentos. Greggory quiere hacer un buen trato.
- Ya, bueno. – sisea mi hermano, quien no hacía más que deambular de un lado a otro del salón cual león enjaulado. – Nosotros también.
- Necesitamos comida. – aclara el expolicía. – Y una vez aquí la conseguiremos. – añade sin más.
Jesús me mira, como si pretendiera saber mi opinión.
Como si creyera que puedo persuadir a Rick.
Y nadie le decía a Rick Grimes lo que tenía que hacer.
Sobre todo, si este tenía razón.
Los ojos de Paul Rovia vuelven al padre de Carl.
- Hablaré con él. – dice exasperado. – Y arreglaremos algo. Las circunstancias cambian, ahora mismo nos va bien. Luego será a vosotros. Conseguiré que lo entienda. ¿Podéis darme unos días?
El breve silencio que se instala en la sala tras las palabras del habitante de Hilltop queda roto por la respuesta de Michonne.
- De acuerdo.
Rick mira a la que ahora es su nueva compañera de vida.
Y el brillo con el que lo hace me obliga a esconder una sonrisa de sincera ternura.
Después de todo, este hombre tenía corazón.
- Si. – dice con convicción.
Tras el siguiente silencio, decido ser yo esta vez quien lo rompa para decir lo que probablemente todos nos estábamos preguntando.
- ¿Qué os hace pensar que no necesitareis la munición? – inquiero. – En un mundo como este es algo fundamental. Tú lo has dicho: los tiempos cambian. Y según tengo entendido, unos abusones de patio de colegio vienen aquí y os quitan todo lo que les venga en gana ¿Por qué no os defendéis? Podríais eliminar esa amenaza.
Jesús sonríe.
- No todos podemos vivir en una guerra constante.
Arqueo una ceja al sentirme ligeramente ofendido con su afirmación.
- Esta es una comunidad tranquila, y la gente que tenemos aquí no son soldados. Soy el primero que querría eliminar esa amenaza. – aclara. – Pero yo no puedo hablar por todo mi pueblo.
Río.
- Pero Greggory sí. – sentencio.
El hombre enmudece cuando se ve sin replica alguna frente a dicho comentario, dándose por vencido ante sus contradictorias opiniones e ideales.
Y el tercer silencio que empieza a ocupar el ambiente, dura tan solo unos segundos, pues antes de que nos demos cuenta, el sonido de un gran ajetreo en el exterior alarma a todos los presentes.
A la vez que un hombre desconocido entra por la puerta principal de Barrington House, Greggory sale por las de su despacho, demostrando una vez más que espiaba la conversación agazapado en su escondite.
Este último me da un rápido vistazo con cara de malas pulgas, pero de nuevo, sus ojos se detienen unos segundos de más en mi vendaje.
Mi mirada vuela a Daryl y a Rick, quienes se han dado cuenta del especial interés por mi inmunidad que "el jefe" de Hilltop parece en esforzarse por ocultar.
- Qué ocurre. – dice este.
- Han vuelto. – responde el hombre jadeando rápidamente debido al esfuerzo.
Greggory asiente y sale de la casa seguido por Jesús, por lo que no tardamos en acompañarlos, movidos más por la curiosidad que por la intención de ayudar en lo que sea que pueda ocurrir.
- ¡Ethan! ¿Qué ha pasado con los demás? ¿Y Tim y Marsha? – pregunta Greggory cuando el pequeño grupo llega a nuestra altura.
- Han muerto. – responde con pesar el rubio que encabeza al grupo.
El shock parece inundar a Greggory.
- ¿Negan?
Ahí estaba ese nombre de nuevo.
- Si. – contesta otra vez el rubio.
- Teníamos un trato. – añade la personificación del cinismo poniendo sus manos en sus caderas.
¿A quién se le ocurría hacer tratos con gente así?
- Dijo que no era bastante. – responde otro hombre del grupo de tres que formaban. - ¿Había poca mercancía?
- No. – responde Greggory.
- Tienen a Craig. – dice con voz solemne la mujer frente al último hombre que había hablado.
- Lo mantendrán vivo, y nos lo devolverán... Si te entrego un mensaje. – susurra el rubio mientras se acerca con lentitud a Greggory.
Mis ojos se abren ligeramente mientras la rigidez en mi espalda se apodera de mis huesos y músculos.
Esto no me gustaba una mierda.
- Bien, dime. – añade el jefe de la comunidad con tranquilidad.
El rubio pone una mano en su hombro.
Mi corazón se acelera.
Algo no iba bien.
- Lo siento. – dice.
Y en una fracción de segundo, ensarta un puntiagudo trozo de madera en el abdomen de Greggory, provocándole un alarido de dolor a este.
Lo sabía.
Como acto reflejo, me muevo a la velocidad de un rayo contra el rubio, impactando mi hombro contra su cuerpo para alejarlo del hombre al que acababa de apuñalar.
No sabía por qué lo hacía.
Lo único que sabía a ciencia cierta, es que debía hacer lo que en este momento era la correcto para mi y para los míos, y aunque quizá en algún momento de mi vida pueda arrepentirme de dejar a Greggory con vida, ahora mismo y por desgracia, le necesitábamos.
Me sorprendo al ver como he alejado rápidamente al hombre rubio, pero en seguida me doy cuenta de que no me había movido solo.
Y es que Rick había actuado casi a la vez que yo, haciendo que ambos empujáramos simultáneamente al rubiales, sin saber que contábamos con la ayuda del otro, por lo que el resultado había sido mayor.
Ambos nos miramos por unos momentos, mostrando una ladeada sonrisa que dura tan solo una fracción de segundo.
Imperceptible.
Pero lo suficiente para que ambos entendiéramos el mensaje.
Y es que cuando el hombre avanza a por Rick, le asesto un puñetazo en la cara, haciendo que caiga de rodillas, por lo que termino por volver a pegarle hasta tumbarlo en el suelo.
Pegándole una y otra vez, reventando su nariz en el proceso.
Oigo una serie de gruñidos y forcejeos a mi alrededor, y cuando alzo la vista, veo a Rick sujetando al segundo hombre del grupo, quien no había duda en dirigirse a por mi cuando atacaba a su amigo, observo a Michonne peleando con la mujer, a Glenn, Maggie y Jesús cargando con Greggory hacia el interior de la mansión, y a Abraham y a mi hermano encargándose de otro hombre que había decidido unirse a la pelea al ver a sus convecinos en apuros.
Las manos del rubio envuelven mi cuello, y a pesar de que las fuerzas que le quedan son escasas, ejerce toda la presión que puede, consiguiendo robarme parte del aire.
Sus manos se dirigen a mis hombros para alejarme de él, con la mala suerte de que decide hacer fuerza contra mi hombro izquierdo.
Tenso la mandíbula ante las penetrantes e invisibles agujas que atraviesan mis músculos en ese preciso instante.
La visión de mis ojos empieza a ser sustituida por un desconcertante borrón negro, acompañado de aquel sonoro y conocido pitido que se intensifica más a cada segundo hasta volverme preso de mi propia locura.
En un gruñido de rabia y dolor por mi parte, agarro del pelo al hombre y estampo su cráneo contra el suelo.
Una.
Dos.
Tres.
Y cuatro veces.
Hasta convertir su cabeza en un amasijo de sesos y sangre.
El viscoso y caliente líquido impregnando mi cara me despierta de ese letargo en el que me mantengo absorto.
Y quiero pensar que no por voluntad propia.
Pero lo que realmente me vuelve a la consciencia, es la sensación del cañón de un arma en mi nuca.
- Si yo fuera tú no haría eso. – oigo decir a Carl a mis espaldas.
La sorpresa viene a mi cuando le veo apuntándole en la sien al hombre que, tras de mi, me encañona.
La firmeza con la que sujeta su arma con tan solo el brazo derecho, la crudeza en su mirada altiva, la ligera inclinación de su barbilla hacia arriba a la vez que ladea su cabeza al más puro estilo marca Grimes y la ronquera en su voz al sisear esas palabras, hacen que el hombre tras de mi se quede congelado, pensando seriamente cuales pueden ser sus siguientes movimientos.
Cuando el tío se aparta, Carl gira el arma en su mano, sujetándola por el cañón y le estampa la culata de esta en la nuca, poniendo al hombre a dormir contra el suelo.
Una sonrisa ladeada aparece en mis labios ante tal demostración de valor, liderazgo, dureza y virilidad.
Me sentía orgulloso.
Y por qué esconderlo, también ligeramente excitado.
Y es que semejante alarde de superioridad era digno de admirar y adorar.
- ¿Estás bien? – dice tendiéndome una mano para ayudarme a levantarme.
Sonrío.
- Mejor que nunca.
Ese aire de chulería en mi se esfuma cuando veo al resto de vecinos acercarse a nosotros con miradas amenazantes.
Puesto que, al fin y al cabo, yo acababa de cargarme a uno de los suyos.
Observo sus ojos volar de mi a Rick.
Este y yo miramos expectantes a todos aquellos que nos observan, sin comprender muy bien por qué nos miran con temor.
Y es que cuando mi vista se percata del expolicía, le veo cubierto de sangre desde la nariz hasta su pecho, con unos cuantos rizos empapados en sudor pegados a su frente, jadeando por el esfuerzo igual que yo.
Y cuando me pregunto qué esfuerzo le tenía así, la respuesta viene en forma de imagen.
La imagen del hombre que había intentado venir a por mi, muerto a sus pies en el suelo, con la garganta totalmente degollada.
El padre de Carl me mira de igual manera que yo a él.
Y es que, en el fondo, los dos estábamos más que acostumbrados a vernos de esta guisa.
Pero aún así siempre parecía la primera vez.
Nuestras sarcásticas miradas vuelven a los vecinos de Hilltop.
Rick alza su barbilla y ladea la cabeza, igual que había hecho Carl unos minutos atrás.
Y yo escupo hacia un lado la sangre del pobre diablo al que le acababa de arrebatar la vida y que seguía llegando a mi boca.
- Qué. – siseamos a la vez.
Tras un silencio, los vecinos empiezan a mirarse entre ellos hasta que uno grita.
- ¡Habéis matado a dos de los nuestros!
- Intentó matar a Greggory y luego a nosotros dos. – responde Rick.
La mujer que había acompañado a ambos hombres que yacían muertos en el suelo, o por lo menos lo que quedaba de ellos, se acerca con rapidez a mi e impacta su puño en mi cara rompiéndome el labio inferior.
Y antes de que tan si quiera pueda reaccionar, Michonne la estampa contra el suelo.
- Quieta. – le gruñe con fiereza.
Río cínicamente y, esta vez sí, escupo mi propia sangre cuando el sabor del hierro inunda mi boca.
Esto era la definición del Karma.
El vigilante de la puerta, el que respondía al nombre de Kal, aparece empuñando su lanza junto a su compañero.
- ¡Suéltalo! – brama cuando ve a Rick sujetando su revolver.
- Me parece que no. – responde este con ironía.
- ¡Escuchad! ¡Se acabó! – grita Jesús interponiéndose ante ambos hombres. - ¡Dejadlo! ¡Ethan era nuestro amigo! ¡Al igual que Thomas! ¡Pero no hay que fingir que eran algo más que unos cobardes que nos atacaron! ¡Ellos provocaron esto! Y esta gente les paró.
Rick sopesa sus palabras durante unos momentos.
- Qué hago ahora. – dice sin más.
- Guarda el arma. – responde Jesús. – Ya ha sido suficiente.
El expolicía guarda su revolver con gesto vacilante y relame sus labios.
- Quiero que sepas que no es tan sencillo como parece. – habla de nuevo. – Así que dame tiempo.
Jesús se aleja de la escena no sin antes darnos un último vistazo a Rick y a mi con nuestro deplorable aspecto, y empezaba a sospechar que quizá nuestra forma de actuar había sido más contraproducente que beneficiosa para nuestro acuerdo.
Que quizá habíamos puesto en peligro nuestro trato.
Y lo que era más evidente, a los habitantes de Hilltop no parecían gustarles nuestras formas de resolver las adversidades, o por lo menos no parecían muy habituados a ver hechos como el de hoy.
Eso me hacía ver lo débiles que eran y lo mucho que podríamos aprovechar esa baza a nuestro favor.
Porque esta gente necesitaba líderes de verdad.
Alguien que hiciera de este sitio un lugar fortalecido y productivo.
La vida en este mundo no era un afable camino plagado de rosas, sino algo duro y cruel que era mejor tener asimilado para que no pudiera contigo.
Estaba seguro de que aquí se encontraba buena gente, pero que estaba mal aprovechada.
Y esa idea había empezado a germinar en mi cabeza.
- El doctor ha podido salvar a Greggory. – dice Jesús llamando la atención de todos nosotros al entrar en la sala donde nos encontrábamos.
Lástima.
- Por cierto, dice que puedes pasarte cuando quieras para coserte el labio. – añade mirándome.
- No importa. – susurro medio sentado en la mesa del despacho, al lado de Rick y flanqueado por Carl, mientras me limpio los restos de sangre propia y ajena con un trapo húmedo que el padre de este me ha cedido. – No es la primera vez que me lo rompen, y te aseguro que no será la última.
Jesús ríe ante mis palabras.
- ¿Cómo se encuentra? – pregunta Michonne sentada desde su silla.
- Dolorido, pero sobrevivirá.
- Y qué pasa ahora. – vuelve a decir.
El hombre coge aire y alza una ceja.
- Estas cosas no suelen pasar aquí, pero... Está arreglado.
Rick se endereza de su inclinación en el escritorio y se acerca Jesús.
- Han dicho algo de Negan. – dice con las manos en los bolsillos. – No es la primera vez que oímos ese nombre en todo el día. – afirma. – Hace un tiempo Daryl y Abraham se encontraron con sus hombres. – explica haciendo referencia al hobby de mi hermano por disparar lanzacohetes a grupos de humanos y hordas de caminantes. Un silencio se hace tras sus palabras y pregunta lo que todos queremos averiguar. – Quién es.
Todos miramos atentamente a Paul Rovia y este suspira antes de hablar.
- Negan es el jefe un grupo al que llama Los Salvadores. – sentencia al fin. – Cuando levantamos el muro... Se pasaron por aquí, se reunieron con Greggory en nombre de su jefe y exigieron cosas, amenazándonos.
Alzo las cejas sorprendidos.
- ¿Y se las distéis sin más? – inquiero impactado.
Los ojos de Paul se clavan en los míos.
- Mataron a uno. – confiesa. – Rori, tenía dieciséis años. Lo mataron a golpes frente a nosotros. Dijeron que así lo entenderíamos de inmediato.
Mi mandíbula se tensa al escuchar semejante brutalidad.
- Greggory no es bueno en los enfrentamientos. No es el líder que yo habría elegido, pero... Él hizo de esto lo que es, y es muy querido. – termina diciendo.
- Hizo un trato. – aclara Maggie.
- La mitad de todo. – responde Jesús. – Suministros, la cosecha, el ganado... Es para Los Salvadores.
- ¿Y qué sacáis a cambio? – pregunta Glenn.
- Que no ataquen el lugar... Y no nos maten.
Me quedo totalmente asombrado ante el temor que parecía tenerles infundido esos Salvadores a la comunidad de Hilltop, puesto que debía de ser mucho como para obedecer ante tales órdenes.
- Por qué no los matáis. – pregunta mi hermano para mi sorpresa, y es que parecía que la opinión de Daryl al respecto de como actuar ante las cosas estaba cambiando a mi favor y al de Rick.
- Os lo he dicho antes, la mayoría de los de aquí no saben pelear. Ni con armas.
- Pero cuántos hombres tiene ese Negan. – pregunta esta vez Rick.
- No lo sabemos, vienen en grupos de veinte. – contesta Jesús.
Abro los ojos cada vez más sorprendido y me cruzo de brazos.
- A ver si lo he entendido... – empiezo a decir. – Se presentan aquí veinte tíos en nombre de un jefe al que ni si quiera habéis visto y que no sabéis ni si su existencia es real... Matan a un crío ¿Y les dais la mitad de todo?
Jesús se queda sin palabras ante mi argumento.
- Esos son todo cuento, seguro que no es para tanto. – añade mi hermano.
- ¿Cómo lo sabes? – dije Jesús de manera irónica.
- Nos cargamos a un grupo sin problemas. – responde Abraham con tranquilidad desde su asiento. – Los dejamos hechos pedazos.
- Les atacaremos. – afirma Daryl, mis cejas se alzan ante la convicción en sus palabras. – Si traemos a vuestro amigo, matamos a Negan y a sus hombres ¿Nos ayudaréis? Alimentos, medicinas... Y una vaca.
Oprimo una carcajada ante eso último.
Jesús mira a Rick para saber su opinión.
- Los enfrentamientos no son algo que nos preocupe. – dice este encogiéndose de hombros. Y entonces me mira a mi. - ¿Qué dices?
Una ladeada sonrisa se forma en mis labios.
- Que tengo muchas ganas de conocer a ese tal Negan. – afirmo enfatizando la palabra "muchas". - ¿Quién salvará de nosotros a Los Salvadores? – inquiero arqueando una ceja, con una ladeada sonrisa.
Rick sonríe.
- No estoy muy seguro de que debas formar parte de esto. – advierte Jesús mirándome.
Frunzo el ceño y todos guardan silencio un tanto sorprendidos.
- ¿Y eso por qué? – pregunto ligeramente molesto.
- En Alexandria te dije que, en este mercado, tú eres un producto muy valioso. – dice. – Si Los Salvadores se enteran de tu existencia... De esa existencia... - añade señalando mi vendaje. – Quizá te exijan como parte de la mitad de vuestras cosas.
- ¿Perdón? – vuelvo a decir con el mismo tono. – No soy un producto.
- Para Negan y sus hombres puede que sí. – sentencia. – Es muy peligroso. Podrían someteros a todos, solo por ti.
Río cínicamente al escucharle.
- No ocurrirá. – sentencio. – Mataremos a Negan antes de que eso tan siquiera pase por su cabeza.
Veo a Jesús hacer una mueca de desacuerdo ante mis palabras, no parecía tener mucha confianza en ellas.
Me dirijo hacia Rick para buscar apoyos que corroboren mis argumentos, pero cuando lo hago, veo al hombre acariciar su barba, señal inequívoca de que se encontraba totalmente absorto en sus pensamientos.
- Jesús tiene razón. – secunda.
Mis ojos perciben a Carl respirar ligeramente tranquilo cuando oye hablar a su padre.
- Si por alguna razón llegan a saber de tu existencia, eso te pondría en peligro. Y no solo a ti. – añade el hombre. – No podemos correr ese riesgo.
Bufo hastiado.
¿Cómo podían obligarme a perderme un evento así?
- ¿Y no sería más lógico que fuera? Estaría más protegido en la boca del lobo, con vosotros. – replico abriendo los brazos, intentando hacer entrar en razón al expolicía. – Creerán que no estamos tan locos como para hacer algo así. La opción sencilla sería esconderme, no enfrentarme al peligro y, por ende, eso es lo que hay que hacer.
- El chico tiene razón. – afirma Abraham. – En el caso de que supieran que hay alguien inmune, si es que eso puede interesarles, jamás pensarían que se encuentra en las trincheras.
- No lo veo una buena idea... - murmura Daryl para sí mismo. – Es demasiado riesgo. También existe la posibilidad de que jamás se enteren de que podemos obtener una cura contigo, y el hecho de que vengas con nosotros, podría ponérselo en bandeja. Sería ofrecer algo valioso que ni siquiera conocían.
Un resoplido por mi parte no se hace esperar.
- Vamos Rick, sabes que tengo razón. – le ruego. – Y os sería útil, eso también lo sabes.
El hombre pinza el puente de su nariz.
- Lo sé, tienes razón. – confirma. Pero antes de que cante victoria, vuelve a hablar. – Pero no quiero arriesgar tanto, esta vez no.
- Podríamos someterlo a votación. – propone Glenn.
Alzo las cejas.
- ¿Es que mi opinión no cuenta? – inquiero.
- Sabes que no. – dice Michonne con una sonrisa.
Pongo los ojos en blanco.
- ¿Y tú qué opinas? – pregunto a Carl cuando me vuelvo hacia él.
El chico alza las cejas.
- ¿Estás seguro de que quieres saber en qué bando me posiciono? – dice en respuesta.
Un profundo suspiro sale de mi a la vez que relajo los hombros totalmente rendido.
- Esperaba algo de apoyo. – le replico.
Carl ríe.
- Siempre estaré del lado que menos te perjudique. – contesta. – Y entiendo tu postura, en parte tiene sentido lo que dices. Pero también lo tiene lo que Daryl ha dicho. – añade. Frunzo el ceño.
- No intentes ganarte su confianza dándole la razón, no cuela. – murmuro cruzándome de brazos. Y en ese momento me siento como un niño pequeño que se deja llevar por una estúpida rabieta.
Carl ríe de nuevo mientras a mis oídos llega un "idiota" por parte de mi hermano hacia mi persona.
- A lo que me refiero es que también está la posibilidad de que te descubran allí si no lo hacen antes. – añade. – Ambas perspectivas son válidas. – dice encogiéndose de hombros. – Pero tampoco saben de la existencia de Alexandria, así que alguien que supuestamente no existe... Estaría más seguro en un lugar que tampoco existe. – sentencia.
Todos nos quedamos sin palabras ante la inteligente respuesta del chico y la sala queda en un completo silencio.
Rick observa a su hijo con una ceja arqueada y un ligero brillo de orgullo en sus ojos.
Y es que esa visión de los hechos no se nos había ocurrido a ninguno de los presentes.
- Creo que está decidido entonces. – dice con firmeza y una ladeada sonrisa mientras pone una mano en el hombro de su hijo.
Escena que me hace sonreír con orgullo.
Jesús se marcha con una sonrisa en sus labios y Rick sale al amplio balcón de la sala seguido por Michonne. Guiado por mi propia necesidad de respirar algo de aire fuera de este ambiente agobiante que seguía a mi alrededor después de haber matado a un habitante de Hilltop, decido salir yo también.
Pero en seguida me doy cuenta de que el hecho de que los vecinos de la comunidad se encuentren quemando ambos cadáveres no ayudaba mucho a clarear mi mente.
- Tienen comida, nosotros no. – escucho decir al padre de Carl a mi izquierda, apoyado en la barandilla del balcón igual que yo. – No tenemos bastante de nada. Excepto valor. – matiza asintiendo. – De eso sí que tenemos. – El hombre da la vuelta sobre sí mismo y se reclina sobre la barandilla donde antes apoyaba sus brazos. – Eso es lo que ofrecemos.
- Esto nos saldrá muy caro. – sentencia Maggie.
Y esa frase hiela mi sangre, puesto que algo en mi interior estaba de acuerdo con las palabras de la chica.
Porque, aunque quisiéramos darle una pizca de humor al asunto, eso no le quitaba la seriedad que este tenía.
Porque lo que se avecinaba, era una guerra.
Por muchos a los que nos enfrentáramos, a pesar de salir siempre airosos, el miedo a fracasar estaba ahí.
A que no sirviera de nada.
A perder lo poco que teníamos.
Incluso nuestras vidas.
Pero si algo habíamos puesto a prueba con el tiempo, es que, si no arriesgas, no ganas.
Y que, para ganar, primero hay que perder algunas cosas.
Mis pensamientos quedan interrumpidos por la aparición de Jesús.
- Se ha levantado, y quiere hablar. – dice. Pero para mi sorpresa y la de todos, cuando Rick se encamina hacia el hombre, este alza su mano deteniéndole. – Con Maggie. – aclara. – Quiere hablar con Maggie.
Unos segundos de silencio sirven para que Maggie mire a Jesús ligeramente sorprendida.
- Adelante. – la anima Glenn. Los ojos de la chica vuelan a Rick.
Y este se aproxima a ella y pone una mano en su hombro.
- Deanna no se equivocaba. – afirma con contundencia.
La chica asiente, visiblemente más fortalecida, y echa a andar en compañía de Jesús.
Tras ellos, Michonne y Glenn deciden adentrarse en el interior de la sala donde se encontraban todos los demás.
Sonrío cruzándome de brazos al apoyarme en la barandilla, viendo a Rick acercarse a mi, colocándose igual que yo.
- Maggie será un buen remplazo de Greggory. – digo.
Los labios de Rick se curvan en una sonrisa.
- Hará de este sitio un buen lugar. – sentencia, confirmándome que piensa justo lo que yo creía.
Una mordaz sonrisa cruza mi rostro.
Rick Grimes ya había empezado a mover piezas en el tablero.
Relajo mi espalda en uno de los asientos de la caravana cuando ya todos nos encontramos en ella, acompañados de unas cuantas cajas y cestas de comida, y también por una cara nueva al lado de Jesús, el hombre que ayudaría a nuestro grupo a adentrarse en las entrañas de Los Salvadores.
Y es que su simple nombre, ponía mi piel de gallina involuntariamente.
Pero estaba seguro de que eso no era más que otra cosa que formaba parte de esas ínfulas y aires de grandeza que tenían, como excusa para temerles.
Veo a Glenn y Maggie observar con admiración la ecografía que Harlan les había dado, y una sonrisa brota de mis labios cuando dicha imagen llega hasta mis manos.
Me enternecía saber que la pareja tendría un hijo.
Era como observar el futuro en mis manos, nuestro futuro.
Esto aseguraba la esperanza.
La esperanza de que la prosperidad estaba cerca de nosotros, cada vez más.
Observo a Carl y le cedo la imagen, viéndole sonreír con cariño.
Y me sorprendo a mi mismo preguntándome si algún día llegaría a tener mi propia familia.
Y viendo a Carl, la respuesta estaba clara.
Si era a su lado, apostaba mi vida a que sí.
Y es que la idea de vernos en un futuro, ambos adultos y con un legado del que disfrutar de nuestros avances.
De nuestra familia.
Era una fuerte motivación para lograrlo.
Cuando la caravana llega hasta Alexandria, Rick decide poner en sobre aviso a Aaron y Sasha, quienes son los primeros en recibirnos, para que reúnan a toda la comunidad en la iglesia dentro de una hora.
La preocupación en el rostro de Carol no duda en aparecer cuando el expolicía afirma que tendremos que pelear.
Y en parte no era para menos.
Si era cierto que Los Salvadores aparecían de veinte en veinte, eso significaba que tenían bastantes hombres, y si Negan existía, estaba claro que al ser el líder no querría mancharse las manos a menos que fuera estrictamente necesario. Así que la idea principal era minar sus fuerzas, desmoronarles, y entonces ver el castillo de naipes caer por sí mismo.
Negan era el último punto que eliminar, primero interesaba hacer que su inventario de secuaces escaseara, una vez en igualdad de condiciones, ya veríamos por qué camino tirar.
Ahora, con parte de Alexandria reunida en la iglesia, la figura de Rick Grimes se alzaba imponente sobre el altar. La posición de su silueta, inconsciente o no, quedaba enmarcada por los rayos de sol iluminados al entrar por el rosetón que coronaba la pared tras él, dándole un aire solemne.
Casi bíblico.
A su derecha en el altar, me encuentro de brazos cruzados observando a los vecinos sentados en los bancos de la iglesia, entre quienes se incluían todo nuestro grupo, mirando expectantes al hombre a mi lado, quien habla sin que la voz le tiemble un ápice.
- Podemos comerciar con ellos. – dice refiriéndose a los habitantes de Hilltop. – Maggie llegó a un acuerdo. Nos darán comida. Huevos, mantequilla, verduras frescas... - continúa diciendo. – Pero no nos la darán gratis. Esos Salvadores... - el desprecio tiñe sus palabras en cuestión de segundos. – Casi matan a Sasha, Daryl y Abraham hace no mucho, y antes o después nos encontrarían. Igual que esos lobos. Igual que Jesús. Y matarían a uno de nosotros, o varios sin más. Y luego querrían dominarnos. Intentaríamos impedirlo. – añade. – Pero para entonces... Sin apenas comida, en una guerra así... Podríamos perder. Esta es la única forma de estar seguros, o lo más seguros posible. De vencerles. Y tenemos que vencerles. – aclara con contundencia. – Si ayudamos a esa gente, conservaremos este pueblo, tendremos comida para todos. – explica. – Pero tenemos que decidir en grupo. Si alguien no lo ve así... Que se levante y dé sus razones.
Tras unos segundos de silencio, nuestros vecinos empiezan a mirarse entre ellos sin saber muy bien qué decir, puesto que, ciertamente, la idea de Rick era la única que por desgracia tenía cabida en una situación como esta.
Pero entonces alguien se levanta.
Morgan.
- ¿Seguro que podemos? – inquiere ganándose todas las miradas presentes. – Ganar, digo.
Rick le observa de la misma forma que lo hago yo, sopesando las palabras del hombre durante pocos segundos.
- Con lo que hemos hecho ya... Lo que sabemos, lo que somos. Todos. Sí, estoy seguro. – responde convencido el padre de Carl.
Y realmente parecía creer en sus palabras.
Y es qué tenía razón. Habíamos podido con todo a lo que nos enfrentábamos. Habíamos podido con demasiadas cosas a nuestras espaldas.
Demasiado peso.
Demasiada lucha.
Demasiado camino.
Y demasiada muerte.
Esto no era más que otro bache en nuestro camino que no teníamos otra alternativa que arrancar de él para seguir avanzando.
Porque si habíamos podido con el Gobernador, con los pirados de la Terminal e incluso con algunos de los propios habitantes de esta comunidad... ¿Por qué no íbamos a poder con Negan y sus Salvadores?
Yo digo sí.
- Entonces solo debemos decírselo. – sugiere Morgan.
- Ellos no hacen concesiones. – responde Rick.
- No sería una concesión. Solo una opción. Una salida. Para no tener que pelear. – aclara.
Niego con la cabeza.
- No creo que podamos razonar con gente que llegó a una comunidad y mató a un chico de dieciséis años para exigir la mitad de todo. – digo hablando por primera vez, mirando a Morgan. – La gente así no te deja opciones. A quién no sabe vivir en sociedad hay que apartarlo, todos los aquí presentes lo hemos vivido. Esto no deja de ser lo mismo, pero a mayor escala.
Un breve silencio inunda la sala.
- Áyax tiene razón. – apoya Rick con su mano izquierda en la cadera. – Si hablamos con ellos no conseguiríamos nada. Con gente así no se puede hablar. Si hablamos con Los Salvadores renunciaremos a nuestra ventaja: la sorpresa. – añade el hombre. Y tenía razón. El hecho de que ellos no supieran de nuestra existencia nos aventajaba en gran medida, y a su vez eso inclinaba la balanza hacia nuestra victoria. – No, tenemos que ir a por ellos antes de que vengan aquí. – sentencia. – No podemos dejarles con vida.
- Donde hay vida, siempre hay esperanza. – replica Morgan desde su posición en los bancos finales de la iglesia.
- La de que ellos nos ataquen. – contraataca Rick.
- Pero hay más opciones. Ninguno está atrapado aquí.
El expolicía suspira.
- Morgan... Esos siempre vuelven.
- También vuelven muertos. – contesta el hombre.
- Pues los pararemos. Lo hemos hecho antes. – añade el padre de Carl.
- No hablo de los caminantes.
Y el significado de su frase penetra en las mentes de todos nosotros.
- No hay guerra sin muertos, eso, por desgracia, ya lo sabemos. – le digo con pesar. – Nos hemos jugado la vida en infinidad de ocasiones, y estoy seguro de que esta no será la última. O puede que para algunos de nosotros sí. – recalco. – Pero si tengo que elegir, prefiero morir luchando, asegurando una tranquilidad a quienes me rodean, que no vivir sometido por un tirano más.
Rick me mira cuando termino de hablar y asiente ante mis palabras, era más que evidente que él pensaba lo mismo.
Y estaba seguro de que no solo él, si no que muchos de los aquí presentes opinaban de igual manera.
La vista del hombre en el centro del altar vuelve al frente.
- Morgan quiere hablar con ellos. – dice mirando a sus convecinos. – Yo creo que eso sería un error, pero no depende de mi. Hablaré con la gente que sigue en sus casas y con los que están de guardia, pero quién más quiere que vayamos a ver a esos Salvadores y hablemos con ellos.
- Lo que pasó aquí. – dice Aaron poniéndose en pie casi al momento en el que Rick acaba su frase. – No puede volver a ocurrir. – sentencia. – Yo no.
Morgan asiente con tristeza ante las palabras de un hombre cabal como Aaron, de quien seguramente se esperaba una opinión contraria a la que ha expuesto.
- Entonces decidido. – vuelve hablar Rick después de unos segundos. – Todos sabemos cómo es esto. Si lo afrontamos de cara, viviremos. – añade. – Hay que matarlos. – sentencia con rotundidad. – No hace falta que vayamos todos. – dice antes de darme un rápido vistazo.
Si, me ha quedado claro, yo no voy.
- Pero, los que se queden aquí... Tienen que aceptarlo. – sisea mientras camina hacia la salida, dedicándole una severa mirada a Morgan.
Mirada que no pasa desapercibida por ninguno de los presentes.
No puedo evitar que mi corazón se acelere cuando veo en la lejanía, apoyado en la ventana de mi habitación, la puerta de Alexandria ya cerrada, por donde minutos atrás la caravana acaba de cruzar, alejándose cada vez más y más de nosotros.
Con todo nuestro grupo en el interior.
A la caza de Negan y sus Salvadores.
Trago saliva.
Y con ella intento llevarme todos los ligeros temblores de mi cuerpo.
Una pequeña corriente me recorre cuando Carl pasa sus brazos por mi cintura y me abraza por la espalda, colocando su barbilla en mi hombro.
- Todo irá bien. – musita con una pequeña sonrisa.
Y en el fondo deseaba creerle.
Asiento.
- Mientras tanto no defraudemos a tu padre, nos ha dejado al mando de la comunidad, y eso haremos. – sentencio más para mi mismo que hacia él.
Ese hecho nos beneficiaba a ambos, pues mantendremos la cabeza ocupada en otros menesteres que no afectarán a nuestra salud mental mientras nuestra familia esté fuera.
Sobre todo, porque odiaba quedarme al margen de esto, sabiendo que mi ayuda era necesaria.
Y eso me hacía sentir un completo inútil.
Era la primera vez que me apartaban de la batalla, y sentía la energía recorrerme de los pies a la cabeza, deseando salir.
Paso mis manos por mi cara en un gesto de absoluta frustración.
- Esto es una prueba de fuego para nosotros. – dice, observando las casas que nos rodean, unos centímetros tras de mi. – No todo es saber pelear. También necesitamos saber como liderar un sitio, quien sabe si algún día tendremos que hacerlo.
Una sonrisa ladeada estira mis labios.
- Suerte que eso se te da mejor a ti. Lo mío es más la fuerza bruta. – respondo mirándole.
Él ríe.
- Bueno, uno compensa lo que al otro le falta. – matiza colocando su dedo índice bajo mi barbilla, alzando mi cabeza, obligándome a girarme hacia él. – Somos tal para cual ¿No?
Sonrío.
- Por supuesto. – susurro cerca de sus labios.
Y así era la forma en la que Carl Grimes borraba de un plumazo todas y cada una de mis preocupaciones.
Sus labios contra los míos era la mejor de las medicinas. Apostaría mi vida a que podían curar cualquier mal en mi.
Y la temperatura sube en una fracción de segundo.
Su mano derecha se pierde en mi pelo, aferrando un puñado de él, y profundiza el beso cuando nuestras lenguas se acarician de una forma ya conocida para ambos.
Un gemido de placer escapa de Carl cuando mis manos intentan abrir con total desespero el cierre de sus pantalones.
- Te veo ansioso. – gruñe contra mi boca, para después pasar sensualmente su lengua por mis labios, terminando por morderme el inferior. Un jadeo sale de mi cuando su otra mano se cuela en el interior de mis vaqueros y acaricia mi más que notable erección por encima de mi ropa interior. – Muy ansioso. – corrige.
El rubor en mis mejillas se extiende por toda mi cara, igual que el calor en mi cuerpo, al saberme tan expuesto.
- Puto niñato. – rujo casi sin despegar su boca de la mía, empujándole sobre la cama y cayendo a horcajadas sobre él.
Con una rodilla a cada lado de su cadera, empiezo a desabotonarme con lentitud todos y cada uno de los botones de la camisa a cuadros y sin mangas, esa que siempre llevo.
Y su mirada... Su mirada no se pierde ni un solo segundo de la visión que debo ofrecerle.
Le veo apoyado sobre sus codos, respirando ligeramente agitado, observando cada parte de mi.
- Jodido imbécil... - susurra con la voz teñida en deseo, clavando su única pupila en mi torso.
Como si yo fuera la mayor de las bellezas jamás contempladas por él.
Y en ese momento.
Es justo en ese momento en el que, con mis rodillas aprisionando sus caderas.
Sintiendo su abultada entrepierna contra la mía.
Y con la camisa abierta.
Es en ese momento cuando me siento increíblemente poderoso.
Pero es cuando me intento quitar la camisa, que sus palabras me detienen, causando el detonante de mi lujuria.
- No. – gruñe. – No te la quites. – sisea con una lobuna sonrisa.
Suficiente.
Me lanzo a besarle como si fuera mi única misión en la vida.
Y nuestros labios se devoran con una completa pasión que jamás llegué a imaginar.
Antes de que me de cuenta, Carl me hace rodar sobre la cama y se coloca sobre mi y se quita su propia camiseta, arrojándola a un lado.
– Te dije que iba a demostrarte cuánto me gusta esa camisa. Y pienso hacerlo. – susurra en mi oído antes de morder el lóbulo de mi oreja.
Muerdo mis labios intentando reprimir un gemido.
Y digo intentando, porque dejo de conseguirlo cuando sus labios se pasean libremente por mi cuello, bajando por mi clavícula y recreándose ligeramente en mi pecho. Deposita besos en todos y cada uno de mis abdominales con absoluta devoción, alzando su mirada, y juraría que jamás había visto el azul de su iris tan oscuro.
Me tiene completamente a su merced, y él lo sabe.
Mi cordura se pierde y pongo los ojos en blanco cuando sus manos retienen el elástico de mis bóxer y deja un suave y húmedo beso sobre la tela que esconde a mi abultado miembro.
Pero cuando Carl está a punto de liberarme de la presión que mi ropa interior me provoca, alguien aporrea la puerta de nuestra casa.
Y una mierda.
- ¡Tiene que ser una puta broma! – gruño dándole un puñetazo al colchón. – Una. Jodida. Broma. – siseo. Miro al chico entre mis piernas. - ¿No pensarás abrir?
Vuelven a llamar a la puerta.
- ¡Sé que estáis ahí! – grita Mike en la lejanía tras la madera.
Me dejo caer en la cama con enfado.
- Finjamos no estar. – ruego hablando en voz baja.
El chico ríe.
- ¿Dónde ha quedado lo de no defraudar a mi padre? – inquiere acercándose a mi.
- Oh, créeme, estábamos a punto de defraudarle. – susurro cerca de sus labios.
El chico se carcajea antes de ponerse en pie.
- Podría ser importante. – dice colocándose de nuevo su camiseta de manga larga.
- Más vale que lo sea. – gruño incorporándome mientras me recoloco el pantalón al igual que veo hacer a Carl.
- No te enfades. – murmura antes de acercarse a mi y colocar una mano en mi cintura. – Te prometo que seguiremos. – añade antes de besarme. Y casi sin ser consciente de mis actos, escondo mi mano en su pelo y profundizo el beso, sintiendo como Carl gime en mis labios.
- Por Dios ¡Dejad el sexo para luego! – grita Mike de nuevo.
Una risa emana de Carl mientras mira hacia el dueño de esa voz.
- Ese chico me cae muy bien y es nuestro mejor amigo, pero juro por Dios que algún día le daré un puñetazo. – digo separándome del hijo de Rick.
Este vuelve a reír.
- Has creado en él un clon tuyo, por fin has recogido lo que tanto te has esforzado en sembrar. – dice Carl sonriendo mientras sale de la habitación conmigo tras sus pasos. – Y ahora vamos antes de que Mike grite más intimidades.
En parte tenía razón.
Alzo las manos en señal de rendición antes de bajar las escaleras.
Y es que nada quedaba ya del ingenuo Mickey desde que se cargó a aquel tío para salvarnos la vida. Este había sido reemplazado por un joven fuerte y valiente de un humor peculiarmente parecido al mío. Así que me tocaba lidiar con alguien similar a mi.
Ahora entendía lo que el resto del grupo debía aguantar.
- Dame una muy buena razón para no matarte aquí y ahora, Michael. – gruño cuando abro la puerta.
Veo a Carl estampar su mano derecha contra su cara.
- ¡Al fin! – dice el chico alzando las manos y la vista hacia el cielo dramáticamente. Pero cuando sus ojos vuelven a mi enarca una ceja. – Veo que interrumpo algo. – añade con una ladeada sonrisa mientras mira mi abierta camisa.
- Que te jodan. – gruño mientras le muestro cariñosamente el dedo de en medio de mi mano derecha.
El chico alza ambas cejas.
- Parece que era a ti a quien estaban a punto de joder.
La carcajada de Carl no se hace esperar cuando ve como mi boca se abre de par en par ante la respuesta del ya no tan inocente Mickey.
- Un respeto a tus mayores, capullo. – respondo intentando oprimir una avergonzada sonrisa mientras salgo al porche de la casa.
- Ciérrate la camisa y después me hablas, no a todos los aquí presentes nos gusta verte semidesnudo. – contraataca apoyándose en la barandilla mientras veo a Carl apoyarse en el marco de la puerta con absoluta tranquilidad.
Este chico era completamente camaleónico.
- Que patada en la boca... - murmuro mientras me giro ligeramente para abotonarme la camisa.
El chico se carcajea a mis espaldas.
- ¿Ocurre algo, Mike? – inquiere Carl enarcando su única ceja visible.
- Si, no creo que hayas venido hasta aquí solo para darnos por el culo. – respondo cuando me cruzo de brazos y me apoyo en la barandilla del porche igual que Mike. – Y ahórrate el chiste si quieres conservar tus dientes. – le amenazo antes de que hable cuando le veo abrir la boca mientras le señalo con el dedo índice.
El chico ríe.
- Creo que se avecina vuestro primer problema, líderes de Alexandria. Primeros problemas, más bien. – corrige. Carl y yo nos miramos ligeramente extrañados.
- Qué pasa. – digo intentando que suene a una pregunta y no a una orden.
Mike me mira.
- Algunos vecinos no parecen del todo contentos con la idea de que os quedéis al mando. – responde. Arqueo una ceja. – Otros se quejan de todo lo que necesitan.
- Pero, a ver si lo adivino, no hacen ni el más mínimo esfuerzo por conseguirlo. – añado.
- Áyax. – dice Carl a modo de reproche.
- ¿Acaso he dicho alguna mentira? – pregunto retóricamente. – Los tres, junto con el resto del grupo, hacemos más que nadie por esta comunidad.
- Eso es ligeramente cierto. – secunda Mike mientras rasca su nuca y mira a Carl.
- Todos aquí aportan con lo que pueden. – dice este último. – Calmemos las aguas y veamos lo que podemos hacer con lo que demandan algunos.
- Está bien. – respondo alzando las manos.
Y sin mediar palabra, los tres nos dirigimos hacia la iglesia donde usualmente hacíamos las reuniones grupales y de la comunidad, tal y como había pasado con la proposición de Rick respecto a Los Salvadores.
Los murmullos entre los vecinos no se hacen esperar cuando nos ven aparecer por la puerta de la iglesia.
Sigo a Carl hasta el altar de igual manera que Mike, dejando que el hijo de Rick se coloque en el centro, conmigo a su izquierda y con nuestro amigo a su derecha.
El silencio se hace presente tras unos segundos.
- ¿Y bien? – inquiere Carl abriendo los brazos. El silencio vuelve a reinar en la iglesia. – Ha llegado a nuestros oídos que estáis en desacuerdo con la elección de mi padre. Bien, aquí nos tenéis. – dice señalándonos a ambos. – Ya podéis decírnoslo a la cara.
Miro a Carl de reojo ante el incómodo silencio que acaba de generar.
No sé si esto era precisamente calmar las aguas.
De nuevo, silencio.
- No... No es que estemos en desacuerdo... Tan solo... Nos preguntamos por qué a vosotros dos. – titubea uno de los vecinos.
- ¿Ahora nuestro amigo Michael se equivoca? – dice el chico fingiendo sorpresa.
- No... No... - vuelve a tartamudear el hombre.
- Señora Evans ¿Usted cree que su hijo nos miente? – pregunta Carl a la madre del chico, la cual se encontraba sentada en primera fila.
- Creo muchas cosas en esta vida, pero no tengo a mi hijo por embustero. – sentencia la mujer mirando con desprecio a algunos de sus convecinos. – Ni tampoco cuestiono las directrices de tu padre. – dice dirigiendo de nuevo la mirada a Carl. – Si Rick cree que poneros a Áyax y a ti al mando es lo mejor para la comunidad, es probable que tenga razón. Tal y como ha venido pasando hasta ahora.
Carl vuelve a abrir los brazos.
- ¿Alguien más opina lo mismo que la señora Evans? – dice mirando hacia la gente de Alexandria.
Tras unos segundos y de manera tímida, algunas manos se van alzando hasta alcanzar una mayoría.
- ¿Entonces quienes son los que opinan lo contrario? – inquiere de nuevo, pero esta vez de manera más conciliadora. – No se señalará a nadie por una opinión, todos tenemos las nuestras. Tan solo queremos saber si está en nuestra mano hacer lo posible para demostrar si merecemos estar al mando.
Y como era de esperar, el padre de Tyler y unos cuantos hombres más, evidentemente animados por el primero, alzan su mano.
Carl y yo nos miramos.
De tal palo, tal astilla.
- Adelante. – dice Carl cediéndole al hombre la palabra.
- ¿Por qué tenéis que ser vosotros dos los que nos lideréis hasta que Rick vuelva? Pase que él lo haga, aunque ni siquiera sea santo de mi devoción. ¿Pero por qué no permite que se someta a votación quien llevará la comunidad en su ausencia? Nos impone vuestro mandato, y si no nos gusta, hemos de aguantarnos.
Un pequeño murmullo empieza alzarse por encima del silencio, demostrando que algunas personas comienzan a opinar igual que el padre Tyler.
- Y nos hacen falta algunos de los suministros que han traído ¿Por qué no se reparten? – inquiere otra voz en el fondo.
- Además, el invierno está apunto de llegar y apenas nos queda ropa y mantas con las que subsistir.
De nuevo, el murmullo parecía ir creciendo.
Carl y yo volvemos a mirarnos.
Parece que la valentía de uno despertaba la del resto.
- Calma, por favor. – dice Morgan desde los primeros bancos. – Si todos hablamos a la vez será imposible trasladar nuestras peticiones a Carl y Áyax.
El hombre nos mira y asiento en agradecimiento por su apoyo.
Veo a Carl coger aire y observar a toda la gente en la iglesia.
- En primer lugar, enviaremos a Olivia a hacer un inventario de los suministros que quedan en cada una de las casas para repartir de manera equitativa lo que se necesite, y así asegurar un abastecimiento suficiente para todos. – empieza a decir. Y durante unos segundos, la viva imagen de su padre parece que hable por su boca. – Tan solo se cubrirán las necesidades básicas, el resto se guardará para asegurarnos comida para el ya mencionado invierno. – añade. – Áyax y yo pensaremos que hacer respecto a ello, y cuando decidamos algo os lo haremos saber. Entendemos que todos los aquí presentes tenéis necesidades, pero nos estamos encargando de ellas. – continúa con solemnidad. – Disculpe. – dice mirando al padre de Tyler. - ¿Por qué no presenta esas quejas a mi padre? – inquiere con cinismo. – Oh, si, cierto, porque se encuentra jugándose la vida por todos nosotros. Él, y parte de Alexandria están ahora mismo enfrascados en una misión que nos puede hacer ganar seguridad, comida, y, sobre todo, mucha prosperidad para Alexandria, que es lo que a todos debería preocuparnos. Es muy sencillo y cómodo quejarse tras unos muros, pero nosotros hemos estado ahí fuera. Sabemos el tipo de personas que hay. Los peligros, el hambre y la muerte. Son las tres cosas que más se aprenden estando ahí fuera. Con las que más se conviven. – dice añadiendo contundencia a cada frase que menciona. – Y son de ellas de las que nos tratan de alejar, para que ninguno de vosotros tengáis que volver a sentirlas alguna vez. Para poder construir algo de esta comunidad. De estas comunidades. – corrige. – Porque este puede ser el comienzo de algo muy importante. De una nueva vida. – dice. - De un nuevo mundo.
El chico me dedica una fugaz mirada y una rápida sonrisa, y mi corazón late con fuerza contra mis costillas al oír esas palabras.
Al dejarme claro que las recuerda.
- Así que... - continúa diciendo. – Cada vez que podáis volver a abrazar a vuestros seres queridos, cada vez que os llevéis algo de comida a la boca, cada vez que podáis cerrar los ojos por la noche con total seguridad... Dad las gracias a las decisiones de mi padre. – sentencia.
Un silencio sepulcral y absoluto es lo que baña la iglesia en este instante.
Y así es como se le cierra la boca a alguien.
- Y ahora, quién no tenga nada más que decir, puede abandonar la iglesia. Si alguien tiene alguna petición o queja personal, puede acercarse sin problema, haremos lo que esté en nuestra mano. – termina diciendo.
Poco a poco, las gentes de Alexandria van abandonando el lugar mientras que algunos se acercan a Carl para hablar con él.
Yo me quedo clavado en mi sitio, casi sin caber de orgullo en mi, al ver a semejante líder frente a mis ojos.
Y es que si alguien sería un gran líder en el futuro, ese era Carl Grimes.
- Está bien, gran jefe al mando. – digo mientras dejo la mochila deportiva con algo de ropa y alimentos en el maletero del coche. Carl ríe ante mis palabras. – Si este es tu gran plan, adelante. – añado.
- No sé yo si es una gran idea que deleguéis el poder que ya se os ha sido delegado. – dice Mike arqueando una ceja.
- Lo harás bien. – responde Carl poniendo su mano derecha sobre el hombro del chico.
- Y si vuelven. Qué les decimos. – inquiere Morgan negando con la cabeza, con ambas manos posadas en su palo del que siempre se valía en el aikido.
Miro a Carl.
- Volveremos antes que ellos. – digo. – Tan solo estaremos a unos kilómetros de aquí. Es de las pocas ciudades cercanas que nos quedan por explorar. No nos detendremos por tonterías, la ropa de abrigo será nuestra prioridad, no es nada del otro mundo. Y tan solo será un día.
Morgan desvía la mirada no muy convencido.
- Muchas cosas pueden pasar en un día. – dice volviendo a mirarme.
Suspiro.
- Intentemos que por una vez no sea así. – murmuro. – Tu y Mike os quedáis el mando. Sois las únicas personas en las que confiamos en este lugar. Sabréis hacerlo sin problema.
- Si ya está decidido, dudo que podamos hacer algo al respecto. – añade Mike con las manos en su cintura. – Procurad tener cuidado.
- Eso siempre. – responde Carl antes de chocar su mano con el chico y darle un semi abrazo.
Me despido de Morgan dándole la mano con una sincera sonrisa, pues en el poco tiempo que había podido conocerle, además de haber aprendido algo de su aikido, había descubierto una gran bondad en él.
Y de igual manera que Carl se ha despedido de Mike, lo hago yo también.
- Tened cuidado. – les digo a ambos desde la puerta del piloto.
- Tenedlo vosotros. – dice Mike con verdadera preocupación. – No quiero tener que ser el portador de malas noticias a Rick y Daryl. Porque por vuestra culpa cortarán mi cabeza y la clavarán en una pica.
Ja, que premonitorio.
Carl sonríe.
- Eso no pasará, tranquilo. – contesta Carl antes de despedirse con la mano y adentrarse en el asiento del piloto.
Me despido de ambos con un saludo militar a modo de broma y puedo entrever una pequeña sonrisa en los labios de Morgan.
Arranco el coche y veo como me abren la valla principal de Alexandria para permitirme el paso.
- ¡Y usad preservativos! – grita Mike a medida que salimos de la comunidad.
De mi garganta sale una profunda carcajada.
- Mira lo que le has hecho. – dice Carl riendo.
Y desde luego, este chico no tenía remedio alguno.
El camino se hace largo pero tranquilo. Las horas pasan sin prisa alguna mientras que los cálidos rayos de sol crean un bonito y calmado paisaje a nuestro alrededor a la vez que recorremos las desoladas carreteras comarcales.
De reojo, veo a Carl observar el mapa que tiene en sus piernas, las cuales están estiradas con los pies apoyados en el salpicadero y su sombrero al lado de estos, mientras parte un trozo de la chocolatina que come y me lo ofrece.
Separo la mano derecha que descanso en el cambio de marchas para coger el pedazo que me extiende y llevármelo a la boca.
Estiro mi cuello para despertar mis adormecidos músculos debido a las largas horas de conducción que ya llevamos.
- ¿Estás bien? – inquiere el chico a mi lado, levantando su vista del mapa. – Si necesitas parar para que cambiemos solo dilo.
Sonrío ante su preocupación por mi bienestar.
- Tranquilo, no queda mucho, puedo aguantar. – respondo volviendo mi vista al frente. – Además, la vuelta la harás tú, así que has de estar descansado. – el chico sonríe ante mi respuesta. - ¿Algo interesante en ese mapa?
Carl niega con la cabeza.
- No mucho. – responde. – Ya hemos explorado las ciudades cercanas, va siendo hora de que las expediciones sean más largas y lejanas.
- Bueno, si el acuerdo con Hilltop sale bien, no siempre deberemos depender de lo que encontremos. – añado a sus cavilaciones.
El chico asiente.
- Estás en lo cierto. – dice. – Pero quién sabe si habrá por ahí más comunidades como las nuestras. Deberíamos averiguarlo, las posibilidades de comerciar serían aún más amplias.
Arqueo las cejas.
- Quieto ahí, pequeño conquistador. – digo con una sonrisa. Carl ríe. – Vayamos poco a poco. Te has tomado en serio lo del nuevo mundo ¿Eh?
Le veo sonreír.
- Es que tenías razón. – reconoce. Recibo un pequeño golpe en el brazo derecho cuando digo un egocéntrico "gracias". – Esa posibilidad es cada vez más real.
Asiento.
- Es con lo que siempre soñé desde que os encontré. – confieso. – Tengo la firmeza de que nuestro grupo es el idóneo para sentar las bases de un nuevo mundo. – sentencio. - Todos somos diferentes los unos a los otros y aún así somos lo más parecido a una familia que he tenido jamás. Creo que eso es una buena prueba de lo que digo.
Carl me mira, y esta vez es él quien asiente.
Con una gran sonrisa en sus labios.
- ¿Crees que hemos hecho bien en irnos? – inquiero un tanto inseguro y cambiando de tema radicalmente.
El chico cambia su sonrisa por un suspiro.
- Puede que no sea una gran idea, pero es lo mejor. – dice. – Cuando mi padre vuelva, todos le irían con las quejas que nos han transmitido, y creo que ha de tener la cabeza en otras direcciones. Y cuando la guerra que parece estar gestándose se desate... Dudo que tengamos fuerzas o ganas de ir a por lo que necesitamos. – añade doblando el mapa. – Así que es mejor quitarnos ya ese peso de encima. – termina diciendo mientras baja sus pies de nuevo al suelo para guardar el mapa en la guantera.
Ahora era yo quien suspiraba.
- Tienes razón. – musito aún inconsciente de que lo que se avecinaba era una guerra.
Mi desazón se esfuma cuando a lo lejos veo el pequeño pueblo formándose ante nuestros ojos.
El chico sonríe.
- Creo que ya hemos llegado.
Coloco la espada en mi espalda mientras veo a Carl colocar su arma en su funda de la pierna para después cargarse la bolsa deportiva en el hombro.
- Este sitio es bastante más grande de lo que esperaba. – reconoce mirando a su alrededor.
- Además de alejado. Eso hace que tenga más probabilidades de estar en perfectas condiciones. – respondo. Mis ojos se vuelven hacia el coche. – Lo dejaremos aquí para evitar ruidos innecesarios. ¿Listo? – pregunto mirándole.
Carl se coloca su sombrero y me mira.
- Más que nunca. – responde con una sonrisa. La cual tarda poco en contagiarse en mi también.
A paso decidido, nos adentramos con cautela en el interior del pueblo, y pronto averiguamos que mis cavilaciones eran ciertas, puesto que no todo parecía haber sido saqueado.
- Deberíamos buscar un lugar en el que pasar la noche, aún quedan un par de horas de luz. – dice el chico cuando su ojo sano se posa en las casas del segundo barrio que recorremos.
- ¿Aquello es un supermercado? – digo entrecerrando los ojos para observar el pequeño edificio a unos metros de nosotros.
- Eso parece. – responde él. – Dejemos las cosas aquí y vayamos a explorarlo. – añade señalando con la cabeza la casa a nuestra derecha.
El chico golpea un par de veces la pared del interior de la casa y después esperamos unos segundos en silencio.
Y nada aparece.
- ¿No te parece que todo está perturbadoramente tranquilo? – digo un tanto escéptico por esta extraña racha de buena suerte.
Y es que no estaba acostumbrado a que todo fuera bien, o por lo menos eso había aprendido estos últimos años.
Pero entonces, un grito femenino llega a nuestros oídos.
- ¿Siempre tienes que hablar antes de tiempo? – inquiere el chico alzando la ceja. – Vamos. – dice antes de echar a andar.
Pero le agarro por el brazo, deteniéndole.
- Y si es una trampa. – siseo.
- Y si es alguien en apuros. – contraataca él mirándome fijamente.
Jamás podría negarle nada al gran corazón de Carl.
Pongo los ojos en blanco y tenso la mandíbula para después salir corriendo tras sus pasos en busca de la voz.
Pero cuando llegamos hacia el lugar de donde procede, un par de calles más adelante, y doblamos la esquina de la calle, nuestros pies se detienen en seco.
Y nuestro corazón se acelera como si no hubiera un mañana.
Un sudor frío recorre mi sien al ver la descomunal horda de caminantes que se dirige hacia nosotros lenta, pero inexorablemente.
Encabezada por la mujer de la que proviene la voz.
- ¡Corred! – grita esta totalmente asustada.
Y cuando llega a nosotros, mis ojos se mueven frenéticamente buscando un lugar en el que escondernos.
- Al supermercado ¡Vamos! – exclamo. Carl asiente y tira de la chica mientras echa a correr conmigo tras sus pasos.
Nos adentramos en el interior del edificio y trabamos la puerta principal con una enorme estantería, con la horda a escasos metros de nosotros.
Me faltarían dedos en las manos para contar la cantidad de veces en las que casi muero en una expedición.
- Ves... A una horda de caminantes... ¿¡Y lo único que se te ocurre es gritar!? – bramo en dirección a la chica, apoyando mis brazos en la pesada estantería, respirando aceleradamente.
Los escalofriantes gruñidos no se hacen de rogar, acompañados de la macabra sinfonía de golpes aporreando las ya selladas ventanas que los anteriores dueños debieron asegurar.
Pero lo que más eriza mi piel, es ver las sombras de esos seres a través de las filtraciones de las tapiadas ventanas, como rodean el pequeño lugar en el que nos encontramos.
Sentenciando nuestro sino.
Estábamos atrapados.
Vuelvo a tensar la mandíbula.
- Genial. Vamos a morir aquí. – gruño mirando a la asustada mujer.
- Áyax. – me regaña Carl dejando la bolsa en el suelo. – Creo que ya está bastante aterrada.
- Me importa una mierda como esté. – respondo. – Este no era nuestro plan y ahora se ha ido todo al traste.
- Daremos con una solución, y lo sabes. – sisea con su cara a escasos centímetros de la mía. – Ahora compórtate.
Bufo con enfado.
- Ni siquiera sabemos si es de fiar. – digo.
- Eso es lo que tenemos que descubrir. – sentencia antes de dirigir su mirada a la chica. - ¿Estás bien? ¿Te han mordido?
- No... No... - titubea la chica. – Yo... Lo siento, de verás que lo siento. Solo... Estaba asustada y no sabía qué hacer. – dice con sus ojos llenos de lágrimas.
- Tranquila. – dice Carl acercándose con cautela. - ¿Puedo comprobar si llevas algún tipo de arma?
La mujer se pega a la pared tras ella, visiblemente atemorizada.
- ¿Qué me vais a hacer? – susurra.
Río.
- Cielo, créeme que siendo pareja eso es en lo último que pensamos. – sentencio observando el lugar, asegurándome de que no se haya adentrado ningún caminante perdido, y que todo esté bien cerrado. La mujer parece respirar ligeramente más tranquila al saberse liberada de nuestros intereses sexuales. – Además ¿Qué tienes? ¿Cincuenta años? ¿Crees que le interesas a unos chicos de diecisiete?
La mirada que Carl me dedica podría haberme asesinado en ese instante.
- Te estás pasando. – gruñe en mi dirección. Su vista vuelve a la chica. – Tranquila, tan solo queremos comprobar si eres de fiar. Quiero ver si llevas armas.
- Está bien. – susurra limpiando sus lágrimas. – Y tengo treinta y dos años. – aclara mirándome de mala gana.
Pongo los ojos en blanco.
La mujer permite que Carl se le acerque con lentitud y cacheé sus piernas, brazos y torso en busca de algún rastro de arma con la que hacernos daño.
- Está limpia. – dice el chico cuando me ve apoyado en una estantería y cruzado de brazos.
Cojo uno de los cuatro maltrechos cigarros que me quedan y lo pongo entre mis labios.
- Y bien, Treinta y dos... – digo cuando decido que voy a llamar así a la desconocida mientras me enciendo el cigarro. – Qué hacías aquí. Sola. – añado exhalando el humo del cigarro.
- No me llamo así. – murmura ella.
- ¿Tengo cara de que me importe?
Carl bufa.
- Bien, yo soy Carl. – dice el chico mientras pasea por el lugar, deteniéndose en la sección de farmacia. – Y el del mal genio, es mi novio, Áyax.
Un escalofrío me recorre siempre que Carl se refiere a mi de esa forma.
Por el sencillo y primitivo sentimiento de propiedad.
De que yo era suyo.
Y él era mío.
Una pequeña y ladeada sonrisa se esboza en mis labios irremediablemente.
- ¿Y tú como te llamas? – pregunta el chico mientras me señala con la cabeza la sección en la que se encuentra para que eche un vistazo a la medicación que podamos necesitar.
- Me... Me llamo Sherry. – responde Treinta y dos.
Camino hacia donde se encontraba Carl y empiezo a observar los medicamentos y utensilios médicos que me rodean, sin perderme un atisbo del interrogatorio que empieza a hacerle el hijo de Rick a la chica.
- Bien, Sherry ¿Tienes algún grupo? ¿Alguien que pueda estar buscándote? – dice.
La mujer niega con la cabeza.
- Lo tenía... - murmura. – Iba con mi marido y mi hermana. Perdí a ambos hará una semana. – susurra antes de limpiar unas lágrimas que ni siquiera llegan a salir de sus ojos.
Y esa es la primera señal que me alarma.
- Lo lamento. – dice Carl. Y por el tono en el que lo hace, me demuestra que él tampoco cree mucho de lo que habla la mujer.
- Dwight era quién siempre nos protegía... - comenta con una sonrisa apenada. – Sin ellos apenas sé hacer nada.
- Ya. – sentencio con el casi consumido cigarro entre mis labios y unos cuantos botes y cajas de pastillas en mis manos, mientras me dirijo a la bolsa deportiva para guardarlos en el interior.
La mujer me mira con cierto temor.
- Hace mucho que no fumo, antes, cuando el mundo era normal solía hacerlo habitualmente... ¿Me... Me darías un cigarro? – inquiere.
Enarco una ceja y una carcajada sale de mi.
- El día en qué me salves la vida. – sentencio tirando la colilla al suelo para después pisarla.
Y es que, si la extraña aparición de la chica no me gustaba un pelo, menos lo hacía aún sus lágrimas de cocodrilo al explicar su historia.
Sigo observando las ventanas intentando pensar en algún plan que pueda sacarnos de aquí con vida, aunque aún quedaba saber que haríamos con la mujer una vez saliéramos de aquí, todo dependía de lo que ella hiciera.
Y mi instinto me decía que me mantuviera alerta con la chica.
Vuelvo hacia ellos y veo como Carl está sentado frente a una pequeña e improvisada hoguera que ha hecho en el interior de un cubo de basura, para poder calentar algunas de las latas que parecía haber encontrado en el lugar.
- Este sitio está totalmente sellado. – comento sentándome a su lado. – Si rompiéramos alguna de las ventanas, entrarían sin dudar.
- ¿Para qué íbamos a romper una ventana? – pregunta la mujer abrazándose a sí misma por el ligero frío que amenazaba con bajar la temperatura ambiente.
- Para poder coger a alguno de los caminantes. – responde Carl ofreciéndome una de las latas de sopa que estaba calentado.
Cojo el recipiente y doy un pequeño sorbo, sintiendo como el ardiente y agradable líquido baja por mi garganta calmando el frío que el solo inicio de la noche provocaba.
- ¿Y por qué...?
- Para utilizar sus vísceras como camuflaje y así pasar inadvertidos entre ellos. – contesta el chico a la interrumpida pregunta. Entonces veo como le extiende una de las latas. – Toma, has de comer algo, o el frío podrá contigo.
La mirada de la mujer parece cambiar.
Pasando de la desconfianza a la pena, para después mostrar una amable, y por primera vez, sincera sonrisa hacia nosotros.
¿Pero por qué sentir pena?
- Muchas gracias. – dice sonriente bajo la afable mirada de Carl, quien también bebe de su lata. – Chicos yo... No sé nada de vosotros, excepto vuestros nombres. Entiendo vuestra desconfianza hacia mi, pero entended también la mía hacia vosotros.
Carl asiente.
- Lo entendemos. – responde. – Pero por ahora es lo único que vas a saber de nosotros.
La mujer sonríe apenada.
- Está bien. – dice. – Es injusto, pero lo entiendo.
- Con que lo entiendas es suficiente. – gruño.
Sherry frunce el ceño y parpadea un par de veces.
- ¿Por qué te caigo mal? – pregunta extrañada.
Carl ríe.
Provocando que yo le mire mal.
- No es que me caigas mal. – admito tras un suspiro para después terminar el contenido de mi lata. – Es solo que no me fío de la gente. O eso es lo que este mundo me ha enseñado que debo hacer. – digo mirando a los ojos a la mujer. – Muchos kilómetros a las espaldas.
La mujer asiente.
- Lo entiendo... - dice. – Nosotros nos topamos con tipos malos que también nos hicieron comprender esas ideas... - murmura más para sí misma, que para nosotros.
Y a cada confesión que la mujer hace, empieza a parecer más sincera.
Y por como me mira Carl, creo que él también piensa de igual modo.
- Este mundo está lleno de ellos. – contesta el chico a mi lado. Doblo mi pierna izquierda en el suelo y paso la derecha por su espalda, quedando semi abrazado a él. Apoyo mi barbilla en su hombro. – Muy lleno. – completa el chico con cierto pesar. Deposito un beso en su mejilla en un gesto de cariño, y él me dedica una de esas miradas de amor que tanto llenan mi perdida alma.
Sherry sonríe con ternura.
- Lo sé. – admite absorta en sus propios pensamientos.
Carl palmea mi pierna antes de hablar.
- Es hora de que descansemos un rato. – dice el chico. – Si queremos hacer frente a esas cosas hemos de reponer fuerzas, mañana será un día duro.
Asiento.
- Puedes dormir tranquila, Treinta y dos. – digo. La mujer ríe ante su apodo. – Yo haré la primera guardia.
Me pongo en pie y me dirijo hacia nuestra bolsa, para sacar de esta una sudadera gris que me había traído de recambio y me acerco hasta Sherry.
- Toma. Hace frío. – añado extendiéndosela.
Ella se queda ligeramente impactada ante mi gesto y asiente repetidas veces en agradecimiento mientras se la pone.
Me tumbo en el suelo al lado de Carl y este me mira con una ladeada sonrisa.
- ¿Qué? – susurro viendo como Sherry, ignorándonos, se acomoda en el suelo, haciéndose prácticamente un ovillo en él.
- Tipo duro. – dice él en respuesta.
Una pequeña risa sale de mi.
- Cállate. – respondo antes de poner una mano tras mi nuca.
Carl ríe y deja un beso en mi pecho antes de abrazarse a mi.
Y en tan solo unos pocos minutos, se queda dormido.
Y el fallo que cometo, es que yo también.
Mis ojos se abren de par en par cuando el sonido de un cristal rompiéndose llega a mi.
Pero no solo yo me despierto, sino Carl también.
Mi vista vuela rápidamente hacia Sherry, pero me sorprendo al ver que no está.
Y no solo ella ha desaparecido.
- ¡Hija de puta! – bramo al ver que nuestra mochila ha desaparecido también.
Camino hasta el pedazo de papel que se encuentra donde ella dormía anoche.
"Parecéis buenos chicos, pero necesito vuestras cosas o me mataran. Lo siento. Sherry."
- Será... - gruño entre dientes mientras arrugo la nota en mi mano.
Carl se pone en pie de un salto cuando los gruñidos de los caminantes empiezan a escucharse en la lejanía, echando a correr hacia ellos.
Y cuando llego a su altura descubro que estos se amontonan en la ventana rota más lejana, intentando entrar.
Pero a los pies de esta, el cadáver de uno de ellos está destripado, y el rastro de la sangre llega hasta la ventana, demostrándome que esa tía estuvo muy atenta anoche a la explicación de Carl.
Tres piedras seguidas rompen las tres únicas y enormes ventanas que nos separaban de los caminantes.
Que nos separaban de la muerte.
Y a lo lejos, veo a Sherry correr calle abajo con nuestra mochila.
La furia empieza a nadar libremente por mis venas ante la rabia que me causa toda esta situación.
Pero cuando los caminantes empiezan a atravesar las ventanas, Carl coge mi espada y su sombrero, y tira de mi hasta el fondo del supermercado, donde se encuentran los aseos.
Encerrados allí, sin escapatoria alguna, empiezo a sentir a mi mente trabajar a cien por hora.
Igual de rápida que los latidos de mi corazón en este momento.
- Si salimos de aquí... Esa mujer va a pagar muy caro lo que ha hecho. – sisea Carl caminando de un lado a otro.
Oigo como, en el interior del supermercado, las estanterías empiezan a caer debido a la abundante entrada de caminantes.
- Joder, joder, joder... - susurro pasando ambas manos por mi pelo.
Tenso la mandíbula.
Y en un estallido de pura ira, estampo mi puño derecho contra el espejo frente a mi.
Provocando que ríos de sangre empiecen a correr libremente por mi mano.
- Áyax... ¿Estás bien? - murmura Carl totalmente sorprendido, viendo el estado de mi mano. – Estás sangrando...
Mis pupilas se clavan en la suya en el momento en el que una idea cruza mi mente a la velocidad de una bala.
- Si, eso es... - susurro.
El chico me mira sin entender, y su mueca pasa de la incomprensión al asco cuando paso mi mano ensangrentada por sus mejillas.
- ¿¡Qué haces!? – exclama asombrado.
- Mi sangre es como la de ellos. – respondo. – Por lo qué también debería servir para que pases inadvertido.
- ¿¡Qué!? – dice totalmente horrorizado ante la idea.
- ¿¡No lo entiendes!? – respondo yo. – A mi no me harán nada. Pero a ti sí. – digo sujetándole por los hombros. – Y eso no me lo perdonaría en mil vidas... - empiezo a decir mientras saco el cuchillo de mi cinturón. – Así que... Si tengo que elegir entre tu vida o mi dolor... Entre tu vida o la mía... - musito. – Elijo tu vida. – sentencio deslizando la hoja del cuchillo por la palma de mi mano izquierda.
Siento el afilado metal desgarrar cada centímetro de mi piel, y como la carne en la palma de mi mano se abre para dejar paso un profundo y espeso reguero de negra y caliente sangre.
El ojo sano de Carl se abre de par en par, totalmente impactado por lo que está viendo.
Pero, sobre todo, por ver mi mueca de dolor ante esa acción.
Paso la mano de nuevo por sus mejillas hasta su camiseta, impregnándola de mi sangre.
- Ten cuidado, por favor. – susurra uniendo su frente con la mía. – No te hagas más daño por mi.
- He de hacerlo. – respondo de inmediato a la vez que me hago otro corte ligeramente más profundo, del que brota aún más sangre. – Joder... - gruño por el intenso dolor que las pequeñas, afiladas e invisibles agujas provocan en ambas heridas.
La rapidez en los latidos de mi corazón se incrementa cuando escucho a los caminantes cada vez más cerca de nosotros.
Y de nuevo, paso mis manos por su ya manchada camiseta, impregnándola aún más en mi sangre.
- Basta, ya está bien así. No quiero que esto termine contigo desmayado por una perdida de sangre. – dice deteniendo mis manos. Su pupila se clava en mis heridas. – Esto necesitará puntos.
Sonrío todo lo que el dolor me permite.
- Una cicatriz más. – murmuro secando el incesante sudor que baja por mi frente. - ¿Listo? – inquiero colocándome con cuidado la espada en mi espalda cuando oigo los fuertes golpes provenientes de la ridícula puerta de madera que nos separa de los caminantes.
Carl asiente no muy convencido mientras se pone su sombrero.
- No te separes de mi. – susurro.
Y antes de tan siquiera poder acabar la frase, la puerta cede.
Y con ella, varios caminantes caen por el impulso, dejando pasar al resto.
Con el pulso a mil, rezo a todos los dioses de todas las religiones que me conozco, desde la cristiana, pasando por la nórdica, hasta llegar a Zeus y Atenea, pidiendo por favor que mi descabellada idea funcione.
Como si fuera a servir de algo.
Pero por una vez, parece que sirve.
Y es que no solo los caminantes ignoran nuestra presencia, si no que su desenfrenada agresividad al habernos visto antes, desaparece cuando el perfume que olfatean en el aire, es el de alguien que comparte su misma sangre.
Carl me mira incrédulo, como si su cerebro no pudiera asimilar lo que está viviendo.
Con un leve movimiento de cabeza, le indico que empiece a andar con lentitud.
Paso a paso.
Latido a latido.
Y sin saber cómo conseguimos hacerlo, salimos de los aseos.
Para repetir de nuevo la jugada.
La tensión y rigidez aumenta en nuestros músculos al ver la terrorífica escena que se desenvuelve en el interior del supermercado.
Decenas de caminantes deambulan por este sin rumbo fijo, entrando y saliendo por la puerta que han terminado derrumbando a pesar de que estaba la estantería, como si ese fuera su único cometido en esta vida.
Vagar eternamente.
Vuelvo a mirar disimuladamente a Carl, y este entrelaza su mano derecha con la mía izquierda.
Frunzo el ceño debido al pequeño espasmo de dolor que me provoca.
Y veo como me pide perdón con su mirada.
Con una pequeña sonrisa, le hago saber que todo esta bien antes de empezar a andar de nuevo.
Y no estoy muy seguro de como lo logro, pues de la forma en la que me recorre el miedo por cada centímetro de mi cuerpo, hace que los minutos que tardamos en salir del supermercado, se hayan vivido y sentido como cinco escasos segundos.
Paulatinamente, nos alejamos del edificio calle abajo igual que lo había hecho Sherry minutos atrás, hasta que logramos estar a salvo a una distancia adecuada.
Carl suelta todo el aire que sus pulmones contenían, como así quitará el gran peso sobre sus hombros que había estado llevando hasta ahora.
- Lo hemos logrado. – dice jadeante.
- Eso parece. – contesto secando el sudor de mi frente con el dorso de mi mano derecha, consiguiendo mancharme de sangre.
El chico se acerca a mi y me coge de ambas muñecas.
- No vuelvas a hacer eso jamás. ¿Me has oído? – dice con enfado. Su mirada se clava en mis ojos. – No vuelvas a ponerte en peligro de esa forma.
Sonrío ligeramente cansado, no sé si por la escasa pérdida de sangre o porque unas altas cantidades de estrés acaban de abandonar mi cuerpo.
- Ante situaciones desesperadas... Medidas desesperadas. – respondo.
Carl se acerca a mi y me abraza para después depositar un beso en mis labios.
- No soportaría perderte. – admite cuando deja de besarme y me mira fijamente.
Un pequeño escalofrío me recorre.
Y es que empiezo a ser consciente de lo cerca que he estado de perderle yo a él.
Una dolorosa opresión se instala en mi pecho.
- Ni yo a ti. – confieso uniendo su frente a mía.
El chico traga saliva.
- Hemos de limpiarte esas heridas y vendártelas, después regresaremos a Alexandria, ya llegamos tarde. – dice tirando de mi hacia una de las casas.
- ¡No! – exclamo deteniéndole. – Tenemos que ir a por ella, no andará muy lejos.
Carl se vuelve a mi y la severidad de su mirada me congela.
- No, Áyax. – sentencia. – Estás herido, y esa es mi prioridad. ¿Sherry se ha marchado con nuestras cosas? Pues adiós. No pienso ponerte en riesgo, esas heridas pueden infectarse, y lo harán si no hacemos algo ya, aún tienes cristales incrustados en la mano derecha.
Trago saliva al observar que sus palabras son ciertas.
- No voy a ceder a tu orgullo. – sentencia.
Suspiro y asiento, pues cuando algo se le metía entre ceja y ceja, difícilmente podías cambiar su opinión.
Le sigo hasta la casa cercana a nosotros y, de nuevo, repite el proceso para saber si hay algún caminante paseando por el interior.
Tras dejar los tres golpes en la pared, el chico se cerciora de que, efectivamente, la casa esté vacía.
- Siéntate. – ordena mientras echa a andar hacia la cocina.
Alzo las manos en señal de rendición ante su lado de líder y me dejo caer en el mullido y polvoriento sofá.
Le veo ir de la cocina al baño un par de veces hasta que se hace con un par de maltrechas botellas de agua, alcohol, unas pinzas depilatorias y algunas vendas y gasas.
- Está bien. – dice acercando una pequeña mesita en la que después se sienta frente a mi.
Le veo bañar en alcohol las pinzas para después humedecer las gasas en el mismo, antes de verter el agua sobre mis manos.
Un pequeño quejido sale de mi cuando limpia con las gasas mis heridas.
Entonces para y me mira.
- Todo bien. – musito con voz ronca y una sonrisa que disimula bastante mal mi dolor.
- No lo parece. – dice. – Tú eres el médico aquí. – río ante sus palabras. – Así que dime ¿Has perdido mucha sangre? ¿He de asustarme?
Niego con la cabeza.
- He perdido la suficiente como para marearme ligeramente. – respondo.
- Eso ya es un motivo por el que asustarme.
Vuelvo a reír.
Con sumo cuidado, el hijo de Rick saca un par de pequeños trozos de espejo incrustados en mi mano y tenso la mandíbula.
Trago saliva y gruño cuando sacar el tercer trozo, el cual estaba bastante más profundo que los dos anteriores.
Carl vuelve a limpiar ambas manos, ahora ya sin peligro alguno de infección, o eso parecía, y entonces se dedica a vendarlas.
- Listo. – dice orgulloso de su trabajo. – Tómese un calmante cada seis horas, señor Dixon.
Una carcajada sale de mi cuando le oigo decir esas palabras.
Le veo sonreír con suficiencia.
- Has actuado correctamente, créeme. – confieso. – Igual te contrato para la enfermería de Alexandria, entre Denisse y yo no podemos con todo. Aunque admito que te prefiero como enfermero personal. – comento un tanto celoso.
Carl ríe negando con la cabeza.
- Será todo un placer. – dice antes de ponerse en pie. – Es mejor que nos marchemos de este sitio, llegaremos a casa entrada la noche, y hemos de estar preparados para la gran bronca que se nos avecina.
Asiento con pesar.
Y es que el chico tenía toda la razón.
Hacía un par de horas que deberíamos haber llegado a la comunidad, lo justo para que nadie se enterase de nuestra pequeña expedición, pero a estas alturas el grupo ya debía de estar en Alexandria preguntándose dónde diablos estábamos, y con Rick y Daryl esperando con antorchas y horcas de madera en la puerta para darnos una calurosa bienvenida.
Salimos de la casa dispuestos a no pasar ni un minuto más en este pueblo del infierno, y nos encaminamos hasta la carretera principal donde habíamos dejado el coche, dejando atrás la pequeña aventura que habíamos vivido con Sherry la ladrona.
Pero mis pies se detienen.
Se detienen, cuando veo a cuatro moteros estacionados a varios metros de nuestro coche.
Y mi boca se seca.
Se seca, al advertir que Sherry, está con ellos.
Veo a Carl apretar los dientes al observar la escena.
Y es que, si pensábamos que nuestros problemas se habían acabado, resultaba que no habían hecho más que empezar.
- Vaya, vaya... ¿Pero a quiénes tenemos aquí? – dice el motero número uno, bajito y un tanto regordete. – Dijiste que te los habías cargado, zorra.
- Eh. – gruñe de manera protectora un hombre rubio y delgaducho, el motero número dos.
Mis ojos se abren al advertir que parte de su cara está quemada.
- Dwight, tranquilo. – susurra Sherry tocándole el brazo.
Carl y yo nos miramos.
Así que ese era el "fallecido" Dwight.
Sonrío un tanto harto de esta ya demostrada mala suerte que nos perseguía.
- No queremos haceros daño. – siseo mirándolos fijamente.
Los tres tíos, a excepción de Dwight y Sherry, se miran entre ellos antes de estallar en carcajadas.
- Muy gracioso, niño. – dice el motero número tres.
Y el número cuatro, ni siquiera se molesta en hablar, demostrando que es un abusón secuaz más.
- Dwight, lleva a Sherry con el jefe. – vuelve a hablar el primero. – Nosotros tenemos un par de cosas que enseñar a estos críos.
- Si, seguro que Negan está deseando metérsela a su mujer favorita en agradecimiento por haberse portado tan bien en la misión. – dice el número tres.
Negan.
Ahí estaba ese nombre una vez más.
Y acto seguido, vuelven a romper en carcajadas.
A Dwight parece cambiarle el color del rostro cuando la ira invade sus ojos.
- Sois Salvadores. – gruñe Carl con desprecio.
- Así que habéis oído hablar de nosotros. – responde el gordo con ligero orgullo. – Nuestra fama nos precede.
Río.
- Desde luego. – digo. – Sois unos putos gilipollas que os aprovecháis del trabajo de otros para obtener beneficios, y si es necesario, matáis críos indefensos para obtener lo que queréis en nombre de vuestro jefe, el mayor cobarde de la historia.
Silencio.
Sepulcral silencio.
- ¿Qué cojones has dicho de Negan? – dice el cuarto hablando por primera vez en todo este tiempo.
- ¿Es que aparte de gilipollas sois sordos? – inquiero con ironía.
Carl oprime una risa.
- Negan te pondrá de rodillas ante él... - responde con rabia el tercero.
Vuelvo a reír.
- El único hombre ante el que me arrodillo es el que veis a mi izquierda. – siseo con una ladeada sonrisa estirando mis labios.
Carl ríe ante el doble sentido de mi frase.
- Dwight, lárgate. – gruñe el número uno. – Dile al jefe que nos hemos quedado limpiando el honor de su nombre.
El rubio y Sherry, ella con nuestra mochila y mi sudadera, se suben a la moto en absoluto silencio, y este arranca.
- Y Dwight... - digo captando la atención de todos. – Dile también que ha llegado el fin de su tiranía. Que disfrute el poco tiempo que le queda en el trono. – sentencio.
Tras un escalofriante silencio que hasta eriza mi propia piel, Dwight desvía la mirada y se pone en marcha carretera arriba hasta que desaparece de nuestra vista.
Desenvaino mi espada y la hago rodar en mi mano, ignorando el dolor en esta, provocando un bello sonido metálico al cortar el viento.
Carl saca su cuchillo y se pone en guardia con una mordaz sonrisa grabada en sus labios.
Ambos nos miramos.
- ¿Empezamos? – inquiero arqueando una ceja cuando vuelvo mi vista a ellos.
Los tres tipos duros se miran temerosos entre sí.
El motero número uno, en su cobardía más absoluta hace un gesto con la cabeza, indicándole a los otros dos que ataquen.
Y eso hacen.
Y no puedo alegrarme más por ello.
Relamo mis labios, deseoso por que el primer estúpido llegue a mi, dejando que la rabia y la adrenalina naveguen libremente por mis venas, como tanto habían anhelado hacer.
Y en un ligero movimiento acompañado de ese penetrante pitido en el fondo de mis oídos, deslizo la afilada y nueva espada por el cuello de mi atacante.
Separando su cabeza, de su cuerpo.
El magnífico chasquido que hace la sangre al brotar de su arteria llega a mis oídos, y siento como el caliente líquido impregna mi ropa y parte de mi cara.
La cabeza de este, rueda hasta los pies del motero número uno, que mira con horror la macabra escena.
Observo como Carl ha degollado la garganta de su atacante con sencilla facilidad, dejando que el hombre se ahogue en su propia sangre.
Ambos nos miramos mutuamente, para después dirigir nuestras respectivas pupilas al atemorizado hombre que camina hacia atrás con lentitud, intentando alejarse de nosotros.
Envaino de nuevo mi espada en su funda.
- No... Por favor... Si me dejáis marchar no diré nada, lo juro. – tartamudea el hombre poniéndose de rodillas ante mi.
Sonrío.
- ¿Quién iba a arrodillar a quién decías? – pregunto arqueando una ceja.
- Pagaréis esto muy caro. – gruñe entre dientes con lágrimas en los ojos. – Sufriréis por ello. Desearás estar muerto. Os hará saber quién es. – sigue maldiciendo el hombre a medida que me acerco a él.
Pongo el dedo índice de mi mano derecha sobre mis labios, mandándole a callar, mientras que con la mano izquierda le cojo del pelo.
- Pero para eso... Primero ha de saber quién soy yo. – siseo con la voz ronca antes de asestarle un puñetazo, rompiendo su nariz, haciendo que el hombre caiga de bruces al suelo. Lo cojo del pelo de nuevo para semi incorporarlo y me pongo tras él. - ¿Qué dices, Carl? ¿Hemos de dejarle marchar?
Carl, cuchillo en mano, se acerca lentamente al hombre pasando su mirada de él a mi.
- No, de eso nada. – sentencia. - ¿Qué imagen estaríamos dando? – dice con cinismo.
Su tono de voz eriza mi piel de una manera ya conocida para mi.
- Ya le has oído. – susurro en el oído del hombre. – Y yo siempre cumplo todos sus deseos.
Dicho esto, Carl ensarta su cuchillo en el abdomen del hombre, provocándole un gemido de agónico dolor.
Y yo no me pierdo ni un solo segundo el feroz y excitante semblante de Carl cuando lo hace.
- Mátalo. – siseo mirándole con una sonrisa. – Hazlo. – gruño.
Carl me muestra una perturbadora sonrisa que me hace perder los estribos y le veo deslizar hacia arriba el cuchillo en el interior del hombre, desgarrándole por dentro.
Haciendo que este empiece a escupir su propia sangre.
Hasta que muere en nuestras manos.
El hijo de Rick saca con violencia el cuchillo del cuerpo del hombre, haciéndome llegar el sonido de la carne desgarrada por la sierra de la hoja.
Tiro con desprecio el cuerpo inerte hacia un lado y me quito la espada de mi espalda, estirando los tensos músculos de esta en el proceso.
Camino hasta el coche y dejo la espada en el suelo de los asientos traseros de este, para después ver como Carl se acerca hasta el lado del piloto, y se sienta en él, dejando su sombrero en el salpicadero.
Acto seguido, me acomodo en el asiento del copiloto y cierro la puerta tal y como el chico ha hecho.
Sonrío.
Un agradable silencio invade el interior del coche.
Silencio que queda roto, por nuestros jadeos causados por la acelerada respiración que el esfuerzo nos ha provocado.
Carl y yo nos miramos para después volver de nuevo nuestra vista al frente y reír.
Durante unos segundos, el tiempo se para.
Y algo cambia.
Siento todavía la adrenalina latir fuertemente contra mis sienes.
Nuestros jadeos siguen siendo la banda sonora que perturba el silencio.
Mi corazón palpita con fuerza.
Un extraño pero electrizante calor empieza a recorrer mi cuerpo de pies a cabeza.
Y el ardiente recuerdo de la excitante sonrisa de Carl al arrebatarle la vida a ese hombre, es lo único que mis ojos son capaces de ver.
Su mirada.
Su fuerza.
Su ferocidad.
Hacen que mis jadeos cambien de intensidad, a una sensual e involuntariamente más pausada.
Y para cuando miro a Carl, él ya me está mirando a mi.
Sonrío.
Ataco sus labios como si hiciera meses y años que no los pruebo.
Prácticamente devorándolos.
Y en cuestión de segundos, me coloco a horcajadas sobre él en su asiento.
Su mano izquierda se hunde en mi pelo y su derecha vuela al cierre de mi pantalón mientras que su lengua se adentra con maestría en mi boca.
- Te veo ansioso. – gruño con una sonrisa antes de pasar mi lengua por sus labios.
La mano en mi pelo tira ligeramente de él.
- Cállate. – sisea burlón para después morder mi labio inferior.
- Cállame. – vuelvo a gruñir antes de besarle de nuevo con más urgencia que antes.
Sus manos suben por mi torso y se dedican a desabotonar mi camisa mientras que yo retiro con ansia la suya.
Paseo mi boca por su cuello sin importarme una mierda si puedo dejarle marcas visibles, pues el gemido que escapa de sus labios me hace saber que opina igual, logrando que pierda la poca cordura de la que ya carezco.
Esta vez son mis manos las que atacan sin piedad el cierre de su pantalón, e ignorando el dolor que mis movimientos provocan en mis heridas, no puedo evitar jadear con lujuria cuando adentro mi mano derecha tras ellos.
- Te necesito. – gruño hambriento en su oído antes de pasar mi lengua por todo su cuello.
Y esas.
Esas son las palabras mágicas que hacen que Carl pierda el control de sus actos.
Llevándome de nuevo a tocar el cielo con mis propias manos.
Doy una calada al cigarro entre mis labios para prenderlo del todo y después expulso el humo, sintiendo como Carl deposita un seguido de besos en mi cuello.
Si tuviera que explicar lo mucho que amaba a este chico, me faltarían vidas para hacerlo.
El chico me abraza por la espalda y descansa su barbilla en mi hombro.
Ambos estábamos estirados en los asientos traseros del coche con únicamente nuestros pantalones vaqueros puestos. Carl tenía apoyada la espalda en la puerta izquierda, y yo tenía la mía pegada a su pecho desnudo, sintiendo sobre mi piel el calmado latir de su corazón.
- No fumes. – dice dejando otro beso en mi cuello mientras cruza sus manos sobre mi abdomen. – Te hará daño a la larga.
Frunzo el ceño.
- Nunca te había molestado. – digo girando ligeramente mi cabeza para mirarle.
Él sonríe.
- Es que me encanta ese aire de tipo duro que te da. – admite, provocando mis risas. – Pero sé que es perjudicial, y tu salud me importa más.
Sonrío.
- Lo dejaré entonces. – susurro antes de besarle.
Carl vuelve a sonreír.
- No, que no sea por mi. – dice. – Ha de salir de ti. – añade antes de volver a besar mi cuello cuando giro mi cabeza de nuevo. Parecía haber descubierto su parte preferida que besar en mi. – O por lo menos no lo hagas de manera habitual.
Asiento con una sonrisa.
- Hecho. – digo antes de darle una última calada, dispuesto a apagar el cigarro.
Pero Carl lo quita de mis dedos y se lo coloca entre los labios, dándole una calada.
Mis ojos se abren de par en par.
Una corriente electrizante recorre todo mi cuerpo, erizando mi piel allá por donde pasa.
Me giro hacia él y, con lentitud, pego mis labios a los suyos, sintiendo como Carl pasa el humo del cigarro de su boca a la mía.
Exhalo el humo aspirado y una sonrisa ladeada es lo siguiente que aparece en mis labios.
- ¿Es que quieres provocarme para un tercer asalto? – pregunto uniendo su frente a la mía.
Sí, tercer, habéis leído bien.
Carl ríe.
- Me encantaría, créeme. – admite devolviéndome el cigarro que coloca entre mis labios, cosa que aprovecho para darle una calada. – Pero hemos de poner rumbo a Alexandria antes de que salgan a buscarnos y pongan precio a nuestras cabezas. Ya mismo amanecerá, y eso hacen dos días fuera, no uno como prometimos.
- Tienes razón. – respondo separando el cigarrillo de mis labios mientras le veo colocarse su destrozada camiseta. – Y lo más probable es que más Salvadores vuelvan a por sus amigos, teniendo en cuenta que aún no han vuelto.
- Cierto. – dice el chico colocándose sus botas antes de salir del coche.
Imito a Carl, colocándome también mis botas militares, y salgo del coche poniéndome mi camisa, dejándola abierta, con el ya casi consumido cigarro entre mis labios.
El hijo de Rick me mira de arriba abajo.
Y puedo ver la lujuria bañar de nuevo el color en su iris.
Una lobuna sonrisa tira de sus labios.
- Ahora eres tú el que me provoca para un tercer asalto. – sisea devorándome con la mirada. - ¿Te he dicho alguna vez que estás increíblemente bueno? Deberías estar prohibido.
Una carcajada sale de mi pecho.
- Siempre se agradece que me lo recuerden. – digo sintiendo como mi ego sube seis peldaños más.
Le doy una última calada al cigarro antes de apagarlo en el asfalto con la suela de mis botas.
- ¿Nos vamos? – dice el chico desde la puerta del piloto.
- Si. – respondo. Mis ojos vuelan a los cadáveres de los tres patéticos moteros esparcidos por la carretera. – Pero antes quiero dejar un mensaje. – sentencio.
Carl sonríe.
Blame It On The Boom Boom de los Black Stone Cherry, CD que he tenido la gran suerte de encontrar en la guantera junto con unas gafas de sol que ahora llevo puestas, suena en el reproductor de música del coche a medida que nos alejamos del pueblo del infierno. Con las piernas estiradas y los pies apoyados en el salpicadero, me dedico a disfrutar del camino observando el paisaje que van dejando las luces del amanecer mientras pienso en la preciosa nota que les he dejado a esa panda de idiotas.
Y es que las tres cabezas cercenadas de esos tres gilipollas descansaban en el asfalto, con sus respectivas motos bien colocadas tras ellos, y un mensaje escrito con su propia sangre en la carretera, frente a las cabezas, rezaba:
"¿Quién salvará a Los Salvadores?"
Una profunda carcajada brota de mi garganta.
Carl golpea el volante cuando el coche empieza a detenerse lentamente sin explicación alguna.
Entrecierro los ojos para que los crecientes rayos de sol me permitan ver la parpadeante lucecita de la reserva de gasolina.
Indicándonos que esta se había más que agotado.
- Por eso estaban frente a nuestro coche. Hijos de puta. – gruñe el chico entendiendo sus propias cavilaciones mentales.
Y es que yo también acababa de encajar las piezas del puzle.
Una prueba más de nuestra gran suerte.
- Cada vez me arrepiento menos del mensaje que les he dejado de nuestra parte. – respondo con una sonrisa. Carl ríe a la vez que niega con la cabeza. - ¿A cuánto estamos de casa?
- A unos diez minutos en coche, aproximadamente. – dice. – Lo que son prácticamente treinta minutos andando. – aclara apoyando su cabeza en el reposa cabezas del asiento.
Suspiro.
- Bueno, una vez lleguemos estaremos de mierda hasta el cuello ¿Acaso tienes prisa? – inquiero sonriendo mientras que froto mi mano derecha con la izquierda, intentando aliviar el extraño y creciente dolor de esta.
Una blanca sonrisa por su parte es la contestación que recibo.
- Probablemente esta sea la última vez que veamos la luz del sol, así que no, no tengo prisa alguna. – añade visiblemente más alegre. Su única pupila se dirige a los pocos coches abandonados que hay esparcidos en la carretera. – Comprobemos que nuestra mala suerte sigue por bandera, y si es así, sigamos a pie.
Asiento mientras le veo salir del coche cogiendo su sombrero, y decido imitarle.
Con mi espada de nuevo tras de mi, me dirijo a los coches más alejados de nosotros mientras que Carl se encarga de registrar los primeros en busca de gasolina.
Con ligera curiosidad, rebusco en el interior de ellos intentando encontrar algo interesante.
Pero mis ojos se topan con algo mucho mejor en el maletero de una vieja y destartalada ranchera.
- Carl... Tienes que ver esto. – digo con una sonrisa.
El chico me mira sin entender nada mientras camina hacia mi, pero sus pies se detienen cuando ve lo que acabo de sacar del maletero de este trasto rodante.
Una tabla de skate.
- No pretenderás... - susurra señalándome con el dedo índice de manera incrédula.
- Es justo lo que pretendo. – respondo sonriente antes de dejar la tabla en el suelo.
El hijo de Rick ríe.
- Pero solo hay una. – contesta poniendo sus manos en sus caderas.
Mis ojos se dirigen al maletero, observando las otras dos tablas restantes.
- No, de eso nada. – sentencio con una ladeada sonrisa.
La brisa en mi rostro es de las mejores sensaciones que uno puede sentir a día de hoy.
Y si encima era con el amor de mi vida a mi izquierda, se intensificaba aún más.
El sonido de las ruedas de nuestros respectivos skates rozando contra el desgastado asfalto era el único sonido que nos rodeaba.
Carl ríe cuando me agacho en la tabla antes de cruzarme ante él.
- ¿Una carrera? – pregunto cuando me pongo en pie sobre la tabla con una sonrisa.
- ¿Ahora tienes prisa por llegar? – dice el chico impulsándose con el pie derecho, hasta que alcanza la velocidad suficiente para llegar a mi altura.
- No, de eso nada. Pero algún día llegaremos igualmente. ¿Por qué no hacerlo divertido? – digo volviéndome a cruzar para estar de nuevo en su lado derecho.
- Me parece bien. A la de tres. – afirma riendo.
El chico coge mi mano izquierda con cuidado y una sonrisa.
Y algo dentro de mi se remueve al darme cuenta de que, durante estos dos días, Carl había empezado a sonreír más seguido.
Había comenzado a ser de nuevo ese chico sonriente que siempre fue cuando estaba a mi lado, y saber que yo era el causante de ello, hace que mi pecho se llene de un sentimiento cada vez más conocido por mi.
Le veo reír cuando recoloca la posición de sus pies en la tabla en movimiento bajo él, intentando no perder el equilibrio en el proceso.
Le veo cerrar su único ojo, disfrutando de los rayos de sol en su rostro, como si nunca los hubiera sentido de igual manera.
Y veo su pelo agitarse con el aire que viene en nuestra contra a medida que alcanzamos más velocidad.
Pero, sobre todo, le veo disfrutar de nuevo como si fuera un niño pequeño.
Ahora no es ese líder que siempre ha sido, no es ese chico obligado a madurar y crecer por culpa del cambiante mundo postapocalíptico en el que nos encontramos, no es el temible Carl Grimes, hijo del gran Rick Grimes.
Es un chico de diecisiete años recién cumplidos, que monta de nuevo en su tabla de skate por primera vez en mucho tiempo.
Un chico, que, al fin, sonríe de alegría.
Y no podéis llegar a imaginar lo mucho que eso llena mi alma.
- Una, dos... - y antes de que Carl diga tres, suelta mi mano y se impulsa para adelantarse a mi.
Mis ojos se abren como platos al reaccionar.
- ¡Tramposo! – exclamo con una sonrisa, viendo como se aleja de mi.
Carl ríe a carcajadas mientras se sigue impulsando.
El sonido de su risa escala rápidamente hasta el top número uno de las cosas que más me gustan en este mundo.
- ¡No haberte quedado embobado conmigo! – grita impulsándose de nuevo.
Una risa socarrona sale de mi garganta.
La única cosa que sé con certeza, es que le quiero con locura.
- Oh, ahora verás. – digo. - ¡Te atraparé, Carl Grimes!
Y este vuelve a reír como si no hubiera un mañana.
- ¡Antes tendrás que cogerme! – brama mirándome con su ojo sano entrecerrado a causa de la gran sonrisa que ocupa sus labios.
Y eso, justamente eso, era el mejor regalo que el mundo podía hacerme.
Traer de vuelta al Carl Grimes del que me enamoré.
La imponente valla rodante que Alexandria tenía como puerta se dibuja frente a nuestros ojos, a escasos metros de nosotros.
Y en lo alto del muro, el rifle con mira telescópica de Sasha no tarda en aparecer.
La mujer despega la mira de su ojo cuando ve que somos nosotros.
- ¡Abrid la puerta! – exclama mirando hacia abajo.
Seco el incesante sudor que cae por mi frente, debido a lo que yo creo que es tras el exhaustivo esfuerzo que nos había costado llegar hasta aquí.
Aminoro la velocidad hasta detenerme por completo, al igual que hace Carl, para después bajarme de la tabla antes de entrar a Alexandria.
Ambos dejamos las tablas en el suelo de la entrada, y el primero en recibirnos con un abrazo es Mike.
- Por Dios... - dice aún abrazado a nosotros. – Estáis muertos.
Carl sonríe cuando el chico se separa.
- Ya ves que no, estamos perfectamente. – responde.
Mike sonríe y enarca una ceja.
- No me habéis entendido. – sentencia. Y con su cabeza, señala a sus espaldas, para después hacerse a un lado.
Y es que la figura de un temible Rick se dibujaba al principio de la calle, con sus manos en sus caderas.
Sus ojos destilaban enfado puro.
Pero no solo los suyos.
De un momento a otro, la silueta de mi hermano se hace visible al lado de la del padre de Carl.
Mirándome fijamente a través de sus rasgados ojos.
Pero no solo ellos nos miraban.
Michonne, Carol, Abraham, Maggie y Glenn nos observaban también, cerca de mi hermano.
Todos tenían rostros cansados, parecían haber pasado por unas largas y dolorosas horas que nosotros desconocíamos.
Pero a su cansancio, también se les sumaba el ligero brillo en sus ojos que el enfado provocaba en el ser humano.
Rick empieza a caminar hacia nosotros, con la lentitud con la que un guepardo rodeaba a su atemorizada presa.
Y Carl y yo éramos dos pequeñas y heridas gacelas en este mismo instante.
Cuando el hombre se detiene a nuestra altura, puedo ver el enfado en sus ojos aumentarse de manera aún más evidente.
Un silencio increíblemente asfixiante se instala entre los tres.
Casi dificultándome la respiración.
Y eso que estábamos al aire libre.
- Vamos. – sisea antes de darse la vuelta y echar a andar otra vez.
Carl y yo nos miramos, para después clavar la vista en todos ellos, quienes también habían emprendido camino.
Algo me decía que quizá la habíamos fastidiado más de lo que pensábamos.
- Os pedí... Una sola cosa... - empieza a decir Rick deambulando de un lado al otro frente a nosotros, en el pasillo que quedaba entre los bancos de la iglesia y el altar de esta, donde ahora mismo nos encontrábamos Carl y yo, quienes parecíamos que íbamos a ser juzgados por nuestros crímenes cometidos.
Y es que, como por todos es sabido, la iglesia era el lugar donde se reunían todos aquellos que tuvieran un problema que tratar.
Así que seis pares de ojos nos observaban desde los bancos mientras que el padre de Carl paseaba cual perro enjaulado.
- Una. Sola. Cosa. – gruñe deteniéndose frente a ambos. – Os dejé el liderazgo de la comunidad en vuestras manos porque confiaba en vosotros, y no solo no habéis cumplido esa orden. Sino que además os habéis largado de aquí sin nuestro consentimiento y en nuestra ausencia.
- ¿Y qué vas a hacer? ¿Castigarnos? – le interrumpo con una ladeada sonrisa antes de volver a secar el sudor de mi frente con los maltrechos vendajes, sintiendo tras ellos como mi piel arde por la recién empezada fiebre.
Algo no iba bien en mi.
Rick detiene sus pasos y se vuelve a hacia mi persona.
Su mirada hiela la sangre de mis venas.
- No es momento para tu irreverencia, Áyax. – dice entre dientes, con su cara a escasos centímetros de la mía. Aparto la mirada avergonzado. Se acerca un paso a mi, haciendo que instintivamente yo retroceda un paso atrás. – No tenses la cuerda más de lo que ya está, porque esta te puede dar en la cara. – sisea. – Mírame. – ordena, y un ligero miedo recorre mi columna vertebral, paralizándome. – Mírame. – ordena de nuevo en un gruñido acercándose a mi. Mis ojos se clavan en los suyos de manera casi automática. – Nunca vuelvas a vacilarme. No me retes. No a mí. Ya has perdido mi confianza, no pierdas también mi respeto. – sentencia severamente enfadado. - ¿Entendido?
Asiento, nuevamente avergonzado.
Y con unas sencillas palabras, Rick me había puesto en mi sitio.
Podía rebelarme contra cualquiera.
Podía ser sarcástico o irónico con cualquiera.
Podía liderar a cualquiera.
Pero jamás podía intentar subir un peldaño por encima de Rick en nuestra pirámide jerárquica.
Porque intentar destronar al maestro que te lo ha enseñado todo, era la peor manera de agradecérselo.
Y mi manera de quitar a alguien de su puesto, era demostrarle lo poco que parecía importarme con mis comentarios y comportamiento irreverente.
He de reconocer que mis formas hacia él habían sido casi un acto reflejo, ni si quiera era consciente de cómo lo he dicho hasta ver a quien le estaba hablando.
- Lo siento. – murmuro agachando la cabeza. Lo cierto era que me dolía decepcionar así a Rick.
El hombre pone sus manos en sus caderas y alza su barbilla.
- No me basta con eso. – susurra mirándome a los ojos.
Trago saliva y asiento reiteradas veces, para después apartar la mirada.
- Creo que no es para tanto. – dice Carl.
Y mi garganta se seca tras sus palabras.
- ¿Qué has dicho? – inquiere su padre frunciendo el ceño y entrecerrando sus ojos.
- Que creo que no es para tanto. – vuelve a decir sin más.
- Carl... - murmuro intentándole hacer ver que era mejor oír y callar.
- No, Áyax. – dice mirándome para después volver la vista a su padre. – Esto fue idea mía. – sentencia.
Los ojos de Rick se abren ligeramente impactados por la noticia, pues seguramente esperaba que todo hubiera sido obra de mi ya conocida mala influencia.
- Explícate. – dice con las pupilas clavadas en su hijo.
Carl tensa su mandíbula.
- Los vecinos hablaban a nuestras espaldas...
- Lo sabemos. – le interrumpe Michonne.
Carl alza su única ceja visible.
- Entonces creo que no hay mucho que contar. – sentencia.
Es su padre esta vez el que alza sus cejas, incrédulo.
- Yo creo que sí. Que tenéis mucho por explicar. – dice él. – Cómo, por ejemplo, por qué habéis tardado dos días en llegar, dónde están vuestras cosas, dónde está el coche que os llevasteis y sobre todo... Por qué demonios estáis cubiertos de sangre y por qué tú – dice mirándome. – Tienes las manos heridas. – gruñe entre dientes, alzando más la voz a cada frase que dice.
Carl y yo nos miramos.
- La sangre que veis en Carl... Es mía. – sentencio.
Las caras de todos tras mi confesión son dignas de fotografiar.
Pareciera que han visto un ovni sobrevolar los cielos.
- ¿Qué...? – dice Maggie visiblemente perdida.
- No tendrías que haber dado ese detalle. – susurra Carl pinzando el puente de su nariz.
Una risa seca sale de mi.
- Gracias a ese detalle estás vivo. – añado masajeando mi maltrecha mano derecha, sintiéndola ardiente e inflamada al tacto.
Un gran dolor en el centro de la palma me hace tensar la mandíbula.
- Qué diantres pasó. – inquiere Carol echándose hacia adelante en su asiento, al lado de mi hermano.
Como no.
- Nos encontramos con una mujer. – empieza a decir Carl. – Pensábamos que el pueblo estaría vacío, peor oímos un grito, y nos encontramos a una chica huyendo de una gigantesca horda de caminantes, así que nos escondimos con ella en un supermercado cercano. – sigue relatando bajo la atenta mirada de todos, incluida la mía. – Los caminantes nos rodeaban así que era imposible salir. Pasamos la noche con la mujer, Sherry. Parecía buena mujer, y a día de hoy creo que lo es, pero seguramente esté siendo manipulada. – añade esta vez mirándome a mi. Y lo cierto era, que tras ver el comportamiento que esa mujer y su marido tuvieron, si que parecían no estar cómodos con la situación que les rodeaba.
- ¿Por quién? – pregunta Glenn.
- Salvadores. – matizo yo.
El silencio vuelve hacerse hueco en la iglesia ya conocida para él.
- Os encontrasteis con ellos. – gruñe Rick.
- Algo me dice que no todo fue bien en vuestra misión. – susurro cruzándome de brazos, ignorando el dolor en mis manos.
El padre de Carl agacha ligeramente la cabeza y apoya un pie en el escalón del altar.
- Secuestraron a Maggie y a Carol. – dice Glenn acariciando la mano de su mujer, la cual sostenía entre las suyas propias.
Un pequeño escalofrío que me deja con mal cuerpo me recorre ante dicha noticia.
- ¿Estáis bien? – pregunto visiblemente preocupado.
Ambas mujeres asienten con compungidas sonrisas.
- Afortunadamente todo quedó en un susto. – dice Rick un tanto afectado por la situación que parecían haber vivido.
Y es que ahora entendía por qué reaccionaban así, puesto que, sabiendo que esa gente anda suelta por ahí, su guardia estaba más alta que antes.
Como sus niveles de preocupación por cada persona que cruce los muros de Alexandria.
- Al igual que nosotros. – aclara Carl, intentando que su padre relaje sus tensos hombros, los cuales tenía rígidos como si los tuviera hechos de mármol. – No tenemos nuestras cosas porque Sherry nos robó la mochila mientras dormíamos. – dice.
- Un fallo por mi parte. – matizo sintiéndome imbécil.
Carl niega con la cabeza.
- Antes o después esa chica habría conseguido el propósito por el cual estaba con nosotros. – dice mirándome. Su vista vuelve a nuestro púbico en los bancos. – Nos dejó a merced de los caminantes, los dejó pasar. Rompió puertas y ventanas, y los caminantes entraron. Áyax y yo tuvimos que escondernos en los baños. Y la única forma de que yo saliera de allí con vida... Era pasar inadvertido.
- Y mi sangre me hace invisible ante ellos. – añado. – Por lo qué supuse que también haría invisible a Carl.
De nuevo y para variar, el silencio vuelve a hacerse.
- No podíamos coger a un caminante sin que el resto se nos echaran encima. – digo, y entonces muestro los vendajes en mis manos. – Así que no tuve otra alternativa.
Veo a Daryl frotar sus ojos, como si así pudiera borrar las imágenes que seguramente su cabeza estaría recreando en una perfecta tortura para él.
- Una vez logramos salir de ahí, intenté curar sus manos como pude, y después fuimos hasta nuestro coche. – dice Carl.
- Pero Los Salvadores habían llegado antes. – añado yo. – Ellos ni siquiera pensaron que saldríamos con vida de esa. Tan solo nos estaban robando gasolina, cosa que descubriríamos más tarde.
- Fue increíblemente sencillo eliminarlos. – dice Carl con total neutralidad, como si le explicara a su padre el buen día que se ha quedado hoy. – Después... Decidimos alejarnos del lugar, era lo más prudente. – añade mintiendo sin pestañear, cosa que, cuando su padre desvía la mirada, aprovecha para darme un rápido vistazo.
A lo que yo muerdo mis labios, intentando evitar que emerja de ellos una sonrisa.
- Ya... - gruñe Daryl para sí mismo tras ver las miradas cómplices que Carl y yo nos dedicamos fugazmente.
Mierda.
- ¿Os siguieron? – pregunta Rick.
- No. – respondo. – Uno de ellos se marchó con la chica antes de que matáramos al resto. Tampoco parecía alguien que pueda preocuparnos. Dejamos un mensaje para cuando volvieran a por sus amigos. – sentencio con una pérfida sonrisa.
Rick me mira, y casi como si hubiera visto lo que he hecho a través de un agujerito, sonríe para después negar con la cabeza.
El hombre suspira y se sienta junto a Michonne.
- Nos habéis tenido muy preocupados. – dice la mujer a su lado. – A todos.
- Lo sabemos. – contesta Carl. – Y lo sentimos. – añade. – Pero cada vez mermamos más las fuerzas de Los Salvadores. Y en Alexandria hice lo que debí hacer. Lo que pensé que tú harías. – aclara mirando a su padre. – Dejé a esta gente al mando de uno de los suyos. – dice refiriéndose a Mike. – Y junto a alguien que te llevó la contraria públicamente. – continúa diciendo mirando a su padre, refiriéndose esta vez a Morgan. – Así que les di lo que querían, para mantenerles callados. Sabía que ese pueblo era territorio de Los Salvadores, Jesús me dijo que pequeños grupos iban a veces para llevarle algunas cosas a Negan. Así que quise que Áyax y yo aportáramos nuestro grano de arena. – sus palabras son una bala directa a mi pecho. - Que los vecinos se quejaran de nosotros fue la oportunidad perfecta. – confiesa, mirándome un tanto avergonzado.
Abro los ojos de par en par por trigésimo quinta vez.
- ¿Sabías que estarían allí? – inquiero con la boca abierta por la sorpresa.
- Bueno, eso no podía saberlo, pero si que teníamos probabilidades de encontrarnos con algunos de ellos. – aclara. – Hemos asestado dos golpes en su territorio, y tardarán en reponerse de ellos. Sabrán que no están enfrentándose a un adversario débil.
Me quedo estupefacto ante semejante jugada maestra por su parte.
- ¿Por qué no me lo dijiste? – pregunto ofendido, y, para que mentir, con la tristeza bañando mis palabras.
El chico se encoge de hombros un tanto avergonzado.
Daryl ríe.
Y mis ojos vuelan a él.
- Porque sabe que jamás quebrantarías una orden de Rick, a menos que sea él quién lo sugiera. – dice señalando al chico a mi izquierda.
Y la realidad cae sobre mi como un balde de agua fría cuando todos los cables sueltos empiezan a unirse.
- ¿Me has mentido? – digo mirándole fijamente.
Siento un pequeño hueco abrirse en mi pecho.
Y un dolor provocado por un único sentimiento: la traición.
Mis ojos se clavan en el suyo.
- ¿Qué? ¡No! – dice él frunciendo el ceño y acercándose a mi.
Doy un paso atrás sintiéndome ligeramente asqueado.
- ¿Y cómo lo llamas tú a ocultar la verdad? – inquiero con sarcasmo.
Un silencio incómodo se hace presente tras mi pregunta.
Carl se queda pasmado ante mis palabras.
- Yo solo quería... Que te sintieras realizado. – dice agachando la cabeza. – Sé lo mucho que te molestaba quedarte fuera de esto, así que quise darte la oportunidad de que te sintieras parte de ello.
Mi corazón se acelera cuando siento las lágrimas picando en mis ojos.
- Pues como me siento es utilizado. – gruño cuando noto una primera gota rodar por mi mejilla. Y a ella le siguen más. – Engañado. Y traicionado. – sentencio.
Carl agacha la cabeza.
Porque se acaba de dar cuenta de mi perspectiva.
- No era esa mi intención... - susurra entre lágrimas.
- ¡Pues no haberme mentido! – bramo sintiendo más lágrimas y lágrimas caer. - ¡Bastaba con decirme la verdad!
- ¡No habrías querido quebrantar las órdenes de mi padre! – reconoce él.
Me quedo petrificado en mi sitio.
Daryl tenía razón.
- Así que prefieres anteponer tus prioridades y decides manipularme. – sentencio. Mi mirada se clava en la suya. - ¿Qué soy? ¿Una pieza más en el tablero?
- Claro que no... - dice el chico intentando acercarse a mi, pero de nuevo retrocedo.
El hueco en mi pecho se abre más y más hasta consumirme poco a poco.
Y es que estos dos extraños, pero bonitos días fuera, acababan de embarrarse con una intensa sensación de manipulación bañando mi mente.
La debilidad en el cuerpo empieza a vencerme.
- Eres de las personas en las que más confío... O confiaba. – corrijo. El chico clava su pupila en mi. – Y me has mentido. Porque como ha dicho mi hermano, sabías que yo no quería decepcionar a tu padre. – añado con dolor. Froto mis ojos debido al cansancio que la elevada fiebre me provoca. – Era tan sencillo como informarme de tus planes y hacerme partícipe de ellos, no usarme como un peón más en tu juego.
- Áyax, por favor, escúchame... - ruega Carl acercándose a mi.
- ¡No! – respondo alejándome tambaleante, bajando del altar. – Solo... Solo necesito... Necesito... - mis ojos se clavan en Rick cuando un mareo me atiza. - ¿Qué coño...?
Y lo último que escucho antes de desplomarme contra el suelo, es a Michonne gritando mi nombre.
Parpadeo un par de veces cuando mis pesados párpados deciden abrirse, intentando acomodar mi vista en lo que me rodea.
La enfermería me da la bienvenida desde la camilla en la que me encuentro.
- Hola... - susurra Denisse con delicadeza, apoyando su mano derecha en el paño que humedece mi frente con intención de bajarme la fiebre. - ¿Qué tal estás?
Trago saliva, intentando eliminar la sequedad que tensaba mi garganta.
- ¿Qué ha...Qué ha pasado? – murmuro con la voz completamente ronca.
- Según dicen, te desmayaste en la iglesia. – empieza a decir la mujer mientras revisa el estado del gotero que tengo conectado en el dorso de mi codo izquierdo. – Por lo que he podido ver... Las heridas de tus manos se han infectado. La mano derecha es la que parece estar peor.
- Fue culpa mía, debí limpiarte mejor las heridas. – musita la quebrada voz de Carl a mi derecha.
Vuelvo mi cabeza hacia él.
Ni siquiera había reparado en que estaba aquí.
- No, de eso nada. – respondo. – Hiciste lo que sabías, con las herramientas que tenías.
Con una leve inclinación de cabeza, le indico al chico que se aproxime a mi, y con cierta cautela, Carl se levanta del sofá en el que estaba, y en el que parecía haber dormido a juzgar por la manta que se encontraba en él, para acercarse hasta mi y sentarse en la silla contigua a mi cama.
- Áyax tiene razón. – dice la mujer. – Algo parece estar causando la infección, los sucios vendajes podrían ser una opción, pero de no haber sido por tu previa actuación, a estas alturas quizás ya habría perdido la mano derecha.
Un escalofrío me recorre ante ese pensamiento.
Miro a Carl.
- Da igual lo que le digamos, te vas a culpar eternamente por ello ¿Verdad? – inquiero con una pequeña sonrisa.
La misma que el chico me devuelve, indicándome que así era.
- Lo siento. – susurra. Veo una lágrima descender por su mejilla. – Todo.
- No importa, Carl...
- No, si que lo hace. – dice acariciando delicadamente mi maltrecha mano, paseando su dedo pulgar con cariño sobre los nuevos vendajes. – No debí haberte mentido. – admite. – En el momento no lo vi así, tan solo quise que no te sintieras desplazado. Sé lo mucho que odias no poder estar en el campo de batalla. Pero eso no quita que debiera decírtelo.
Sonrío débilmente.
Y es que me alegraba que entendiera mi perspectiva, pero me alegraba aún más que comprendiera que había sido un error.
- A partir de ahora pienso contártelo todo. – dice sonriendo. – Somos un equipo.
Una pequeña risa escapa de mis labios.
- Somos un equipo. – repito con ligero entusiasmo.
Denisse simula un teatral carraspeo para llamar nuestra atención.
Y Carl no puede evitar una risa por ello.
- Iré a decirles que has despertado. – comunica ella antes de marcharse mientras Carl me ayuda a incorporarme en la camilla y quita el paño de mi frente.
El chico acerca a mis labios un vaso de agua para que pueda aliviar el clamor que profería mi garganta.
- Me siento un inútil ahora mismo. – reconozco, viendo como apenas puedo mover las manos.
El hijo de Rick sonríe.
- A mi me gusta cuidarte. – dice encogiéndose de hombros.
Una débil sonrisa estira mis labios.
- Bueno, quizá alargue más de la cuenta mi dolor. – admito provocando las risas del chico.
- No tendríamos que habernos entretenido tanto en el coche, de haber venido antes ahora no estarías así. – dice Carl en voz baja después de mirar que no hubiera nadie tras de sí.
Arqueo una ceja.
- Carl... Me arrepiento de muchas cosas en mi vida. – respondo. – Pero te aseguro, que de eso no. – sentencio con una ladeada sonrisa.
El chico ríe.
Un seguido de toques a la puerta llaman mi atención, y tras ellos aparecen Daryl, Rick, Abraham y Michonne.
Veo a Daryl frotar sus ojos con sueño, por lo que imagino que se encontraba descansando y que Carl le había tomado el relevo, por eso él ya se encontraba aquí.
- Anda, has aprendido a llamar a la puerta. – digo mirando a mi hermano.
Este sonríe.
- Es que no estoy dispuesto a encontrarme ninguna escenita. – confiesa mientras camina hasta llegar a la altura de los pies de la cama, apoyando sus manos en la barandilla de esta. – A menos que quieras que tenga que matar a ese chico.
- Eh. – dice Rick con una sonrisa, dándole un leve golpe con la mano en el costado a mi hermano.
Río.
- Vaya, sigues vivo, que decepción. – comenta Abraham cruzándose de brazos.
Una carcajada sale de mi, seguido de un par de toses.
- Te enseñaría el dedo de en medio, pero no puedo. – digo alzando mis vendadas manos.
Michonne niega con la cabeza.
Denisse aparece por la puerta con una caja en sus manos.
- ¿Qué llevas ahí? – pregunto acomodándome en la cama cuando el cansancio empieza a vencerme de nuevo.
- Las medicinas que trajisteis de Hilltop. – responde ella. – Quedan pocos antibióticos. – afirma ella mirándome.
- Mierda... - susurro antes de suspirar.
- Dejad la jerga médica. ¿Qué significa eso? – dice Abraham extrañado.
Vuelvo a tragar saliva.
- Que no puedo seguir luchando contra la infección sin dejar a Alexandria sin medicamentos. – contesto.
- ¿En Hilltop hay más? – pregunta mi hermano un tanto desesperado por la idea de que no pueda curarme como es debido.
- Si. – digo. – Pero no quise abusar, por eso cogí pocos, necesitábamos otras cosas.
Mi hermano pone las manos en sus caderas.
- No muy lejos de aquí hay un boticario, podríamos... - empieza a decir Denisse.
- No... - la interrumpo yo antes. – Creo que ya está bien de expediciones. – murmuro. – Haremos lo siguiente, diluye media pastilla en el suero cada doce horas.
La mujer me mira estupefacta.
- Pero eso es mucho menos de lo que te he estado administrando hasta ahora. – dice mirándome fijamente. - Y en más intervalos de tiempo. No servirá.
- O puede que sí. – sentencio.
Pero me equivocaba.
En tan solo un día y medio, mi estado había empeorado.
La fiebre había aumentado, al igual que el dolor en mi mano derecha, extendiéndose casi hasta el antebrazo.
- Rosita y yo vamos a salir. No puedes seguir así. – dice mi hermano visiblemente preocupado, sentado en la silla que tan solo un día antes había ocupado Carl, a quien tenía sentado a mi lado en la cama.
- Estoy... Bien. – intento decir.
Y digo intento, porque el castañeo de mis dientes lo impedía.
- He traído otra manta. – dice Michonne entrando por la puerta con un bulto de tela en sus manos, que rápidamente extiende sobre la manta que ya tenía.
Un ligero escalofrío me recorre cuando el reconfortante calor penetra hasta mis huesos.
- No es bueno que se abrigue tanto teniendo treinta y nueve grados de fiebre. – informa Denisse mirándome. Y en sus ojos denoto una mezcla entre pena y enfado.
- Pero está temblando. – dice Michonne preocupada, acariciando mi pelo empapado en sudor. Un tembloroso suspiro sale de sus labios. – Estás ardiendo...
Carl chasquea la lengua.
- Saldremos hoy. – dice el chico mirando a mi hermano.
- No. – susurro antes de tragar saliva dolorosamente.
- No vas a estar así eternamente. – replica Carl poniéndose en pie.
- No, porque antes morirás. – secunda Daryl con el enfado grabado en sus ojos.
El dolor me recorre cuando me incorporo un poco en la cama.
Siento mis músculos rígidos y tensos.
- Esto es por mi culpa. – sisea el hijo de Rick pasando ambas manos por su pelo. – Tenemos que irnos cuanto antes.
Veo a Daryl arquear una ceja.
- ¿Tenemos? No, de eso nada. Tú no vienes. – dice poniéndose en pie.
- ¿¡Qué!? ¿¡Por qué!? – exclama el chico encarándole.
Mis ojos se abren ligeramente.
Nunca los había visto enfrentarse así.
Ni estar tan cerca el uno del otro, mirándose fijamente.
Y es que Carl ya tenía casi la misma altura que Daryl.
Pero cuando parece que la tensión va a estallar entre ambos, el hijo de Rick parpadea un par de veces y pinza el puente de su nariz tras dar un largo suspiro.
- Lo siento. – musita.
Daryl pone una mano en su hombro.
- Necesito que te quedes con él, nadie le cuidará mejor que tú. – reconoce el hombre.
Y si lo de antes me había sorprendido, esto me sorprendía aún más.
Carl asiente.
- Gracias. – susurra.
- Nos marcharemos hoy, aún no es ni medio día. Con suerte esta noche o mañana estaremos aquí. – dice. – Iré a preparar todo. – añade antes de depositar un beso en mi frente. – Y tú procura mejorar ¿De acuerdo? No puedo perder otro hermano más. – admite para sí mismo.
Y su confesión me duele tanto, que hago acopio de las pocas fuerzas que me quedan para darle un abrazo, que él no duda en corresponder.
- Ten mucho cuidado, por favor. – susurro con voz queda.
- Espera. – dice Denisse. Mis ojos vuelan a ella. – Yo también voy. Necesitaréis mi ayuda.
- ¿Qué? – inquiero con un débil gesto de sorpresa.
La mujer me muestra una sincera sonrisa.
- Ya es hora de que pase a la acción. – sentencia con firmeza.
Y un gran orgullo me recorre cuando lo hace.
- Estoy seguro de que lo harás perfectamente. – digo visiblemente más alegre.
- Te he dejado puesta la medicina, para la siguiente vez solo... - empieza a decir moviéndose de un lado a otro de la enfermería, no tan perdida como la primera vez que la vi.
- Denisse. – digo llamando su atención. La mujer se detiene y me mira. – Lo sé. Todo lo que sé de medicina me lo enseñó la mejor doctora que conozco.
Denisse sonríe antes de asentir con su cabeza.
- No perdamos más tiempo entonces. – añade mi hermano.
La mujer se aproxima a mi y me da un abrazo.
El que yo no sabía que sería el último.
Rick me observa con la preocupación en su rostro, sentado en la silla en la que casi dos días atrás estuvo mi hermano.
Quién había vuelto, junto con Rosita.
Pero no con Denisse.
Los Salvadores la habían matado.
Y eso me dolía.
Me quemaba hasta consumirme.
Desataba esa más que conocida locura para mi.
Pero con las fuerzas mermadas hasta la médula, no podía hacer nada.
Solo podía limitarme a llorar en silencio.
Las lágrimas no habían dejado de salir desde ayer.
Dolía demasiado que la gente que no lo merezca, muera.
Dolía.
Más que el horrible dolor que ya me impedía casi mover la mano derecha, la cual estaba completamente roja y amoratada.
Y en mi cabeza, ya empezaba a hacerme a la idea de que lo más probable era que perdiera la mano.
Pero eso me importaba bien poco a estas alturas.
Pues Daryl se había marchado en busca de Los Salvadores para cobrarse su propia venganza.
Seguido por Glenn, Michonne y Rosita.
Aumentando nuestra preocupación.
La de todos.
Pero en especial la de Maggie, la de Rick y la de Abraham.
Aunque este último ya no estaba unido sentimentalmente a Rosita, le veía deambular perdido en sus propios pensamientos.
Rick había evitado perderse en su mente saliendo en busca de Carol.
Porque Carol se había marchado.
Una simple nota de despedida era lo único que nos dejaba.
Y Rick había vuelto sin una sola noticia esperanzadora, dejando a Morgan en busca de la mujer.
Todo esto era una locura.
Una puta locura que iba demasiado deprisa.
Mi estómago se contrae y mi cuerpo se arquea cuando devuelvo por cuarta vez lo poco que he comido, en el cubo que está en el suelo al lado de mi camilla.
Rick sujeta mi cabeza, una vez más.
- Hay que llevarte a Hilltop. – sentencia el hombre cuando observa mis ojos casi en blanco debido al esfuerzo. – Carl, ve a preparar la caravana, nos marchamos ya.
- N... No... - digo intentando articular palabra, en algo que suena más a un sonido de asfixia que a una negativa, saboreando la bilis en mi boca.
- ¿A qué más hay que esperar? – pregunta Carl con dolor cuando limpia con un pañuelo el hilo de saliva que cuelga de mis blanquecinos labios.
Antes de que nos demos cuenta, Mike azota la puerta de la enfermería, entrando a toda prisa.
- Rick... - dice jadeando por el esfuerzo, pues parecía haber venido corriendo. El hombre se gira hacia él. – Maggie... - susurra. – Algo con su embarazo no va bien.
Carl y su padre se miran entre sí durante unos instantes.
- Iré con ella. Carl, ayuda a Áyax. – empieza a decir el hombre a toda prisa mientras se encamina hacia la puerta. – Mike, busca a Abraham, que prepare la caravana. Nos marchamos de inmediato.
Siento como Carl me ayuda a incorporarme, sintiendo mi cuerpo totalmente en peso muerto. Con sumo cuidado, el chico desabotona mi maltrecha y habitual camisa, para colocarme una limpia camiseta de manga larga, en un intento por protegerme del frío que mi cuerpo parecía sentir.
Apenas siento el momento en el que Carl pasa mi brazo izquierdo por su cuello, ayudándome a levantarme.
- Vamos... Con cuidado. – dice delicadamente, ayudándome a caminar.
El viento acaricia mi cara por primera vez en muchos días, al igual que lo hacen los tenues rayos de sol, dificultando que mi vista se acostumbre al exterior.
Llego a la caravana con más lentitud de la que debería, y cuando subo, ayudado por Carl, veo a Maggie en un deplorable estado, tumbada en la pequeña pero extensa cama, hecha un completo ovillo.
Sus ojos ojerosos son lo primero que veo, seguido de su recién cortado pelo empapado en sudor.
- Tienes buen aspecto... - susurro como si esas palabras fueran mi último hálito de vida, seguido de una débil sonrisa.
La mujer sonrisa y me hace un hueco en la cama en la que delicadamente me deja Carl.
- Puedo decir lo mismo de ti... - murmura con una sonrisa que marca sus huesudos pómulos, dándole el aspecto de un completo cadáver.
Aunque a pesar de no haberme visto a mi mismo, por el dolor en el iris de Carl cada vez que me miraba, yo debía de tener un aspecto similar.
Siento el poco blando colchón de espuma en mi espalda y mis músculos se quejan con fervor, dedicándome pequeñas agujas en mis huesos.
La mujer apoya su cabeza en mi pecho, semi abrazándome, en busca de algo de calor, cosa que agradezco cuando siento su cálida temperatura corporal cercana a mi.
Carl mulle un par de cojines y los coloca tras nuestras cabezas.
- ¿Has visto? Tengo enfermero personal. – digo con voz débil, igual que lo es mi sonrisa.
La mujer emite un ruido similar a una risa.
- Ya me lo prestarás... - responde ella, causando una tenue risa en Carl.
La caravana se pone en marcha, y el suave traqueteo de esta parece que quisiera mecernos a Maggie y a mi para sumirnos en un merecido descanso.
Rick deja pasar a Aaron, quien se aleja hasta la cabina con Abraham después de dedicarnos una conciliadora sonrisa.
El hombre se sienta a mi lado y acaricia el pelo de Maggie.
- Hola... - dice ella, con la voz tomada por el llanto que intenta ocultar.
- Vamos a llegar al médico de Hilltop. – responde Rick a la pregunta que la mujer abrazada a mi no parece atreverse a hacer. – Y él lo arreglará todo.
Maggie suspira de manera temblorosa y no muy convencida cuando las lágrimas llegan a sus ojos.
- Eh... - susurra Rick acariciando el cabello de la mujer intentando reconfortarla.
- ¿Cómo lo sabes? – pregunta ella.
Con delicadeza, alzo mi destrozada mano derecha, y acaricio su mejilla. La mujer toma mi mano con cariño y deposita un beso sobre mi vendaje, acariciando los casi morados dedos.
- Lo lograremos. – susurro, evitando que las lágrimas lleguen a salir. – El pequeño Hershel saldrá adelante. – digo.
La mujer sonríe y sus lágrimas caen, pues una vez Glenn y ella estuvieron divagando junto a Michonne y a mi que posibles nombres podían elegir. Muchos nombres absurdos surgieron seguido de unas cuantas risas, pero cuando de mis labios salió el nombre del padre de la chica, tanto marido como mujer se miraron entre sí con un brillo especial en sus ojos.
Rick pone una mano sobre mi hombro.
- Por supuesto que sí. – dice él. – Todo lo que hemos hecho, ha sido juntos. – añade. – Llegamos aquí juntos, y seguimos aquí. Han pasado cosas, pero todo nos ha salido bien porque siempre hemos estado juntos, por eso lo sé. – aclara con convicción, alternando sus miradas en Maggie y en mi. – Porque sé que, estando juntos, podemos hacer lo que sea.
Carl nos observa tras su padre, y una lágrima rueda por su mejilla cuando oye las emotivas palabras del hombre.
Y es que no le faltaba razón.
Habíamos podido con cientos de piedras en el camino, y esta sería una más.
Pero desde la cabina puedo escuchar maldecir a Abraham, a medida que la caravana se detiene poco a poco.
- ¿Qué pasa? – dice Rick encaminándose hasta él.
- Enemigos. – responde el hombre.
Me incorporo ligeramente intentando ver algo, pero las espaldas de Eugene, Aaron, Sasha, Abraham y Rick ocupan mi cambio de visión.
- ¿Vamos a por ellos? - inquiere Abraham.
- No. – sentencia Rick con desgana, como si estos fueran nada para él.
El hombre sale por la puerta de la caravana, seguido por su hijo, Abraham, Sasha, Aaron y Eugene.
Todos ellos, armados hasta los dientes.
Sonrío orgulloso.
Con cuidado, me levanto semi agachado de la cama y me muevo por la caravana prácticamente arrastrándome por el suelo, pues casi no tengo fuerzas para ponerme en pie.
Me acerco a la puerta, y por la ranura que queda entre esta y la pared de la caravana, observo a ese grupo de tardados, bloqueando la carretera con sus coches.
- Es alguien que estaba con muchos otros que no nos hicieron caso. – matiza el hombre medio calvo y de aspecto descuidado, refiriéndose al hombre herido que tenía tumbado en el asfalto a su lado.
Frunzo ceño.
El tío que acababa de hablar, el que parecía ser el líder, tenía toda la pinta de haber sido un psicópata, asesino y narcotraficante en el mundo en el que antes vivíamos.
- Podemos hacer un trato. – dice Rick tras unos segundos, manteniendo sus manos alzadas. – Aquí, y ahora.
- Así es, podemos. – responde el ex narcotraficante. – Dadnos vuestras cosas. – sentencia. – Probablemente tenga que cargarme a uno de vosotros, así es esto. Pero después podemos hablar de negocios. Solo tenéis que hacer lo que digamos.
- Ya... - dice Rick con una sonrisa bajando sus manos. – Pues ese trato no nos va a convenir. – aclara. – Lo cierto es que iba a pediros todas vuestras cosas. Pero yo no tendré que cargarme a ninguno. – añade. – Ninguno más, digo.
Punto para el sheriff Grimes.
Un hombre al lado del ex narcotraficante agita un bote de espray antes de pintar con él el cuerpo del hombre herido en el suelo.
Rick se vuelve hacia su grupo y los mira.
Si pudiera hacerlo sin desatar un tiroteo, estoy seguro que pondría los ojos en blanco ante ese absurdo alarde de superioridad.
Que más bien denotaba auténtico patetismo.
- Podemos hacer un trato mejor, si quieres. – sugiere el líder del grupo con probables problemas mentales. – A los oídos del gran jefe ha llegado que tenéis a alguien inmune al virus. Entregádnoslo. Y os podréis marchar en paz, tenéis la palabra de Negan. – sentencia con una cínica sonrisa.
Mi corazón se detiene.
Y la sangre en mis venas se congela.
Veo a Rick tensarse.
Igual que a Carl.
- ¿Cómo coño...? – susurro temblorosamente.
Una voz en mi cabeza dice de forma sarcástica: Punto para el ex narcotraficante.
Rick alza su mano y hace un gesto, indicándole a nuestro grupo que entre de nuevo en la caravana.
- Perdéis el tiempo. – dice dándose media vuelta. – Os han informado mal.
Cuando todos entran, observándome en el suelo al lado de la puerta, el tipo vuelve a hablar.
- Lo dudo mucho. – dice. – Con el miedo adecuado, Greggory se convierte en un buen informante.
Cuando tiene un pie puesto en las escaleras, Carl vuelve a tensarse.
Y me mira.
- Hijo de la gran puta. – siseo entre dientes.
Vuelvo mi vista a Rick, quien vuelve a caminar hacia nosotros.
- De acuerdo, amigo. – dice el tío irónicamente. – Hay muchas formas de llegar a vuestro destino.
Mi respiración se acelera por la rabia cuando dice eso.
Rick me mira cuando llega a la altura de la puerta y me ve, sentado en el suelo, apoyado débilmente a la pared.
Tras unos segundos de mirarme fijamente, sus ojos se vuelven al hombre.
- ¿Quieres que este sea tu último día en la tierra? – sentencia con superioridad.
Demostrándome hasta que punto estaba dispuesto a llegar por protegerme a mi y a los nuestros.
Y un escalofrío me recorre ante esa idea.
- No, pero has sacado un tema interesante. – dice el hombre. – Piénsalo ¿Y si es el último día para ti? O para alguien que quieres. – añade socarrón. - ¿Y si es así? Tal vez debas ser más cariñoso que nunca con los que van contigo. Nunca se sabe... - el hombre chasquea sus dedos. - ... Cuando se irán. – sentencia. – Portaos bien. Tú lo has dicho, como si fuera vuestro último día.
Rick asiente un par de veces.
- Lo mismo os digo. – sisea antes de entrar en la caravana dando un portazo.
Un último grito por parte de ese hombre se escucha reverberando por el interior de la caravana.
- ¡Quién salvará a Los Salvadores! – exclama.
Y entonces miro a Carl.
Sentado en los asientos de la caravana, con la ayuda de Carl, y envuelto en una manta, con la cabeza apoyada en la ventana, empiezo a intentar hacer que mi mente funcione a marchas forzadas.
Froto mis sienes cuando otro pequeño mareo me recorre debido al sobreesfuerzo innecesario que había hecho media hora atrás.
Oigo a Sasha, Eugene y Rick hablar algo de una ruta, pero sus voces llegan lejanas a mis oídos.
Hasta que corto su parloteo con una sola pregunta por mi parte.
- ¿Y si me entrego? – sugiero mirando a Rick fijamente.
El hombre mantiene mi mirada durante unos segundos, para después observar a su hijo.
- Comprueba a ver si su fiebre ha subido. – dice como respuesta.
- Es en serio, Rick. – digo en un gruñido con los ojos entrecerrados por el cansancio que la imbatible fiebre provoca en mi.
El hombre vuelve a mirarme.
Igual que su hijo.
- Esa jamás será la solución. – sentencia Carl.
- Pero ya le habéis oído, os dejarían en paz. Solo me quieren a mi. Tal y como nos advirtió Jesús que podía pasar. – insisto antes de toser. – Carl... ¿Podrías...? – pregunto, rogándole que por favor me traiga un poco de agua.
Cuando el chico se aleja, bajo mi voz lo suficiente como para que no nos oiga.
- Lo más probable es que la fiebre me termine matando, Rick. – susurro al borde de que mis lágrimas caigan de nuevo, y es que eso era todo lo que me decían mis conocimientos médicos. – No tiene que morir nadie más por mi culpa. – digo haciendo alusión a Denisse. – Entregadme y seguid con vuestras vidas, no duraré ni dos días más. – afirmo con la voz rota.
Rick me mira perplejo.
El hombre se agacha a mi lado y pone una mano en mi nuca.
- No comercio con vidas, Áyax. – responde con firmeza. – Y mucho menos con la de mis hijos. – sentencia.
Cierro los ojos cuando siento las lágrimas rodar libremente por mis mejillas.
El hombre deposita un beso sobre mi ardiente frente.
- Pongámonos en marcha. – dice aproximándose a Abraham.
Carl se acerca a mi con un vaso de agua, del cual me ayuda a beber.
- No vuelvas a decir disparates como ese. – murmura con labios temblorosos.
- ¿Nos has espiado? – inquiero arqueando una ceja, mostrando una sonrisa casi sin fuerzas.
- Un poco. – reconoce.
Y tras eso, Carl vuelve a dejarme en la cama, junto a una ya dormida Maggie.
Pero cuando apenas empiezo a coger el sueño, la caravana deteniéndose nuevamente me despierta.
Una vez más, los veo a todos observar semi agachados.
Unos murmullos después, la caravana vuelve a arrancar y da marcha atrás.
El hijo de Rick se aproxima a mi y se agacha a mi lado.
- Nos han cortado el camino de nuevo. – dice antes de tragar saliva.
Miro fijamente al techo y suspiro.
- Ya.
Unos cuantos disparos al aire se hacen eco por el bosque a medida que la caravana da la vuelta.
Pero en cuestión de un tiempo, volvemos a detenernos.
Esto era un maldito circulo vicioso.
Me incorporo de nuevo, decidido a observar esta vez qué nos detiene, y mis ojos se abren ligeramente cuando veo una fila de caminantes unidos por una cadena, impidiéndonos el paso.
Mi corazón se detiene.
Y mi respiración se vuelve irregular.
- Las flechas de Daryl... - susurro cuando veo como uno de los caminantes lleva incrustadas en el torso, dos de las flechas de la ballesta de mi hermano.
- Y eso es de Michonne. – dice Aaron señalando a otro caminante, que lleva puesto el chaleco de la mujer, y dos ensangrentadas rastas pegadas al cráneo.
Mi mandíbula se tensa hasta tal punto que siento que va a romperse.
Y cuando Rick sale echo una furia de la caravana, dispuesto a cargarse con sus propias manos a los caminantes, seguido por el resto del grupo, una lluvia de disparos cae a sus pies, obligando a algunos a volver a entrar, pero el tiempo justo para que Rick logre romper la unión de dos caminantes, abriendo de nuevo el paso en la carretera.
Desde la cama, y con cada minuto que pasa aún más fiebre, veo a Rick acariciar las rastas entre sus dedos.
Veo en los ojos del hombre como poco a poco, la rabia empieza a consumir su cordura, y no sé hasta que punto eso puede ser una buena señal.
La caravana vuelve a detenerse y a tirar marcha atrás de nuevo.
Y a juzgar por los impactados ojos de Rick cuando se vuelve, un grupo increíblemente grande ha debido de cortarnos el camino.
Para variar, la caravana termina deteniéndose una vez más, puesto que una muralla de troncos caídos, nos corta el paso.
Esta vez, a pesar de la negativa de Carl y Rick, decido bajar junto a ellos, observando a mi alrededor.
Un ruido metálico se oye de espaldas a nosotros.
Y cuando nos volvemos, el hombre herido con la equis marcada en espray en su camiseta, se asfixia con una cadena envolviendo su cuello.
Pero algo mucho más destacable llama nuestra atención.
Un cártel colgaba de su cuello.
"¿Quién salvará a Los Salvadores?"
Tenso la mandíbula y trago saliva.
El sentimiento de culpa me invade por décimo quinta vez desde que nos habían detenido en el primer tramo.
La muralla de troncos empieza a arder de un segundo a otro.
- Tratas bien a tu gente ¿Verdad? – inquiere la voz del tipo, tras los llameantes troncos. – Es tu último día en la tierra. O puede que el de uno de ellos. – aclara. – Deberíais iros, va a hacer calor. Id hacia vuestro destino.
Rick me mira.
Y yo le miro a él.
Su inestabilidad mental era cada vez más evidente.
Y es que el hombre ya llevaba cierto desgaste en este absurdo juego del ratón y el gato.
- Vamos. – gruñe. – Corred.
Mi estomago se contrae una vez más y el sabor de la bilis inunda de nuevo mi boca, puesto que es lo único que alcanzo a vomitar contra la taza del váter.
Siento a Carl acariciar mi espalda mientras sujeta mi cabeza.
- Necesita un médico. – dice Rick. Sus ojos se posan en Maggie. – Ambos. – susurra con desespero.
- Tenemos dos caminos desde aquí. – dice Sasha señalando el mapa. Carl me ayuda a levantarme y a sentarme en los asientos que rodean la mesa.
- Ya estarán esperándonos. – añade Aaron.
- Van por delante, y quizá por detrás. – empieza a decir Eugene. – No nos esperan a nosotros, per se, esperan la caravana. – mis ojos miran al hombre. Tiene razón. – Y no saben cuánta gente hay en cada momento dentro de ella. Pronto anochecerá.
Y lo hace.
Con un pequeño temblor recorriendo mi cuerpo, me coloco una sudadera negra sin capucha que Carl me cede para protegerme del frío de la noche, y de nuevo, pasa mi brazo izquierdo por su cuello, y su brazo derecho por mi espalda, ayudándome a salir de la caravana.
- Todo saldrá bien. – susurra antes de besar mi sien.
Le miro.
Su ojo sano brilla por las lágrimas que no se atreve a derramar.
Porque no está seguro de que lo que dice vaya a pasar.
Ni yo tampoco.
- Lo sé. – miento. – Siempre que sea junto a ti. – susurro, y eso sí que era verdad.
- En este y en mil apocalipsis más. – sentencia antes de besar mis labios.
Tal vez por última vez.
Pues sentía como mi cuerpo llegaba a su límite.
Asiento cuando el beso se rompe.
Y veo como Rick, Aaron, Sasha y Abraham sacan a Maggie en una improvisada camilla.
Mis ojos observan como su estado empeora.
Y a juzgar como ella me observa a mi, creo que estábamos en igualdad de condiciones.
Sin dudar un segundo, y tras despedirnos de un valiente Eugene al que me cuesta reconocer, emprendemos camino hacia la espesura del bosque.
A mitad de camino, Carl se deshace fácilmente de un caminante, y unos segundos después inicia una conversación con su padre, que apenas alcanzo a oír, pues mantenía todas mis fuerzas en concentrarme en andar.
Pero lo único que si logro oír, son unos silbidos.
Y lo que parece solo uno, pronto se convierten en muchos más.
Mis ojos divisan sombras que nos rodean en el bosque cuando nos detenemos.
Rick me mira, intentando comprobar mi estado.
Y asiento, preparado para lo que sea que esté dispuesto a venir.
Echamos a correr, e intento centrar las pocas energías de las que dispongo en ello, y con la ayuda de Carl a mi lado, lo consigo.
Los escalofriantes silbidos cada vez se hacen más notables resonando por el oscuro bosque.
Rodeándonos.
Parece una broma de mal gusto, puesto que a más corremos, más se incrementa el volumen de los silbidos.
Hasta que llegamos a una pequeña explanada.
Nuestros pies se detienen cuando unos potentes focos se encienden, iluminándonos.
Cegándonos.
Faros de coche.
Miro a nuestro alrededor con desespero.
Los silbidos aumentan en velocidad y sonido, y la luz apenas me deja ver.
Mi corazón se acelera al vernos sin salida.
Decenas de Salvadores nos rodean, con sus coches y motos impidiéndonos el paso.
El sudor por mi frente empieza a caer.
Un pequeño escalofrío recorre mi columna vertebral cuando a unos pocos metros, diviso nuestra caravana, con Eugene arrodillado, cerca de ella.
Veo a Carl mirarme.
Y yo le miro a él igual de confuso.
Veo a todos con la mirada perdida, intentando hacer que sus cerebros comprendan y procesen lo que están viendo.
Rick parpadea. Perdido, confundido. Sus ojos parecían no saber donde mirar. Jadeaba en una mezcla de temor, cansancio y adrenalina, con su rostro empapado en sudor.
Habíamos caído en la mayor de las emboscadas.
- Bien... - dice la voz, del que pronto identifico como el tipo con pintas de ex narcotraficante. – Ya estáis aquí. Bienvenidos al destino. Dadnos las armas. – dice, entonces saca su arma y apunta a Carl mientras mira a Rick. – Ahora.
Rick balbucea el intento de una frase.
Nunca le había visto así.
- Podemos hablarlo... - dice.
- Dejad de hablar. – responde el tío. – Ahora escucharéis.
Varios hombres se nos aproximan y nos desarman.
Por suerte yo no llevaba mi pistola, aunque sí quitan el cuchillo de mi cinturón.
Pero no la daga en mi bota.
- Muy bien... - vuelve a hablar el hombre. – Dejadla en el suelo y poneos todos de rodillas. – dice refiriéndose a Maggie. – Hay mucho que hacer...
- Un momento, dejadnos. – ruega Abraham.
- Claro, claro... - responde el tipo con sarcasmo.
Veo como bajan la camilla de Maggie y la ayudan a levantarse, para que pueda arrodillarse.
Otro tío aproxima a Eugene y lo pone de rodillas, cerca de Carl.
- Vosotros también. – dice el que hasta ahora parecía el líder.
Rick me mira igual de perdido que yo a él.
Pero no era momento de irreverencias, no ahora.
Tras dudarlo unos instantes, el hombre al que jamás pensé ver arrodillado ante nadie, lo hace.
Entonces el ex narcotraficante pasa por detrás de mi, y da un leve toque en mis rodillas, haciendo que estas cedan por reflejo y me arrodille.
Lentamente, y tras una mirada asesina, Carl se arrodilla a mi lado izquierdo y Aaron a mi lado derecho.
Veo a Rick temblar en su posición, con la mirada totalmente perdida.
- ¡Dwight! – exclama el tío.
Carl y yo nos miramos.
Boqueo como un pez fuera del agua cuando el rubio hombre con media cara quemada nos mira al hijo de Rick y a mi.
Y finge no conocernos.
Mis ojos se clavan en el arenoso suelo.
Las puertas de un furgón se abren.
Y tras ellas sacan a Daryl, Michonne, Rosita y Glenn.
- Daryl... - susurro con lágrimas en los ojos al verle herido.
Su triste mirada me perturba.
Hace el intento de levantarse hacia mi, pero un tipo lo retiene.
Le veo llorar en silencio, mirándome a través de su flequillo.
- Muy bien, tenemos un montón. – dice el tipo frente a nosotros, retrocediendo un par de pasos hasta aproximarse a la puerta de la caravana. – Viene el gran hombre. – sentencia con una ladeada sonrisa.
Seguidamente da unos toquecitos en la pared cercana a la puerta.
Y esta se abre.
Un hombre sorprendentemente alto sale de la caravana.
La tenue y cálida luz de los faros del coche más cercano ilumina su imponente y temible silueta.
De pelo negro y algo de barba, con una imborrable y cínica sonrisa en el rostro, viste una chaqueta de cuero, un pañuelo rojo a modo de bufanda y un único guante de cuero negro en su mano derecha.
Ligeramente inclinado hacia atrás y desprendiendo superioridad por los poros, carga el que, a partir de hoy, será el objeto de mis pesadillas.
Un bate de béisbol envuelto en alambre de espino.
Trago saliva cuando un temblor me sacude.
- ¿Ya os habéis cagado? – pregunta con sarcasmo, acompañado de una perfecta y blanca sonrisa.
Y la respuesta a mi eterna pregunta de quién era Negan, se encuentra personificada ante mis ojos.
Él.
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