Capítulo 26. Inefable.
El espeso humo inunda mis pulmones.
Acompañado de un leve mareo que golpea mi cabeza haciéndome perder ligeramente el centro de mi equilibrio.
Y en cuestión de segundos, un sentimiento que describo como felicidad, me recorre, entumeciendo mis músculos a su paso.
Río.
Y eso conlleva que una ligera tos sacuda mi garganta.
Llevaba días sin fumar esta mierda.
Vale, no me juzguéis.
No tenéis ni idea de la cantidad de basura que he estado tragando, y esto, es lo único que me ayudaba a tolerarlo.
Lo sé, es una excusa barata, pero a mí me basta.
Dejo que mi cuerpo se relaje en el marco de la ventana en la que estoy sentado en mi habitación.
Y cierro los ojos durante unos segundos.
Embriagándome de todas y cada una de las sensaciones que habían aumentado a mi alrededor.
Dejándome llevar por todas ellas.
Un ligero y reconfortante calor me recorre.
Y siento el peso de mis párpados hacerse presente.
Mi cabeza va a mil por hora de un segundo a otro.
Como si pudiera resolver cualquier problema que se me pusiera por delante.
Una sonrisa se instala en mis labios sin intención de abandonarme, y le confieso mi agradecimiento por ello.
Empiezo a ser consciente de todas y cada una de las partes de mi cuerpo.
De mis pulmones cargados.
De la tensión sobre mis hombros y el punzante dolor bajo mi nuca.
De la pesadez de mis piernas.
Y de la extraña tranquilidad que todo ello me provoca.
Porque apenas consigo que me importe.
Porque no lo hace.
Y sé que no es un pensamiento voluntario.
Sino más bien una consecuencia.
Pero no tenéis ni idea de cuanto había añorado este sentimiento, si es que alguna vez había terminado por conocerlo de verdad.
Esta era la sensación que había estado buscando toda mi vida.
Felicidad.
Eso era.
Intangible.
Falsa.
Creada.
Invisible.
Pero tan cálida y sanadora como la caricia de los rayos de sol una tarde de verano.
Era como sentir cerrándose de verdad todas y cada una de las metafóricas heridas de mi alma.
Aunque fuera tan solo hasta que el efecto pasara.
Pero de nuevo, no me importa.
Así que, tras mucho tiempo bebiendo de la tristeza, decido saborear lo que es la felicidad.
Sintiéndola.
Por primera vez en mucho tiempo.
Pero esta dicha queda sustituida por la tensión apoderándose de mi cuerpo cuando oigo unos golpes llamando a mi puerta.
Me envaro al momento.
- Mierda. – gruño en un susurro apagando el no tan convencional cigarro. - ¿Quién es? – inquiero después de carraspear mientras tiro la ceniza por la ventana y guardo lo que queda de este en nueva cajetilla de cigarros que había conseguido hacía tan solo unos meses.
La vieja se la llevó Merle consigo.
Igual que mi cordura.
- Soy Rick. – responde la voz del hombre tras la puerta a la vez que vacío los restos de un ambientador en spray, en un más que fallido intento por menguar el notable olor a marihuana. - ¿Puedo entrar?
- Si. – digo en un tono demasiado agudo, cruzándome de brazos. – Claro, sí.
Vuelvo a carraspear cuando la intensa mirada del hombre se clava en mis ojos.
Frunce el ceño.
- ¿Está todo bien? – pregunta alzando una ceja, apoyando su mano izquierda en el pomo de la puerta, sin entrar del todo en la habitación.
- Todo lo bien que pueda estar. – murmuro en respuesta con una fingida sonrisa.
El incómodo silencio queda roto por el lejano sonido de una pequeña pelota rebotar contra una de las paredes.
Rick se gira hacia al ruido proveniente de la habitación de Carl.
- De acuerdo. – musita de manera igual de falsa que yo. – Saldré con Daryl en unas horas, cuando vuelva de acompañarte a los resultados de las pruebas.
Mi cuerpo se queda rígido.
- ¿Resultados? – digo.
El expolicía vuelve a mirarme.
- Los análisis de sangre que Denisse y Eugene te hicieron para la investigación. – dice observándome detenidamente. - ¿Lo recuerdas?
Asiento efusivamente.
- Claro, como iba a olvidarlo.
¿¡Cómo había podido olvidarlo!?
- De acuerdo entonces. – añade sin quitarme la vista de encima. Cruzo los brazos frente a mi pecho y desvío la mirada, totalmente intimidado por la severidad en el rostro del hombre a unos metros de mí. - ¿Alguna petición en especial?
Enarco las cejas.
- ¿Disculpa? – inquiero perdido.
- En la búsqueda de suministros con tu hermano. – vuelve a decir con un tanto de fastidio. - ¿Necesitas algo? – añade poniendo las manos en su cinturón, dando pequeños pasos por la habitación, observándola. – Ropa, champú, pasta de dientes... Ambientador, tal vez.
Trago saliva.
- No. – susurro. – No, no. No necesito nada.
Rick muerde sus labios y asiente.
- Está bien. – contesta. – Me marcho ya, Daryl te espera abajo. – dice mientras sale de la habitación. Mi cuerpo se relaja al verle alejarse. – Ah, y... ¿Áyax? – inquiere sujetando la puerta.
- ¿Sí? – digo en un titubeo.
El hombre clava sus ojos en los míos.
- Tienes todo este día para deshacerte de esa mierda, o te aseguro que no me temblará la voz al decírselo a tu hermano. – la seriedad en sus palabras me aterra, y de un segundo a otro me siento ridículamente pequeño.
Vuelvo a tragar saliva.
Agacho la cabeza.
Y asiento.
El hombre repite el gesto ligeramente y se dispone a cerrar la puerta.
- Espera... - digo en un susurro, Rick cesa sus movimientos para mirarme. – Cómo lo has sabido.
Una pequeña sonrisa aflora fugazmente en sus labios.
- En mis años de policía detuve a muchos chicos como tú. – responde. – Tenían más edad, pero tú eres más listo que ellos para saber que eso solo empeorará las cosas ¿Verdad? – y sin palabras con las que poder contestar, tan solo un nudo de vergüenza atravesando mi garganta, asiento. – Soluciona lo que tienes que solucionar. – y cuando dice eso, una presión se instala en mi pecho. - Y si necesitas ayuda, nos tienes aquí. No te refugies en algo que te dará un alivio pasajero. – añade. – Tienes diecisiete años, así que no seas idiota.
- De acuerdo.
Rick sonríe.
- Ahora lava tu cara. Y deja la ventana abierta. – dice antes de cerrar la puerta.
Suspiro.
- Mierda.
Froto mis ojos con la toalla con la que seco el agua que cae por mi cara, la pesadez en mis párpados se hacía cada vez más presente.
Meto las manos en los bolsillos de mi sudadera negra y observo la imagen que el espejo me devuelve con poca gratitud.
El enrojecimiento de mis ojos era más que notorio.
- Mierda. – vuelvo a gruñir en menos de media hora.
Resoplo.
Las palabras del expolicía parecían haberse acomodado en mi cabeza.
Y por si os lo preguntabais, sí, ya tengo diecisiete años.
Es decir que hacía un año y medio que Merle había muerto y que Carl perdió su ojo.
¿Un año y medio? ¿Un año? No lo sé, ni si quiera estoy seguro.
Hace tiempo que llevar la cuenta dejó de importarme.
Junto con muchas otras cosas.
Y es que, desde el día en el que Merle nos dejó, algo de mi se fue con él.
La fuerza y capacidad para aguantar más desgracias supongo.
Y a eso, podemos sumarle la increíble y cada vez más creciente inseguridad de Carl.
Apenas era capaz de mirarnos a ninguno a la cara.
Escondía el vendaje en su largo flequillo, pues su pelo había crecido hasta sus hombros.
Junto con su cuerpo.
Estaba más mayor.
Más alto.
Y mucho más guapo.
Aunque él pensara justo lo contrario.
Llevaba todo este tiempo encerrado en sí mismo.
Se odiaba.
Es lo que él decía.
Cada vez que hablaba con él, la conversación terminaba en una acalorada discusión sobre su valía.
Y es que nadie mejor que yo podía entenderle.
No era la belleza lo que preocupaba a Carl, o por lo menos no del todo.
Aunque también.
El caso es que, tras la pérdida de su ojo, esto le había acarreado problemas de puntería y de visión, lo que en consecuencia le provocaba migrañas y mareos.
Y como es lógico, había sido relevado a los trabajos más suaves de la comunidad.
Por lo que podéis adivinar su reacción al sentirse inútil.
Todo ello como consecuencia de su cuerpo, quien estaba siendo sometido a un duro proceso de adaptación.
Es decir, su cansancio visual aumentaba porque ahora se valía de un único ojo para todo.
Y en mi opinión, la vista era uno de los sentidos más importantes.
Así que imaginad que os la redujeran a la mitad.
Para siempre.
Pues eso es lo que ahora vivía Carl.
Y por todo ello, su carácter era prácticamente insoportable e irascible.
Así que ahora entendía lo que yo le hice pasar a él en su día.
Tenía todo el derecho del mundo a sentirse así, pero estaba cometiendo el mismo error que yo, y ese era aislarse y consumirse en su propia amargura.
Y estábamos dejando pasar demasiado tiempo.
Eso, junto con sobrellevar todo lo que podía la muerte de Merle, era más que suficiente para que a veces quisiera y necesitara evadirme de esta realidad.
Buscando sentirme bien por unas horas.
Niego con la cabeza.
Uno de los efectos secundarios era pensar demasiado.
Salgo del baño intentando alejarme de todo ese torbellino de pensamientos y recuerdos, haciendo un alto en el camino cuando paso por la habitación de Carl.
- ¿Qué tal estás? – murmuro un tanto inseguro, viéndole frente a la diana, y como todos y cada uno de los dardos que lanza, quedan clavados en la pared al lado de esta.
Bufa con frustración.
- A ti que te parece. – gruñe sin apartar la mirada de la diana, acercándose a la pared para sacar los dardos de esta.
Trago saliva.
Lo cierto es que, cuando Carl se ponía así, a veces daba hasta miedo.
- No es necesario que seas tan borde. Tan solo preguntaba. – respondo entre dientes. Su actitud me tenía un tanto harto.
- Pues no hagas preguntas absurdas. – gruñe lanzando los dardos con más fuerza que antes.
Respiro hondo.
- ¿Qué te parece si cuando vuelva damos unas clases de tiro? Tú y yo, como en los viejos tiempos. – digo con una pequeña sonrisa. – Hace mucho que no estamos los dos solos.
Carl se detiene.
Y por primera vez en mucho tiempo me mira.
Mi corazón se hiela cuando veo el azul de su iris apagado, triste, casi sin vida.
Y una notable ojera bajo su ojo sano.
- Claro, por qué no. – responde. – Yo sin un ojo y tú con tu brazo izquierdo, a ver quién de los dos es más inútil.
Mi respiración se corta cuando esas palabras llegan a mis oídos.
Un balazo en el pecho habría dolido menos, y sé de lo que hablo.
Muerdo mis labios.
Y limpio rápidamente con el puño una lágrima que escapa de mis ojos cuando éstas se agolpan en ellos ante semejantes palabras.
Carl me mira, y en tan solo unos segundos se da cuenta de lo que acaba de decir.
Entonces se queda estático en su sitio, y su boca se abre ligeramente, como si intentara decir unas palabras que por más que busque, no encuentra.
Asiento.
- De nada. – digo mirándole fijamente mientras me quito la pulsera que me regaló.
- Por qué. – susurra mientras una lágrima desciende por su mejilla, la cual no se molesta en ocultar.
- Por salvar tu vida. – sentencio antes de lanzársela a sus pies, increíblemente dolido y cansado de esta situación.
Giro sobre mis talones y echo a andar hacia las escaleras.
- ¡Áyax espera...! – oigo como dice mientras las bajo.
- Vámonos. – gruño en dirección a Daryl, quien se encuentra en la puerta observándome extrañado respecto a mis repentinas prisas. – Tu hijo es un completo imbécil ¿Lo sabías? – digo mirando hacia Rick mientras camino a toda prisa.
- Algo tengo entendido estos últimos meses. – escucho decir a su padre antes de que, hastiado, dé un trago a su taza de café.
Y dejando a una extrañada Michonne en la sala de estar, y a un Rick más que dispuesto a hablar con su hijo, echo a andar hacia la enfermería con Daryl tras de mí.
Ambos en un completo y necesario silencio.
- ¿Y dices que esa cosa negra está en mi sangre? – inquiero señalando la gota de sangre sobre la pequeña placa que se encontraba en el microscopio.
- Así es. – asiente Denisse.
Alzo las cejas.
- ¿Y por qué no me mata? – pregunto como si esa fuera la única opción existente en mi ahora anulado raciocinio.
- Porque los pequeños glóbulos que has visto, inutilizan el virus, o por lo menos lo contienen. – añade Eugene.
Mi embotada cabeza se pierde en sus propios pensamientos.
- ¿Eso quiere decir...? – digo entrecerrando los ojos, fingiendo saber de qué narices están hablando.
Ahora es Denisse quién alza las cejas.
- ¡Que eso es la cura! – responde asombrada. - Por Dios, Áyax ¿Qué ha sido del chico vivaz de hace unos meses?
Suspiro y froto mis ojos con cansancio.
Apenas lograba pensar con claridad.
- Disculpa. – digo con pesadez mientras me reclino en mi asiento. – Estoy cansado.
Siento la mirada de Daryl clavarse en mi cuello, quién, apoyado en una pared y de brazos cruzados, me observa con desafiante curiosidad.
- ¿Has dormido bien? – inquiere este desde su posición.
Vuelvo a suspirar.
- Hace mucho que dejé de hacerlo. – respondo con una pequeña y exhausta sonrisa.
Los ojos de Eugene se posan en Denisse y luego en mí.
- ¿Y por eso has abusado del uso de sustancias ilegales? – pregunta con neutralidad.
Mi respiración vuelve a detenerse por segunda vez en esa mañana.
Justo por la misma razón.
Y a juzgar por la pequeña y fugaz apertura de mis ojos durante unos segundos, quedo totalmente delatado.
- ¿De qué estás hablando? – contesto abruptamente, inclinándome hacia adelante en mi asiento.
Mis ojos se mueven nerviosos de Denisse a él.
De él a Denisse.
Y de ellos a mi hermano.
Mis manos empiezan a sudar cuando le veo entrecerrar sus ya de por sí rasgados ojos.
Porque sabía lo que eso significaba.
Sabía lo que esa mirada aventuraba.
La había visto cientos de veces.
Se acababa de dar cuenta del significado de la pregunta de Eugene.
Veo a Denisse girarse hacia un par de papeles que tiene sobre su mesa.
Y cuando los tiene en la mano, me los extiende.
- Son los resultados de los análisis. – dice la mujer mirándome un tanto dolida.
Trago saliva.
- Y... ¿Qué ocurre? – pregunto intentando que mi voz no tiemble, soportando tres intensas miradas en mi contra.
- Intentamos evaluar cada uno de los datos que han salido para poder encontrar cuál de ellos podría ser clave para la investigación. – responde Eugene desde su silla a tan solo unos metros de mí.
- ¿Y bien? – inquiero echando un rápido vistazo al papel entre mis manos.
A cada pregunta que hago mi corazón se acelera.
Y mi respiración se vuelve todavía más errática.
- Se han encontrado altos niveles de THC en tu sangre, Áyax. – dice Denisse cruzándose de brazos.
Tetrahidrocannabinol.
Mierda.
Mierda.
Y más mierda.
- Estos análisis son de hace mes y medio. – añade Eugene alzando la mirada hacia mí. - ¿Tienes algo que decir?
Muerdo mis labios.
Y agacho la cabeza, negando con esta.
No, no tenía nada.
¿Y es que qué podía argumentar?
Absolutamente nada.
- Áyax... ¿Eres consciente del gasto energético que le ha llevado a la comunidad poder realizarte estos análisis? – dice esta vez la mujer acercándose cautelosamente a mí. – Y ahora tendremos que volver a repetirlos.
Y en ese pequeño instante, mi tranquilidad fruto de los opiáceos se esfuma a la vez en que el nudo de mi garganta se aprieta un poco más, haciéndome sentir increíblemente culpable.
Porque no había sido consciente de ello hasta ahora.
Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás mirando el techo.
Un pesado y profundo suspiro sale de entre mis labios.
Y durante unos segundos deseo escapar junto a él.
- Lo lamento. – musito con un hilo de voz.
Y lo que más lamento, es que Daryl parece absorto en su propia mente.
No ha dicho una sola palabra.
Ni si quiera ha movido un músculo.
Quieto, cual estatua, parece no prestar atención alguna a lo que a su alrededor sucede.
Y no sé que me da más miedo, si la tormenta, o la calma que le precede.
Denisse suspira.
- No es eso lo que realmente nos preocupa, sino el por qué lo has hecho. – dice con la tristeza tiñendo sus palabras. – Ibas por un muy buen camino, tu recuperación había sido casi increíble ¿Por qué esto ahora?
Mis ojos se desvían con timidez.
Y mi pecho se oprime con ansiedad.
Demasiado en mi sistema.
- No... No lo sé. – reconozco moviendo la pierna, intranquilo. – Fuimos a la casa de Merle a recoger sus cosas y... Lo encontré en un cajón. – y cuando menciono a mi primer hermano, el segundo me mira por primera vez en un buen rato. Veo dos pares de ojos observarme incrédulos a medida que hablo. Bufo. - ¡No sé por qué lo hice! ¿Vale? – confieso alterado. Mi corazón se acelera. – No pensé en las consecuencias, no pensé en los problemas ¡No pensé en nada! – un tembloroso suspiro sale de mí. – Y era justo en eso en lo que quería pensar: en nada. – mis ojos se clavan en mis botas como si estas fueran lo más interesante del mundo. – Quería desaparecer durante unas horas. Y eso fue lo único que me ayudó.
- Eres más que inteligente como para comprender que eso no te hará ningún bien. – dice Eugene dejando de lado su habitual neutralidad.
Le miro.
- Lo sé. – admito.
- Y que lo único que consigues dañar, aparte de a ti mismo a nivel mental y físico, es a la investigación. – sigue diciendo.
- Lo sé.
- Tienes que dejarlo. – añade Denisse.
- ¡Lo sé! – admito alzando las manos. – Rick me ha descubierto esta mañana y me ha hecho prometer deshacerme de todo, y eso haré.
- Bien. – dice la aspirante a cirujana. – Porque pienso hacerte análisis aleatorios de manera sorpresa para comprobar que es cierto, y no me importa el coste energético que pueda causar.
Alzo las cejas.
- ¿Vas en serio? – inquiero con sorpresa. Tenía que estar de broma. - ¡No soy un drogadicto!
- Pero eres mi amigo. – sentencia Denisse con preocupación, elevando la voz. Mis ojos se abren ligeramente. – Y esto me preocupa.
Trago saliva.
Suspiro.
Y mis hombros se aflojan en señal de rendición.
- Está bien. – contesto.
- Por la cura no te preocupes. – dice Eugene. – Aunque los análisis no hayan sido de mucha ayuda, lo que verdaderamente sirve es lo que has visto en el microscopio, pero la investigación se encuentra en una vía muerta actualmente.
Eso sí que consigue captar la atención de mi adormecido cerebro.
- ¿Y eso por qué? – pregunto extrañado. Hacía tan solo un año tener los resultados de un análisis sanguíneo era casi una fantasía utópica ¿Qué nos detenía ahora?
- La falta de equipo. – responde Denisse a mi pregunta mental. – Sin el instrumental necesario, será imposible aislar el componente de tu sangre que te hace inmune y crear un suero con él.
Y de nuevo, mierda.
- ¿No tenéis alguna idea de dónde se podría encontrar lo que necesitamos? - digo con algo de optimismo impropio en mí últimamente.
Ambos niegan con la cabeza.
- Tendríamos que explorar los mapas de la zona y aventurarse a lo desconocido. Habría que estudiarlo. – afirma la mujer un tanto escéptica.
Asiento.
- Lo entiendo. – murmuro. Y tenían razón. Lo más sensato era trazar un plan y unas ideas a las que ceñirse antes de cometer alguna insensatez.
Como por ejemplo la que yo había estado haciendo todos estos meses.
La había fastidiado.
- Te volveré a llamar cuando te necesitemos. – dice Denisse. – Y si quieres retomar tus estudios...
Sonrío.
Y por primera vez en más tiempo del que me gustaría, lo hago de verdad.
- Por supuesto. – respondo.
Ahora es ella quién sonríe.
Asiento y me levanto dispuesto a marcharme del lugar.
Pero mi alivio se convierte en algo efímero cuando salgo de la enfermería con Daryl a unos metros delante de mí.
Y el caminar con él después de haber sido descubierto pasa a ser la mayor de mis torturas.
El silencio opacado por el sonido que provocan nuestros pasos en las calles de Alexandria comienza a asfixiarme más a cada segundo que pasa.
Porque no tenía ni la más mínima idea de lo que Daryl podía estar pensando.
Tan solo silencio.
Silencio.
Y más silencio.
Mi desesperación se demuestra como un temblor en mis manos que no me molesto en disimular.
Porque es prácticamente imposible.
Y la asfixia pasa a ser agonía.
Como si dos fuertes manos estrangularan mi cuello.
Fuertes
Pesadas.
Opresoras.
Sobre mi pecho.
Sobre mis costillas.
Sobre mis pulmones.
- ¿¡Quieres hacer el favor de decir algo!? – exclamo deteniendo mis pasos.
Mi pecho sube y baja al compás de mi acelerado corazón.
Daryl se queda estático frente a mis ojos.
Y lo único que estos captan, son las maltrechas alas de su desgastado chaleco.
Hasta que se da la vuelta.
- ¿Qué es lo que quieres que diga exactamente? – dice tranquilamente con las manos en sus bolsillos.
Mi cara de pasmo no tiene precio.
Y mis oídos no consiguen dar crédito a lo que llega a ellos.
- ¡Gritarme, regañarme, castigarme, sobreprotegerme, lo que sea que siempre has hecho! – vuelvo a gritar desesperado e incrédulo. - Pero por favor, no estés en silencio. Porque me estás matando.
Una cínica sonrisa se esboza en los labios de Daryl.
Y un escalofrío me recorre.
Porque nunca había visto esta parte de él.
- ¿Yo te estoy matando? – inquiere sarcásticamente. - ¿Yo a ti? – vuelve a reír y muerde sus labios. – Haz lo que quieras con tu vida, Áyax. – dice recalcando el "tu". – Porque yo estoy más que harto. – sentencia. Mis ojos le miran con dolor, y lo que estos observan, es a un cansado Daryl. Un Daryl exhausto de tirar de mi hacia adelante. – No sé qué diablos te está pasando. No tengo ni idea. – admite. – Lo único que sé a ciencia cierta, es que no eres el mismo de siempre. – musita, y su voz se rompe al final de la frase. – No sé si ese chico que conozco volverá algún día, pero si vuelve, dile que me avise, por favor. – añade clavando sus ojos suplicantes en los míos. – Porque le echo de menos.
Y esa última frase.
Esas últimas palabras.
Son el detonante de mi dolor más absoluto.
Y como un frágil cristal agrietado, me rompo.
Mis ojos pican cuando las lágrimas llegan a ellos.
Y los pequeños pedazos de ese cristal que se quiebra, se clavan en mi garganta, dificultándome la respiración.
- No puedo más. – susurro con voz queda cuando una lágrima desciende por mi mejilla.
Derramando toda la tristeza que me había negado sacar.
Los ojos de mi hermano tiemblan.
- ¿Qué...? – inquiere débilmente.
- No puedo más. – confieso encogiéndome de hombros sintiendo más lágrimas caer. Una pequeña e irónica risa escapa de mí. – Llevo noches sin dormir. No puedo. No lo consigo. – admito. Y a cada hecho que reconozco, me vengo más abajo, y paradójicamente, me siento más libre. – Carl apenas me habla o me mira. Sé lo que siente, intento ayudarle, pero no consigo absolutamente nada. Y me siento un inútil. Nos estamos alejando el uno del otro cada vez más, y no puedo perderle ¿Lo entiendes? – digo en un agónico y desesperante jadeo. Mi hermano me observa, quieto, pero las lágrimas en sus ojos me hacen saber que me está escuchando. – No puedo perderle. – gruño. - ¡Ya perdí a Merle y no puedo perder a nadie más! – confieso en un grito hasta desgañitar mi garganta.
Y entonces las lágrimas que Daryl contiene, caen.
Porque acaba de entender el porqué de mi estado y actitud.
Y por eso caen sin cesar.
Igual que lo hacen las mías.
- No fue tu culpa. – susurra mirándome afligido.
- ¡Pero pude evitarlo! – exclamo. – Se supone que yo soy la cura, pude salvar a mi propio hermano y no lo hice. ¡No lo hice! – grito de nuevo. - Cada vez que cierro los ojos, él aparece. – y cuando digo eso, Daryl me mira. – Le veo deambular, sus propias tripas caen al suelo y las arrastra consigo, y ese chasquido, ese sonido... Ese jodido sonido no se me olvidará jamás. – confieso llorando aún más. – Sus ojos opacos... Sin vida. Rick cediéndome su revolver... Y el eco del disparo. – siseo mirándole, Daryl permanece rígido en su sitio, llorando en silencio. – Todo eso se mezcla en una espiral que me atormenta una y otra vez, una y otra vez, siempre que intento dormir, sin excepción. – digo con la mirada perdida y traslúcida por las lágrimas empañando mi visión. – ¿Y todo por qué? ¿Por qué ese capullo murió? – inquiero bajo los expectantes ojos de mi hermano. - ¿Por qué decidió sacrificarse él para salvarnos a nosotros? ¿Para salvar a Carl? ¿Por qué sabía que él es importante para mí? ¿¡Y es que acaso él mismo no era importante para mí!? ¿¡Acaso eso no lo sabía!? – vuelvo a gritar, haciendo caso omiso al río de lágrimas que ocupa mis mejillas. – Porque lo sabía ¿Verdad? Él sabía lo mucho que me importaba y lo que le quería ¿No? – inquiero con dolor en susurro mirando a Daryl.
Este muerde sus labios.
Y llora.
Llora ante todas y cada una de mis confesiones y temores más profundos.
Llora porque jamás me había visto así.
Y llora, porque me entiende.
- Por supuesto que lo sabía. – dice él cuando consigue recuperar el habla.
Y entonces me abraza.
Y es cuando me rompo definitivamente.
Dejo que la ansiedad me devore.
Que me consuma por completo.
Cayendo de rodillas ante ella.
Sucumbiendo.
Y estallo en llanto.
- Le echo muchísimo de menos.
Me quito la sudadera quedando en una camiseta blanca de manga corta y lavo mi cara por segunda vez en ese día, pero esta vez un tanto más feliz que la anterior.
Y es que parte de mis problemas se habían solucionado.
O por lo menos estaba trabajando en ello.
Me había desahogado totalmente con Daryl, consiguiendo así su perdón en el proceso, habíamos visitado juntos la tumba de Merle, cosa que hacía demasiado tiempo que no hacía.
Más del que me gustaría admitir.
Le habíamos llevado flores frescas.
Ver tan frío y triste el lugar que una vez estuvo lleno de color, me destrozaba completamente por dentro.
Y es que la muerte en este mundo duele horrores, pero minutos después es como si no hubiera ocurrido nunca.
Porque tienes que seguir adelante.
No te queda otra.
Y ahora me sentía bien.
Feliz, pero esta vez, de verdad.
Incluso me permitía poder sonreír sin sentirme culpable.
O por lo menos no del todo.
Podía pasar página y escribir un nuevo capítulo en esta mi historia.
Y el protagonista de ella se hace presente cuando el sonido de un arma cargándose, seguido de un "mierda", llega a mis oídos desde el jardín hasta el cuarto de baño en el que me encuentro.
Me asomo a la ventana y veo a Carl intentando aclararse con cómo debe apuntar con el arma que tiene entre sus manos.
Río.
Subo la ventana del baño y saco medio cuerpo por ella.
- Oh, Romeo, si te encuentran bajo mi ventana te matarán. – digo poniendo una mano en mi pecho con fingida preocupación.
Carl hace todo el esfuerzo del mundo por oprimir una carcajada.
- Te mataré yo antes si no bajas ya y me ayudas con esto. – dice intentando sonar enfadado.
Vuelvo a reír.
Tipo duro.
- Cierto, tenemos una competición por ver quién es más inútil ¿No? – inquiero con sarcasmo.
Carl bufa y mira al cielo.
- Lo siento ¿De acuerdo? Me he pasado y quiero pedirte perdón. – admite con sinceridad.
Sonrío.
Y como acto reflejo, Carl lo hace también.
Alzo las cejas.
- ¿Es una sonrisa eso que veo? – pregunto exagerando mi sorpresa.
Carl ríe.
- ¡Baja ya!
Y sin dudarlo un segundo, hago caso a sus órdenes y salgo del baño para dirigirme hacia el jardín trasero.
Bajo las escaleras y en mi camino hacia donde me dirijo, observo que no hay nadie en casa.
Una pequeña risita sale de mis labios al ver al dueño de mi corazón examinando el arma como si esta tuviera todas las respuestas a sus preguntas.
- ¿Qué intentas? ¿Moverla con la mente? – pregunto mientras camino hacia él.
- Te veo animado. – comenta alzando las cejas. La ceja, más bien.
Sonrío.
- Lo cierto es que lo estoy. Deberías probarlo. – respondo metiendo las manos en mis bolsillos.
- Me encantaría lograrlo. – admite en un susurro.
Mis ojos se alzan hasta él.
Era la primera vez en mucho tiempo que le oía hablar con sinceridad.
En un tono tranquilo.
Sin exaltaciones.
Sin enfados.
Parecía necesitar un respiro.
- Carl... Yo sé lo que sientes mejor que nadie. – digo captando su atención. – Son cosas distintas, lo sé. Yo tuve la oportunidad de recuperar parte de mi mismo, pero en tu caso no es así. – su mirada se posa en mis ojos, como hacía tiempo que no la sentía. – Pero no estás solo. Eso es lo que importa que sepas. Tómate el tiempo que necesites, porque nosotros seguiremos ahí para cuando decidas levantarte.
Le veo tragar saliva.
Al igual que veo como su ojo sano se enrojece debido a las lágrimas que parecen acumularse en él.
- Lo sé. – dice con la voz rota. – Y siento mucho todo lo que os he hecho.
Una ladeada sonrisa se forma en mis labios.
- No importa. – afirmo de corazón. – Puede que a veces hayas mostrado ese lado cruel que desconocía... - le oigo reír. – Pero estabas en tu derecho. – termino diciendo. – A veces está bien estar mal ¿Sabes?
- Tienes razón. – dice alzando su mirada. Clavando su única pupila en las mías.
Jamás pensé que, a pesar de perder un ojo, su mirada seguiría teniendo tanta fuerza sobre mí.
Incluso más que antes.
- ¿Y cuando no la he tenido? – pregunto dejando de lado mis mal disimulados nervios.
Este chico causaba estragos en mí.
Vuelve a reír.
- No te recordaba tan idiota. – confiesa mientras vuelve la mirada a la pistola entre sus manos, para después posarla en las latas frente a él.
- Hay cosas que nunca cambian... - digo mientras llego a su altura y le observo apuntar. - ¿Qué tal lo llevas?
Suspira.
- Apenas consigo rozarlas. – responde. – Por mucho que ajuste el tiro, siempre termina desviándose. No es lo mismo lo que veo, que a lo que le doy.
Chasqueo la lengua.
- Tiene sentido. – corroboro. Entonces una pequeña idea cruza mi mente. - ¿Por qué no pruebas a desviar el cañón unos centímetros del lugar a dónde quieres acertar?
Carl me mira.
Y una pequeña sonrisa aparece en sus preciosos labios.
- Podría funcionar. – dice con optimismo.
El chico apunta.
Y dispara.
Pero la bala se clava en la madera tras la lata apuntada.
Afloja sus hombros, rendido.
- Espera... - digo antes de que deseche la idea y empiece a martirizarse a sí mismo. Coloco mi cuerpo tras él y extiendo mi brazo derecho hasta agarrar el suyo, uniendo nuestras manos, sujetando el arma. – Tan solo un poco. – susurro en su oído, inconsciente de que ese acto eriza la piel del chico. – Está bien. Mantén el arma firme, estable. – digo, sintiendo los músculos de su brazo tensarse para sujetar el arma con fuerza. Trago saliva y concentro mis ojos en la lata frente a nosotros. – Respira. – murmuro. Y cuando Carl hincha sus pulmones, su espalda se pega a mi pecho. – Y aprieta siempre el gatillo con los pulmones vacíos.
La lata cae con una bala perforándola esta vez.
Carl se sorprende y yo sonrío.
- Lo... Lo he conseguido. – susurra incrédulo bajando el brazo junto al mío.
- Eso parece. – admito orgulloso. Y feliz por verle sonreír.
- Ha sido gracias a ti. – dice girándose hacia mí. No me había dado cuenta de la corta distancia que nos separaba. – No sé cómo he podido alejarte de mí de esa forma.
- Vamos Carl, eso forma parte del pasado ¿De acuerdo? – contesto.
El chico asiente.
- Lo siento mucho, de verdad. – dice abrazándome. A lo que yo le correspondo encantado. – Te he echado de menos. No sabes cuánto.
- Y yo a ti. – murmuro rodeándole con mis brazos, estrechándole contra mí.
Aspirando su característico aroma cuando hundo mi nariz en su cuello.
- Te quiero. – susurra uniendo su frente con la mía. – Siempre lo he hecho.
Mis labios se estiran en una temblorosa y nerviosa sonrisa.
- Y yo a ti Carl... Y yo a ti. – digo en un suspiro.
Cerrando los ojos.
Intentando grabar este momento en mi memoria.
Pues hacía mucho que no le sentía tan cerca.
Mucho.
Demasiado.
- Eres la mejor persona que conozco. – dice.
Río.
- ¿Con qué clase de gente te juntas? – respondo.
Entonces es él quién ríe.
E inesperadamente, pone sus manos en mi cintura y termina por acortar la distancia que nos aleja.
Besándome.
Y recibo sus labios como un sediento al que le ofrecen un vaso de agua helada tras días de deambular por el caluroso desierto.
Durante unos segundos mi cerebro se desconecta.
Porque decide abandonarse por completo a esa sensación que hacía días, semanas, meses y años que no disfrutaba.
Y es que, aunque intentara ocultarlo, cada día le quería más.
Correspondo a su beso más que encantado.
Pongo mis manos en sus mejillas, sintiéndole.
Como le había echado de menos.
Pero mi corazón se acelera cuando el ritmo y la intención del beso cambian.
Y la intensidad empieza a subir de una extraña manera.
Junto con mi temperatura corporal.
Ambas bocas parecen bailar en un compás estudiado a conciencia, como si pretendieran conocerse a la perfección.
Descubriendo hasta el último rincón de la otra.
Un suspiro se escapa de sus labios.
Un suspiro que me hace perder brevemente el control de mi mismo.
Entregándoselo a él sin dudar un segundo.
Y entonces soy consciente, de que siempre he estado a su completa merced.
Nuestras lenguas entrelazándose me provocan un profundo cosquilleo en el estómago que amenaza con conseguir que mis piernas se declaren en huelga de un momento a otro.
Entonces mi espalda topa contra la pared de la casa.
Y Carl me aprisiona contra ella.
Y un sofocante calor que jamás había experimentado me inunda por completo.
Un gemido escapa de mi cuando muerde mis labios, provocando que profundice el agarre de mi mano en su pelo, que ni siquiera sé cuándo ha llegado ahí.
Justo en el momento en el que una de las manos de Carl se cuela distraídamente bajo la tela de mi camiseta.
Y me derrito allá por donde las yemas de sus dedos pasan.
Entonces una ardiente sensación se desata en mi fuero interno, y atrapo su labio inferior entre mis dientes.
Lo que provoca que Carl apriete mi cuerpo contra el suyo.
Sintiéndole cerca.
Muy cerca.
Completamente pegado a mí.
Completamente.
Pero justo en el que parece estar a punto de posicionarse como uno de los mejores momentos de mi vida, una horrorosa imagen cruza mi mente a la velocidad de una bala.
Y haciéndome prácticamente el mismo daño.
El hombre que provocó la más amarga de mis pesadillas muestra su repugnante sonrisa en mi mente.
Es tan real, que mi piel se eriza con solo creerle cerca.
Y en un acto reflejo, alejo a Carl de mí.
- ¡No! – exclamo con la voz rota.
El chico me mira sin entender, y preocupado, se aproxima a mí.
- ¿Estás bien? – murmura acercándose cautelosamente a mí, poniendo una mano en mi mejilla.
Me estremezco.
Sus labios están hinchados por mis avaros besos, y sus mejillas enrojecidas aumentan aún más, si es posible, la belleza en su rostro.
Pero un temblor me sacude cuando el tormentoso recuerdo me devora de nuevo.
- No puedo... No puedo hacer esto... - susurro con la mirada perdida.
Y doy gracias al cielo porque la pared tras mi espalda me mantenga en pie.
Carl sigue mirándome sin comprender.
- ¿Hacer qué? – inquiere en voz baja. Su analítica mirada me observa sin perderse un detalle, intentando entenderme.
Pero si ni yo mismo lo conseguía, menos lo haría él.
- Esto... - murmuro. – Lo que... Lo que sea que estuviéramos apunto de hacer... - trago saliva y seco el sudor de mi frente con el vendaje de mi antebrazo. Veo al chico boquear como un pez fuera del agua cuando entiende de que estoy hablando. Y sus mejillas se vuelven más rojas si cabe. Me alejo unos pasos de él, liberándome de su agarre entre la pared y su cuerpo.
Ese en el que hasta hace unos segundos me sentía tan cómodo.
- Lo siento... No puedo. – tartamudeo antes de empezar a caminar, alejándome del lugar a toda prisa.
Dejando atrás a un Carl completamente confuso.
Mierda.
Exhalo el humo del, esta vez sí, convencional cigarro entre mis labios y con el dedo índice y corazón lo separo de ellos.
Cierro los ojos y rasco mi frente con el dorso de mi mano derecha.
- Como he podido ser tan gilipollas... - murmullo en un gruñido.
Aunque en el fondo sé que esto no es culpa mía.
Ni por asomo.
Descanso los antebrazos en mis rodillas y apoyo mis pies en los escalones del porche de la antigua y deshabitada casa de Merle.
- Te dije que no era justo que eso te impidiera seguir con tu vida. – dice este apoyado en la barandilla a mi lado.
Pongo los ojos en blanco.
- Oye, no puedes seguir haciendo esto de aparecer y desaparecer cuando te venga en gana. – respondo con enfado. - Bastante mala fama tengo ya como para que ahora también sea el tarado de Alexandria que habla solo.
Merle ríe mientras se sienta a mi lado en las escaleras.
- Creo que eso ya te lo ganaste mientras yo vivía. – contesta.
Una ladeada sonrisa se forma en mis labios.
- Supongo que sí. – digo mientras me coloco la capucha de la chaqueta que he cogido del interior de la casa del hombre a mi lado.
Este suspira.
- Quizá te cueste, pero... Carl no es papá. – dice mirándome.
- ¿No me digas? – inquiero sarcástico antes de llevarme el cigarro a los labios y darle una calada.
- Ya me has entendido. – dice a modo de reproche. – Ese chico te ama de una forma casi insana. – y un escalofrío me recorre ante tan certeras palabras. – Y jamás te hará daño. – añade con firmeza. – Te mereces a alguien como él, y ha llegado el momento de que disfrutéis el amor que os profesáis. Sé que tienes miedo, pero si siempre dejas que eso te venza... Jamás avanzarás. Llevas muchos años cargando con un peso horroroso e innecesario a tus espaldas, creo que es momento de que dejes el pasado en su sitio, y te preocupes en el presente que estás viviendo, y en el futuro que tienes por delante. – sigue diciendo. – Porque si en el mundo anterior la vida eran dos días... En este puede que sean horas. – sentencia. - Te lo digo yo.
Mis ojos se clavan en los suyos.
- Créeme que lo sé. – susurro mirándole.
Tal vez por última vez.
- Pero bueno, que sabré yo, al fin y al cabo, tan solo soy fruto de tu desesperada imaginación que se niega a dejarme ir. – dice encogiéndose de hombros mientras me observa.
Un nudo se forma en mi garganta tras sus palabras.
- Eso también lo sé. – añado cabizbajo mientras observo como se consume el cigarrillo entre mis dedos.
- Estoy seguro de que muchos de los que te rodean sabrán ayudarte mejor que yo. – dice señalando con sus ojos a cierto pelirrojo que se aproxima con lentitud hacia mí. – Vive tu vida, Áyax. – añade. - Porque te la has ganado.
Sonrío.
- Gracias Mer... - pero cuando me giro, el hombre al que le estaba agradeciendo, se había esfumado de mi lado.
Dejándome el mismo vacío que la última vez.
Un casi liberador suspiro sale de lo más hondo de mi pecho.
- ¿Con quién hablabas? – pregunta Abraham con curiosidad cuando llega hasta mí.
Dejo caer los hombros.
- Con nadie. – contesto antes de darle una última calada al cigarro y tirarlo.
- Está bien, fingiremos que no te he visto hablar solo pues. – dice mientras pisa el cigarro en el suelo para apagarlo del todo.
Río desganado.
- ¿Qué quieres? – inquiero mirándole.
Hace una mueca a la vez que intenta elegir las palabras que decir.
- Pasaba por aquí. – dice quitándole importancia al asunto.
Enarco una ceja.
- Ibas bastante decidido como para pasear sin rumbo. – respondo.
El pelirrojo sonríe y agacha la cabeza sabiéndose atrapado.
- Me he enterado de lo del análisis y... Quería saber cómo estabas. – explica. – Y si se te había pasado el efecto para darte un buen sermón.
Una carcajada se escapa de mi garganta irremediablemente.
- En Alexandria no se guardan secretos ¿Eh? – digo. - Puedes ahorrártelo, Rick ha llegado primero. – reconozco. – Bueno, y Eugene. – añado. – Y Denisse.
- Vaya, sí que llego tarde. – murmura con una sonrisa.
Vuelvo a reír.
- Eso parece... - susurro con la mirada puesta en el suelo.
Abraham pone las manos en su cinturón y coloca un pie en el primer peldaño.
- No parece que sea eso lo que te preocupa. – adivina con facilidad.
Emito un bufido similar a una risa.
- Diría que es el menor de mis problemas ahora mismo. – murmuro con sinceridad.
- Cuéntame, que te ocurre. – dice haciéndome señas con la mano para que me haga a un lado y así dejarle sitio en las escaleras.
Sonrío nervioso.
- No sé... No creo que quieras saberlo. – respondo mientras le veo sentarse a mi lado.
- Vamos, no te hagas de rogar. – dice sin más. – Sé más cosas de ti que muchas de las personas que te rodean.
Y era cierto.
Una pequeña bombilla se ilumina en mi interior.
¿Sería eso a lo que se refería Merle?
Miro a Abraham fijamente con un tanto de optimismo.
- Puede que tengas razón. – admito convencido.
El hombre sonríe bajo su frondoso y pelirrojo bigote.
- Pues claro, venga, intentaré ayudarte si está en mi mano. – dice mirándome.
Cojo aire de manera profunda a la vez que en mi mente intento armar una frase que decir.
Pero tras no conseguir éxito alguno decido hablar a bocajarro.
- CasimeacuestoconCarl. – espeto atropelladamente.
Abraham gira su cabeza hacia mi tan rápidamente que durante unos segundos me asusta creer que se ha partido el cuello.
Abre los ojos de par en par.
- Vale, quizá me he precipitado ofreciéndote mi ayuda. – dice riendo y frotando sus manos sobre sus muslos con nerviosismo. – Definitivamente, eso era lo que menos me esperaba.
Río.
- Te he avisado. – digo encogiéndome de hombros.
El hombre necesita unos segundos para procesar la información.
- ¿Y qué ha pasado? ¿Os han atrapado Rick o Daryl? – inquiere mirándome expectante ante mi confesión.
Vuelvo a reír.
- ¿Estoy vivo?
Abraham se extraña ante mi pregunta.
- Si.
- Pues entonces es que eso no ha pasado.
Ahora es el pelirrojo quien ríe.
- ¿Entonces qué? – dice con curiosidad.
Un suspiro pesado sale de mí.
- Es difícil de explicar, yo... - murmuro. Mis ojos se clavan en los suyos. - ¿Recuerdas lo que te confesé cuando Eugene reconoció no ser científico?
El hombre me observa, recordando.
Y cuando lo hace, sus ojos se abren más que antes.
- Oh, aquello. – dice.
- Si... Aquello. – respondo desviando la mirada. – Es que... Nos estábamos besando y... Cuando la intensidad ha empezado a cambiar...
- Sin descripciones, por favor. – dice el hombre alzando las cejas.
Una pequeña y avergonzada sonrisa se dibuja en mis labios.
La piel en mis mejillas pica.
- El caso es que... Una imagen de mi padre ha aparecido en mi cabeza. – confieso apenado. – Una imagen de ese momento. Como un destello, pero suficiente para torturarme.
Como una bala en el lugar indicado.
Letal.
Vuelvo a suspirar por trigésimo quinta vez.
Abraham traga saliva.
- Entiendo. – dice unos segundos después, perdido en sus propias cavilaciones. – Pero Áyax... Carl no es tu padre.
Bufo.
- Otro igual. – murmuro para mi mismo.
- ¿Qué?
- Nada. – respondo rápidamente mirándole, rezando por que cambie de tema.
Y lo hace.
- A lo que me refiero... - aclara negando con la cabeza. – Es que Carl es alguien importante en tu vida. Y tú en la suya. ¿No crees que si el supiera lo que te pasó te ayudaría?
Mi cuerpo se congela.
Al igual que mi sangre.
Y mi corazón.
Le miro.
- Ni en broma le contaría eso. Jamás. – sentencio un tanto enfurecido.
Abraham bufa exasperado.
- ¿Por qué no? No le ves el lado positivo.
Alzo las cejas sorprendido.
- ¿Qué jodido lado positivo puede tener que mi novio sepa el pasado que me ha traumado sexualmente? – gruño mirándole con incredulidad. – No quiero que esa mierda cambie la forma en la que la gente me mira.
- Carl te quiere, Áyax. Y desde su perspectiva en la que siente cierto amor por ti, podrá ayudarte mejor que cualquier otra persona. – explica. – Te entenderá, te respetará, te ayudará. – dice enumerando todas y cada una de esas cosas que en el fondo yo sabía que eran verdad. – No tienes que esconder algo que no fue culpa tuya, y encima vivir con esa carga por ello. No es justo, y no debe ser así. – añade. Trago saliva ante todas las verdades incesantes que salen de su boca. – Creo que lo justo es que Carl lo sepa. Que entienda que, si aún no quieres dar ese paso, es por ciertos motivos que para nada tienen que ver con él.
Cierro los ojos y pinzo el puente de mi nariz.
- Tienes razón. – murmuro. – Es más, probablemente le haya creado aún más inseguridades de las que ya tiene.
- Habladlo, largo y tendido. – dice. – Y cuando realmente te sientas preparado y seguro, da el paso. – añade mientras desvía su mirada. – Porque te aseguro que nada tiene que ver lo que te ocurrió a hacer el amor con la persona que eriza tu piel, porque la quieres de verdad.
Y cuando dice eso, sus ojos se pierden en la lejanía.
Hasta que se topan con Sasha.
El escrutinio de mi mirada se clava en su rostro y entrecierro los ojos.
Sacudo la cabeza alejando las múltiples teorías que ya empezaban a inundar mi mente.
- Gracias por la ayuda, Abraham, créeme cuando te digo que tendré en cuenta todos tus consejos. – digo poniéndome en pie, a lo que él me imita. – Eres un buen hombre, y un gran amigo. – añado cuando le doy la mano y palmeo su hombro.
El pelirrojo ríe.
- Puedo decir lo mismo de ti, chico. – dice. – Mucha suerte, Áyax.
Sonrío antes de alejarme.
- Y haz el favor de arreglar tus propios asuntos. – sugiero mientras con la cabeza señalo hacia Sasha, quién camina despreocupada hacia la entrada de Alexandria con su fusil en la espalda.
El hombre esboza una pequeña sonrisa y asiente.
Y a más me alejo, más sentido empiezan a cobrar sus palabras en mi mente.
Tú puedes, tú puedes, tú puedes.
Es el mantra que me repito una y otra vez en mi cabeza mientras inhalo y exhalo varias veces hasta casi hiperventilar.
Puesto que me encuentro frente a la puerta de la habitación de Carl.
Me había enfrentado a cientos de caminantes y lunáticos a lo largo de estos años, pero ahora un simple trozo de madera frente a mi me vencía por completo.
Pero no podía dejarlo estar, yo era más fuerte que esta situación y sabía que podía arreglarla.
Estaba en mi mano hacerlo.
- A quién demonios pretendo engañar. – comento en un gruñido en voz baja antes de darme media vuelta, totalmente frustrado.
Y es que por mucho que hubiera intentado varias veces llamar a la puerta, mi cuerpo parecía no querer colaborar.
- ¿Áyax? – dice la voz de Carl a mis espaldas cuando entre abre la puerta, deteniendo mis pasos.
Una vez más: mierda.
- Ah... Hola. – digo después de darme la vuelta y encararle.
Mi conciencia se estampa la mano en la cara.
Eres un genio.
Una pequeña y nerviosa sonrisa se dibuja en los labios de Carl.
- Hola. – repite voz baja. Un incómodo silencio se instala entre los dos. - ¿Qué hacías?
Balbuceo un par de veces el fallido intento de una frase hasta que finalmente hablo.
- Tan solo... Quería hablar contigo. – digo no muy convencido.
Carl abre la puerta del todo y se hace a un lado invitándome a pasar.
- ¿Estás bien? – inquiere con preocupación una vez que entro en su cuarto y cierra la puerta.
Suspiro y quito mi capucha.
- Quería disculparme por lo de antes, yo...
Carl sonríe apenado.
- Tranquilo, lo entiendo. – dice, ganándose una extrañada mirada por mi parte.
Frunzo el ceño.
Era lo que menos me esperaba.
- ¿Qué es lo que entiendes exactamente? – pregunto confuso con las manos en los bolsillos.
El chico suspira y su mirada se desvía.
- Bueno, imagino que ya no es lo mismo. – explica mientras señala su vendaje con su dedo índice. Se encoge de hombros a la vez que yo me quedo clavado en mi sitio. – Lo entiendo, y lo respeto.
Trago saliva y abro ligeramente los ojos.
Un nudo se forma en mi garganta.
- ¿De verdad crees que no quiero estar de esa forma contigo por qué no me atraes? – digo con la sorpresa bañando mis palabras.
Yo tenía razón, mis actos le habían creado más inseguridades aún de las que el chico ya tenía rondando por su mente.
Vuelve a encogerse de hombros de manera evidente.
- ¿Por qué otra cosa iba a ser sino? – responde sin más. – La bala entró por el ojo y salió por la sien dejando una herida que prácticamente deforma mi cara. Creo que tu reacción es bastante normal.
Froto mis ojos con frustración.
- Dios, eres idiota. – suelto de golpe.
Ahora era Carl quien fruncía el ceño.
- ¿Perdón?
- No, no te perdono. – contesto. – Sé que a lo mejor no tienes una buena percepción de ti ahora mismo, pero eso no significa que la de los demás haya cambiado en absoluto. – confieso a medida que siento mi corazón acelerarse. – Carl, eres perfecto. – añado mientras me acerco a él. – Aunque tú no lo creas así, lo eres. Para mi lo eres. – digo. - ¿Crees que si no me atrajeras te habría besado como lo he hecho antes? – le veo desviar la mirada a la vez que una ladeada sonrisa se esboza estirando sus mejillas. – Me enamoré de ti por quién eres, no por lo que envuelve a todo eso que me vuelve loco. – sigo diciendo. – Y alguien me dijo una vez que no me avergonzara de ni una sola de mis cicatrices. – concluyo.
Carl ríe con nerviosismo.
Ese que él me provoca.
- Puede que yo no piense igual, pero... No tienes ni idea de cuanto ayudan esas palabras. – dice con sinceridad. Y entonces me acerco lentamente para abrazarle. – Gracias. – dice cuando me corresponde, pero su cuerpo se tensa, quedando estático, y se separa ligeramente de mí. – Pero si lo que ha pasado no se debía a eso... ¿Entonces a qué?
Y ahora, el que se tensa, soy yo.
Trago saliva y termino separándome del todo.
- Ah... Creo que hay algo de mi que mereces saber. – digo, mis ojos vuelan hacia su cama. – Será mejor que nos sentemos.
La preocupación tiñe el rostro de Carl en cuestión de segundos.
- ¿Qué ocurre? – dice.
Desde la perspectiva que tengo cuando nos sentamos en su cama el uno frente al otro, puedo ver como sus hombros permanecen tensos.
Vuelvo a tragar saliva.
Siento un sudor frío bajar por mi espalda, recorriéndome la columna vertebral.
Causándome un escalofrío.
Agacho la cabeza.
Y río.
- No puedo, no puedo contarte esto. – digo mientras me levanto. – No puedo hacer que tu cargues con esto también.
Pero siento a Carl ponerse en pie tras de mí.
- Áyax qué pasa. Estás empezando a preocuparme. – dice, consiguiendo detener mis pasos una vez más.
Suspiro y miro hacia el techo.
Sigo sin darme la vuelta.
Porque no me atrevo a mirarlo.
Porque si lo hago, estaré perdido.
- No es justo que tu cargues con esto. – repito negando con la cabeza.
Pero las palabras de Carl hielan la sangre que late con fiereza en mis venas.
- Lo que no es justo que cargues tú con todo ese peso. – contraataca.
Me doy la vuelta justo en el momento en el que un pequeño escozor en mis ojos se propaga.
- Ni si quiera sé por dónde empezar. – confieso en un susurro que termina rompiéndose en mitad de la frase. Un suspiro tembloroso se escapa de mí, consiguiendo que mi labio inferior tiemble.
- Qué tal por el principio. – dice él, animándome a comenzar.
Muerdo mis labios, nervioso.
– Está bien... - susurro entre temblores. - Cuando... Cuando era pequeño... - murmuro perdido en mis propios pensamientos, intentando entender por qué me costaba tanto decírselo a él. Y una gran parte de mi sabe que es el miedo al rechazo lo que verdaderamente me preocupa hasta consumirme. Una lágrima desciende sinuosa por mi mejilla. – Joder... - bufo nervioso. – Me pasó algo. – empiezo a decir. – Me hicieron algo, más bien. – termino aclarando.
Carl se aproxima a mí con lentitud.
Y limpia con su pulgar mi solitaria lágrima.
- Áyax.
Cierro los ojos.
- El caso es qué, hubo una tarde en mi infancia que me cambió para siempre. – sigo diciendo ignorando su interrupción.
- Áyax. – vuelve a decir Carl llamándome.
Mis ojos se abren y se alzan hasta el suyo.
- ¿Qué?
- Ya lo sé.
- ¿Qué? – repito enarcando una ceja.
- Lo que te pasó. – aclara él. – Ya lo sé.
Juraría sin dudar que mi corazón se detiene durante unos segundos.
Apostaría mi brazo mordido por ello.
Y no lo perdería.
Mi vista se nubla por la cantidad de lágrimas que llegan a mis ojos.
¿Es una broma?
- ¿Quién...? ¿Cómo...? ¿Quién te lo ha dicho? – empiezo a decir más deprisa a medida que siento mi corazón latir fuertemente contra mis costillas. - ¿¡Desde cuándo!? – digo exaltado.
Mi respiración se acelera a la vez que siento un pequeño mareo atizarme en las sienes.
Mi garganta se seca.
Mis manos y piernas tiemblan.
Y el solo hecho de parpadear se convierte en la más difícil de las acciones que jamás haya logrado realizar.
- Áyax, tranquilo. – dice él mirándome igual de preocupado desde que habíamos empezado a hablar. – Nadie me ha dicho nada.
Trago saliva a pesar del esfuerzo que esto me conlleva.
Sintiendo como mi garganta se agrieta según esta pasa.
- Y cómo lo sabes entonces. – susurro con la mirada totalmente perdida en él.
Carl agacha la cabeza.
- He atado cabos. – responde con un hilo de voz. – Desde que te conozco, he ido obteniendo piezas que me ayudaban a comprender tu conflicto con tu propio pasado. – explica. – Sabía que lo que fuera que te pasara, cambió tu vida para siempre, así que no podía ser cualquier tontería. – añade antes de tragar saliva. – Después vino el extraño y desconocido odio hacia tu padre. – dice de manera evidente. – Y tu confesión respecto a su muerte. – sigue añadiendo hechos a su explicación. – Te conozco, Áyax. Si le mataste, fue porque se lo merecía. Te vengaste, igual que hiciste con aquellos tipos antes de llegar a La Terminal. Lo vi en tus ojos ¿Sabes? Cuando esos tíos estuvieron a punto de... - musita sin atreverse a terminar la frase por temor a hacerme daño. – Lo vi. Y entendí que quizá esas cavilaciones mías no eran tan descabelladas. – aclara. Entonces me mira. – Pero cuando ahora has reconocido que lo de esta mañana no tiene nada que ver con mi deplorable aspecto... Algo dentro de mi se ha encendido. – dice. – Las piezas han terminado por encajar.
Su confesión me deja perplejo.
Absoluta y completamente perplejo.
Y la única conclusión que logro sacar, es que Carl es muchísimo más inteligente de lo que pueda parecer.
Trago saliva cuando un nuevo y desbloqueado miedo me recorre por completo, oprimiendo mi pecho a su paso.
Muerdo mis labios.
- Entendería tu rechazo. – murmuro con la cabeza agachada para evitar que vea como las lágrimas empiezan a brotar.
Veo la sorpresa en la pupila de Carl.
Clavándose con fuerza en las mías cuando el chico levanta mi cabeza con su dedo índice bajo mi barbilla.
- Dios, eres idiota. – dice con una amplia sonrisa. Provocándome una risa que escapa de mi garganta junto a un pequeño sollozo. - ¿Cómo podría rechazarte por algo así? – me encojo de hombros, sintiéndome ridículamente pequeño ante él. – Dime, Áyax ¿Qué me diferenciaría de ese monstruo si yo fuera capaz de hacer algo cómo eso?
Un cosquilleo me recorre cuando dice tan sobreprotectoras palabras.
- Nada. – susurro.
- Exacto. – añade él.
- Lo que menos soportaría es que tu forma de mirarme cambiase. – confieso. – No podría con eso.
Entonces sonríe.
– Jamás lo haría. – responde con sinceridad mientras pone su mano derecha en mi mejilla. – Para lo que esto sirve, es para que yo pueda entenderte mucho mejor, y créeme cuando te digo que ahora todo encaja. – añade. – Para mi eres el mismo Áyax de siempre. Increíblemente inteligente, divertido, elocuente y totalmente lleno de ocurrencias. Ese chico que saca lo mejor de todos nosotros. – dice, provocándome una sonrisa y un sonrojo. Mi mirada se desvía avergonzada. – Ahora te quiero incluso más que antes, porque has sido capaz de confesarme algo muy duro e importante para ti. Has confiado en mí de esa forma, y eso... - sonríe. – Eso significa mucho.
Sonrío para después morder mis labios, nervioso.
Siempre me sorprendía la capacidad de razonamiento que el hijo de Rick tenía.
- Creo que esta reacción era la que menos me esperaba. – reconozco.
Carl ríe.
- ¿Y qué creías? ¿Qué saldría corriendo sin mirar atrás?
Una carcajada sale de mi pecho.
- Algo así. – admito.
- No pienso irme a ninguna parte, no te desharás de mi tan fácilmente. – añade entre risas.
- En lo absoluto era mi intención. – afirmo. Uno su frente con la mía. – No te merezco. – murmuro. Le veo sonreír. – Sé que ahí fuera habrá alguien mejor que yo para ti, pero por favor, no le encuentres nunca.
El chico ríe nervioso, y siento su corazón latir acelerado.
- Y si lo encontrase, miraría para otro lado. – dice, haciéndome reír, poniendo sus manos en mi cintura. – No quiero que nunca vuelvas a sentirte presionado ¿De acuerdo? – inquiere, de nuevo, con un tanto de preocupación en su voz. – No me importa esperar todo lo que haga falta, Áyax. Lo único que quiero y deseo es que seas feliz, ya llegará nuestro momento cuando estés preparado. Y no importa cuánto tarde este.
Una tímida sonrisa se dibuja en mis labios.
Alzo mi mirada hasta encontrarme con la suya.
- Sabes... No creo que tarde mucho. – digo antes de tragar saliva.
Carl ríe una vez más.
- Acabo de decirte que no quiero que te sientas presionado. – recalca él mirándome fijamente.
- Y no lo hago. – contesto. Su ceño se frunce y su forma de observarme cambia. – No quiero pasarme toda mi vida esperando, Carl. – cojo aire vuelvo mi vista a la suya. – Creo que estoy más que preparado, ahora sí.
Carl se separa unos centímetros de mí.
Totalmente incrédulo.
Carraspea.
- ¿Estás... Estás seguro? – inquiere con extrañeza.
Una lobuna y ladeada sonrisa se forma en mi rostro.
- No te irás a echar atrás ahora. – digo enarcando una ceja.
La carcajada de Carl no se hace esperar.
Niega con la cabeza.
- No es eso, tan solo me ha atrapado desprevenido. – admite mirándome.
Y es que un extraño brillo que desconocía se ha instalado en su mirada.
Volviéndola más intensa.
Un solo vistazo por su parte era más que suficiente para avivar las poco apagadas brasas que habían quedado horas atrás.
- Bueno... Nos hemos confesado el uno al otro. – digo. – No hay nadie en casa ni lo habrá hasta dentro de unas horas. – añado cuando rozo suavemente su nariz con la mía. – Creo, sin lugar a dudas, que este es un muy buen momento.
La nerviosa risa de Carl es música para mis oídos.
- Estoy de acuerdo. – susurra él con una voz ronca hasta ahora desconocida para mí. – Solo... Si... Si en algún momento te sientes incómodo, o no quieres continuar, tú solo...
- Carl, Carl... - digo llamándole la atención. El chico me mira. – Estoy perfectamente.
Él sonríe.
Yo sonrío.
Y me besa.
Pero este, es un beso distinto a todos los que ambos nos hemos dado.
Es un beso hambriento.
Lleno de amor, deseo, pasión y ganas.
Sobre todo, ganas.
Las que nos tenemos el uno por el otro.
Mi piel se eriza cuando siento nuestras lenguas acariciarse de manera tímida e inexperta.
Algo que pronto queda sustituido por un conocido sentimiento de lujuria que nos maneja como a títeres.
Y de forma involuntaria, inhalo profundamente su aroma hasta perderme totalmente en él.
Un gemido escapa de mis labios cuando el chico que los devora con sincero entusiasmo aprieta sus manos en mi cintura, acercándome a él.
Y una vez más le siento jodidamente cerca.
Tan cerca que, a juzgar por su temperatura corporal, nuestra ropa podría empezar a arder en cualquier momento.
Bebo el desesperado gruñido que Carl emite cuando entierro mi mano derecha en su pelo, profundizando el beso, abarcando aún más de su boca si es que eso puede ser posible.
Sintiéndole.
Teniéndole.
Amándome.
Quemándome.
Las yemas de sus dedos recorren un terreno desconocido para él, pero a pesar de ello, parecen saber muy bien lo que hacen cuando delicadamente se pasean por mis hombros, apartando de mi la chaqueta de Merle.
Dejando pequeñas descargas de corriente por la piel expuesta de mis brazos.
Lo que consigue erizar mi vello aún más.
Paso mi lengua por su labio inferior cuando decido imitar su gesto, deshaciéndome de su camisa de cuadros, dejándole con una sencilla camiseta.
Pero el hilo de mis pensamientos se pierde.
Se rompe.
Se esfuma.
Se desintegra.
Cuando Carl comienza a dejar un reguero de besos desde mi mandíbula, pasando por mi cuello, hasta esos centímetros de piel que unen el cuello con el hombro.
Ese punto dónde ya no hay retorno.
Erizando cada parte de mi cuerpo.
Como si un pequeño calor me inundase por completo.
Y entonces decido que ha llegado el momento de despedirme de lo poco que me queda de cordura.
El chico alza su vista hasta encontrarse con la mía, y cuando siento sus dedos colarse con recato bajo mi camiseta, me doy cuenta de que me está pidiendo permiso.
Sonrío y asiento antes de besarle de nuevo.
Pero este acto se rompe cuando el chico pasa mi camiseta por mi cabeza y termina quitándomela.
Y todo ello, sin perder un solo segundo en el que demostrarme lo que me desea.
Porque cuando nuestros labios se encuentran de nuevo, lo hacen con más fiereza que antes.
Un jadeo sale de mi cuando mis piernas tocan el filo de la cama, y sin tan si quiera dudarlo, me dejo caer en ella, llevándome a Carl conmigo en el proceso.
El chico sonríe.
Su único y sano ojo destila pura lujuria.
Provocando que vuelva a besarle.
Y entonces soy consciente de que jamás me cansaré de las mil y una sensaciones que me causan sus labios, como la mayor y peor adicción.
Para la cual no existe desintoxicación alguna.
Y para ser justos, dudo que, si existiera, quisiera usarla.
Siento a Carl sobre mi, con una pierna a cada lado de mi cadera, y esa sensación me vuelve totalmente loco.
Su cuerpo sobre el mío me vuelve loco.
El calor de su piel me vuelve loco.
Su respiración alterada me vuelve loco.
Y el azul de su iris... El azul de su iris me vuelve jodidamente loco.
Pero más me vuelvo aún, cuando el chico se mantiene sobre sus rodillas antes de quitarse su propia camiseta sin titubear.
Y mis ojos se abren ligeramente al mirar su cuerpo detenidamente.
Jamás me había parado a observarlo.
Y no sé como podía haber cometido tal desperdicio.
Y es que, a pesar de ser delgado y poco musculoso, Carl no tenía nada que envidiar a nadie.
Todos sus músculos se acentuaban sin exageración, dejándote en claro que no era un chico de gimnasio, pero que tenía la suficiente fuerza como para hacerte salivar tan solo viéndole sin camiseta.
Y al verle me hago la promesa de besar cada uno de sus pequeños lunares que adornan con belleza algunas partes de su perfecto e inmaculado torso.
E inconscientemente, sin saber muy bien de donde he sacado el valor, acaricio sus suaves abdominales con mis dedos, consiguiendo que su piel se erice ante tal inesperado contacto.
Provocando que se lance a besarme con más pasión todavía.
Su piel quema, pero sus labios aún más.
Y de nuevo, estos deciden atacar mi cuello sin piedad, no sin antes morder sensualmente el lóbulo de mi oreja.
- Te quiero... - confiesa en un desesperado susurro en mi oído. Como si eso es lo que pretendiera demostrarme en todos y cada uno de sus gestos.
Lo mucho que me quiere.
Y esto causa severos estragos en mi autocontrol.
Su cálido aliento hace que cierre los ojos.
- Carl... - gruño con voz ronca cuando uno su frente contra la mía.
Una sonrisa perversa se instala en los labios del chico al saber que ha conseguido su propósito.
Pero a juzgar por la excitación que ambos escondíamos tras nuestros respectivos pantalones, no era el único que estaba disfrutando de esto.
Y de nuevo mi sentido y mi cordura deciden perderse juntos, de la mano, cuando nuestros labios vuelven a juntarse.
Durante unos segundos Carl titubea.
Duda.
No de qué hacer.
Si no más bien, de sí mismo.
Y todo eso se acaba, cuando deposito con delicadeza un suave beso sobre su vendaje.
El chico ríe nervioso, y juraría que veo su ojo sano enrojecerse debido a las lágrimas que en él se acumulan.
- Gracias. – musita en mi oído, pues ese pequeño y afectuoso gesto por mi parte le da el valor que empezaba a perder.
Y antes de que mis propias inseguridades me ataquen, mi corazón se hincha al ver como repite el mismo gesto que yo, pero sobre la horrenda cicatriz de mi hombro izquierdo.
Un tembloroso suspiro escapa de entre mis labios.
Ganándose un ansioso beso por mi parte.
Como si esta vez fuera yo quien intenta transmitirle todo lo que siento por él.
Pero sé que eso es imposible, pues necesitaría dos vidas besándole para hacerle saber lo mucho que le quiero, y probablemente me quedaría corto.
Me quedaría muy corto.
Mis manos reúnen el coraje suficiente como para viajar libremente por su cuerpo.
Acariciándole.
Pues quiero conseguir grabar a fuego en mi mente cada rincón de su cuerpo.
Cada centímetro de su piel.
Cada gesto.
Cada suspiro.
Cada gemido.
Sus labios hacen lo mismo que mis manos.
Siento la calidez de ellos en mi pecho.
En mis abdominales.
En mi ombligo.
Un entrecortado suspiro sale de mi cuando Carl aparta ligeramente la tela de mi pantalón y le siento depositar un húmedo y suave beso en mi cadera derecha.
Definitivamente, eso termina por consumir cualquier rescoldo de cordura en mi.
No estoy muy seguro de en qué momento el resto de nuestra ropa termina por acabar en el suelo de la habitación junto a nuestros zapatos, pues estaba demasiado ocupado amando a Carl con todos y cada uno de mis besos y caricias.
Y si pudiera, me pasaría así el resto de días en este mundo.
Pero cuando sé que es lo que viene a continuación, empiezo a temblar irremediablemente.
Sintiéndome completamente idiota por no poder refrenar y controlar mis miedos.
Una presión en mi pecho se instala sin pretender abandonarme.
Seguido de una oleada de tormentosos recuerdos.
De horribles imágenes que creí no recordar.
Carl me observa.
- Si quieres que paremos... - susurra en voz baja contra mis labios, totalmente dispuesto a detener esto aquí y ahora.
Trago saliva.
- No. – gruño interrumpiéndole. – No lo hagas.
- ¿Estás bien? – dice preocupado, una vez más.
Sonrío.
- Nunca podré estar mejor. – confieso antes de volver a besarle.
Y era cierto.
Por primera vez, en mi mente, decido luchar contra todo aquello que me atormenta.
Decido estar dispuesto a seguir adelante con mi vida y dejar atrás todo aquello que no merece ser recordado.
Y con una fuerza que no sé de dónde logro sacar, rompo con todo lo que me perturba.
Impidiéndole que me haga daño.
Borrando todos esos recuerdos.
Esas pesadillas.
Esos miedos.
Porque ahora era más fuerte que ellos.
Porque siempre lo había sido.
Porque solo tenía que comprender, que un miedo solo es fuerte si tú lo alimentas y decides que lo sea.
Y yo estaba más que dispuesto a negarles la importancia que estos me reclamaban.
Mis ojos se llenan de lágrimas cuando soy consciente de que acababa de ganar la batalla que llevaba años librando.
Que ahora era libre.
Que podía permitirme ser feliz.
Porque acababa de recuperar mi vida.
Un jadeo escapa de mi garganta cuando siento a Carl adentrarse lentamente en mi interior.
Y un nuevo mundo de sensaciones diferentes se abre ante mí.
De sensaciones que jamás pensé conocer.
De sensaciones que creí que me habían arrebatado.
Pero de eso nada.
Y Carl Grimes era la viva prueba de ello.
Y no sabéis cuánto me alegro.
Así que decido dejarme llevar.
Emborrachándome de todos y cada uno de los sentimientos que él me provoca.
De todo el cariño que me profesa en cada uno de sus besos.
De sus caricias.
Del cuidado y la delicadeza con los que me trata.
Con los que me mima.
Como si todo eso intentara transmitírmelo con la unión de nuestros cuerpos.
Y es que lo que él no sabía, es que lo había conseguido.
- Mentiría si dijera que no he soñado cientos de veces con este momento. – admite él en un susurro antes de besarme, opacando mi pequeña risa con sus labios, arrancándome un gemido cuando se mueve lentamente en mí. - ¿Todo bien? – inquiere enarcando una ceja, mostrando una mirada altiva, orgullosa de saber que es él quien produce eso en mi. - ¿Quieres que pare?
Una ladeada sonrisa se dibuja en mis labios.
- Para ahora y estás muerto, Grimes.
Una risa es lo siguiente que oigo antes de sentirle embestirme con suavidad.
Y entonces todo se esfuma.
Puesto que no dudo un segundo en devorar sus labios una vez más.
Saboreándole.
Sintiéndole.
Como su cuerpo me quema.
Como sus besos me abrasan.
Como su amor me consume.
Y el chico no duda en corresponderme, demostrándome en el proceso, que nuestro placer puede aumentar hasta extremos jamás experimentados.
Cuando el ritmo de sus cuidadosos movimientos se incrementa.
Haciendo que el calor suba hasta casi convertir nuestra piel en fuego.
Igual que aumenta el latido de nuestros corazones.
Que se acelera a medida que la pasión se hace cada vez más y más mayor.
Y mis oídos terminan proclamando como su favorita la banda sonora que llega a ellos.
Aquella compuesta por gemidos ahogados en la boca del contrario y jadeos desesperados porque el placer que siento cada vez que Carl se mueve, nunca acabe.
Y es que, si de verdad existe algún Dios, lo único que se me ocurre rogarle es que por favor me conceda ese único deseo.
Para mi sorpresa, no solo me escuchan, sino que, deciden otorgarme la cúspide de este momento.
Y a Carl también.
En respuesta, une su frente con la mía, escondiendo su mano en mi pelo y mi nuca.
Y entonces, con cuidado, aumenta la velocidad de sus embestidas.
Clavo mis dedos de la mano izquierda en la espalda del chico, a pesar de saber que eso va a dejarle marca, mientras que con la derecha me aferro a su cabello con suavidad.
Sintiéndole como nunca en mi vida le había sentido.
Sus gemidos en mis labios.
Mis jadeos en su boca.
Arqueo mi espalda, pegando la piel ardiente de su pecho al mío, y echo la cabeza hacia atrás sobre la almohada.
Lo que Carl, absorto su propia lujuria, la que la imagen frente a él le provoca, aprovecha para devorar mi cuello con pasión.
Vuelvo a unir su frente a la mía, y la mano derecha que mantengo en su pelo pasa a su mejilla.
Entre abro ligeramente mis labios, dejando escapar un desesperante jadeo sobre la boca de Carl cuando siento ambos cuerpos tensarse, provocando que el chico sobre mi me bese con ansía.
Y entonces lo sentimos.
La mejor de las sensaciones que el ser humano jamás pueda experimentar.
Aquello por lo que nuestra mera existencia ya es un regalo.
Eso que los dioses nos otorgan aún sin merecerlo.
Lo que me hace comprender que este mundo, tiene sus consuelos.
Esa increíble intensidad de un cosquilleo en nuestro bajo vientre que nos libera en único, largo y unísono gemido.
Liberando una ola de fuego ardiente que nos recorre de pies a cabeza.
Como un calor capaz de hacer estragos en nuestro sistema, acabando con la más absoluta de nuestras terminaciones nerviosas.
Llevándonos a algo totalmente desconocido.
Pero que me moría por volver a descubrir.
Una y otra vez.
Algo que nos había conectado a un nivel visceral y carnalmente superior.
Algo que quema cualquier atisbo de razón en mi mente.
Algo que llenaba hasta el rincón más recóndito de mi alma.
Algo tan maravilloso, que no se puede expresar con palabras.
- Te quiero. – musito sobre sus labios en un jadeo que escapa de mí.
Pero de lo que tardo en darme cuenta, es de que Carl lo ha dicho a la vez que yo.
Él sonríe.
Y yo sonrío.
Seco mi goteante pelo con la toalla que tengo sobre mi hombro mientras salgo del baño únicamente con los pantalones vaqueros puestos, observando a Carl quien se encuentra estirado en la cama, con sus pantalones desabrochados, la camisa de cuadros abierta y las manos tras su nuca.
- ¿En qué piensas? – pregunto con una sonrisa en mis labios.
Una sonrisa que nadie jamás podrá borrarme.
Carl me mira y sonríe.
- En lo mismo que tú. – dice dándome un rápido vistazo, paseando su mirada por todo mi cuerpo.
Río.
- Pervertido. – digo lanzándole la toalla que este atrapa entre risas desde la cama mientras me aproximo a él.
- Quédate a dormir. – ruega poniéndose de rodillas en el colchón.
Suspiro.
- Sabes que eso no es posible. – contesto después de besarle, alzando el brazo derecho, señalando mi recién puesto vendaje. – Además, Rick y Daryl estarán a punto de llegar ¿Quieres que se encuentren con la escena?
El chico hace una mueca.
- Créeme que no. – responde. – Ya tengo bastante con que nos hayan atrapado en la mayoría de momentos a solas. – añade. - ¿No es un poco tarde para que aún no hayan vuelto? – comenta dirigiendo su mirada hacia la ventana, donde a través de esta pueden verse los pequeños rayos del amanecer que empiezan a bañar las calles de Alexandria.
- Lo cierto es que sí. – afirmo. – Pero conociendo a mi hermano y a tu padre, puedo apostar lo que quieras a que están bien.
- ¿Dormir juntos? – ofrece como apuesta.
- ¡Carl! – exclamo riendo.
El hijo del expolicía vuelve a tumbarse en la cama con fingido enfado y yo me siento a su lado entre risas.
- ¿Acaso nunca podrá ser? – inquiere cuando coge mi brazo y observa mi vendaje. – Tu inmunidad es la cura, pero a la vez un fastidio.
Suspiro y sonrío.
- Déjame pensarlo ¿Vale? – contesto.
Y en parte tenía razón.
No podía privarme de tal obsequio de la vida solo por una teoría que quizá nunca llegue a pasar.
Y es que el hecho de dormir con el plácido latido del corazón de Carl bajo mi oído, sonaba a una de esas cosas que tenía que hacer antes de morir.
Carl sonríe satisfecho mientras que yo aparto su húmedo pelo de su cara.
- No hagas eso. – murmura quejándose ante mi intento por despejar su cara y dejar a la vista su vendaje.
Sonrío.
- Eres demasiado guapo como para privar al mundo de ello. – respondo convencido. Este desvía la mirada y niega con la cabeza, avergonzado. Durante unos momentos me pierdo en mis propios pensamientos. – Todavía no entiendo que viste en mí. – confieso cambiando bruscamente de tema.
El chico me observa con cierta incredulidad.
- Te tienes en muy poca estima. – afirma antes de tirar de mi brazo y obligarme a tumbarme en la cama junto a él. Entonces pasa un brazo tras mi cabeza, y una sensación de protección me invade, haciendo que instintivamente, me acueste sobre su pecho. – El día que entraste en la prisión... - empieza a decir bajo mi atenta mirada. – Con dos katanas en tu espalda y una mirada feroz y agresiva... Algo cambió en mí. – añade. – Tenías el cañón de un arma contra tu cabeza, y aún así intentaste levantarte. Y eso que acababas de despertar de un coma. – dice con una pequeña sonrisa en sus labios. El iris de su ojo brilla con vida propia, como si el simple hecho de recordar, le pusiera muy feliz. – Ahí supe que eras diferente. Me sentí igual a ti. Definitivamente, eso llamó mi atención. – confiesa. – Pero con el paso del tiempo, descubrí que no solo era mi atención lo que captaste. Todo en ti es especial. – dice antes de mirarme. Trago saliva con dificultad a medida que siento las lágrimas agolparse en mis ojos. Me doy la vuelta, quedando boca abajo en el colchón, apoyándome sobre mis codos. – Me negué a creer lo que sospechaba de mi mismo, porque a veces eras tan testarudo que me entraban ganas de asestarte un puñetazo. – admite entre risas, consiguiendo una carcajada por mi parte. Cuánta razón tiene. – Pero cuando estuviste a punto de morir por la gripe... Comprendí que me había enamorado perdidamente de ti. – reconoce, y su mirada se vuelve más intensa a la vez que mi garganta se seca. – Y para admitirlo me hizo falta casi perderte. – añade. – Por eso me prometí no volver a perderte jamás, y si eso no era posible, antes te haría saber lo que siento. – termina diciendo. - Siempre. En este y en...
- ... mil apocalipsis más. – completo yo con una sonrisa de felicidad que prácticamente no cabe en mi rostro.
Y sin dudar una fracción de segundo me lanzo a besarle.
Sintiendo como una de las hermosas sonrisas del chico se forma en sus labios en mitad del beso.
- ¿Es que estás listo para otro asalto? – inquiere enarcando una ceja, rompiendo el beso.
Río y uno mi frente a la suya.
- Créeme, ahora que hemos descubierto ese mundo pienso conseguir que te hartes de él. – confieso entre risas.
Y por supuesto que lo decía en serio.
- Jamás podría hacerlo. – dice él colocando sus dedos índice y pulgar en mi barbilla para observarme detenidamente.
Desvío la mirada antes de empezar a sonrojarme.
- Es una oferta muy tentadora, pero me gustaría seguir conservando mis piernas, así que será mejor que me marche a mi cuarto, estamos tentando demasiado a la suerte. – susurro cerca de sus labios antes de depositar un beso en ellos.
El chico ríe.
Pero su risa se corta y mi sonrisa se esfuma.
Porque ambos escuchamos un ruido que proviene de las escaleras.
Nuestras cabezas se giran en dirección al sonido, y después volvemos a mirarnos entre nosotros.
Frunzo el ceño.
De un salto me pongo en pie y cojo mi pistola en la mesita de noche.
Al igual que lo hace Carl cogiendo la suya bajo la cama.
Mi corazón se acelera a medida que abrimos con cuidado la puerta de la habitación.
Con un sudor frío bajando por mis sienes y Carl a mis espaldas, camino descalzo hasta el dueño del sonido.
Aprieto mi mandíbula cuando veo a un extraño sentado tranquilamente en las escaleras.
El hombre, de pelo largo, gorro de lana y barba, atusa su negra gabardina mientras sigue observando con calma el cuadro que sostiene entre sus manos, totalmente ajeno a lo que se le viene encima.
- Qué haces en nuestra casa. – gruñe Carl a mi izquierda mientras pone el cañón de su arma tras la cabeza del desconocido, quien se sorprende ligeramente, y con cuidado se gira para poder encararnos.
El extraño alza las manos con lentitud ante mi vacilante mirada.
- Soy Jesús. – dice.
- Si claro, y yo María Magdalena. – respondo en un siseo antes de poner mi arma a la altura de sus ojos, apuntándole.
Aunque a juzgar por el aspecto del tipo, hasta el más ateo dudaría de lo que sus ojos están viendo.
El hombre que dice ser nuestro señor y salvador ríe ante mi contestación.
- Así me llaman todos. – aclara. – Mi verdadero nombre es Paul.
Acomodo mis dedos en la pistola y ladeo la cabeza.
- Muy bien, Paul. – digo recalcando su nombre. – Mi nombre es "El que te va a enviar junto al verdadero Jesús como no digas que estás haciendo aquí."
El presunto hijo de la Virgen María vuelve a reír.
- Estoy... Sentado en la escalera. – empieza a decir. – Mirando este cuadro... Esperando a que vuestros padres se vistan.
Me congelo en mi sitio y entrecierro los ojos.
Carl me mira y yo a él.
Y ninguno entiende una mierda de lo que el chiflado está diciendo.
Unos pasos apresurados se hacen oír tras nosotros.
Y mis ojos se abren de par en par cuando veo aparecer a Rick y Michonne.
Ambos a medio vestir.
Rick sin camiseta.
Y Michonne acomodando su recién puesta ropa.
- Bajad el arma... - susurra ella como si nada. – Todo está bien.
- ¿Qué haces tú ahí? – le pregunto enarcando una ceja mostrando una pícara sonrisa.
Pero cuando Rick me mira, dejo de hablar.
Porque no puedo.
Ni moverme.
Ni reaccionar.
Diría, que ni respirar.
Puesto que este ladea su cabeza ligeramente y sus entrecerrados ojos me observan de arriba abajo sin comprender.
Y después pasan a su hijo.
Y luego vuelven a mí.
Otra vez a su hijo.
Y por último a mí de nuevo.
Porque acaba de caer en algo.
En que yo tampoco llevo camiseta.
En que mis pantalones están desabrochados.
En que los de su hijo están igual.
Y en que la camisa de este está abierta.
Si de verdad existe algún Dios.
Si en serio existen, tal y como antes me han demostrado.
Que me maten.
Aquí.
Y ahora.
- Eso debería preguntártelo yo a ti. – sisea mirándome.
Trago saliva duramente.
- Veo que esto se está poniendo un tanto familiar... - comenta el tal Jesús alzando sus manos, haciendo amago de irse.
Pero para añadirle más tensión a la cosa, Daryl, Glenn, Maggie y Abraham entran abruptamente en la casa con armas en mano, dispuestos a reducir la amenaza que sea que han advertido.
El mayor de los silencios incómodos se origina en el ambiente bajo las atentas miradas de estos últimos cuatro.
En especial la de Daryl.
- Qué narices... - espeta en un gruñido mientras sus ojos vuelan de Carl a mí.
El chico estampa su mano en la cara e intenta cubrir su vergüenza ante la surrealista situación.
- Tiene que ser una puta broma. – murmuro para mi mismo mientras froto mis ojos con la mano derecha.
¿Algún día dejarán de atraparnos en momentos incómodos?
- ¿Es que no había nadie durmiendo en esta casa? – pregunta el pelirrojo con una ladeada sonrisa.
Silencio.
- Has dicho que tenemos que hablar. – dice Rick al desconocido. – Pues hablemos. - y con esas sencillas palabras, el expolicía consigue que el grupo se marche poco a poco, no sin antes recibir yo un guiño de orgullo por parte del pelirrojo, y una mirada asesina de Daryl a Carl. – Porque con vosotros dos hablaré luego. – gruñe cuando se gira hacia nosotros. – Vestíos. – sisea.
Y por décimo novena vez en horas: Mierda.
Una vez vestidos y con la misma tensión en el aire, el grupo y el desconocido de apodo Jesús nos reunimos alrededor de la mesa de la cocina para averiguar por qué diantres estaba ese hombre aquí.
Y según parece, Rick y Daryl le conocen de antes, pues se había entrometido en su viaje de búsqueda de suministros, y lo habían traído atado de pies y manos, dejándolo en una de las celdas en las que tiempo atrás estuve yo.
Jesús había mostrado su astucia al liberarse fácilmente y adentrarse en nuestra casa con absoluta tranquilidad, así que había que andarse con ojo con este tío.
Aunque una parte de mí reconocía que no parecía un mal tipo, incluso empezaba a caerme bien.
- Oye, ya sé que empezamos mal. – le dice a mi hermano, quien lleva con cara de malas pulgas desde hacía media hora. – Pero somos del mismo bando, del de los vivos. – punto para el desconocido. – Rick y tú teníais razones de sobra para dejarme... Y no lo hicisteis. Yo soy de un sitio muy parecido a este, y busco otros asentamientos con los que comerciar. – mi mente se detiene justo en esa frase. ¿Habías más gente por ahí? – Os cogí el camión porque mi gente necesita cosas, y parecíais malas personas. – prosigue diciendo. – Me equivoqué, sois buena gente. Y este es un buen sitio, creo que nuestras comunidades podrían ayudarse.
- ¿Tenéis comida? – inquiere Glenn.
- Estamos criando ganado. – responde. – Saqueamos y cultivamos... De todo.
- Y por qué debemos creerte. – pregunta Rick con su habitual desconfianza.
- Os lo enseñaré. – dice Jesús. – Con un coche llegaríamos en un día. Así veréis quienes somos y qué podemos ofrecer.
- ¿Y qué es lo que podríamos ofrecer nosotros? – digo cruzándome de brazos, sin quitarle la vista de encima a ese tío.
Jesús me observa.
Y sus pupilas se clavan en mi antebrazo derecho.
- Bonito vendaje. – dice a modo de respuesta a mi pregunta.
Mi corazón se acelera.
Y mi mandíbula se tensa.
Al igual que el resto del grupo, quienes se envaran en sus correspondientes lugares.
- Cómo lo sabes. – masculla Rick entre dientes.
Jesús vuelve a alzar las manos.
- Tranquilos. – dice con amabilidad. – Vuestro secreto está a salvo conmigo. – añade. Y por extraño que parezca, parecía sincero. Sin duda, creo que Paul era uno de esos hombres que no parecían de los malos. – Se lo oí decir a él antes, a quién por cierto creía que era tu hermano. – confiesa con una sonrisa, señalando a Carl con la mirada.
Oprimo una risa igual que lo hace el mencionado.
- Si, nos parecemos mucho. – comento en voz baja.
- El caso es que aparte de vuestro arsenal de armas, también he visitado la enfermería. – dice el hombre. – Andáis un tanto cortos de inventario, y justo me he cruzado con vuestra investigación al respecto. – explica mientras se apoya en el respaldo de la silla y señala con su dedo índice mi antebrazo. – Si antes me interesaba comerciar con vosotros, ahora mucho más. Porque en este mercado, tú eres un producto muy valioso.
Veo a Daryl convertir sus manos en puños.
Y como Rick también lo ve, se decanta a hablar por él.
- No comerciamos con vidas. – dice este.
- Y no es eso lo que quiero. – admite Jesús al padre de Carl. – Tan solo os advierto de que dicha información, en las manos equivocadas, supondría un peligro para vosotros.
Mi ceño se frunce y le miro curioso.
- ¿En qué manos equivocadas? – inquiero.
Paul parece dudar sobre si debería hablar o no del tema.
Pero termina por no hacerlo.
- Ya hablaremos de ello. – aclara. – A lo que me refiero, es que he visto que vuestra investigación está estancada. – dice. – Y nosotros disponemos de material más avanzado, puede que no sea suficiente, pero quizá ayudaría. Eso debería servir para empezar a negociar. – termina diciendo. – Creedme, vuestro mundo se va a hacer más grande.
Mis ojos se iluminan ante la idea que el hombre ha lanzado al aire.
Y tardo pocos segundos en perderme en mis propios pensamientos.
Pero de nuevo, Rick se alza como la voz de mi conciencia, y al ver que puedo ser convencido a través de mi debilidad, vuelve a hablar.
- Está bien, danos unos momentos para hablarlo y prepararnos. – indica el hombre, donde sutilmente dice que Jesús se marche unos minutos y nos deje a solas. Y cuando lo hace, vuelve a hablar. - ¿Qué opináis?
- Puede que sea una buena idea. Esto es con lo que soñaba Deanna. – responde Maggie, quien es secundada por su marido con una opinión positiva.
- No perdemos nada por intentarlo. – añade Michonne. – Tan solo un día en nuestras vidas.
Río.
- Hoy en día eso es mucho. – comento. La mujer sonríe.
Rick mira a su hijo.
- Puede ser prosperidad para todos. – dice el chico, con bastante razón en sus palabras. – Y para Judith.
Los ojos del expolicía vuelan a Abraham, quien se encoge de hombros y asiente sin más, entonces pasan a Daryl.
- Yo os seguiré allá donde vayáis. – responde él. Rick sonríe ligeramente ante esa respuesta, que, al fin y al cabo, era muy cierta.
Entonces sus ojos se posan en los míos.
- Opino lo mismo que mi hermano. – digo con una sonrisa. – Si es malo, haremos lo que hacemos siempre. – Rick me mira y asiente ante mis palabras. Porque me ha entendido. – Y si es bueno y no nos convence, siempre podemos darnos la mano, marcharnos, y seguir con nuestras vidas como si nada hubiera pasado.
Los hombros del padre de Carl se aflojan y suspira.
- Está todo dicho entonces. – dice. – Preparad vuestras cosas, nos vemos en la entrada del pueblo en unos minutos.
Oigo unos tímidos golpes en la puerta de mi habitación mientras preparo la ropa de repuesto que me voy a llevar.
- Adelante. – murmuro concentrado en mi propia tarea. Hasta que veo a Abraham entrar con una mochila deportiva en su hombro, y a Michonne quedarse apoyada en el marco de la puerta. Enarco una ceja.
- Te la traigo para que puedas meter tu equipaje. – dice a la vez que la deja sobre mi cama y le agradezco el gesto antes de meter mi ropa junto con la de los demás.
Un tenso silencio se hace en la habitación.
Río.
- Vale, hablad ya. – digo con una sonrisa. Veo al pelirrojo apartar la mirada avergonzado y a Michonne aguantar la risa.
- Así que has... Pasado la noche con Carl ¿Eh? – dice esta.
Una malévola sonrisa cruza mis labios.
- ¿Estás segura? Estabas tan ocupada con Rick que no puedes saberlo a ciencia cierta.
Si pudiera, la mandíbula de Michonne estaría tocando el suelo.
Ahora era Abraham quien aguantaba la risa.
- Ese es mi chico. – dice con orgullo mientras palmea mi espalda, sacándome una sonrisa en el proceso. – Me alegra saber que al final todo ha salido bien.
- Y mejor que bien... - respondo alzando las cejas antes de silbar teatralmente.
- ¡Vale! ¿¡Qué te he dicho de las descripciones!? – exclama mientras tapa sus oídos con sus manos cual niño pequeño.
Una carcajada sale de mí.
Otro tipo duro.
- ¿Entonces Rick y tú vais en serio? – pregunto a la mujer con una ladeada sonrisa mientras cierro la mochila y se la entrego a Abraham.
- Eso parece. – contesta la mujer un tanto avergonzada y con una pequeña sonrisa en sus labios.
Sonrío.
- Mola. – contesto asintiendo con la cabeza.
Y lo cierto es que me alegraba mucho por ellos.
Cierto era también que veía venir que acabarían juntos, pero me hacía feliz que haya sido antes de lo que esperaba.
- Bueno, me marcho ya, algunos más esperan esta bolsa. – dice Abraham cargándola sobre su hombre antes de salir de la habitación.
Justo en el momento en el que Daryl aparece por la puerta, provocando que el pelirrojo se haga a un lado, dejándole pasar.
Y de nuevo, el silencio.
Mi hermano carraspea.
- ¿Qué tal estás? – dice con las manos en sus bolsillos traseros.
Alzo una ceja.
- ¿Eso es lo mejor que se te ocurre? – inquiero con una sonrisa.
Daryl bufa con frustración.
- No sé cómo afrontar estas cosas ¿Vale? Eres mi hermano pequeño y te sigo viendo como un niño, no como un chico de diecisiete años con pareja... Que hace cosas... De pareja. – confiesa en un gruñido, desviando la mirada.
Vuelvo a reír.
- No te preocupes, Daryl. Sé que lo haces lo mejor que puedes, todo está bien. – afirmo contento.
- ¿Eres feliz? – pregunta mirándome.
- Más que nunca.
Y por primera vez, la felicidad que saboreaba era verdadera.
Y real.
Daryl asiente con una pequeña sonrisa en su rostro.
- Es lo único que me importa. – afirma poniendo una mano en mi hombro. – Cosa que no quita que le meta una flecha en el pecho a ese chico en cuanto pueda.
Otra carcajada por mi parte aparece irremediablemente.
Al igual que en Michonne.
- No, Daryl, nada de flechas. – digo yo entre risas mientras me cambio de camiseta negra.
Por otra negra.
Pero con la diferencia de que esta estaba limpia.
- ¿Puedo pegarle un poco? – inquiere a modo de broma.
Eso espero.
Vuelvo a reír junto con la mujer en la puerta.
- Bueno, pero solo un poco. – contesto sonriente mientras me coloco mis botas.
Me pongo en pie, y mi rostro se vuelve un tanto serio cuando veo mi camisa roja de cuadros negros con nuestro apellido en la espalda, colgada en el armario.
Mi camisa.
La de Daryl.
Y la de Merle.
Me acerco a ella y suspiro.
Hacía mucho tiempo que no me la ponía.
Demasiado tal vez.
El mismo tiempo que hacía que yo no me sentía el mismo por todas y cada una de las cosas que iban pasando.
- Creo que hay algo que te pertenece desde hace tiempo. – dice Daryl llamando mi atención. Sus ojos vuelan hacia Michonne, quien, tras una pequeña sonrisa y un asentimiento, desaparece por el pasillo unos instantes. – Solo que creemos que aún no estabas preparado para tener.
Le miro totalmente extrañado y perdido.
Hasta que veo aparecer a la mujer por la puerta.
Con una espada entre sus manos.
Mis ojos se abren ligeramente sin entender.
- ¿Qué...? – murmuro.
Michonne sonríe.
- Merle la encontró. – dice mientras se aproxima a mi. – En una expedición con nosotros.
- Fue idea suya cogerla. – explica Daryl con su mirada clavada en mí. – Dijo que sería un buen regalo para ti. Quisimos dártela para tu cumpleaños, pero... Pasó lo que pasó. Y se fue retrasando, hasta que nunca supimos cuál era el momento indicado. – la visión de mis ojos empieza a nublarse a medida que mi hermano habla, pues las lágrimas así lo provocan. – Ayer me dijiste que le echabas de menos, y he visto como todo este tiempo te has molestado en creer que su muerte no te ha afectado, así que creo que hoy, mejor que nunca, es el momento indicado para que le lleves contigo siempre.
Las lágrimas ruedan libremente por mis mejillas, pues es un terreno muy conocido para ellas.
Mi pulso se acelera cuando Michonne deposita la espada en mis manos.
Con el pulgar de mi mano derecha acaricio el delicado material de la funda negra, mientras mis ojos observan con lentitud el resto de la espada. El mango tiene unas bonitas decoraciones negras y blancas, que hacen que la sola idea de empuñarlo me fascine, y el arnés está hecho de un precioso y reluciente cuero, también negro, sintético, resistente y fuerte.
- Fue como una señal. – dice Michonne. – Parece hecha para ti.
Y tenía razón.
Sujeto el mango con la mano izquierda y la funda con la derecha, para desenvainar tan solo unos centímetros de esta.
La hoja de acero me recibe y saluda brillante y recién afilada.
Vuelvo a cerrarla y la observo.
- ¿Es para mí? – susurro con un hilo de voz.
Ambos asienten con una sonrisa.
- Ya era hora de que tuvieras un arma nueva, según tus nuevas condiciones. – dice Michonne acariciando con cariño mi brazo izquierdo.
Y era cierto, ahora que era mucho más mayor, sí que podía permitirme manejar una espada a diferencia de cuando tenía ocho años, y esta era tan ligera, que no me provocaría ningún daño en el brazo a diferencia de mis katanas.
Sonrío.
- Muchísimas gracias. – musito entre lágrimas abrazando a ambos.
Daryl sonríe y pone una mano en mi hombro.
- Te esperamos abajo, así que termina por vestirte. – dice señalando con la cabeza la olvidada camisa en el armario.
Asiento antes de que ambos se marchen, dejándome a solas en mi cuarto.
Me siento a los pies de la cama.
Observando la espada entre mis manos y la camisa en el armario.
Y miro ambas cosas, como si mirara al Áyax del pasado.
No, ese ya no soy yo.
Ese chico estaba completamente roto por dentro.
A día de hoy yo era alguien totalmente diferente a quien una vez fui.
Una versión total y absolutamente mejor de mi mismo.
Así que decido quedarme con la parte que me importa de ese chico, esa parte que me sigue constituyendo.
Esa, con la que sí que sigo siendo yo.
Conservando al antiguo Áyax como un recuerdo que merece ser perdonado.
Una ladeada sonrisa asoma en mis labios.
Ese era el Áyax que sí que había echado de menos.
Por lo que decido mirar con otros ojos a esa camisa.
Porque cerraba una etapa, empezaba una nueva hoja en blanco.
Y ella ahora solo simbolizaba mi familia.
Merle.
Daryl.
Carl.
Rick.
Michonne.
Y todos los que me habían acompañado desde que la llevaba puesta.
Jamás volverá a significar la sangre de otros que la salpicó.
Jamás volverá a significar mi pasado.
Y jamás volverá a significar todos y cada uno de los malos recuerdos que me atormentaron.
No, eso ya no forma parte de mí.
Nunca más.
Ahora mi presente y mi futuro eran otros.
Y así seguiría siendo.
Cojo aire y dejo la espada sobre la cama para después ponerme en pie.
Me dirijo al armario y cojo la camisa.
La sostengo entre mis manos y la observo.
Sigue y seguirá igual que siempre.
Más envejecida, más vivida.
Pero con un significado diferente.
Y es cuando me la coloco, que un pequeño calor me recorre de pies a cabeza.
Paso el arnés de la nueva espada cruzando mi torso y dejando que esta descanse en diagonal en mi espalda, con el mango de esta sobresaliendo por mi hombro derecho.
Vuelvo a coger aire.
Y valor.
Y me miro al espejo.
La mayor de mis sonrisas cruza mis labios cuando observo la imponente imagen que el espejo me devuelve.
Oh sí, este, sin duda, sí que era yo.
Abro la puerta y me dispongo a salir, topándome con Carl en el camino.
Mi sonrisa se ensancha aún con más sinceridad
Pues él se ha colocado de nuevo su sombrero.
El cual le quedaba perfecto, y junto al vendaje, le daban un aire más agresivo y serio.
Y por qué no decirlo: sexy.
Si le veías a primera vista, te lo pensarías dos veces antes de hablarle por si acaso acababa contigo antes de que tú terminaras tu frase.
Y es que Carl siempre había destilado ese aire.
El chico me recorre con la mirada y sonríe asombrado.
Parece que los dos hoy hemos tomado una decisión.
- Bonita espada.
Sonrío.
- Gracias. – digo con orgullo. - ¿Y de mi camisa no dices nada? Al fin me queda de mi talla. – añado.
Carl me mira de arriba abajo y una sonrisa asoma por sus labios.
Y conocía ese tipo de sonrisa.
- Ya te demostraré lo mucho que me gusta esa camisa, créeme. – dice cuando se aproxima a mi oído. El chico deposita un inocente beso en mi mejilla y baja las escaleras corriendo y entre risas.
Mis nervios aumentan a la vez que mi calor corporal.
No ahora no. Piensa en desgracias: catástrofes naturales, muertes, cuerpos desnudos desmembrados... ¡No, desnudos no!
Carl tenía razón, era jodidamente imbécil.
Pero viéndolo desde otra perspectiva, era otro punto a favor para ponerme más a menudo esta camisa.
Inhalo y exhalo un par de veces hasta que mi pulso se ralentiza al igual que el acelerado latido de mi corazón.
Y pasan unos minutos hasta que me veo capaz de bajar las escaleras y salir de la casa en dirección a la entrada de Alexandria.
Daryl me recibe con una sonrisa al ver nuestra camisa que siempre he usado como chaleco.
Al igual que Michonne, quien también sonríe.
- ¿Ya estamos todos? – pregunta Maggie desde la puerta de la caravana. La chica observa a Carl. - ¿Vienes tú también?
Pero antes de que el chico conteste, su padre lo hace por él.
- Por supuesto. – dice. – No pensaba dejarles la casa sola a esos dos.
- ¡Papá!
Tapo mi cara con mi mano derecha, avergonzado.
- Si, como si el hecho de que vengan les fuera a ser un impedimento.
- ¡Daryl! – exclamo.
Oigo a Michonne reír junto a Glenn.
Era un hecho que nos recordarían ese momento de por vida.
- ¡Está bien! Dejemos los dramas familiares y todos arriba. – dice Abraham desde el interior de la caravana junto a Jesús, y como si fuera un reclamo, poco a poco vamos subiendo todos.
Dejo la espada en el suelo y me acomodo en uno de los asientos laterales junto a Carl, que ha dejado su sombrero a su lado, y quien extrañamente parece un poco tenso e incómodo.
Mis ojos encuentran la causa.
Daryl le mira recelosamente desde su asiento.
- ¿Todo bien? - pregunto al chico a mi lado.
- Si, claro. – responde con la mandíbula totalmente en tensión.
Miro a Daryl.
Y luego a Carl.
- Ya. – musito intentando que de mi no salga ninguna sonrisa ante tan cómica situación. Y en parte por que ver a Carl como un corderito asustado bajo la mirada del lobo feroz me causaba demasiada gracia. Así que decido ponerle solución al colocar mi mano derecha en la mejilla de Carl, consiguiendo que este me mire extrañado, para después besarle. Lo siguiente que se escucha es a mi hermano farfullar no sé qué cosa que nadie llega a entender para después girarse en su asiento y ponerse a mirar por la ventana a su lado. – Solucionado.
El chico sonríe nervioso.
- Estás loco. – dice alzando su ceja visible.
Pongo mis pies en el acolchado asiento y abrazo mis piernas.
- Si, por ti. – susurro.
Escucho un "oh" con intención adorable y demasiado alargado, proveniente del coreano y su mujer.
Los miro extrañado al igual que el chico a mi lado.
- Perdón. – musita Glenn antes de desviar su mirada al igual que hace Maggie.
Era imposible tener privacidad con este grupo.
- Oye... - dice Carl llamando mi atención. – Creo que esto te pertenece. – añade sacando mi pulsera de su bolsillo. Mi corazón se encoge al recordar la escena vivida ayer por la mañana. – Ya era hora de que volviera con su dueño. – vuelve a decir.
Sonrío.
Bajo mis piernas de nuevo al suelo de la caravana y cojo la pulsera para después colocármela.
Carl sonríe y apoya su cabeza en mi hombro.
Y ese simple gesto llena de aún más calidez mi corazón.
Mis ojos se desvían hacia la ventana trasera, y a lo lejos, entre los árboles que rodean Alexandria, veo a Merle apoyado en uno, mirándome orgulloso.
Me guiña un ojo y me dedica una sonrisa.
Y, con cuidado de que nadie me vea, le devuelvo el guiño con complicidad, antes de observar cómo, frente a mis ojos, su figura se desvanece.
Y ahora sí, para siempre.
Pero esta vez, no me deja un vacío en el pecho.
Si no más bien al contrario.
Porque le siento más cerca de mi que nunca.
Porque ahora podía decirle adiós y dejarle ir.
Para poder seguir adelante.
- Ponemos rumbo hacia Hilltop. – dice Jesús visiblemente animado cuando Rick arranca el motor de la caravana, con la sincera sonrisa del grupo hacia él.
Y es que el futuro que nos deparaba parecía prometedor.
Parecía el comienzo de algo bueno.
Parecía una oportunidad.
Parecía optimista.
Parecía.
Inefable: Algo tan maravilloso, que no puede ser dicho, explicado o descrito con palabras.
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Extra
Bajo las escaleras a toda prisa, dejando a un estático Áyax en la planta superior frente a ellas.
Salgo entre risas de la casa y me encamino hacia la entrada de la comunidad.
Pero antes de tan si quiera doblar la esquina, algo me coge del brazo y me estampa contra la pared lateral de la casa, apartándome del camino.
Ese "algo" se convierte en alguien cuando veo el rostro de Daryl a escasos centímetros del mío.
Y por primera vez en mi vida, temo por mi integridad física.
Los azules ojos del mediano de los Dixon examinan hasta lugar más escondido de mi alma.
Sus manos están a cada lado de mi cabeza.
Sus grandes manos capaces de acabar con cualquiera.
Trago saliva.
- ¿Le harás feliz? – gruñe.
Su pregunta me confunde.
Y tardo segundos en entender de qué diantres está hablando.
Pero cuando caigo en lo que se refiere, asiento efusivamente repetidas veces.
En primer lugar, porque es cierto.
Y en segundo porque Daryl es de las pocas personas que a veces me da miedo.
- Vivo por y para eso, ya lo sabes. – admito en un susurro.
Y por que fuera una respuesta causada por el miedo no era menos cierta.
El hombre vuelve a escudriñarme con sus pupilas, observándome de arriba abajo.
Mi corazón se acelera más a cada segundo que pasa.
- Está bien. – musita un poco más calmado.
Tan solo un poco.
Muy poco.
Pues la ferocidad en sus ojos y rostro no había desaparecido.
Ni pensaba hacerlo.
Y cuando se aleja unos centímetros de mi es cuando saco todo el aire que contenía en mis pulmones.
- Vamos Daryl, sabes que jamás le haré daño. – digo un tanto ofendido. – Creí que habíamos limado asperezas. Que éramos amigos.
- Lo éramos hasta que te has cepillado a mi hermano. – gruñe.
Pongo los ojos en blanco.
Bueno, el ojo más bien.
- ¡Venga ya! ¿Acaso pensabas que no iba a pasar jamás? Además, ha sido de mutuo acuerdo. – inquiero, pero cuando veo la dura mirada que el hombre me dedica, rebajo un par de tonos mi voz. Porque si quería seguir con vida, tenía que dejar de hablarle así a Daryl. – Lo siento. – murmuro. – Mira sé que tanto a mi padre como a ti esto os cuesta porque somos de las pocas cosas que conserváis, pero tenéis que entender que somos adultos que se gustan, es normal que esas cosas pasen. Nos queremos, y eso es lo que debería importaros.
El hermano de Áyax parece sopesar mis palabras durante unos instantes.
- Está bien. – repite en un gruñido. Entonces vuelve a acercarse a mi. Y debido a su imponente cercanía que haría temblar a cualquiera, incluido a mi mismo, me pego más a la pared a mis espaldas. – Pero como le hagas daño... Como derrame una sola lágrima por tú culpa... - sisea. – Verás muy de cerca una de mis flechas.
Y una vez termina su frase, da media vuelta y se va.
Dejándome ahí solo.
Confundido.
Y por qué no reconocerlo, asustado.
Sé que podía estar tranquilo, pues jamás haría daño a Áyax, y si así fuera, yo mismo iría personalmente a entregarle mi cabeza en bandeja de plata a ese hombre.
Pero aún sabiéndolo, si algo me había hecho comprender el tiempo, es que era mejor no hacer enfadar a Daryl Dixon.
Y menos aún, si se trataba de su hermano pequeño.
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