Capítulo 25. Sin salida.
Parpadeo un par de veces y frunzo el ceño durante una milésima de segundo.
Entorno los ojos.
¿Era cierto lo que estos presenciaban?
El suave balanceo del inerte cuerpo de Tyler colgando de una soga me confirmaba que así era.
Tyler se había suicidado.
Se sabía el cuándo, pero no el por qué.
¿Cuándo? Según Denisse, bien entrada la madrugada. Es decir que el chico hacía escasas horas que había tomado semejante decisión.
- De acuerdo, aquí no hay nada que ver. – dice Rick en su habitual tono autoritario, mientras que, con la ayuda de Michonne, aleja al resto de vecinos de la macabra escena.
Deanna, aún absorta en su propio luto por el asesinato de su marido apenas días atrás, observa la misma imagen que todos tenemos frente a nuestras pupilas.
Y un escalofrío me sacude cuando los llantos de la madre llegan a mis oídos.
- ¿Alguna idea de qué ha podido pasar? – inquiere Michonne acercándose a la mujer intentando consolarla.
Esta niega con la cabeza.
- Era un buen chico ¿Sabe? – responde el padre abrazando a su mujer. – No tenía problemas con nadie.
Muerdo mis labios oprimiendo una risa.
Los ojos de Rick se clavan en los míos.
No es el momento ni el lugar dicen estos.
Y tenía razón, claro que la tenía.
Pero es que mi mente tiende a reírse ante los comentarios graciosos.
Y ese había sido uno de ellos.
- Repetía... Que le querían matar. – añade la madre de Tyler cuando el llanto se lo permite. – Le querían... Matar... Me lo dijo... Le querían matar... - continúa diciendo como si de un mantra se tratara mientras su mirada se pierde entre sus lágrimas.
Mis ojos se quedan estáticos en ella.
¿Le querían matar?
- Oh, vamos cielo, era un chico de quince años ¿Quién iba...?
- ¡Me lo dijo! – exclama la mujer interrumpiendo a su marido. - ¡Querían matarle! ¡Mi hijo se ha matado por miedo! – grita.
E inevitablemente, mis ojos vuelan hacia Carl.
El hijo de Rick observa impasible la escena que se desenvuelve frente a él.
Como si no tuviera nada que ver en esto.
Como si no le importara.
- Connie, si lo que dices es cierto, me ocuparé personalmente de encontrar al culpable que le empujó a esto. – dice Merle poniendo una mano delicadamente sobre el hombro de la mujer. – Pero ahora es mejor que duermas un poco y descanses, te hará bien. – sigue diciendo mi hermano. – A los dos os hará bien. – termina diciendo mientras mira al padre del chico, el cual estaba siendo descolgado en este momento del árbol donde yacía, justo en mitad de Alexandria.
- Le diré al padre Gabriel que empiece a preparar una misa en honor a Tyler. – informa Deanna mientras aprieta cariñosamente una de las manos de la destrozada madre, que parecía muerta en vida.
Los tres se alejan de la zona sumidos en su propio dolor, quedando ésta en el más absoluto e incómodo de los silencios.
- Cómo ha podido pasar algo así... - murmura Michonne observando como Abraham, Daryl y Glenn envuelven en mantas el cadáver del joven.
- Está claro que Tyler intentaba decir algo con esto. – digo ganándome la atención de todos. - ¿Por qué se quitaría la vida en la zona más concurrida de Alexandria si no? – sugiero. – Vale, todos sabemos que Tyler mentalmente era muy inestable, sobre todo yo. – corroboro. - Pero, joder, debía de estar acojonado para hacer algo así.
- A ti te pegó. – dice Nicholas mirándome con rabia, todo lo que su magullado rostro le deja.
- Y tú me jodiste la vida y para mi desgracia sigues vivo ¿Quieres que eso cambie? – inquiero dando un paso hacia él, convirtiendo mis manos en puños.
La rata se aleja ligeramente.
Y Carl pone su brazo izquierdo frente a mi torso, protegiéndome e impidiendo mi avance.
- Basta. – gruñe Rick. – No eres quién para acusar a nadie, Nicholas. – sisea el hombre mirándole fijamente. – Abraham. – dice, consiguiendo que el mencionado le mire. – Consigue un par de hombres que caven una tumba para el chico. – el pelirrojo asiente y se dispone a ello, llevándose el cuerpo de Tyler consigo. – Daryl y Glenn terminarán de preparar los coches para la salida, hoy es el día para alejar el rebaño de la cantera y no podemos retrasarlo más. – añade. Mi hermano y el marido de Maggie responden afirmativamente ante esa orden. - Michonne y yo intentaremos recopilar algo de información que pueda ayudarnos antes de marchar. – sentencia. - ¿Nicholas?
- ¿Sí? – pregunta con esperanzadora curiosidad.
- Desaparece de mi vista. – gruñe el expolicía antes de darse media vuelta.
Cuando todos se marchan, las palabras de Carl me sacan de mi ensimismamiento.
- Hoy no hay clase por... - murmura. – Bueno, por lo evidente. Si quieres podríamos salir un rato de estos muros.
Alzo las cejas.
- ¿Por qué quieres salir? – pregunto un tanto incrédulo por sus palabras.
Carl suspira.
- No lo sé. – admite. – Imagino que nos hará bien, llevamos mucho tiempo aquí metidos.
- Si. – reconozco. – Y eso a uno termina por volverle loco ¿Verdad? – digo con sorna.
Silencio.
Me convierto en hielo bajo el escrutinio de su gélida mirada.
- Exacto.
Y la forma en la que lo dice, me hace temblar.
Carl gira sobre sus talones y se encamina hacia nuestra casa.
- Carl, espera. – digo.
El chico detiene sus pasos y me mira.
- ¿Qué ocurre? – pregunta alzando las cejas, observándome.
Tardo unos segundos en encontrar las palabras adecuadas.
- ¿Has tenido algo que ver en el suicidio de Tyler? – escupo sin más.
El silencio vuelve a hacerse entre nosotros.
Un silencio cada vez más asfixiante.
- No. – sentencia.
Él me mira.
Yo le miro.
Y trago saliva.
- Vale. – respondo al cabo de unos segundos.
Carl se da media vuelta y reanuda su camino, dejándome completamente solo y quieto, como si hubieran clavado mis pies al suelo.
Cojo aire.
Un pequeño calor recorre mi pecho erizando cada extremo de piel allá por donde pasa.
Y entonces, una ladeada y perturbadora sonrisa se esboza en mis labios de manera involuntaria.
Ese es mi chico.
Camino hacia nuestra casa, divisando a Merle con las manos en los bolsillos mientras veo como, apoyado en la pared de una de las casas, se fuma un cigarro, totalmente perdido en sus propios pensamientos.
- ¿Has averiguado algo? – inquiero llegando a su altura, desviándome de mi ruta, descansando mi espalda igual que hace él. El hombre me mira y luego vuelve sus ojos al coche que sale por la puerta de Alexandria.
- No pienso averiguar nada, Áyax. – admite mientras deja caer sus hombros.
Clavo mis pupilas en él, sorprendido ante sus palabras.
- Qué ha cambiado. – digo, intentando que suene como una pregunta, pero fallando en el proceso.
Merle suspira.
- Más bien quiénes han cambiado. – corrige él antes de dar una calada a su cigarro y pasármelo a mí.
Exhalo el humo.
- Has descubierto quien ha sido ¿Verdad? – pregunto apartándome de la pared y dándome la vuelta, mirando hacia ella, dándole ligeros toques a esta con la punta del pie, en algo que se refleja más como un gesto nervioso que como una simple distracción.
- No hace falta ser un genio para saber que Daryl y Carl están detrás de esto, solo es necesario atar un par de cabos sueltos. – murmura mirándome.
Mis ojos se abren ligeramente.
- ¿Daryl también? – susurro con el cigarro entre los labios.
Él ríe.
- Muchacho, Daryl mataría por ti. – sentencia con una sonrisa.
Trago saliva.
La firmeza en sus palabras causa que un escalofrío me sacuda.
- Tú también crees que han tenido algo que ver con la muerte de Tyler. – respondo.
- No solo lo creo. – dice. – Pondría mi mano sana en el fuego por ello.
Asiento.
- Ya. – digo. – Pero me cuesta creer que hayan matado a alguien. – le miro fijamente y él se cruza de brazos.
- Técnicamente ellos no le han matado. – corrige. – Pero si le amenazaron, de eso estoy seguro. El miedo hizo el resto.
Vuelvo a asentir.
- Hay demasiadas cosas que no entiendo. – admito antes de expulsar el humo del cigarro y devolvérselo. – La primera es que no imagino a Daryl amenazando a un niño.
Ahora es mi hermano quien asiente.
- Él no fue. – dice. – Daryl sería incapaz de matar a una mosca, no es su estilo. – continúa diciendo.
Sonrío.
- Pero si el de Carl. – corroboro. Merle alza una ceja.
- ¿Acaso estás orgulloso? – inquiere con incredulidad.
Muerdo mis labios intentando que otra sonrisa no brote de ellos.
- No. Para nada. – miento.
Y soy consciente de que lo hago muy mal.
Merle niega con la cabeza.
- Escúchame, esto es un asunto serio. – dice acercando su rostro al mío. – El mejor amigo o lo que sea de Ron, ha muerto, al igual que su padre. Eso es una declaración de guerra abierta. Rick mató a su padre y ahora intenta cepillarse a su madre, y eso lo traducirá en ojo por ojo. La muerte se paga con la muerte. ¿A por quién crees que irá ese chico ahora? – mis ojos vuelan hacia los suyos. La seriedad ha teñido mi rostro en una fracción de segundo. – Exacto. – sentencia expulsando el humo del ya consumido cigarro, tirándolo al suelo para pisarlo posteriormente.
- No le tocará. – gruño.
Merle ríe con sarcasmo.
- ¿Ah sí? Y eso cómo lo sabes. – responde. – No puedes pasarte las veinticuatro horas del día con él, antes o después cometerás un error, y Carl pagará lo que ha hecho.
- No pasará. – vuelvo a gruñir.
Tensando la mandíbula.
Apretando los puños.
Porque a cada realidad que Merle decía, más rabia y miedo se apoderaban de mí.
- Antes creía que conocía a la gente que vivía aquí, pero después de lo que te pasó ya no estoy tan seguro. – reconoce un tanto temeroso. – Así que ni se te ocurra despegar la vista de Ron, porque Carl le ha hecho daño, y ahora intentará que sintáis lo mismo que él está sintiendo en estos momentos. – un pinchazo de ansiedad se hace presente en mi pecho. – Yo me encargaré de vigilar a Daryl, puede que incluso Nicholas o él se acerquen, y eso sí que no me lo perdonaría.
Mi respiración se vuelve un tanto furiosa y mi mirada se clava en la suya.
- No les ocurrirá nada. – susurro con rabia. – Porque si algo les llega a pasar...
- Qué. – inquiere Merle observándome.
Mis ojos vuelan por las calles de este lugar.
- Alexandria llorará la violenta perdida de otro de los suyos. – siseo.
Un aroma increíblemente delicioso golpea mis fosas nasales al entrar en la casa y mis ojos vuelan hacia la cocina.
- Eso huele genial. – digo con una ladeada sonrisa.
Carol ríe.
- Es el plato favorito de Daryl así que espero que le guardes algo para cuando vuelva. – dice mientras coloca un cronómetro sobre la encimera, que pronto deja oír un suave "tic tac".
- Así que por eso lo has hecho. – murmuro enarcando una ceja.
La mujer me mira y sonríe.
- Carl está arriba, aprovechad que ni Rick ni Daryl están, si quieres os puedo conseguir preserv...
- ¡Carol! – exclamo cortando su pérfida verborrea rogando porque Carl no haya escuchado nada, a lo que esta responde a carcajadas. Golpeo su brazo con un trapo de cocina a modo de broma mientras me siento en uno de los taburetes que rodean la isla central de la cocina.
- No hacen falta por ahora, Carol, pero se agradece el interés. – murmura el hijo de Rick a mis espaldas.
Mis ruegos han llegado tarde.
La mujer estalla a carcajadas y yo escondo mi cara al cruzarme de brazos sobre el mármol, apoyando mi cabeza en ellos.
- Eres malvada. – digo dirigiéndole una mirada asesina a la mujer del pelo canoso cuando alzo la cabeza, y en respuesta, ella se encoge de brazos.
Veo a Carl reír antes de apretar cariñosamente mi hombro.
- ¿Sigue en pie ese paseo alrededor de Alexandria? – sugiere cambiando radicalmente de tema.
De mi sale un suspiro acompañado finalmente de una sonrisa.
- Me parece bien. – respondo un tanto más animado.
- Perfecto. – dice el chico mostrando su encantadora sonrisa, y en la viveza de sus ojos puedo ver lo feliz que le hacía la idea de pasar un rato a solas fuera de estos asfixiantes muros. – Subiré a comprobar que Judith sigue dormida y nos marchamos.
Asiento con la cabeza y le veo subir escaleras arriba.
Me parecía mentira que un chico como él hubiera causado algo como lo de hacía tan solo unas horas.
Para mi Carl era el reflejo de la bondad más pura.
Pero si algo era cierto, es que había visto relucir esa faceta suya más veces de las que me gustaría admitir.
Carl Grimes era una buena persona.
Una gran persona.
De corazón inmenso.
Pero si tocabas a alguien de su familia, corrías el mayor de los peligros.
Y eso me hacía sentir seguro y orgulloso a partes iguales.
Su inteligencia y sutileza eran casi escalofriantes, y tal y como había hecho con Tyler, podría eliminarte del tablero de juego sin tan si quiera ensuciarse las manos, sin que tú mismo te des cuenta de lo que te ha hecho. Le bastaba con lanzarte al abismo.
Y de esa manera, parte de su conciencia e historial quedaban limpios.
Porque en cierta forma, él no había hecho nada, o por lo menos no del todo.
Tengo la absoluta certeza de que le amenazó.
No sé qué le dijo.
No sé cuándo se lo dijo.
Ni sé cómo se lo dijo.
Lo que sí sé, es que había resultado el efecto deseado.
Lo que no sé, es que pintaba Daryl en todo esto.
Pero entonces las palabras de Merle sacuden mi mente de un lado a otro.
Muchacho, Daryl mataría por ti.
¿Era eso cierto?
Apostaría mi brazo mordido a que sí.
Pero de igual manera que Carl, él no sería la mano ejecutora, y realmente ninguno lo había sido. Muy probablemente tan solo se abstuvo a estar presente y prestar todo el apoyo y amparo posible con tal de que su presunto plan saliera adelante.
Y puestos a apostar, estoy seguro de que hasta Rick estaba metido en esto.
Pero eso tan solo eran conjeturas.
¿Qué por qué metía a Rick?
Sencillo.
Cuando me hundí en mi propia mierda al sentirme un completo inútil, Rick me recordó quién era, y es que, si algo he sabido de él, es que a pesar de atemorizarle un tanto mis actos, parecía estar de acuerdo con la mayoría de ellos.
Entonces ¿Por qué no permitirme acabar con Nicholas cuando me dispuse a ello?
¿A qué ese cambio de opinión?
Rick mató a su padre y ahora intenta cepillarse a su madre.
Ahí tenía mi respuesta.
Si eso era cierto, veía lógico que quisiera echarse atrás y mantener intacta nuestra estancia en Alexandria, y eso era algo que mi psicopatía y la venganza de Carl ponía en peligro.
Pero entonces el padre de Ron muere, y todo intento por detener a Carl queda invalidado.
¿Por qué cómo ordenas a alguien que no haga lo que tú justo acabas de hacer?
No. No lo haces.
Por lo menos no en el caso de Rick.
Porque Rick era muchas cosas, pero no era un hipócrita.
Y como ya demostró, es un hombre de palabra.
Así que ese cóctel explosivo de esos tres elementos, da como resultado al azulado cuerpo de Tyler balanceándose de una cuerda que estrangula su cuello.
Nadie había hecho preguntas.
Nadie había dicho un solo comentario.
Todos se habían marchado en absoluto silencio, bajo las falsas promesas de Rick y Merle respecto a hacerse cargo del caso.
Esa, era nuestra forma de decirle a Alexandria: "Esto te pasará si tocas a uno de los nuestros."
Y Alexandria había captado el mensaje.
La comunidad era algo más segura para nosotros gracias a ese hecho.
Y eso se convierte en una idea efímera cuando un desgarrador alarido me saca de mis pensamientos, provocando que mis ojos vuelen hacia la ventana por la que Carol mira.
Y lo que Carol mira, es como un salvaje desconocido ensarta su machete una y otra vez en una vecina y conocida de la mujer.
La muerte se paga con la muerte.
Nunca había reparado en la razón que siempre había tenido Merle.
- ¿Qué cojones...? – susurro asombrado.
Carol se gira y me observa igual de perplejo que yo a ella.
Y pareciera que mis pies se movieran de manera automática cuando me llevan a toda prisa hacia la escalera.
Donde para más asombro, Carl se encuentra en mitad de esta con un subfusil de asalto entre sus manos.
- Lo he visto, vienen por todas partes. – aclara mirándome igual de estupefacto que yo.
- Quedaos aquí y cuidad de Judith. – dice la mujer deshaciéndose de su delantal antes de salir corriendo por la puerta.
Y en cuanto Carol sale saco la pistola que, desde que la robé en la armería, he llevado siempre en la parte trasera de mis pantalones.
- ¿De dónde has sacado eso? – pregunta Carl con extrañeza mientras mira a través de las ventanas con atención.
- ¿De dónde has sacado tu un jodido subfusil? – respondo yo enarcando una ceja mientras me pongo en guardia.
- Touché. – dice con una sonrisa, consiguiendo sacarme a mi otra.
Pero un leve forcejeo en la puerta trasera borra ambos gestos de un plumazo.
- ¡Soy yo! ¡Soy yo! – exclama Mickey poniendo las manos en alto una vez abre la puerta y recibe la calurosa bienvenida de dos cañones de diferentes armas apuntándole.
- ¿¡Por qué no has llamado!? – pregunto exaltado ante tal susto totalmente innecesario.
- Si, estoy seguro de que la bienvenida habría sido mejor con todo lo que hay ahí fuera. – responde el chico con sarcasmo, pero la palidez que se advierte en su rostro nos avisa del temor que ahora mismo está sintiendo.
- ¿Qué está pasando? – inquiere Carl en busca de respuestas una vez ha asegurado la puerta.
- No tengo ni idea tío... Están por todas partes... - titubea el chico. – Matan a todo el que se encuentran, se ensañan con ellos. – sigue diciendo con la mirada perdida, casi sollozando. – Llevan una W grabada en la frente.
Me quedo estático en el sitio.
- ¿Qué? – susurro cuando un ligero temblor me recorre.
Él me mira.
- Llevan una W en la frente, lo he visto cuando venía hacia aquí. – vuelve a decir.
- Mierda... - murmuro para mí mismo cuando la imagen de ese maldito caminante de hará unos días aparece en mi mente.
- Espero que no suponga un problema que me quede aquí, iba de camino a mi casa cuando todo esto ha pasado y... No he podido continuar. – admite el chico abrumado por la situación.
- Tranquilo, no hay problema, puedes quedarte. Protegeremos este sitio. – afirma Carl con convicción. – No entrarán en esta casa.
- Y si lo hacen... - digo mientras le quito el seguro al arma. – Se arrepentirán.
El hijo de Rick y yo nos miramos y asentimos.
- Vaya, nunca os había visto de ese modo. O por lo menos no a Carl. – confiesa Mickey visiblemente más tranquilo al vernos en guardia.
Sonrío.
- Si tienes que vernos en acción, mal asunto. – contesto mientras muevo ligeramente una cortina con el dedo índice, vigilando el exterior y los alrededores de la casa.
- Pero este sitio es demasiado grande para protegerlo. Hay demasiados ángulos ciegos. – añade él mostrando su poco optimismo al respecto.
- Han entrado, pero morirán. – dice Carl cada vez más convencido, con la seriedad y la firmeza grabadas en su ya no tan angelical rostro. – Todos ellos.
- Puedo vigilar desde la planta superior. – informa Mickey. – Os avisaré si pasa cualquier cosa.
- De acuerdo, es una buena idea. – admite el hijo de Rick. – Échale un vistazo a mi hermana, por favor.
- Está bien. – responde el chico. Le veo perderse escaleras arriba antes de volver mi vista al exterior de la casa.
El asunto era un tanto terrorífico.
El sonido del fuerte claxon de un coche, que inevitablemente atraería a los caminantes, envolvía toda Alexandria, y no tardo mucho en asociar ese sonido a los intrusos que perturbaban al vecindario.
- Tendría que buscar a Merle, y hacer algo con todo esto, puedo ser útil ahí fuera. – murmuro con la mirada perdida.
- No saldrás. – gruñe Carl a mis espaldas. Le miro frunciendo el ceño. – No tienes armas, y hace mucho que no te enfrentas a una amenaza así.
Enarco una ceja.
- ¿No me crees capaz? – inquiero con el enfado tiñendo mi voz.
- Áyax esto no es una lucha de egos, hay vidas en juego. – sentencia con una madurez muy propia de él. Y es que Carl era la personificación de mi conciencia. – No vas a demostrarme nada.
- No quiero demostrarte nada, quiero ayudar. – gruño.
- ¡Y yo no quiero que te maten! – exclama volviendo su rostro hacia mí, dejando de mirar por la ventana que vigilaba.
Ahí estaba su verdadera intención.
- Y no lo harán, lo sabes. – susurro acercándome a él.
- Ya has estado al borde la muerte, y no pienso volver a vivir eso. – añade él mirándome a los ojos.
- ¿Por eso has matado a Tyler? – inquiero.
- ¡Yo no le he matado solo le amenacé! – confiesa. Y de un segundo a otro, se da cuenta de que lo ha hecho. – Quiero decir...
- Era justo eso lo que querías decir. – respondo. El chico suspira derrotado cuando se sabe descubierto. Me aproximo hasta él y pongo mi mano derecha en su mejilla, provocando que él me mire. – Gracias, Carl.
Este me mira extrañado.
Era lo que menos se esperaba.
- ¿Por qué? – pregunta confundido.
- Por defenderme como lo haces. – contesto. Acaricio su mejilla con mi pulgar. – Pero no quiero que manches tus manos por mi culpa.
- Tú lo haces siempre por todos nosotros. – dice él observándome. – Era mi turno.
- Lo sé. – respondo. – Pero yo ya estoy roto. – admito en voz alta perdiéndome en sus ojos, esos ojos azules que tanto adoraba. – Yo no tengo vuelta atrás, pero tú aún puedes salvarte. Puedes hacer como si nada de esto hubiera pasado. No caigas en ese pozo, Carl.
El chico desvía su mirada unos segundos, para volver a clavarse en mis pupilas con más fuerza que nunca.
- Y si te digo... Que quiero caer. – confiesa. – Y que no me arrepiento en absoluto. – añade. – Y que lo volvería hacer, una y otra vez. A todos y cada uno de los que te han hecho daño a lo largo de tu vida. – sigue diciendo. – Pero como no puedo viajar al pasado, te juro... - dice en un suspiro tembloroso que escapa de sus labios. – Te juro que haré todo lo posible por mejorar tu presente.
Trago saliva y parpadeo rápidamente, intentando que las lágrimas no salgan.
- Pero... Ser así... - murmuro. – Ser como yo es un infierno.
Carl deja que el subfusil cuelgue de la correa que le envuelve, y pone sus dos manos en mis mejillas.
Y por su boca se cruza una ladina sonrisa.
- Pues entonces ardamos juntos. – sentencia.
Río.
Río como si no hubiera un mañana.
Y diría que nuestras sonrisas se esfuman en cuanto Mickey nos avisa de que uno de esos tarados se acerca a la casa.
Pero sería mentira.
Ambos dirigimos nuestros ojos hacia la puerta principal, por la que intentan entrar.
Uno su frente con la mía.
Y volvemos a mirarnos fijamente.
Con la misma sonrisa que antes.
- Que así sea. – siseo antes de que los dos nos separemos y nos dirijamos a la puerta, con Mickey bajando la escalera a toda prisa. Carl abre la puerta y yo le asesto una patada al tío que intentaba entrar, haciendo que este caiga por las escaleras del porche. – Dónde coño crees que vas. – gruño bajando los peldaños hasta llegar a su altura.
- Por favor... Estoy herido... Ayudadme... - balbucea el tío desde el suelo.
Carl y yo nos miramos durante unos segundos para después observar de nuevo al hombre.
Y apretamos el gatillo a la vez.
En menos de un segundo, el hombre deja de respirar.
Su corazón de latir.
Y ambos agujeros de bala en la cabeza, empiezan a sangrar.
- Habéis cometido un gran error. – gruñe una voz desconocida a nuestras espaldas.
Carl y yo nos giramos lentamente.
Y juraría que puedo sentir ambos corazones detenerse al ver a otro tío totalmente diferente, pero con el mismo aspecto que tenía el tarado número uno ya muerto en el suelo, sujetando a una inocente y ajena Judith entre sus brazos.
Puedo ver los ojos de Carl abrirse ligeramente.
- Déjala. – gruñe este.
- Has matado a uno de los nuestros. – responde ese imbécil. – Así que de eso nada.
- ¡Déjala! – exclama Carl avanzando, por lo que reacciono rápidamente interponiendo mi brazo derecho ante él para que no se mueva, pues un paso en falso podría ser la perdición de la niña. Y sé que eso Carl no se lo perdonaría jamás.
Entonces, sin saber muy bien por qué, el tarado número dos emite un gruñido de intenso dolor, para después dejarnos ver como la sangre comienza a emanar de su boca.
Y antes de que Judith caiga de sus brazos sin fuerza, su hermano corre a sujetarla, dejándonos ver a Mickey con un cuchillo ensangrentado en su mano derecha y una mirada totalmente perdida en sus ojos cuando ese sujeto muere.
- Jo-der. – digo totalmente incrédulo. – Vale, eso sí que no me lo esperaba. – añado mientras avanzo a zancadas hacia ellos esquivando ambos cuerpos en el suelo. Mis ojos se dirigen hacia los de Mickey. - ¿Estás bien?
Él me mira.
Y no necesito mucho para saber que no es así.
- Es... Es la primera persona que... Mato. – murmura con un hilo de voz.
Miro a Carl, y sé que, al igual que yo, piensa que el chico jamás volverá a ser el mismo después de esto.
Trago saliva y suspiro.
- No, Mike. – digo colocando una mano sobre su hombro. Todo su cuerpo tiembla. – Eso no era una persona.
Este, un tanto turbado, asiente con la mirada desviada y vuelve a adentrarse en el interior de la casa.
A este le sigue Carl con su hermana, y antes de imitarles, me aseguro de ensartar mi daga en los respectivos cráneos de los cadáveres, con tal de evitar un mal mayor.
Pero me vuelvo cuando oigo unas rápidas pisadas correr hacia mí.
- ¿¡Estáis bien!? – exclama Merle mientras corre hasta detenerse a mi altura.
Y mi corazón da un vuelco cuando le veo sano y salvo.
- ¡Joder, Merle estás bien! – respondo aliviado lanzándome a abrazarle.
El cuerpo de mi hermano se queda rígido cual estatua, y es cuestión de segundos que me dé cuenta del por qué.
Estaba abrazando a Merle.
Yo.
Yo estaba abrazando a Merle.
- Ahora estoy mucho mejor. – susurra correspondiendo a mi abrazo.
Sonrío.
- Ya, bueno, sí. – murmuro con mi rostro enrojeciendo por momentos mientras me separo. Le doy una palmadita en la espalda. - ¿Seguro que estás bien? Estás sudando. – comento entre risas.
- Bueno, me he dado una gran carrera para llegar aquí. – contesta jadeando con una sonrisa. – Entremos dentro chico, parece que todo ha acabado.
Y esa confirmación llega, cuando el sonido del claxon deja de escucharse minutos después.
Es entonces cuando puedo estar un poco más tranquilo.
Las horas pasan de la forma más lenta que pudiera imaginar, juraría que hay momentos donde el tiempo sencillamente se detiene.
Desde el sofá del salón, veo como retiran los cuerpos de esos bastardos, junto con los de los vecinos que, lamentablemente, han sido sus víctimas.
Suspiro.
Y por un momento la imagen de Daryl viene a mi mente.
¿Estarán todos ellos bien?
Era un pensamiento recurrente que no podía evitar.
Y como si alguien ahí arriba hubiera leído mi mente, Merle aparece por la puerta con la respuesta.
- ¡Rick viene! – exclama.
Mis ojos se abren de par en par y un rápido borrón pasa por mi lado, quién rápidamente interpreto que es Carl, así que no me hago esperar y salgo de la casa como alma que lleva el diablo.
- ¡ABRID LA PUERTA! – grita el hombre desgañitando su garganta mientras corre todo lo que sus piernas le permiten.
Pues una gigantesca horda de caminantes que parece no tener fin, le persigue a sus espaldas, directa a Alexandria.
- Estamos jodidos. – susurro con los ojos abiertos como platos.
La puerta se cierra tras un agotado Rick, provocando así que los fuertes golpes y gruñidos de esos seres empiecen a escucharse con total claridad.
Por todos y cada uno de los muros que envuelven la comunidad.
Esto era una trampa mortal.
Y estamos dentro de ella.
- ¡Ya lo oís! ¡Y lo habéis visto! – dice el padre de Carl mientras camina bajo las consternadas miradas de los vecinos. – Han vuelto aquí, la mitad. Pueden tenernos rodeados mucho tiempo. – añade. – Sé que tenéis miedo. Nunca habéis visto nada parecido. Nunca habéis pasado... Por nada parecido, pero estamos a salvo. De momento. – aclara intentando calmar los ánimos. – El panel contra el que chocó el camión está bien. Y lo hemos reforzado por si acaso. – continúa diciendo a pesar de estar prácticamente exhausto. - ¡Escuchad! La valla aguantará, seguro. – dice. - ¿Y vosotros? Los demás volverán.
- Volverán. – afirma Rosita con convicción.
Y era más que evidente como todos los de nuestro grupo estábamos visiblemente más calmados ante esta nueva amenaza que el resto de habitantes de la comunidad.
- Daryl, Abraham, Sasha... Tienen vehículos. – Merle y yo nos miramos cuando Rick menciona a nuestro hermano, y no puedo evitar ponerme ligeramente nervioso ante el hecho de que Daryl lleve tanto tiempo fuera. – Y les harán seguirles, como a los otros. Y Glenn y Nicholas entrarán por esa puerta después. – Con que solo entre Glenn es suficiente pienso. – Saben lo que hacen, y nosotros también lo sabemos. Hay que hacer el mínimo ruido, bajar las persianas de noche, o mejor, no encender luces. Hay que intentar que esto esté tan silencioso como un cementerio, a ver si se van.
- Ya es un cementerio. – comenta una de las vecinas que formaban parte del tumulto que rodeaba al ex policía.
El silencio se hace entre todos ellos.
- Abrieron una brecha. – dice Aaron haciéndose paso entre la gente. – Y se dirigían aquí en manada, todos ellos. – aclara. – El plan que Rick puso en marcha impidió que pasara. – añade defendiendo al hombre. – Han alejado a la mitad. Yo estaba buscando gente con Daryl. – explica antes de mirarnos a Merle y a mí, e involuntariamente mi corazón se acelera. – Quería entrar a un almacén a por provisiones, Daryl seguir buscando gente... Pero él cedió ante mí. Y caímos en una trampa puesta por un grupo y perdí mi mochila. Seguirían nuestras huellas. Los que nos han atacado... Encontraron esto por mi culpa.
Tenso la mandíbula cuando la rabia empieza a recorrerme sin intención de cesar.
- No. – gruño. Ganándome con ello las miradas de todos. – Eso no ha sido tú culpa, ni tampoco lo es de Rick el hecho de que ahora nos rodeen los caminantes. – aclaro. – Son cosas que, en un mundo como este, terminan por pasar. El problema está en que todos vosotros... - digo refiriéndome a la gente de Alexandria. – Os habéis empeñado en vivir en vuestra perfecta burbuja de tranquilidad y calma, sin tener ni idea de que esto, es nuestro pan de cada día. – sentencio. – Y ahora estáis asustados, y es comprensible, pero culpar a otros de cosas que antes o después terminarían pasando, no soluciona una mierda. – añado mirándolos con enfado, esta gente empezaba a hartarme. – Así que empezad a madurar. A cambiar. A ser una versión más fuerte de vosotros mismos, y luchad, porque así son las cosas a partir de ahora. Desde que todo empezó. – todos me observan. – Y si no sois capaces de hacerlo... - sonrío con ironía. – Bueno, entonces ya sabéis como acabará la historia.
Silencio.
Siento los ojos de Rick mirarme con orgullo, alzando ligeramente su barbilla, con una ladeada sonrisa amenazando salir de sus labios.
Michonne sonríe.
Al igual que Merle y Carl.
- Yo no lo habría dicho mejor. – sentencia Rick. – Habrá más cosas de las que hablar, por ahora volved a vuestras vidas. - y una vez dicho eso, con total lentitud y pesimismo, la gente de Alexandria empieza a volver a sus casas. – Gracias por eso. – dice el hombre cuando llega a la altura de su hijo y a la mía.
Sonrío.
- Alguien tenía que hacerlo. – respondo encogiéndome de hombros mientras los tres empezamos a caminar, seguidos de Michonne y Merle.
Caminamos hacia casa.
Pero nuestros pies se detienen.
Rick mira a su hijo y después a mí.
- Veo que habéis tenido problemas. – murmura observando los charcos de sangre a los pies de la entrada.
- Nada que no hayamos podido solucionar. – aclara su hijo subiendo las escaleras del porche con su padre siguiéndole.
Veo a Michonne entrar en la casa y cuando me dispongo a ello, la voz de Merle para mis movimientos.
- Voy a echar un vistazo para ayudar en lo que pueda, sobre todo para reforzar los muros. – me comunica secando el sudor de su frente.
- Está bien. – respondo. - ¿Te encuentras bien, Merle?
Mi hermano asiente.
- Tan solo estoy preocupado por Daryl. – reconoce. – No me hace gracia pensar que tú y yo estamos atrapados, mientras él está ahí fuera.
- Lo sé, a mí también me desespera esa idea. – respondo mirándole. – Y me aterra, para ser sinceros.
Merle pone su mano sana sobre mi hombro.
- Eh, no estés asustado. – dice clavando sus pupilas en las mías. – Daryl ha sobrevivido solo gran parte de su vida. Y tú también. Ambos sois fuertes, aunque yo siempre os haya hecho sentir lo contrario. – río al escucharle. – Ojalá podáis perdonarme todo lo que os he llegado a hacer. – murmura con una pequeña sonrisa.
- Ojalá. – respondo con sarcasmo.
Él ríe ante eso.
- Saldréis de esta. – añade dándome una palmada en la espalda.
- Saldremos. – corrijo incluyéndole a él en esa ecuación. - ¿Nos vemos esta noche? Quizá Daryl haya vuelto ya. – pregunto subiendo los peldaños hasta llegar a la entrada de a casa.
Merle sonríe y me mira.
- Por supuesto. – contesta antes de iniciar su camino. – Adiós, Áyax.
Sonrío mientras le veo alejarse de la casa.
- ¡Nos vemos luego! – exclamo antes de entrar en el interior de esta, donde Rick, Carl, Michonne y Carol parecían hablar de algo. Cuatro pares de ojos me observan estupefactos. - ¿Quién se ha muerto? – pregunto con sarcasmo.
- Si no le encontramos pronto, Mickey. – responde Carl mostrándome un trozo de papel que extrañamente tenía pegado un desinflado globo verde a este.
Mi corazón se acelera.
"Debo salir a ayudar a los que se han quedado fuera, sé que puedo hacerlo, algo me lo dice. No os preocupéis por mí, estaré bien, pero si he de morir, que sea ayudando a traer a algunas de esas personas de vuelta. No me despido, porque sé que volveré. Mike."
Y doy un fuerte puñetazo contra la mesa del comedor.
- ¡Mierda!
Veo a Carl observarme pasear de un lado a otro de la estancia.
- ¿¡En qué coño estaba pensando!? ¿¡Mata a un tío y ya se cree Rambo!? – exclamo totalmente impactado por la reciente noticia.
- ¿Mickey ha matado a alguien? – inquiere Michonne abriendo los ojos de par en par.
- Nos salvó a Áyax, a Judith y a mí. – responde Carl mirando a la mujer, obteniendo una sorprendida mirada de su padre. – Si no lo hubiera hecho, puede que Judith no siguiera con vida. – entonces Rick abraza con más fuerza a su hija.
- Sea como sea, no podemos ir a buscarlo. Además, ha sido su elección, no es problema nuestro. – dice Carol cruzándose de brazos sin más.
Le miro fijamente.
A veces la crueldad de esta mujer no conocía límites.
Y eso me gustaba.
Pero no cuando se trataba de alguien que era un buen amigo y mejor persona aún.
- No podemos dejarle por ahí. – añade Michonne reclinándose en su silla.
Apoyo las palmas de mis manos en la mesa en la que estábamos reunidos.
- Carol tiene parte de razón. – sentencia Rick desde su silla.
- ¿Qué? – contestamos Carl y yo a la vez. Alzo una ceja y miro al hombre de manera irónica.
- Salir ahora mismo es completamente imposible. Arriesgaríamos nuestras vidas, y la de Mike en el proceso. – aclara él.
- ¿Y qué hacemos? ¿Qué le decimos a su madre? – inquiere su hijo observándole incrédulo.
Bufo con rabia.
- Rick tiene razón. – murmuro. Los ojos de Carl vuelan a mí. – Salir ahora, sin tan si quiera un plan trazado, es un suicidio. – explico. – Y si la persona que va a buscarle pierde la vida en el camino, eso condenaría aún más a Mike. – añado pasando mis ojos por cada uno de ellos. – No vamos a dejarle tirado, ese chico nos ha salvado la vida, sobre todo a ella. – digo mirando a Judith, dedicándole una pequeña sonrisa a la niña, quien también sonríe, ajena a todo lo que le rodea.
- Y qué propones. – dice Rick mirándome con atención. Al igual que lo hacen todos.
- Adelantar tú plan. – respondo. El hombre me mira sin entender. – Tú plan para alejar a los caminantes de aquí era esperar a que Abraham, Sasha y mi hermano volvieran con los vehículos para poder llevárselos de aquí. ¿Y si no vuelven?
- Volverán. – me interrumpe el padre de Carl mirándome, totalmente convencido de ello.
- Y eso espero, soy el que más perdería si no lo hicieran. – confieso con un tanto de temor. – Pero no podemos esperar a que la suerte se ponga de nuestro lado, hasta ahora nos ha sido esquiva.
- Yo no diría eso, estamos todos vivos. – dice Michonne antes de mirarme.
Sonrío.
- Que sepamos. – aclaro desviando mis ojos. Y lo cierto era que mis esperanzas menguaban por momentos. – Si esa valla cae, estaremos acabados. Así que, si podemos evitar que pase, es lo que haremos.
- ¿Cómo hacemos eso? – pregunta Rick, aunque deduzco que ya sabe que es lo que estoy pensando.
Trago saliva y cojo aire.
- Todos sabéis que los caminantes no me detectan. – digo.
- No. – gruñe Carl. – Ni hablar, no haremos eso.
Suspiro.
- Esta es la idea. – digo ignorando la sobreprotección de Carl. - Si abrimos un poco la puerta, lo suficiente para tener el control, yo podría salir con una de las motos. – explico mientras siento a todos observarme. – Daryl y Merle me enseñaron hará como un mes, no será un problema para mi llevarla. – aclaro ante las alzadas cejas de Carol y Michonne. – Podré alejarlos de aquí, lo suficiente incluso para que un pequeño grupo salga a buscar a Mike y a todos los demás.
- No te expondrás de esa forma, Áyax. – dice Carl poniéndose de pie, arrastrando la silla ruidosamente.
- Es mi decisión. – sentencio con hartazgo.
- ¿Por qué todas tus putas decisiones conllevan tu propio sacrificio? – inquiere entre dientes con un más que evidente enfado.
- ¡Carl! – exclama Rick reprochándole su vocabulario, el cual me ha dejado un tanto perplejo. – Tiene razón, no es para nada un mal plan.
- ¡Y una mierda! – grita su hijo.
- ¡Mike nos salvó la vida! – digo mirándole a los ojos cuando se acerca lo suficiente a mi como para encararme. – Y mi hermano está ahí fuera, junto con todos los demás.
Carl muerde sus labios con rabia.
- Sabes de sobra que está bien. – responde. Y ante mi silencio, sigue hablando con más rabia y enfado apoderándose de él. - ¡Está bien! Haz lo que te dé la gana. – dice. – Pero te advierto que cuando vuelvas esta vez, si es que vuelves... - añade a escasos centímetros de mi rostro. – Yo no estaré esperándote. – sentencia.
Me quedo congelado en mi sitio cuando Carl suelta al aire esa amenaza totalmente inesperada.
Un tenso y sobrecogedor silencio se instala en el salón.
- ¿Estás anteponiendo nuestra relación a todas las vidas que están en juego? – murmuro incrédulo cuando las palabras consiguen salir de mí.
- Carl, te has pasado. – dice Rick negando con la cabeza.
De nuevo, silencio.
Trago saliva.
Y con ella intento que se lleve todas y cada una de las lágrimas que pretenden salir.
- No me hagas elegir, Carl. – susurro todo lo que el creciente agujero en mi pecho me permite. Mis ojos tiemblan. – Porque puede que te lleves una decepción.
Le miro, y sé que está aguantando sus lágrimas igual que yo.
- No te hago elegir. – corrige. – Te intento hacer ver que esto es una locura más. Que esto es un maldito suicidio. – dice tensando más la mandíbula a cada frase que añade. – Y que estoy harto de no saber si vas a salir con vida de cada cosa que decides hacer. De vivir con mi maldito corazón en un puño. – sigue diciendo, y esta vez, ha liberado las lágrimas que tenía contenidas, provocándome un nudo en la garganta. – Sabes que yo jamás diría algo como lo que he dicho, ni me opondría a un plan tuyo si este tuviera el más mínimo sentido, pero todos están vivos, y es cuestión de poco tiempo que aparezcan.
Trago saliva.
Mi corazón se acelera, totalmente turbado por la situación que me rodea.
- Iré a comprobar que haya suficiente combustible en la moto. – gruño mirándole a los ojos. El chico me observa y asiente con la cabeza, incrédulo y entre lágrimas, cuando desvía su mirada. – Volveré, no me esperéis pronto. – añado mientras me encamino hacia la puerta. – Sobre todo tú. – sentencio clavando mis ojos en los suyos, esos azulados ojos que siempre amaré, con las lágrimas recorriendo mis mejillas, antes de salir dando un portazo.
Jamás pensé que mi relación con Carl acabaría de esta forma.
Jamás pensé que mi relación con Carl acabaría.
Cuelgo la mochila con todo lo necesario en mis hombros y paso una pierna por encima de la moto para sentarme sobre ella bajo la atenta mirada de Rick, Carol y Michonne.
Limpio las lágrimas que no han dejado de caer desde que he salido de casa y vuelvo a suspirar.
- ¿Estás bien? – pregunta Michonne acariciando mi mejilla izquierda con su pulgar, llevándose un par de lágrimas consigo.
Asiento en respuesta, totalmente incapaz de hablar.
Vuelvo mi cabeza hasta Carl, quien se mantenía en la distancia, escondiendo su rojiza mirada bajo su sombrero, apoyado en la pared de una de las casas.
Y a pesar de lo que había hecho.
De lo que había dicho.
Parecía seguir cuidándome en la distancia.
Veo como acaricia sus nudillos ensangrentados.
- Qué ha pasado. – pregunto a Rick con la voz ronca y neutra. Sin ningún tipo de entonación en ella.
Casi sin vida.
- Ron y él han peleado. – contesta el hombre tras un largo suspiro, poniendo sus manos en la cintura.
Alzo la mirada, sorprendido.
Y maldigo hacia mis adentros, pensando en el hecho de que, tal y como había dicho Merle, Ron había intentado atacar.
Y ahora me iba, dejándole desprotegido.
Aunque viendo el estado de sus nudillos, sabía apañárselas él solo.
- Qué le está pasando. – murmuro para mí mismo.
Es decir ¿Ahora amenazaba a gente hasta tal punto de que estos se suicidaban, me chantajeaba y se metía en peleas?
- Eh. – dice Rick poniendo una mano en mi hombro. – Sabes que lo que ha dicho antes no lo decía en serio ¿Verdad?
Trago saliva.
- No lo sé. – respondo limpiando rápidamente una traicionera lágrima. – Ya no.
Sí que lo sabía.
Sabía que no iba en serio, pero aún así había conseguido hacerme daño al decirlo.
Nuestra relación era de las cosas más valiosas que tenía.
Pero nuestra familia también lo era.
Y si podía ayudar, iba a hacerlo.
Suspiro.
Acaricio el manillar de la moto en la que estoy subido y una pequeña sonrisa sale de mí al recordar las clases que me dieron mis dos hermanos poco tiempo atrás.
- Esto. – dice Merle a mi lado señalando la moto. – Es una moto.
Daryl y yo le miramos alzando una ceja.
- ¿Y eso redondo que es? – pregunto haciéndome el idiota mientras apunto hacia una de las ruedas. – Vamos Merle, no soy imbécil.
- ¿Seguro? – inquiere este, a lo que yo respondo riendo y dándole un pequeño golpe en el hombro con mi puño.
- Esto es serio. – dice Daryl. – Una moto es sencilla de llevar, pero un solo despiste podría costarte la vida, así que debes estar muy atento ¿De acuerdo?
Río.
- Por supuesto, profesor. – respondo mientras me subo en ella.
Daryl cierra los ojos y suspira en señal de rendición.
Pero con una sonrisa en sus labios.
- Bien, como no tenemos las llaves de esta moto ya que se "cogió prestada" tendrás que arrancarla de una manera dif... - empieza a decir Merle mientras se acerca.
Y a la vez que hago caso omiso a sus palabras, agarro los dos extremos de cable que necesito y los uno para que hagan contacto entre si hasta que el motor de la moto ruge con fiereza, indicándome que ya está arrancada.
Merle y Daryl me miran con las cejas alzadas y la boca ligeramente abierta.
- ¿Qué? – inquiero yo con naturalidad.
- ¿Desde cuándo sabes hacerle un puente a una moto? – pregunta Daryl frunciendo el ceño.
Mierda.
- Ah... - titubeo. Y muestro una inocente sonrisa.
- Nuestro hermano es un delincuente, Daryl, acostúmbrate. – añade Merle como si nada, caminando hasta quedar frente a mí.
- ¡Eh! – exclamo yo entre risas, haciendo que ambos rían también.
Tras unas leves clases teóricas y sabiendo lo necesario, Merle me propone que dé una pequeña vuelta por las calles de Alexandria para probarla.
- ¿Te atreves? – dice con una retadora sonrisa.
Y tirando hacia atrás del acelerador, haciendo que el motor se escuche sonoramente, respondo su pregunta.
- Joder, ese rugido me la ha puesto dura. – digo con una ladeada sonrisa.
Merle estalla a carcajadas.
Y Daryl da un fuerte golpe en mi nuca.
Tras un escueto "ay" por mi parte para después frotar la zona afectada, me dispongo a dar esa vuelta de prácticas que tanto ansío.
- Ten cuidado, por favor. – dice Daryl antes de que me vaya.
Asiento.
Y con una sonrisa, emprendo camino.
Creo que es indescriptible la sensación de felicidad que me embarga en el momento en el que siento el aire chocar contra mi cara a medida que gano velocidad.
Pero detengo mi marcha cuando llego a la altura de nuestra casa y me encuentro con Carl sentado en la escalera.
Sus ojos se abren de par en par, haciendo que una sonrisa cruce sus labios.
- Hola, guapo ¿Te llevo a algún sitio? – digo con sarcasmo cuando detengo la moto a su altura.
Carl empieza a reír.
- No estoy muy seguro de que a mi novio le guste esa idea. – responde fingiendo no conocerme.
Mi corazón se acelera y río con nerviosismo.
- Que bien suena eso de "novio". – admito. Carl vuelve a reír. – Lo siento, no he podido seguir en mi papel después de eso.
- ¿Así que esto es lo que tenías que hacer? – inquiere con una gran sonrisa poniéndose en pie.
- Exacto. – comento de igual manera viendo como se acerca a mí.
- No tienes ni idea de lo bien que te sienta esa moto. – susurra mirándome fijamente a escasos centímetros de mi rostro.
Trago saliva.
Sonrío.
- ¿Qué clase de cosas pecaminosas está pensando, Señor Grimes? – pregunto con fingida vergüenza.
Carl ríe a carcajadas.
- Eres imbécil. – dice golpeando mi hombro con una sonrisa en sus labios.
- Vamos. – digo señalando la parte trasera del asiento. – Te llevo. - Carl sonríe y asiente con efusividad para después subirse tras de mí. – Vas a tener que agarrarte fuerte. – comento con una ladeada sonrisa que él no alcanza a ver.
Y un segundo después siento sus brazos rodear mi torso, aferrándose a mí.
- La pregunta es si tú vas a ser capaz de soportarlo. – susurra en mi oído antes de echarse a reír.
Mi piel se eriza.
Mierda.
Arranco de nuevo y me pongo en marcha hacia donde mis hermanos se habían quedado.
Si la sensación de antes era indescriptible, la de ahora la había superado en cien aspectos diferentes.
Y cuando Daryl ve a Carl tras de mí, pone los ojos en blanco.
- Ahora entiendo por qué tardabas tanto. – murmura. - ¿Rick que opina de que te subas a una moto? – pregunta mirando hacia el hijo del mencionado, quien se estaba bajando del asiento.
El chico sonríe.
- Nada, porque tú no se lo vas a decir ¿Verdad, Daryl? – dice con aire inocente lo que claramente era una amenaza.
- ¿De dónde has sacado a este chico? Cada día me cae mejor. – añade Merle entre risas. – Veo que no tienes ningún problema con la moto, me alegra. – termina diciendo cambiando de tema.
- Así es. – contesto más que feliz con mi nuevo medio de transporte.
- Ve a devolverla a casa de Aaron cuando hayas acabado, Daryl y yo hemos de marcharnos ya. – aclara el mayor de mis hermanos antes de encaminarse hacia su puesto de trabajo con Daryl a su lado, quién imagino que va a hacer lo mismo.
- Habíamos quedado con Mickey en media hora para ir a clase así que será mejor que vayas ya. – dice Carl mientras me mira.
- Está bien. – asiento con una sonrisa, pero antes de irme, el chico me detiene.
- Eh. – dice llamándome, y cuando me vuelvo hacia él sus labios me atrapan por sorpresa.
Y no dudo un segundo en recibirlos con una sonrisa en mitad del beso.
Beso que tarda pocos momentos en volverse un tanto ansioso, y cuando Carl sube la mano que tenía en mi nuca hacia mi pelo, agarrando un puñado de él, profundizándolo y subiendo la intensidad de este cuando nuestras lenguas se acarician, un involuntario jadeo escapa de mí.
- Carl... - gruño uniendo su frente junto a la mía, rompiendo el beso. Este muerde mi labio inferior.
- Lo sé. – susurra con la voz ronca. Esa voz ronca que causa un cosquilleo en mi bajo vientre. – Te quiero. – dice con una sonrisa, mirándome de una forma que jamás había recibido, como si con sus ojos quisiera demostrarme todo el amor que siente por mí.
Sonrío.
- Y yo a ti. – respondo. – Siempre lo haré.
Ahora es Carl quien sonríe.
- En este y en mil apocalipsis más.
Más lágrimas caen y un sollozo sale de mi garganta ante ese último recuerdo.
- Áyax, si no estás bien... - murmura Rick observándome.
Limpio las lágrimas rápidamente con mi puño.
- No. – le interrumpo. – Todo está bien. – añade. Cojo aire. – Ya sabéis el plan. – digo mirándolos. Mis ojos se dirigen a Morgan, el nuevo integrante del grupo y, por lo visto, antiguo conocido de Rick. – Michonne y tú a mi izquierda. Rick y Carol a mi derecha. En cuanto un poco de esa puerta esté abierta... Esto puede ponerse peligroso.
Los cuatro asienten y yo me dirijo a la entrada, colocándome en mi posición.
Vuelvo a coger aire.
Abren la primera verja, dejándome ver a los caminantes.
Inspiro un par de veces otra vez.
Los muertos aporrean con más fuerza las vallas.
Y a pesar de que inhalo y exhalo todo lo que puedo, el aire me sigue faltando.
Rick me mira y yo asiento, lo que hace que él también.
Pero justo en el instante en el que están a punto de abrir la puerta, Maggie, desde su puesto de vigilancia, grita.
- ¡En el cielo! ¡Mirad!
Las cabezas de todos, incluida la mía, se alzan para buscar lo que sea que la chica haya visto.
Y mis ojos se abren de par en par.
- ¡Es Mike! – exclama Carl desde su posición cuando un puñado de globos verdes vuelan libremente por el cielo azul que tenemos sobre nosotros.
Río.
Río cuando las lágrimas aparecen en mis ojos de nuevo.
Pero, sobre todo, río con nerviosismo el repentino alivio que me inunda de pies a cabeza.
Ahora entendía el porqué del globo verde pegado a la nota.
Esa era su señal.
- Será cabronazo... ¡Lo ha conseguido! – exclamo entre risas bajándome de la moto.
Miro a Carl.
Y este me mira a mí.
"Tenías razón" articulo con mis labios, él tan solo sonríe y agacha la cabeza, abrumado por todo lo vivido en tan pocas horas.
Pero este pequeño instante de felicidad se esfuma.
Se esfuma, al oír un extraño crujir de madera.
Y mi boca se seca.
Se seca, cuando ante mis ojos captan a cámara lenta una gran pesadilla frente a ellos.
El campanario en el que había impactado el camión, se derrumba.
Llevándose consigo unos cuantos paneles que componían el muro de Alexandria y nuestra seguridad.
Esa parte del muro que nos mantenía a salvo.
Esa parte del muro que nos separaba de los caminantes.
Esa parte del muro, que ya no existía.
Y los caminantes entran.
Firmando nuestra sentencia.
Veo a Rick levantarse incrédulo, pues la onda expansiva del desastre le había hecho caer al encontrarse cerca.
- ¡ATRÁS! ¡ATRÁS! ¡A VUESTRAS CASAS! ¡RÁPIDO! – grita todo lo que su garganta le deja mientras hace aspavientos con su mano izquierda.
Mis ojos vuelan de un lado a otro al ritmo en el que mi corazón se acelera aún más a cada segundo.
- ¡A casa! – exclamo. Y Rick asiente mientras sostiene a Deanna, quién se ha malherido en la pierna tras luchar contra un par de caminantes.
Y con Carl y yo eliminando caminantes en el camino, el padre del chico junto con Deanna, Michonne, Ron y el padre Gabriel, nos siguen.
Hasta que una pequeña horda nos rodea.
Y como enviados por el cielo, una serie de disparos certeros nos abren camino.
Jessie.
- ¡Vamos! ¡Tengo a Judith! – dice la mujer mientras echa a correr hacia su casa.
Sin dudarlo tan sólo un segundo, nuestros pies nos llevan a toda prisa tras ella.
Y por primera vez en mi vida, el hecho de cerrar la puerta no me hace sentir seguro.
Rick observa por las ventanas antes de taparlas con las cortinas.
- Qué podemos hacer... - murmura para sí mismo, haciéndome ver que su cabeza funciona a mil por hora en estos momentos.
A lo lejos, veo como Merle se pierde entre la multitud junto con Denisse.
Trago saliva.
Y rezo.
- Nada. – susurro. – Ni si quiera yo podría salir ahí fuera. – aclaro bajo las expectantes miradas del resto. – Podría, pero no sé cuánto podría durar mi suerte. – y antes de Carl pueda reprocharme nada, añado. – Pero no pienso intentarlo.
Le veo suspirar aliviado.
- Rick. – dice Michonne apareciendo a los pies de la escalera. – Tenemos un problema.
¿Uno solo?
- Qué ocurre. – dice siguiendo a la mujer, pero antes de desaparecer escaleras arriba, Michonne me hace un gesto con la cabeza indicándome que vaya con ellos.
- He terminado con la pierna. – explica antes de sentarse junto a Deanna, quien parecía no tener un muy buen día. – Y eso parece lo peor... - señala antes de quitar un ensangrentado trapo, mostrando la clara marca de una mordedura que no tiene intención de dejar de sangrar.
Cierro los ojos.
- Mierda... - murmuro pinza el puente de mi nariz.
Rick parece perdido en sus propios pensamientos.
Sus ojos tiemblan.
Y el sudor no cesa en caerle por la frente, viniendo de su ya húmedo cabello.
Deanna mira su herida.
Y en sus pupilas se puede ver como intenta asumir su inevitable destino.
Le tiembla el labio inferior, señal inequívoca de que va a llorar, pero Deanna se mantiene fuerte, como la mujer que siempre ha sido.
- Bueno... - susurra con voz quebradiza. Me mira.
Y muerdo mis labios con rabia.
- Y la cura ni si quiera está por terminar. – digo con un hilo de voz. Me aproximo hasta arrodillarme ante ella. – Tú eres la que más fe puso en ese proyecto. – añado mientras la mujer coge mi mano derecha, mostrándome cariño.
Deanna sonríe.
- Lo sé.
Y tras un pequeño silencio, una bombilla parece iluminarse dentro de mí.
Mi corazón se detiene durante unos segundos.
Pero mi cerebro no.
- Deanna... - digo con voz temblorosa cuando una pequeña dosis de alegría me sacude. – Soy cero negativo. – murmuro como si así fuera a entender lo que intento decir.
- Donante universal. – sentencia Rick. Michonne me mira.
- Exacto. – respondo poniéndome en pie. - ¿Sabes lo que quiero decir?
El expolicía asiente.
- Que una transfusión de tu sangre quizá pueda ayudarle. – corrobora él.
- Exacto. – vuelvo a decir.
- Si, o matarla del todo. – dice Michonne desde la cama.
Me giro hacia ella.
- ¿Y qué es exactamente lo que tiene que perder? – inquiero alzando una ceja, con un ligero temblor apoderándose de mi cuerpo. - ¿La vida?
Michonne desvía la mirada.
- La enfermería... Está demasiado lejos... - dice Deanna.
- Podríamos intentarlo. – le digo volviéndome a agachar ante ella. – Deanna, puedo salvarte.
La mujer me mira.
Y vuelve a estrechar su mano con la mía.
Esta empezaba a arder.
Alzo la cabeza un tanto sorprendido.
Y en sus ojos puedo ver algo que desearía no haber visto.
Era demasiado tarde.
- Sé que puedes hacerlo. – dice convencida. – Pero no será a mí, Áyax. No será a mí... – murmura para sí misma, perdiéndose en su mente, fruto de un delirio por la creciente fiebre. Trago saliva e intento aguantar las lágrimas que se agolpan en mis ojos mientras acomodo la espalda de la mujer en unos blandos cojines.
- ¿Qué sucede? – dice Michonne perdida ante este brusco cambio de actitud por mi parte.
Miro a Michonne.
Y después a Rick.
- Tiene fiebre. – respondo. Ambos me observan, y salgo de la habitación.
Con Rick pisándome los talones.
- ¿Es demasiado tarde? – pregunta cuando llegamos a la planta inferior.
- No lo sé. – reconozco en un suspiro. Sus pupilas se clavan en las mías. – Quizá aún pudiéramos intentarlo. La transformación varía según la condición de la persona. Si es fuerte, si es débil... Si es joven o mayor... Incluso a veces ni si quiera se respetan esos varemos, es tan solo una teoría. – vuelvo a suspirar. – Pero en ella está claro que está siendo más rápida.
Rick asiente, abrumado por todo lo que está pasando.
- Si tiene fiebre, no le quedará mucho. – señala.
Seco el sudor que cae por mi frente.
- Lo sé. – murmuro con la mirada perdida.
Estábamos sin salida.
Con caminantes deambulando por Alexandria.
Y con un futuro caminante en el interior de la casa en la que nos encontrábamos.
Era casi desesperante.
Parecía que la vida quería ponernos en pruebas cada vez más y más difíciles, para ver si éramos capaces de salir de todas y cada una de ellas.
Y a pesar de conseguirlo, yo cada vez me volvía más pesimista.
Me dejo caer pesadamente en uno de los sillones del salón, sin saber muy bien que rumbo deben tomar mis pensamientos.
Pero entonces mis ojos captan como Carl sigue a Ron por un pasillo.
Y una creciente ansiedad empieza a oprimir mi pecho al ver que iba directo a la boca del lobo.
Esa sensación se dispara, cuando, desde la puerta por la que ha entrado el hijo de Rick, Ron me mira.
Y en sus ojos puedo ver la maldad más absoluta.
Su odio infinito.
Y la más creciente de las locuras.
Entonces cierra de un portazo.
- ¡No! – grito poniéndome en pie y corriendo hacia la puerta. La cual pronto descubro que está cerrada con llave. - ¡Abre la maldita puerta! – gruño. El sonido del forcejeo entre ambos chicos, que termina en unos cristales rompiéndose llega a mis oídos, pero el verdadero ruido que eriza mi piel son los gruñidos de los caminantes haciéndose paso en el garaje. - ¡CARL! – rujo antes de abrir la puerta de par en par de una sola patada.
- ¿¡Qué está pasando!? – grita Rick viniendo rápidamente hacia mí cuando Ron y Carl escapan de las manos de los caminantes tan solo por unos centímetros hasta que conseguimos atrancar la destrozada puerta.
- ¡Ron ha intentado matarle! – gruño avanzando hacia él.
- ¡No! – exclama Carl mirándome e interponiéndose en mi camino. Clavo mis ojos en los suyos.
Rick y Gabriel se hacen paso con un sofá para ejercer presión en la puerta que, a pesar de la fuerza que oponen esos seres, mantenemos cerrada.
- Hace falta más. Y en silencio. – susurra el primero.
- Veré si encuentro algo. – responde Michonne antes de salir del pasillo que daba al garaje.
- Y yo. – dice Ron.
- Yo te ayudo. – añade Carl en un gruñido.
Entonces le detengo sujetándole por el hombro.
- De qué va esto. – respondo entre dientes, con su rostro a milímetros del mío. La tensión podía palparse a nuestro alrededor.
- Qué ha pasado ahí. – dice su padre de igual manera que yo.
- Buscábamos herramientas y se cayó una estantería. – contesta el chico sin credibilidad alguna.
- Y una mierda. – murmuro.
- Oímos gritos. – añade la madre de Ron con preocupación.
- Sí, Ron los vio entrar y escapamos. – dice Carl intentando arrojar luz al asunto.
- Hay unas mesillas en el cuarto de mi madre, apoyaremos el sofá contra ellas. – añade Ron de manera inocente mirando a Carl.
- Eh, eh parecía que peleabais. – responde Jessie mirando a su hijo.
- Si, pero contra ellos. – aclara el chico antes de salir a por lo que había mencionado con Carl tras de sí.
Y Rick me mira.
Y yo le miro.
Nadie se había tragado esa patraña.
Con un leve y sutil gesto con la mirada, Rick me ordena que siga a ambos chicos, y él sabe que yo estoy más que dispuesto a ejecutar una orden como esa.
Así que, caminando a rápidas zancadas y con la respiración errática, llego hasta ellos.
Pero mi cuerpo se detiene totalmente en cuanto veo a Carl encañonando a Ron.
- Dame tu arma por el cañón. – sisea el chico. Ron le mira perplejo y estático.
Igual que yo.
- Carl lo siento. – titubea el chico observándole con temor en sus ojos.
- Ya lo sé. – responde el hijo de Rick con hartazgo. – Dame la pistola. – Ron, con sumo cuidado y lentitud de movimientos, le entrega el arma tal y como le ha dicho. Y cuando Carl se hace con ella, habla. – Oye tío, lo entiendo. Mi padre mató al tuyo, pero... - dice sin más. – Que sepas una cosa. – añade. – Tu padre era un cabronazo.
Boom.
Nunca aprendo con Carl, siempre me demuestra que no necesita a nadie para defenderse.
- ¿Y Tyler? – murmura el chico apretando los dientes, con dolor en sus aguados ojos.
Carl vuelve a girarse hacia él ya que estaba a punto de salir por la puerta.
Entonces me mira.
- No le maté. – responde enfocando su azulada mirada en él. Ron agacha la cabeza. – Solo le amenacé. – aclara. Carl suspira. – Sabes tan bien como yo que Tyler era un chico muy inestable.
Ron alza sus ojos hasta nosotros.
Y enmudecido, vuelve a agachar la cabeza, refugiándose en algún lugar de su mente.
Carl le dedica un último vistazo antes de salir de la habitación.
El silencio se hace entre Ron y yo.
Trago saliva y le miro.
- Siento lo de Tyler. – murmuro.
Y Ron asiente.
Salgo de la habitación siguiendo los pasos del hijo de Rick hasta alcanzarle.
- Oye... ¿Estamos bien? – pregunta este mientras camina, con su vista clavada al frente.
Río cínicamente.
- No lo sé ¿Volverás a utilizar nuestra relación como forma de chantaje? – inquiero pasando por su lado ignorándole. Carl desvía sus ojos sin atreverse a mirarme y suelta un bufido.
- ¡Todos arriba, rápido! – exclama Michonne interrumpiendo la extraña conversación, o discusión, que Carl y yo estábamos teniendo.
Y mis ojos averiguan por qué.
Los caminantes se abren paso tras las puertas y ventanas, por lo que evidentemente hacemos caso a la mujer, mientras que Rick y ella taponan la escalera con ayuda del sofá que antes atrancaba la puerta, impidiéndoles el paso y haciéndonos ganar algo de tiempo.
Porque era lo que menos teníamos, y lo que más nos hacía falta.
Miro la horda que no parece acabar.
Y después miro a Rick.
Una vaga idea cruzaba por mi mente.
Y el padre de Carl me hace saber que era lo mismo que él pensaba.
- Tenéis que pasar inadvertidos, igual que yo. – comento antes de asestarle una puñalada en el cráneo a uno de los muertos, haciéndome con su cadáver.
- Lo sé, es la única forma. – añade mientras me imita. Ambos llevamos a esos seres a una de las habitaciones. – Quédate aquí. – le dice a Carl. – Y si alguno va a colarse, ven a buscarme. ¡Necesitamos sábanas! ¡Para todo el mundo! – espeta cuando llegamos y dejamos los cuerpos en el suelo.
- ¿¡Sábanas para qué!? – pregunta Jessie observándonos estupefacta.
- Iremos todos a la armería. – aclara Rick.
- ¿Cómo? – inquiere la mujer mirando de igual manera.
El padre de Carl sopesa unos segundos las palabras que debe elegir, dándome un rápido vistazo.
- Destripando a estos seres. – responde mientras abre una navaja que saca de su bolsillo. – Nos cubriremos con sus entrañas. Así no nos olerán, creerán que somos como ellos.
- Y como yo. – aclaro ante los ojos desorbitados de Jessie, Ron y Gabriel. – Funcionará.
- Ya lo hemos hecho antes. – explica el expolicía. – Si estamos tranquilos, y no llamamos la atención, pasaremos por entre ellos.
- No los miréis, ni hagas movimientos extraños y caminad con lentitud. – termino diciendo. – Es lo que suelo hacer yo.
Sus miradas se clavan en mí.
- Han entrado, y hacen ruido. – dice Michonne. – Vendrán más.
Y entonces ensarta su espada en el estómago de uno de ellos, y con mis manos, le ayudo a abrirle el abdomen.
La sangre y las vísceras tardan poco en cubrir mis manos.
Silencio.
- Si alguien se queda aquí, morirá. – sentencia Rick, intentando que eso sea motivación suficiente para que dejen de quedarse estáticos.
- ¿Y qué hay de Deanna? – pregunta el padre Gabriel.
Y de nuevo, más silencio.
Mis hombros se aflojan y rasco mi frente bañada en sudor con la muñeca derecha, intentando no impregnarme en sangre.
- Ella ha tomado su decisión. – respondo antes de mirar a Rick.
Tras mi respuesta, empiezo a ayudarles a esparcir los restos de esos seres en las sábanas que usaran como escudo sobre ellos, garantizándoles así una vía de escape.
Ayudo a Michonne a terminar el improvisado poncho elaborado de sangre y tripas, y cuando levanto ligeramente el brazo izquierdo para acabar de colocárselo, un pequeño jadeo de dolor escapa de mi garganta cuando un severo pinchazo atraviesa mi hombro.
Gruño y hago un pequeño estiramiento intentando que el dolor se marche.
- ¿Estás bien? – pregunta Carl mirándome con preocupación.
Asiento sin apenas mirarle.
- Si. – respondo con voz neutra. - Estoy bien.
Entonces Carl asiente también, con un ligero pesar sobre sus hombros.
- ¿Estamos todos? – dice Rick después de hablar con el padre Gabriel, quien parecía haber cambiado severamente la apariencia de aquel pobre hombre que conocimos en la iglesia. Su imagen era diferente, o por lo menos lo que su mirada transmitía. – De acuerdo, pongámonos en marcha, pronto anochecerá.
- Lo conseguiremos. – dice el pastor. - Tenemos lo más importante: al Señor de nuestro lado. – añade con ironía.
Río y enarco una ceja.
- Pues espero que traiga munición. – murmuro.
Y ante mi sorpresa, el hombre ríe.
- Bajemos. – susurra el padre de Carl.
Y me adelanto a él.
- Rick, espera. – digo. El hombre se detiene a mitad de la escalera y me mira. – He de ir yo delante. Que mi olor sea lo primero que les llega... Quizá sea lo mejor.
- Si. – responde. – Es una buena idea. – dice con firme convicción, cediéndome el paso ante él.
Con lentitud y fingida torpeza, retiramos el sofá delicadamente hacia un lado y empezamos a abrirnos hueco entre ellos hasta llegar a la salida de la casa en la que nos encontrábamos.
Pero el panorama en el exterior es más devastador de lo que parecía.
Las calles de Alexandria están plagadas de caminantes que deambulan de un lado a otro sin destino.
Durante unos segundos, este pequeño escenario me trae recuerdos de la calle frente al orfanato el día que todo esto empezó.
Solo que ahora yo tenía unos cuantos años más.
Y unas cuantas experiencias vividas más.
Inevitablemente miro a Carl, y este me mira a mí.
Y en los ojos de ambos baila la inseguridad y el escepticismo de si esto si quiera llegará a funcionar.
Cojo aire y mi corazón se desboca ligeramente.
Rick me observa, y asiente.
Y en respuesta, asiento yo también.
Llegaba hasta a ser curioso la poca necesidad de palabra que el expolicía y yo teníamos para conseguir entendernos.
A paso lento pero firme y con el pulso latiendo velozmente en mis venas, empezamos a bajar los peldaños del porche poco a poco y en fila india, hasta encaminarnos por las calles del pueblo, esquivando a todos y cada uno de esos seres, con la cálida luz del atardecer iluminándonos todavía.
Un sudor frío recorre mi espalda al ver tan cercana la muerte a cada paso.
Pero no la mía.
Sino la de mis seres queridos.
Con mil ojos y totalmente en guardia, paramos cerca de unos arbustos alrededor del estanque en el centro de la comunidad.
- A ver, nuevo plan... - susurra Rick cuando nos reagrupamos. – No nos bastarán con unas pocas bengalas, hay demasiados y muy dispersos. No iremos a la armería, necesitamos los vehículos de la cantera. Todos conducimos, tendremos que esquivarlos, iremos y volveremos con ellos.
- La moto sigue en la entrada, podría valer. – añado en murmullo.
- Si, podría servir, toda ayuda es necesaria. – responde este.
- Vale... Pero Judith... Todo ese camino... - dice Jessie. Y lo cierto es que a la mujer no le faltaba razón.
Y tras unos segundos, Gabriel habla.
- Yo la cuidaré. – interviene. – La tendré en mi iglesia hasta que os llevéis a los caminantes.
- ¿Podrá hacerlo? – inquiere Michonne con poco optimismo y un ligero sarcasmo.
- Es mi misión. Debo hacerlo. – responde el padre. – Lo haré.
Sin pensarlo mucho, Carl actúa, y con sumo cuidado, cede a su hermanita pequeña, de la protección de sus brazos a la de los del cura, ocultándola bajo la sábana igual que él la había llevado hasta ahora.
- Quédese a Sam. – dice Jessie mirando al pastor.
- No. – responde su hijo, mostrando un valor del que carecía.
- Si, Sam. Es más seguro. – le reprocha su madre intentando velar por su seguridad.
- No te dejaré. – vuelve a decir de forma insistente.
- Sam...
- Mamá que no. – dice el chico. Suspiro, si nos rezagábamos tanto jugaría en nuestra contra. – Yo voy contigo.
- Sam... - sigue diciendo su madre.
- He dicho que voy. – persiste el chico. – Por favor. Vámonos.
Y tras un exasperante silencio de este drama familiar que bien poco me importaba, Jessie responde a su hijo.
- De acuerdo.
Entonces Gabriel mira a Rick.
- Prometo que la protegeré. – dice. Y antes de perderse entre los caminantes, Rick se lo agradece.
El expolicía coge de la mano al hijo de Jessie, y este a su vez a su madre. Y así poco a poco hasta unirnos todos de las manos.
Pero cuando sostengo la mano de Michonne y después la de Carl, poca gracia me hace ver como este tiende su mano a Ron.
Y es que poco o nada me gustaba que Carl ahora intentara redimirse y a su vez perdonar a Ron de todo lo que este había hecho.
Porque al igual que Tyler, la estabilidad mental de Ron tampoco era muy fiable.
Y no quería tener que lamentarlo más adelante.
Aunque así fuera a ser.
La noche no tarda más de veinte minutos en caer sobre nosotros, haciendo aún más tétrica y bizarra la escena que nos rodeaba, pues desde hacía casi una hora, los sonidos que emitían los caminantes eran lo único que llegaba a mis oídos.
Con Rick a la cabeza de la fila y ahora con Michonne al final de esta como vigía, seguíamos caminando según el plan establecido.
En un espasmo involuntario, aprieto la mano de Carl cuando uno de esos seres se aproxima demasiado a nosotros, y empiezo a respirar con aparente normalidad cuando este sigue su camino sin problemas.
Carl me observa con una pequeña sonrisa en los labios ante mi evidente protección hacia él y yo finjo no enterarme de lo que ocurre a la par que me centro en seguir caminando.
Hasta que la fila se detiene.
Porque Sam se asusta.
- Sam... - dice Jessie frente a mí, de quien yo ahora iba de la mano, intentando tranquilizarle. – Sam, vamos. Vamos. – añade la mujer con voz suplicante. – Sam, venga cariño. – sigue diciendo, pero el chico hace caso omiso a sus palabras, pues sigue sollozando con la mirada extraviada. – Sam, vamos.
- Puedes hacerlo. – le anima Rick en un susurro.
La situación empezaba a volverse tensa y desesperante.
- Sam, puedes hacerlo. – le anima su hermano para mi sorpresa. – Sam, venga vamos.
- Sam puedes hacerlo. – dice su madre. – Sam, mira a mamá. Tienes que venir conmigo.
- No... No quiero ir... - balbucea el chico entre sollozos.
Podría haberlo pensado antes.
Y mientras su hermano y su madre intentan animarle, antes de que nos demos cuenta, un par de caminantes le muerden en el cuello y en el cráneo.
Y sinceramente, no me lo esperaba.
Me quedo petrificado ante la grotesca escena que en ciertos aspectos me trae malos recuerdos de la muerte de Noah.
Y como consecuencia, eso trae un desgarrador grito por parte de su madre, que consigue erizar mi piel.
Mi respiración se acelera.
Esto va a sentenciarnos.
La mujer mira con horror como esos seres no se apiadan de su hijo pequeño y pronto empiezan a arrancar trozos de carne del cuerpo del chico, a quien ya no se le oye.
- Jessie... - susurra Rick parpadeando repetidas veces, intentando borrar esa imagen que sus ojos le proporcionan. – Jessie...
Y los llantos de la mujer a quien sujeto la mano no tienen intención de cesar.
- Vamos... Tenemos que irnos... - le digo intentando que entre razón.
Y de nuevo, la vida vuelve a sacudirnos cuando otro par de caminantes se echan a por ella.
Contengo la respiración por el impacto de la imagen frente a mí, y las lágrimas se agolpan en mis ojos cuando veo a Rick observar la situación, totalmente absorto por la frialdad que desprende la escena.
- No... - balbucea este. Los gritos de la mujer no se hacen de rogar. – No... - sigue diciendo el padre de Carl. Y de repente, la mano de Jessie aprieta mi muñeca y gruño de dolor.
Y la imagen de Noah aferrándose a mi como si yo fuera la personificación de su vida, me golpea.
Pues Jessie está haciendo lo mismo.
Intento soltarme de la mujer, pero no lo consigo.
Y la brusquedad de mis movimientos alerta a los caminantes.
Mi invisibilidad acababa de irse a la mierda.
- Vamos... - gruñe Carl haciendo fuerza sobre la mano de la mujer, intentando separarme. - ¡Papá, vamos! – grita pidiendo ayuda.
Entonces, con un eco metálico, Rick desenfunda su hachuela, y hace algo por mí que jamás imaginé.
Algo que quedará perpetuamente grabado en mi retina.
Con la rabia fluyendo por sus poros, llevándose consigo cualquier rastro de cordura, Rick estampa la hoja del arma contra la muñeca de la mujer.
Una.
Dos.
Y hasta tres veces.
Y todo, por salvar mi vida.
Carl y yo caemos al suelo cuando la mano se desprende de la mujer que ama.
Y sin dudar un segundo, ambos nos ponemos en pie.
Como un fugaz destello, escucho el sonido del seguro de un arma deslizándose.
Y es cuando veo a Ron apuntarme, con Carl a menos de un metro de mí.
Mi corazón se detiene.
- Tú... - sisea con lágrimas en sus ojos.
Mis ojos escudriñan el cañón del arma.
No otra vez, por favor.
- No... No, Ron... Te equivocas... - tartamudeo mientras alzo las manos con lentitud. – Escúchame.
- Ron... - dice Rick intentando calmarle.
- Tú... - gruñe el chico con el dolor reflejado en sus ojos. – Me has hecho perderlo todo... Esto es culpa tuya...
- Ron, escúchame, por favor... - le ruego todo lo que el temblor de mi cuerpo me permite.
Era la segunda vez que alguien de Alexandria me encañonaba con una pistola.
Solo que uno consiguió dispararme.
Y este no.
Porque mis ojos se abren como platos al ver como Michonne le atraviesa con su espada por la espalda.
Y como acto reflejo de la acción, el chico dispara en otra dirección.
Es lo último que hace, antes de caer muerto al suelo.
El aire que contenía en mis pulmones escapa libre en señal de alivio cuando me veo salvado de la muerte que parecía acecharme constantemente.
Rick asiente agradecido a Michonne, al igual que yo.
Durante unos segundos, respiro tranquilo por haberme librado.
Durante unos segundos.
Porque Ron había hecho algo mucho peor que la muerte para mí.
Como si alguien en mi cabeza me avisara, miro hacia la izquierda.
Hacia donde se encontraba Carl.
Y mi cuerpo se envara.
Quedándose totalmente rígido.
Todo escapa de él.
Cualquier sensación.
Cualquier sentimiento.
Cualquier emoción.
Todo escapa de mí, cuando, lentamente, Carl alza la cabeza, dejándonos ver lo que bajo su sombrero escondía.
La ensangrentada y vacía cuenca de su ojo derecho.
El lugar donde la bala de Ron había impactado.
Y en ese instante.
Justo en ese instante.
Es cuando más deseo que ese disparo se hubiera estrellado entre mis cejas.
- ¿Papá...? – dice el chico con un hilo de voz. Un pequeño reguero de sangre desciende de la carne desgarrada, y entonces, con su ojo sano, me mira. – Áyax...
La forma en la que lo dice.
Ese mortífero suspiro en el que dice mi nombre, me mata en vida.
Y entonces veo como su mirada se apaga, sin vida, antes de desplomarse contra el suelo.
- ¿Carl...? – inquiere su padre, mirando caer a su hijo con una ceja alzada y los ojos bañados en lágrimas, porque no cree lo que ve.
Ni él, ni yo.
- ¡CARL! – exclamo yo cuando mi cuerpo se activa, acelerando la velocidad de sus movimientos, viendo como mi grito despierta a Rick de su letargo y recoge al chico del suelo. - ¡A LA ENFERMERÍA! – vuelvo a decir con la voz quebrada, echando a correr y eliminando a todo caminante que tiene la mala suerte de cruzarse en mi camino.
Desfogando en él toda la rabia.
La ira.
Esa cólera visceral que enfermaba mi cuerpo a cada centímetro que recorría.
Junto con Michonne a mi paso abriendo camino.
Y en lo que para mí parece una fracción de segundo, llegamos a la enfermería.
Aaron es el primero en abrir la puerta.
- ¿¡Qué ha pasado!? – exclama este.
Los ojos de Spencer y Heath nos observan entrar a toda prisa.
E ignorándoles por completo, corro hacia la camilla y la acerco hacia Rick que, con sumo cuidado, deposita a su hijo.
Quien cada vez estaba más pálido.
- ¿¡Qué está pasando!? – dice Spencer.
- ¿¡DÓNDE ESTÁ DENISSE!? – grito con las lágrimas corriendo por mis mejillas a su libre albedrío, cogiendo a Aaron del cuello de su camisa, aproximándole hasta mí. - ¿¡Dónde!? – exclamo en un desconsolado sollozo.
- No... no lo sé... No la hemos visto, se perdió con Merle, los vimos llegar hasta Rosita, Eugene y Tara. – responde este mirando de un lado a otro.
- ¡JODER! – rujo con rabia antes de estampar mi puño contra la pared más cercana. Y sin hacer caso a los cientos de pinchazos que adormecen la zona, asegurando haberme roto un par de dedos, paso las manos con frustración por mi pelo, agarrando con fuerza un par de mechones de mi nuca, resoplando, sintiendo más y más lágrimas caer. Veo a Michonne retirarle la destrozada sábana a Rick, quién totalmente perdido, observa a su hijo sin hacer el más mínimo movimiento. Un frío sudor cae por mi sien. La habitación me da vueltas. – Está bien... - asiento con nerviosismo, aproximándome hasta Carl, mirando la fea herida que el amor de mi vida tenía ocupando gran parte de su cara, y entonces caigo en qué, si despierta, si es que consigue hacerlo, su azulada mirada no volverá a ser la misma.
Jamás.
Un bufido escapa de mis temblorosos labios mientras aparto el pelo de su flequillo con delicadeza y me dedico a examinar su herida.
- ¿Qué haces? – dice Aaron observándome.
- Traed vendas, gasas, hilo de sutura, y dos bolsas de plasma. – sentencio sin apartar la mirada de la herida. Y cuando lo hago, Michonne, Aaron, Heath y Spencer me miran expectantes. - ¡VAMOS! – rujo.
Con manos temblorosas y prácticamente entumecidas, toco con cuidado alrededor de la zona afectada.
Corro hacia las vitrinas en las que Denisse guardaba todo el material quirúrgico, y antes de lavar mis manos para desinfectarlas, me hago con todas las herramientas que necesito y las coloco en una bandeja.
- Aquí tienes. – dice Michonne depositando todo lo que había pedido en la mesa que se encontraba al lado de la camilla. – Qué estás haciendo, Áyax. Qué sabes tú de medicina... - dice la mujer asustada, mirando como me muevo de un lado a otro de la sala.
Con todo el cuidado que puedo y el temblor que la situación me provoca, coloco una vía en el brazo de Carl con la intención de suministrarle un suero y una de las bolsas de plasma que pueda proporcionarle todo aquello que la pérdida de sangre le roba.
La palidez en su rostro se hacía cada vez más presente.
Las lágrimas no han dejado de caer en ningún momento.
- Necesito luz. – murmuro con la voz ronca. Michonne corre a por mi pedido mientras que yo humedezco una de las gasas para limpiar toda la zona afectada. Una vez con un foco apuntando en la herida, veo con claridad todo el horror de ella. Un nudo en mi garganta se instala sin pretender abandonarme cuando un amasijo de tendones desgarrados me da la bienvenida. Pero lo que más me derrumba, es ver pequeños trozos del globo ocular de Carl, destrozados, esparcidos por la cuenca y la herida, casi como si el destino quisiera mofarse de mi amor por el azul de sus ojos, recordándome que este no volverá a brillar jamás de la misma forma.
Y entonces me vengo abajo.
El ensordecedor pitido hace acto de presencia en mis oídos, pues esta vez no iba a ser diferente.
Apoyo mis manos en la camilla y un perturbador alarido de dolor y rabia sale de mi garganta hasta tal punto de desgarrarme.
Por qué cojones la vida se empeñaba en recordarme que jamás podría ser feliz.
La persona a la que más he querido y querré jamás, estaba postrada en una camilla, en la que una vez estuve yo, debatiéndose entre la vida y la muerte.
Tal y como estuve yo.
Y para más inri, esta dependía de mí.
Y entonces, siento a Michonne abrazarme.
Por lo que no dudo un segundo en devolverle el abrazo, como si me fuera la vida en ello.
La mujer pone una mano en mi mejilla, y a pesar de que no consigo mirarla, porque mis ojos siguen puestos en Carl sin intención de separarse de él, Michonne habla.
- Tú puedes, Áyax. – dice. – Yo creo en ti.
Cuatro palabras que pocas veces había escuchado en mi vida.
En un destello, aparece en mi mente la razón que le di a Denisse para estudiar medicina.
Porque si aún no podía salvar a nadie con mi sangre, lo haría con lo que aprendiera.
Y como si alguien hubiera apretado un botón en mi interior, me separo de la mujer y pongo toda la atención en Carl.
Aunque mi atención siempre había sido suya.
Pero esta vez más que nunca.
- Vale... - susurro para mi mismo volviendo mis ojos a la herida.
- Qué vas a hacer... - dice mirándome expectante.
Como si el destino hubiera querido avisarme de que esto iba a tener que hacerlo algún día, recuerdo la imagen de mi revisando un libro que contenía un dibujo del interior de un globo ocular y todo lo que a este envolvía, uno de los días que vine a hacer rehabilitación.
Cojo aire.
- Voy a coser los tendones y músculos que puedan salvarse. – empiezo a decir con la voz casi sin vida, mientras sigo desinfectando la zona. – Por suerte la bala le ha rozado, aunque aún no sé ni como lo ha hecho. Porque si hubiera sido un disparo recto, habría penetrado en el cerebro. – añado abriendo el embalaje que contenía el hilo de sutura, para cogerlo con las pinzas y así no hacer que el producto deje de ser aséptico.
Mis manos comienzan a moverse de manera automática cosiendo la herida, con Michonne ayudando en todo lo que le digo, y secando el sudor que no cesa en caer por mi frente, como si yo fuera un auténtico cirujano.
Parecía que había hecho esto cientos de veces.
Y en lo que yo creo que son poco más de una hora y unos minutos, tenía la herida solventada.
No sabía si el procedimiento había sido el correcto o no, lo único que sabía, es que su corazón seguía latiendo.
Débil, pero seguía haciéndolo.
Después de curar la herida con una gasa empapada en iodo rebajado con agua para evitar futuras infecciones, la cubro con otra gasa nueva y limpia, protegiendo la herida.
Y entre toda esta bruma de tensión y sangre, después de ponerle a Carl un calmante vía intravenosa para evitarle molestias, y mientras le colocaba un vendaje alrededor de su cabeza que sujetaba la gasa que tapaba la herida, me doy cuenta de que Rick había desaparecido, junto con Michonne.
Y de que la luz del amanecer se filtraba por las ventanas de la enfermería.
Así que me equivocaba, no habían sido una hora y pocos minutos, sino que había estado toda la noche enfrascado en salvarle la vida a Carl.
- Lo siento. – susurro antes de depositar un beso en su frente, y un par de lágrimas sin querer.
Me alejo de la camilla, y con pesadumbre, me dejo caer en una de las sillas de la enfermería.
Apoyo mis brazos en mis codos a la vez que siento las lágrimas trazar por mis mejillas una ruta ya conocida por ellas.
Miro mis manos ensangrentadas.
Las manchas me llegaban por encima de las muñecas.
Y mi piel había adquirido ese tono rojizo característico de la sangre seca.
Toda ella pertenecía a Carl.
- ¿Se salvará? – oigo decir a Rick con la voz ronca, desde la puerta.
Cuando se da cuenta de cómo suena su propia voz, carraspea.
Alzo la mirada lentamente.
- No lo sé. – susurro casi de igual manera. – Te juro qué... He hecho lo que he podido, pero... - digo, pero mi voz se rompe al final de la frase. Rick empieza a caminar por la enfermería, arrastrando sus pies de manera pesada a cada paso. Se acerca a la encimera y se hace con un cuenco grande que llena de agua. – Denisse lo habría hecho mejor. – añado con la mirada perdida, parecía que mi cuerpo pesara toneladas. Y de una forma u otra, una rigidez me entumecía por completo, impidiéndome casi la movilidad. Observo como Rick se hace con una esponja y después, arrastra una silla hasta colocarla frente a mí. Tras sentarse, deja el cuenco de agua en el suelo, a su lado, y después humedece la esponja en él. El tibio contacto de esta, totalmente empapada, me ofrece una caricia reconfortante. Y entonces veo, y soy consciente, de Rick está limpiando mis ensangrentadas manos. La delicadeza y el cariño con el que lo hace me abruman. El expolicía dedica todo el tiempo que tiene en limpiar mis manos bañadas en la sangre de su hijo, y en vendar mi dedo anular y meñique, ambos fracturados, junto con la palma de mi mano, de los cuales yo me había olvidado por completo y que empezaban a ser envueltos por un color violáceo debido al golpe. Suspiro. – No soy médico de verdad. Siento no estar a la altura... - susurro con un hilo de voz, totalmente vencido.
Y por primera vez en todo este tiempo, Rick me mira.
Y lo hace de una forma que no ha hecho jamás.
Pone una mano en mi nuca.
Y une su frente con la mía.
- Eres mi hijo, Áyax. – sentencia. Alzo mis ojos hasta los suyos. – Y eso ya no habrá nada que pueda cambiarlo. – dice mirándome con firmeza. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza. – Eras de la familia en el momento en el que nos encontraste, pero lo que has hecho hoy... - añade, casi sin palabras, totalmente impresionado. – Jamás podré agradecértelo. – aclara con convicción. – Jamás. – vuelve a decir. – Eres mi familia, y no te haces a la idea de lo orgulloso que estoy de ti.
Y me abraza.
Entonces es cuando, por segunda vez, vuelvo a derrumbarme.
Escondo mi cara en su hombro y contengo las lágrimas a la vez que muerdo mis labios para evitar el llanto que pretende salir, devolviéndole el abrazo con fuerza.
Mi corazón late más que nunca contra mis costillas, pues jamás me había sentido tan querido.
Formando parte de algo.
Teniendo una familia.
Mi familia.
- ¿He de empezar a ponerme celoso? – murmura una voz desde la puerta.
Levanto la vista.
- Daryl... - susurro. Y las lágrimas que contenía, escapan sin control cuando la figura de Daryl Dixon se adentra en la enfermería. Rick se pone en pie y se aparta ligeramente, cediéndome el paso, y de un segundo a otro me lanzo a abrazarle sin dudarlo.
Abrazo más que correspondido, por otra parte.
- ¿Cómo está? – pregunta cuando nos separamos, dando un rápido vistazo hacia la camilla.
Suspiro.
- Por ahora vivo. – respondo sin mucha fe en mis palabras.
- Y así seguirá, estoy seguro. – dice Rick poniendo una mano sobre mi hombro. – Y será gracias a ti.
- Dicen que le has salvado tú. – añade Daryl mirándome con su sobreprotector orgullo. – Con unos conocimientos de medicina que ninguno sabíamos que tenías.
Emito un bufido similar a una risa.
- Es una larga historia... - contesto. - ¿Qué ha pasado? – murmuro al mirar por las ventanas, la horda parecía haberse esfumado dejando un reguero de cadáveres esparcidos por el suelo.
Daryl ríe.
- Es otra larga historia. – responde.
- Solo que esa ya ha acabado. – completa Rick.
Y durante unos segundos, me permito respirar tranquilo.
Pero como siempre, solo por unos segundos.
Denisse aparece por la entrada de la enfermería y me mira, para después mirar a Carl.
- Siento no haber podido llegar antes. – dice la mujer aproximándose al hijo de Rick. - ¿Cómo está? Os vimos pasar corriendo desde donde nos encontrábamos.
- No... No lo sé... - admito. – Su pulso es débil y...
- Áyax. – dice Denisse interrumpiéndome. – Está bien. Vivirá. – añade. Doy un paso hacia ella. – No tiene síntomas de tener fiebre y eso significa que la herida no se ha infectado. Y aunque su pulso es débil, su respiración es normal. Saldrá adelante, estoy segura.
- ¿De verdad? – pregunta Rick ante mi incapacidad actual para emitir palabra alguna.
La mujer asiente.
- Además, la herida está perfecta, dentro de como de perfecta puede estar una herida, claro. – se explica la mujer. - ¿De verdad que esto lo has hecho tú? – señala mirándome.
Río con nerviosismo.
- Si... Yo... Bueno, he hecho lo que he podido con lo que me enseñaste y lo que leí. – admito.
- Pues te felicito, eres el mejor de mis alumnos. – dice ella con una sonrisa, ocasionando que Daryl ría.
- También ayuda que sea el único. – matizo yo con una nerviosa sonrisa.
La mujer ríe.
- No te quites méritos, Áyax. – añade ella. – Has actuado bien.
Una sonrisa se dibuja en mis labios.
Pero esta desaparece cuando me percato de algo.
- ¿Dónde está Merle, Denisse? – pregunto mirando hacia la entrada de la enfermería, pues todo el grupo con el que se encontraba durante la horda ya estaba aquí.
Menos él.
- Cierto, no le he visto todavía. – corrobora Daryl.
La mujer alza la cabeza y nos mira.
Después muerde sus labios.
Juraría que mi corazón se detiene durante unos segundos.
Daryl y yo nos miramos.
- Denisse, qué pasa. – susurro dando un paso hacia ella. Esta balbucea el intento de una frase. – Denisse, qué pasa. – vuelvo a decir elevando la voz.
Daryl, a mi lado, se mantiene como una estatua.
- Él nos ayudó a llegar hasta aquí. – dice la mujer limpiando una lágrima que rápidamente sale de sus ojos.
Trago saliva.
- Qué quiere decir eso. – susurro el intento de una pregunta.
Denisse emite un tembloroso suspiro.
- Le habían mordido, Áyax. – sentencia.
Y todo se detiene.
Mi respiración.
La sangre en mis venas.
Mi corazón.
Y el tiempo.
- No... - murmura Daryl. – Cómo...
- No fue durante la horda. – aclara la mujer, dejándome congelado en mi sitio. – Le mordieron esta mañana, durante el ataque de esa gente. Vino a verme para que le tapara la herida en el abdomen. – muerdo mis labios con rabia al oír eso.
La mujer empieza a sollozar.
Y yo a temblar.
¿Te encuentras bien, Merle?
Ahora estoy mucho mejor.
– Cuando nos reagrupamos con Rosita y los demás, la fiebre empezó a ser más fuerte. Y... Y entonces os vimos pasar, con Carl herido... Y supo que necesitaríais mi ayuda para que Carl siguiera con vida. – sigue explicando Denisse.
Mi corazón se estruja al escuchar eso.
Adiós, Áyax.
Una solitaria lágrima cae por mi mejilla.
Se estaba despidiendo de mí.
Siento la mirada de Rick mirarnos a Daryl y a mí, quienes no hemos movido un solo músculo.
– Así que nos abrió paso... Y le perdimos de vista. – termina diciendo.
Daryl y yo volvemos a mirarnos.
- ¿Dónde le perdisteis de vista? – inquiero tartamudeando, dando otro paso hacia ella con la respiración acelerada.
- Si... Si... Puede que siga vivo... - dice Daryl moviendo sus ojos de un lado a otro.
- Ah... Estaba... A la altura de la casa de Deanna... - explica la mujer.
Y no le damos tiempo a más.
Con el corazón en un puño, ambos hermanos salimos en busca del tercero.
- ¡MERLE! – exclamo mientras corremos por las calles de Alexandria, esquivando cadáveres y mirando hacia cualquier rincón.
- ¡MERLE! – grita de igual manera Daryl a mi lado.
Porque si no podía salvarle la vida, no pensaba dejarle morir solo.
Y cuando me doy cuenta, todo el grupo que estaba en la enfermería nos pisa los talones, gritando el nombre de Merle por toda Alexandria.
Rick.
Michonne.
Glenn.
Maggie.
Todas las personas a las que alguna vez el Merle del pasado les hizo algo, ahora se desgañitaban la garganta al gritar su nombre, buscándole.
Hasta que le encontramos en mitad de la tercera calle.
- ¡DARYL MÍRAME! – exclamo anteponiéndome en su camino, obligándole a mirarme, apartando sus ojos del camino. – No mires, por favor, no mires... - ruego uniendo su frente con la mía, pero sus lágrimas ya se deslizaban por sus mejillas.
Era demasiado tarde.
Y para Merle también.
- No... - solloza Daryl. - No... ¡NO! – dice cayendo de rodillas al suelo, llevándome con él.
Y le abrazo.
Le abrazo lo más fuerte que puedo.
Como si así intentara llevarme conmigo todo su dolor.
Pero la realidad me atiza como si de una patada en el estómago se tratase.
- Carol, quédate con él... - le murmuro a la mujer en un sollozo, quien cubre su boca con la mano y me mira con los ojos bañados en lágrimas. Al igual que todos.
- No... - dice Daryl intentando levantarse. – He de hacerlo...
- No tienes por qué hacerlo tú. – le digo. Entonces me mira. Y es que no podía permitir que fuera Daryl quien lo hiciera. Este asiente con dolor, sentándose en el suelo, abrazándose a sus propias rodillas, y yo me pongo en pie.
Rick me mira.
- Ten. – dice entregándome su revólver.
Y ante ese gesto, más lágrimas salen de mí.
Muerdo mi labio inferior y asiento mientras cojo el arma.
Miro a Merle.
O a lo que queda de él.
Un demoledor agujero se instala en mi pecho, oprimiéndome.
Dificultándome la respiración.
Y es que el cuerpo de Merle deambulaba de un lado hacia otro.
Arrastrando sus propias tripas en el proceso.
Un doloroso sollozo escapa de mí.
Y un agónico y desgarrador grito, de Daryl.
Lo suficiente para que Merle se dé cuenta de nuestra presencia, y camine hacia nosotros.
Y a la vez que él avanza, yo también lo hago.
Dejando más de mí mismo a cada paso que doy.
Perdiéndome en esta vorágine de absoluta infelicidad.
Dejándome llevar, porque estoy harto.
Los ojos opacos y sin vida de Merle me miran.
Y me olfatea.
Uno su frente a la mía cuando paso mi mano izquierda por su nuca.
Intentando transmitirle todo lo que siempre he sentido por él.
Arrepintiéndome de cientos de cosas.
De todo lo que podía haber mejorado.
Agradeciendo a la vida por habernos permitido este tiempo extra con el que ni soñábamos.
Y quedándome con los verdaderos y perpetuos recuerdos que siempre llevaré conmigo.
Hasta el día en el que me una a él.
Cojo aire.
Y le abrazo.
Colocando el revólver de Rick en su barbilla.
Aproximo mis labios a su oído.
Y hablo en un suspiro, lo que no estuve a tiempo de decir.
- Te perdono.
Y aprieto el gatillo.
- Merle Dixon era un buen hombre. - dice Rick frente a la tumba del mencionado. Daryl y yo nos miramos arqueando una ceja, para después mirar al expolicía. Este, muestra una ladeada y pequeña sonrisa. – O por lo menos casi siempre. – las pequeñas y respetuosas risas de los asistentes no se hacen esperar, y, para mi sorpresa, toda la comunidad había venido a mostrar sus respetos. – Puede que no iniciáramos con buen pie, cuando le conocí, le esposé a una azotea. – añade. – Pero si algo se empeñó en demostrarnos con el tiempo, fue que quería y protegía a los suyos. Y a los que los suyos querían. – dice mirándonos a todos. – Si no hubiera sido por él, Alexandria estaría condenada. Se sacrificó porque tuviéramos un médico, aunque ya teníamos uno sin saberlo. – dice dedicándome una rápida mirada y una sonrisa, provocándome una a mí también. - Y a alguien que puede ayudarnos a hacer realidad aquello que Deanna soñó. – aclara. – Vio que mi hijo necesitaba ayuda, y se sacrificó, para que pudieran salvarle. Su hora no había llegado aún, pero el decidió hacer algo bueno por nosotros, una vez más. – un escalofrío me recorre ante las palabras de Rick. – En su día acogisteis a Merle, y muchos de vosotros contáis que ayudó a levantar estos muros. – dice. Entonces coge aire. – Honrémosle con la prosperidad. – sentencia. - Este sitio será mejor. Alexandria será mejor, gracias a él. Así que, desde aquí te digo... - Rick hace una pausa y mira hacia el cielo. – Gracias, Merle.
- Gracias, Merle. – responden todos los asistentes con sinceridad.
Daryl y yo volvemos a mirarnos.
- Gracias, Merle. – susurramos a la vez. Daryl pasa su brazo derecho por mis hombros y me aprieta hacia él.
Veo como algunos de los vecinos depositaban flores en el interior de la tumba aún sin cubrir, mostrando sus respetos.
Miro a Daryl.
- Tengo algo que darle. – murmuro hacia él. De mi bolsillo saco mi estropeada y casi vacía cajetilla de cigarros y la abro. Tan solo quedaban dos, uno boca arriba, y el otro boca abajo.
Daryl sonríe.
Y coge el cigarrillo que se encuentra en su posición habitual.
- Mucho mejor así. – dice él con una pequeña sonrisa.
Con un gesto con la cabeza, le indico que me acompañe.
Y nos ponemos en pie.
Pero Carl detiene mi camino.
Si, él había venido. Despertó el mismo día en el que Merle murió, solo que por la noche, y tan solo un día después, ya quería volver a casa. Y como eso no se le permitió, nos obligó a dejarle venir al funeral al día siguiente, a pesar de mis reproches, pues quería que se quedara en la enfermería descansando ya que aún tenía que recuperarse, de hecho, ahora mismo se encontraba con un gotero a su lado, conectado aún a él, y un nuevo vendaje tapaba su herida y envolvía su frente. Pero a testarudo no le ganaba nadie, y se había empeñado en venir, decía que no quería dejarme solo, y que, en parte, Merle se sacrificó con intención de ayudarle. Así que esto era lo que menos podía hacer.
- Quiero que se las lleves. – dice dándome un pequeño ramillete de flores. – Son las que me han dejado a mí en la enfermería, él las merece más.
Su sonrisa me da la fuerza que necesito.
Y por unos momentos me siento idiota.
En su día pensé que jamás volvería a ver brillar con esa fuerza la mirada de Carl.
Pero a pesar de haber perdido parte de ella, la vivacidad del azul no se había perdido en absoluto.
Incluso así, con una sola mirada, seguía siendo capaz de todo.
Y ese gesto por su parte, me conmueve.
Por lo que deposito un breve beso sobre sus labios.
- Te quiero. – musito.
El chico sonríe un tanto avergonzado, puesto que acababa de besarle ante todos los vecinos de Alexandria.
Pero eso, ahora mismo, me importaba bien poco.
Daryl y yo avanzamos hacia la tumba de Merle, y le dedico una rápida mirada a Carl antes de dejar delicadamente las flores sobre su cuerpo envuelto en sábanas.
Miro a Daryl.
- Esto es para ti... - digo dejando la cajetilla con el único cigarro dado la vuelta. – Tú me lo enseñaste, así que debes tenerlo. – aclaro. Se me daba fatal esto de dar discursos. – Es injusto que la vida te haya puesto en nuestro camino para volver a quitarte de él... Pero me quedaré con la cantidad de tiempo que hemos recuperado. Y que hemos vivido. – digo. Vuelvo a mirar a Daryl. – Los tres juntos. – un suave sollozo escapa de mí. – Así que... Cuando llegues allí arriba. – suspiro y limpio una traicionera lágrima. – Guarda un buen sitio, porque cuando nos reunamos de nuevo... Tendremos que acabarnos esa cajetilla ¿No? – digo con una nerviosa risa. – Aunque bueno... Tampoco tengas prisa por vernos de nuevo... - añado limpiando mis lágrimas.
Daryl ríe.
- Te queremos, pero eso tú ya lo sabías. – dice este con una mueca similar a una sonrisa. – Te echaremos de menos.
Y era verdad, sorprendentemente Merle se había ganado un hueco en nuestros corazones.
Corazones que, ahora, se quedaban un poco más vacíos.
Una vez más.
Me impulso con fuerza, subiendo al tejado de nuestra casa con la ayuda de mis brazos, emitiendo un pequeño quejido cuando mi brazo izquierdo protesta adolorido por el ejercicio extra mientras recojo la bolsa que había dejado en este antes de subir.
- No hagas sobreesfuerzos. – me dice Daryl desde donde está sentado en el tejado.
- No te escondas en lugares tan altos. – le reprocho yo acercándome hasta él.
- No me escondo. – dice él ofendido mirándome desde su posición.
Me siento a su lado.
- Espera a que me crea eso. – respondo mirando Alexandria nuestros pies. – A ti también te sobrepasa esto ¿No? Toda esa gente dándonos el pésame.
Daryl asiente.
- Sigo sin estar muy seguro de que a Merle le fueran todas esas tonterías. – dice.
- Puede que al Merle de antes no. – aclaro. – A ese le habría bastado con que tú y yo nos tomaros unas cervezas, nos fumáramos un cigarro en su honor y nos pusiéramos ciegos.
Mi hermano ríe.
- En eso tienes razón. – dice rodeando sus rodillas con sus brazos.
Una ladeada sonrisa cruza mi rostro.
- Bueno... Yo pongo las cervezas. – digo sacando dos latas de la bolsa que había traído. Daryl alza una ceja. - ¿Qué pones tú?
Este niega con la cabeza y ríe.
Y me mira.
- Está bien... - contesta rindiéndose mientras busca entre sus bolsillos el cigarro que había sacado de la cajetilla que había dejado en la tumba de Merle. Y cuando lo encuentra, lo pone entre sus labios y lo enciende.
- Falta el con qué ponernos ciegos... Sé dónde guardaba la maría... - digo en tono de broma mirándole con una sonrisa. Y un fuerte golpe en mi brazo derecho no se hace esperar. - ¡Era broma! ¡Era broma! – exclamo alzando las manos.
Bueno, quizá no del todo.
- Cada día me reafirmo más en que Carl tiene razón, eres imbécil. – dice con el cigarro entre sus labios mientras abre la lata de cerveza, a lo que yo decido imitarle.
- Lo sé, lo he asumido. – respondo antes de darle un trago.
Unos momentos de silencio se hacen presentes, donde simplemente nos dedicamos a deleitarnos con la tranquila y merecida noche de paz que reina en Alexandria.
Observo a Daryl cuando me tiende el cigarro.
La luz de la luna recorre su silueta, y en su rostro puedo ver el dolor que se molesta en esconder.
Porque siendo honestos, Daryl conocía a Merle mucho más que yo, y no solo por edad, ya que prácticamente crecieron juntos, sino en todo.
Y dada su estrecha relación con él a pesar de que el Merle de antes fuera un capullo, sabía cuánto cariño le profesaba.
- ¿Crees que Merle sabía que le había perdonado? – inquiero, y en cierto modo, era una pregunta que llevaba días rondando mi cabeza.
Daryl me mira.
- Estoy seguro. – dice con convicción. – Siempre lo supo, por mucho que intentaras ocultarlo.
Río.
- Si algo me enseña el fin del mundo, a pesar de negarme a aprenderlo, es que hemos de decirnos absolutamente todo. Nunca sabemos cuándo puede ser nuestro último momento. – digo antes de cederle el cigarro. Daryl asiente.
- Te quiero, Áyax. No lo olvides nunca. – sentencia de golpe. Sus palabras me atrapan desprevenido. Entonces sonrío con cariño y paso mi brazo derecho por su hombro.
- Jamás podría olvidar eso. – afirmo. – Eres de las mejores cosas que me han pasado.
Él ríe y apoyo mi cabeza en su hombro cuando aparto mi brazo.
- Volvemos a ser dos. – dice con pesar.
Un pequeño escalofrío me recorre ante esa realidad.
- Se me hace raro ¿Sabes? Volver a lo de antes. – digo limpiando una fugaz lágrima. – Me había acostumbrado.
- Lo sé, yo también. – reconoce él dándole una calada al cigarro. – Y en parte teníamos razón, Merle solo mata a Merle. – río ante su frase, y Daryl me mira. – Gracias por acabar tú con su sufrimiento, no es justo que así haya sido, pero... Yo no podía.
Le miro.
- Eh. – digo llamando su atención, entonces sus ojos se clavan en los míos. - Los Dixon nos tenemos unos a otros ¿No?
Daryl asiente y sonríe.
- Eso ni lo dudes. – dice. Entonces alza su lata de cerveza y mira al cielo. – Por ti, Merle.
Sonrío.
Un par de lágrimas escapan de mí.
Alzo mi cerveza de igual manera y levanto la vista.
Las estrellas me reciben más brillantes que nunca.
Pues se preparaban para la llegada de una más.
- Que tengas un buen viaje, hermano.
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