Capítulo 24. Eres quién eres.
- ¡NOAH! – es lo primero que la sequedad de mi garganta me permite rugir cuando abro los ojos.
La sangre arde en mis venas.
Las lágrimas escuecen en mis mejillas.
El aire en mis pulmones es fuego.
Y cada latido de mi corazón me convierte en hielo.
Una agónica sensación me invade, al sentirme prácticamente inmovilizado.
- ¡Eh, Áyax! ¡Tranquilo! – oigo decir a Daryl a mi lado, sentándose en la cama en la que ni siquiera me había percatado que estaba. Bajo la atenta mirada de Carl, quien se incorpora en el sofá donde parecía haber dormido. - ¡Ha despertado! – grita hacia la puerta de la habitación, la cual tarda una milésima de segundo en ser abierta, dejándome ver a varias personas entrar a través de ella a toda prisa.
- Has de volver a tumbarte. – dice Dennisse poniendo una mano sobre mi hombro derecho, volviéndome a estirar en la mullida cama, mientras que Daryl acomoda un par de cojines en mi espalda, dejándome ligeramente sentado. – Habías perdido mucha sangre. – añade con una sonrisa, analizándome como si sus ojos no pudieran creer lo que estos presenciaban.
- ¿Cómo estás, chaval? – pregunta Abraham a los pies de la cama, mirándome con una ladeada sonrisa.
- ¿Cómo estoy...? – inquiero un tanto perdido, una presión se instala en mis sienes, provocándome un severo dolor de cabeza.
- Nos has dado un gran susto. – aclara Michonne. Mis ojos vuelan hacia ella.
- ¿Susto?
- Y que lo digas. Pensábamos que habías muerto. – corrobora Merle a su lado. Entonces le miro a él. Mi estómago se revuelve, ganándome con ello unas intensas ganas de vomitar.
- ¿Cómo que muerto? – susurro al tragar saliva.
- Has pasado dos días inconsciente, era para pensarlo. – añade Daryl a mi lado.
- ¿Dos días...?
- ¿Cómo pasó Áyax? – dice Carl mirándome con angustia. - ¿Por qué recibiste tres disparos?
Un mareo me golpea, haciéndome sentir inestable en la cama.
- Tres... - tartamudeo con la mirada perdida. – Tres disparos.
Tres disparos.
Noah.
Sangre.
Noah.
Caminantes.
Noah.
Cadera.
Noah.
Costillas.
Noah.
Hombro.
Doy un respingo cuando Rick pone una mano en mi brazo derecho.
- Chicos... Le estamos agobiando. – dice el hombre mirándome.
Mi respiración se vuelve errática.
Y la habitación comienza a dar vueltas a mi alrededor por voluntad propia.
- ¿Cómo te sientes, Áyax? – pregunta Denisse antes de revisar un gotero que parece estar conectado a mi.
Mis labios tiemblan.
- No... No lo sé. – musito con una mueca que intenta simular una sonrisa.
- ¿Sientes algún tipo de mareo? ¿Nauseas? ¿Dolor de cabeza? – dice mientras explora el estado de mis pupilas bajo la atenta mirada de todos los presentes.
Una creciente ansiedad oprime mi pecho.
- No. – miento. – Tengo la boca seca.
Denisse sonríe.
- Bueno, eso puede arreglarse fácilmente. – responde antes de comprobar mi temperatura poniendo su mano en mi frente.
Pero mi mirada se desvía hasta la persona que aparece por la puerta.
Glenn.
Sus ojos se clavan en los míos.
Y automáticamente es como si volviera a revivir lo sucedido.
Un temblor me sacude de pies a cabeza.
Y la repulsiva sonrisa de Nicholas antes de apretar el gatillo aparece como el más inoportuno de los destellos.
Cortándome la respiración en el proceso.
- No parece que tengas fiebre, eso es bueno. Las heridas no se han infectado. – aclara la mujer cuando quita la mano, despertándome del letargo en el que Glenn y yo parecíamos absortos.
- ¿Heridas? – musito para mi mismo.
Era como si todo esto me viniera de nuevas a pesar de saber lo que me había ocurrido.
Tenía que asimilarlo.
Entonces mis ojos vuelan a los vendajes que envuelven mi cuerpo.
Y el que más me impacta, es el de mi hombro.
Tenía prácticamente inmovilizado el brazo izquierdo contra el pecho.
Trago saliva.
- Verás, no fueron heridas graves... - empieza a decir Denisse bajo las curiosas y expectantes pupilas del resto. Todos parecían tensos. – O por lo menos no todas. – añade comenzando a retirar parte del vendaje de mi brazo, liberándolo de su agarre. – El hombro izquierdo ha quedado gravemente afectado, Áyax. – suelta la mujer a bocajarro.
- Cómo de afectado. - gruño entre dientes mientras siento mi corazón acelerarse.
- La bala... La bala desgarró tendones, músculos... Dañó el hueso... Los nervios...
Mi garganta se seca.
- Denisse. – siseo. – Qué. Me ha. Pasado.
- Has perdido aproximadamente un ochenta por ciento de la movilidad del brazo y hombro izquierdo. – sentencia antes de tragar saliva.
Y una lágrima cae por mi mejilla, cuando comparo mi brazo derecho con el izquierdo, viendo como en este se puede apreciar un ligero pero notable temblor, haciéndome imposible mantener un pulso rígido.
- ¿Esto... Esto será así para siempre? – susurro observándola con ojos temblorosos.
La mujer asiente y limpia rápidamente una lágrima que desciende por su mejilla.
Al igual que lo hace Michonne.
Y Daryl.
- Lo siento. – solloza la mujer. – En un principio Eugene y yo creímos que la gravedad sería menor... Siento no haber hecho más...
- Denisse, tú has hecho lo que has podido. – dice Merle, reconfortando a la mujer.
Y tenía razón, ella no era la culpable de esto.
- Cómo... Cómo va a cambiar mi vida, Denisse. – pregunto en un susurro, dejando que el rumbo de mis pupilas se extravíe.
El silencio se hace en la habitación.
- Es mejor que descanses, ya habrá tiempo para...
- Dímelo. – sollozo con un hilo de voz, que se rompe cuando más lágrimas deciden deslizarse por mis mejillas.
La mujer coge aire y limpia las suyas.
- Tu sentido del tacto habrá disminuido considerablemente. – empieza a decir. - No podrás alzar el brazo o hacer movimientos que impliquen usar la articulación del hombro... No por lo menos sin sentir un gran dolor – añade en un suspiro, y a cada cosa que decía, veía a Glenn apretar más y más los puños. - Tu fuerza se verá reducida... Tus... Tus capacidades... Tu pulso...
Un mareo me atiza de lleno cada vez que Denisse sentencia mi destino con cada frase.
Trago saliva intentando llevarme con ella la asfixiante ansiedad que empezaba a oprimirme.
Y durante unos segundos.
Que llegan a parecer años.
El mundo se detiene.
Y el peso de saber cómo eso va a limitar mi vida, cae sobre mi como un gran yunque.
Aplastándome.
Reduciéndome.
Ridiculizándome.
Jamás volvería a ser el mismo.
Jamás.
- Es decir, que ahora soy un completo inútil. – sentencio mientras lloro en silencio.
- Áyax. – gruñe Daryl a mi lado.
Y por extraño que parezca, de la conmoción, paso a la ira.
- Qué. – escupo entre dientes. - ¿Acaso estoy diciendo alguna mentira? – añado con ironía. - ¿No hubiera sido más sencillo amputarme el jodido brazo?
- Eso... Eso no funciona así, Áyax. Si hay posibilidad de salvarlo, es mi deber hacerlo. – aclara Denisse.
- ¿Salvarlo? – río con cinismo. - ¿Te parece que vivir con un brazo inútil pegado siempre a mi es salvarlo? ¿Inutilizarme de por vida es salvarme? Además, no finjas tener algún tipo de código moral Denisse, no eres médico de verdad.
El silencio vuelve a hacerse presente.
- Te estás pasando. – dice Merle mirándome perplejo.
Igual que hacen los demás.
- Áyax no podíamos dejarte perder el brazo cuando existen posibilidades de que recuperes una parte de la movilidad... - empieza a decir Denisse ignorando mi comentario. – Existen ejercicios de rehabilitación, estiramientos... Hay todo un proceso que podría ayudarte...
- Exacto, podría servirte, no podíamos... Siempre que haya esperanza... - añade Michonne desesperada.
Una carcajada sale de mi, provocándome un punzante dolor en mis costillas.
- Espera... Espera un momento... - digo entre sarcásticas risas. - ¿Qué... Qué coño os hace pensar que yo me voy a prestar a semejante tortura?
Una vez más, silencio.
- Porque... Porque es lo que siempre haces, Áyax. – dice Carl mirándome ligeramente sorprendido. – Caes y vuelves a levantarte. Tú me lo enseñaste.
Río de nuevo mientras paso la mano derecha por mi cara y mi pelo, con frustración.
- Y... Y no habéis pensado durante un momento, durante un jodido segundo. – digo, pasando mis ojos por todos y cada uno de ellos. – ¿¡Durante un puto minuto no habéis pensado en qué narices querría yo antes de tomar esa decisión tan egoísta!?
- ¿Egoísta? – susurra Merle con incredulidad. - ¡Te hemos salvado la vida!
- ¿¡PARA QUÉ!? ¿¡PARA SER UN TULLIDO COMO TÚ!? – grito mientras las lágrimas caen desesperadamente de mis ojos.
Todos los presentes contienen el aire por unos instantes.
- Áyax... ¿Qué pasó en esa expedición? – susurra Denisse mirándome asombrada.
- Ah qué coño viene eso. – sollozo con rabia limpiando con mi mano útil las lágrimas que no pretenden dejar de caer.
- A qué... Claramente estás bajo un shock post traumático. – responde. – Y no es solo por tu lesión.
Trago saliva.
Y el eco de los tres disparos rebotando por el almacén llega a mis oídos de nuevo.
Un escalofrío me recorre de pies a cabeza.
Y un tembloroso bufido de exasperación escapa de mi cuando cubro mis ojos con la mano derecha.
- Nicholas le disparó. – gruñe Glenn desde la puerta.
Mis ojos le miran sin dar crédito a su confesión.
- ¡Glenn! – grito mirándole fijamente.
- ¡NO! – ruje acercándose a mi. - ¡Él te ha dejado así! ¡Disparó a propósito tres veces! ¡Yo lo vi! ¡Él tiene la culpa y no pienso permitir que se salga con la suya! ¡Esto no va a quedar así!
Y la habitación vuelve a quedar en silencio tras las palabras del coreano.
- Por supuesto que no. – susurra Carl desde su asiento, tensando la mandíbula.
Y la frialdad de su mirada.
La frialdad de su mirada impediría conciliar el sueño al más fuerte de los hombres y mujeres de este mundo.
- De que estás hablando. – dice Merle alternando su mirada en mi y en el marido de Maggie.
- Le ha dicho a Deanna que le confundió con un caminante, lo he oído. – añade. – No para de repetir esa mentira una y otra vez.
- ¿Y es eso cierto? – inquiere Rick con su característica mirada, clavando sus ojos en mi, poniendo sus manos en su cintura.
Sonrío con ironía.
- ¿Dónde le metes una bala a un caminante para acabar con él? – pregunto devolviéndole la mirada.
Silencio.
- En la cabeza. – responde Michonne en un susurro antes de apoyar su frente en sus manos.
- Pero... Pero si quiso matarte, pudo haberlo hecho. ¿Por qué herirte solo? – titubea Denisse intentando darle sentido a todo esto.
Vuelvo a reír.
- Quiso matarme. Y lo intentó. – sentencio. – La primera bala fue la de mi hombro. ¿Hacia dónde creéis que iba? – añado con sorna. Y entonces señalo el lugar donde se ubica mi corazón. Muy cerca de la mayor de mis heridas.
- Que hijo de puta. – sisea Abraham.
- Al muy imbécil le temblaba el pulso. – digo. – Además, le hablé. Le pedí que bajará el arma. Me miró... Y sonrío. – susurro con la mirada perdida. Un escalofrío vuelve a sacudirme. – Las otras dos balas vinieron cuando vio que había fallado. Intentó acabar lo que había empezado.
- ¿Por qué haría algo así? – dice Michonne de nuevo, con cada vez más incredulidad bañando sus ojos.
Cojo aire.
Aunque los pinchazos en mis pulmones me dificulten el trabajo.
- Porque quería abandonar a Aiden a su suerte. – murmuro. Mi mirada se pierde a medida que narro los hechos. – Confesó que ellos habían abandonado a su anterior equipo. Y yo lo oí. – añado. – Así que estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Quiso eliminar esa pieza del tablero.
Por décimo quinta vez, silencio.
- Pero mala hierba nunca muere. – susurra Carl mirándome, como si sus ojos no creyeran aún que sigo con vida.
Bueno, vida.
- No muere, solo se la inutiliza para siempre. – murmuro sin atreverme a mirarle.
Y una creciente asfixia empieza a devorarme, sumiéndome cada vez más en un pozo de profunda desesperación.
Impidiéndome respirar.
Incapacitándome.
- Has salido de muchas cosas peores, Áyax. – añade Daryl. – Esto será otra batalla ganada más.
La opresión en mi pecho se expande.
- Tienes que seguir adelante. – corrobora Michonne.
Una sequedad exasperante se apodera de mi garganta.
- Esto no va a poder contigo, no lo permitiremos. – susurra Merle con una pizca de ira en su voz. Una descarada ira hacia Nicholas.
Un ligero pero demoledor temblor se hace con el control de mi cuerpo.
- Has de luchar, Áyax. – dice Carl con un atisbo de esperanza.
Y los ruegos de todos son lo que terminan por romperme en mil pedazos.
Repitiéndose una y otra vez en mi mente, calando hasta en el lugar más recóndito.
Los muros.
Las barreras.
Los escudos.
La fachada.
Todo cae.
Se desmorona como un castillo de naipes en una tarde en la que el viento se levanta en su contra.
Y un sollozo escapa de mi garganta de manera involuntaria.
- ¡BASTA! – grito a la vez que las lágrimas llegan a mis ojos. Las miradas expectantes del grupo analizan con detalle todos y cada uno de mis movimientos y palabras. - ¡No quiero seguir luchando! ¡Estoy harto!
Y cuando mi cuerpo empieza a hiperventilar, los sollozos me ahogan sin intención de detenerse.
- Á... Áyax no... - titubea Michonne, llorando mientras me ve.
- ¡NO! – rujo con desesperación, abrumado por mis propias lágrimas. - ¡NO PUEDO MÁS! – y el silencio se hace ante mis palabras. - ¡Siempre que me levanto de una caída viene alguien peor a hacerme caer de nuevo! ¡SIEMPRE! ¡Y ESTOY HARTO! – exclamo agitado. – No hago más que caer, caer, caer y caer... Tara casi muere, Noah ha muerto y yo acabo de quedarme completamente inútil ¿¡Y me pedís que siga adelante!? ¿¡Por qué!? – sigo gritando, llorando desconsoladamente. - ¡NOAH HA MUERTO! – termino diciendo totalmente roto por dentro, y no solo de dolor. Un agónico grito sale de mi acompañado de un estremecedor llanto. Y después de ese viene otro más. Y otro más. Tapo mi cara con la única mano que me queda. – No quiero seguir luchando... No quiero seguir luchando... - murmuro entre sollozos.
- ¡Y si te rindes estás perdido! – exclama Carl con las lágrimas al borde de sus ojos tras unos desesperantes segundos. - ¡No puedes...! ¿¡Qué harás!? ¿¡Quedarte en esta cama para siempre!? ¡Tienes qué...!
- ¡DAME UN RESPIRO! – bramo mirándole a los ojos.
Y el silencio, un increíble y doloroso silencio, se hace un hueco en la tensión que la habitación había adquirido.
Un silencio tortuoso que se me hace interminable.
Un silencio en el que lo único que podría sentirse, es mi corazón haciéndose pedazos después de hablarle así al amor de mi vida.
Acto seguido, un quejido que brota de mi garganta, rompe el hilo de mis pensamientos.
- Dios, Áyax, tu herida... - dice Michonne inclinándose hacia mi.
Mis ojos vuelan hacia las vendas que empezaba a sentir empapándose.
Una gran e imponente mancha roja empieza a hacerse presente en el vendaje que envuelve mis costillas.
Un gruñido de dolor sale de mi cuando siento la tirantez de la carne en mi torso.
- Se han debido de abrir los puntos al alterarte... - murmura Denisse empezando a retirar el manchado vendaje.
Y la ansiedad aparece de nuevo.
Si es que se había ido en algún momento.
- Marchaos. – musito sin poder mirar a ninguno de los presentes. Veo como sus pupilas se buscan entre ellos, intentando encontrar una respuesta a mis palabras. – Fuera. – digo en voz alta entre dientes.
Todos empiezan a moverse lentamente, saliendo de la habitación.
Y con lo último que me quedo, es con la dolida mirada que Carl me dedica antes de salir.
Terminando por destrozarme del todo.
Convirtiéndose en mi infierno personal en la Tierra.
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- Vale, qué vamos a hacer. – exige Michonne apoyándose en la barandilla del porche de la enfermería. – No... No vamos a hacerle caso ¿Verdad?
- No sé qué decirte, Michonne. – murmura Merle cruzándose de brazos.
- Nunca le había visto así. – susurra Daryl sentado en el banco de madera a mi lado. – Tan roto.
- Yo sí. – musita Abraham desde su posición, descansando su espalda en la pared cercana a la puerta de la enfermería. Veo a ambos hermanos Dixon mirarse entre ellos con extrañeza.
Oigo a Glenn suspirar en el otro banco al lado del nuestro, clavando los codos en sus rodillas, pasando sus manos con frustración por su cara. Parecía culparse de todo lo que había ocurrido.
- Pero no podemos permitir que se hunda en la miseria. – dice con rabia. – No cuando esto no ha sido un simple accidente. – sisea. - ¡Han intentado matarle! – exclama poniéndose en pie. – Me parece increíble que no estemos hablando de eso... - bufa con hastío.
- Glenn, cálmate. – susurra mi padre. – No lo vamos a dejar pasar. Han atacado a uno de los nuestros, y eso no se olvida así como así. Te aseguro que Alexandria pagará por esto. – sentencia poniendo una mano en el hombro del marido de Maggie.
- Ten cuidado, Rick. – dice Merle. – Esta también es mi gente.
- ¿Vas en serio? – inquiere Daryl alzando las cejas. – Porque esos que consideras tu gente han disparado a tu hermano.
- No es eso a lo que me refiero. A mi también me interesa ponerle fin a esto y que Nicholas pague por ello, pero no vamos a provocar una guerra de ataques entre grupos porque no solucionaríamos nada. – añade Merle.
- Parece mentira que seas tú el que muestre algo de cordura. – susurra el coreano con sarcasmo.
- Oye, soy el jefe de seguridad de este sitio, créeme que me interesa saber a qué clase de psicópatas tengo aquí metidos, porque hasta ahora parecían gente decente. – dice el primer hermano de Áyax.
- Hasta ahora. – recalca mi padre colocando sus manos en la cintura. – Por ahora propongo dejar pasar un poco de tiempo, Deanna acaba de perder a su hijo y no querrá escucharnos. Así también veremos cómo evoluciona Áyax.
- Me parece correcto. – asiente Michonne. – Voy a buscarle algo de ropa, le hará falta. – murmura para después emprender camino.
- Mantened la guardia alta. Id con cuidado. – dice mi padre antes de que la mujer se marche, viendo como esta asiente. – Iré a buscar a Judith. – añade, entonces sus ojos me miran. - ¿Estás bien? – asiento sin dar palabra. – Carl ¿Estás bien? – vuelve a decir.
- Perfectamente. – musito entre dientes. Mi padre suspira, asiente, y después se marcha no muy convencido.
- Yo también me voy, empezaré a husmear por ahí, pienso seguir a Nicholas noche y día si es necesario. – murmura Merle antes de irse.
Tras segundos de silencio, es Abraham el siguiente en hablar.
- Yo no necesito una excusa para irme sin que parezca que esto no me afecta. – dice mientras camina con las manos en los bolsillos.
Dejándonos solos a Daryl y a mi.
Y un extraño pero agradable silencio se hace entre nosotros.
Lo cierto es que yo no solía quedarme a solas con Daryl muy a menudo.
Pero ahora mismo, tenerle a mi lado me reconfortaba, porque sabía que ambos éramos los únicos que tenían una unión tan visceral con Áyax y, por lo tanto, los dos nos sentíamos exactamente igual.
Aunque ese sentimiento fuera incapaz de ser descrito.
- Dime que no le vas a dejar caer. – susurra el segundo hermano del chico que me robó el corazón hace ya mucho tiempo.
- Ni en mil vidas, Daryl. – afirmo. – No me importa lo mucho que me grite o como me trate, todo lo que necesite, se lo daré, aunque eso incluya separarme de él. Pero ¿Dejar que se hunda? Jamás.
El mediano de los Dixon me mira.
Y aunque lo niegue, sus ojos rojizos por las continuas lágrimas ocultaban un gran temor.
Un gran temor por ver a su mayor debilidad destruida por dentro.
Y aunque yo lo niegue, estaba aterrado.
Porque uno de los pilares de mi vida parecía empezar a desmoronarse.
Y si él tambaleaba, como consecuencia, yo también lo hacía.
Pero no pensaba, ni durante un segundo, dejar que se rinda.
Porque ese no era su estilo.
Y tampoco el mío.
- Le vas a hacer pagar a Nicholas lo que ha hecho. – murmura el hombre a mi lado.
- No lo dudes.
Y lo que me asombra, es que no era una pregunta, sino una afirmación.
- No lo hago. – responde mirando al frente. Daryl pone los pies sobre el banco en el que nos encontramos, descansando sus brazos en sus rodillas, jugando con la punta de una de sus flechas entre sus dedos. – Solo digo... - dice entrecerrando los ojos. – Que si tienes algo pensado... Si necesitas mi ayuda, la tienes. – termina diciendo mientras se pone en pie para después coger su ballesta y dejar en ella la flecha que tenía entre manos.
Y sus palabras me dejan de piedra, helando la sangre en mis venas.
Pero un alentador calor infla mi pecho.
Y me pongo en pie.
- Te lo haré saber. – sentencio.
El hombre frente a mi coloca la ballesta en su hombro y muerde sus labios hasta convertirlos en una fina línea mientras asiente en mi dirección.
Gesto que yo conocía a la perfección.
Y que me saca una sonrisa.
La primera en mucho tiempo.
- Está bien. – añade.
- Si quieres podría quedarme yo con él, tú no has descansado y yo sí. Te iría a buscar si algo pasara. – propongo tras ver las marcadas ojeras que crean un morado surco bajo sus ojos.
- Me vendrían bien unas horas de sueño. – comenta de acuerdo conmigo a la vez que asiente y se da media vuelta, acto que yo aprovecho para abrir la puerta de la enfermería, pero cuando tengo un pie dentro, su voz me detiene. - ¿Carl?
- ¿Sí? – inquiero girando mi torso hacia él.
Daryl parece pensar sus palabras.
- Gracias por aparecer en su vida. – termina diciendo con sincero agradecimiento.
Y de nuevo, sus palabras me dejan estático.
Veo al hombre seguir su camino, y cuando recupero todas mis capacidades, vuelvo a adentrarme en la enfermería, caminando hasta la habitación dónde Áyax se encontraba.
- Oh, Carl, eres tú. – dice Denisse cuando me ve entrar tras haber picado. – Le he puesto algo de morfina, parecía que las heridas le dolían bastante. – explica cuando termina de colocar el gotero sujeto al cabezal de la cama. – No creo que despierte hasta dentro de unas horas.
- Tranquila, me quedaré con él de todos modos. – informo a la mujer. Ella sonríe.
- Esta bien. – admite. – Si no te importa, quiero ver a Tara... Es decir, tengo que ver a Tara. – dice Denisse corrigiendo su lapsus mientras empieza a sonrojarse lentamente. – Es mi paciente y voy a verla como tal.
Alzo las cejas con una pequeña sonrisa.
- Te he entendido. – digo intentando que ninguna risa escape de mi.
- De acuerdo. - dice mientras asiente y se marcha de la habitación a toda prisa.
Y cuando me quedo a solas, es cuando un poco de mi mundo se derrumba ante el estremecedor silencio que hay en el interior de la sala.
Pero mi corazón se encoge cuando le veo tumbado en la cama, completamente dormido, con una increíble e impropia paz en su rostro sereno.
Parecía descansar de verdad por primera vez en mucho tiempo.
No era capaz de somatizar el dolor de ver a un chico alto, atlético, ingenioso, vivaz... Postrado en una cama, totalmente vencido.
Totalmente roto.
Algo así, te hacía replantearte ciertas cosas.
Dónde estaba en una persona el límite de lo que separaba lo bueno de lo malo. Lo correcto de lo incorrecto.
Cómo sabías en qué momento alguien traspasaba esa delgada línea que separaba uno de lo otro.
Cuán enclenque podía ser la moral humana, y cuando una persona deja de ser lo que una vez fue.
Por qué algo dentro de una persona hacía "click", y pasaba a hacer daño sin que le temblara el pulso.
Todas esas preguntas tenían una única respuesta.
En el momento en el que a la persona que han hecho daño, es el amor de tu vida.
No, no hablaba de Nicholas.
Hablaba de mi.
Porque me importaba bien poco en qué momento ese bastardo había dejado de ser humano para convertirse en una rata.
Pero ver como Áyax estaba sufriendo y yo no podía hacer nada, me quemaba por dentro.
Porque ver como dejaba de ser él mismo, como su brillo se había apagado por culpa de alguien, hacía que mi sangre hirviera.
Y es justo en ese momento, cuando le hacen daño a alguien a quién quieres, a alguien por quién darías la vida, al dueño de todos y cada uno de tus pensamientos, es justo en ese punto sin retorno, donde algo cambia dentro de ti.
Y esa sensación que tuve de niño al dispararle sin pestañear a aquel chico en la prisión, vuelve a mi.
Sin intención de abandonarme en mucho tiempo.
Me siento delicadamente en la cama junto a Áyax mientras le observo dormir relajado.
Y deposito un beso en su frente para después pasar mi mano por su pelo.
- Ese hijo de puta pagará por lo que ha hecho. Te lo prometo. – sentencio en un susurro.
_________________________________________
- Venga, Áyax, has de levantarte y empezar a caminar un poco. – dice Denisse a mi lado.
Bufo poniendo los ojos en blanco.
Habían pasado tres semanas.
Tres eternas y aburridas semanas las cuales había vivido tragando techo.
A penas hablaba.
O comía.
Pasaba las horas muertas, inmovilizado en esta cama, sin relacionarme con nadie, durmiendo.
O eso creían todos.
Pero la realidad era que no podía dormir más de tres horas seguidas.
No era capaz de conciliar el sueño.
Porque cuando lo hacía, el rostro de Noah siendo desgarrado, aparecía frente a mi.
Y las muy notables y marcadas ojeras empezaban a dificultarme el guardar ese oscuro secreto.
- No pienso permitir que te quedes aquí más tiempo. Tus músculos terminarán por atrofiarse, y la rehabilitación será más difícil y dolorosa. – añade Michonne a los pies de la cama, con los brazos cruzados.
Suspiro.
- ¿Aún seguís con eso? – murmuro mirando al techo.
- Nunca hemos descartado esa idea. – sentencia Carol desde la puerta.
Vuelvo a suspirar.
- Estoy cansado. – musito con la voz ronca, para después relamer mis resecos labios. – Necesito dormir.
- No es eso lo que necesitas. – responde Denisse. – Eso es lo que tu cuerpo te pide porque no comes ni te mueves de la cama. Y eso ha de cambiar, o si no, podrías caer enfermo.
Otro suspiro agotado más.
Últimamente no hacía más que suspirar.
Las lágrimas llegan a mis ojos.
- ¿Por qué no podéis dejarme en paz de una puta vez? – gruño con dureza.
- ¡Porque no pienso dejarte morir! – exclama Michonne.
- ¡NO ES TU DECISIÓN! – bramo mirando fijamente a la mujer.
- ¡BASTA! – grita Carol desde su posición. – Se acabó, Áyax. No voy a permitir que sigas tratándonos de esa forma. Cada vez que entra alguno de nosotros a esta habitación lo único que se oyen son gritos y malas palabras por tu parte. ¡Solo intentamos ayudarte!
Un nudo se forma en mi garganta.
- ¡NO QUIERO VUESTRA PENA! – rujo cuando quedo semi incorporado en el colchón. - ¡Ni vuestra compasión ni vuestros lamentos!
- ¿¡Entonces qué quieres!? – inquiere Michonne entre lágrimas.
- ¡MORIR! – exclamo cuando las mías empiezan a recorrer mis mejillas. - ¡ELEGÍ NO SEGUIR LUCHANDO Y ES LO QUE ESTOY HACIENDO!
Un escalofriante silencio se apodera de la habitación tras mis palabras.
Y lo único que lo rompen, son mis incesantes sollozos.
Porque otra de las cosas que no dejaba de hacer últimamente, era llorar.
En silencio cuando estaba despierto.
A gritos mientras dormía.
Las pesadillas me acosaban tanto de día como de noche.
- Pues lo lamento. – dice Carol con firmeza. – Porque no pienso dejar que eso ocurra.
Mis rojizos ojos le miran.
Cansado.
Perdido.
- Ni yo tampoco. – añade Michonne. – Y mucho menos todos los que están ahí fuera.
Trago saliva, mientras dos lágrimas más caen.
- Así que ya puedes salir de esa cama y empezar a caminar, o te aseguro que llamaré a Abraham para que te saque a rastras de ella si es necesario. – termina diciendo Carol antes de salir de la habitación cerrando la puerta.
Dejándonos en silencio.
- Ya la has oído. – dice Michonne con una pequeña sonrisa. - ¿Prefieres que te ayude yo antes de que Abraham venga?
Asiento con la cabeza agachada.
- Vamos. – añade Denisse sonriente, extendiendo sus brazos para ayudarme a incorporarme.
Y contraigo mi rostro cuando siento todo mi cuerpo ser acribillado por pequeños pinchazos que punzan mis adormecidos músculos.
Y tiran de mis casi cerradas heridas.
Pero es cuando pongo mis pies descalzos en el suelo, aún sentado en la cama, sintiendo el suelo debajo de mí por primera vez en mucho tiempo, cuando un mareo me atiza.
- Joder, esperad. – musito cerrando mis ojos.
- No, Áyax, no cierres los ojos, mírame. – dice Michonne acunando mi cara entre las palmas de sus manos. Y obedezco a sus palabras. – Eso es.
Y en el momento en el que mis pupilas se centran, todo mi alrededor deja de moverse.
- ¿Mejor? – pregunta Denisse.
Asiento en respuesta.
- Vale, ahora vas a ir levantándote muy despacio ¿De acuerdo? – explica Michonne mientras me sujeta delicadamente de mi brazo derecho, al igual que hace Denisse al pasar un brazo por mi espalda, sujetando mi brazo izquierdo con cuidado, el cual había sido inmovilizado con un cabestrillo que sustituía los aparatosos vendajes, dejando solo estos envolviendo mi hombro. Empiezo a levantarme poco a poco, a pesar de las náuseas que el mareo provoca. Y un agudo dolor comienza a extenderse por mi cadera derecha, sacándome un quejido. – Despacio, Áyax... Eso es. – añade. Y antes de que me dé cuenta, me mantengo erguido sobre mi mismo, con tan solo un pequeño pero soportable dolor aguijoneando mis heridas. Michonne sonríe. - ¿Te das cuenta de que estás de pie?
Una pequeña sonrisa aparece en mis labios, obligándome a asentir tímidamente.
- Eso parece. – susurro.
- Pues ahora toca empezar a caminar. – dice, ganándose una mirada un tanto aterrada por mi parte. – Iremos despacio, si necesitas parar, así lo haremos.
Asiento de nuevo.
Michonne se coloca delante de mi, sujetando mi mano derecha.
Y entonces da un paso hacia atrás, invitándome a que avance un paso hacia ella.
Cojo aire, y lo expulso, como si con ello eliminara todo lo que mi cuerpo lleva cargando durante estas tres semanas.
Y avanzo un paso, sintiendo todos y cada uno de mis músculos estirarse agradecidos, como si estuvieran deseando ser despertados de mi largo descanso.
Era curioso como mi cuerpo pedía una cosa totalmente contraria a lo que mi mente gritaba.
Pero bajo la incrédula mirada de Denisse, avanzo otro paso más.
Y otro.
Y otro.
Michonne sonríe cuando ya son cinco pasos los que doy.
Y suelta mi mano.
- No... - murmuro.
- Áyax, tú puedes. Siempre lo has hecho. – dice interrumpiéndome, sonriente.
- Pero... Duele. – musito apartando la mirada.
Ella vuelve a sonreír.
- El dolor es pasajero ¿Recuerdas?
Mis ojos se alzan hacia los suyos.
Mi espalda topa contra el suelo.
Es la quinta vez que caigo.
- Venga, levanta. – dice una joven Michonne, recogiendo sus cortas rastas en un improvisado moño, dejando la espada de madera en la azulada tarima.
- No puedo Mich, duele. – murmuro frotando mi espalda adolorida por las múltiples caídas.
- La vida siempre duele, pequeño. – añade ella con una sonrisa.
- ¿Y no puedo descansar? – pregunto sentado en el suelo, frunciendo mis labios en un puchero.
- Cuando me pediste que te enseñara... ¿Viniste a descansar o a aprender? – inquiere a la vez que estira sus brazos.
- A aprender... - respondo poniendo los ojos en blanco.
- Pues entonces no hay descanso. – añade riendo, volviendo a coger su espada de prácticas.
- ¡Tengo nueve años! – exclamo.
- Eso no es una excusa. – contesta ella colocándose en su lugar.
- Está bien... Pero me sigue doliendo. – murmuro poniéndome en pie, cogiendo mi pequeña espada de madera.
- El dolor es pasajero. – responde poniéndose en guardia.
Alzo una ceja.
- Pues eso espero. – replico sintiendo el frescor que la goma del tatami desprende contra nuestros pies descalzos cuando me levanto del todo. Mis ojos vuelan hacia el resto de espadas y katanas de prácticas que la mujer almacena en una caja. Y me dirijo hacia ella. – Pero esta vez. – digo cogiendo otra katana más. – Será con dos.
La mujer sonríe con orgullo.
- Está bien. – dice. – A ver de qué eres capaz, Áyax.
- Lo recuerdo. – respondo con una sonrisa cuando el grato momento aparece en mi mente. – El dolor es pasajero. – repito para mi mismo como si fuera un mantra.
Y doy un paso totalmente solo.
Y después de ese, vienen unos cuantos más.
- Lo estás haciendo. – murmura Michonne fascinada.
- Y más rápido de lo que creía. – admite Denisse sorprendida.
Exhalo el aire que contengo en mis pulmones y parpadeo un par de veces intentando disipar las lágrimas que se acumulan en mis ojos.
Sostengo el pomo de la puerta con mi mano derecha y miro a Michonne, quién con sus ojos, me anima a seguir.
Y abro la puerta.
Camino lentamente, esforzándome por no tambalearme, sintiendo la moqueta bajo mis pies.
Y mis ojos se topan con todo un grupo de personas mirándome con la boca abierta.
- Joder, ya me has quitado el placer de poder sacarte de esa habitación tirándote del pelo si era necesario. – dice Abraham sentado en una de las sillas de la enfermería, con una gran sonrisa bajo su frondoso bigote. Veo a Carol sonreír aliviada.
- Sigue soñando, pelirrojo. – murmuro con la voz ronca por el visible esfuerzo que hacía para mantenerme en pie. Y entonces siento como Michonne me agarra del brazo, permitiéndome así descansar un poco.
- Lázaro, levante y anda. – cita Merle abriendo los brazos en mi dirección.
Sacándome una carcajada en el proceso.
- ¿Eso que he oído es una risa? – pregunta Carl con una ceja levemente alzada. Le miro, con una pequeña sonrisa en mis labios.
No había vuelto a hablar con él desde que le eché de la habitación el mismo día que desperté.
Él venía a verme todos los días, se quedaba incontables horas a mi lado.
Me hablaba.
Pero yo no le respondía.
Ni le miraba.
Porque no podía.
Y eso me estaba matando por dentro.
Consumía mi alma, si es que la tenía.
Me reducía a la nada.
Asiento totalmente enmudecido.
Y su alegre sonrisa hace que mi corazón lata desbocado.
Pero un amargo sabor se instala en mi boca, cuando veo la palidez en su rostro, enmarcada por unas grandes y descaradas ojeras.
El azul cielo de sus ojos me recibe apagado, aunque sus facciones digan lo contrario, su cuerpo describía a gritos el calvario que parecía estar pasando.
Ese brillo en sus pupilas, la viveza del color en su iris, ese color que tan atrapado me tiene, parecía haberse esfumado.
Involuntariamente, pongo mi mano derecha en su mejilla, y él da un respingo ante ese acto.
Porque después de cómo le he tratado, era lo que menos se esperaba.
Pero aún así, cierra los ojos ante el contacto de las yemas de mis dedos en su rostro, totalmente complacido.
Pues esta era la primera vez que me sentía en semanas.
- ¿Qué te he hecho? – tartamudeo en un susurro mientras que mis ojos tiemblan llenos de lágrimas una vez más.
Mi egoísmo le estaba matando.
- Estoy bien. – responde con una fingida sonrisa.
- Y una mierda. – contesto, uniendo su frente con la mía. – Lo siento. – murmuro antes de que un sollozo escape de mi garganta. – Lo siento, lo siento, lo siento... - sigo diciendo mientras lloro cada vez más y más desconsoladamente.
- No... Tranquilo. – dice él a la vez que sus mejillas empiezan a bañarse en lágrimas. – Tranquilízate, por favor. – suplica cuando ve que mi llanto empieza a convertirse en un ataque de ansiedad. Otro más. – Tienes que calmarte. – susurra colocando sus manos en mis mejillas, limpiando el rastro de mi tristeza y amargura con sus pulgares.
Entonces tomo su mano.
- Ya no llevas vendaje. – comento entre sollozos, intentando enfocar mi mente en otra cosa. Él sonríe.
- Me curé, gracias a ti. – añade.
Asiento.
Y entonces deposita un cálido beso en mi frente, y yo cierro los ojos, tal y como él ha hecho minutos atrás, absorbiendo todas y cada una de las sensaciones que su contacto me transmite.
- Esto se está poniendo... Privado. – comenta Merle mientras mira hacia otro lado.
- E incómodo. – matiza Abraham mientras asiente lentamente con la cabeza.
Provocándome otra risa.
- Y ya van dos. – comenta Carl en un susurro, mirándome, como alguien que se ha extraviado en un desierto y presencia un hermoso oasis frente a él.
- ¿Nos hemos perdido algo...? – dice Daryl mientras entra por la puerta de la enfermería, seguido de Rick. - ¿Qué... coño? – murmura cuando me ve en pie al lado de Carl. Sus ojos temblorosos me analizan sorprendidos.
- Estás de pie. – afirma Rick con una sonrisa orgullosa.
- ¿Y estás... Estás bien? Les dije que no te presionaran. – dice Daryl entre dientes mirando al resto, acercándose a mi, examinándome alterado con la mirada mientras pone su mano derecha en mi nuca. - ¿Estás bien, Áyax?
Veo a Merle poner los ojos en blanco.
- Oh por Dios Daryl, tu polluelo está perfectamente, nadie le ha hecho nada ¿No le ves? – dice con sarcasmo, provocando algunas risas en los presentes, ganándose una furiosa mirada de este.
Y mis ojos vuelan hacia el vendaje que cubre su antebrazo.
Entonces me doy cuenta, de que no solo había destrozado a Carl.
Si no también a Daryl.
Cojo su mano con brusquedad, clavando mis ojos en su reciente vendaje.
- El que parece no estar bien eres tú. – murmuro, alternando mi mirada del vendaje a él.
Daryl traga saliva.
Y baja la manga de su estropeada camisa, escondiendo los apósitos que cubren sus heridas.
- Esto no es lo que piensas, Áyax. – miente. – Salí con Aaron por lo de mi trabajo y tuvimos un pequeño percance, nada grave, de verdad.
Un tenso silencio inunda la enfermería.
- ¿Tú te crees que yo soy gilipollas? – inquiero observándole. - ¿Es verdad lo que dice? – pregunto a Merle.
Y este desvía la mirada.
Lo sabía.
Daryl había vuelto a autolesionarse.
- ¿En serio, Merle? – dice este. - ¿Siempre tienes esa jodida diarrea verbal y ahora cierras la puta boca?
El mencionado se encoge de hombros.
Aparto la mano de Daryl de la mía.
- ¡Prometiste que no volverías a hacerlo! – exclamo cuando las lágrimas vuelven a caer. - ¿¡Con qué ha sido esta vez!? ¿¡Un cristal!? ¿¡Un cigarrillo!?
Daryl vuelve a tragar saliva, avergonzado.
- No volverá a pasar ¿De acuerdo? – dice apartando la mirada. Un sollozo oprime mi garganta y cubro mis ojos, harto de tanto llorar. Y Daryl me abraza. – No volverá a pasar. – repite en un susurro.
- Dijiste que había sido un accidente. – murmura Carol con los ojos ligeramente llorosos.
Rick tensa la mandíbula, desconocedor del bizarro hobby de Daryl.
- No dejaré que vuelva a pasar, Áyax, te lo prometo. – dice, dedicándole una severa mirada a mi segundo hermano, quien aparta los ojos abrumado ante el hecho de que todos acabaran de descubrir su secreto.
La ansiedad no paraba de crecer en mi, casi asfixiándome.
Me sentía cada vez más hundido.
Más débil.
Más cansado.
Pero mi mente estalla, cuando mis ojos se encuentran con mis katanas abandonadas en una esquina de la habitación.
Esas katanas que nunca podré volver a usar.
Me acerco hacia ellas lentamente cuando me libero del abrazo de Daryl, bajo la atenta mirada del grupo.
Y las sujeto con mi mano derecha, acariciándolas.
Sintiendo el tacto de las fundas en la punta de mis dedos.
Grabándolo en mi memoria.
Me observo en el espejo colgado en la pared a unos metros de mi.
Un angosto vendaje envuelve mi hombro izquierdo, sujetando mi brazo en un cabestrillo.
Otro mis costillas.
Y un tercero, mis caderas.
La imagen que me devuelve el espejo es deplorable.
Y real.
La extrema delgadez se ha apoderado de mi cara y mi cuerpo, dejando paso a un chico escuálido.
A un muerto en vida.
A un caminante.
Ese era mi depresivo estado.
Demacrado.
Delgado.
Débil.
Roto.
Aferrándome a unas katanas que me habían acompañado gran parte de mi vida.
Que me completaban.
Que me hacían sentir yo.
Y de pronto, una lágrima cae de mis ojos hasta ellas, mojándolas.
Y a esa lágrima, la siguen más.
Un tembloroso suspiro sale de entre mis labios.
Y mi corazón se estruja con fuerza, cuando una parte de mi muere con esas katanas.
Esa parte de mi se acababa.
Aquí, y ahora.
Dándole un giro de ciento ochenta grados a mi vida.
Poniéndola patas arriba.
Y de manera involuntaria, las pego a mi pecho.
Abrazándolas con fuerza.
Y con rabia.
- Lo siento. – oigo murmurar a la voz de Michonne a mis espaldas.
Todo había acabado.
Para siempre.
Y un alarido de rabia y dolor sale de mi a la vez que las lanzo contra el espejo frente a mi.
Rompiéndolo en mil pedazos.
Justo como me encontraba yo ahora.
Un desesperante llanto se apodera de mi ser cuando caigo de rodillas ante la impotente verdad que acababa de aplastarme totalmente.
Y es que esas katanas, al igual que yo, ya eran historia.
La noche cae como el peso sobre mis hombros, haciéndome observar los pequeños rayos de luz que emite la luna filtrándose entre las cortinas de la ventana.
Llevaba horas encerrado en la habitación en la que había pasado semanas.
Con la diferencia de que, esta vez, había atrancado la puerta con una silla.
Ya había recibido algunas advertencias por ello, de las que juraban no dejarme morir en paz.
Y no entendía ese deseo de mantenerme con vida, cuando yo ya estaba muerto en ella.
Me habían destrozado.
Una y otra vez.
Como si fuera un maltrecho y desgastado saco de boxeo.
Y, en consecuencia, yo había destrozado a Carl y a Daryl.
Por no hablar de que las vidas del resto giraban en torno a mi.
Haciéndome sentir un niñato egoísta.
No sabía hasta que punto la vida seguiría haciéndome pagar todo aquello que había hecho a lo largo de ella.
Pero ya no podía más.
Llevaba demasiado peso a mis espaldas.
Demasiado sufrimiento.
Demasiada lucha.
Demasiadas caídas.
Demasiados engaños.
Demasiadas muertes.
Abro los ojos ligeramente ante esos hechos.
Quizá merecía todo esto.
Quizá esta era una forma de la vida de decirme que me estuviera quieto, que dejara de hacer daño a todo aquello que me rodeaba.
Porque todos los que considero mi familia merecían vivir en paz.
Pero tres semanas habían pasado, y ninguno de ellos parecía más feliz que antes.
Porque cargaban conmigo, y con las consecuencias de mis actos.
Suspiro y paso la mano por mi pelo.
La mano sana.
Bajo de la cama con hartazgo y pesadumbre, y quito la silla de la puerta.
Y salgo de la asfixiante habitación.
- ¿Qué haces? – dice Denisse observándome estupefacta con un libro entre sus manos.
- Liberarme. – sentencio en un murmullo antes de salir de la enfermería.
Siento el asfalto bajo mis pies descalzos a cada paso corto pero raudo que doy, intentando no caerme en el proceso tan sencillo de caminar.
Hasta que llego a la que es nuestra casa, esa que hacía tiempo que no veía.
Subo a mi habitación sin ser visto, la única de la casa que no se compartía.
Todos dormían con alguien, menos yo. Dada mi condición con la mordedura, no era algo muy fiable. Así que cada noche que dormía aquí, me despedía de todos, y cerraba con pestillo.
Con la esperanza de volver a abrir los ojos con normalidad a la mañana siguiente.
Me siento en la cama y me calzo unas bambas deportivas, para después colocarme una camiseta con sumo cuidado, ocultando los vendajes.
Y las cicatrices de mi espalda.
Me acerco a mi mochila, y en el doble fondo de esta, encuentro aquello que había venido buscando.
Y cuando lo tengo en mi mano, siento una pequeña paz inundarme.
Bajo las escaleras con calma y rodeo la casa hasta el patio trasero.
Donde Merle, Daryl, Michonne, Carol, Rick y Carl estaban sentados alrededor de un pequeño y controlado fuego.
Parecía que cada noche que yo no había estado, se reunían aquí.
Todos se envaran al momento cuando sus ojos captan mi presencia.
- ¿Qué haces aquí? – dice Daryl con una pequeña sonrisa, aliviado por mi posible razonamiento.
- Solo... Quiero deciros algo. – murmuro mirándole a él y a Merle, bajo la atenta e incrédula mirada del resto. – Algo que merecéis saber. – añado cuando me aproximo unos pasos hacia ellos dos.
- Y... ¿Qué es? – pregunta Merle.
Trago saliva.
Y miro lo que sostengo en mi mano derecha.
Para después lanzárselo.
Merle lo atrapa al vuelo mientras se pone en pie.
Y entonces mira el frasco de pastillas entre sus manos.
Y cuando lee el nombre, sus ojos se clavan en los míos.
- Son las pastillas que tomaba papá. – tartamudea.
- ¿Qué? – dice Daryl a la vez que se levanta como un resorte para observar el bote que Merle sostiene.
Ambos me miran.
- Qué... Qué significa esto, Áyax. – inquiere Merle.
- Yo le maté. – sentencio.
Y un silencio se instala en el patio, roto tan solo por el débil crepitar del fuego.
- De qué coño estás hablando. – dice Daryl en un susurro.
Cojo aire.
- Yo maté a papá. – digo mientras suelto el aire que abrasaba mis pulmones.
El silencio vuelve a hacerse, mientras veo como Rick, Carl, Michonne y Carol, abren la boca ligeramente, totalmente estupefactos ante mis palabras.
- Si... Murió de una sobredosis de heroína... Le encontramos... - titubea Merle con la respiración acelerada.
- Lo sé. – le interrumpo. – Y eso es lo que os hice creer.
Daryl me mira perplejo.
- Cómo... Cómo que es lo que nos hiciste creer. – susurra mirándome a través de su flequillo, temblando, rezando porque mis palabras no sean verdad.
Trago saliva con dificultad.
- Un día escapé del orfanato. – empiezo a decir. – Le seguí hasta casa, robé su medicación... Y dejé que todo siguiera su curso. – murmuro intentando resumir la historia sin detalles escabrosos. – Ese es el frasco que le robé. Lo guardo desde entonces, como si fuera mi propio castigo. Como un perpetuo recuerdo... De lo que hice.
Daryl se deja caer sobre su asiento y pasa las manos por su cara con frustración.
Y Merle tensa la mandíbula.
- Dime que sufrió. Y que fue lento. – gruñe observando la medicación en su mano.
Y sus palabras me dejan estático.
Trago saliva.
- Lo fue. – susurro.
Cada palabra parecía ser un puñal clavado en mi.
- Pues es todo lo que necesito saber. – musita Merle aliviado.
Y mi perplejo estado va en aumento.
Observo a Daryl.
- Di algo, por favor. – murmuro en su dirección, con la agonía oprimiendo mi garganta.
Sus ojos se clavan en los míos.
- Lo único que puedo decir es que te envidio. – dice.
- ¿Por qué? – pregunto pasmado ante las reacciones de ambos.
- Porque tú pudiste hacer lo que nosotros no. – sentencia antes de levantarse y encaminarse hacia mi. – Y también lo siento por ello. – añade antes de envolverme en sus brazos.
Alucinado, observo como Merle tira el frasco de pastillas al fuego frente a él.
- Espero que algún día puedas perdonarme por todo lo que te he hecho. – susurra.
Y mientras estoy en los brazos de Daryl, aún absorto por el shock, observo como Carol intenta asumir mis palabras.
Como Michonne tiene los ojos ligeramente abiertos y parece haberse quedado congelada en su sitio.
Como Rick me observa con una extraña mezcla de cierto temor y respeto.
Y como Carl alza la barbilla, mirándome con orgullo.
Una semana.
Eso es lo que había pasado desde mi confesión.
Siete largos y pesados días en los que seguía aquí encerrado.
Por voluntad propia.
Ya no tenía problemas para caminar por mi cuenta. Denisse me había dicho que, si quería, podía volver a mi casa.
Mi casa.
No podía.
Lo intenté.
Pero no podía.
¿Cómo miraría a mis hermanos a la cara después de lo que había hecho?
Les había mentido todos estos años.
Y si les arrebaté la oportunidad de vengarse, es porque no quería que sus conciencias cargaran con ese peso por toda la eternidad.
Porque a diferencia de ellos, yo si lo merecía.
Había pasado prácticamente un mes desde que Nicholas me disparó.
Tres veces.
Aún no había vuelto a ver a ese cabrón.
Y no sabía muy bien cual sería mi reacción si lo hacía.
Un pesado suspiro sale de mi cuando mis ojos se clavan en la pared frente a mi por octava vez en lo que llevo de día.
Ya era tarde, probablemente en poco tiempo empezaría a hacerse de noche.
Carl se había ido hacía unos minutos de la habitación.
Había venido a visitarme, como cada día, pero no había sido capaz de mirarle a los ojos si quiera.
Y así llevábamos una semana desde que le hablé por primera vez en mucho tiempo.
Pero verle así, quemaba la poca alma que me quedaba.
Su estado era mi culpa.
Todo giraba en un tormentoso bucle que nos estaba matando a ambos.
Solo que él fingía estar perfectamente por mi.
Pero la decrepitud en su rostro sombrío decía todo lo contrario.
- Hola. - dice Rick entrando en la habitación, sobresaltándome. Sacándome de mis pensamientos.
Mis ojos vuelan hacia él.
Su aspecto no parecía mucho mejor que el de su hijo.
- Hola. – murmuro antes de carraspear, intentando deshacerme de la sequedad en mi garganta.
- Hoy pareces tener mejor cara. – dice sentándose en el sofá al lado de mi cama, o dejándose caer con pesadez más bien.
Sonrío.
- Muy gracioso. – respondo, provocando que él ría.
- ¿Cómo estás? – pregunta.
- Hace tiempo que dejé de saberlo.
El hombre asiente.
- De acuerdo.
Un tenso silencio se instala en la habitación.
Un silencio que dura varios minutos.
Bufo.
- Qué quieres, Rick.
- Que vuelvas a ser tú. – espeta de la misma manera que le he hablado yo. Miro fijamente la dureza en sus ojos. – Nos estás matando. A todos. – sentencia. – Y lo más importante, a ti mismo.
Suspiro con hartazgo y paso mi mano derecha por mi pelo.
- ¿Es qué no os cansáis de decirme lo que he de hacer y cómo me he de sentir? – inquiero con cansancio. – No te imaginas lo egoístas que estáis siendo.
Los ojos del expolicía me escudriñan con la mirada.
- ¿Seguro que los egoístas somos nosotros?
Me envaro al momento cuando lanza esa pregunta al aire.
- Llevo saliendo de problemas desde que os encontré. – gruño entre dientes. – Y por una vez que decido que no puedo más. Por una maldita vez que permito que un problema me afecte, os quejáis porque no estoy siendo lo suficientemente fuerte. – añado mirándole.
- ¡Nadie te pidió que lo fueras! – sisea. – Tú nos demostraste que eras así. Te dimos la oportunidad de ser un niño normal. ¡De ser tratado como tal! – exclama. Mis ojos le miran incrédulo, jamás le había visto así. – Y no quisiste. – dice. - ¿Y sabes por qué? – añade enarcando una ceja. – Porque tú no eres así.
Un escalofrío me recorre ante la firmeza con la que sostiene sus argumentos.
- Todo era fachada, Rick. – musito en voz baja, apartando mis ojos de los suyos.
Le oigo reír.
- Sabes, me cuesta imaginar que un niño de catorce años que finge ser quién no es, sea capaz de reírse en la cara de un psicópata que pretende cortarle el cuello para después comérselo. – inquiere sin más, como si estuviera hablando del soleado día que ha quedado hoy. – Lo siento mucho, Áyax, pero no me creo que todo lo que hayas hecho desde que te conozco, sea fachada. – dice ganándose mi estupefacta atención. – Lo que sí me creo, es que tú quieras creerte que esa parte de ti es una fachada, para no tener que asumir quién eres realmente.
- Qué quieres decir. – murmuro observándole. La tenue y azulada luz de la luna que ya hacía minutos que se mostraba ante nosotros, recorría su silueta sentada descansando los codos en sus rodillas. Y esa luz... Esa luz hacía que sus ojos cobraran vida.
- Eres quién eres, Áyax. – sentencia. – Puede que antes no fueras quién eres ahora, pero te hicieron cambiar hace muchos años, antes de que todo esto empezara. – explica. Mi cuerpo se tensa ante sus palabras. – No sé por qué, ni tengo por qué saberlo, porque no es de mi incumbencia si tu así lo quieres, simplemente lo sé. – añade. – Pero lo único que importa, es que, gracias a eso, aunque fuera tu mayor pesadilla, estás aquí.
- ¿Pretendes que le dé las gracias a la vida por lo que me pasó? – pregunto con el mayor de los sarcasmos.
- Llámalo como quieras. – dice. – Pero lo único que sé, es que fuera lo que fuera, te hizo cambiar. Y ser quién eres ahora. – añade. – Y no debes avergonzarte de ello. – continúa diciendo. – Tienes una nueva forma de ver la vida, una nueva perspectiva que te la dio un aprendizaje. Tú dices que la vida te ha hecho caer, pero yo no lo creo así. – explica. – Lo que ha hecho es darte una serie de golpes, y lo que tú has hecho, Áyax, es devolverle todos y cada uno de ellos con mayor fuerza. – sentencia. – No sé cómo lo verás tú, pero ¿Yo? – dice. – Yo aún no te he visto caer, y las personas como tú, nunca caen. Siempre ganan.
Un agradable silencio sustituye el extraño ambiente que había adquirido la habitación anteriormente.
- Pero yo no me siento así. – respondo en un susurro, mirando las abandonadas katanas en una esquina de la habitación, las cuales dejé ahí cogiendo polvo después de estamparlas contra el espejo, para poder observarlas como el peor de los castigos. Como la más horrible de las torturas. – Ya no.
Rick vuelve a reír.
- Eres mucho más que dos katanas en tu espalda. – sentencia. – Lo que hay ahí. – dice señalando mi corazón desde su asiento. – Y ahí. – añade esta vez apuntando a mi cabeza. – Es lo que verdaderamente vale oro en una persona, no sus habilidades. – termina diciendo. Mis ojos le observan cada vez más ligeramente abiertos. Jamás había escuchado tantas verdades juntas. – Además, no importa el tipo de arma, te he visto arrancarle de un mordisco medio cuello a un hombre tres veces mayor que tú.
Esta vez soy yo el que ríe.
- Y yo a ti también. – afirmo, viendo como el hombre emite un bufido similar a una risa mientras niega con la cabeza.
- ¿Y dices que tres disparos y una lesión acabarán contigo? – pregunta con sarcasmo. – Lo siento, Áyax, pero permite que no me lo crea. – añade. Tras unos segundos de silencio donde me quedo enfrascado en mis propios pensamientos, el hombre se levanta de su asiento y saca algo de su bolsillo. – Toma, me lo dio Eugene, te pertenece. – dice dejando la pequeña linterna de Carl en mi cama.
Mis ojos se abren de par en par.
- El cumpleaños de Carl. – musito casi sin voz, con una preocupante ansiedad apareciendo en mi pecho.
- Lo sé, es hoy. – añade su padre mirándome con las manos en su cinturón. Mis ojos se abren aún más si cabe, empezándome a sentir como un imbécil por haber sido capaz de pasarlo por alto. – Tranquilo, a él también se le ha olvidado. – dice como si nada.
- ¿Qué? – pregunto asombrado.
Como podía haber sido tan capullo.
- Por eso he venido a verte. – aclara Rick. – Vamos a hacerle una pequeña celebración en casa, Carol y Michonne le han hecho una tarta incluso. – dice. – Así que, si quieres, estás invitado. Podrías darle tu regalo. – sugiere mientras se pone en pie y camina hasta la puerta. – En tu mano está parar esto a tiempo, y hacer que todo vuelva a ser como antes. – susurra abriéndola. – Tú decides.
Y el eco que el portazo genera llega hasta mis oídos, dejándome completamente estático en el sitio, intentando comprender toda la información recibida en los últimos minutos.
Un ligero y creciente calor me hace cobrar vida.
Me hace sentirme pleno.
Me hace sentir yo, de nuevo.
Por primera vez en mucho tiempo.
Mis ojos se iluminan con una gran verdad en la que no había caído en todo este tiempo y era más que evidente.
No estaba solo.
Si algo se habían empeñado en demostrarme, era que no estaba solo.
Quizá me costara tiempo y esfuerzo salir adelante, pero algo en mi interior sabía que, si era con ellos a mi lado, podía llegar a conseguirlo.
Una sonrisa se instala en mis labios.
Una sonrisa de esas que hacía tiempo que no dibujaba en mi rostro.
Y algo.
Algo dentro de mi, cambia.
Y esta vez, para bien.
Me pongo en pie con cuidado y cojo la linterna, observándola, dedicándole una pequeña sonrisa antes de guardarla en el bolsillo de mis pantalones deportivos.
Y salgo de la habitación, una vez más, bajo la sorprendida mirada de Denisse.
- ¿A dónde vas esta vez? – pregunta un tanto temerosa.
Sonrío.
- A retomar mi vida. – sentencio antes de irme, con una última sonrisa de parte de la mujer.
Salgo de la enfermería por segunda vez en mucho tiempo.
La cálida brisa del inicio del verano me da la bienvenida a las poco transitadas calles de Alexandria.
Camino a toda prisa hasta la que es nuestra casa, con la linterna en mi bolsillo y el corazón en un puño.
Hasta que una voz me detiene.
- Mira a quién tenemos aquí. – dice Tyler sentado en las escaleras del porche de la que imagino que será su casa.
Suspiro.
- El superviviente de Alexandria. – añade Ron bajando los escalones, con su secuaz tras de sí.
- Qué queréis. – digo encarando sus estúpidos rostros.
Ron ríe.
- Nada. Es solo que nos parece curioso ver tu cara por aquí de nuevo. – dice mirando a su alrededor. - ¿No estabas deprimido?
- ¿Y tú ya te has curado la nariz? – inquiero. – Veo que sí, aunque te ha quedado un poco torcida. – comento con sarcasmo y una cínica sonrisa.
El muy imbécil mira a Tyler.
Y vuelve a reír.
- Por lo menos yo podré seguir usándola. ¿Puedes decir tú lo mismo de tu brazo? – pregunta alzando una ceja.
Aprieto los dientes.
Y tenso la mandíbula.
- Golpe bajo. – murmuro asintiendo. – Te va el juego sucio. – digo sonriendo. – Qué queréis, tengo prisa. – vuelvo a preguntar.
Y un pequeño escalofrío me recorre cuando veo a Tyler rodearme lentamente, mientras camina, mirando a su alrededor.
Pareciera que no les interesara que nadie los viera.
- Tan sólo queremos avisar a Carl. – dice Ron con naturalidad. – Que le lleves un mensaje.
Mis ojos le observan extrañado.
- ¿Qué mensaje? – inquiero dando un pequeño paso hacia atrás.
Tyler se posiciona detrás de mi.
- Qué con nosotros no se juega. – sisea este en mi oído.
Y cuando quiero darme cuenta, el puño de Ron impacta en mi cara.
Derrumbándome contra el suelo.
Dado mi patético estado, había sido incapaz de aguantar un misero golpe como ese.
Empiezo a toser fruto del impacto de mis costillas en el asfalto, y con la ayuda de mi mano derecha y mis piernas, intento ponerme de pie.
Pero Tyler me propina una patada en el estómago, tumbándome boca arriba en el suelo.
Una fuerte opresión se instala en mi vientre dificultándome la respiración tras el golpe.
Siento la sangre correr desde mi nariz a causa del puñetazo que Ron me ha asestado, inundando mi boca.
- No eres tan fuerte ahora eh... - gruñe Tyler poniéndose sobre mi, para después volver a pegarme, partiéndome una ceja.
Cada vez más y más sangre baja por mi cara.
Y yo me siento prácticamente incapaz de hablar.
De reaccionar.
De pensar.
- Esto es lo que pasa... - gruñe Ron, poniéndose de rodillas en el suelo. - ... Cuando nos haces daño a alguno de los dos. – sisea antes de apretar la herida de mi hombro izquierdo.
El increíble grito que mi garganta profiere ante ese devastador acto es opacado por la mano de su perro secuaz, permitiendo así que los vecinos de Alexandria sigan descansando tranquilos sin que nada los perturbe.
Y entonces, un pequeño pitido.
Uno muy pequeño.
En algún lugar recóndito de mi mente.
Empieza a sonar.
Cada vez más y más fuerte.
Creciendo.
Devorándome.
Consumiéndome.
Y muerdo la mano de Tyler.
Consiguiendo que este la aparte aullando de dolor.
Escupo la sangre que se ha acumulado en mi boca.
No sé si mía o suya.
Pero la escupo.
Haciendo que este limpie su rostro con asco y me dé de regalo otro fuerte puñetazo, que esta vez desgarra mi labio.
- ¡Hijo de perra! – brama Tyler apartándose de mi.
Entonces Ron tira de mi pelo, sacándome un gruñido de dolor, y me levanta, sujetándome de mi brazo derecho.
Inmovilizándome.
Dejándome a merced del otro bastardo.
Lo que este aprovecha para convertirme en su saco de boxeo personal.
Un golpe.
Tras otro.
Tras otro.
Y otro más.
Los golpes caen sobre mi como si de lluvia se tratara, convirtiendo mi cara en nada más que un río de negra y espesa sangre que cae de mi sin cesar.
Y cuando se cansan.
Cuando deciden que ya es suficiente.
Me dejan caer.
El suelo me recibe casi sin fuerzas, como si fuera el más cálido de los abrazos.
Y me dejo atrapar agradecido.
Esos perros cobardes echan a correr dejándome tirado en mitad de la calle, y como un único atisbo de esperanza, la imagen de Carl aparece frente a mis ojos.
Y durante unos segundos, doy gracias a Dios por ser yo el que ha recibido este tormento, y no él.
Aunque eso era lo que ellos querían.
Herir a Carl donde más le dolía.
Y todo porque él le pegó un puñetazo a Ron.
Esos chicos eran unos auténticos lunáticos.
Como puedo, despego mi cara del asfalto, viendo como un hilo de saliva ensangrentada sale de mis labios.
Con las pocas fuerzas que me quedan, me arrastro hasta nuestra casa, aguantando con fuerza las lágrimas que pretenden salir de mi.
Porque estoy harto de llorar.
Y cuando llego al porche de la casa, me pongo en pie con la ayuda de la barandilla, sintiendo un fuerte dolor sacudir mi maltrecho brazo izquierdo.
Y si algo me recordaba esta paliza, era que me he convertido en un inútil.
Una vez en pie, compruebo que mi suerte no me ha abandonado del todo, pues la linterna en mi bolsillo permanece intacta.
Y como puedo, subo los escalones, para después abrir la puerta de la casa.
- ¿¡Qué demonios te ha pasado!? – grita Maggie poniéndose en pie.
Avanzo tambaleándome.
Y una ola de furia e ira, empieza a invadirme poco a poco.
- Ron... Tyler... - rujo cada nombre, con la mirada totalmente perdida.
Un calor sofocante se apodera de mi.
Y ese pitido.
Ese pitido que me caracterizaba.
Ese pitido que me consumía.
Ese pitido que arrasaba cualquier rastro de cordura en mi como la peor de las enfermedades virulentas.
Ese pitido que aseguraba un mal augurio.
Aparece de nuevo.
Provocándome la más mezquina de mis sonrisas.
Joder, como lo había echado de menos.
- Qué... – gruñe Carl mirándome de arriba abajo una y otra vez, con la respiración acelerada.
Crujo mi cuello y estiro mi espalda, sintiendo todos y cada uno de los huesos y músculos de mi cuerpo quejarse adoloridos.
Gemir agradecidos.
Porque los acababa de despertar de su duradero letargo.
- Michonne... – susurro. La mujer observa mi aspecto, horrorizada. Miro hacia otro lado y escupo mi propia sangre, la cual no cesa de llegar a mi boca. Entonces sonrío, mostrando mis ensangrentados dientes. – Entréname. – siseo.
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Camino a zancadas todo lo rápido que la rabia me impulsa.
Con las fuertes pisadas de las botas de mi padre tras de mi, intentando frenarme.
- ¡Carl espera! – grita a tan solo unos metros.
Detengo mis pasos y me giro hacia él.
- No sé qué es lo que tengo que esperar. – siseo mirándole a los ojos fijamente. Su expresión cambia cuando son los míos los que ve.
- Has de calmarte. – dice. Tenso mi mandíbula, incrédulo ante sus palabras.
- Ya son tres personas las que le han hecho daño. – susurro quedando a su altura. – Y no pienso permitir que lleguen a ser cuatro. – sentencio. – Esto se acaba aquí y ahora.
Giro sobre mis talones para reanudar mi camino.
- No. – gruñe deteniéndome cuando me coge del brazo.
- ¡Por qué te interesa tanto que no hagamos nada! – bramo encarándole, quedando ambos rostros a escasos centímetros el uno del otro.
- ¡Escúchame! – exclama. – Se listo. – dice. – Ellos ya han lanzado sus primeros golpes, y lo único que pueden hacer es aguardar una respuesta. ¿No te das cuenta de que tú reacción es justo lo que andaban buscando? – inquiere poniendo una mano en mi hombro, sintiendo como esta se mueve al compás de mi agitada respiración. – Si actúas ahora... Todo se acabó. Nada de pasos en falso, Carl. Piensa.
Trago saliva ante la certeza de sus palabras.
- Pero... Ver cómo le destrozan y no hacer nada... - murmuro. – Me está matando.
Él asiente.
- Lo sé. – dice. – Pero que no hagamos nada ahora, no les mantiene a salvo. – añade. – Créeme que pagarán, Carl. No puedo prometerte muchas cosas en esta vida, pero esta es una de las que sí. – afirma. - Esperaremos todo el tiempo que sea necesario, y será cuando bajen la guardia. Cuando lo crean olvidado... - explica. – Cuando actuemos.
- Está bien. – susurro visiblemente más calmado.
- Eres más inteligente que ellos, demuéstralo. – susurra. – Ya sabes cuál es el plan.
Inhala y exhalo aire un par de veces, para después asentir.
- Destruir Alexandria desde dentro. – sentencio.
Él sonríe orgulloso.
- Exacto. – responde. – Eso es lo que juramos después de lo que Nicholas hizo a Áyax, y así lo haremos. Pero todo plan necesita su tiempo.
Vuelvo a asentir, cada vez más calmado.
- Está bien. – repito. – No te fallaré. – añado. – Ni a Daryl.
Lo cierto es que mi padre nos había atrapado a Daryl y a mi tiempo después de decidir devolverle el golpe a Nicholas, pero lejos de escandalizarse, decidió ayudarnos indirectamente gracias a su puesto de policía de la comunidad, haciendo la vista gorda cuando fuera necesario o proporcionándonos cualquier tipo de ayuda.
Si bien es cierto que en un principio se negó a que yo hiciera tal cosa y se ofreció como voluntario para sustituirme y que yo no cargara con ese peso en mis espaldas, entendió perfectamente que quisiera hacerlo después de prometerle a Áyax que así sería.
Ese plan había sido orquestado por mi, y así seguiría siendo. Yo era la única mano que movía los hilos, y Daryl y mi padre no serían más que piezas que no quería que se vieran involucradas en ello, tal y como yo había decidido por ellos.
Y no les había quedado otra que estar de acuerdo.
- Entonces será mejor que volvamos. – dice. – Denisse se estará encargando de Áyax, una vez más.
Sus ojos me miran cuando ve que no emprendo el camino de vuelta a su lado.
- Aún no, he de hacer algo. – le comunico.
- Qué acabamos de hablar. – dice en un suspiro, poniendo sus manos en sus caderas.
- Lo sé. – contesto. – Tan solo quiero continuar lo que han comenzado. – añado. – Ellos han empezado su juego. – digo. – Ahora es momento de empezar el mío.
Mi padre relame sus labios para terminar asintiendo.
- De acuerdo. – dice. – Pero se prudente. No hagas ninguna locura.
Asiento una vez más antes de iniciar camino hacia la casa de la pieza más débil del tablero.
Tyler.
Camino con sigilo hasta llegar a su hogar y me acerco a la puerta principal.
Estaba abierta.
Sin llave, sin seguro.
Y esto afirmaba lo descuidados y confiados que eran en este sitio.
Y lo sencillo que sería trepar en su pirámide jerárquica.
Subo las escaleras con una calma y frialdad asombrosa, cualquiera que me viera podría pensar que esta se trataba de mi propia casa.
Hasta llegar a la que imagino que será la habitación de ese bastardo.
Y cuando abro la siguiente puerta en mi camino, confirmo que así es.
Cierro tras de mi con cuidado y me acerco a la cama en la que Tyler parecía estar atrapado plácidamente entre los brazos de Morfeo.
Siempre había tenido claro que los psicópatas tenían la conciencia tranquila, pero esto era otro nivel.
La cara de paz y calma en ese desgraciado era tanta, que parecía un ser de luz si no le conocieras.
Pero yo le conocía.
Y podía apagar esa luz con tan solo el chasquear de mis dedos.
Para convertirla en la mayor de sus torturas.
De sus pesadillas.
Para que deseara estar muerto antes casi de poder asimilar lo que se le podía venir encima.
Me siento delicadamente en la mullida cama, a su lado.
Y Tyler despierta sobresaltado.
Me equivocaba, alguien parecía estar un tanto intranquilo.
Sus ojos me observan en milésimas de segundo, lo suficiente.
- Emite cualquier sonido, y estás muerto. – sentencio con una sonrisa apuntándole con el revólver corto calibre veintidós que mi padre me había facilitado de la armería.
A eso me refería con que mi padre podía sernos de ayuda.
- Qué... Qué coño haces aquí... - susurra. – Cómo has entrado...
Pongo el dedo índice en mis labios, indicándole que guarde silencio.
- No te robaré mucho tiempo, por todos es sabido que es bueno dormir ocho horas diarias. – comento con una cínica sonrisa. – Verás, Tyler... - empiezo a decir. – Ron y tú habéis cometido un gran error. No tienes idea de cuán grande es ese error. De hecho, habéis cometido varios.
- Tío... No... No sé de qué me hablas. – tartamudea aferrándose ridículamente a su sábana. Coloco el cañón del arma en sus labios para que guarde silencio tal y como le había dicho, pero no parecía querer hacerme caso.
- El primer error ha sido tomarme por imbécil. – explico cruzando la pierna derecha sobre la izquierda con total naturalidad, como si no tuviera un arma apuntando a un chico. - ¿Creías que no me daría cuenta? Ron vio peligrar su puesto de gallo en el gallinero en el momento en el que Áyax y yo aparecimos en Alexandria. Y se aprovechó de tu lealtad de buen perro secuaz que eres. – añado, apretando el cañón en sus labios, bajo su atenta y atemorizada mirada. – Y tú, Tyler, no dudaste un segundo en ejecutar todo lo que él ordenara. Y yo me pregunto... ¿Por qué? – sonrío. – Entonces, una parte de mi se vio reflejada en ti. Porque yo tampoco dudaría en hacer algo que Áyax me ordenara, y más a mi favor si ese algo era acabar con la posible competencia que pueda acaparar su atención. No somos tan diferentes ¿Sabes? – aclaro. – Lo único que nos diferencia... - digo. – Es que yo sí que acabaría el trabajo. – siseo en su oído apretando aún más el cañón, impidiéndole hablar.
- Oye... Te estás equivocando... - dice como puede, alejándose ligeramente de mi.
- Te he dicho que habéis cometido el error de tomarme por imbécil. – reitero. – No sigas haciéndolo, por favor, me ofende. – añado con fingido dolor. Era casi divertido ver el miedo en los ojos del chico. – Tus sentimientos por Ron no te dejan ver lo evidente, y es que nunca podrás conseguir nada. Siempre te usará, pero nunca te querrá como deseas.
- ¡Cállate! – exclama el chico en un susurro.
Sonrío.
- Lo sabía. – sentencio. – Áyax no iba tan mal encaminado.
- No... Tú no sabes nada... - dice.
- Entonces... ¿Si mato a Ron primero no pasa nada? – inquiero alzando una ceja.
- ¡No! – vuelve a exclamar en voz baja.
Bufo con hastío.
- Grita otra vez y acabaré con tus padres antes de que siquiera puedas parpadear. – gruño poniendo el cañón de la pistola en su sien. Suspiro intentando relajarme de nuevo. – En el fondo te estoy haciendo un favor. – digo. – Intento hacer que abras los ojos.
- ¿Cómo... Cómo...? – balbucea una y otra vez perdido, alternando sus ojos en el arma y después en mi.
- ¿Qué cómo lo he sabido? – pregunto. El inútil asiente. – Enid. – musito. Y justo en ese instante, puedo ver su cuerpo congelarse. - Ya llevas algún crimen a tus espaldas ¿Verdad?
- No... - susurra Tyler, cada vez más asustado.
- La mataste. – afirmo mientras asiento ligeramente con la cabeza. - Una chica que sabía cómo entrar y salir de la comunidad sin problema y que llevaba fuera desde que todo empezó... ¿No iba a saber deshacerse de unos pocos caminantes? – inquiero con escepticismo. – A los habitantes de Alexandria se la jugaste, pero a mi no. – añado. – Te deshiciste de Enid en el momento en el que te diste cuenta de que Ron puso sus ojos en ella, y no podías tolerar eso ¿No es así? Con Mickey lo intentaste, pero a él si le tienes amenazado, por eso nos advirtió en cuanto pudo. – termino diciendo. – Eres un jodido psicópata. – sentencio.
- Y qué... Qué coño quieres. – sisea con las lágrimas recorriendo sus mejillas, sabiéndose descubierto.
- Cometisteis tres errores. – vuelvo a decir. – El primero tomarme por imbécil. – repito. – El segundo subestimarme. Porque no tienes ni idea de a quién le has ido a tocar las narices. – digo. – Y el tercer y peor de todos. – añado. – Hacer daño a Áyax. – veo al chico tragar saliva. – Esto es muy sencillo, Tyler. Si le volvéis a hacer daño, mataré primero a tu padre, después a tu madre y, por último, cuando ya no te quede nada ni nadie, me cargaré a Ron. Y tú lo verás todo. – sentencio. - ¿Te ha quedado claro?
- ¿Me estás amenazando? – pregunta con un intento de dureza que para nada le convenía en este instante.
Sonrío ante su patético carácter.
- No. – digo. – Te estoy informando de lo que puede suceder si no obedeces. Y los dos sabemos que te gusta obedecer.
Su cuerpo se envara al momento con la intención de levantarse a por mi.
Pero entonces, con mi mano izquierda le cojo del cuello y lo estampo en la cama.
- Suéltame... - susurra casi sin aire.
- Estás colmando mi paciencia y eso no juega a tu favor. – digo acercando mi cara a la suya, encañonando su barbilla. – Es muy sencillo, pero no me importa volver a repetirlo. Procurad no volver a acercaros a mi familia, a nadie de mi grupo, pero en especial a Áyax. – añado. – Si volvéis a hacerle daño, si le ponéis una mano encima, si le miráis, si tan siquiera respiráis en su misma dirección, me encargaré personalmente de convertir vuestras vidas en un infierno. ¿Lo has entendido? – murmuro alzando las cejas con una amable y escalofriante sonrisa. – Una sola norma te mantendrá con vida. – aclaro. – No. Le. Toques.
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Una gota de ardiente sudor cae por mi sien.
El sol golpeaba con toda su fuerza sobre la comunidad.
Sin duda, habíamos elegido un mal día para empezar a entrenarme de nuevo.
El verano se abría paso entre las calles de Alexandria y eso empezaba a pasarnos factura a todos y cada uno de nosotros.
Seco las gotas que recorren mi frente con el vendaje de mi antebrazo que escondía las cicatrices de mi inmunidad, mientras espero en el porche de la casa contigua a la nuestra a que Abraham salga de ella.
Y es que tanto Michonne como él, se iban a encargar de volver a recuperarme.
Michonne se ocuparía de lo que siempre me había enseñado, la defensa personal y el manejo de las espadas.
Aunque en este caso y por desgracia, sería solo la defensa personal, y también de la rehabilitación de mi brazo junto con Denisse.
Abraham, por otra parte, se encargaría de mi más a un nivel físico, es decir, a ponerme en forma. Y dada su experiencia militar, me pareció la opción más correcta.
Mientras tanto y por mi cuenta, sin que nadie lo supiera, me pasaba la mitad de las noches leyendo los libros de medicina que Denisse me dejó en su momento.
Así que básicamente, este era para mi el inicio de algo nuevo.
De poder convertirme en una versión mejorada de mi mismo.
- ¿Nervioso? – inquiere Carl apareciendo en el porche de nuestra casa, bajando las escaleras de este.
- No. – miento. Sus ojos me analizan. Y sonrío. – Bueno, no mucho. – aclaro, sacándole una sonrisa.
Una angelical sonrisa que consigue hacerme temblar.
- Sabes que, si no estás bien del todo, esto puede esperar unos días más ¿Verdad? – dice alzando mi barbilla con el dorso de su dedo índice, examinando las pequeñas cicatrices de las heridas de mi rostro. Provocándome un pequeño escalofrío.
Esta vez soy yo el que sonríe.
- Llevo dos semanas esperando a estar recuperado desde lo de esos dos capullos. – contesto. – Denisse dice que no hay problema si no...
- ... Si no es un ejercicio excesivo, lo sé. – dice interrumpiéndome. – Me alegra ver que optaste por la opción correcta.
Vuelvo a sonreír.
- Alguien me dijo una vez que tenía que luchar ¿No? – digo, repitiendo las palabras que él me dedico cuando más hundido estaba.
Carl ríe.
- Alguien muy sabio, sin duda. – aclara con egocentrismo, sacándome una carcajada.
- Niñato... - murmuro negando con la cabeza.
- Vale, chaval, prepárate para una buena sesión de ejercicio. – dice el pelirrojo saliendo de la casa frente a nosotros.
- Joder, Abraham, que mal ha sonado eso. – digo con una sonrisa, consiguiendo una carcajada de Carl.
Y una risa por parte del hombre.
- Más quisieras, muchacho. – dice con una sonrisa de suficiencia. - ¿Vamos?
- Dame un minuto. – pido antes de girarme hacia Carl. El chico me mira. - ¿Nos vemos esta noche?
- Como todas. – añade con una sonrisa.
Y es que, si la mitad de las noches me la pasaba con los libros de Denisse, la otra mitad me la pasaba leyendo cómics junto a Carl hasta que a ambos nos entraba el sueño y yo me marchaba a mi habitación para que pudiéramos dormir.
Era una bonita costumbre que habíamos adquirido después de que le regalara la linterna por su cumpleaños, a pesar de tener la cara hecha un cuadro de sangre, puntos, y cicatrices.
La ilusión y alegría bañando su rostro atormentado por primera vez en mucho tiempo, fue el más bonito de los detalles que la vida haya podido tener conmigo.
Y es que sabía lo mucho que echaba de menos que leyéramos juntos como en la prisión, y en el fondo sabía que leer era una excusa, lo único que buscábamos ambos de esos momentos, eran la presencia del otro a nuestro lado.
Ya fuera para contarnos idioteces.
O cómo nos había ido el día.
O incluso para estar en silencio.
Lo que más nos complacía, era sentir el calor reconfortante de la otra persona a nuestra vera, ya que, por culpa de mi estado en el último mes, nos habíamos privado de aquella que parece ser nuestra droga personalizada.
El amor y la compañía mutua.
Nos habíamos distanciado, cosa que nunca antes habíamos vivido, y aunque ahora podía volver la situación a como siempre había estado, quería hacer las cosas bien.
Quería mejorar tanto exterior como interiormente, y si tenía esa oportunidad de empezar bien las cosas, no pensaba desaprovecharla.
Así que, por eso, ambos empezábamos a ir paso a paso de nuevo, aunque internamente, me muriera de ganas de darle si quiera un beso.
Pero ambos necesitábamos este comienzo para purgarnos de todo lo que llevábamos cargando mes y medio atrás.
Y que pudiera mirarle a los ojos sin echarme a llorar era un gran avance.
- Nos vemos en un rato. – digo guiñándole un ojo.
- Te estaré esperando aquí. – añade él con una sincera sonrisa.
- Oh por Dios voy a vomitar. – oigo murmurar a Abraham, mirando al cielo, como si pidiera ayuda a una fuerza superior para acabar con nuestra cursilería.
Sacándome unas risas.
- Ya soy todo tuyo, pelirrojo. – digo, abriéndome de brazos.
Bueno, de brazo, más bien.
Ya que el izquierdo seguía pegado a mi cual sanguijuela inútil.
- ¿Puedo unirme? – pregunta Michonne a mis espaldas.
Alzo las cejas.
- ¿No se suponía que hoy empezaría con él? – inquiero sorprendido.
- Y así es. – responde ella. – Tan solo estoy aquí para comprobar en que forma física te encuentras. Una vez acabes tu entrenamiento con él, decidiré cuando podemos empezar nuestras clases.
Suspiro.
Eso sonaba a cansancio.
- Me parece bien. – admito en señal de rendición.
- De acuerdo, empecemos entonces. – dice Abraham con una pequeña sonrisa en sus labios.
Seis minutos.
Seis minutos era lo que llevaba corriendo.
Y ya no podía más.
- Vale... Vale, Abraham... - digo jadeando. – No puedo más... - suspiro ahogadamente cuando reduzco mi velocidad y dejo de correr para empezar a andar.
El hombre para a mi lado con una ceja alzada.
- Tan solo hemos dado dos vueltas a Alexandria. – comenta jadeando ligeramente.
- Ya, pues algo me dice... Que o paro ahora... O moriré en los próximos minutos... - añado descansando mi mano derecha en mi rodilla, inclinándome para recuperar el aliento.
- ¡Acabamos de empezar! Y ni siquiera íbamos deprisa. – exclama sonriendo, incrédulo de que este sea mi aguante.
- Estoy tan sorprendido como tú... - admito. Y era cierto. Lo que significaba, que no estaba en muy buena forma.
Y es que un mes y medio sin hacer deporte y casi sin comer, pasaban factura.
- Esto no es muy buena señal... - murmura Michonne al pie de las escaleras de nuestra casa, a unos metros de nosotros.
- Lo sé. – musito para mi mismo.
Una semana.
Era justo lo que había pasado.
Y diez minutos.
Diez minutos era lo que había conseguido aguantar corriendo, sin morir ahogado, tras entrenar cada día de esta semana con Abraham.
- ¡Vas a llegar a los diez Áyax! ¡Vas bien! – oigo gritar a Michonne desde el porche de la casa, con Daryl a su lado.
Reduzco mi velocidad cuando empiezo a no poder más, poco a poco hasta empezar a andar.
- Estás adquiriendo un buen ritmo, chico. – dice Abraham frenando a mi lado, secando el sudor de su frente con la toalla que tiene en la barandilla, extendiendo la mía. – Michonne ¿Qué te parece si empezamos con las flexiones y los abdominales?
El temor me recorre cuando caigo en la cuenta de que voy a tener que hacerlo con un solo brazo.
- No... - jadeo, intentando recuperar el ritmo natural del latido de mi corazón. – No lo veo...
- Puede que aún sea pronto... - dice la mujer. – Además, hoy empezamos la rehabilitación, no interesa que sus músculos estén tensos.
¿Qué?
- Pues acaban de tensarse al oír eso. – murmuro con la mirada perdida, imaginando el increíble dolor que eso va a provocarme.
- ¡Vale, no! ¡Espera! – exclamo apartando mi brazo izquierdo de las manos de Denisse. – No te imaginas lo que duele eso que acabas de hacerme.
La mujer suspira.
- Lo sé. – dice recolocándose sus gafas sobre el puente de su nariz. – Pero el dolor lo vas a sentir durante toda la rehabilitación. Y si mengua, significará algo.
Resoplo con cansancio.
- Vamos, Áyax. Sé que puedes. – me anima Carl frotando mi hombro.
- Está bien. – digo resignado. Cojo aire para después soltarlo intentando relajarme en el proceso, y empiezo de nuevo el ejercicio, que consistía simplemente en estirar el brazo hacia el lado hasta donde pudiera, e insistir progresivamente, para intentar recuperar algo de movilidad. Tras unas cuantas rondas de ese mismo ejercicio, seco el incesante sudor que cae por mi frente, provocado por el dolor. – No puedo más. – admito, secando rápidamente una lagrima que intenta escapar de mis ojos.
- Aunque no lo creas, vas bien Áyax. – dice Denisse con una sonrisa.
Consiguiendo que tanto Michonne como Carl sonrían también.
Y eso, involuntariamente, logra que algo de felicidad llene mi corazón.
Podía con esto.
Lo sabía.
Todo en Alexandria parecía tranquilo.
Excepto en el patio trasero de nuestra casa.
- ¡Vamos Áyax! – brama Merle sentado en un banco de madera, con Daryl a su lado.
- ¿¡En serio vas a flaquear ahora!? – exclama Abraham arrodillado frente a mi.
Bufo.
- ¡No puedo, joder! – grito cuando intento sostenerme sobre mi brazo derecho y mis piernas, intentando conseguir una misera flexión.
Mi pecho toca el suelo cuando mi brazo no aguanta más y cede ante la presión, haciéndome sentir como mi pulso late con fiereza en mis venas.
- Dale un poco de tregua, esto no es el ejército. – dice Daryl con normalidad y una pequeña sonrisa. – Lleva casi un mes recuperándose y no parece ir en mal camino.
- Por eso me da rabia que ahora no sea capaz de conseguir hacer una flexión cuando ya puede aguantar casi media hora corriendo. – admite Abraham.
- ¡Esto es una mierda! – bufo sentándome en el suelo.
- Áyax... - murmura Michonne intentando corregir mi malhablado vocabulario.
- ¿Qué? – inquiero como si nada. – Me refería al cabestrillo. Me limita los movimientos. Además de que me da calor si hago ejercicio.
Abraham asiente, cavilando algo en su cabeza.
Hasta que se pone en pie.
- Eso tiene fácil solución. – dice mientras empieza a quitarse el cinturón de sus pantalones.
Le miro curioso desde el suelo.
- Abraham, creo que te has confundido conmigo. Sabes que me gusta Carl ¿No? – digo con sarcasmo.
Oigo a Merle escupir la cerveza que bebía de su botellín, intentando no ahogarse en mitad del ataque de risa, con Daryl palmeando su espalda con la intención de que su hermano mayor no muera ahogado por mi gilipollez.
Veo a Carl estampar su mano derecha contra su cara, ocultando una gran sonrisa.
Y escucho a Michonne estallar a carcajadas descaradamente.
- No seas idiota. – dice Abraham. Empieza a quitarme el cabestrillo una vez estoy en pie, y yo le ayudo para poder deshacerme de él más rápido. El hombre deja a un lado ese armatoste y estira mi brazo hasta dejarlo completamente recto al lado de mi cuerpo, es decir, la que sería su posición normal. Entonces lo mueve suavemente hacia atrás, doblándolo ligeramente, para después pasar su cinturón por mi cintura, atrapando el brazo, e inmovilizándolo con cuidado a mi espalda. - ¿Mejor? – pregunta.
Una pequeña alegría me recorre cuando me veo liberado de esa condena, permitiéndome más libertad al moverme.
- Mucho mejor. – confieso tras suspirar con alivio. – Hacía tiempo que no me sentía así.
- Eso es bueno. – dice Daryl observándome con una sonrisa.
- Lo es. – admito. – Como me recupere, no os vais a librar de mi. – digo asintiendo con una gran sonrisa.
- Una lástima. – suspira Merle antes de dar un trago de su bebida, sonriendo.
Provocándome a mi el mismo gesto.
- Te veo contento. – apunta Rick tras de mi, apoyado en la barandilla de la salida que daba al patio. Asiento con una sonrisa y él niega con la cabeza. – Cubriré tu turno de hoy, Michonne. – informa el hombre con amabilidad.
- ¡Gracias! – exclama la mujer con sinceridad desde la otra esquina del patio.
Y me giro para mirar a Rick con una ceja alzada.
Y una ladeada sonrisa.
Él hombre me mira enarcando él una de sus cejas.
- No me gusta verte tan contento. – comenta a modo de broma, desviando el tema que ni si quiera me había dado tiempo a iniciar.
Río.
Desde luego, estaba empezando a ser yo.
- Aquí tienes, Denisse. – digo extendiéndole los tres libros que me había dejado esta vez.
La mujer me mira asombrada.
- ¿Ya te los has leído? – pregunta con la boca ligeramente abierta.
- Ah... Si. – admito con cierta vergüenza mientras juego ligeramente nervioso con la pulsera que Carl me regaló y que llevaba en mi brazo izquierdo, el cual seguía teniendo en el cabestrillo a pesar de que ya hubieran pasado tres meses desde que Nicholas me disparó.
Para mi era más sencillo llevarlo en un cabestrillo cuando hacía vida normal y cuando corría, me era mucho más cómodo. Y ese invento que Abraham hizo de ponerme su cinturón, lo usaba tan solo cuando entrenaba con él.
- Vaya, sí que te lo has tomado en serio. – dice la mujer un tanto orgullosa.
- Es que me parece increíble la cantidad de cosas que desconocemos del cuerpo ¿Sabes? – empiezo a decir con un tanto de fascinación. – Esos libros son una fuente de conocimiento a la que nunca había podido acceder y ahora... - murmuro. – No sé, son muy interesantes. – reconozco, sintiendo como mis mejillas empiezan a enrojecerse ligeramente.
- ¿Por eso te interesa la medicina? – pregunta la mujer.
Y rápidamente pongo un dedo sobre mis labios, indicándole a la mujer que baje la voz.
- Si, bueno, no solo eso. – susurro.
La mujer ríe y me mira extrañada.
- ¿Por qué no quieres que nadie se entere de que te gusta la medicina? – inquiere con una sonrisa mientras deja los libros en sus correspondientes estantes.
- Porque, bueno... - murmuro mientras le sigo. – Si tú ves a alguien como yo... ¿Creerías que le apasiona la medicina?
Denisse ríe otra vez.
- Áyax, no te avergüences de quién eres. – dice sin más. Y extrañamente, sus palabras, me recuerdan a las que hace unos meses Rick me dedicó, ayudándome a salir del agujero en el que estaba sumido. – Si te gusta algo, adelante. Ve a por ello, sin más. Este no es mundo para perder el tiempo.
Sonrío.
- ¿Lo dices porque Tara te ha pedido salir? – pregunto con ladeada y pícara sonrisa, consiguiendo que esta vez, quien se sonroje sea la mujer y no yo.
- ¿No tenemos que empezar un ejercicio nuevo en la rehabilitación? – dice ella como si nada.
- Eres mala. – digo entrecerrando los ojos, sabiendo el nuevo flujo de dolor que se me avecinaba. Mis ojos pasean por las estanterías de libros que Denisse posee en la enfermería mientras la mujer se sienta en la silla donde se encuentra habitualmente, con una mesa y otra silla frente a ella, para preparar todo lo necesario para la rehabilitación. - ¿Y este libro? – digo mientras lo señalo.
- Oh, ese. – dice mirando cómo lo saco y le echo un vistazo. – Es de cirugía. Habla de la sutura de venas, arterias, tendones, músculos... Todo lo que sea la sutura de partes internas del cuerpo y no en heridas superficiales. – explica la mujer mientras observo los dibujos. Entonces uno de ellos llama mi atención. Un dibujo en el que se mostraba todos y cada uno de los pequeños músculos que envolvían los ojos. – Fue uno de mis libros de la universidad. Quizá sea un poco avanzado para ti, pero si quieres llevártelo puedes, te explicaré aquello que no entiendas.
- Me parece bien. – respondo sonriente, pasando las yemas de mis dedos por la ilustración del globo ocular humano.
- Pero ahora tenemos que hacer la rehabilitación. – recuerda la mujer, indicando que deje el libro y tome asiento. Lo cual no dudo en hacer. – Antes no has respondido a mi pregunta. – dice.
La miro extrañado.
- ¿Qué pregunta? – inquiero.
Ella me observa.
- ¿Por qué te interesa la medicina? – vuelve a decir con verdadera curiosidad.
Suspiro.
- Porque... - murmuro. – Mientras no sepa cómo puedo ayudar con mi sangre, o con lo que sea que me hace inmune. – aclaro. – Lo haré con lo que aprenda.
Y esa... Esa era una idea que se había anclado en mi cabeza hace ya mucho tiempo.
Mi espalda toca el suelo del patio por sexta vez en toda la mañana.
- ¡Otra vez! – exijo jadeante desde el suelo.
- ¿No te cansas de perder? – pregunta Michonne extendiéndome su brazo izquierdo para ayudarme a levantarme. – Deberías darte un respiro, o mañana querrás llorar de dolor. – añade antes de dar un trago de agua a su botella, para ayudarse a sí misma a recuperar el aliento.
- El dolor es pasajero ¿No? – digo yo poniéndome en pie, agarrándome del brazo que me ha ofrecido.
- Sabes lo de acuerdo que estoy con esa frase, pero llevas siete meses machacándote. – dice. – Y tan solo llevamos casi dos haciendo clase tres veces por semana.
- Lo sé. – admito jadeando, secando el sudor que cae de mi frente con una toalla. – Pero cada vez que hago ejercicio, me siento mejor. – confieso. – Más capaz. Más imparable. – digo. – Y hacía meses que no me sentía así.
- Más de medio año, concretamente. – dice Carl observándonos desde el banco del patio con un cómic entre sus manos.
- Exacto. – digo yo. – Y no pienso parar ahora. – añado, sacándome la camiseta de manga corta como puedo, a pesar de la fría brisa que a veces empezaba a levantarse por culpa del invierno.
- Vas a resfriarte. – me regaña Michonne poniéndose en su posición de nuevo.
- ¡Me recuperaré! – comento con sarcasmo.
Y a lo lejos, mis ojos captan sin querer a Carl echando un rápido vistazo a mi torso desnudo, y cuando se sabe descubierto, vuelve rápidamente sus ojos a la historieta que era más que evidente que no le prestaba atención alguna.
Una ladeada sonrisa aparece en mis labios de manera involuntaria.
Al igual que en los de Carl.
Ahora entendía porque venía a mis entrenamientos.
La luna me saluda desde el punto más alto del cielo oscuro.
Me estremezco ligeramente por el tenue frío que recorre el ambiente y me coloco la capucha de mi sudadera, encima del gorro de lana que cubre mi pelo, con mi mano izquierda.
Si, la izquierda.
Y es que en estos diez meses que habían pasado, mi progreso había sido tal, que ya era capaz de mover un poco más el brazo y todas las articulaciones que eso conlleva, así que había dejado de usar el cabestrillo.
Si bien no había recuperado toda la movilidad, sí que había adquirido una pequeña parte de esta.
O lo que Denisse dice, un veinte por ciento del ochenta que perdí.
Es decir, que aún me quedaba un sesenta por cierto que me impedía y limitaba en ciertos aspectos, pero siendo sinceros, no podía quejarme.
Al fin y al cabo, esto había sido fruto de un arduo y duro trabajo que había llevado a cabo con la ayuda y apoyo de todos aquellos que consideraba mi familia.
Y es en los últimos minutos del día en el que cumplía quince primaveras, en los que mentalmente repaso todo el largo proceso que hemos pasado para llegar donde estamos.
Extrañamente, ni Ron ni Tyler volvieron a mirarme a la cara desde lo que hicieron, sin razón aparente, y por muy sorprendente que parezca, aún no había cruzado palabras con Nicholas desde que me disparó.
Y sinceramente, así lo prefería.
Porque no estaba muy seguro de lo que podía pasar si hablaba con él.
Le había visto un par de veces, pero se las apañaba para escabullirse y hacer como si se lo hubiera tragado la tierra.
De todas formas, no solía calentarme la cabeza demasiado con ello.
Lo único que a veces seguía atormentándome por las noches, logrando despertarme entre temblores y sudor, era el recuerdo del desfigurado rostro de Noah.
Y por muchos meses que pasaran, no estaba cien por cien seguro de que esa imagen alguna vez lograra desaparecer de mi memoria.
Porque cada día, parecía recordarla más y más nítida.
Me estremezco en el tejado en el que me encuentro, abrazándome ligeramente a mi mismo cuando el eco de los alaridos del chico llega a mis oídos como si le tuviera a mi lado. Sintiendo su agarre en mi sudadera, y su fuerza, aferrándose a mi con desesperación, intentando salvar su vida de una muerte más que inminente.
Sacudo mi cabeza de un lado a otro como si así pudiera expulsar esas vividas imágenes de mi mente.
Y un sonido a mi lado izquierdo me sobresalta.
- Aquí estás. – dice Merle con una pequeña sonrisa, caminando con cuidado hasta llegar a mi, para después sentarse a mi lado. - ¿Qué haces? – pregunta mientras sube hasta el final la cremallera de su chaqueta.
Paralelamente, esto me recuerda a la conversación que hace mucho tiempo tuve con Abraham.
Sonrío.
- Nada. – respondo, evitando adentrarle en mi enredo mental que era más que evidente que solo yo podía entender. – Me apetecía pasar aquí los últimos minutos de mi cumpleaños.
- Vaya. – dice. – Y lo he estropeado ¿No?
Río.
- No, Merle. – digo. – Diría que incluso lo has mejorado.
El hombre sonríe.
Lo cierto era que no había vivido muchos momentos a solas con Merle a lo largo de mi vida.
Y siendo sincero, me apetecía vivir un pequeño momento especial como este junto a él.
- Pues te alegrará saber que está a punto de mejorar. – añade mientras saca de su chaqueta dos latas de cerveza.
Y vuelvo a reír.
- Creo que es la primera vez que me regalas algo en un cumpleaños. – reconozco, sacándole un par de risas mientras me extiende una.
- Por ti. – dice alzando la lata una vez la ha abierto. – Porque cumplas muchos más.
Una sincera sonrisa nace en mis labios.
- Por nosotros. – corrijo chocando mi lata con la suya. – Y porque tú los veas, Merle.
- Que así sea. – dice con una pizca de felicidad brillando en sus ojos.
Después de dar un trago de nuestras respectivas latas, saco del bolsillo de mi pantalón la maltrecha caja de cigarrillos junto con el mechero, aquel que obtuve cuando viví esa charla con Abraham similar al momento que ahora estaba viviendo.
- ¿Quieres? – digo como puedo con el cigarro entre mis labios, ofreciéndole.
- ¿Estás seguro de que la mamá gallina no está cerca? – pregunta.
Y la forma en la que se refiere a Daryl hace que estalle a carcajadas.
- Creo que él ya sabe que eso es una batalla perdida. – admito entre risas antes de encenderme el cigarro y pasarle el mechero.
Merle ríe a mi lado.
- Veo que te quedaste con lo del cigarro boca arriba. – dice señalando el cigarrillo al que se refiere, el único que estaba del revés.
Asiento.
- Todo lo que aprendí de ti es malo. – añado con una ladeada sonrisa antes de darle una calada al cigarro entre mis dedos.
Y vuelve a reír.
- Desde luego que sí. – dice. – Creo que no deberías fumar, no te di mi sangre para que la desaproveches.
Le miro con una sonrisa.
- ¿Cómo sabías mi grupo sanguíneo? – inquiero con curiosidad exhalando el humo del cigarro, que tarda unos segundos en desvanecerse delante de nosotros.
Merle me mira alzando una ceja.
- ¿Por qué soy tu hermano quizá? – responde sin más. – Sé todo de ti.
Bufo.
- Estás de coña. – murmuro.
Merle sonríe y asiente.
- Te llamas Áyax porque a nuestra madre le gustaba todo ese rollo de la mitología griega. – empieza a decir tras darle una calada a su cigarro. – Naciste el veintitrés de Abril de mil novecientos noventa y nueve, recuerdo que era una tarde muy lluviosa. – comenta con una sonrisa en sus labios. Miraba hacia el horizonte como si visualizara la escena frente a él. – Daryl tenía veinte años cuando naciste, y yo veintitrés. – añade. – Tu color favorito siempre fue el negro. Te encantaban las películas de miedo a pesar de que te pasaras toda la noche sin dormir después de ver una, tu favorita era "Pesadilla en Elm Street".
Río.
Y parpadeo un par de veces, rezando por que las lágrimas no salgan.
- Y lo sigue siendo. – digo entre risas.
- Y todo porque salía Johnny Depp... – dice alzando las cejas. – Vimos esa película cientos de veces.
Y por mi parte, las carcajadas no tardan en aparecer.
- Creo que eso ya os tuvo que dar algunas pistas. – comento antes de beber de mi cerveza.
- Y que dijeras que te gustaba el hijo de los Patterson también. – murmura.
Y entonces escupo la cerveza que estaba a punto de deslizarse por mi garganta.
- Es la segunda vez que haces que me atragante. – digo entre toses mientras golpeo mi pecho en busca de aire. – No puedo creer que dijera eso en voz alta. – susurro tapando mis ojos con vergüenza.
Y Merle ríe.
- Siempre fuiste demasiado despierto en ese aspecto. – añade.
- Dios, no me puedo creer que esté hablando de esto contigo. – comento escondiendo aún más mi cara con mis manos.
- ¿Y con quién lo ibas a hablar sino? ¿Con Daryl? ¿Es que quieres que le corte las pelotas a Carl? – inquiere.
Más carcajadas saliendo de mi no se hacen esperar.
- Sería un auténtico desperdicio. – añado, consiguiendo que esta vez sea él quién ría.
- Bueno, ya eres mayorcito, estoy seguro de que... - dice abriendo sus ojos ligeramente, intentando que yo entienda alguna muda palabra con gestos.
Hasta que caigo en entender de lo que está hablando.
Y mi garganta se seca.
- ¿Qué? ¡No! – exclamo sintiendo como mi rostro empieza a teñirse de un rojo intenso. – No... Yo no... - balbuceo mientras le veo alzar una ceja, sonriente. - ¡Joder, Merle!
- Vaya, no eres tan liberal como yo pensaba. – murmura antes de dar una calada a su ya casi consumido cigarro.
Río.
- No es... No es eso... - digo imitando el mismo gesto que él. – Es solo que... No estoy seguro de si algún día... Podré avanzar hasta ese punto. – confieso exhalando el humo del cigarro.
Sus ojos me miran.
Y su semblante cambia.
Trago saliva.
El silencio queda débilmente roto por los ruidos habituales de la noche y el viento colándose entre los árboles.
- Entiendo. – musita antes de beber de su lata. – No es justo que eso te condicione ¿Sabes? Y no solo en ese aspecto, sino en tu vida.
Asiento.
- Lo sé. – admito abrazándome a mi mismo. Apago el ya terminado cigarro en la suela de mis botas militares.
- No fue tu culpa. – susurra casi para sí mismo.
- Eso también lo sé, créeme. – murmuro con sarcasmo.
Un extraño pero necesario silencio se hace entre ambos mientras nos dedicamos a observar la comunidad bajo nuestros pies.
- Eres un buen chico, Áyax. – dice pasando un brazo por mis hombros, apretándome a él. En parte por cariño, y por otra, para protegerme del creciente frío. – Y algo que siempre pienso desde que te vi hecho una pequeña bola, envuelto en mantas cuando acababas de nacer, es que nada podría pararte. – añade causándome un escalofrío. – Tienes el mundo a tus pies, Áyax. Disfrútalo.
Sonrío.
Y limpio una rápida lágrima que escapa de mis ojos.
- Gracias, Merle. – digo con sinceridad. – Por todo.
El hombre a mi lado sonríe.
- Feliz cumpleaños. – dice antes de depositar un beso en mi pelo y revolverlo.
Y ese sencillo contacto, me deja estático.
Porque viniendo de Merle... Era el gesto más sincero que jamás pudiera recibir.
E involuntariamente, mi corazón late con fuerza.
Llenándose con un sentimiento demasiado desconocido para mi.
La felicidad.
La espalda de Michonne toca el suelo.
Por tercera vez.
La mujer me mira boquiabierta desde su posición.
Al igual que lo hacen Carl, Abraham, Daryl y Merle.
- ¿No te cansas de perder? – inquiero con ironía y una ladeada sonrisa. Le ofrezco mi mano izquierda en ayuda para incorporarse.
Si, la izquierda, de nuevo.
Y es que dieciocho meses entrenando, más de un año y medio, daban para mucho.
Había recuperado el cuarenta por ciento del ochenta que perdí, es decir, la mitad.
Y según Denisse, eso era lo máximo que podía recuperar.
Es decir que, de un cien por cien completo, solo me quedaba inutilizado el sesenta de este.
Y teniendo en cuenta que ahora podía hacer muchas cosas que no podía al principio, para mi era más que suficiente.
Mi fuerza y tacto siempre se verían limitados en este brazo, al igual que el pulso o los movimientos, pero había una gran, increíble y notable diferencia, de lo que podía hacer año y medio atrás, con lo que puedo hacer ahora.
Aquel descontrolado temblor que se apoderó de mi brazo izquierdo ahora había sido sustituido por uno mucho más imperceptible, a pesar de seguir sin poder sujetar un arma adecuadamente.
Mi fuerza había aumentado, podía incluso hacer flexiones con ambos brazos.
Si acariciaba a Carl con esa mano, el escalofrío que me recorría seguía siendo el mismo.
Y si algo había cambiado, era la relación que ambos teníamos.
Al fin habíamos vuelto a estar igual que antes de que todo pasara.
Eso era mil veces mejor que haber mejorado tanto física como mentalmente.
Y es que mi cuerpo volvía a ser el de antes.
O incluso mucho mejor.
Porque a mis casi dieciséis años, aunque aún quedaran muchos meses para ello, mi cuerpo era más el de un adolescente que el de un crío.
Y eso lo notaba en los ojos de todos.
Pero más aún en los de Carl.
Quién por otra parte, también estaba empezando a dejar de ser un niño para empezar a ser un adolescente demasiado maduro para su edad.
- No alardees tanto. – dice el chico a modo de broma, sacándome de mi ensimismamiento.
Sonrío.
- Recuerda que luego tienes que ir a ver a Denisse. – añade su padre bajando las escaleras del porche trasero, con su habitual uniforme de policía.
- Lo sé, lo sé. – murmuro totalmente perdido en las risas de Carl, quién parece enfrascado en su mundo hablando con mis dos hermanos.
Con los cuales parecía haber adquirido una mejor relación.
Sobre todo con Daryl.
Lo cual era un tanto extraño.
Pero me agradaba que se llevaran bien.
Trago saliva cuando veo a Carl ponerse en pie, y como los músculos de sus brazos se marcan con ligera gracia ante ese gesto.
- ¿Me estás escuchando? – oigo decir a Rick, quien me sobresalta con su repentina presencia a mi lado, ya que ni si quiera le había oído llegar.
- ¡Si! Si, si. – exclamo más alto de lo que debería, ganándome la atención de los presentes.
- Y qué he dicho. – dice el padre del chico a unos centímetros de mi cara, un tanto cabreado.
- Ah... - tartamudeo.
- Denisse. Quiere hablar contigo. Y Eugene también. – musita. – Para la cura.
Mis ojos se abren de par en par.
- ¡La cura! – digo. – Si si, ahora voy.
Rick entrecierra los ojos.
- Está bien. – dice. – Y ponte una maldita camiseta. – sisea estampando contra mi pecho la camiseta que sostiene en su mano derecha. – Estamos en Diciembre. – añade mientras se marcha murmurando cosas que nadie alcanza a oír, bajo la atenta mirada de todos.
Veo a Michonne morder sus labios en un desesperado intento por oprimir una risa.
Pongo los ojos en blanco.
Si algo se me había olvidado comentar, era el hecho de que Eugene, con la ayuda de Denisse, se había puesto en marcha con la idea de desarrollar una posible cura gracias a mi sangre.
Y por lo que parecía, esa idea era cada vez más posible.
- Ya contaba con que necesitaríais una muestra de mi sangre. – murmuro cruzando los brazos sobre el respaldo de la silla en la que estaba sentado, solo que el respaldo tocaba mi pecho, sentándome en ella de la forma opuesta.
- Pero no solo eso... - susurra Denisse.
Alzo una ceja.
Al igual que lo hacen Daryl, Merle y Carl.
Quienes parecían haberse turnado todos estos meses para no dejarme solo ni a sol ni a sombra.
Sobre todo después de expresar mi intención de volver a salir de los muros de Alexandria, ya que llevaba demasiado tiempo encerrado tras ellos, y a veces, la sensación de asfixia era casi real.
Pero ya me habían dejado en claro que eso no iba a pasar.
- Necesitamos también una muestra de sangre infectada. – corrobora Eugene.
Frunzo el ceño.
- ¿No se supone que mi sangre ya lo está? – pregunto con curiosidad.
- Si y no. – dice el hombre. – Lo que creemos que ocurre, es que algún componente en tu sangre acaba con el virus como si de un resfriado se tratase, pero deja una pequeña parte en tu cuerpo, lo suficiente para que no te transformes. – aclara.
- Por eso me confunden con uno más. – añado.
- Exacto. - responde él.
- ¿Y eso por qué? – vuelvo a preguntar.
- Bueno, eso no lo sé. – contesta. – Puede ser un mecanismo de defensa, aunque suena demasiado evolucionado. Alguna mutación... O simplemente, que ese factor que elimina el virus, no se encuentra en grandes cantidades en tu cuerpo, y por eso elimina una gran parte tan solo, la suficiente como para mantenerte con vida. – explica. – Lo que significa que si algún día, la cantidad de infección fuera mayor que esas defensas y llevara el suficiente tiempo en sangre...
- Yo moriría. – sentencio. Consiguiendo que tres pares de ojos a mi lado me miren fijamente.
- Si. – susurra Eugene con pesar. – Así que lo que necesitamos, es aislar ese componente de tu sangre, e introducirlo en una muestra infectada, para ver qué es lo que ocurre.
- ¿Estás diciendo que alguien se preste para que le muerdan sin saber con seguridad que puedes salvarlo? – inquiere Daryl, quien se encuentra apoyado en la camilla de la enfermería.
- Ah... Si. – vuelve a decir el hombre.
Merle ríe.
- Este tío está mal de la cabeza. – dice.
- No. – respondo yo. – Lo que dice tiene sentido. – aclaro. – Si centrifugáramos mi muestra de sangre hasta separar el componente que sería la cura, para después añadirlo en un cultivo a la muestra infectada, veríamos la forma de actuar de esas defensas. Podríamos disolverlo con otros medicamentos que ayudaran a paliar el resto de síntomas, como la fiebre, eso quizá ayudara.
- Es una posibilidad interesante. – asiente Eugene sopesando esa idea.
- De hecho, no hará falta que nadie sea mordido. Con separar también el virus de mi sangre y colocarlo en una muestra totalmente diferente y limpia... Sería suficiente para ver cómo actúa. – añado.
- En eso tiene razón. – comenta Denisse.
- Si, podríamos probarlo así para ver que tal funciona. – dice Eugene.
- A partir de ahí podría desarrollarse un suero. – afirmo con una sonrisa.
Un silencio se instala en la enfermería.
- ¿Cómo... Sabes tú todo eso? – pregunta Carl ligeramente asombrado.
Otro silencio más.
Denisse me mira enarcando una ceja, ocultando una pequeña sonrisa.
- Ah... - murmuro. – Ha sido... Lógica. – afirmo antes de tragar saliva.
Benditos libros de medicina.
Observo con atención las katanas colgadas en la pared frente a mi cama.
Ahora podía observarlas sin que un nudo obstaculizara mi garganta, atormentándome con unas intensas ganas de llorar.
Tiempo atrás decidí conservarlas como un recuerdo más que como una tortura.
Y es que por mucho que me deshiciera de ellas, siempre serían una parte de mi.
Aunque ya no pudiera darles uso.
Pero no por ello tenía que castigarme, o eso había aprendido.
Me habían acompañado gran parte de mi vida, y quería que así siguiera siendo, aunque fuera más como un bonito recuerdo.
Una etapa de mi vida se cerraba, para que otra pudiera empezarse.
Y estaba agradecido.
- ¿Puedo pasar? – oigo la voz de Carl tras la puerta después de haber picado un par de veces en esta.
Mis ojos vuelan hacia el libro de enfermedades infecciosas que sostengo entre mis manos.
- Un segundo. – digo en voz alta antes de cerrarlo y esconderlo bajo la cama. – Adelante, Carl.
El chico entra con una sonrisa terminando de acomodarse su arreglada camisa.
- La cena ya está lista. – comenta secando su mojado pelo con la toalla que lleva sobre su hombro.
- De acuerdo. – respondo bajándome de la cama.
- ¿Qué hacías? – pregunta con curiosidad.
- Tan solo pensaba. – digo colocándome mis botas.
- ¿En lo que Denisse y Eugene han dicho antes? – inquiere.
Asiento.
- Esa posibilidad parece estar cada vez más y más cerca. – digo quitando mi camiseta para después coger una negra y elegante camisa. – Así comprobaremos si en la prisión estabas en lo cierto.
Él ríe.
- Sigo pensando que eres la salvación. – responde.
Sonrío.
Pero esta se esfuma cuando veo sus ojos clavarse en la fea cicatriz de mi hombro izquierdo.
Y su rostro cambia.
Trago saliva.
Y me pongo la camisa todo lo rápido que puedo.
- Lo siento. – murmuro de manera involuntaria. Y no estaba muy seguro de por qué me disculpaba.
- No... - susurra él dando un paso hacia mi.
Su mano acaricia suavemente mi pecho hasta llegar a mi hombro dañado, apartando ligeramente la camisa.
Y el amor que su contacto me desprende, hace que un pequeño escalofrío me recorra, erizando mi piel.
- Yo... - murmuro en voz baja, sin saber muy bien qué decir.
Carl pone su mano izquierda en mi mejilla.
Y une su frente con la mía.
- Nunca te avergüences de una sola de tus cicatrices. – sentencia en un delicado susurro contra mis labios.
Las lágrimas se agolpan en mis ojos.
Y caen libres cuando sus labios se unen dulcemente a los míos.
Como hacía año y medio que no los sentía.
Era el mayor de mis placeres.
El mayor de mis delirios.
Nunca inventarían una droga más adictiva que todas y cada una de las sensaciones y sentimientos que Carl me provocaba.
Porque le quería.
Le necesitaba.
Y todo este tiempo sin sentirle de esta forma, había consumido una parte de mi que ahora empezaba a arder con fuerza.
Y es que esas brasas nunca se apagaron.
Ni se apagarán.
Ni en este ni en mil apocalipsis más.
Podían hacerme todo el daño que quisieran.
Pegarme.
Torturarme.
Lesionarme.
Pero jamás existiría un castigo peor, que el de seguir vivo sin poder volver a probar sus labios.
Un pequeño pero tembloroso suspiro escapa de mi cuando me pega a él.
- Lo... Siento... - sollozo. – Siento todo lo que te he hecho pasar.
- Ya está, Áyax. – dice poniendo ambas manos en mis mejillas. – Eso ya pasó.
- Lo sé. – digo.
- Te quiero. – susurra.
- Eso también lo sé. – respondo riendo nervioso.
Carl sonríe.
Y empieza a abotonarme la camisa.
- Quiero... Decirte algo. – murmura antes de tragar saliva.
El creciente rubor en sus mejillas le hacía parecer increíblemente guapo.
Sus ojos azules me observan brillantes.
Traspasando hasta el más pequeño rincón de mi alma.
- ¿El qué? – inquiero cuando recupero el habla.
Pasa la lengua por sus labios y después desvía la mirada.
- Sé que... Es una estupidez. Y que ya es bastante evidente, pero... - tartamudea. Nunca le había visto así de nervioso. Nunca le había visto nervioso en general. – Quieres... - murmura. - ¿Quieres salir conmigo?
Mi boca se seca.
Mi respiración se detiene.
Y juraría que el latir de mi corazón también.
- Qué... - susurro con una ladeada sonrisa.
Él ríe.
- Ya, ya sé que es una tontería, pero... Quería... No sé. – empieza a balbucear perdido en sus propias palabras. – Quería formalizarlo. – dice agachando ligeramente la cabeza. – Y no estaba muy seguro de cómo hacerlo. Por eso le pregunté a tus hermanos...
- Espera ¿Qué? – digo con la mandíbula prácticamente en el suelo. - ¿Le has preguntado a mis hermanos...? Oh, Dios, por eso hablabais esta mañana.
Vuelve a reír.
- Han empezado a bromear con que lo hiciera en un paseo en barco en el pequeño estanque. – murmura avergonzado.
Y ahora soy yo quién ríe.
- Si, eso me suena muy propio de ellos. – admito.
- Merle me dijo que me lanzara sin más. – dice. – Y eso hago.
Y que Dios bendiga a Merle.
Sus ojos me miran expectantes, a la espera de una respuesta.
Una que es más que evidente.
- Quiero salir y entrar contigo, si es necesario. – confieso entre lágrimas y con el corazón latiendo a toda prisa. Carl ríe ante mi estupidez. Y de puro nerviosismo. – Y si la vida me da permiso, quiero pasar a tú lado todos y cada uno de los jodidos días que me queden este mundo.
Él ríe.
- Feliz Navidad. – susurra con una preciosa sonrisa en sus labios.
Y me besa.
Con todavía más entusiasmo y cariño que antes, si es que eso podía ser.
Dios, había estado tanto tiempo sin besarle que me costaba controlar los temblores nerviosos de mi cuerpo.
Pero estos crecen cuando me pega a él.
Y yo enredo mis dedos en su largo pelo.
Profundizando mucho más el beso.
Sintiéndole como nunca antes le había sentido.
Y es que Carl estaba empezando a despertar intereses en mi que hasta ahora eran desconocidos.
Si de algo estaba seguro desde que me había recuperado notablemente, era de que, a pesar de ser feliz con todo lo que me rodeaba, sentía que me faltaba algo.
Algo faltaba en mi para poder cerrar esa etapa pasada de mi vida y poder seguir adelante sin arrastrar más peso en mi espalda del necesario.
Mi relación con todos mejoraba a cada día que pasaba.
Mi recuperación era completa y ahora tan solo entrenaba algunos días sueltos por semana.
Dedicaba los días a leer o ayudar en las pequeñas tareas que podía.
Iba a la escuela con Carl, a petición de Daryl, fingiendo aprender cosas que realmente me interesaban más bien una mierda.
Ignoraba a Ron y a Tyler en la medida de lo posible, como si se trataran de un par de muebles más de la habitación, y para pasar más rápido las horas, procuraba hablar con Mickey de algunas de las historias de los cómics que nos prestábamos entre Carl, él y yo.
Aunque he de apuntar que, respecto a nuestras noches de lectura que Carl y yo solíamos hacer, habían quedado suplantadas por noches de intentos besos en la habitación del hijo de Rick.
Quién por cierto no sabía nada de nuestro nuevo hobby, al igual que Daryl, ya que, gracias a eso, yo aún me mantenía con vida.
Éramos dos chicos en plena adolescencia ¿Qué otra cosa podíamos hacer?
Y para mi suerte, tan solo eran unos inocentes besos.
Aunque no tan inocentes a veces.
Y es que ambos sabíamos que ninguno de los dos quería avanzar en ese aspecto.
Porque acabábamos de descubrir un mundo diferente al que estábamos acostumbrados.
Y quería explorarlo hasta hartarme.
- Señor Dixon ¿Está escuchando? – inquiere el profesor Matthew.
El atractivo profesor Matthew.
- ¿A usted? Siempre. – contesto despegando mis ojos de la ventana, con una ladeada sonrisa.
Y la patada que Carl me propina en la espinilla puede escucharse hasta en los alrededores de Alexandria.
Muerdo mis labios intentando contener una risa.
Y el dolor.
El hombre frente a la pizarra suspira.
- ¿Y qué ha dicho su compañero Tyler? – pregunta cruzándose de brazos.
Sonrío.
- He dicho que le escucho a usted, no a él. – respondo. Consiguiendo las risas de algunos de los alumnos. – A él más bien le ignoro.
Más risas.
- Bueno, basta de risas chicos. – regaña el profesor. – Pues deberías mostrar un poco más de respeto por tu compañero.
Una cínica carcajada brota de mi garganta.
- Lo perdió el día que me pegó una paliza junto a Ron aprovechando que estaba en mi peor momento. – sentencio, asesinando a ambos hijos de perra con la mirada.
El silencio se hace en la sala.
Y por el rabillo del ojo, veo a Carl ocultar su sonrisa mordiendo sus labios.
El hombre vuelve a suspirar.
- Haz el favor de irte de clase si vas a estar molestando. – sugiere mientras señala la puerta.
- No, no. Me quedo. Te juro que seré un buen chico, Matt. – digo haciendo un puchero. Y me doy cuenta tarde de la connotación sexual que le he puesto a esa última frase.
Y si las miradas de Carl mataran, yo ya estaría muerto y enterrado.
El atractivo profesor vuelve a dirigir su clase, o por lo menos a fingir que esto lo es.
- ¿Por qué disfrutas tanto sacándome de quicio? – susurra Carl a mi lado.
- Tus reacciones celosas son muy divertidas. – admito jugando con el boli entre mis manos, mostrando una pícara sonrisa.
Carl niega con la cabeza y no puede evitar una sonrisa.
La cual desaparece de un momento a otro, siendo sustituida por un ceño fruncido.
Sigo el recorrido de lo que sus ojos ven tras la ventana.
Y a lo lejos, veo a Nicholas cargando unas cajas junto con un par de hombres más.
- ¿Qué hacen? – pregunto en un susurro mirando al hijo de Rick.
Este se encoge de hombros.
- Se llevan las cosas de la gente... Que ya no está. – dice Mickey al lado de Carl, desviando su apenada mirada de la ventana.
- ¿Cómo lo sabes? – inquiere Carl.
El chico traga saliva.
- Porque se están llevando las cosas de mi padre. – murmura con un nudo en su garganta.
Un pequeño silencio se hace entre los tres a pesar de que la clase transcurre sin que se den cuenta de nuestra conversación.
Hacía un par de semanas que, por desgracia, el padre de Mickey había muerto en un accidente en la zona de construcción.
Un accidente que tiene que ver con una pequeña y espontánea horda de caminantes.
El pobre hombre no había sobrevivido, y Abraham y Merle habían aparecido con la mala noticia.
Suspiro con pesadez.
Pero mi respiración se corta cuando mis ojos divisan una caja en especial.
La que lleva las cosas de Noah.
Y Nicholas es el encargado de transportarla.
Trago saliva intentando aliviar la repentina sequedad que se ha hecho con mi garganta.
- ¿Áyax? – pregunta Carl acercándose a mi.
Un sofocante calor me invade.
- Lleva... Las cosas de Noah... - murmuro.
- ¿Qué? – dice el hijo de Rick un tanto perdido.
- Nicholas lleva las cosas de Noah. – sentencio en un rugido.
Golpeo la mesa frente a mi y me pongo en pie arrastrando la silla en la que estaba sentado.
Salgo a toda prisa de la casa que hacía de escuela, con los gritos del profesor a mis espaldas.
Pero apenas logro escucharle.
Porque ese poderoso pitido, estaba empezando a hacer acto de presencia.
Mi furiosa respiración nubla todos y cada uno de mis sentidos.
Un intenso color rojo empieza a opacar mis pupilas.
Y el desgarrado rostro de Noah aparece en mi mente como si me atravesara un balazo.
O tres balazos, más bien.
- ¿Qué...? – dicen los otros dos tíos que le acompañan.
Y Nicholas ni si quiera ve venir el puñetazo que le asesto cuando me abalanzo hacia él, derrumbándole.
Varios puñetazos son los primeros en reventarle su asquerosa cara.
Se las darás tú mismo, créeme.
Otro par de puñetazos más.
¡Voy a romper el cristal!
Un puñetazo más.
¡NICHOLAS NO!
Y otro.
¡NO LO HAGAS!
Y otro más.
¡NOAH!
Todos y cada uno de ellos, con mi puño izquierdo.
Cojo a Nicholas del cuello de su camisa y lo acerco a mi cara.
- El brazo que me destrozaste, es con el que ahora voy a matarte. – siseo a centímetros de su desfigurado rostro.
Y esa espesa bruma de ira y furia que me envuelve, se disipa cuando siento el cañón de un arma en mi cabeza.
- De eso nada. – sentencia Rick a mis espaldas. – Suéltale. Y ponte en pie, despacio. – añade. Mi cuerpo obedece con tensión todas sus incrédulas órdenes.
- Qué coño estás haciendo, Rick. – gruño antes de tragar saliva, viendo a todos los vecinos observar la escena, al igual que a toda la escuela.
En especial Carl.
- Las manos donde pueda verlas, Áyax. – dice apretando el cañón de su arma en mi cráneo.
- ¡Se estaba llevando las cosas de Noah! – grito.
- ¡AHORA! – brama el hombre detrás de mi.
Alzo las manos lentamente.
Entonces Rick me coge de ambos brazos para esposarlos a mi espalda, teniendo un ligero cuidado con el brazo izquierdo.
- Esto tiene que ser una puta broma. – gruño forcejeando con el hombre tras de mi.
Y cuando me doy la vuelta, veo a Michonne apuntándome.
Temblorosa.
Asustada.
Como si viera a un auténtico monstruo frente a sus ojos.
De la misma forma en la que Daryl y Merle me miraban en este instante.
Pues no, no se trataba de ninguna broma.
- Ya no solucionamos las cosas así. – sentencia Rick a escasos centímetros de mi cara. – Ya no.
Río.
Una gota de la que no es mi sangre me despierta del momento de locura que me tenía absorto, al deslizarse por mi cara.
Y la realidad era que mi rostro estaba prácticamente empapado de la sangre de ese hijo de puta.
Una perturbada sonrisa cruza mis labios cuando me doy cuenta de que era eso lo que me faltaba en mi vida para cerrar esa etapa.
La venganza.
Vuelvo a reir.
Nicholas me mira desde el suelo, todo lo que la hinchazón de sus párpados se lo permite.
Y le veo llorar.
Una carcajada brota de mi mientras que Rick me aleja de la tétrica escena.
- ¡Saluda a mi padre cuando le veas en el infierno! – grito mirándole mientras camino con Rick sujetándome con fuerza, tirando de mi brazo derecho. Escupo la sangre que ha terminado en la boca. La sangre de Nicholas. – Porque te aseguro que te mandaré con él. – siseo con una ladeada sonrisa mientras camino al lado de Rick.
Dedicándole una furiosa mirada al padre de Carl.
Traidor.
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- ¡De qué coño vas! – le grita Daryl a mi padre, con su hermano mayor de por medio intentando que la discusión no llegue a algo peor.
- Daryl no me quedaba otra, que demonios querías que hiciera. – contesta él.
- ¡Y una mierda! – espeta el mediano de los Dixon. - ¿De verdad esperabais que Áyax no tomara represalias? ¡Sabéis de sobras como es! – añade paseándose de un lado a otro de la sala. - ¡Todos eráis conscientes de ello! Pero le habéis tratado como a un perro de pelea siempre que habéis querido, y ahora que no os interesa, le tratáis como a un loco. – sentencia con firmeza.
Un silencio se hace ante las realistas palabras de Daryl.
Y es que tenía toda la razón.
Sin saber muy bien por qué, mi padre había empezado a intentar quitarnos de la cabeza la idea de arremeter contra Nicholas.
Puede que porque sabía que nuestra estancia en la comunidad peligraría si nos cobrábamos la venganza que tanto ansiábamos.
- Eso no es así. – murmura Michonne. – Todos los aquí presentes queremos lo mejor para él.
- ¿Para él o para vosotros? – inquiere Daryl con sarcasmo.
- Daryl... - empieza a decir Merle.
- ¡No! – le interrumpe este. – Teníamos un trato. – murmura alternando sus ojos entre mi padre y yo. – Desde que estamos aquí no tenemos más que problemas, pero ninguno parece que os deis cuenta. – añade. - O no queréis daros cuenta, más bien. – sentencia antes de darse media vuelta y marcharse.
El sonido del fuerte portazo rebota por toda la habitación.
Mi padre suspira.
- ¿Podemos hablar a solas, Carl? – dice poniendo sus manos en su cintura.
Y bajo esa pregunta, la respuesta que recibe es que Michonne y Merle abandonen la habitación por donde Daryl acababa de salir.
- Yo no quiero hablar contigo, papá. – digo cruzándome de brazos, apoyado en la pared en la que me encuentro.
- Escúchame...
- ¡No! – gruño encarándole. – Todo esto es por Jessie ¿Verdad? – los hombros de mi padre se tensan cuando se sabe atrapado. Traga saliva para después apartar la mirada. – Mira, me da igual con quien rehagas tu vida si esa persona te hace feliz. – añado. – Pero no mezclemos las cosas. Prometimos hacer algo y tú quieres bajarte del barco porque ahora peligra que sigamos aquí. – digo. – Esta gente no son de fiar, tú lo sabes.
Asiente.
- Si, lo sé.
- Si no quieres saber nada de esto, olvídate de ello. – continúo diciendo. – Pero déjanos a Daryl y a mi terminar lo que empezamos.
Camino hacia la puerta cuando su voz me detiene.
- No. – dice. Le observo. – Lo prometí. Quien toca a uno de los nuestros, lo paga. Y así será. – aclara. – Y si le he detenido... En parte es para que no te arrebatara la oportunidad de cumplir la promesa que le hiciste. – sentencia.
Sus ojos se clavan en los míos.
Esta vez soy yo el que asiente.
Con un tanto de orgullo, he de matizar.
Sabía que mi padre no nos fallaría.
Podría haber tenido unos segundos de flaqueza, pero si algo nos había enseñado el tiempo, es que mi padre era un hombre de palabra.
- Gracias. – murmuro antes de salir. – Y papá...
- ¿Si? – inquiere él.
Unos segundos de silencio llenan la sala.
- Ten cuidado con el marido de Jessie. – advierto. – Creo que pega a Ron.
Mi padre asiente.
- Carol también lo cree. – musita.
- Entonces ya sabes lo que tienes que hacer. – sentencio.
___________________________________________
Las horas pasan tediosamente lentas en esta especie de celda hecha de una prefabricada casa cualquiera en la que me tienen encerrado.
Y si las horas pasan lentas, imaginad los días.
Y son dos los que ya llevo aquí.
- ¡Me aburro! – exclamo alargando la "u" y zarandeando las esposas que me unen las muñecas.
Pero mi aburrimiento se acaba, cuando traen a alguien más esposado.
Y con la cara llena de pequeñas tiras que cubrían sus heridas.
A Rick.
Una carcajada sale irremediablemente de mi.
- ¿Te hace gracia? – espeta Michonne mientras esposa al hombre a uno de los barrotes de la ventana.
- Si, realmente. – río. – Es casi poético. – digo mirando al padre de Carl. La mujer cierra la esposa en torno al barrote. – Ahora ya sabes lo que se siente. – digo al respecto.
El hombre ríe.
La mujer se marcha de la sala con hastío, cerrando de un portazo que deja más que clara su postura.
- Pete y yo hemos tenido unas palabras. – comenta el hombre cruzando una pierna sobre la otra, en el colchón en el que estaba recostado igual que yo.
Vuelvo a reír.
- ¿El padre de Ron? – el hombre asiente. – Si tú estás así, no quiero imaginarme su estado.
- Mejor. – musita. Sus ojos destilando locura me hacían saber que el Rick de siempre estaba de vuelta.
- "Ya no hacemos las cosas así." – cito imitando su voz de una manera ridícula.
Sacando un par de carcajadas al hombre.
- Has tardado poco en reprochármelo. – admite. Rick suspira. – Intenté creer que hacer las cosas de otra forma era posible.
Como puedo con las manos esposadas, saco un cigarrillo de la caja y el mechero, para encenderlo posteriormente bajo la atenta mirada del padre de Carl.
- Bajaste la guardia. – digo expulsando el humo, sosteniendo el cigarro entre mis labios.
- Durante un tiempo sí. – reconoce. – Me dejé convencer. Pero siempre hay gente que merece lo peor de ti.
- No puedes fingir ser quien no eres. Luchar contra tu propia naturaleza. – digo. – Eres quién eres, y eso, me lo enseñaste tú. – sentencio antes de darle una calada al cigarro.
- Lo sé. – dice. – Y siento si te humillé públicamente. O si te sentiste traicionado. – añade.
Un bufido similar a una risa sale de mi.
- Me dolería si supiera que ibas en serio, pero sabía de sobras que no sería así. – admito.
El hombre asiente aliviado.
- No quería que llevaras más muertes a tus espaldas. – dice con sinceridad. – Sé lo mucho que eso puede llegar a consumir a una persona. – murmura.
Asiento en agradecimiento.
Y en su mirada puedo ver como su mente empieza a cavilar nuestros siguientes movimientos.
Pero el hilo de sus pensamientos queda roto cuando Michonne, Glenn, Carol y Abraham entran en la sala.
La primera pone los ojos en blanco al ver mi cigarro, para después cogerlo y pisarlo frente a mi.
- Aguafiestas... - murmuro.
- ¿De dónde sacaste el arma? – inquiere Michonne a Rick.
- La robaste ¿Verdad? – habla esta vez Carol. – De la armería. – añade. – Fue una estupidez. Por qué lo hiciste.
Mis cejas se alzan ante la capacidad de mentira que esa mujer poseía.
Rick emite un resoplido similar a una risa.
A una risa teñida de incredulidad.
- Nunca se sabe. – dice sin más.
- Deanna quiere reunirnos esta noche, a todos los que quieran ir. – informa Glenn.
- ¿Para echar a ambos? – pregunta Abraham.
Abro los ojos sorprendido.
- Para intentarlo. – dice Carol.
- No lo sabemos. – aclara Glenn.
- Que sirva como precedente que yo no quería quedarme. – respondo. – Ella fue la que nos vendió la historia, con su intento de bondad. Y unos días después recibí tres disparos por ello.
El silencio se hace en la habitación.
- Maggie está con ella ahora, averiguará lo que ocurre. – dice el marido de la mencionada.
- En la reunión di que te preocupaba que se maltratara a una mujer y que nadie hiciera nada por impedirlo. – dice Carol mirando a Rick. – Di que cogiste el revolver para asegurarte de que Jessie estuviera a salvo del hombre que luego te agredió. – entonces los ojos de la mujer vuelan hacia mi. – Y tú di que sigues estando bajo shock post traumático, Denisse te apoyará en ello. Que tienes insomnio, ataques de ansiedad...
- No es ninguna mentira. – matizo yo.
- Eso no importa. – aclara. – Cuenta lo que quieras, pero di lo que quieren oír. Es lo que hago yo desde que llegué.
Silencio.
- ¿Por qué? – inquiere Michonne a la defensiva.
- Porque son como niños, y a todos los niños les gustan los cuentos. - sentencia Carol.
- Y si a pesar de todas esas palabras... Siguen queriendo echarles. – dice Abraham desde la puerta.
- Ahora protegen la armería. – apunta Glenn.
- ... Tenemos cuchillos. – sugiere Carol. – Con eso nos basta contra ellos.
Sonrío.
- Me gusta el rumbo que está tomando esta conversación. – digo cruzando las piernas sobre el colchón en el que me encuentro. – Sigo teniendo la daga en mi bota, la cogí de la armería hará una semana, he perdido práctica, pero podré apañármelas.
Rick a mi lado, asiente.
- Esta noche, en la reunión. – dice. – Si creo que la cosa va mal, silbaré. Carol cogerá a Deanna, yo a Spencer, y tú a Reg. – añade señalando a Michonne. Entonces me mira a mi. – Quiero que tu vigiles al resto por si alguien se atreve a hacerse el héroe. Glenn y Abraham nos cubrirán y esperarán.
Vuelvo a sonreír.
Desde luego, Rick Grimes había vuelto.
- ¡Podemos hablar con ellos! – dice Michonne incrédula.
- Y lo haremos. – afirma Rick con una calma y tranquilidad pasmosas. – Pero si no nos escuchan... Los cogeremos y les amenazaremos con degollarlos. – añade con total normalidad como si hablara del clima.
- ¿Cómo en La Terminal? – inquiere Glenn con sarcasmo.
- No somos como Gareth y los suyos. – sentencio ante el escalofrío que me recorre al mencionar a aquellos enfermos.
- Exacto, solo amenazaremos. – puntualiza el padre de Carl. – Nos darán las armas y se acabó.
Glenn nos mira ambos.
- ¿Queríais esto? – inquiere, suplicando que no sea así.
Rick y yo nos miramos mutuamente.
- No. – decimos a la vez.
Y el sarcasmo puede notarse en el ambiente.
- Perdí los papeles... - dice Rick mintiendo descaradamente.
- Y yo metí la pata. – añado encogiéndome de hombros con las manos esposadas. – Son cosas que pasan. – digo con una ladeada sonrisa.
Horas después, una vez que nos han soltado, Rick y yo caminamos por las calles de Alexandria hacia nuestra casa, bajo la atenta mirada de todos y cada uno de sus vecinos.
La noche ya ha caído y ambos debemos prepararnos para la supuesta reunión.
- ¿Estás listo? – dice Rick poniéndose su habitual chaqueta.
- Si. – contesto colocándome una negra sudadera.
- De acuerdo. – añade asintiendo. – Vayamos.
Bajo las escaleras tras Rick hacia la puerta principal, y tras despedirnos de Carl y recordarle que se quedara aquí si algo pasaba, salimos de la casa.
La fría noche nos recibe en un sepulcral silencio y con la tenue luz de la luna iluminando la comunidad.
El raspar de nuestras suelas contra el asfalto es lo único que nos acompaña mientras caminamos.
Pero ese sonido pronto se detiene, cuando detengo mis pasos.
- ¿Qué...? – digo. - ¡Rick!
El hombre se gira y observa hacia donde le señalo.
La puerta de Alexandria estaba abierta.
Ambos corremos a toda prisa hacia allí, y pronto me doy cuenta, de que un pequeño trozo de carne putrefacta junto con sangre se aloja en la verja.
- Mierda. – gruñe el hombre antes de cerrar la valla rápidamente.
En guardia y con el corazón a mil, bordeamos los muros de la comunidad en busca de los seres que nos han invadido, intentando no llamar la atención para no cundir el pánico.
Y más pronto que tarde, esos gruñidos que hacía muchísimo tiempo que no escuchaba, se hacen presentes.
Aparto un caminante que intentaba abalanzarse sobre Rick y saco la daga de mi bota, ensartándola en el cráneo de ese ser.
- Pues no, no he perdido práctica. – jadeo.
El hombre asiente agradecido por la ayuda.
Era el primer caminante con el que acababa en mucho tiempo.
Y después de ese, vienen más.
- ¡Joder! – brama el hombre a mi lado, empujando a otro que se le echa encima.
Cojo al caminante y lo retengo contra el suelo.
- ¡Ve a advertirles! – gruño limpiando la repulsiva sangre de esos seres de mi cara. – Qué pongan vigilancia donde realmente deben ponerla. – siseo.
El hombre asiente y, con rabia, carga con uno de los cuerpos inertes que nos rodean, para llevarlo como muestra hacia esa gente infeliz que no hacían más que vivir en su propia burbuja, creando una utopía que jamás podría cumplirse.
Cuando veo a Rick marchar observo al caminante.
Y durante unos segundos, algo en él que no me causa buena espina, llama mi atención.
Una W grabada en su frente.
La cual queda borrada cuando estampo mi bota en su cráneo.
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