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Capítulo 23. Todo lo bueno es efímero.

Extra

Me dejo caer en el tercer peldaño de las escaleras del porche cuando el resto del grupo se ha ido con Aaron, mientras oigo los pasos de Áyax adentrarse en el interior del edificio, siguiendo a Deanna, bajo una atenta mirada.

La de Merle.

- Qué. – gruño.

- Está vivo. – musita con la mirada perdida, colocando un pie en uno de los escalones.

Pongo los codos sobre mis rodillas y entrelazo mis manos sujetando la ballesta. Mientras asiento con la cabeza, muerdo mis labios hasta convertirlos en una fina línea.

Le atrapo analizando ese gesto.

- Eso parece. – respondo. – Para tu mala suerte ¿No?

Sus ojos se alzan incrédulos ante mi reproche.

- ¿Perdona? – dice ofendido.

- No. No te perdono. – contesto entre dientes. Mi cuerpo se levanta como un resorte para bajar las escaleras haciendo que él retroceda, hasta quedar cara a cara. Aprieto los dientes. – Tú dijiste que él sería una carga para nosotros y me obligaste a abandonarle. – siseo a escasos centímetros de su repulsiva cara. - ¡Pretendías dejarle en cualquier jodido lugar y yo tuve que encargarme de buscarle un refugio! – susurro, intentando que nuestras voces no puedan llegar a oídos de Áyax, mientras me muevo con nerviosismo de un lado a otro. – Con casi cinco años querías dejarle tirado como a un perro. ¡A tu maldito hermano pequeño! ¿Los Dixon se tienen unos a otros? ¡Y una mierda! – exclamo en voz baja. - ¿¡Sabes todo lo que tuve que hacer para que él jamás se enterará de que pensabas eso!? Llegó a preguntarme si le teníamos asco, si le odiábamos por... - mis ojos vuelan de un lugar a otro frenéticamente y de manera inconsciente, trago saliva para acabar con la sequedad en mi garganta. – Por lo que ese hijo de puta le hizo. – añado. La mandíbula de Merle se tensa al mencionar a nuestro querido padre.

- Y el bastardo lo pagó caro. – responde, poniendo la mano sana en su cinturón.

- Y eso que más da. – gruño. – Lo encontramos muerto en la cama por sobredosis... Se merecía algo peor.

Los ojos de Merle me observan, y aunque un tanto sorprendido por mi dureza, sé que piensa igual que yo.

- Yo no quería abandonarle. – dice de pronto, tras unos segundos de asfixiante silencio. – Jamás fue esa mi intención.

- No era eso lo que decías. – añado con ironía mientras le doy la espalda y pongo las manos en mi cadera.

- Lo sé. – contesta. – Y me alegro de que al final te lo creyeras. – sentencia.

Mi cuerpo se queda estático ante sus palabras, y durante unos segundos, juraría que la sangre en mis venas se congela por completo.

- ¿De qué...? ¿Qué estás...? – inquiero mientras me giro lentamente hacia él. Merle agacha ligeramente la cabeza. – Qué estás diciendo, Merle.

El mencionado exhala todo el aire contenido en sus pulmones, como si con ello aliviara una gran tensión en su interior.

- Yo no quería abandonarle. – repite. Su tono de voz y la convicción en sus palabras pone mi piel de gallina. – Jamás quise tal cosa. – añade. - ¿Quién crees que le dijo a Mike que te hablara sobre aquel orfanato?

Mi cerebro empieza a hacer girar sus engranajes, intentando asimilar la información que está recibiendo.

Recordaba a Mike.

Y tanto que le recordaba.

Ese hombre era un capullo divorciado que se pasaba los fines de semana colocándose y bebiendo junto a Merle.

Él me habló del orfanato en el que había ido a parar su hija de diez años.

El mismo en el que dejé a Áyax tiempo después.

Trago saliva.

- No puede ser. – musito mirándole a los ojos.

Sus pupilas me observan a la vez que una pequeña sonrisa asoma por sus labios.

Sí. Sí que podía ser.

- Me habló de lo bien que parecía estar ese lugar. De lo tranquilo que se sentía sabiendo que su hija Hannah estaba ahí. – añade.

¿Hannah? Vaya, vaya...

- No me dijo nada de que habíais hablado de ello. – respondo obviando mi reciente descubrimiento.

El mundo era un pañuelo.

– Le dije que te lo comentara a ti como si hubiera sido ocurrencia suya. – dice ante mi incredulidad. – Tan solo te faltaba un último empujón para que decidieras hacerlo...

Parpadeo un par de veces intentando comprenderle.

Y mis ojos se abren ligeramente al hallar la respuesta.

- ... Que tú quisieras abandonarle. – sentencio en un susurro con un hilo de voz.

Mis manos tiemblan al entender la mentira en la que había vivido.

En la que Áyax y yo habíamos vivido.

Merle había planeado todo desde el principio.

Vuelvo a parpadear un par de veces, pero esta vez para que las lágrimas no empiecen a salir.

- ¿Por... Por qué? – susurro con un tanto de rabia en mis palabras. – ¿¡Por qué no lo dijiste!? ¿¡Por qué tuve que ser yo el que hiciera el trabajo sucio!?

- ¡Porque a ti te idolatraba! – exclama abriendo los brazos, como si sus palabras fueran lo más evidente jamás dicho. – Y lo sigue haciendo. Sabía que cuando creciera, entendería que lo hiciste por su bien. ¡De mi jamás podría creer que era con buenas intenciones! A ti te vería como el hermano salvador que lo alejaba de ese malvado que le hacía saber que no era nada más que una carga. A mi... - dice. Suspira. – Bueno, a mi ya has visto como me ve. Es la imagen que siempre le di.

Su confesión me ha dejado de piedra.

No soy capaz de hablar.

De pensar.

De gesticular.

Y durante unos segundos, empiezo a pensar que se me ha olvidado como se respiraba.

- Si te preocupabas por él... ¿Por qué no hacérselo saber? – inquiero cuando mi cuerpo me lo permite, después de que mi boca haya dejado de secarse. - ¿Por qué ganarte esa imagen de monstruo sin sentimientos?

Él suspira y deja sus hombros caer.

- Porque lo que le hizo nuestro padre fue culpa mía. – dice mirándome fijamente a los ojos.

Un escalofrío me recorre de pies a cabeza.

- ¿Qué...? – pregunto dando un paso en su dirección. - ¿Cómo demonios iba a ser eso tu culpa? - susurro.

Veo a Merle tensar su mandíbula y mirar al cielo.

- Si... Si yo no te hubiera obligado a venir a casa de Pinkman aquella tarde... - dice con el dolor grabado a fuego en sus ojos. – Si te hubieras quedado en casa con Áyax en vez de acompañarme a por mierda con la que ponerme ciego... - susurra entre dientes. – Nada de eso habría pasado.

Una sensación agónica oprime mi pecho cuando veo la desesperación en la voz de Merle.

Realmente creía eso.

Realmente se sentía culpable de todo lo que había pasado.

- Eso no fue tu culpa, Merle. – respondo. Él me mira. – Si no hubiera sido esa tarde, quién te asegura que no hubiera sido en otro momento.

Merle niega con la cabeza.

- Podría haberlo evitado... - susurra con la mirada perdida. Sin duda alguna, esa idea parecía atormentarle. Este no era el Merle que yo recordaba. – Por eso se me ocurrió lo del orfanato cuando dijiste que teníamos que sacarle de esa casa cuanto antes. Que teníamos que largarnos. Y siendo honestos, ni siquiera teníamos para cuidar de nosotros mismos, cómo íbamos a hacerlo de un crío. – dice. – De un crío que acaba de vivir algo así... - añade con la voz rota. – Cuando le vi en esa camilla de hospital, tan pequeño, tan indefenso... Cuando nos observó con sus ojos brillantes, sin entender nada... Sin recordar nada... - murmura, antes de limpiar rápidamente una lágrima que escapa de sus ojos. De igual manera que hago yo, antes de coger algo de aire por la boca. – Te juro que disfruté cada golpe que le di a ese malnacido.

- Yo también.

- Lo sé. – responde. – Lo vi en tus ojos. Sé que algo cambió en ti ese día.

- Algo cambió en los tres ese día. – corrijo. Merle asiente con una sonrisa.

- Lo sé. – vuelve a decir. – Casi me corta el cuello con una espada y me ha herido con la daga que llevaba escondida en su bota, créeme que lo he notado.

Río.

- Si, desde luego que ya no es ese niño pequeño que me obligaba a mirar debajo de su cama por si estaba aquel monstruo que tú le enseñaste de una mala y antigua película de miedo. – digo con una ladeada sonrisa, visualizando la escena frente a mis ojos.

La carcajada de Merle me saca de mis pensamientos.

- O el que me despertaba a media noche para que le diera un vaso de leche caliente porque tenía sed y no podía dormir. – añade él con una sonrisa. - ¿Recuerdas cuando dijo que le gustaba aquel niño que era vecino nuestro? El hijo de los Patterson.

Ahora era a mi a quién se le escapaba una carcajada.

- Lo que sí que recuerdo fue tu cara al escucharlo. – digo entre risas. – Siempre fue un chico muy avanzado para su edad. Creo que ahí ya debimos sospechar algo. – puntualizo viendo como él asiente.

- Si... - dice. – ¿Y ahora resulta que nuestro futuro cuñadito es el hijo del poli?

Vuelvo a sonreír.

- Será mejor que no te oiga hablar así de él. – advierto. – En parte me alegra, Carl es un buen chico. Cuando Áyax está con él... Cuando le ve... Sé que algo de ese chico alegre que fue queda vivo.

- Eso parece... - murmura Merle con un estado de ánimo ligeramente más elevado. – Déjame volver a intentarlo. Sé que a veces no puedo evitar ser un capullo, pero he cambiado. Dame una segunda oportunidad. O una tercera. – dice. – O una cuarta, más bien.

Sopeso su idea durante unos segundos.

Y lo cierto es que, a pesar de lo jodido que parecía estar todo a nuestro alrededor, Merle había sobrevivido y le habíamos encontrado.

Eso tenía que significar algo.

A lo mejor podíamos ser una familia otra vez.

Asiento suavemente en su dirección.

A lo mejor.

Oigo unos pasos bajando las escaleras apresuradamente.

- Habéis tardado. – digo hacia el dueño de esos pasos. - ¿De qué hablabais?

Áyax frena en el último escalón.

Y me mira con esa para nada inocente sonrisa.

Esa que pone cada vez sabe que le ha erizado la piel a alguien con alguno de sus escalofriantes pensamientos.

- De nada en especial.

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- Este sigo sin ser yo. – murmuro al ver la imagen que el espejo refleja.

Vestido con una blanca e impoluta camisa, me observo en el cristal frente a mi mientras doblo las mangas de esta hasta los codos.

Suspiro y pongo las manos en mi cinturón.

Desde luego, a pesar de conservar mis pantalones negros y las botas militares también negras, junto con el vendaje de mi antebrazo, seguía sin parecer yo.

Y es que el detalle de la radiante camisa me hacía lucir más adulto de una manera elegante.

- Papá y Carol nos esperan abajo ¿Tú ya est...? – dice Carl irrumpiendo en la habitación, pero quedándose mudo en el instante en el que sus ojos se ponen en mi.

Me vuelvo hacia él y le observo con curiosidad.

Su sonrisa me provoca un escalofrío.

- ¿Qué pasa? – inquiero confuso. Él ríe.

- Nada. – responde sonriente. – Es sólo que... Estás muy guapo. – dice asintiendo, recorriéndome de pies a cabeza con su mirada.

Mi corazón palpita fuerte contra mis costillas en ese momento.

Y en tan sólo una milésima de segundo, ya me he puesto rojo.

- Dios, cállate. – murmuro tapando mi cara con ambas manos como una única y cobarde reacción.

Magnífico, Áyax.

Escucho una carcajada por su parte.

- Estás demasiado adorable cuando te avergüenzas. – confiesa acercándose a mi con una sonrisa. – Es inevitable hacerlo.

Abro la boca simulando estar ofendido.

- ¿Adorable yo? Por favor. – río. Muerdo mi labio inferior y miro hacia otro lado mientras pongo mis manos en mis caderas.

No sabía qué hacer.

Carl había conseguido ponerme extremadamente nervioso.

Como siempre hacía.

- Oye ¿Estás bien? – pregunta en mi dirección, posando delicadamente sus manos en mi cintura, atrayéndome hacia él.

Un estremecedor suspiro escapa de mi cuando hace eso, consiguiendo alterarme aún más.

Trago saliva.

¿Desde cuándo tenía tanto control sobre mí?

Ah, sí, desde siempre.

- No, no estoy bien. Me pones nervioso. – respondo balbuceando atropelladamente, quedando aún más en ridículo.

Otra carcajada.

- No me refería a eso, pero es bueno saberlo. – admite entre risas. Mis ojos se abren como platos al ver cómo me he confesado sin necesidad. – Aunque ya lo sabía, créeme. – añade con seguridad. Pongo los ojos en blanco ante ese fingido ego desmesurado. – Me refiero a qué... He visto cómo te mirabas en el espejo.

Suspiro y agacho la cabeza, pasando una mano por mi pelo.

- Es solo... No lo sé. – digo bajo su atenta y azulada mirada. Esa que tanto me encantaba. – No me siento yo. Todo esto, ir elegantes, a una fiesta, en una comunidad a salvo... Con toda esa gente que actúa como si esto fuera normal, después de todo lo que hemos vivido. – explico. – No me hace sentirme cómodo. No puedo pretender ser quién no soy.

Carl asiente lentamente y alza mi barbilla con su dedo índice.

- Pues no lo hagas. – responde de manera evidente. – Áyax, eres una persona increíble, inteligente y muy divertido. No necesitas fingir nada. Tienes motivos más que suficientes para ser quién eres. Tu ropa tan solo envuelve lo que verdaderamente importa. – dice poniendo la palma de su mano sobre mi pecho, señalando mi corazón.

El roce de las yemas de sus dedos sobre mi camisa consigue que un escalofrío me recorra.

Sonrío.

Un encantador y reconfortante silencio nos envuelve tras sus palabras.

- Gracias. – susurro uniendo su frente con la mía.

- ¿Por qué? – pregunta con una sonrisa mirándome con atención.

- Por recordarme porqué te quiero tanto. – sentencio.

Ahora era él quién se había convertido en una masa de nervios entre mis brazos.

Y sin esperar un segundo más, une sus labios con los míos, robándome un suspiro en el proceso cuando pone su mano en mi nuca, aferrándose a mi recién cortado pelo.

Sonríe rompiendo el beso.

Y con su mano derecha peina mi pelo para ponerlo de punta como siempre lo había llevado en la prisión.

- ¿Debería cortármelo yo también? – sugiere mientras me peina.

- No, ni en broma. – digo con horror observando su pelo. – Me encanta así. – añado tomando un mechón. Y no mentía. A medida que íbamos creciendo, el pelo de Carl también lo hacía, obligándome a reconocer lo irremediablemente guapo que estaba.

Él ríe.

Y sus risas me provocan cosquillas en el estómago.

- Será mejor que bajemos antes de que mi padre suba en nuestra búsqueda. – dice antes de depositar un casto y rápido beso en mis labios. – O peor aún, Carol.

Una carcajada brota de mi garganta mientras salimos por la puerta de la habitación cuando menciona a la mujer, quién de cara a Alexandria fingía ser una indefensa ama de casa.

Bajamos los escalones hasta llegar al vestíbulo, encontrándonos a Rick, con Judith en sus brazos y a Carol con una bandeja entre sus manos.

- Vaya, la elegancia te sienta bien. – dice la mujer. Río.

- Y a ti la mentira también. – respondo. La mujer se coloca su chaquetilla de punto y sonríe de manera inocente. Es casi estremecedor como cambia de un aspecto a otro en cuestión de segundos.

Carol Peletier era, sin duda, una mujer alucinante.

Nos encaminamos hacia la casa de Deanna bajo la atenta mirada de la luna en el ya muy oscurecido cielo, con el sonido de nuestros pasos como única compañía, y un solo pensamiento en mi cabeza.

Esperaba que Daryl venciera sus propios demonios y se atreviera a venir.

Sabía que había pasado todo el día solo explorando los alrededores de Alexandria, o eso era lo que él decía, aunque todos sabíamos que tan solo era una excusa para ganar algo de tiempo a solas y poner en orden sus pensamientos.

Y los míos se ven interrumpidos cuando llegamos a la casa de los Monroe.

Rick y Carol son los primeros en entrar, y tras ellos el hijo del expolicía y yo.

Después de saludar a Deanna, quién nos invita a pasar, Carl y yo nos adentramos entre la gente, hasta encontrar a Mickey en un rincón.

- ¡Hola, chicos! – saluda animado. – Me alegra que hayáis decidido venir.

- Hola, tío. – digo apretando su mano y dándole una palmada en el hombro con una sonrisa.

- Teníamos que integrarnos. – dice Carl sonriente. - ¿Dónde están Ron y Tyler?

- Ahora vendrán con sus familias. – responde.

- Siempre juntos, como no. – añado con malicia, consiguiendo que Carl y Mickey rían.

- No seas malo. – añade el segundo.

- Está bien, prometo comportarme. – digo alzando la mano izquierda mientras pongo la derecha en mi pecho, haciendo que rían de nuevo. A lo lejos, mis ojos divisan a Noah, apoyado en la pared con una visible incomodidad, y con unas señas, le indico que venga con nosotros.

- ¿Todo bien? – pregunta Mickey cuando Noah se une a nosotros. El chico asiente visiblemente más calmado. – Soy Mickey. – dice, para después echar un vistazo hacia la entrada. - Oh, y esos dos son Ron y Tyler. – añade señalando a ambos chicos cuando aparecen por la puerta, quienes no tardan en llegar a nuestra altura, saludando a Noah.

- Lamentamos no haberte invitado ayer. – dice Tyler, y en el fondo era más que evidente que no lamentaba una mierda.

Tyler y Ron parecían tener la suficiente maldad como para incomodar a la gente con sus preguntas y comentarios.

- Tranquilos, no importa. No habría podido de todas formas, salí con el grupo recolector a practicar. – se excusa el chico. Noah era un buen tío, su corazón desprendía bondad pura.

- Cierto. Vosotros dos estáis en ese grupo ¿No? – pregunta Ron, refiriéndose a mi y a Noah.

- Si, mañana saldremos por primera vez. – responde el último.

- ¿Mañana? – inquiere Carl mirándome sorprendido. Trago saliva.

Aún no me había atrevido a decirle nada.

- Vaya, espero que eso no cause ningún problema. – dice Tyler con malicia, aparentando normalidad. Mis ojos se clavan en los suyos.

Este tío empezaba a tocarme los cojones.

- ¿Cómo es que vosotros dos tenéis un trabajo? – añade Ron, metiendo de nuevo el dedo en la herida.

Tenso mi mandíbula.

Y estiro mis labios en una cínica sonrisa.

- Aunque os parezca extraño, hay gente en el mundo que aporta cosas. – digo. – Por desgracia no todos tienen esa suerte. – sentencio metiendo mis manos en los bolsillos.

Silencio.

Sonrío.

Y Carl también.

Incluso Noah y Mickey lo hacen.

- Bueno... ¿Qué os parece si vamos a por algo de beber? – pregunta Mickey, intentando aliviar la tensión en el ambiente generada por mi. – En esas mesas de ahí hay unos cuántos refrescos que parecen llevar nuestros nombres. – añade con una sonrisa. Los chicos asienten mientras mis ojos recorren la estancia, hasta topar con una de las mesas mencionadas, pero en la que mi mirada se ha posado, no hay precisamente refrescos.

Y sonrío.

- No, gracias. – digo declinando la oferta de Mickey. – Creo que hay algo que prefiero más. – añado observando la mesa, donde unas cuantas relucientes latas y botellines de cerveza se encuentran en el centro, por lo que decido encaminarme hacia mi paraíso personal con una sonrisa.

La cual se esfuma cuando alguien se interpone en mi camino.

- Ni de coña. – dice Merle agarrándome del brazo.

Bufo.

- ¿Estás de broma? – digo alzando una ceja.

- Aquí no. Hemos de aparentar normalidad, me matarían si te dejara. – explica. – Si quieres algún día puedo conseguirte una.

Frunzo el ceño y doy un paso hacia atrás, soltándome de su agarre.

- ¿Es una trampa? – pregunto. Él ríe. - Primero lo del tabaco y ahora esto. ¿Intentas ganarte mi confianza de nuevo?

Vuelve a reír.

- Algo así. – admite. E inevitablemente sonrío. – Que me dices si luego os invito a ti a Daryl a un par, y hablamos como es debido. Sin peleas. Sin gritos. Sin reproches. – añade tendiendo la mano. - Solo tres hermanos tomando unas cervezas.

Sonrío.

E inconscientemente, sopeso su idea durante unos segundos.

Lo cierto era que no podría evitarle eternamente, y al fin y al cabo merecía una segunda oportunidad.

O una tercera.

O una cuarta, más bien.

- Solo tres hermanos tomando unas cervezas. – digo estrechando su mano sana. Él sonríe, y verle contento, me anima ligeramente.

- Perfecto. – dice sonriente. – Y ahora toma. – añade dándome un vaso. – Un zumo, que es para lo que tienes edad.

Una carcajada sale de mi irremediablemente.

- Eres un jodido gilipollas. – digo aceptando el vaso que me ofrece entre risas. – Por cierto ¿Qué haces aquí?

- Vivo en Alexandria ¿Recuerdas? – comenta con ironía antes de beber de su lata. Ruedo los ojos y Merle ríe. – Bueno, quería ver que tal le iba a vuestro grupo integrándose. La gente de Alexandria son buenas personas, encajaréis bien. Ya era hora de que tuvierais un hogar.

Mis ojos recorren la sala y las personas que hay en ella, todos diferentes, la mayoría sin una conexión que les una, pero si una causa.

- Si... - murmuro – Aquí podrán descansar.

- ¿Podrán?

Veo a Merle mirarme extrañado.

- Bueno...

- ¿Sigues pensando en irte?

- Es que... - suspiro. – Veo la incomodidad de Daryl en cada una de sus acciones. Lleva todo el día por ahí perdido. Y sé que él tampoco está del todo a gusto aquí.

- Daryl está bien. – aclara. – Le he visto adentrarse en casa de Aaron, quería entrar en la fiesta, pero se ha dado media vuelta.

- ¿Le has visto?

Merle asiente mientras bebe de su cerveza.

- Se acostumbrará. Le cuesta, pero siempre lo hace. – dice. – En el fondo esto le vendrá bien, necesita descansar. Lleva toda la vida luchando. Se lo merece.

Miro sorprendido al hombre a mi lado que dice y jura ser mi hermano, puesto que no me esperaba para nada esas palabras viniendo de su parte.

Sin duda, Merle había cambiado.

Puede que no del todo, pero lo había hecho.

- Tienes toda la razón... - admito.

Entonces suspira.

- Y si... - dice como si le costara hablar. – Y si seguís pensando en marcharos por mi... - añade. Mientras le observo, doy un trago de mi vaso. – No hace falta que lo hagáis, me marcharé yo.

Y acto seguido escupo lo que estaba bebiendo.

Ganándome la atención de media sala.

Golpeo mi pecho a la vez que toso, en busca de aire para poder dejar de percibir mis pulmones obstruirse.

Siento a Merle palmear mi espalda intentando mantenerme con vida de este pequeño momento de asfixia.

- ¿Serías capaz de marcharte de tu hogar por nosotros? – pregunto con la voz ronca cuando me he recuperado.

- Si es la única forma de que Daryl y tu tengáis un hogar... - murmura.

Pero entonces algo interrumpe nuestra conversación.

O alguien, más bien.

El sonido de un puño estampándose contra la cara de alguien llega a nuestros oídos, ocasionando que tanto Merle como yo nos giremos en esa dirección.

Mis ojos casi se salen de las cuencas al ver tal escena.

- ¡Carl! – exclamo yendo hacia él, aprisionando sus brazos cuando le abrazo desde la espalda, para alejarlo de la escena.

Veo a Ron limpiarse la sangre que sale incesante de su labio roto.

Y mi sangre se hiela ante la enfurecida mirada de Carl.

- ¡Se ha burlado de mi madre! – ruge mientras se remueve furiosamente, intentando soltarse de mi agarre.

- ¿Qué...? – murmuro con la boca semiabierta.

- Qué está pasando. – dice Rick, quién llega a la sala en cuestión de segundos acompañado de Deanna y Jessie.

- Dios mío, Ron... - susurra su madre mirándole el labio.

- ¡Su hijo me ha pegado un puñetazo! – grita ese pedazo de imbécil.

- Y te mereces más que eso. – sisea Carl entre mis brazos.

Mi corazón se acelera y me estremezco, porque jamás le había visto así.

Y eso significaba que ese idiota le habría dicho algo verdaderamente grave.

Porque este no era Carl.

- Ha empezado a decir que él tenía suerte de tener a su familia al completo, no como nosotros. – dice Noah mientras se coloca a nuestro lado, poniendo una mano en el hombro de Carl, a quién yo he dejado de agarrar, para tenerle semi abrazado. – Carl tan solo se ha defendido cuando ha empezado a atacarle directamente.

- Noah tiene razón. – murmura Mickey. – Os habéis pasado.

- Tampoco ha sido para que le pegara. Tan solo han sido un par de bromas. – añade el imbécil de Tyler. – Es él, que es un bicho raro.

Tenso la mandíbula.

- Será mejor que cierres la puta boca si no quieres que lo haga yo, porque te aseguro que te tengo ganas. – gruño en su dirección.

- ¡Basta! – dice Merle, mirándonos a todos. – Me da igual lo que haya ocurrido, pero no va a volver a pasar. – afirma. – Tyler, llévate a Ron para que Denisse le eche un vistazo, y no quiero volver a veros merodeando por aquí, ni cerca de ellos. ¿Entendido?

- Si. – dice el perro secuaz mientras se lleva a su amo, dedicándome una fulminante mirada en el proceso.

- Carl ¿Estás bien? – pregunta mi hermano en dirección al hijo de Rick. El chico asiente.

- Y una mierda. – digo yo. Carl me mira. - ¿Te has visto la mano? – inquiero sujetando su mano derecha delicadamente, la cual tiene los nudillos visiblemente hinchados. Él niega con la cabeza, restándole importancia.

- Puedes llevarle para que Denisse le vea también. – dice mi hermano a Rick, quién asiente con convicción.

- Tranquilo, Rick. Puedo acompañarlos. – sugiere Noah a mi lado.

- Papá, estoy bien, de verdad. – afirma Carl, quién parece estar más calmado.

El hombre lo piensa durante unos segundos, hasta que termina asintiendo, suspirando y con las manos en su cintura.

Noah y yo salimos junto con Carl de esa asfixiante casa, y cuando estamos fuera, puedo llenar mis pulmones de aire limpio con tranquilidad.

El ambiente de ese sitio se había vuelto irrespirable.

- ¿Estás bien? – pregunto a Carl mientras caminamos, y me doy cuenta de que, de manera inconsciente, todavía sigo teniéndole semi abrazado por la cintura.

- Si. – dice en un suspiro.

- ¿Y esperas que nos lo creamos? – inquiere Noah con una sonrisa, provocando que el hijo de Rick y yo riamos. – Esos dos son unos capullos.

- Cada día me caes mejor, Noah. – digo, haciendo que ahora sea él quién ría.

- No debería haberle pegado. – murmura Carl.

- Desde luego eso es más de mi estilo que del tuyo. – añado, consiguiendo una sonrisa por parte del chico.

- Me estaba provocando constantemente... Y le he dado lo que quería, dejar a nuestro grupo en evidencia. – dice.

- Oye, no te tortures con eso. – le aconseja Noah.

- Los únicos que han quedado mal han sido ellos. Hasta Mickey se ha puesto de nuestro lado. – digo. – Desde que hemos llegado a este pueblo, está gente nos está buscando las cosquillas. Deanna quiere que Alexandria se abra al resto del mundo, pero no se da cuenta de que sus habitantes no.

- Muy cierto. – corrobora Noah metiendo las manos en sus bolsillos. – Tendrías que haber visto a Nicholas y a Aiden en el ensayo que hicimos, aunque bueno, ya los verás mañana en acción. De no ser por Glenn lo de ayer habría salido fatal.

- Ahora que has dicho eso... - dice Carl. - ¿Cuándo pensabas decirme que mañana es tu primer día? – inquiere mirándome con una ceja alzada.

Trago saliva.

- Ah... Bueno... - balbuceo mientras acaricio la pulsera que me regaló, de nuevo, como mi gesto nervioso favorito. Y con un gran sentimiento de culpabilidad, evito su mirada para que está no me haga desmoronarme como siempre.

- Eh, Carl, estará bien. – añade el chico dándole una palmada en el hombro, salvándome de la situación, e internamente, se lo agradezco increíblemente. – Glenn, Tara y yo le protegeremos de la gente de Alexandria.

Una carcajada sale de mi garganta.

- Los que me preocupáis sois los que quedáis en su compañía, no él. – admite Carl con humor y una sonrisa. Y entonces paso de reírme a fingir una gran ofensa.

Entre risas y absurdos comentarios, llegamos a la enfermería de la tal Denisse, guiados por Noah, quién parecía conocerse Alexandria como la palma de su mano a pesar de llevar tan solo unos días aquí.

Un desagradable silencio se instala en el ambiente cuando del lugar salen ese par de imbéciles, cruzando miradas con nosotros.

Les observo fijamente y, cuando mis ojos pasan por los puntos de sutura del labio de Ron, sonrío cínicamente, consiguiendo ganarme una mirada de odio por su parte.

Entramos en la enfermería, para encontrarnos con una mujer rubia con gafas, un tanto oronda, quien nos sonríe amablemente, la cual está acompañada de Tara.

¿Qué hacía Tara aquí?

- Ho-hola, soy Denisse. – dice la mujer torpemente, sugiriéndonos pasar al extender su mano hacia el interior de la sala.

- Ho-hola Denisse. – respondo yo con simpatía, haciendo que la mujer sonría un tanto avergonzada. – Soy Áyax, él es Noah. – digo señalando al chico al lado de Carl. – Y este atractivo chico con la mano hinchada es Carl.

Y gracias a eso, recibo un codazo por su parte.

- Vaya, así que tú eres el que ha hecho que Ron tenga que hacerme una visita. – responde Denisse. – Siéntate. – indica la mujer señalando la camilla hacia donde Carl se dirige.

- Y gracias a eso hemos descubierto que Carl tiene un buen gancho de derecha. – afirma Noah, haciendo que Tara y yo riamos.

Veo a la rubia mujer revolotear por la sala en busca de un par de libros de medicina, para después ponerse a examinar la mano de Carl.

Para ser médico parecía estar bastante perdida.

- ¿Todo bien? – pregunto a la mujer. Esta asiente repetidas veces. – Es que... Pareces desorientada.

- Bueno... Denisse no es médico del todo. – confiesa Tara, consiguiendo sorprenderme.

- Estudié medicina para ser cirujana y... Eso no salió bien. Y ahora soy lo único más parecido a un doctor que tienen aquí... - admite ella con nerviosismo.

Alexandria estaba jodida entonces.

- Oye quieres que... - digo señalando la mano de Carl. - ¿Puedo echarle un vistazo? Quizá pueda ayudarte.

Denisse alza las cejas asombrada.

- No sé cómo ibas a hacerlo... - responde. - ¿Sabes algo de... medicina?

Río.

- No, la verdad. – admito. – Pero llevo toda la vida curándome mis propias heridas y lesiones, además de las de Daryl y Merle. – añado. La mujer se sorprende ante mi confesión. – Déjame ayudarte. – sugiero con una amable sonrisa. Denisse acepta aliviada. Me acerco hacia ella y Carl, y tomo su mano, examinándola detenidamente. - ¿Te duele? – pregunto al chico moviendo su pulgar con suavidad.

- No. – dice apretando sus dientes. Le miro enarcando una ceja. Presiono su pulgar aplicando un poco de fuerza. - ¡Joder, Áyax! – exclama apartando su mano de la mía.

- Por mentiroso. – añado volviendo a coger su mano. Él muerde sus labios intentando ocultar una sonrisa. – Perdona. – murmuro riendo mientras examino su dedo de nuevo. – Los nudillos están bien, parece que te has dislocado el pulgar. – afirmo. – Eso solo nos indica una cosa.

- ¿Qué? – pregunta Denisse.

Río.

- Que Carl no sabe pegar. – digo con una ladeada sonrisa.

Y acto seguido, Carl me da un puñetazo en el hombro con su mano sana, sacándome un quejido y unas risas.

- ¿Qué decías? – inquiere alzando las cejas mientras yo froto la zona en la que he recibido el golpe bajo las risas de los presentes en la sala.

- Me refiero a que colocas mal el puño. – digo sonriendo. – Al pegar, escondes el pulgar bajo el resto de dedos en vez de dejarlo fuera. Lo que haces con eso es que el pulgar reciba todo el impacto del golpe, el resto de la mano le sirve como escudo, pero él se lleva la peor parte. – explico, usando mis manos como ejemplos. - ¿Ves?

De pronto me doy cuenta de que tengo a Tara, Denisse y Noah a mi alrededor, atentos a mi explicación.

Carl ríe.

- ¿Cómo sabes todo eso? – pregunta Noah.

- Porque Michonne me enseñó a pelear. – confieso mientras me acerco a los cajones de la mesa más cercana a mi. – Y a manejar ambas espadas. ¿Dónde tienes las vendas, Denisse?

- Oh... - dice la mujer cuando se da cuenta de se había quedado en su propia burbuja. – En... En las cajas de ahí. – dice señalando la dirección contraria en la que me encontraba.

- Hay algo que te he querido preguntar desde que te conozco. – admite Tara mientras me hago con las vendas y el esparadrapo que he encontrado.

- Dispara. – digo mientras dejo los objetos en la camilla de Carl, a su lado. – ¿Tienes alguna férula o algo que nos pueda servir como tal? – pregunto a Denisse.

- Ah... N-no, la verdad. – dice con confusión. Suspiro.

- No importa. – digo acercándome a unas cajas con medicinas en su interior, cogiendo un pedazo de cartón de la primera caja que se encuentra encima de las demás.

- ¿Por qué... Por qué llevas dos espadas? – pregunta Tara. – Es decir ¿No sería más sencillo con una?

Río.

- ¿Y te parezco yo alguien sencillo? – respondo con sarcasmo mientras doblo ligeramente el cartón. – Aprendí con ocho años a manejarlas, una espada era demasiado grande para mi y poder luchar con ella era prácticamente imposible. Las katanas son más cortas y ligeras, eso ayuda al equilibrio. A eso súmale que soy ambidiestro... Y bastante testarudo, quería hacer lo que era más difícil para los demás, y lo conseguí. – añado con una sonrisa bajo la fascinada y asombrada mirada de Carl. – Está bien, ahora voy a recolocarte el dedo.

- ¿Va a doler? – pregunta el chico mirándome. Suspiro.

- Agradable no va a ser, eso te lo aseguro. – admito con pesar. – A la de tres ¿De acuerdo? – digo sujetando su dedo. El chico asiente resignado. Desvío la mirada de sus ojos para observar por la ventana tras él. Abro los ojos ligeramente y mi respiración se vuelve errática. - ¿¡Eso son caminantes!?

- ¿¡Qué!? – exclama Carl girándose hacia la ventana.

Y entonces aprovecho para recolocarle el pulgar.

Carl emite un gruñido de dolor ante eso y aparta su mano de la mía con sorpresa.

- ¿¡Por qué has hecho eso!? – grita Tara a mi lado, visiblemente asustada, al igual que Noah y Denisse.

- ¡Has dicho a la de tres! – replica Carl mirándome con la boca abierta.

- ¡Lo siento, lo siento! – digo alzando las manos en señal de rendición. – Era la única forma de que no tensaras la mano, o te podría haber hecho mucho más daño.

Carl pone los ojos en blanco.

- Podrías habérmelo dicho. – dice.

- No habría servido, el cuerpo se tensa de manera involuntaria cuando sabe que va a recibir dolor de forma inminente. – explico colocando el cartón en la palma de su mano, bajo su pulgar. Acto seguido, cojo un par de tiras de esparadrapo para sujetar el cartón a su dedo, para después envolverlo con el vendaje junto con la palma de su mano y sus nudillos. – Listo. No será el mejor vendaje de la historia, pero servirá. – digo admirando el resultado de mi obra. – Tómese un calmante cada seis horas, Señor Grimes. – añado antes de depositar un beso en su frente. Todos me miran con las cejas alzadas ante ese comentario. – Siempre había querido decir eso. – confieso avergonzado.

- Cada día me confirmas más que eres imbécil. – admite Carl mientras asiente.

Río.

- ¿Así es como me lo agradeces? – pregunto con fingida ofensa. Carl baja de la camilla y me agarra de la cintura.

Pegándome completamente a él.

Completamente.

- Créeme, ya te lo agradeceré como es debido. – sisea con la voz ronca prácticamente sobre mis labios.

Mi garganta se seca y me quedo congelado en mi sitio.

Carl se separa de mi y se marcha de la sala a carcajadas.

Apoyo mis brazos en la camilla frente a mi intentando recuperar el aire que ha escapado de mis pulmones.

- ¿Qué se supone que ha sido eso? – murmura Tara pícaramente dándome un codazo.

Bufo con una sonrisa.

- ¿Eso? Eso ha sido venganza. – digo intentando que mi respiración vuelva a la normalidad.

Dijo que me la devolvería.

Y joder si lo había hecho.

- Vale, creo que ya he visto suficiente. Nos vemos mañana. – dice Noah palmeando mi espalda antes de salir de la enfermería.

- ¡Espérame! – dice Tara intentando escapar de la incomodidad.

- Será cabrón... - murmuro con una sonrisa. Suspiro.

- Áyax... Quiero agradecerte lo que has hecho. – dice Denisse, visiblemente aliviada.

- No, Denisse, gracias a ti. – respondo.

- De eso nada, lo has hecho tu todo. – recalca. – No sé cómo voy a devolverte el favor...

Una sonrisa se instala en mis labios.

- Igual hay algo que sí que puedes hacer. – digo, sentándome en la camilla.

- ¿El qué? – pregunta la mujer con curiosidad.

Sonrío.

- Enseñarme todo lo que sepas sobre medicina. – sentencio.




Con un par de libros en el interior de la mochila que Denisse me ha dejado, libros que según ella era por donde podría empezar, camino por las calles de la urbanización, observando como la casa de los Monroe se encuentra vacía, por lo que doy por hecho que la fiesta ha acabado.

Me detengo cuando llego a nuestras casas, al ver a Daryl sentado en las escaleras del porche.

- Eh, desaparecido. – digo llamándole, sus ojos se alzan hasta los míos y me dedica una pequeña sonrisa. - ¿Qué haces ahí?

- Te estaba esperando. – dice mientras se pone en pie. – Merle nos ha invitado a su casa para hablar.

- Lo sé. – admito. – Me lo ha dicho en la fiesta. Fiesta a la cual no has ido, por cierto.

Sonríe.

- No era mi lugar. – confiesa.

- Parece no serlo ningún sitio últimamente, Daryl. – respondo. – Te estás cerrando demasiado. Y no estoy seguro de cuan bueno pueda ser eso.

Él suspira.

- Será mejor que vayamos. – dice cambiando de tema.

Y entonces el que suspira soy yo.

- De acuerdo, voy a dejar esto a mi habitación y ahora vuelvo. – digo mientras subo los peldaños del porche.

- ¿Qué llevas ahí? – pregunta con curiosidad.

- Ah... Nada. – contesto, acomodando la mochila en mi espalda, disimulando muy mal.

- ¿Llevas una mochila vacía? – dice alzando una ceja.

- Si.

- ¿Y por qué?

- ¿Y por qué no?

Silencio.

Daryl muerde su labio inferior intentando ocultar una sonrisa.

- Está bien, ve a dejar tu mochila vacía, te espero aquí. – dice dándose la vuelta para volver a sentarse.

Sonrío y me apresuro en hacer lo que dice.

Y en mi paso por la habitación, aprovecho para quítame la demasiado elegante camisa y ponerme una ancha camiseta negra de manga corta.

Vuelvo a sonreír.

Esto era otra cosa.

Bajo las escaleras de la casa, la cual está extrañamente vacía.

- ¿Dónde están todos? – pregunto llegando hasta Daryl.

- No lo sé. – dice sin más. - ¿Te has cambiado de ropa?

- Claro, como ibas a saberlo si no has estado aquí en todo el día. – respondo bruscamente. – Y si, me he cambiado.

Él ríe.

- Está bien, vamos a aclarar las cosas. – dice mientras echamos a andar. Le observo extrañado. – He salido porque necesitaba desconectar un poco de todo esto, y si no he ido a la fiesta es porque ambos sabemos que socializar no es lo mío, pero Aaron me ha invitado a cenar con él y su pareja.

- Lo sé, eso también me lo ha dicho Merle. – digo. - ¿No te habrán propuesto alguna cosa extraña e indecente? – añado con una ladeada sonrisa.

Y en respuesta recibo un golpe en el brazo.

- ¿Sabes? Carl tiene razón, eres imbécil. – admite él.

- ¿Por qué me pega todo el mundo hoy? – murmuro frotándome la zona afectada por el golpe.

- Porque te lo ganas a pulso. – dice como si nada. - ¿Siempre tienes que pensar mal de la gente?

- Piensa mal y acertarás. – respondo con obviedad. Le veo alzar los ojos al cielo.

- ¿Siempre tienes frases para todo?

- ¿Vas a dejar de hacer preguntas de las que ya sabes la respuesta?

- Ahí está otra vez. – murmura pinzando el puente de su nariz.

Río.

Me gustaba sacarle de sus casillas.

- Vale, está bien, lo siento. ¿Qué tal ha ido en casa de Aaron? – pregunto con verdadera curiosidad. No había visto a Daryl en todo el día, y me apetecía estar unas horas con él.

- Bien. – responde. – Lo cierto es que sí que me han propuesto algo.

Mis pies se detienen al oír sus palabras y mi corazón se acelera.

Le miro con la boca semi abierta.

- ¿Qué...?

- ¡No seas idiota! – exclama. Suspiro aliviado. – Me han propuesto que sea el otro ojeador de Alexandria. – dice metiendo sus manos en los bolsillos.

- ¿El otro qué? Espera. ¿Te han dado un trabajo? – pregunto ilusionado, él asiente con una media sonrisa en sus labios.

- Ayudaré a Aaron a encontrar buenas personas que traer a la comunidad. – explica, paseando sus ojos por las casas del lugar.

Sonrío.

- ¿En serio? Es... Es perfecto para ti, Daryl. – digo. – Se te da genial reconocerlas. Creo sinceramente que esto es lo tuyo.

- Si, bueno...

- ¿Ves cómo eres importante? - añado, consiguiendo sacarle una sonrisa. – Ya no solo eres importante para nosotros, sino que para Alexandria también. – detengo mis pasos haciendo que él también lo haga. – Enhorabuena. Estoy orgulloso de ti. – digo mientras pongo una mano en su hombro, sonriendo.

Y era la verdad, siempre había estado orgulloso de él, pero ahora mucho más.

Veo como él me mira de arriba abajo.

- En serio, tienes catorce años ¿Cuándo diablos has crecido tanto? – dice, sacándome unas cuantas carcajadas. – Y no solo en altura, por cierto.

- ¿A qué tantas risas? – dice Merle a los pies de su casa cuando llegamos a esta.

- A qué tienes un hermano muy peculiar. – responde Daryl siguiendo a Merle por el porche, hasta unos asientos frente a la ventana.

- ¿Cuándo hace algo malo es mi hermano y cuando es bueno es el tuyo? – inquiere Merle abriendo uno de los botellines sobre la pequeña mesa entre los sillones del porche y ofreciéndoselo, antes de sentarse en uno de ellos.

- Hola, estoy aquí. – digo haciendo aspavientos con los brazos, viendo como habían empezado a hablar de un servidor como si no estuviera.

La situación era un tanto extraña, parecía que jamás hubiera habido problema alguno entre nosotros.

Y por una vez, le permito a mi mente relajarse, y a mi cuerpo también cuando me siento en el cómodo sillón, observando la bonita y tranquila noche que reinaba en Alexandria.

Merle abre un segundo botellín y me lo ofrece.

- ¿Estás de broma? – dice Daryl mirándonos a ambos como si estuviéramos mal de la cabeza.

- Venga, Daryl, no pasa nada por una. – replica Merle.

- El problema es que no será solo una. – añade él. – Bastante tengo con que tú le dieras su primer cigarrillo cuando era pequeño, no quiero cargar con eso en mi conciencia también.

- ¡No es para tanto! – dice mi primer hermano. – Además, aquello solo fue una broma, que él haya seguido después ya no es mi culpa.

Y de nuevo, hablaban de mi como si yo no estuviera.

Daryl resopla con hastío.

- Está bien, solo una, por hoy. – dice antes de que acepte encantado la oferta de Merle. – Pero habrá que poner unas normas.

Río y enarco una ceja.

- ¿Algo así como "los nuevos mandamientos Dixon"? – pregunto con sarcasmo antes de dar un trago de mi cerveza. – A buenas horas.

- Mejor tarde que nunca. – responde él antes de beber.

- Daryl, es mayorcito y ha demostrado saber cuidarse solo, no creo que haga falta. – dice Merle encendiéndose un cigarro.

- No, no es mayorcito, de eso se trata. – contraataca el mencionado. – Le hemos obligado a crecer, pero eso no significa que lo sea.

Apoyo mi cabeza en el respaldo del sillón y miro al techo resignado ante la ya conocida sobreprotección de Daryl.

- Creo que tienes razón. – corrobora Merle después de unos segundos de silencio.

Me incorporo en el acto.

- ¿Qué? – exclamo frunciendo el ceño.

Era esto lo que menos me esperaba de un insubordinado como Merle.

- Daryl tiene razón. – vuelve a decir. – Nunca hemos tenido una vida normal, puede que esta sea nuestra oportunidad. Te lo debemos, Áyax. Establecer normas entre nosotros puede ayudarnos. – añade, ofreciéndome su cigarro.

Y cuando me aproximo para cogerlo, Daryl se hace con él primero.

- Y esta es la primera de ellas. – dice antes de ponerlo entre sus labios. – Nada de fumar. No por lo menos hasta que seas mayor de edad.

Bufo.

- Venga ya. – digo con hartazgo, dejándome caer en el asiento.

- Áyax, esto lo hacemos por ti. – dice Merle.

- No, esto lo haces para volver a ganarte su confianza de nuevo. – murmullo enfadado cruzándome de brazos.

- ¿Ves como tan solo eres un niño? – inquiere señalando mi gesto mientras ríe.

Y como respuesta recibe el dedo de en medio de mi mano derecha.

- Vale, esa será la segunda norma. – añade Daryl. – Nada de faltarnos el respeto entre nosotros. Somos hermanos, hemos de ayudarnos unos a otros. Como siempre hemos hecho.

Pongo los ojos en blanco y asiento.

- ¿Habrá alguna norma que no me afecte y perjudique? – pregunto con sarcasmo.

Daryl ríe.

- Propón alguna. – dice de manera evidente.

Sopeso su idea durante unos segundos.

- Norma número tres. – digo captando la atención de ambos. – Nada de abandonarnos unos a otros. – musito alzando los ojos y agachando la cabeza. - Nadie se quedará en la estacada. – añado. – La familia es lo primero. – murmuro después de dar un trago a mi bebida.

Y el silencio se hace entre los tres.

- Estoy de acuerdo. – afirma Merle antes de darle una calada al cigarro que Daryl le devuelve.

- Qué irónico ¿No? – respondo de manera impulsiva, con un tanto de maldad.

Merle ríe.

Y extrañamente, parece hacerlo con sinceridad.

- Está bien, añadamos a las normas una ronda de preguntas. – propone. – Todos podemos preguntar lo que queramos. Y como a las respuestas va implícita la sinceridad... Norma cuatro. – dice antes de poner sus ojos en los míos. – Nada de secretos.

Un escalofrío me recorre ante la veracidad que pone en cada una de sus palabras.

- Me parece perfecto. – añado.

- A mi también. – dice Daryl también.

- Por qué coño decías que sería una carga para vosotros y era mejor abandonarme. – gruño mirando fijamente a Merle.

La ronda de preguntas había dado comienzo.

Y no pensaba desaprovecharlo.

Merle vuelve a reír.

- Creo que hay algo que debes saber. – murmura Daryl después de beber de su botellín.

Me tenso en mi sitio.

Y mi corazón se acelera.

Me estaban ocultando algo, era evidente.

- Yo nunca quise abandonarte. – dice Merle. – De hecho, la idea del orfanato fue mía.

Espera... ¿Qué?

- Espera... ¿Qué? – digo simultáneamente a mis pensamientos.

- Solo hice que pareciera idea de Daryl porque sabía que a él le perdonarías. – empieza a explicar. – Si venía de él... No sería tan horrible, parecería que te estaba salvando de todo lo malo que te rodeaba. Si lo hacía yo, lo verías como el mayor acto de desprecio que podría hacerte. – confiesa, dándole una calada a su cigarro, dejándome con la boca cada vez más y más abierta.

- ¿Es... Es en serio? – pregunto. Los temblores sacuden mi cuerpo en cuestión de segundos. Miro a Daryl.

Y me petrifico cuando este asiente.

- Yo no sabía nada. – corrobora. – Me lo explicó hace poco.

- Pero... Pero eso no te pega. – admito una vez he recuperado el habla. Él ríe.

- ¿Ves a lo que me refiero? – dice señalando lo obvio. La imagen que yo tenía de él me impedía creer que eso fuera posible.

Me inclino hacia delante, apoyando los codos en mis rodillas, y froto mis ojos, como si así fuera a ver todo con mayor claridad.

Esto no podía ser real.

Toda mi vida había vivido una mentira.

Una jodida mentira.

Me había basado en un odio hacia Merle, que ahora dejaba de tener sentido.

Y nunca lo había tenido.

Parpadeo un par de veces intentando procesar toda la información que entra por mis oídos.

- ¿Estás bien? – pregunta Daryl con preocupación.

- Si... Solo... ¿Era mentira? – digo más para mi mismo que para ellos. – No tenías que haberlo hecho, Merle. De habérmelo dicho nos habríamos ahorrado muchísimas cosas.

- Te lo dije. – añade Daryl en un suspiro.

- De nada sirve lamentarse ahora por el pasado. – dice. – Tan sólo necesitábamos alejarte todo lo posible de esa casa, y eso hicimos.

Paso una mano por mi pelo, temblando.

- Es... Es mucho que asimilar. – admito con la vista clavada en el suelo.

- Oye, no te pido que me perdones ahora, tienes todo el tiempo del mundo. Incluso si no quieres hacerlo, lo respetaré. – dice mirándome a los ojos una vez he alzado la mirada. – Tan solo te pido que me dejes recuperar el tiempo perdido.

Un tembloroso suspiro sale de mi, acompañado de una sonrisa, al ver que esa era la única intención de Merle.

Le importaba mi perdón, pero prefería recuperarme y que se lo dijera cuando realmente lo sintiera, antes que decirle palabras vacías.

- Antes... En la fiesta, me has dicho que serías capaz de marcharte tú solo para que Daryl y yo pudiéramos tener un hogar. – digo, bajo la atenta mirada de mi segundo hermano.

- ¿Has dicho eso? – pregunta este con incredulidad. Merle suspira.

- Si. – contesta con seriedad, creyendo que esa idea sigue rondando mi cabeza.

- ¿Y lo harías? – inquiero mirándole a los ojos.

- Si. – vuelve a decir, sin tan siquiera dudarlo.

Sonrío.

- Sabes... No creo que sea necesario. – admito. Sus ojos se alzan hasta los míos con sorpresa. – Podemos volver a intentarlo ¿Verdad? – pregunto mirando a Daryl, quién, volviendo a crear su idea de una posible vida normal en familia, sonríe. – Qué dices, Daryl. ¿Nos quedamos en Alexandria y hacemos compañía al gran jefe de seguridad de este sitio?

Una carcajada escapa de Merle.

- Me parece una buena idea. – musita Daryl con una sonrisa.

- Pues ya lo ves, Merle Dixon. No hace falta que te vayas a ningún lado. – añado con una ladeada sonrisa. – Nos quedamos. – sentencio.

- Me parece una idea cojonuda. – admite con una muy visible alegría.

Y era más que evidente, que durante unos segundos, la idea de volver a separarnos o de que yo no aceptara su historia, parecía aterrorizarle.

- Me alegra vernos así. – confiesa Daryl. – Quiero preguntarte algo. – dice después de unos segundos de silencio, mirando a Merle. - ¿Por qué no viniste a buscarme a la prisión si realmente no estabas muerto?

Merle suspira.

- Lo hice, créeme. – admite, consiguiendo sorprendernos a ambos. – Me escondí hasta recuperarme de los disparos, me saqué las balas, curé mis heridas... - explica antes de darle un trago a su cerveza. – Cuando estuve listo, me encaminé a la prisión. Sabía que habían pasado meses, pero tenía que intentarlo. ¿Y cual fue mi sorpresa? – dice mirándonos. – Que allí no había nadie salvo los caminantes. Todo parecía haber sido envuelto por las llamas tiempo atrás, y para mi sorpresa, me encontré con el cuerpo del Gobernador.

- Ese capullo lo destruyó todo. – dice Daryl con la mirada perdida. – Mató a Hershel.

Merle le mira.

- Era un buen hombre. – murmura.

- Me enseñó a leer. – confieso con una sonrisa. – Y a escribir.

Mi primer hermano ríe, observándome sorprendido.

- Pensé que eso lo harían en el orfanato. Me informé, créeme. – dice.

- Resulta ser que se escapaba demasiado. – añade Daryl intentando que suene a reprimenda.

Río.

- Yo buscándote una buena educación y resulta que nos has salido rebelde. – comenta Merle, sacándome una carcajada.

Era curioso ver cómo, en el fondo, parecía orgulloso de mi rebeldía. Daryl y Merle eran el ángel y el demonio sobre mi hombro, en ese respectivo orden.

- No puedo negar mi verdadera naturaleza. – admito guiñándole un ojo. Doy un trago de mi cerveza mientras observo a ambos hermanos reírse ante mi estupidez.

Ciertamente, estaba disfrutando de esta noche entre los tres.

Por fin parecíamos una familia de verdad, dejando en el pasado los problemas que en este ocurrieron, para poder seguir adelante y disfrutar de lo que la vida parecía servirnos en bandeja.

- Pues entonces... - dice Daryl. – Quinta y última norma, por ahora. Cuando nos necesitemos, ahí estaremos. – añade, y entonces alza su botellín. – Los Dixon se tienen unos a otros.

Merle y yo reímos.

- Los Dixon se tienen unos a otros. – afirma el primero con convicción, uniendo su cerveza con la de Daryl. – No más secretos y mentiras.

- ¿Tú qué dices, Áyax? – pregunta mi segundo hermano con una sonrisa.

No más secretos y mentiras.

Y la imagen de nuestro asesinado padre aparece en mi mente como un destello.

Trago saliva.

Tenía que decírselo.

Merecían saberlo.

Ellos habían sido sinceros conmigo.

Querían empezar de cero, sin nada que enturbiara esta oportunidad.

Tenía que decírselo.

Sí, eso haría.

Cojo aire.

Y uno mi botellín al de ambos, brindando.

- No más secretos y mentiras. – sentencio con una tensa sonrisa, mientras siento un frío sudor bajar por mi sien.




Parpadeo un par de veces y froto mis ojos, para después evitar un bostezo.

- Pareces cansado. – dice Michonne mientras me ve abrocharme el arnés de mis katanas. – Algún día te lo arreglaré, está hecho para un niño de ocho años... Y has crecido demasiado.

Río.

- La adolescencia ¿No dicen eso? – murmuro entre risas mientras coloco mi cuchillo y su funda en mi cinturón. – Que bien sienta llevarlas en mi espalda otra vez.

- Vale, aquí tienes. – dice Merle trayendo mi daga y la pistola. – Le he puesto un silenciador, que es evidente que necesitarás. Recuerda, en cuanto vuelvas...

- ... Las dejaré en su lugar, sí, lo pillo. Es la cuarta vez que me lo dices. – menciono cuando guardo el arma en la parte trasera de mis pantalones y la daga en mi bota derecha. Merle me da un ligero golpe en la nuca.

Vuelvo a reír.

Estiro mis brazos con cansancio.

- ¿Seguro que estás bien? – inquiere Daryl apoyado en la pared.

- Si, tan solo... Ayer me costó dormir. – respondo con tranquilidad.

No me debería haber quedado hasta tan tarde leyendo uno de los libros que Denisse me dejó después de volver de casa de Merle.

- ¿Por qué no llevas tu camisa? – pregunta Carl observándome curioso, sacándome una carcajada.

- ¿Por qué no llevas tú tu sombrero? – contraataco alzando una ceja. Él ríe en respuesta. – Supongo que ambos necesitamos un descanso de todo eso. – me limito a responder.

Y en parte era cierto.

Estábamos en un nuevo lugar, y era bastante extraño no saber como sentirse.

Y la única forma de que mi cabeza desconectara ligeramente de todo lo vivido fuera hasta día de hoy, era colgar el chaleco durante unos días, hasta que llevarlo conmigo adquiriera otra tonalidad y sentido.

Por eso mi atuendo esta vez constaba de una sudadera roja sin mangas y mis habituales pantalones y botas negras.

- Me dijo Carl que le curaste tú la mano. – dice su padre. – No te he dado las gracias por ello.

Sonrío.

- Y no hace falta que lo hagas. – respondo. – Tan solo ayudé a Denisse. – añado quitándole importancia.

Rick asiente y sonríe.

- Bueno, está bien. ¿Estáis listos? – pregunta mientras observa a Tara, Noah y Glenn meter las cosas necesarias en la furgoneta.

- Estamos en ello, sí. – dice Glenn dejando su mochila en el interior.

Pero mi atención se pierde en el momento en el que veo a Eugene hablar con Noah, dejándole claro al chico que no piensa venir con nosotros.

- ¿Qué ocurre? – pregunto frunciendo el ceño.

- Eugene se niega a venir con nosotros, y le necesitamos. – aclara Noah, sujetando el arma que ofrece al hombre.

- Es que... No sé... Yo no sé defenderme. – balbucea este, observándome con un tanto de temor.

Sonrío.

Cojo el arma que el chico sujetaba.

- Tranquilo, yo te enseño. – siseo estampándola en su pecho, con una cínica sonrisa. Giro sobre mis talones y me encamino hacia el resto del grupo.

- Oye, sé que... Aún sigues enfadado por lo de la cura, pero he hablado con Deanna y... - murmura dando un paso hacia mí.

Me giro para encararle.

Saco mi cuchillo y hago rodar el mango sobre mi mano, jugando inofensivamente con él.

- ¿Estás seguro de que quieres sacar el tema de la cura? – digo alzando una ceja.

Sus ojos se alternan entre la hoja del cuchillo y yo.

- Áyax... - dice Daryl.

- N-no... - responde Eugene.

Sonrío.

- Buen chico. – sentencio guardando el cuchillo.

- A eso me refería. – añade Merle aflojando los hombros con cansancio.

- Chicos, ya estamos. – dice Aiden después de despedirse de sus padres. – El tiempo es oro.

Mis ojos vuelan hacia el comité de despedida que tenía frente mi.

Daryl, Merle, Rick, Michonne y Carl habían venido para despedirse.

Incluso Abraham, Carol y Maggie me habían manifestado sus respectivos "ten cuidado" antes de tener que marcharse para hacer sus propios trabajos.

Sonrío.

- Nada de lágrimas, que no me voy a enfrentar a la muerte. – digo en advertencia con una sonrisa.

Aunque yo no supiera en ese momento la certeza que había en esas palabras.

- Cuídate, y cuídalos, por favor. – dice Michonne antes de darme un abrazo. – En que momento has crecido tanto. – añade depositando un beso en mi pelo antes de soltarme.

Michonne y su fuerte instinto maternal hacia mi.

Sonrío.

Ella era lo más parecido a una madre que había tenido.

- Vale, me da igual lo que Merle diga. – susurra Rick cuando llega a mi junto con Daryl. – No les quites el ojo de encima, ten cuidado. – añade.

- Estoy de acuerdo. – admite Daryl. – Vuelve, por favor. – murmulla para si mismo antes de abrazarme, atrapándome desprevenido.

- Vamos, Daryl, deja ya de lado ese complejo de mamá gallina con su polluelo. – dice Merle desde su posición con una sonrisa.

Río.

- No me creo que vaya a decir esto, pero... Te echaré de menos, capullo. – respondo en su dirección.

A lo que Merle responde enseñándome el dedo de en medio de su mano sana.

- Definitivamente, no entiendo tus muestras de cariño. – dice Michonne alzando los brazos en señal de rendición, refiriéndose a mi.

- No llevamos ni veinticuatro horas con las normas establecidas, y ya os las estáis saltando. – añade Daryl, sacándome unas risas.

Mi mirada se posa en Carl.

Y avanzo hacia él.

- Nos vemos luego. – musita con tensión mientras estrecha mi mano derecha, en forma de saludo.

Oprimo una sonrisa.

Era más que evidente la incomodidad que ambos sentíamos ya que todos, sin excepción, nos observaban.

Silencio.

Carraspeo con nerviosismo mientras que Carl mira hacia otro lado.

Miro hacia Daryl y Merle, y con mis ojos les indico que se marchen.

Y de nuevo, silencio.

Nadie hace nada.

Bufo.

Y sonrío.

- A la mierda. – susurro antes de acunar su cara entre mis manos y estampar sus labios contra los míos.

Siento a Carl sonreír en mitad del beso.

Sabía lo mucho que le gustaba que a veces decidiera echar a un lado mis miedos.

Y la sonrisa que se le queda cuando nos separamos me lo confirma.

- Ya ni disimulan... - murmura Daryl agachando la cabeza, metiendo las manos en sus bolsillos traseros.

- Ya. – gruñe Rick cruzándose de brazos, mirando hacia otro lado.

Parecían dos padres temerosos de que sus dos mayores tesoros estuvieran siendo corrompidos.

Una carcajada sale de mi irremediablemente.

- Lo siento, pero no pensaba irme sin despedirme. – admito entre risas.

- Pero que quede claro que en la próxima salida pienso acompañarte. – dice Carl señalándome con el dedo índice de su mano izquierda. – No voy a quedarme siempre aquí como si fuera la princesa atrapada en el castillo que espera a ser rescatada.

Otra carcajada por mi parte se hace presente.

- Eso ya lo discutiremos. – digo.

- Ten mucho cuidado, por favor. – musita antes de darme un abrazo, el cual correspondo sin dudar.

Me subo a la parte trasera de la furgoneta cuando me separo de él.

- Tranquilos, le cuidaremos. – añade Noah con una sonrisa. Este chico era un ángel en la Tierra. Extiende su puño hacia mi, a lo que yo respondo chocando el mío con el suyo. Y repite el gesto con Tara.

Y con un tanto de miedo, me despido de ellos mientras las puertas se cierran.

Un tembloroso suspiro escapa de mi.

Mentiría si dijera que esto no me asusta.

- Oye, puede que parezca un poco raro lo que os voy a pedir... - admito mirando a los cuatro a mi alrededor. – Pero... Si en ese sitio alguno encuentra una linterna pequeña ¿Podría cogérmela?

- Sin problema. – dice Tara mientras siento como la furgoneta arranca y comienza a andar. - ¿Para que la necesitas?

- Ah... Bueno... - murmuro empezando a sentir mis mejillas enrojecerse. – Se acerca el cumpleaños de Carl y... Sé que puede parecer una tontería, pero... - suspiro. - En la prisión solíamos leer cómics todas las noches con la ayuda de una linterna similar, y ya viste como salimos de allí, lógicamente no pudimos coger ninguna de nuestras pertenencias. – añado. – Le encantaba que nos pasáramos hasta tarde leyendo y hablando sobre las historias, y... Sé que lo echa de menos, aquí no podemos, porque las luces se usan poco para no consumir demasiada energía así qué... Pensaba... Si encontrara una... - tapo mis ojos con mi mano derecha. – Es un regalo horrible ¿Verdad?

- No, de eso nada. – dice Glenn con una sonrisa. – Le encantará, estoy seguro.

Sonrío.

- Todo lo que venga de ti le gusta. – dice Noah alzando las cejas repetidamente, bajo las risas de Tara. Le doy un pequeño golpe con el pie intentando ocultar mi sonrisa.

- Es un bonito detalle. – murmura Eugene. Asiento en su dirección un tanto agradecido por sus palabras.

Pero antes de que me dé cuenta, una estruendosa música suena en el interior de la furgoneta, interrumpiendo nuestra conversación.

Empiezo a reír junto a Tara y Noah con incredulidad.

- Ayuda a espantarlos. – dice Glenn divertido.




- ¿Es esto? – dice Tara mientras se coloca sus armas.

- Es el almacén. – corrobora Aiden. – Esa puerta será la forma más rápida de entrar.

En menos de veinte minutos habíamos llegado a nuestro destino, una especie de almacén abandonado donde, según Eugene, hallaríamos lo que necesitábamos.

- Antes hay que controlar todas las salidas. – dice Glenn. – Trazar un plan por si la cosa se tuerce.

- Ya tenemos uno. – responde Nicholas. – Salir por la puerta.

Imbécil.

- Glenn tiene razón. Si la entrada principal queda cortada, nos encontraremos atrapados ahí dentro si el resto de salidas están obstruidas. ¿Lo entiendes? – digo con sarcasmo.

- Lo que no entiendo es que hace un crío con nosotros, esto es un trabajo serio. – contesta de manera altiva.

Tenso la mandíbula.

Observo con detenimiento el edificio.

- Podría asegurar el perímetro de manera rápida. – le digo a Glenn, ignorando al aspirante a payaso que nos acompañaba.

Glenn me mira.

- Adelante. – dice asintiendo con seguridad.

Camino hacia el edificio acelerando a medida que me acerco.

- ¿Qué va a hacer? – pregunta Aiden con curiosidad.

- Mira y aprende. – respondo antes de poner un pie en la pared del edificio frente a mi, impulsándome hacia la pared del edificio a mi izquierda, a medio metro de donde me encuentro. Una vez pongo un pie en el otro, me agarro con mis manos al alfeizar de la ventana, y a su vez, aprovecho la fuerza del primer impulso para alzarme hasta el saliente del tejado, subiéndome a la azotea del primer y más bajo edificio. Una vez en este, aprovecho la instalación de tubos en la fachada del edificio principal para llegar a la azotea del almacén, trepando por ellos.

Y cuando llego al tejado, me asomo para ver al resto del grupo.

Glenn, Noah y Tara me observan con una sonrisa, mientras que unos asombrados Aiden, Nicholas y Eugene me observan con la mandíbula prácticamente en el suelo.

Hago una absurda reverencia y tiro un beso hacia Nicholas.

- ¡Asegura el perímetro y avísanos si algo va mal! ¡Ten cuidado! – exclama Glenn desde abajo.

Muestro mi pulgar en señal de aprobación y me dirijo hacia el otro extremo de la azotea.

Mierda.

Todo el lado delantero estaba infestado de caminantes, de los cuales nos separaba una débil verja.

Para nuestra suerte, el resto de zonas parecían despejadas.

Vuelvo hacia el punto de partida y bajo de los edificios de igual manera que he subido, descolgándome de la primera ventana a escasos metros del suelo.

- Por delante no podemos salir. – digo cuando mis pies tocan el asfalto. – Está todo infestado de caminantes, los laterales parecen seguros. – añado. – Ahora ya entiendes que hace el crío aquí. – sentencio mirando a Nicholas antes de guiñarle un ojo.

- Muy bien... Entremos. – dice Aiden.

Nos encaminamos hacia la puerta principal y Glenn la abre, para después dar un par de fuertes golpes en la pared del interior.

- Espera unos segundos... - dice este alzando la mano. – Esto es grande, podría haber más dentro.

- Supongamos que los hay. – sugiere el hijo de Deanna. – Entremos con cuidado.

- De acuerdo. – añade el coreano a la vez que saca su arma y la linterna, para empezar a alumbrar con ella el oscuro interior del almacén. Lentamente, avanzamos por el lugar, observando los pasillos compuestos por grandes estanterías que almacenaban cajas de diferentes tamaños. Nos separamos para inspeccionar el lugar y tardamos unos segundos en volver a reagruparnos, hasta que Glenn se detiene. – Están atrapados. – dice cuando escuchamos los lejanos gruñidos de los caminantes que se oyen por la sala.

- ¿Cómo lo sabes? – inquiere Aiden en un susurro.

- Porque no están aquí. – respondo tras ellos.

Avanzamos despacio por el pasillo, hasta que unos fuertes gruñidos a nuestra derecha nos alertan, provocando que retrocedamos.

Pero todo se calma al comprobar que una verja metálica nos separa de esos seres.

- Sabéis de esto. – dice el chico visiblemente asustado.

- Llevamos tiempo por ahí. – le responde Tara.

- Podría haber más. – advierte Glenn.

- Manos a la obra. – responde entonces Aiden.

- Si, acabemos cuanto antes. – añado observando a los caminantes que, a pesar de ignorarme, me ponían la piel de gallina.

Entonces Tara alumbra a Eugene con su linterna.

- Te toca, chaval.

Ambos se pierden por uno de los pasillos, hasta que Eugene da con la caja que contiene lo que andábamos buscando. Glenn, desde el pasillo colindante, le felicita por ello, mientras que yo, junto a los dos miembros de Alexandria, vigilo el resto del almacén asegurando la zona.

Entonces, un caminante del que parecía un antiguo militar, se aproxima hacia el hijo de Deanna.

- Lleva un casco. – avisa el coreano al chico. – Deja que se acerque.

- Ya es mío. – afirma con inseguridad mientras dispara a su cuerpo, el cual sigue avanzando.

No, de eso nada.

Y durante una milésima de segundo, mis ojos divisan una granada en el chaleco del muerto.

- Aiden... ¡Para! ¡No dispares! – grito avanzando hacia el chico.

- ¡Lleva una gran...! – exclama Glenn.

Pero una gran explosión provocada por dicho artefacto le interrumpe.

Salimos despedidos cada uno en diferentes direcciones por culpa de la honda expansiva, y entre humo y polvo, me levanto tambaleante mientras toso.

Para mi suerte no parezco herido.

- ¿¡Estáis bien!? – bramo cuando consigo ponerme en pie ayudándome con una de las estanterías.

- ¡Si! – grita Noah desde su posición. - ¡Glenn también!

Con el corazón acelerado, paseo mis ojos por la estancia en busca de indicios de algún tipo de daño.

Y mi sangre se congela cuando veo al hijo de Deanna atravesado en dos hierros de una estantería rota.

- Mierda... - susurro con voz temblorosa. - ¡Glenn! ¡Es Aiden!

- Oh, no... - dice el chico cuando le enfoca con la linterna desde su posición.

- Está muerto... - añade Nicholas con el semblante descompuesto.

- Eh, no adelantemos acontecimientos. – digo.

- La jaula se ha abierto... Están saliendo. – informa Glenn desde su pasillo.

Perfecto, más buenas noticias.

¿Alguna vez nos saldría bien un plan?

- ¡Aquí! – grita Eugene.

- ¿Respira? – inquiere Glenn - ¡Eugene!

- ¡Desde aquí no puedo verlo! – aclara.

- ¿¡Qué ocurre!? – grito desde mi posición. - ¡Noah, ayúdame a apartar estas cajas para que Nicholas y yo podamos ayudaros!

El chico corre hacia el muro de cajas que nos separa y empezamos a empujarlas para poder cruzar al otro lado, y cuando lo hacemos, me quedo perplejo en mi sitio.

La imagen de Tara inconsciente en el suelo con su cabeza sobre un charco ensangrentado me atiza de lleno, mareándome.

- ¡Están viniendo! – dice Nicholas apuntando a la importante cantidad de caminantes que se nos acercaba.

- Hacia aquel cuarto ¡Vamos! – dice Noah mientras empieza a cargar a la chica, y en cuestión de segundos, Eugene, Glenn y yo le ayudamos mientras que Nicholas corre tras nosotros.

Una vez dentro, el coreano coloca a Tara sobre la mesa y Noah y yo cerramos y bloqueamos la puerta.

Con la respiración agitada, intento entender todo lo que está sucediendo.

Con Tara en este estado, esto era una lucha contrarreloj.

- ¿Cómo está? – pregunta Glenn con nerviosismo bajo los gruñidos de los caminantes aporreando los cristales de la sala.

- Tiene un golpe muy fuerte y pierde mucha sangre. – informa Eugene asustado.

- Cómo la paramos. – inquiere Noah.

- El botiquín lo llevaba Aiden, ha volado en pedazos. – dice Nicholas mientras nos observa.

- Hay otro en la furgo. – aclara el marido de Maggie.

- No tenemos tiempo. – dice Eugene. – Hay que llevarla ya.

Pero entonces, unos fuertes alaridos llaman nuestra atención.

- ¡Socorro... Por favor! – grita Aiden como puede con la estructura atravesando su torso.

- Está vivo... - murmura Nicholas impresionado, aunque no parecía muy contento.

- Hay que sacarle. – dice Noah.

- Tendremos que hacerlo entre los tres. – añade Glenn.

- No, de eso nada. – digo yo. – Soy el único al que no le harían nada, así que este es el plan. – empiezo a decir, sintiendo como cada uno de los mecanismos de mi cabeza empezaba a funcionar a toda velocidad. – Nicholas, tu llevas la pistola de bengalas, dispararás en el lado opuesto para atraer la atención de los caminantes. Ambos saldremos de aquí y te protegeré, despejando la zona por si queda algún rezagado, entre los dos sacaremos a Aiden de ahí. – explico. – Glenn, Noah, quedaos aquí hasta que los caminantes pasen, una vez estén lejos, entonces y solo entonces, salid de aquí cubriendo a Eugene y a Tara.

- ¿¡Y si tenéis problemas!? – exclama Noah.

- Yo me quedaré, vosotros tan solo preocuparos de correr. – sentencio.

- ¡Pero...! – dice Glenn.

- ¡No hay "peros", Glenn! – grito. – Escúchame, la prioridad ahora son Tara y Aiden. Así que, por favor, no te pongas en peligro. – digo. – Hazlo por Maggie.

Veo al asiático tragar saliva, observándome con dolor.

- Está bien. – musita.

- Podríamos dispararle. – sugiere Nicholas.

- ¿Pretendes matarle? – pregunto con incredulidad. – Aquí no dejamos a nadie atrás. – gruño.

- Corred, salvadle. Ella querría que lo salvarais. – dice Eugene. – La protegeré, os lo juro.

Y ese acto valiente por parte de Eugene me pilla por sorpresa.

Así que decido dejar sobre la mesa, al lado de Tara, la pistola que guardo tras mis pantalones.

El hombre me mira asombrado.

- Por si las cosas se ponen feas. – digo, ofreciéndosela.

- Pero estás desarmado... - murmura.

- Sabes que me las podría apañar tan solo con la daga de mi bota. – añado con una ladeada y tensa sonrisa. El hombre asiente. – Está bien, Nicholas, vamos.

Abro la puerta de un empujón y el otro miembro de Alexandria dispara la pistola de bengalas hacia donde le he indicado, vuelvo a cerrar la puerta y la aseguro para impedirle el paso a los caminantes.

En cuestión de segundos y corriendo a toda prisa, llegamos hasta el pobre Aiden.

- Dios mío... - dice Nicholas al verle. Hiperventilando, me acerco al hijo de Deanna.

- Eh, todo saldrá bien ¿Vale? Te sacaremos de aquí. Tienes que quedarte quieto ¿Podrás hacerlo? – digo calmando al chico. – Vale. – añado en un suspiro. El frenético latido de mi corazón no ayudaba a mantener mis nervios a raya. – Uno, dos, tres... - digo, y tanto Nicholas como yo empezamos a intentar sacar al chico de los hierros que le atraviesan, pero un fuerte aullido de dolor por su parte nos hace parar. Con mis manos ensangrentadas, mantengo quieto al chico para que no se mueva, mientras el sudor cae por mi frente.

- No lo conseguiremos... - murmura Nicholas.

- Eh, de que coño estás hablando, claro que lo haremos, te necesito aquí ¡Vamos! ¡Tienes que hacerlo! – bramo cuando veo las intenciones de este pedazo de cobarde frente a mi.

- Nick... Nick no me dejes... - ruega Aiden hablando como puede.

- Vale... Está bien... De acuerdo... - dice su amigo. Y entonces volvemos a intentar sacarle de esa trampa mortal, con los gruñidos de los caminantes cada vez más y más cercanos a nosotros como banda sonora de fondo. Pero tras el siguiente grito de Aiden, Nicholas parece agobiarse de nuevo. Y le veo acercarse a su oído. – Tú... Los abandonaste... Tú y yo... Somos así. – sentencia en su oído.

- De qué coño estás hablando... - murmuro cuando le veo alejarse. - ¡Nicholas! ¡Vuelve! – grito cuando le veo alejarse más.

Y entonces siento a los caminantes a escasos metros de mi.

- Y tú... Tú no deberías haber oído eso... No deberías haber estado aquí... Esto no tendría porque ser así... Pero eres la única prueba que me delataría. – gruñe sacando su arma, temblando.

Y entonces me apunta con ella.

Y mi pulso se acelera.

- ¿Qué...? – susurro con temor. – Nicholas, baja el arma... - digo. Y entonces le veo sonreír. - ¡NICHOLAS NO! – rujo.

Me quedo estático en el sitio.

Mi sangre se hiela.

Mi respiración se corta.

Y mis pupilas captan la imagen frente a ellas a cámara lenta.

Una.

Dos.

Tres.

Veo como Nicholas aprieta el gatillo tres veces.

Tres veces.

El sonido de tres disparos inunda el almacén por completo, rebotando en las paredes y generando un estremecedor eco.

Tres balas.

Dos certeras.

La primera bala impacta en mi hombro izquierdo.

La segunda en mi cadera derecha.

Y la tercera roza el lado izquierdo de mis costillas.

Tres disparos.

Suficientes para derrumbarme.

Consiguiendo que caiga de espaldas al suelo por el impulso de tres balas impactando en mi cuerpo.

Un ensordecedor grito desgarra mi garganta, saliendo de mi de manera involuntaria.

Como si así el dolor fuera a menguar.

Como si se redujera considerablemente.

Pero no lo hace.

Ojalá lo hiciera.

Siento millones de pequeñas agujas clavarse ferozmente en mi piel de las zonas afectadas.

Y tendido en el suelo, con un creciente charco de mi propia sangre que sale incesante de las grandes y abiertas heridas, veo pasar a mi lado a los caminantes que había tras de mi.

Ignorándome, como si desde su posición me mirarán con desdén.

Y entonces, mis gritos de dolor se ven opacados por los fuertes alaridos de Aiden.

Cuando los caminantes abren su torso, y de este empiezan sacar todas y cada una de sus tripas.

Dándose un verdadero festín con ellas.

El sonido de la garganta del hijo de Deanna ahogándose con su propia sangre que sale a borbotones de su cuerpo, llega a mis oídos, torturándome mentalmente.

Ya que el dolor físico era imposible que fuera más real.

- ¡ÁYAX! – oigo gritar en la lejanía a una voz que logro reconocer como la de Glenn. – Ese hijo de perra te ha disparado. – gruñe entre dientes.

- Qué... Qué... - murmuro todo lo que el fuego en mis pulmones me permite. – Os dije... Que no salierais...

Noah ríe con nerviosismo.

- Le prometimos a tu familia llevarte de vuelta, y eso haremos. – sentencia el chico.

Glenn pasa mi brazo derecho por su hombro y me alza como puede, aprovechando que los caminantes están demasiado ocupados con Aiden.

- Aiden... - murmuro de nuevo. Mi cabeza era incapaz de aguantarse por si sola.

- ¡Eh, eh, vamos Áyax! ¡Esto no es tu culpa! – dice Glenn, quién, con la ayuda de Noah, me sacan de esa sala prácticamente a rastras.

- ¡Vamos! – grita Noah.

Pongo todas mis fuerzas en ayudarles a sacarme de ahí a pesar de que tan solo me valgo de la pierna izquierda para hacerlo.

Corremos todo lo que podemos, o más bien lo que pueden cargando conmigo brutalmente herido.

- No vayas a desmayarte ahora. – comenta Glenn alzando mi barbilla mientras intento mantener mi cabeza recta.

No podía.

Un increíble sueño empezaba a atraparme.

Estaba tan cansado.

- Vas... Vas a tener que... - susurro. – Darle muchas explicaciones... A Daryl...

- Se las darás tu mismo, créeme. – dice Noah.

No sé muy bien en que momento llegamos a una salida que constaba de una puerta giratoria.

Y la sorpresa me la llevo cuando mis moribundos ojos se encuentran a Nicholas intentando salir por ella.

Pero los caminantes se lo impiden.

Y los que nos pisaban los talones, nos presionaban más.

- Hijo de... - murmuro viéndole. Glenn, Noah y yo nos metemos en la puerta opuesta a él.

Quedándonos atrapados.

Y sentenciados.

Si uno de los dos bandos tiraba de un lado, el otro estaba condenado.

Mi corazón latía más acelerado que nunca.

Repicaba fuerte contra mis costillas.

Y eso me hacía aún más daño.

- Eh, Áyax, tienes que calmarte. Si no te desangrarás más deprisa. – dice Glenn mientras me deja apoyado en el cristal. Palmea un par de veces mi cara. – ¡NO, NO! ¡No cierres los ojos Áyax! ¡Noah, presiona la herida! – grita.

- ¿¡Cuál de ellas!? – exclama el chico examinándome asustado, siendo consciente de la gravedad y cantidad de ellas.

- ¡Mierda, mierda, mierda! – brama el coreano observando mi pálido aspecto.

Entonces, una estruendosa música empieza a sonar desde el exterior.

Frunzo el ceño.

- ¿M-me... He muerto? – susurro mirando a ambos chicos, quienes observan aliviados hacia el exterior. - ¿O estoy... perdiendo mucha sangre...?

Noah ríe.

- No y sí. – dice el chico. – Pero esto es real.

Oigo la voz de Eugene gritando desde fuera.

Río irónicamente para después toser.

- Eugene... Será bastardo. – musito con voz ronca.

- ¡Eh! ¡Vosotros dos sujetad la puerta! ¡Voy a romper el cristal! – grita Glenn.

Pero a cada golpe que el coreano da con la culata, el lado de Nicholas se abre un poco más.

Y ese bastardo, al cual no entendía porque le ayudaban, vuelve a jugárnosla.

Empieza a ejercer fuerza en su lado, abriendo el nuestro.

Como puedo, gruñendo y gritando de dolor, me pongo en pie para sujetar a Noah, quién estaba más cerca de la apertura.

- ¡JODER! – rujo abrazando al chico por la espalda, y a la vez, los dos, junto a Glenn, presionamos nuestro lado para mantenernos con vida.

Y siento más sangre salir incesante de mis heridas.

Un grito de dolor escapa de mi al sentir las balas en mi interior.

- ¡NICHOLAS NO! ¡NO LO HAGAS! – brama el coreano rogando porque ese hijo de puta no escape, porque si lo hacía sería nuestro fin.

Pero lo hace.

Nicholas sale.

Abriendo casi a la mitad nuestro lado de la puerta.

Y no es nuestro fin.

Pero si el de Noah.

- ¡NOAH! – grito sujetando al chico, a quién le han agarrado una pierna.

- ¡No me sueltes! – exclama, aferrando sus manos a mi.

Y no lo hago.

Pero los caminantes me superan en número.

Y ahora mismo, en mi estado, también lo hacen en fuerza.

Glenn tira de mi y los caminantes de Noah.

- ¡NOAH! – grita el marido de Maggie.

- ¡NO! – rujo cuando los caminantes sacan al chico, y al dejar de hacer fuerza, nos encierran a nosotros.

Caemos al suelo por el impulso y un alarido de dolor sale de mi.

Y entonces la visión más bizarra se hace ante mis ojos.

Jamás existirá escena capaz de superar tal atrocidad.

Los caminantes estampan a Noah, aún con vida, contra el cristal frente a nosotros.

Y un fuerte gruñido de dolor sale del chico cuando esos seres empiezan a devorarle.

Entonces, un caminante desgarra la cara de Noah antes nuestros ojos, haciendo que una gran cantidad de sangre impregne el cristal.

Junto con los gritos y chillidos agónicos de un traumatizado Noah que no deja de mirarnos a los ojos mientras sufre semejante barbarie, Glenn tras de mi me aferra a él, y entre temblores, las lágrimas de ambos caen sin control alguno.

Sollozo llorando desconsoladamente mientras nos encontramos obligados a ver nuestro infierno en la Tierra, y por primera vez en la vida, deseo que toda la sangre de mi cuerpo escape por mis heridas para no tener que seguir soportando esta tortura.

Y con los fuertes gritos de Noah callando poco a poco, dejando paso a un asfixiante silencio, Glenn me abraza y esconde su cabeza en mi cuello.

Y yo, con las pocas fuerzas que me quedan, hago lo mismo.

Con la imagen en mi mente de la cara de Noah siendo desgarrada.

Una y otra vez.



Glenn me saca de ese sitio como puede.

- Tu sudor es frío... - murmura entre lágrimas. – Estás demasiado pálido... - mis ojos se mueven hacia todos lados, de manera pérdida. - ¡No vas a morir! ¿¡Me oyes!? ¡HOY NO VA A MORIR NADIE MÁS! – gruñe mientras llora antes de levantarme y pasar mi brazo derecho por su hombro.

Trago saliva, porque siento mi garganta verdaderamente seca.

No sé cómo, pero conseguimos llegar a la altura de la furgoneta.

- ¿Glenn...? – murmura Eugene.

- ¡EUGENE! ¡ÁYUDAME! – brama el coreano a mi lado, el hombre viene corriendo hacia nosotros y entonces cambia el puesto con el chico, quién cuando ve a Nicholas, no tarda ni dos segundos en arremeter contra él, estampándole dos puñetazos en su estúpido y repulsivo careto.

Eugene me mete en la furgoneta, apoyando mi espalda en la pared de esta.

- No te duermas ¿Vale? Mantente despierto. – dice. Vuelvo a tragar saliva. Veo a Glenn metiendo a un inconsciente Nicholas en la furgoneta. - ¿Dónde está Noah? – le pregunta al marido de Maggie. Y este me mira.

La lágrima que rueda por mi mejilla responde a Eugene.

- Vamos. – gruñe el asiático. – Ve con ellos y mantenles con vida. – dice mientras se sube en el asiento del piloto y arranca a toda prisa, haciendo que el motor ruja violentamente.

Mis parpados pesan.

Y Eugene se percata de ello.

- Despierta, Áyax. Hazlo. – dice mientras desgarra la parte baja de su camisa, y con ambos trozos de tela, presiona las diferentes heridas intentando que la hemorragia cese.

- Tengo sueño... - murmuro con los ojos entrecerrados.

- No, no lo tienes. Tan solo es una falsa ilusión generada por la perdida de sangre, si sucumbieras podrías caer en coma. – explica con su habitual verborrea ininteligible. – Tienes que mantenerte aquí. – entonces sus ensangrentadas manos vuelan hacia sus bolsillos. Y de ellos saca una pequeña linterna. – Mira, Noah encontró esto en el despacho en el que estuvimos, me lo dio para que lo guardara para ti cuando estábamos ahí con Tara. – añade. Una débil sonrisa sale de mis labios. - La querías para Carl ¿verdad? Piensa en ello y mantente con nosotros.

- ¿Noah... te la dió? – susurro. El hombre asiente. Sonrío.

Y las lágrimas caen.

Y mis parpados también.

- ¡No, no, no! – exclama Eugene.

- ¿¡Qué pasa!? – grita Glenn mientras conduce. - ¡Ya queda poco! ¡AGUANTA POR FAVOR! – ruega entre lágrimas.

- Eugene... - murmuro. Mi garganta estaba increíblemente seca y mi voz salía demasiado ronca. Tanto, que dolía. – Siento... Siento como te he tratado... Eres un buen hombre...

Mi visión se vuelve borrosa.

- ¡NO! ¡ÁYAX! – grita el hombre zarandeándome. Mi cuerpo se desliza de lado hasta caer al suelo de la furgoneta.

- ¡YA LLEGAMOS! – oigo decir a Glenn en la lejanía.

Escucho una verja abrirse.

Y la furgoneta entrar marcha atrás.

Y fuertes murmullos provenientes del exterior.

- Vais a salir de esta, vais a salir de esta... - murmura Eugene.

- ¡AYUDA, POR FAVOR! ¡QUE ALGUIEN NOS AYUDE! – oigo grita a Glenn fuera de la furgoneta.

Las puertas se abren violentamente.

- ¿¡Qué ocurre!? – oigo decir a alguien. – ¿Á... Áyax?

- Hola... - musito con una débil sonrisa, sin saber muy bien a quién le estoy hablando.

- ¡ÁYAX! – grita entonces el que identifico como Merle. - ¿¡Qué ha pasado!? – dice cogiéndome en brazos como si fuera una pluma. - ¡AVISAD A DENISSE! ¡NECESITAMOS AYUDA! – brama mientras corre llevándome hacia no sé dónde.

Siento pasos correr de un lado a otro.

Y las voces vuelan por mis oídos sin ton ni son.

- ¿¡Qué ha pasado!?

- ¿¡Quién es!?

- ¿¡Qué está pasando!?

Hasta que reconozco una voz de entre todas ellas.

- ¿Áyax? – dice Carl en un susurro. Siento como me colocan en una blanda camilla, y pronto me doy cuenta de que ya estoy en la enfermería. Y Carl se encuentra en la puerta de esta. Mis ojos, perdidos, se clavan en los suyos. – No... No, no... - murmura. Parpadea un par de veces, asegurándose de que lo que está viendo es real. - ¡ÁYAX!

Y la forma en la que grita mi nombre.

El dolor que ese grito emana.

Pone mi piel de gallina.

Veo a Rick abrazar a su hijo, impidiéndole entrar en la enfermería.

El expolicía cierra sus ojos con fuerza ante el doloroso llanto de su hijo.

- ¡Rick! – dice Denisse corriendo de un lado al otro de la sala. - ¡Necesito que encuentres a Daryl! ¡Merle ha ido a buscarle! ¡Traed a Abraham! Vamos a necesitar gente con fuerza. – musita cortando mi sudadera por la mitad, sacándola con cuidado.

Profiero un grito cuando la mujer despega la tela de mi herida.

Las lágrimas, al igual que la sangre, salen de mi sin control alguno.

- ¡ÁYAX! – vuelve a gritar Carl cayendo al suelo de rodillas, siendo abrazado más fuerte aún por su padre.

- ¡MICHONNE! – grita el hombre hacia la mujer. - ¡NECESITO QUE TE QUEDES CON ÉL! – exclama refiriéndose a su hijo.

- ¿¡Qué está pasando!? ¿¡Qué...!? – dice Mich, quedándose muda cuando sus ojos se ponen en mi. – No... No... ¡ÁYAX! – grita con dolor.

Mis ojos se posan en los tres.

Y les dedico una débil sonrisa.

- Estaré bien... ¿Vale? - susurro sonriente mirándolos, mientras cruzo los dedos índice y corazón de mi mano derecha, mostrándole a Carl ese gesto que siempre hacía, donde con él le prometía, que estaría junto a ellos para siempre.

Pasara lo que pasara.

Veo como, lentamente, Rick cierra la puerta, impidiendo que su hijo y la mujer presencien semejante escena.

Miro hacia el techo.

Y una lágrima cae por mi sien.

Cada vez me costaba más respirar.

No pasa ni un minuto cuando cuatro personas entran por la puerta.

- ¿¡Qué te ha pasado!? – exclama Daryl con lágrimas en sus ojos acunando mi cara entre sus manos, peinando mi empapado pelo en sudor.

Sonrío.

- Qué me he... Caído, sobre tres balas... - murmuro.

- Cómo te mueras te mato. – musita con una sonrisa bañada en lágrimas, consiguiendo sacarme una débil risa.

- Estás hecho un asco. – dice Abraham con sarcasmo, aunque visiblemente asustado por mi lamentable aspecto.

No sé como me vería desde fuera, pero a juzgar por las caras de entierro de todos, no parecía ser muy alentador.

- Está bien. Tenemos una buena noticia y varias malas. – dice Denisse preparando todo lo que va a necesitar.

- Qué pasa, Denisse. – murmura Merle alterado.

- La buena noticia es que una de las balas solo te raspó, así que tan solo habrá que coser la herida. – explica la mujer.

- Yupi. – murmuro antes de toser, consiguiendo con ello que las cinco personas que me rodean hagan un gesto hacia mi, intentando ayudarme, pero sabiendo que no pueden hacer más de lo que la mujer les indique.

- Las malas... Las malas son que quedan dos balas y hay que sacarlas. – dice. – Y la peor: que no tenemos anestesia suficiente para dormirte.

Trago saliva.

- ¿Qué... qué quieres decir con eso? – susurro.

- Habrá que sacarlas sin usar anestesia. – sentencia.

Mis ojos se abren ligeramente ante ese hecho.

Y ante lo que eso iba a dolerme.

- ¿Qué? No... Espera... - digo removiéndome en mi sitio, totalmente aterrorizado. - ¿Sabes qué? Me he acostumbrado a ellas... Creo que me las voy a quedar... Gracias de todos modos. – añado haciendo ademán de levantarme.

- ¡Áyax! – grita Daryl volviendo a tumbarme.

- ¿Por eso... Has mandado a llamar a gente fuerte? – murmuro con la sequedad invadiendo miboca, observando con temor a Rick, Daryl, Merle y Abraham.

La mujer asiente sutilmente.

- ¡Y una mierda! – grito queriéndome volver a levantarte, ganándome un mareo como recompensa.

Cada vez sentía mi corazón latir más lentamente.

- ¡ES LA ÚNICA FORMA DE QUE VIVAS! – grita la mujer. – ¿¡Cuál es su grupo sanguíneo!?

Veo a Daryl y a Merle mirarse mutuamente.

- Cero negativo. – responden a la vez.

La mujer cierra los ojos.

- Decidme que alguno de los dos tiene ese mismo grupo sanguíneo. – suplica Denisse.

Silencio.

- Si. – dice Merle. – Yo.

- De acuerdo, quédate aquí, ha perdido mucha sangre, demasiada. Y perderá más. – explica. – Va a necesitar una transfusión. Esperemos que sirva.

- Qué quiere decir eso. – musita Rick, viendo que Daryl ni si quiera es capaz de hablar.

- No sabemos que es lo que en su sangre le hace inmune... Y existe la posibilidad de que, si pierde demasiada sangre... El virus gane.

Otra vez, silencio.

- ¡Basta! ¡No perdamos más tiempo! – gruñe Daryl.

¿Realmente... Existía esa posibilidad?

- De-de acuerdo. Si, tienes razón. – dice Denisse. - Abraham, sujeta sus piernas. Daryl, tu agarra sus brazos con cuidado. Rick, necesito que uses todas tus fuerzas empujando su cuerpo hacia la camilla, puedes hacerlo desde las piernas, igual que hará Abraham. Daryl, lo mismo.

¿Qué clase de broma era esta?

Mi corazón se acelera.

- ¿Es que... Mi opinión no cuenta? – digo totalmente mareado.

- Será mejor que muerdas esto. – dice Denisse dándome una pequeña toalla enrollada, colocándola entre mis dientes. – Y ahora por favor, no te muevas.

Un intenso dolor se concentra en mi cadera derecha, cuando introduce lentamente las pinzas en mi herida abierta.

Pero no tiene ni punto de comparación, a cuando comienza a hurgar en esta, buscando la bala.

Un desgarrador grito sale de mi, haciendo que muerda con fuerza el trapo en mi boca, reprimiendo el alarido que estoy profesando, las lágrimas caen sin control alguno y mi cuerpo se sacude de manera involuntaria contra la camilla.

Y es cuando siento a Rick, Daryl y Abraham haciendo fuerza.

Un fuerte mareo me azota completamente, haciéndome ver prácticamente doble cuando todo a mi alrededor empieza a dar vueltas.

- ¡JODER! – consigo gruñir claramente a pesar de morder la tela entre mis dientes, cuando Denisse consigue sacar la bala.

La mujer sonríe satisfecha y relaja sus hombros.

- Merle, sujeta estas gasas y presiona la herida. – ordena. Mi hermano tarda segundos en obedecer lo que la aspirante a cirujana le de dice. – Está bien, una menos. Vamos a por la siguiente.

Denisse inspira profundamente, y como un acto reflejo, yo también lo hago, aprovechando estos gloriosos segundos de tregua que me está otorgando.

Pero como la vida se había encargado de demostrarme, todo lo bueno es efímero.

Y vuelve a hundir las limpias pinzas en el interior de la herida, pero esta vez, en la del hombro izquierdo.

El agónico grito que emito ha debido de escucharse por toda Alexandria.

Y por sus alrededores.

Encojo mis piernas a pesar de la increíble fuerza que Abraham y Rick hacen contra mi.

Aprieto fuertemente mis parpados y me retuerzo bajo los brazos de mi hermano.

Golpeo mi cabeza contra la camilla en modo de protesta contra el increíble dolor que estoy sintiendo mientras que noto un sudor frío caer por cada parte de mi cuerpo.

Muerdo con más fuerza la tela entre mis dientes.

Las nauseas se apoderan de mi garganta.

Y siento una cantidad indecente de sangre bañando mi hombro.

Abro los ojos.

Mareado.

Perdido.

- Denisse... Qué ocurre... - pregunta Merle con preocupación.

- Algo... Algo no va bien... No debería dolerle tanto. - dice la mujer sacando las pinzas.

Sin bala alguna en ellas.

- ¿Qué... Qué pasa? – murmura Rick.

- La bala... La bala ha tocado la cabeza del húmero. Justo en la articulación. – informa la mujer.

- ¿Y eso que mierdas quiere decir? – dice Abraham.

- Que en el camino ha debido desgarrar varios músculos, tendones y nervios. Además de dañar el hueso. – añade ella poniendo ambas manos en la camilla, visiblemente afectada.

- ¿¡Y eso que significa!? – exclama Daryl con impaciencia.

La mujer suspira.

- Que va a perder gran parte de la movilidad del hombro. – sentencia.

Silencio.

Las lágrimas bajan por mis sienes.

Mi mirada se pierde por la sala.

Mi cuerpo se relaja.

Y la toalla cae de mi boca.

Y no solo por la evidente mala noticia que cambiaría mi vida para siempre.

Si no porque mi cuerpo decide no aguantar más dolor por un día.

Tanto mental.

Como físico.

Mi brazo derecho cae de la camilla.

Y mi cabeza se gira lentamente hacia la puerta.

Como si pudiera huir por ella.

Y lo último que veo antes de que mi visión se vuelva completamente negra, es a Daryl gritando mi nombre.

A Denisse preparando a Merle para una transfusión.

Y a Rick abrir la puerta, para recibir a un destrozado Carl entre sus brazos.




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