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Capítulo 22. Alexandria.

- ¡Dijiste que había muerto! – le grito a Daryl bajo la atenta y afectada mirada del resto del grupo.

Y de Merle.

- ¡Y eso creía! – exclama con el mismo tono de voz mi hermano.

El segundo.

Paso las manos por mi cara y por mi pelo con frustración, para terminar alzando la vista al cielo.

Si existía un Dios, este tenía que estar pasándoselo en grande a mi costa.

- ¿¡Acaso le viste morir!? – contraataco con la desesperación bañando mis palabras.

Un nudo oprime mi garganta de tal manera que comienza a ser asfixiante.

Y la mirada de Daryl se desvía.

- ... No. – susurra. Bufo con hartazgo. Cómo podía ser esto posible. – Yo... Escuché los disparos.

- Y le diste por muerto. – sentencio con frialdad, asintiendo ligeramente con la cabeza.

- ¿¡Qué otra opción tenía!? – grita con rabia, mirándome a la vez con incredulidad, como si no pudiera creer lo que escuchaba.

- ¡Comprobarlo era una de ellas! – bramo cuando quedo a su altura.

Y un tenso silencio se instala a nuestro alrededor.

- ¿Podríais dejar de hablar de mi como si yo no estuviera delante? – pregunta el imbécil de Merle con su estúpido sarcasmo.

- ¡TÚ CÁLLATE! – gritamos Daryl y yo en su dirección.

Y de nuevo, el silencio.

Puedo sentir las pupilas expectantes de todos los presentes clavándose en mi cuello.

Mi poco desarrollado cerebro intentaba comprender cada imagen que mis ojos procesaban, pero era imposible de asimilar.

Es decir ¿Cómo demonios comprendes que tu hermano al que creías muerto... nunca lo ha estado realmente?

Sé que es mi hermano, pero no lo reconozco como tal.

No veía a este desconocido desde hacía una década.

Literalmente.

Diez años sin saber prácticamente nada de ese tosco, bruto y descerebrado que decía ser mi familia.

En algún lugar recóndito de mi mente, algunas viejas y olvidadas imágenes vuelan a su libre albedrío, confirmando que ese hombre de un eterno aspecto altivo era quién decía ser.

Pero mi cerebro había decidido tomarse unas largas y merecidas vacaciones, porque este exceso de información le sobrepasaba de una manera asfixiante.

Ese tío.

Merle Dixon.

Mi hermano.

Era el culpable de que Daryl se viera obligado a abandonarme en un orfanato cuando tan sólo era un niño.

Haciendo que ambos desaparecieran de mi vida para siempre.

Jamás tuve una visita, una carta, una noticia.

Nada.

Y si las pocas imágenes que mi mente tenía de Merle no habían sido suficiente, pronto quedan opacadas por una sola, de mi mismo, mirando por la ventana del pabellón de chicos, esperando verlos aparecer por la vuelta de la esquina.

Un deseo.

Una añoranza.

Un único anhelo.

Que jamás se vio cumplido.

Y entonces siento qué, esa imaginaria mochila de piedras llamada pasado, vuelve a llenarse lenta e inexorablemente.

- Vale, en primer lugar, princesita... - empieza a decir el muy imbécil, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos. Aprieto mi mandíbula y convierto mis manos en puños cuando le oigo llamarme de esa manera, porque no me creo que se haya atrevido a decirlo. – No te dirijas a mi así. Y en segundo lugar ¿Es que no te alegras de ver a tu hermano mayor, Daryl? – sigue diciendo ese maldito idiota. - ¡El mundo es un jodido pañuelo lleno de caminantes! Y mira por donde, tú y el grupito de tu amigo el poli nos hemos vuelto a encontrar. Sin rencores ¿Eh? – dice mirando hacia Glenn y Maggie. No sé a qué coño se refería, pero veía la incomodidad de la pareja en sus caras. – Y de nada, Michonne. – la mujer alza la barbilla de forma altiva, para después mirarle fijamente. – Por lo de salvarte la vida y eso.

- ¿Le conocéis? – le pregunta Aaron a Rick.

- Por desgracia. – musita el padre de Carl en respuesta.

- ¿A qué viene ese tono? – dice Merle con fingida ofensa. – Si ni siquiera te tuve en cuenta esto. – añade, mostrando la mano protésica que lleva en su brazo amputado.

No recordaba eso.

Y sinceramente, poco era para lo que merecía.

- Bueno quizá... Quizá el hecho de que os conozcáis ayuda a que tanto vosotros como Deanna toméis una decisión. – dice Aaron con optimismo.

Río con ironía.

- No pienso quedarme. – sentencio, captando la mirada de todo el grupo.

- ¿Qué? – dicen Daryl y Carl a la vez, mirándome fijamente.

- No pienso quedarme. – repito con rabia. – No voy a convivir con él.

- Oye, dijiste que no nos negarías a ninguno de nosotros la oportunidad de vivir en paz. – dice Carl, clavando sus pupilas en las mías, observándome con dolor.

Provocándomelo a mi también.

Agacho la cabeza.

- Y no lo hago. – añado. – Por eso me voy solo. – afirmo con convicción. El horror cubre la cara de Daryl ante esa idea.

- ¿Serías capaz de irte? – inquiere Carl. Y sé lo que esa pregunta esconde.

Y él sabe la respuesta.

No.

Jamás me iría de su lado.

Pero si tenía que ser junto a Merle, prefería que ellos aprovecharan esa oportunidad, sacrificando la mía en el proceso.

- No te irás, y mucho menos solo. Y si tienes que irte... Me iré contigo. – dice Daryl antes de tragar saliva.

Abro los ojos ligeramente.

Era justo eso lo que no podía permitir.

- ¡No! – exclamo mirándole. – Puedo apañármelas solo. Es mi decisión. Es lo que Carl ha dicho, me prometí no negaros un hogar. Y aquí lo tenéis.

- No te lo niegues a ti mismo. – dice entonces Michonne.

Suspiro.

Mis hombros se aflojan, como así pudiera dejar escapar todo el peso que estos sostienen.

- Merle es un buen hombre, deberías darle una oportunidad. Ayudó a levantar estos muros en el principio de la comunidad. – dice Aaron.

Río.

Eso sí que no me lo esperaba.

- ¿Tú? – pregunto con asco y escepticismo. Merle alza una ceja.

- ¿A qué viene esta campaña de odio hacia mi? – espeta mientras me observa de arriba abajo.

Una carcajada brota de mi garganta.

Miro a Daryl mientras muerdo mis labios.

Y este me observa apenado.

- No tienes ni puta idea de quién soy ¿Verdad? – respondo con sarcasmo dando un paso hacia él.

Mis ojos pican a medida que las lágrimas llegan a ellos, amenazando con salir.

- Una princesita por la que mi hermano prefiere volver a abandonarme. – contesta avanzando otro paso en mi dirección.

Me tenso.

Le escudriño con la mirada.

Y estiro mis labios hasta convertirlos en una cínica sonrisa.

- Merle... - Le advierte Daryl, mientras que sus ojos vuelan de un hermano a otro.

- Será mejor que no me llames así. – escupo entre dientes.

El muy gilipollas ríe a escasos centímetros de mi.

Me saca media cabeza, pero que yo recuerde, eso nunca me ha sido un impedimento.

- Vaya, la princesita tiene un par de pelotas. – sentencia, recalcando la palabra "princesita".

Muestra su estúpida sonrisa.

Y yo sonrío también.

- Le has advertido. – digo con fingida inocencia mirando a Daryl, para después volver mis ojos a mi queridito hermano.

Vuelvo a sonreír.

Y le estampo un rodillazo en el estómago.

Merle cae al suelo y lo inmovilizo poniendo mi pie sobre su pecho.

Saco mi katana derecha de su funda y coloco la punta en su cuello.

Todo esto en cuestión de segundos.

- ¡ÁYAX! – grita Daryl dando un paso en nuestra dirección.

Merle se tensa bajo la suela de mi bota.

- Como vuelvas a llamarme así, la perdida de tu mano no será lo único que lamentes. – siseo. - ¿Entendido? – digo ladeando la cabeza, alzando su barbilla con la hoja de la katana.

- ¡Eh! ¡Aparta esa espada! – grita el tal Nicholas apuntándome con su arma.

Y Rick saca su revolver.

- No querrás hacer eso. – susurra apuntándole con él.

- Nicholas... Calma. – dice Aaron alzando las manos. – No va a matarle.

- Yo no estaría tan seguro. – musito, entrecerrando los ojos, mirando a Merle debajo de mi.

El hombre me mira fijamente.

Analizándome.

Su expresión ha cambiado completamente.

- ¿Cómo... Cómo le has llamado? – dice después de toser un par de veces, mirando a Daryl.

Ahora entendía el porqué de su cambio.

Me aparto lentamente de él y enfundo mi espada, ignorándole.

Merle me mira desde el suelo, como si fuera el mayor descubrimiento de su vida, y después alterna su mirada en Daryl.

Así un par de veces.

- Es él. – musita mi segundo hermano antes de apartar la vista, incapaz de decir algo más.

Merle sigue mirándome mientras se pone en pie.

La sorpresa en su pálido rostro es casi indescriptible.

- Para de mirarme así. – gruño apretando los dientes.

- No... No puede ser. – susurra, sus ojos no se apartan de mi. Empezaba a ser incómodo haberme convertido en el centro de todas las miradas. – Joder... Estás... Vivo. Eras... La última vez que te vi eras tan solo...

- Un niño. – le interrumpo yo. – Si, lo sé. Quizá por eso fue más fácil para ti abandonarme.

Y por tercera vez en todo este tiempo, silencio.

Sus ojos se clavan en mi.

Y aunque me sorprenda, es dolor lo que veo en ellos.

- Tenemos muchas cosas de las que hablar, y este no es el momento ni el lugar. – dice después de mirar a Daryl. Me asombra ver cómo ha pasado de ser una persona de humor insoportable, a alguien con tanta seriedad.

- No hay nada de qué hablar, Merle. Nunca lo hubo. – digo, pronunciando su nombre con asco y más dolor del que desearía mostrar. - ¿No teníamos que ver a una tal Deanna? – pregunto a Aaron con la voz entrecortada, cambiando de tema completamente.

El mencionado parpadea perplejo un par de veces ante el incómodo silencio.

- Ah... Si. Por aquí. – dice el chico indicándonos el camino. – Quizá deberías ir tu primero, Rick. Todos tendréis vuestro turno después.

Rezando para que las piernas no me tiemblen, acelero el paso y echo a andar tras el grupo, dejando atrás a Daryl y a Merle.

Intentando que mi aparente entereza no se desmorone, pero se queda en un intento al primer par de lágrimas que limpio rápidamente.


A la espera de que Rick vuelva de hablar con esa tal Deanna, el grupo y yo nos encontramos en lo que parece ser el patio trasero de una de las casas.

Y mis pensamientos se pierden mientras veo a Daryl y a Merle hablar seriamente en una zona un tanto alejada.

- ¿Cómo estás? – dice una voz a mis espaldas.

Justo a quién más necesitaba en este momento.

- Por primera vez en mi vida, no lo sé. – respondo.

Carl me observa, y entonces extiende sus brazos en mi dirección, ofreciéndome un abrazo y una sonrisa.

Río.

Y acepto encantado su oferta.

El calor de su cuerpo y sus brazos envolviéndome son la más de las reconfortantes sensaciones.

- No sabía cómo aconsejarte y esto es lo único que se me ha ocurrido. – admite finalmente. Consiguiendo que vuelva a reír cuando nos separamos.

- Créeme, es todo lo que necesitaba ahora mismo. – digo sonriendo.

Y ahora es él quién ríe.

- Es que... La novedad de este sitio... Y ahora esta situación. – susurra, parece que ni él mismo llega a comprender lo que sucede a mi alrededor. – Tienes más suerte de la que me imaginaba.

Vale, no era eso lo que esperaba.

- ¿Qué? – digo con ironía, alzando una ceja. - ¿Suerte? ¿Es en serio?

Entonces Carl me mira.

- Hemos encontrado lo que parece ser nuestro posible hogar, y esta vez decente. Y en él está tu primer hermano al cual creías muerto. Estás repitiendo por segunda vez lo que viviste al llegar a la prisión. – dice señalando lo evidente.

Río irónicamente.

- De momento lo que hemos encontrado es un puñado de casas dentro de unos muros, no conocemos a la gente que vive aquí dentro, podrían ser unos jodidos pirados como los de La Terminal. – empiezo a decir. – Y lo peor de eso, es que entre ellos está el hermano por el cual me abandonaron y que estaba mejor muerto.

Y el silencio se hace entre ambos cuando digo eso.

Tapo mi cara con mi mano izquierda.

- No me puedo creer que hayas dicho eso. – susurra mirándome fijamente.

Ni yo tampoco.

Suspiro.

- No... Joder, lo siento. – termino diciendo, incapaz de armar cualquier otra frase.

- No puedes escudarte siempre en que te abandonaron. ¿No ves el daño que les haces al reprocharles algo que es más que evidente que hicieron por obligación? Y lo peor es que tú sabes que no fue por gusto. No sé cuántas veces te lo habrá demostrado Daryl. – dice con más enfado a cada argumento que enumera. – No sabes la suerte que tienes al tener viva a la familia que te quiere. – musita con dolor.

Sus palabras se clavan en mi dañándome por completo.

Veo como se aleja unos metros de mi, incrédulo ante mis palabras.

Dejándome helado en mi sitio.

Y saber que le he hecho daño genera una opresión en mi pecho.

- Carl... Yo... - digo acercándome unos pasos a él.

El chico suspira exhausto después de apoyar su espalda en un muro tras él.

- Lo siento. – dice un tanto afectado. – No debería haberme metido, tienes derecho a sentirte como quieras. Son tus sentimientos y yo no soy quién para decirte que debes o no hacer.

Pongo mi mano en su hombro, intentando que frene ese chorro de palabras incesantes con las que se intenta excusar.

- Eh, oye. – digo llamándole. Sus ojos me miran. – Si alguien hay en este mundo que puede decirme absolutamente todo, eres tú, y más si es para regañarme cuando lo merezco. – admito. – Aunque puede que debas compartir sitio con Daryl. – añado, haciendo que sonría. – Y puede que con Michonne. Y con tu padre. – continúo. – Y ahora parece que con Merle también, pero eso no se lo digas, ha de ganarse ese puesto aún.

Y entonces ríe.

Y mi corazón late con fuerza.

Era increíble como Carl conseguía evadirme de cualquier situación.

- Eres imbécil. – dice.

Sonrío.

- El imbécil más afortunado del mundo. – confieso mirándole a los ojos. Y vuelve a reír. – Siento haber dicho todo eso, la situación me ha sobrepasado y no me he parado a pensar en tu forma de verlo... Soy un egoísta de mierda, y... - suspiro. – Yo... No lo sé. – sus ojos me miran, animándome a decir más. - ¡Vamos Carl! Sabes que se me da de pena hablar de lo que siento. – vuelvo a suspirar ante su divertida mirada frente a mi enredo mental. – Es que... Siempre me has dicho que la vida me dio una segunda oportunidad al hacerme inmune, y cada vez... Cada vez me doy más cuenta de que estás en lo cierto. – digo.

Y la verdad, es que hasta ahora el destino parecía ponerme en bandeja todo aquello que tenía que arreglar en mi vida, para que así lo hiciera.

- Sabes que valoro mucho cada paso que das, dejando de ser menos caminante y más humano. – añade con una sonrisa. – Y entiendo que te disculpes, pero realmente no has de hacerlo. – dice, dejándome un tanto extrañado. – Una de las cosas que siempre me ha gustado de ti es que jamás te has cortado en el momento de expresar lo que piensas, aunque a veces deberías pensar antes de hablar.

- Lo sé. – afirmo asintiendo con la cabeza. – Un momento... ¿Una de las cosas que te gustan de mi? ¿Eso quiere decir que hay más? – añado con una sonrisa ladeada mientras enarco una ceja. Y en respuesta recibo una carcajada. – Lo sé, soy imbécil ¿No? – digo anticipándome a su pensamiento.

- Desde luego que sí. – dice asintiendo. – Pero eres mi imbécil. – susurra para sí mismo, echando un vistazo al resto de casas.

Sonrío ante esa pequeña y extraña muestra de celos hacia mi.

- Desde el día que te vi a través de la verja de la prisión, Grimes. No lo olvides. – confieso antes de guiñarle un ojo, consiguiendo sacarle una risa.

- Nunca. – sentencia con convicción.

Y jamás pensé que una sola palabra pudiera causarme un escalofrío.

Pero para eso la vida me había puesto a Carl en mi camino, para romper todos mis esquemas.

El sonido de una puerta abriéndose capta mi atención y la de todos nosotros, dejándonos ver a Rick y esa mujer, que intuyo que es Deanna, bajando las escaleras del porche.

Acto seguido, una mujer un tanto rechoncha, con gafas, que empuja un pequeño carrito, hace acto de presencia hasta que se detiene.

Tras un breve y para nada incómodo silencio, nótese el sarcasmo, la líder da un breve vistazo al vacío carrito, indicándonos que depositemos nuestras armas en el interior.

- Las armas son vuestras. – empieza a decir Deanna. – Podréis cogerlas siempre que crucéis la valla, pero aquí dentro, las guardamos por seguridad.

- Tan solo las armas de fuego. – matiza Merle, quién se ha posicionado al lado de la mujer, observándonos. – El resto, cuchillos, espadas... - sus ojos vuelan hacia Daryl. – O ballestas... No será necesario.

Este asiente.

Veo como, de uno en uno, todos los miembros del grupo empiezan a dejar sus armas en el interior del carrito. Oprimo una risa al ver como Carol finge no saber quitarse el fusil a sus espaldas, haciendo ver que es una pobre mujer indefensa.

- Los niños también. – dice Deanna mirando en dirección a Noah, Carl y a mi. Los tres nos miramos, y en ese orden, dejamos nuestras armas en el carrito. Saco la pistola que llevo en la parte trasera de mis pantalones, y la dejo junto al resto, mirando fijamente a Merle.

Y si las miradas mataran, ya estaría hasta enterrado.

Giro sobre mis talones para volver a mi lugar.

- Espera. – dice Merle. – Será mejor que dejes también las espadas y el cuchillo.

Sonrío.

Y convierto mis manos en puños.

- Acabas de decir que eso no era necesario. – respondo entre dientes y aún de espaldas.

- No lo sería, si no hubieras demostrado de lo que eres capaz con ellas. – añade con seriedad. – Pero no pienso permitir nada que suponga un riesgo para la comunidad. Así que, por favor, deja todas tus armas aquí.

Exhalo furiosamente y vuelvo a sonreír de manera cínica.

- ¿Hace diez años que no nos vemos y lo primero que quieres hacer es tocarme los cojones? – escupo entre dientes cada palabra todo lo que mi sarcasmo me permite.

Le veo sonreír con cansancio.

- Sé lo que eres capaz de hacer con ellas, así que deja todas tus armas aquí, por favor. – repite mirándome.

Algo me sacude en mi interior.

Haciéndome reconocer, que este no se parecía en absoluto al Merle que yo conocí.

Seguía siendo un capullo, pero no parecía serlo a tan gran escala.

- Veo que Daryl te ha puesto al día. – digo con rabia, dedicándole una rápida al mencionado, quién desvía sus ojos y suspira.

Desabrocho el arnés de mis katanas con furia para después quitármelas y terminar poniéndolas sobre el resto de armas bajo la atenta y tensa mirada del grupo.

Quito el cuchillo con su respectiva funda de mi cinturón, depositándolo en el carro.

Fulmino a Merle con la mirada antes de girarme de nuevo y encaminarme hacia mi sitio.

- He dicho todas, Áyax. – dice a mis espaldas. – Y eso incluye la daga en tu bota derecha.

Me tenso y abro los ojos ligeramente.

- No sé de qué me estás hablando. – respondo cuando me vuelvo hacia él.

- ¿Te crees que soy gilipollas? – pregunta mirándome con una sonrisa.

- ¿De verdad quieres que responda a esa pregunta? – contesto con ironía.

Su sonrisa se esfuma.

- Dámela. – dice extendiendo la mano. – Por las buenas.

Río.

- Porque no te gustaría saber cómo sería por las malas. – sentencio con una sonrisa antes de sacar la daga de mi bota. Le miro fijamente a los ojos mientras la coloco en la palma de su mano, ejerciendo un poco de presión, consiguiendo hacerle un pequeño y superficial corte con la hoja de esta. – Pero recuerda... - digo acercándome a él hasta quedar a su altura. – No necesito ningún arma para acabar con alguien. – siseo.

Sus ojos me observan, un tanto impactado por mis palabras.

O más bien por lo que está viendo.

A su hermano pequeño, aquel débil cobarde, amenazándole de muerte mientras le entrega sus armas, hiriéndole levemente con una de ellas.

Le veo tragar saliva.

Y de manera inconsciente, eso me provoca una estremecedora sonrisa.

Tras un silencio, vuelvo a mi sitio, apoyándome en el muro tras de mi, junto a Carl, cruzándome de brazos cuando los ojos de Merle me escanean de arriba abajo.

- Se me ha quedado pequeño. – dice con tensión la mujer de gafas mientras vuelve a empujar el carrito.

Me habían dejado totalmente desarmado, a diferencia de los demás.

Y eso no me hacía gracia.

Ni puta gracia.

- Oye... Áyax. – dice Deanna. Mis ojos vuelan hacia ella. – Que te parece si al siguiente que entrevisto eres tú mientras que el resto del grupo explora nuestra comunidad.

Aprieto la mandíbula y me encojo de hombros.

- Lo que sea. – murmuro sin apenas dirigirle la mirada.

- De acuerdo entones. Sígueme, por favor. – añade con amabilidad. – Aaron os enseñará vuestros nuevos hogares.

Y no sé por qué, esas dos palabras, me causaban inseguridad.

Dedico una última mirada al grupo, viendo como Rick asiente en mi dirección.

- Te esperaré aquí. – dice Daryl, antes de sentarse en los escalones del porche, sin intención de marcharse sin mi.

Y como acto reflejo, Merle se queda a su lado mientras el resto del grupo se va.

Camino tras la mujer, hasta que llegamos a una sala de estar donde, frente a los sillones al lado de una chimenea, se encuentra una videocámara.

- Toma asiento, por favor. – dice con una sonrisa, señalándome el sofá frente a mis ojos. Un tanto reticente, me dejo caer sobre el asiento, dejando que la comodidad de este me atrape durante unos segundos, para después colocar los antebrazos sobre mis rodillas. Entrecierro los ojos al mirarme en la pequeña pantalla de la cámara. – Si te incómoda, puedo apagarla.

- No mientras no se trate de algún tipo de pervertido fetichismo. – espeto. La mujer ríe.

- Tan solo... Me gusta retratar vuestra imagen al principio, cuando llegáis, para después poder ver vuestra evolución dentro de esta nuestra comunidad. – aclara. A decir verdad, Deanna parecía hablar con la sinceridad por bandera cada vez que decía cualquier cosa, y en ese caso, entendería porqué era la líder de este sitio.

- No sé si me quedaré. – admito observándola.

- ¿Y eso por qué? – pregunta ella con curiosidad. – Este podría ser tu sitio. Parece serlo para los demás. Puedes hacer de esto tu hogar.

- Precisamente por eso. – digo. - ¿Quién expone su perfecto hogar a una panda de desconocidos?

- Estamos lejos de ser perfectos. – añade.

- Como sea... - murmuro reclinándome en el asiento, descansando mi espalda en el mullido cojín tras de mi, cruzando mi pierna derecha, colocándola sobre mi rodilla izquierda. – Nadie... Nadie ofrece algo a cambio de nada.

- Bueno... Nosotros no lo ofrecemos a cambio de nada. – dice. – Todos aportamos algo en Alexandria.

Río.

- ¿Y que podría aportar yo? – pregunto con sarcasmo.

- Los niños, y los chicos de tu edad, aportan estabilidad. – empiezan a decir. – Para el resto, sois el futuro, sois esperanza. La posibilidad de que este proyecto en común... Funcione. Pero tú aportarías más esperanza que cualquiera. – la miro extrañado. Entonces ella señala mi vendaje. Y mi cuerpo se envara al momento. – Eres la prueba viviente, de que existe una posibilidad. Cierto es que no hacemos grandes avances en medicina, pero podría ser el comienzo de algo.

- ¿Me está vendiendo la posibilidad de una cura? – inquiero irónicamente. – Porque le advierto de qué ese cuento ya me lo vendieron una vez. Y no salió nada bien para quién lo hizo. – termino por murmurar.

- Estamos lejos de tan siquiera poder pensar en una cura, pero como ya he dicho, por algo se empieza. – admite. – Podríamos estudiarte.

- ¿Soy una cobaya? – pregunto alzando una ceja. La mujer vuelve a reír.

- ¿Te lo vas a tomar todo como un ataque? – dice.

- Probablemente.

- Esta bien. – responde asintiendo. – No me refería a eso. Cuando tú te sientas cómodo, y solo si tu quisieras, podríamos poner en marcha algún tipo de investigación. Responder la pregunta de qué es lo que te hace diferente. Piénsalo.

E involuntariamente, eso hago.

Esa idea, vuelve a anclarse en un pequeño rincón de mi cabeza.

- ¿Solo para eso me quiere aquí? – pregunto de nuevo, intentando alejar todas esas ilusiones de mi. Deanna niega con la cabeza y sonríe.

- Te quiero aquí porque tienes derecho a ello, igual que los demás. – dice.

- ¿Qué haría yo? – digo cambiando de tema.

- Aquí, los niños se dedican a ser justo eso, niños. Van a clase, hacen tareas mínimas, juegan...

- No soy un niño. – sentencio.

- Por supuesto que no. – dice. – Entonces... ¿Qué considerarías que se te da bien, Áyax? ¿Qué podrías aportarnos aparte de respuestas?

Me quedo pensativo, sopesando sus palabras.

- No lo sé. – termino diciendo. Sus ojos me miran escépticos.

- Qué aportabas en tu grupo cuando estabais fuera. – sugiere.

- No lo sé. – repito. Sus pupilas se clavan en las mías.

- Yo creo que sí que lo sabes. – dice. – Desde que te he visto... Desde que he visto cómo le hablabas a Merle... He sabido que no eras un chico normal. Al igual que Carl. El apocalipsis te cambió, como a todos.

- Le aseguro que yo ya venía cambiado de fábrica. – confieso con una ladeada sonrisa. Deanna sonríe. – Verá... - suspiro. - Llevo toda mi vida solo, vagando por las calles, lo único que ha cambiado es que ahora los muertos se levantan. – digo bajo la atenta mirada de Deanna. – En resumidas cuentas, Daryl y Merle me dejaron en un orfanato cuando no se pudieron hacer cargo de mi. – y me sorprendo el ver como he cambiado la palabra "abandonar" por "dejar". – Y entonces fue la vida quién me crió. Crecí bajo las palizas de chicos más grandes que yo, hasta que algo me hizo cambiar. – el hecho de que asesinara a mi padre más bien. – Entonces empecé a devolver los golpes, y fue cuando dejé de hacer las cosas bien, que todos comenzaron a escandalizarse. Ya conoce el dicho ¿No? "Haz mil cosas buenas y nadie lo notará, pero haz una mal, y esa es la que recordarán."... O algo así. – digo. – Me escapaba del orfanato constantemente, me castigaban. Pasé a hacer daño a quienes me lo hacían a mi, me castigaban de nuevo. Salía, trepaba edificios, robaba comida, peleaba... Y volvían a castigarme, dejándome solo en aislamiento. – añado con una sonrisa. - He vivido cosas que me han hecho cambiar, a peor, en su mayoría. Pero no diría que el apocalipsis me haya cambiado. Bueno, quizá esa mordedura cambió algo, eso es evidente. Me volvió invisible, un caminante más. – admito. - Puede que empeoraran algunas cosas, pero el fin del mundo no me cambió. Tan solo enfatizó lo que ya existía. Pero vivir así, vagando... Rodeado de toda... Toda esa... Muerte. Toda esa destrucción. – suspiro. – No poder fiarte de nadie, vivir en guardia, dormir con un ojo abierto, es... - mis ojos se llenan de lágrimas. – Joder, es agotador. – musito antes de que mi voz se rompa. – Y no hablo solo de mí... Si algo les pasara a los demás. – mi mirada se pierde ante ese hecho. Cojo aire en el momento en el que empiezo a sentir una pequeña opresión en mi pecho. - Ser inmune es casi peor ¿Sabe? Es como una maldición. Todo el mundo a mi alrededor muere, de un momento a otro. Y yo lo veo. Sin poder hacer nada. – musito de manera entrecortada. - Dice que la respuesta está en mi. Pues imagínese ser la respuesta y no poder usarla. Tener que ver como esa gente que se ha convertido en tu familia muere sin que pueda ponerle remedio. – digo en un mal disimulado sollozo. - Lo peor de saber que todos pueden morir en cualquier momento...

- Es que tu no podrías hacer nada para impedirlo. – dice interrumpiéndome, terminando mi frase.

Asiento, mirándole a los ojos.

Limpio rápidamente el par de lágrimas que ruedan por mis mejillas.

- Y eso te consume por dentro. – murmuro. – ¿Puede apagar la maldita cámara? – digo mientras escondo mi rostro entre mis manos.

Veo sonreír a la mujer cuando limpio todo rastro de lágrimas en mi, haciendo caso omiso a mis palabras.

- Es curioso. – dice.

- ¿El qué?

- Como un chico de tu edad, lo único a lo que teme, es a la muerte de los que le rodean. – dice observándome. – No temes tu propia muerte.

- Nunca la he temido.

- Si pareces temer la soledad. – termina diciendo Deanna. Mis ojos se clavan en los suyos. - ¿Por qué?

Trago saliva.

- Porque llevo gran parte de mi vida solo.

- ¿Qué te hace pensar eso?

- ¿Qué mis hermanos me dejaran tirado? ¿Qué no tuviera amigos excepto una chica mucho mayor que yo? ¿Qué me castigaran en aislamiento? ¿Qué vagara solo durante un año cuando comenzó el apocalipsis hasta que me encontré con el grupo? – espeto alzando ligeramente la voz a cada frase. - ¿Sabe lo que es estar tanto tiempo solo que llegas a olvidar tu propia voz?

Silencio.

Deanna me mira, sus ojos me escanean completamente, como si intentara analizar el dolor que escondo.

- ¿Eso fue lo que te hizo volverte tan desconfiado? – pregunta tras unos segundos.

Río con ironía.

- Más que desconfiado diría peligroso. – matizo.

- Yo te llamaría superviviente.

Vuelvo a reír de igual manera que antes.

– No tiene ni idea de lo que hay ahí fuera. – digo con una sonrisa ladeada. - Si lo supiera... Si lo supiera no abriría sus puertas con tanta amabilidad. – añado. – Si lo supiera, la desconfianza sería la primera de sus normas. En un principio crees que los caminantes pueden ser lo peor de todo... Pero de eso nada. – susurro, ganándome su atención.

- ¿Qué es lo peor según tú? – dice. – Contra qué hay que luchar. A qué hay que temer entonces.

Me acerco ligeramente hacia ella, apoyando de nuevo mis antebrazos en mis rodillas. Una cínica y ladeada sonrisa asoma por mis labios, mientras que emito una tenue, suave y escalofriante risa.

– Hay que luchar contra los muertos... Y temer a los vivos. – sentencio.


Bajo los escalones del porche de dos en dos hasta que me detengo al topar con Daryl al pie de la escalera.

- Habéis tardado. – dice este. - ¿De qué hablabais?

- De nada en especial. – respondo con normalidad. Daryl enarca una ceja. – Tan solo cree que podrían estudiarme. Buscar que me hace inmune.

- No eres un conejillo de indias. – espeta él con enfado mientras se pone en pie y coloca su ballesta en su hombro.

- Eso mismo le he dicho yo. – añado. – También que qué podría aportar a la comunidad. Y no mucho más. – Daryl asiente con la cabeza a la vez que muerde sus labios. – En definitiva, más ilusiones absurdas como las que Eugene metió en mi cabeza.

- Si Deanna lo dice, es porque lo cree de verdad. – oigo decir a Merle, quien aparece tras nosotros. Mis ojos vuelan hacia él.

- Vaya, sigues aquí. – digo con desprecio.

- Es mi hogar. – responde cansado de mis constantes malas contestaciones.

- Por desgracia. – murmuro observando las casas de alrededor.

Merle bufa exasperado.

- Vamos, os acompañaré a vuestra casa. – musita, empezando a andar.

Los tres caminamos por la calle principal de la comunidad, hasta llegar a un par de casas un tanto apartadas.

Observo el lugar asombrado, me parecía increíble ver casas que aún se mantengan en pie y en perfectas condiciones.

Veo a Rick, Carl y Carol en el porche de la casa de mi izquierda.

Y mis pies se detienen al ver a Rick.

Porque su espesa y frondosa barba ha desaparecido.

Una carcajada sale de mi garganta sin poder evitarlo.

- ¡Pero si tienes cara! – exclamo.

El hombre ríe ante mi comentario, al igual que Carol y Carl, quién no llevaba su habitual sombrero.

Rick parecía haberse dado una buena y necesaria ducha, además de haberse afeitado y cortado el pelo.

De la misma manera, veo a su hijo y a la mujer con un aspecto más decente, vestidos con ropa limpia.

Era un cambio que no debería sorprenderme, pero lo hacía.

Acostumbrado a sus aspectos demacrados de los últimos meses, esto era una mejora inconcebible.

- Si me disculpáis, yo también quiero una de esas duchas que te hacen parecer otra persona. – digo subiendo un par de escalones de la entrada.

- Áyax, espera. – dice Merle. - ¿Podemos hablar los tres ahora? – pregunta mirándome.

- ¿Es necesario? – le digo a Daryl.

- Sabes que sí. Tenemos que hablar. – responde este.

- Yo diría que no hay que hacerlo. – replico.

- Creo que tienes muchas dudas y tengo derecho a explicarme. – añade Merle a los pies de la casa. Los ojos de Daryl se clavan en mi.

Resoplo con enfado.

- ¡Está bien! – digo. – Adelante, te escucho.

Merle me observa, sin tan si quiera saber por dónde empezar.

Traga saliva.

- Es imposible decirte algo si vas a saltarme al cuello en cuanto abra la boca. – dice tras unos segundos.

- ¿Me tienes miedo? – pregunto con sarcasmo a la vez que alzo las cejas.

- No puedo tener miedo a un niñato como tú, eres pura fachada. – responde con enfado. Bajo las escaleras del todo hasta quedar frente a él.

- No ayudas, Merle. – dice Daryl mirándole.

- No me toques los cojones. – gruño a escasos centímetros de su estúpido careto.

- Tú tampoco, Áyax. – añade Daryl hablando de nuevo.

- De eso ya se encarga tu noviecito ¿No? – responde Merle con una ladeada sonrisa.

Y el más de los tensos e incómodos silencios se instala entre nosotros.

Ese pequeño y molesto pitido, hace acto de presencia, punzando mis sienes en el proceso.

Y lo siguiente que se oye, es mi puño rompiéndole el tabique nasal.

- ¡Áyax! – exclama Carol tapando su boca con asombro.

Había olvidado que estábamos frente a ellos.

Mi respiración se vuelve furiosa a la vez que mi corazón se acelera.

Y durante unos segundos, el rojo cargado de ira empieza a opacar mis pupilas.

Siento a Rick pasar su brazo derecho por mi torso, aferrándome a él, mientras que con el izquierdo me agarra de ambos brazos, reteniéndolos contra mi espalda, dificultándome el forcejeo.

- ¡Cómo se puede ser tan capullo! – gruñe Daryl antes de empujar a Merle lejos de nosotros. - ¡Pensaba que podríamos ser una familia normal! Que esto era una segunda, o una tercera oportunidad. ¡Porque los tres estamos vivos, maldita sea! Que esa idea podía aprovecharse, por unos momentos me lo había creído. – dice en un susurro, alternando su decepcionada en Merle y en mi. – Pero veo que eso jamás será posible.

Rick afloja su agarre hasta terminar por soltarme, mis ojos vuelan hacia los de Daryl.

Y la pena me embarga de un segundo a otro.

Creía en esa idea de verdad.

- Yo... - dice el imbécil de Merle.

- No. – ruje Daryl. – Me importa una mierda lo que tengas que decir. – añade. – Vete, déjanos solos. Como siempre has hecho. – sentencia antes de darse media vuelta y adentrarse en la casa, seguido de Carol.

Y sin duda, no me esperaba para nada esa reacción.

- Áyax... - dice Merle cuando me ve subir las escaleras tras Rick y Carl, mientras limpia la sangre que sale incesante de su nariz. – Lo sien...

- ¿Sabes por qué te he atacado de esa forma cuando me has llamado "princesita"? – digo interrumpiéndole cuando me aseguro de que padre e hijo han entrado en la casa, antes de morder mis labios, intentando volver a normalizar el ritmo de mi respiración.

Parpadea un par de veces confuso por el brusco cambio de tema.

- ¿Qué...? – dice perdido en sus pensamientos intentando buscar alguna respuesta.

- Porque así es como me llamaba papá. – siseo a unos centímetros de su repulsiva cara. Le veo congelarse en su sitio cuando esas palabras cobran sentido para él. Sus ojos me observan con dolor, como si un hilo de vividos recuerdos atravesara su cabeza en ese preciso instante, y entonces el aire escapa de sus pulmones con total incredulidad. – Así que, para la próxima vez que quieras abrir tu bocaza hacia Daryl o hacia mi, queriendo fastidiarnos por décimo quinta vez, haznos un favor a todos, Merle... Si no puedes mejorar el silencio, cállate. – sentencio antes de darme media vuelta y entrar en la casa, dejándole totalmente afligido a los pies de esta.

Intento recomponerme después de haberle recordado cierto momento de nuestras vidas.

De mi vida.

Pero era la única forma de qué se planteara la idea de pensar antes de hablar.

Veo a Daryl sentado en uno de los sillones de la casa, simulando observar la sala que le rodea, pero sé que anda totalmente perdido en sus pensamientos.

- No parece un mal sitio. – murmura con la barbilla apoyada en sus manos entrelazadas.

- No. – respondo, sentándome en el reposabrazos del sofá a su lado. - ¿Pero sabes lo que no parece? – pregunto, recibiendo su curiosa mirada como respuesta. – Nuestro sitio. – digo. Agacha su cabeza, de nuevo, en una muda contestación. – Te sientes desubicado ¿Verdad?

Asiente.

- Este sitio... Que aparenten normalidad... Es extraño. – admite mirándome.

- Lo sé. – digo. – También lo pienso. No me creo que sea todo tan bonito como aparenta. No cuela. – añado mientras paso mis ojos por la inmaculada decoración del salón.

- ¿Ni una sola manzana podrida en todo el cesto? – inquiere de manera retórica. Río.

- Bueno, aquí ya la tienen. Se llama Merle. – respondo.

Ahora es él quien ríe.

- Merle no es malo... - termina diciendo después de intentar elegir sus palabras adecuadamente. – Solo es...

- ¿Gilipollas? ¿Bocazas? ¿Idiota? – digo alzando las cejas.

Vuelve a reír.

- Exacto. – musita con una mueca que parece ser una sonrisa.

Suspiro.

- Entonces no impidamos que esto nos ponga de mal humor ¿Vale? – sugiero poniendo una mano en su hombro. – Creo que nos merecemos un descanso, solo por hoy.

Sus ojos me miran repletos de sarcasmo.

- ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi hermano? – dice. Río.

- Bueno, no sé si quiero quedarme. – admito. – Pero eso no significa que no deba aceptar todo aquello que me ofrecen, ni que sea por un día. – añado con una ladeada sonrisa. - Sería de mala educación. - Daryl ríe mientras niega con la cabeza. – Así que, si me disculpas, voy a tomarme una larga y caliente ducha. – digo, y me pongo en pie después de que Daryl me dé una leve palmada en la rodilla. - ¡No te vendría nada mal una a ti tampoco! – exclamo mirándole antes de subir las escaleras, escuchando un débil "idiota" por su parte en respuesta.

Llego a la planta superior y comienzo a examinarla.

Aún no sabíamos la manera en la que terminaríamos repartiéndonos.

Y lo que más me fastidiaba, es que ya habían conseguido que considerara la idea de quedarme.

Pero a quién iba a engañar, este lugar me permitía una mínima desconexión mental, por lo menos durante unos minutos.

Lo suficiente para que mis músculos me agradecieran la relajación momentánea que les daba el poder suspirar aliviado.

Y mi cuerpo se detiene cuando encuentro a Carl en una de las habitaciones.

Él chico sonríe cuando se percata de mi presencia.

- ¿Estás bien? – me pregunta observándome de arriba abajo.

Suspiro.

- Todo lo bien que se puede estar teniendo a Merle como hermano. – respondo sonriendo. – Ya has oído lo que ha dicho. ¿Sigues pensando que tengo buena suerte? – añado refiriéndome al oportuno comentario de ese idiota. Carl ríe y asiente con convicción, obstinado en su decisión. Niego con la cabeza ante su testarudez.

- Lo único que no me convence es tu forma de saludar a tus hermanos. – dice. Le miro extrañado. – Hermano con el que te encuentras, puñetazo que recibe por tu parte. – explica encogiéndose de hombros. Provocándome una sonora carcajada. - Jessie nos ha traído algo de ropa. – dice cambiando de tema, señalando las pocas piezas de ropa que hay sobre la cama.

- ¿Jessie? – pregunto enarcando una ceja mientras camino hasta él.

- La mujer que le ha cortado el pelo a mi padre. – aclara sentándose en la cama, cruzándose de piernas como un indio. – También nos ha dicho que tiene un hijo de nuestra edad, Ron, creo recordar. – añade. – Dice que mañana nos podría presentar a su grupo de amigos.

Me tenso ligeramente.

- No sé, Carl. – admito agachando la cabeza. – No estoy seguro de si es una buena idea.

- Lo sé, a mi tampoco me apetece una mierda. – confiesa alzando en las cejas.

- Esa boca. – digo riendo mientras le golpeo con una camiseta, asombrado por sus palabras, consiguiendo que él ría también. - Si no nos apetece ¿Por qué hacerlo?

Suspira.

- Porque antes de asumir si son buenas o malas personas, primero deberíamos conocerlos. – dice mirándome.

Ahí estaba Carl y su sabiduría, dándome una buena lección, una vez más.

A veces lograba olvidar que yo era quién le llevaba un año de ventaja en la vida.

Bufo y tiro mi cabeza hacia atrás.

- Está bien... - murmuro.

- Vamos, dúchate, mientras tanto iré con Carol a echar un vistazo a la casa de al lado. – dice a la vez que se levanta, dejándome a mi observando la ropa de colores claros sobre la cama.

De colores muy claros.


- Este no soy yo. – murmuro mirándome en el ya casi desempañado espejo del cuarto de baño una vez me he duchado y vestido.

No podría calcular cuánto rato me he pasado ahí dentro, con el agua caliente cayendo sobre mi cabeza, enjabonándome hasta casi dejar mi piel roja, como si con cada pasada de la esponja pudiera limpiar los malos recuerdos que se habían impregnado en mi durante los últimos meses, hasta sentirme completamente nuevo.

Pero una vez me veo vestido frente al espejo, con el pelo ligeramente mojado aún, no me siento yo.

Mis ojos recorren la imagen que el cristal le devuelve.

Ese Áyax de aspecto descansado, vestido con una blanca e impoluta camiseta de manga corta y unos tejanos azul claro.

Muy claro.

Lo único negro, era el vendaje que cubría mis cicatrices de mordeduras.

Suspiro.

Salgo del baño con mis pies descalzos en busca de mis botas militares, bajando a la planta inferior.

- Vaya, hay vida más allá del negro ¿Eh? – dice Michonne desde la puerta, apoyada en la barandilla del porche.

Una carcajada brota de mi garganta al escucharla.

- Guarda esta imagen en tu memoria, tardarás en volverme a ver así en cuanto encuentre mi ropa y la limpie. – respondo con una sonrisa en mis labios. La mujer ríe. – Por cierto ¿Dónde demonios está mi ropa y mis botas? – añado volviendo mis ojos al interior de la casa, buscándolas con la mirada.

- Aquí. – dice una voz a nuestras espaldas.

Aprieto mi mandíbula.

- Qué coño haces tú con ella. – digo con furia girándome hacia Merle.

Me quedo un tanto estupefacto en mi sitio, impresionado ante su cansado aspecto.

Parecía estar harto de la situación.

- Bueno, me han dicho que te estabas duchando y... - aclara intentando excusarse. – Quería hacer algo por ti. – añade entregándome la limpia y doblada ropa, junto con mis botas.

- No hacía falta. – gruño mientras me coloco estas últimas, para después dejar en el interior de la casa el pantalón, quedándome con mi ya habitual camisa entre mis manos. Y aún con rabia, en mi interior le agradezco el gesto.

- Le había pedido a Jessie que os trajera a Carl y a ti algo de ropa. – dice mirándome de arriba abajo. – Veo que lo ha hecho.

La sorpresa vuelve a congelarme por segunda vez, al hacerme conocedor de ese hecho.

- Gracias. – murmuro un tanto incómodo por este despliegue de amabilidad, mientras me coloco la roja camisa de cuadros sin mangas, que lleva nuestro apellido en la espalda, completamente limpia y con un agradable olor.

- A Daryl también le he traído algo de ropa mía, pero... - sonríe. – Bueno, ya sabes como es. Y a eso súmale que sigue enfadado.

Río involuntariamente ante sus palabras.

De reojo veo a Michonne observar a Merle como si estuviera viendo a un fantasma frente a sus pupilas.

Y me reconforta saber que no me estoy volviendo loco, realmente Merle está siendo amable.

- Se lo haré saber. – digo antes de morder mis labios. Él se da cuenta de eso, e intenta disimular una sonrisa.

Sí, él también lo ha reconocido como un gesto que se le hace familiar.

- Bonita camisa. – me dice mientras observa la prenda de ropa que llevo puesta. - Sabes que es mía ¿Verdad?

Eso sí que no me lo esperaba.

- ¿Qué? – murmuro perplejo.

- Era mía, de cuando tenía como veinte años. – aclara. – Originariamente tenía mangas. Y bueno, como ya sabes que no nos sobraba el dinero, la mayoría de mi ropa pasaba a Daryl. Él se las cortó. – añade, como si visualizara la escena ante sus ojos. – Me alegra que también haya pasado a ti.

Trago saliva ante esa breve anécdota de la cual era un completo desconocedor.

O sea que esta camisa no solo me unía a Daryl.

Sino también a Merle.

Un extraño escalofrío me recorre ante ese hecho.

Pero no simbolizaba nada malo, al contrario, me sentía... Querido.

Arropado.

Protegido.

¿Qué me pasaba? ¿Estaba bajando la guardia ante Merle?

- Ahora ha dejado de gustarme. – digo con sarcasmo y una ladeada sonrisa, mientras meto mis manos en los bolsillos traseros del pantalón.

Ríe mientras vuelve a bajar las escaleras del porche.

- Por cierto. – dice Merle volviendo. De su bolsillo saca un desgastado y un tanto destrozado paquete de tabaco y un mechero. Los míos. Y me los entrega. – Esto estaba en tus pantalones. – añade con una sonrisa.

Mis ojos se abren ligeramente.

Al igual que los de Michonne.

- ¿Qué es...? – dice la mujer con enfado, incorporándose de su apoyo en la barandilla.

- ¡No es nada! – exclamo agarrando ambos objetos de la mano de Merle y guardándolos en mi bolsillo izquierdo delantero. Dedicándole una mirada asesina al hombre ante mi en el proceso.

- No le diré nada a Daryl. Tranquilo. – dice antes de guiñarme un ojo, volviendo a bajar las escaleras.

Sonrío.

Será cabrón.

- Más te vale. – escupo entre dientes con una estirada y falsa sonrisa, escuchándole carcajearse mientras se aleja de la casa.

- Ya estáis aquí. – dice Rick apareciendo a mis espaldas, rompiendo la extraña tensión en el ambiente, mirándonos a Michonne y a mi, con su pequeña hija en brazos. Sus ojos se dirigen a la mujer. - ¿Qué tal ha ido?

- Bien. – responde ésta tranquila. – Deanna parece una buena mujer.

Entonces asumo que Michonne también había hablado con ella.

- Parece. – murmuro. Rick alza las cejas.

- ¿No lo crees así? – inquiere.

Suspiro.

- No pondría la mano en el fuego por nadie de este lugar. – admito. – Ya hemos visto lo que hace la gente por sobrevivir. Puede que ella sea buena persona, pero... ¿Y los demás?

Rick desvía su azulada mirada hasta que esta se pierde en el horizonte.

Asiente suavemente.

- Lo sé. – musita.

Inhalo con tranquilidad mientras me cruzo de brazos, apoyándome en el marco de la entrada, recibiendo la suave y cálida brisa que nos acompañaba, básicamente porque debíamos estar a finales de primavera, anunciándonos que quedan pocos momentos de luz antes de que la oscuridad tiña el cielo.

- Sé que soy un desconfiado. – admito. – Pero gracias a eso estoy aquí.

- Estamos aquí. – corrige Rick, apoyándose en el alfeizar de la ventana, pudiendo sujetar mejor a su hija, bajo la atenta mirada de Michonne, quien permanece atenta a sus palabras. – Si no hubiera sido por tu instinto en muchas ocasiones, puede que no todos siguiéramos aquí. – dice, mirándome. Trago saliva y asiento totalmente agradecido.

- Es que... Lo que para ellos es que entreguemos las armas por seguridad y ofrecernos dos casas por comodidad... - digo. – Para mi se traduce en que primero nos desarman y luego intentan separarnos.

- Eso mismo pienso yo. – responde el expolicía.

- Y yo. – añade Carol, apareciendo por la esquina de la casa, seguida de Carl. – La otra casa no parece tener nada extraño.

- De acuerdo. – dice Rick. – Será mejor que entremos, está empezando a anochecer.


Observo como todos a mi alrededor se hacen un pequeño sitio donde pasar la noche en el salón, a lo lejos, oigo los murmullos de Rick y Michonne, manteniendo una conversación. Sé que la mujer parecía a gusto en este sitio, confiada tal vez, pero después de tantos golpes recibidos, me era prácticamente imposible desconectar del todo, y una parte de mi permanecía en un estado de alerta constante, solo por si acaso, para no permitirse ningún fallo más.

O cualquiera de nosotros podría lamentarlo.

Hasta que unos golpes en la puerta llaman nuestra atención.

- Rick... - oigo decir a Deanna cuando este le abre la puerta. Intento no reír al ver la cara de asombro de la mujer cuando observa al padre de Carl sin barba. – Vaya... No sabía que había debajo. – aclara con humor. – Oye yo... No quiero molestar, solo pasaba a ver si ya estabais instalados. – los ojos de la mujer recorren el salón en su total amplitud, quedándose nuevamente asombrada. – Vaya, vaya... Seguís todos juntos. Inteligente.

- Nadie dijo que no lo hiciéramos. – afirma Rick.

- Dijiste que eráis una familia, eso dijiste. – dice la mujer con una sonrisa. – Me resulta asombroso que personas... Con orígenes tan distintos y sin nada en común puedan convertirse en una familia ¿No te parece?

Y desde luego, era un cuestionamiento interesante.

- Según dicen les has dado trabajos. – responde Rick.

- Es parte de esto. – añade Deanna con convicción. – Parece que los comunistas han ganado al final.

Rick sonríe.

- A mi no me lo has buscado. – dice el hombre.

- Lo he hecho. – afirma la mujer. – Es que todavía no te lo he dicho. Y otro a Michonne. Estoy buscando algo para Sasha. Y pensando qué es lo que le iría bien al señor Dixon, tendrá uno, al igual que lo tendrá su otro hermano. – y en cuanto la mujer dice eso, los ojos de Daryl y de Carl vuelan en mi dirección en busca de respuestas. Trago saliva y esquivo sus miradas, como si la cosa no fuera conmigo. Y es que yo no sabía nada de lo que la mujer había pensado al respecto. Jamás hubiera pensado que consideraría la idea de hacerme sentir útil en la comunidad, aparte de para ofrecer respuestas a una posible cura. Deanna mira a Rick de nuevo. – Estás bien. – dice asintiendo con una sonrisa, dando por aprobado su nuevo aspecto sin barba.

Y en cuánto la mujer sale por la puerta, las acusaciones empiezan.

- ¿Qué coño significa eso de que tienes trabajo? – murmura Daryl desde la ventana, donde se encontraba sentado.

- ¿Es que no pensabas decirlo? – pregunta Carl a mi lado.

- Vale, calma. – les digo a los dos. – Ni si quiera sé a qué se refiere. – digo. Daryl chasquea la lengua y vuelve sus ojos hacia la ventana con enfado.

- Bueno, sea lo que sea, tendremos tiempo de hablarlo. – dice Rick intentando que todos mantengamos la calma. – Aprovechemos para descansar, porque nunca sabremos cuándo podremos volver a hacerlo. – sentencia el hombre mirándonos a todos.

Y la seriedad en sus palabras, la realidad que desprenden, provoca que un escalofrío me recorra.


La mañana del día siguiente llega a nosotros antes de lo esperado, y es que, a decir verdad, se descansaba mucho mejor sabiéndote un tanto más seguro entre gruesos muros, aunque el verdadero peligro nunca hubieran sido los muertos que pasean de un lado al otro.

Visiblemente más descansados, a pesar de haber dormido en el suelo como siempre, salimos a explorar la comunidad, tal y como Deanna sugirió que hiciéramos, y en este caso, Carl y yo decidimos que es momento de conocer a ese grupo de chicos de nuestra edad.

Veo como todos salen por el porche, y mis pies se detienen al ver a Daryl sentado en el suelo, con las rodillas prácticamente pegadas al pecho, viendo como el resto se marchan.

- Dijo que explorásemos. Hagámoslo. – dice Rick tras de mi, hasta quedar a mi altura.

- No, yo me quedo. – responde mi hermano un tanto serio. Le hago una seña a Rick para que nos deje solos, y este asiente, mirándome, como si con sus ojos pretendiera decirme que hablara con él justo como tenía pensado hacer.

Me tocaba hacer de hermano mayor.

- Ve yendo tú, Carl, ahora te alcanzaré. – le digo al chico a los pies de la escalera, a lo que este asiente, dándole un rápido vistazo a Daryl. – Hey ¿Estás bien?

- Claro, sí. – dice, observándome. Me agacho hasta colocar una rodilla en el suelo.

- A mi no me lo parece. – añado. Sus ojos se desvían. – Oye, sé cómo te sientes. – entonces vuelve a mirarme. – Estás desubicado. Crees que no vas a encajar. Y a pesar de estar rodeado de gente, te sientes solo. Piensas que este no es tu sitio.

Alza su mirada hasta la mía.

He dado en el clavo.

- Cómo lo has sabido. – murmulla.

Sonrío.

- Porque yo me sentí igual al llegar al orfanato. – respondo. Entonces agacha la cabeza. – Eh... -digo llamándole. - Lo que quiero decir es que solo necesitas tiempo, date unos días para asimilar todos los cambios. Y para bien o para mal, hemos encontrado a Merle. – digo. – Qué, bueno, quizás es un motivo más para salir corriendo que para animarte a que te sientas mejor. – y Daryl ríe ante mi comentario, al igual que yo. – Pero lo que vengo a decir es... Que no estás solo, Daryl. Nos tienes a todos nosotros. – aclaro. – Te prometí que me tendrías ahí siempre, y eso no habrá nada que lo cambie. – su mirada se clava en la mía de nuevo. – Solo tienes que pedírmelo.

Él asiente.

Y ríe.

- Está bien. – dice. - ¿En qué momento hemos invertido los papeles?

- Supongo que en el momento en el que asumimos que ni tu ni yo somos normales. – respondo sonriendo.

Ambos reímos ante esa realidad.

- Ve, Carl te espera. – dice.

- Solo si tú estás bien. – aclaro poniéndome en pie. Daryl asiente con una pequeña sonrisa en sus labios.

Y un tanto más aliviado, bajo los escalones del porche de dos en dos para después echar a andar tras Carl.

Ahora me tocaba afrontar otra situación diferente.

Socializar.


- Venimos aquí después de clase, pasaos cuando queráis. – dice ese tal Ron mientras caminamos por el pasillo de una de las casas. No parecía mal chico.

Por ahora.

- ¿Vais al colegio? – pregunta Carl con incredulidad.

- Bueno, es solo un garaje. – aclara el chico. – Los peques por la mañana y nosotros por la tarde.

Río.

- Si no iba a clase cuando todo era normal, no voy a empezar ahora. – digo, consiguiendo que el chico ría brevemente.

- ¿Tú irás? – le pregunta a Carl. El de ojos azules se encoge de hombros antes de mirarme.

- Supongo que sí. – termina respondiendo.

Sería curioso vernos a Carl y a mi juntos en una misma clase.

Pobre profesor.

- Chicos, estos son Carl y Áyax. – dice Ron cuando llegamos a una habitación donde un par de chicos se encuentran en el interior. – Carl, Áyax, estos son Mickey y Tyler. - ambos chicos nos saludan. Y se crea un pequeño pero incómodo silencio. – Ah... ¿Queréis jugar a los videojuegos? O en casa de Mickey hay mesa de billar, pero su padre es muy estricto... No sé si nos...

- Podemos ir... - dice el tal Mickey. – Está currando.

Y una ligera presión oprime mi pecho, cuando veo los ojos de Carl perdidos.

Sabía que estaba pensando.

Tanta normalidad le hacía sentir extraño.

Me observa, y apostaría mi brazo mordido, a que ahora mismo se siente sobrepasado.

- Videojuegos está bien. – digo antes de que los tres chicos se den cuenta de la incomodidad de Carl, y este me mira agradecido, sintiéndose salvado ante mi rápida respuesta.

Y como podemos, con unos cuantos cojines en el suelo frente a la cama, nos acomodamos ante el televisor.

Casi una hora ha pasado desde que los cinco nos hemos puesto a jugar.

Bueno, yo tan solo me dedicaba a observar como jugaban entre ellos, porque, a decir verdad, nunca me habían llamado la atención estos aparatos.

Cierto era que esta era la primera vez que veía uno en persona.

- Oye... - dice el tal Tyler mientras me pasa la bolsa de patatas fritas que todos compartíamos para que coja un puñado de estas. – Corre el rumor de Carl y tú sois pareja.

Juraría que Carl casi se atraganta con el refresco que en ese momento bebía de su lata.

Río por su reacción.

- ¿Corre el rumor o es tu curiosidad? – digo con una ladeada sonrisa mientras cojo la lata de Carl para darle un trago antes de que el chico la tire con su sorprendente y avergonzada reacción.

- Ah... Bueno... - dice el chico empezando a sonrojarse, sabiéndose pillado.

- Ty déjales en paz. – añade Mickey sin apartar la vista de la pantalla.

- Bueno, tan solo ha preguntado, no es nada malo. – matiza Ron.

En tres frases, acababa de captar quienes no eran de fiar y quién sí.

Carl me mira de reojo.

Intentando ocultar una sonrisa.

- Si, pero ¿Por qué lo pregunta? ¿Es que a Tyler y a ti os interesa el tema? – le pregunto a Ron con malicia.

- ¿Por qué iba a interesarnos eso? – inquiere Tyler de manera altiva, como si esa idea le asqueara.

- Como no hay ninguna chica, pensé que igual habíais empezado a experimentar entre vosotros. – sentencio encogiéndome de hombros, antes de meterme un puñado de patatas en la boca, observando como Carl intenta contenerse para no soltarse a carcajadas.

- Eh, a nosotros no nos van esa clase de cosas. – aclara el toca-narices de Tyler.

- Qué clase de cosas. Habla claro. – le digo con una sonrisa, viendo como se pone más y más nervioso.

- Áyax... - me regaña Carl con una sonrisa mientras se centra en su juego. Aunque a decir verdad parecía estar disfrutando del momento.

- Ya le has entendido tío. – dice Ron un tanto molesto.

- ¡Tranquilos chicos! No voy a herir vuestro orgullo de machitos. – añado tranquilizador. – Pero si queréis un par de clases prácticas, mi casa está unas manzanas más abajo. – digo antes de guiñarles un ojo a ambos.

Y acto seguido emito un fuerte quejido al recibir un puñetazo en la pierna por parte de Carl, quién estaba descaradamente celoso por mi comentario.

Vale, esto era nuevo.

Evidentemente, jamás nos habíamos visto en una situación similar.

Ninguno de los dos contemplaba la posibilidad de que pudieran surgir "amenazas" que hicieran peligrar lo que fuera que había entre nosotros.

- Muy buena. – dice Mickey entre risas mientras juega tras haber visto las caras de Ron y Tyler. Ese chico sí me caía bien.

- Voy a buscar algo más de comida y bebida. – avisa Ron mientras se levanta de su sitio.

- Te acompaño. – dice Tyler saliendo tras él.

- ¿Ves como les interesa el tema? – le susurro a Mickey cuando me aseguro de que ambos chicos han salido de la habitación, sacándole una carcajada en respuesta. – Eh, Grimes. – digo llamándole. El chico se gira hacia mi, intentando mostrar su enfado antes que la sonrisa que amenaza con aparecer en la comisura de sus labios. Pongo mi pulgar en su mejilla derecha y el resto de los dedos en la izquierda. – Te quiero a ti, celoso. – musito antes de besar su boca brevemente. Carl palmea mi hombro avergonzado en cuanto nos separamos, cogiendo el cuello de su camiseta y ocultando su cara bajo esta.

Ni yo mismo me esperaba ser capaz algún día de besarle frente a alguien.

- Vale, si queréis os traigo un par de velas y me largo. – dice Mickey alzando las cejas mientras mira en otra dirección. Río a carcajadas.

Sin duda, Mickey no sería un problema.

No podría decir lo mismo de los otros dos.

- Esta te la pienso devolver. – musita Carl quitándome la lata, que anteriormente era suya, para darle un trago. Una malévola sonrisa se esboza en su rostro cuando traga el refresco.

Y me estremezco.

Porque no tenía ni idea de lo que podía estar pasando por su cabeza.

Mickey ríe ante su amenaza.

- Oye, no les tengáis en cuenta nada de lo que digan. – dice, refiriéndose a Ron y Tyler. – No son malos chicos.

- Eso es lo que tendré que averiguar. – murmuro estirando las piernas, para después pasar una sobre la otra.

- Ron es un poco capullo. – admite el chico, parecía estar deseando poder decírselo a alguien. – Y Tyler no es más que su secuaz, pero no tienen mal fondo.

Un pequeño silencio se hace entre los tres.

- Gracias, por advertirnos. – dice Carl con sinceridad. Mickey asiente.

- Tenía que hacerlo. – responde un tanto serio. Y eso ya me hace ponerme en alerta, porque no parecía decirlo por decir. – Antes había una chica en el grupo. – explica, captando nuestra atención. Carl y yo nos miramos fugazmente antes de volver nuestros ojos al chico. – Se llamaba Enid. – dice. Un extraño escalofrío me recorre, dejándome un tanto confundido. – Era la novia de Ron.

- ¿Y eso ella lo sabía? – inquiero con sarcasmo. Carl me dedica una seria mirada.

Mickey sonríe brevemente.

- ¿Qué pasó? – pregunta el hijo de Rick.

- Se escapaba de Alexandria habitualmente. – dice. – Unos muertos la atraparon en una de sus salidas. Encontraron su cuerpo días después.

Y el silencio se hace de nuevo.

- Una lástima. – respondo con una pizca de ironía de manera inconsciente, sintiéndome inexplicablemente aliviado, antes de darle un trago a la lata de Carl.

Carraspeo.

¿A que había venido eso?



Lo único que se oye a nuestro alrededor son el sonido de nuestros zapatos contra el asfalto de la calle principal de Alexandria.

- Eh ¿Estás bien? – pregunto a Carl a metros de llegar a nuestras respectivas casas. – Te ha... ¿Molestado algo de lo que he dicho o hecho?

Él sonríe.

- No. No es eso. – aclara. – Además me gusta que hagas muestras públicas de cariño cuando te sientes cómodo, no es algo que suelas hacer, y es un paso más.

Muerdo mis labios, evitando una sonrisa.

Y un más que evidente sonrojo.

- ¿Entonces? – inquiero antes de tragar saliva, intentando aparentar normalidad.

- Es que... - dice. Exhala todo el aire que sus pulmones contienen antes de hablar. – Me gusta estar aquí, pero esta gente... Parecen débiles. – añade. – Y no quiero volverme así.

Le miro con sorpresa.

Pero le entendía.

A mi también me aterraba la idea de qué, algún día, nos relajáramos lo suficiente como para bajar la guardia.

Suspiro.

- Lo sé. – digo. – Pero eso no pasará, Carl.

- ¿Cómo puedes saberlo? – pregunta. - ¿Qué nos lo asegura?

- El hecho de que nosotros somos muy diferentes a ellos. – respondo. – Llevan desde que todo empezó, aquí encerrados, creando una utopía. La mayoría no se han enfrentado a lo que realmente hay ahí fuera. – explico. – No podremos volvernos débiles, porque nunca lo fuimos.

Carl parece sopesar mis palabras.

Asiente, un tanto más convencido con mi teoría.

- No somos como ellos, tienes razón. – admite.

- Siempre la tengo ¿No? – digo, esbozando una sonrisa. Río cuando le oigo murmurar un "imbécil" mientras emprende camino. – Un momento... – añado. Sus pies se detienen, y se gira hacia a mi. – Oye... Tu reacción de antes... ¿Eso eran celos?

Aprieta su mandíbula ante mi sugerencia, cruzándose de brazos.

- ¿Estás seguro de que quieres ir por ese camino? – pregunta alzando una ceja.

- Ha sido divertido verte así, es una nueva faceta que he descubierto. – reconozco sonriente. Él bufa enfadado y vuelve a irse. – Oye, oye... - digo agarrándole de la muñeca para que se detenga. Sus ojos me observan con molestia. - ¿Es por eso por lo que antes me has dicho que "soy tuyo"? – añado. Agacha su mirada ligeramente avergonzado. - ¿Realmente temes que alguien se interponga entre...? – digo señalándonos a ambos con el dedo índice, incapaz de definir con exactitud lo que sea que exista entre nosotros.

Traga saliva.

- Nunca había existido esa posibilidad hasta ahora. – admite con inseguridad.

Río mientras niego con la cabeza.

Siento sus ojos escanearme, sin entender el por qué de mi risa.

- Carl... ¿No te das cuenta de que me tienes a tus pies desde que te conocí? – confieso.

Y en el momento en el que lo hago, mis hombros se relajan increíblemente.

Llevaba tanto tiempo con ese sentimiento en mi interior, deseando salir a flote.

Deseando que pudiera ver la luz.

Deseando ser capaz de poder poner lo que siento en palabras.

Un pequeño escalofrío me recorre cuando la mirada de Carl se vuelve más intensa.

- Ven aquí. – dice con una sonrisa antes de abrazarme. Y en un gesto que mi cuerpo ya ha adquirido como acto reflejo, sonrío, y le devuelvo el abrazo encantado. No sabía que Carl necesitara oír esas palabras, o que realmente tuviera miedo de perderme. Siempre había pensado, que el inseguro de los dos, era yo.

- Ah... Lamento interrumpir. – dice alguien a mis espaldas, causando que Carl se separe de mi a la velocidad de la luz.

Me giro para encarar a esa persona.

Bufo.

Merle Inoportuno Dixon.

- Qué. – gruño mirándole.

- Bueno, veo que nunca vamos a poder empezar una conversación con buen pie. – responde alzando las cejas.

- Todas son buenas si tu no estás en ellas. – respondo con una falsa sonrisa. Él suspira.

- Vengo a hablar contigo. Y con Daryl. – dice. – Tenemos que solucionar las cosas.

Vuelvo a bufar.

- Eh. – dice Carl con enfado. – No podéis estar así eternamente. Iré a avisar a Daryl. – añade antes de irse.

- Te echa la bronca... Me cae bien. – admite. Logrando causarme una sonrisa. – Eh, chico. – dice llamando a Carl, quien se detiene antes de entrar en la casa. – Lamento lo que he dicho antes.

El hijo de Rick sonríe brevemente.

- No importa. – dice asintiendo.

Desde luego, Carl era un regalo caído del cielo.

Pero no pasan un par de segundos, cuando el chico sale con la cara descompuesta.

- ¿Qué ocurre? – pregunto con preocupación.

- No están en casa. – musita. – No hay nadie.

- ¿Qué...? – dice Merle.

Acto seguido, a unos metros de nosotros, vemos correr a una mujer y un hombre, quienes se dirigen a toda prisa hacia la entrada de Alexandria.

La mujer se detiene en el camino.

- ¡Merle! ¡Los nuevos se están peleando con Aiden y Nicholas! – exclama antes de volver a correr.

- Qué. – gruño. Merle me mira y luego a la mujer.

- ¿¡Quiénes son, Dona!? – grita él.

- ¡El tío de la ballesta y el chico asiático! – dice ella sin tan si quiera mirarnos.

Merle y yo nos miramos fugazmente.

- ¡MIERDA! – bramamos a la vez antes de salir corriendo con Carl pisándonos los talones.

Temía que el corazón me saliera por la boca de un momento a otro.

Como se les haya ocurrido tocar a Daryl...

Como tan si quiera le hayan rozado ligeramente con un dedo...

Como un solo pelo de su cabeza esté fuera de su sitio...

Iban a pagarlo muy caro.

En tan solo segundos llegamos a la entrada, y la primera imagen que recibo, me impacta como un balazo en el pecho.

Rick, intentando separar a Daryl de Nicholas, quien se encuentra bajo mi hermano, siendo asfixiado entre sus manos.

Mientras que, sorprendentemente Michonne, se encara con quién interpreto que es Aiden, el cual no deja de mirar mal a Glenn.

Ni un día aquí, y ya estábamos marcando tendencia.

- ¡Se acabó! – exclama Merle alejando a el tal Aiden de Michonne.

El padre de Carl consigue sacar a mi segundo hermano de encima de Nicholas.

Y entonces Merle separa a Daryl de ese idiota, a por el cual quiere volver.

- ¡Aparta tus manos! – le gruñe Daryl a su hermano. Me quedo totalmente perplejo ante lo que mis ojos presencian.

- ¡Lo haré cuando dejes de comportarte como un imbécil! – exclama Merle.

Ambos están a escasos centímetros el uno del otro.

- ¡BASTA! – rujo metiéndome en medio de ambos. Separándolos. Como había hecho en múltiples ocasiones cuando era niño. – No sé qué coño te pasa, pero parece que estuvieras deseando un motivo para poder pegarle a alguno de ellos, y debería darte vergüenza. – siseo a Daryl entre dientes, juntando su frente con la mía. – Este no eres tú. – gruño apartándole de mi de un empujón, viéndole respirar furiosamente, con sus ojos destilando rabia.

Rabia, que pronto se convierte en decepción.

En una profunda decepción consigo mismo.

- Bien dicho. – dice Merle tras de mi.

- ¡Tú cállate! – le grito, consiguiendo dejarle estático en el sitio. – Siempre que intentas solucionar las cosas entre los tres terminas jodiendo todo más aún si cabe. – termino diciendo. – ¿Podéis comportaros de una jodida vez? Solo me falta ver a mamá bebiendo y a papá metiéndose meta para sentirme como en casa. – susurro entre dientes. Y un silencio se hace en cuanto esas palabras salen de mi boca. Las miradas de ambos se desvían, dándome la razón. – Tenías razón, Daryl, que los tres estemos juntos es imposible, somos unos completos capullos... - susurro alejándome de ese par de idiotas.

- Entregad las armas. – dice Merle tras unos segundos. – Nicholas, Aiden, quiero hablar con vosotros dos. – añade. - Siento mucho lo ocurrido, Deanna.

- No importa, Merle. Gracias, de nuevo. – dice la mujer, quien ni si quiera me había dado cuenta de que había aparecido. - ¡Quiero que me escuchéis todos! ¿Vale? – exclama Deanna, mirando al resto de vecinos que se habían unido a ver el espectáculo. - ¡Rick y los suyos forman parte de esta comunidad, igual que nosotros! ¡Como iguales! ¿Entendido? – dice la mujer. El público asiente, y avergonzados, vuelven a sus quehaceres mientras que Merle, asintiendo también y disculpándose de nuevo con la mujer por no haber estado a tiempo impidiendo que la cosa llegara a más tal y como había ocurrido, se marcha con esos dos gilipollas. – Tengo un trabajo para ti. – añade Deanna mirando a Rick. – Que vuelvas a ser policía. Es lo que eras. Es lo que eres. – y eso... Definitivamente, eso era lo que menos esperábamos. – Y tú también. – dice mirando a Michonne. - ¿Aceptáis?

Y tras unos segundos de tenso silencio, Rick responde.

- Vale. – dice, para después mirar a Michonne.

- Si, me apunto. – afirma la mujer con convicción.

- Y tengo otro para ti. – añade Deanna, pero esta vez, mirándome a mi. Puedo sentir la enfurecida mirada de Daryl clavándose en mi cuello.

- ¿Para... Para mi? – murmuro incrédulo. La mujer asiente.

- A pesar de que creo que es momento de que te tomes un respiro... Quiero que formes parte del grupo recolector. – dice Deanna con una sonrisa. – Sé que no se puede encerrar a un pájaro libre en una jaula por mucho tiempo. Nos serías muy útil ahí fuera. – añade. – Y si has sido capaz de calmar a tus dos hermanos mucho mayores que tú... Podrás con el idiota de mi hijo. – dice, sacándome una risa nerviosa. – Tómatelo con calma, solo cuando sea necesario. Te sentirás útil, pero también tendrás que hacer una vida normal.

Y una sonrisa se instala en mi rostro, cuando me hace saber que voy a poder sentirme realizado.

No podía ser verdad.

Río aliviado.

Por fin iba a demostrar de lo que soy capaz.

- Ni de coña... - gruñe Daryl cogiendo su ballesta del suelo, dedicándome una enfadada mirada a Rick, a Michonne y a mi, antes de marcharse.

Suspiro.

Esto iba a ser más complicado de lo que creía.


La noche cae sobre nosotros paulatinamente, y, apoyado en la barandilla del porche de nuestra casa observando a través de la ventana como Carl, Noah y Michonne juegan al póker, con Daryl a mi lado fumándose un cigarro en un desesperante silencio, pienso en como intentar abordar el tema.

O los temas más bien.

- Siento todo lo de hoy. – termino diciendo cuando alcanzo el valor suficiente para abrir la boca.

- No importa. – dice antes de darle una calada. La candente punta del cigarrillo es la poca luz que mis ojos reciben del ambiente. – Tan solo habéis caído. – añade.

Frunzo el ceño.

- ¿Caído? – murmuro con la interrogación grabada en mi rostro.

- Estás tan ciego que ni te has dado cuenta. – musita mirándome. - ¿No te parece raro que te haya dado un trabajo? No uno cualquiera, uno que no podría hacer cualquier chico de tu edad. – empieza a explicar. – A quitado de en medio a quienes considera más fuertes. A Rick, a Michonne, a ti... Os ha captado, haciendo que os sintáis importantes, con trabajos útiles y especiales, que lo demuestran. Habéis caído sin tan siquiera dudar.

Me quedo de piedra ante esa teoría.

No lo había visto así.

Y no era para nada descabellado.

- No... No lo...

- No lo habías pensado. – dice con el cigarro entre sus labios. Jamás había visto a Daryl analizando tan fríamente una situación.

Bufo.

- Y me siento gilipollas por no haberlo hecho. – gruño, ligeramente enfadado, pinzando el puente de mi nariz. Un leve calor recorre mi cuerpo. – Estaba tan obstinado en no querer bajar la guardia... Que lo he hecho sin darme cuenta. – murmullo. – Pero de ser así ¿Por qué no te ha dado a ti un trabajo similar todavía? – veo como él aparta la mirada. – Espera... No te crees lo suficientemente importante dentro del grupo como para eso ¿Verdad? – y como respuesta, obtengo su silencio. Ahí estaba. – Ahora lo entiendo. – digo, captando su atención. – Tú jamás piensas mal de las personas, todo esto lo dices porque te sientes inseguro. Porque no te consideras importante.

El silencio se hace entre ambos, escuchándose tan sólo el cigarro consumiéndose entre sus dedos.

Sus ojos me miran.

Y se apartan de mi cuando da una calada.

- Sabes que tengo razón. – susurra espirando el humo.

- Estás de coña ¿Verdad? – pregunto con la incredulidad tiñendo mi voz. - ¡Venga ya! – digo con una sonrisa. – Este grupo jamás sería lo mismo sin ti. Pregúntale a cualquiera, y si alguien te dice lo contrario, te debo un cigarro, y yo a él una paliza. – añado, consiguiendo que sonría ante mi comentario. – Siempre que Rick piensa algo, eres el primero a quién acude. Carol se preocupa por ti. Para Michonne eres un muy buen amigo, al igual que para el resto. ¿No me explicaste que cuándo el Gobernador te retuvo y te encontraste con Merle... Rick y los demás volvieron a por ti? – inquiero enarcando una ceja. - ¿Crees que volverían a por alguien que apenas les importa? – Daryl desvía sus ojos mientras niega con la cabeza. - Eres importante para todos nosotros... No imaginas cuánto. – sentencio pasando el brazo derecho por sus hombros, sintiendo como estos se relajan ligeramente, totalmente reconfortado. Entonces sonríe, y hace algo que jamás pensé que haría, me ofrece su ya casi consumido cigarro. Abro los ojos exageradamente. - ¿Y esto? – inquiero con una sonrisa, aceptando la oferta encantado.

- Una recompensa. – dice con una ladeada sonrisa. – Además, no quiero que gastes los de tu paquete. – añade alzando las cejas.

Maldito Merle.

Río antes de darle un par de caladas, absorbiendo este bonito momento entre ambos, algo que nunca imaginé que Daryl llegaría a hacer hasta que por lo menos yo alcanzara la mayoría de edad.

Exhalo el humo relajando mi cuerpo, como si así se marcharan todas las tensiones generadas durante el día de hoy.

Hasta que oigo unas botas pisar contra la madera del porche, y mis ojos vuelan hacia el dueño de ese sonido.

Un Rick vestido con todo un uniforme de policía, parado ante la puerta, es la imagen que mis ojos reciben cuando le ven.

- Mierda, no recordaba que ahora vuelves a ser poli. – exclamo con una extraña y aguda voz que sale de mi al verle de esa guisa, mientras que tiro el ya acabado cigarro al suelo para pisarlo rápidamente, en un fallido intento por que el nuevo sheriff de Alexandria no lo vea.

Fracasadamente, claro.

Rick ríe.

- Sabes que te he visto ¿No? – dice con una sonrisa.

- Tú y todos. – añade Carol saliendo des de la otra puerta del extremo del porche. Pongo los ojos en blanco.

- Genial. – musito.

Daryl hace una mueca parecida a una sonrisa.

- ¿Poli otra vez? – dice mirando a Rick.

- Solo me lo estoy probando. – dice tras unos segundos mientras que Carol llega hasta nosotros.

- ¿Nos quedamos? – pregunta ella.

- Podemos empezar a dormir cada uno en su casa. – responde el ahora policía. – Instalarnos.

- Si nos ponemos cómodos... - añade la mujer. – Y bajamos la guardia, este lugar nos debilitará.

- Eso no va a pasar. – susurro yo. – No podemos volvernos aquello que nunca fuimos. – repito por segunda vez en este día. La mujer me observa, sopesando la veracidad de mis palabras.

- Tiene razón. – dice Rick. – A Carl le preocupaba lo mismo. – admite revelando que el chico también había hablado con él de lo mismo que hacía unas horas comentaba conmigo. – Pero como Áyax dice, eso no va a pasar. – añade mientras camina hasta mi lado de la barandilla, observando las casas de Alexandria a mis espaldas. – No somos débiles. Ya no tenemos debilidades. Esto funcionará. Y si no se adaptan... - sisea antes de girarse y mirarnos a los tres. En sus ojos se podría apreciar ese brillo de frialdad y locura que ocasional y necesariamente aparecía en ellos. Ese brillo que me provocaba la más cínica y mezquina de mis sonrisas. – Nos quedaremos el pueblo.







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