Capítulo 18. Rick es un hombre de palabra.
- Eh. – dice mi hermano dándome un leve toque en la suela de mi bota con su pie. – Salgamos a dar una vuelta.
La seriedad en su rostro me atiza de lleno, no sé qué le ocurre, pero no puede ser algo bueno. Me levanto del suelo, dejando a un extrañado Carl a nuestra espalda, observando cómo nos alejamos de la iglesia hasta salir de ella, bajo la atenta y distraída mirada de todos. Una vez fuera, la fría brisa nos recibe, haciendo que me estremezca ligeramente, aunque no sé si se debe al frío, o al hecho de que Daryl no ha abierto la boca.
Y sin poder evitarlo, la tensión en la que me tiene la ignorancia de esta situación me hace hablar, soltando cada palabra como si en la respuesta a estas yo recibiera un poco de oxígeno para seguir aquí.
- ¿Quieres hablar de una vez? – pregunto en un siseo, viendo como sus ojos me esquivan, mirando a su alrededor.
- No encuentro a Carol. – responde secamente, como si decir eso le proporcionara algún tipo de dolor.
Me tenso al oír sus palabras. Sus ojos se clavan en los míos.
Ambos sabemos lo que la mujer ha podido hacer.
- Busquémosla. – digo de manera evidente. – No perdamos más tiempo. – añado poniendo una mano en su hombro.
- Creo que sé dónde puede estar. – dice antes de morderse el labio inferior, asintiendo. Empezamos a andar adentrándonos en la espesura del bosque, con la luna rompiendo la tenue oscuridad que tiñe el ambiente.
Mentiría si dijera que no temo que la mujer haya decidido dejarnos.
- ¿Crees que se ha ido? – inquiero mirándole, simulando tener la entereza que jamás he tenido realmente ante el temor al abandono.
- Puede ser. – murmura. – No estoy seguro. Nunca sé que pasa por su cabeza. – dice un tanto abatido por la situación.
Niego con la cabeza, e inconscientemente, muerdo mis labios imitando su gesto.
- No sé por qué ese afán por irse. – confieso con la vista perdida en el camino. – No se abandona a la familia. – susurro para mi mismo.
Oigo como Daryl bufa ante mis palabras.
- No sé si eres el más indicado para hablar de eso. – dice mientras mira para otro lado.
Mi corazón se estruja ante su acusación.
Y como un destello en mi mente, aparece el recuerdo del jodido momento en el que él me abandona en la puerta del orfanato.
Aprieto mi mandíbula hasta sentir que puede romperse de un segundo a otro.
Entonces clavo mis pupilas en su nuca.
- ¿Vas en serio? – pregunto entre dientes, convirtiendo mi mano derecha en un puño, en un desesperado intento por mantener controlada la ira que empieza a invadirme.
- Si la familia no se abandona, no te vayas. – sentencia secamente, fulminándome con la mirada. Esas miradas dolían si venían de él.
- Rick ha dicho que iremos todos, y así será. – respondo con hartazgo. Él emite un bufido similar a una risa irónica. – Además no sé si tú deberías darme lecciones sobre no abandonar a la familia. – sentencio dedicándole un último vistazo. Daryl se queda totalmente estático ante mis palabras. No se las esperaba.
Ni si quiera yo me las esperaba.
Acelero mis pasos intentando alejarme unos metros de él.
No podía creerme que siguiera acusándome de querer dejar el grupo. Como si yo me alegrara por ello. Como si fuera una decisión agradable.
- Áyax, espera. – dice tras de mi, caminando para llegar a mi altura. Detengo mis pasos.
Pero evito su mirada.
Es lo que menos quiero ver ahora mismo.
- Qué. – gruño.
Veo como suspira y de golpe mira al cielo, como si desde allí fueran a decirle que es lo que ha de hacer, entonces muerde sus labios de nuevo, hasta convertirlos en una fina línea.
Gesto marca Dixon.
- Yo... - dice, como si las palabras que va a decir no quisieran salir de su boca. – Lo siento, Áyax. No quería decir eso.
Sus disculpas me golpean completamente, dejándome congelado en el sitio.
Tras unos segundos de asimilación por mi parte, vuelvo automáticamente a la realidad que me rodea.
- No... No importa, Daryl. – respondo en un tartamudeo. – Yo tampoco...
- No. – me interrumpe él. – Tienes razón. – dice. – Te abandoné, por culpa de Merle, pero lo hice. – entonces me mira. – Y jamás me lo perdonaré. – sentencia antes de tragar saliva, apartando sus ojos de mi.
Parpadeo un par de veces para disipar las lágrimas que amenazan con hacer su aparición estelar ante su confesión.
Nunca había imaginado realmente lo que ese hecho pudo suponer para él. Siempre pensaba en mi, me había encerrado en lo que eso me provocó, en lo que su abandono generó en mi. Pero jamás había pensado que consecuencias tuvo para él.
Obligado por su hermano mayor a abandonarme.
Verse sin escapatoria.
Hacerlo.
Los días después a ese.
Las semanas.
Los meses.
Siempre recordándome. En una agonizante tortura. Alejarme para no hacerme daño.
Excepto a él.
Un sollozo se escapa de mi garganta de manera involuntaria, demostrando la ansiedad oculta en mi interior.
Y él me mira. Sus ojos temblorosos me analizan.
Cierro los ojos.
Y hablo.
- Te perdono, Daryl. – digo, mirándole de nuevo. – No quiero que... - suspiro y desvío mis ojos, para volver hacia los suyos segundos después. – No quiero que vivas con eso para siempre. No podemos vivir así. – continúo diciendo bajo su estremecida mirada. – Somos nuestro pasado. Pero debemos aprender de él. – añado. – Si no, estamos condenados a repetirlo.
Y de sus ojos escapa una lágrima traicionera.
Suficiente para destrozarme en mil pedazos.
Ambos nos lanzamos a abrazarnos.
- Lo siento.
- Te perdono.
Decimos de manera simultánea, en un murmullo, antes de que nuestras voces se rompan del todo.
Y acto seguido, siento una gran tensión evaporarse de cada uno de mis músculos. Unos pesados grilletes se desatan. Las cadenas se quiebran. Y la cantidad de piedras que cargo en esa mochila llamada pasado, disminuye considerablemente.
Haciéndome sentir ágil.
Libre.
Daryl se separa de mi, dejando una mano en mi hombro.
- En qué momento has crecido tanto. – dice, más como una reflexión para si mismo. Río y limpio mis lágrimas, viendo como él limpia las suyas.
- Bueno, nunca lo sabremos. – respondo riendo. – El perdón nos hará libres. – digo empezando a caminar con mi hermano a mi lado, con su brazo sobre mi hombro.
- Unas horas en una iglesia y ya hablas como todo un pastor. – bromea. Empiezo a reír de nuevo. – A Gabriel le alegrará saber que ha domado a la oveja negra.
Una carcajada sale de mi.
- Si bueno, después de haber besado a Carl no pienso volver al redil. – confieso arqueando las cejas. Veo como hace una mueca de disgusto, apretando los párpados.
- ¡Dios! No era necesaria esa información. – exclama asqueado. – Voy a tener que hablar seriamente con ese chico. – añade con fingido enfado mirando al frente. Vuelvo a carcajearme ante su sobreprotección.
- Será mejor que sigamos buscando a Carol. – digo intentando cambiar el tema, observando como él alza una ceja para a continuación negar con la cabeza.
- Estoy seguro de que hay una carretera por aquí cerca. – afirma observando a su alrededor, buscando dicho lugar.
Pero un suave gruñido que ya conocemos de sobra llega hasta nosotros. Ambos miramos en esa dirección. Semi agachados, caminamos entre los árboles siguiendo el ruido, con la seriedad en nuestros cuerpos intensificándose a cada paso que damos. Mi corazón se acelera de tan sólo pensar que algo podía haberle pasado a la mujer. Niego con la cabeza.
A quién quiero engañar.
Hablamos de Carol.
Pero aún así me preocupada, porque tal y como dijo Rick: Tan sólo un segundo, y todo puede cambiar.
Y entonces me tranquilizo cuando el gruñido del caminante queda opacado por el sonido de un cuchillo atravesando su cráneo.
Suelto todo el aire de mis pulmones al ver a la mujer sana y salva.
Pero mi pulso se vuelve arrítmico al verla cercana a un coche en marcha.
La mujer se gira hacia nosotros al escucharnos salir de entre las ramas.
Daryl la observa.
- Qué haces. – pregunta en un susurro, a pesar de que es bastante evidente cuales eran sus pretensiones. Carol nos mira, alternando su mirada apenada entre mi hermano y yo.
- No lo sé. – admite con ojos llorosos.
- ¿Ibas a irte? – inquiero con temor. La mujer traga saliva y limpia una lágrima antes de que esta salga de sus ojos.
Pero entonces, el rugido de un motor a toda velocidad irrumpe el momento, y los tres nos agachamos cubriéndonos tras el coche. Mi hermano y yo corremos tras él.
Y Daryl se queda totalmente quieto, como si hubieran adherido sus pies al suelo.
Miro al coche negro con una cruz blanca y luego a él. Este echa a correr tras el coche de Carol. Para empezar a romper las luces traseras del vehículo con la culata de su ballesta.
- ¿¡Qué estás haciendo!? – pregunta la mujer asustada ante la actitud de mi hermano.
Y no es la única.
Miro asombrado lo que hace intentando averiguar el porqué de sus actos.
- ¡Tienen a Beth! – grita. Y entonces lo entiendo. Voy hacia la otra luz y estampo mi bota contra ella, reventando el faro en el acto. Mi hermano me mira agradecido. - ¡Vamos! – nos ruge, a Carol y a mi.
Mierda.
- Daryl no puedo. – digo. – Id vosotros, yo me quedo. – este me mira incrédulo.
- ¿Qué? ¡No! ¡Vamos! – grita de nuevo dando un paso en mi dirección, mirándome alterado. - ¡Y si tienes que irte mientras no estamos! ¡No... No puedes...!
- ¡Daryl, escúchame! – rujo. Me acerco a él y acuno su cara entre mis manos – Tienes que ir a por Beth. Ve por ella y tráela de vuelta.
- Pero... - solloza en un susurro.
- ¡No! Nada de peros. – respondo. – Volveré, Daryl. Volveré y os encontraré. Siempre lo hago. Vete. – añado tajante.
- No... - dice él. Sus ojos tiemblan por segunda vez esta noche.
- ¡Vais a perderles! – rujo - ¡Carol, llévatelo! – exclamo mirando a la mujer, quien coge a Daryl del brazo. – Cuida de él. – digo señalándola con mi dedo índice mientras empiezo a dar pasos hacia atrás, ella me observa, con sus ojos entre lágrimas, asintiendo repetidas veces. - ¡MARCHAOS!
- ¡Áyax! – grita mi hermano, mirándome, observando como pongo distancia entre nosotros.
- ¡Vete, Daryl! ¡Trae de vuelta a Beth! ¡Tráela! – grito mientras sigo alejándome. - ¡Promételo!
Veo como mi hermano muerde de nuevo sus labios, intentando contener las lágrimas. Asiente en respuesta.
- ¡Promete tú que volverás! – dice con sus ojos teñidos por la desesperación.
- ¡Lo prometo! – grito cada vez más lejos. - ¡Lo juro! ¡Siempre vuelvo, siempre! ¡Marchaos, vamos! – exclamo.
Niega con la cabeza mientras mantiene sus labios mordidos y se adentra en el coche seguido de Carol.
Doy la espalda al coche y me adentro en el bosque corriendo como si me fuera la vida en ello, apretando los dientes, impidiendo así que no salgan más lágrimas, escuchando de fondo el rugido del motor alejándose a toda prisa.
Lo que yo no sabía, es que uno de los dos fallaría en su promesa.
Mis pies se detienen en seco cuando alguien se abalanza sobre mi por la espalda.
- ¡Te tengo! – grita una voz de hombre a mis espaldas mientras intenta inmovilizarme con su cuchillo en mi garganta. El tío me gira y me asesta un puñetazo en la cara.
Miles de pequeñas agujas se clavan en mi nariz, haciendo un estudiado y doloroso recorrido hasta que empiezo a sentir un reguero de sangre caliente salir de ella e inundar el interior de mi boca.
Mi corazón se acelera y ese molesto pitido amenaza con su aparición en mis oídos
No.
Esto no va a escapar de mi control.
Escupo la sangre de mi boca directa a su cara y el hombre gruñe con asco. En venganza intenta clavarme el cuchillo y aparto rápidamente la cabeza.
Le estampo con todas mis fuerzas una patada, dejándole un bonito tatuaje de la suela de mis botas militares en su pecho, y cuando el tío cae de lado al suelo, sin aire, me pongo sobre su espalda, con una rodilla a cada lado de su cuerpo y retuerzo su brazo derecho hasta tener su mano entre sus omoplatos, consiguiendo que un aullido de dolor salga de él.
- Te tengo. – siseo en un rugido en su oído mientras le apoyo el cañón de mi arma en la nuca. Con mi rodilla en su baja espalda y su brazo totalmente retorcido al borde de la dislocación de hombro, me incorporo ligeramente con la respiración acelerada y le desarmo. – No te he oído venir, un punto a tu favor. Pero te daré un consejo... - digo mientras vuelvo a acercarme a su oído. – La próxima vez que intentes matarme, no falles. – sentencio con voz ronca.
Quito el cordón que tiene la capucha de mi sudadera y lo uso para atar sus manos lo más fuerte que puedo.
- Tenemos... Tenemos a uno de los vuestros. – dice entre sollozos, como puede, intentando sonar amenazante. Con la respiración agitada debido a la pelea, me pongo en pie.
- ¿Ah sí? Ahora se lo cuentas a Rick. – digo. Vuelvo a apuntarle con mi pistola. – Ponte de pie y camina, saco de mierda.
- Hijo de...
El muy bastardo se levanta como puede y camina semi agachado por el dolor de mi patada.
No pasan ni dos minutos caminando por el bosque hasta que me topo con la espalda de tres personas.
Doy un silbido y los tres se giran.
Sus caras al verme aparecer, con ese tío y mi cara hecha un cuadro ensangrentado, no tienen precio alguno.
- La Navidad se ha adelantado este año, Rick. – digo encañonando a ese tío. – Y te he traído un regalo. – sentencio antes de darle una patada en la espalda a ese cabronazo, haciendo que se estampe contra el suelo y gruña.
- ¿Qué...? – dice el padre de Carl mirándole.
- Es el tío que nos estaba vigilando. – responde Sasha. Los ojos de Rick y Tyresse vuelan de la chica al hombre, y por último a mi.
- El hijo de puta ha intentado matarme. – añado. El expolicía se arrodilla ante él y le coge del pelo para levantar su cabeza.
- No se toca a ninguno de los nuestros. – sisea. Y yo sonrío. – Quién eres.
- No te dirá nada. – dice Tyresse.
- Dame un par de minutos con él y te aseguro que te cantará lo que desees. – sentencio antes de escupir sobre ese tío la sangre que sigue llegando a mi boca.
- Entonces te conviene hablar antes de que le deje cumplir su amenaza. – dice Rick en un susurro, con ese tono de voz perturbador, observándole con la cabeza ladeada, mientras le tira del pelo hasta ponerle de rodillas. Ese brillo en el iris de sus ojos destellaba de nuevo.
Sonrío.
- Te... Tenemos a uno de los vuestros. – dice, visiblemente asustado, mirándome con temor.
Su mirada atemorizada era el mayor de los halagos.
- Bob ha desaparecido. – responde la chica tras Rick, alterándose.
- Daryl y Carol también. – añade este. Entonces mis ojos les recorren de uno en uno. El padre de Carl entrecierra sus párpados, escudriñándome con la mirada. - ¿Sabes algo?
Asiento débilmente.
- He estado con ellos. – respondo. – Acaban de irse.
El hombre se sorprende ante mi confesión.
- ¿Qué? ¿A dónde? – inquiere con desesperación.
- Un coche negro con una cruz blanca pasó a toda prisa. – explico. – Daryl lo reconoció, dijo que tenían a Beth. Les dije que fueran tras él.
Rick exhala todo el aire que mantiene en sus pulmones como señal de liberación al quedarse más tranquilo sabiendo que están bien. Asiente visiblemente más tranquilo.
- ¿No has visto a Bob? – inquiere Sasha.
- No, lo siento. – digo. – Será mejor que entremos. Este bosque no es un lugar muy seguro por ahora.
- Tienes razón. – admite Rick. – Y el padre Gabriel tiene algo que explicar respecto a esto... - sisea.
Entonces me congelo en mi sitio, no me había parado a pensar que él estuviera metido en todo esto.
El expolicía levanta al hombre y tira de él hasta la iglesia con nosotros pegados a sus talones.
Una vez llegamos, abre la puerta estruendosamente y acto seguido empuja al hombre, tirándole al suelo, dejándole frente al resto del grupo.
Todos nos miran alarmados.
- Padre... - dice Sasha acercándose al cura lentamente. – Qué está haciendo. Qué. Está. Haciendo. – sisea amenazadoramente. – Todo tiene relación. Usted aparece, ese tío nos observa y desaparece uno de los nuestros.
El cura, asustado, nos mira como si no entendiera nada de lo que le dice la mujer.
- Yo... No he visto a ese hombre en mi vida. – explica titubeante. – Yo... Yo... No tengo nada que ver con eso.
- Hable ahora o callará para siempre, padre. – rujo con rabia cada una de las palabras que salen de mi boca mientras miro en su dirección, apretando los puños.
Y por primera vez, noto la mirada preocupada de Carl sobre mi. Más concretamente, sobre la sangre que baja de mi nariz sin intención de cesar.
- ¡Espera! – dice alzando ligeramente las manos. Sasha saca el cuchillo de su cinturón y el grupo se levanta alarmado.
- Quién hay fuera. – gruñe la chica acercándosele.
- ¡Yo no tengo nada que ver con eso! – vuelve a decir Gabriel.
- Y... Nuestro amigo. – repite en el mismo tono.
Pero antes de que Sasha sea consumida por su propia locura, Rick se acerca, y con su mano en el brazo de la chica, la aleja suavemente.
La mirada del hombre sigue manteniendo ese brillo estremecedor que helaría la sangre del más valiente.
- Por qué nos trajo aquí. – dice.
- Por favor... Yo no... - ruega el pastor, caminando hacia atrás cada vez que Rick avanza un paso hacia él.
- ¿Trabaja con alguien? – pregunta el padre de Carl.
- Estoy solo, estoy solo... Siempre he estado solo. – dice el cura.
- Y la mujer del banco de alimentos, Gabriel. - le interrumpe Rick. Todos observamos la tensa escena que se desarrolla ante nuestros ojos. – Qué le hizo usted... "Arderás por esto". – dice citando la frase grabada en la pared. – Iba por usted. Por qué. Por qué irá al infierno, Gabriel. – pregunta antes de cogerle por las solapas de su traje. - ¡Qué hizo usted! ¡QUÉ HA HECHO!
Entonces el cura aparta bruscamente las manos de Rick.
Y yo me tenso en mi posición, preparándome para actuar si es necesario.
- Cerrar las puertas de noche. Cerraba todo de noche, lo cerraba todo. Siempre. – empieza a decir el cura entre sollozos, desmoronándose. – Cuando vinieron... Mis feligreses... Habían bombardeado Atlanta y tenían miedo. Vinieron... Vinieron buscando un sitio seguro donde se sintieran a salvo. Y era tan temprano... Tan temprano... Todo estaba cerrado aún. – continúa diciendo. – Veréis... Tomé una decisión. Eran muchísimos e intentaban... Abrir las persianas. Y golpeaban las paredes, gritándome. Y entonces... Llegaron los zombies. Mujeres... Niños... Familias gritando mi nombre mientras eran descuartizados... Suplicándome piedad, pidiéndome ayuda. – confiesa con dolor, llorando. Mi corazón se encoge al imaginar tan bizarra escena. – Me maldecían... Enterré sus huesos, lo enterré todo. – sigue diciendo. Todos le miramos completamente estáticos, asimilando sus palabras. Sus hechos. – Dios os envío para castigarme... Estoy maldito. Ya estaba condenado. Siempre cerraba las puertas... Lo cerraba todo. – sentencia entre llantos, agachado en el suelo, totalmente abatido.
- Que hijo de puta... - susurro para mi mismo. Inhalo y exhalo un par de veces en busca del aire que parece querer escapar de mi.
- Si usted no tiene nada que ver en esto... - dice Rick. – Entonces... Quién coño es ese tío. – dice mientras señala al bastardo tirado en el suelo.
Entonces este empieza a reírse a carcajadas desquiciadamente.
- ¡Soy de La Terminal, imbéciles! ¡Gareth os ha encontrado! – grita desde el suelo, riéndose.
Cierro los ojos involuntariamente al oír dicho nombre, un escalofrío me recorre de pies a cabeza, estremeciéndome por completo.
Respiro furiosamente.
Y entonces me dirijo hacia ese tío antes de que nadie pueda reaccionar, me abalanzo sobre él, le giro, y reviento su repulsiva nariz de un solo puñetazo.
Destrozándome la mano en el acto.
- ¿¡Dónde está!? ¿¡DÓNDE ESTÁ GARETH!? – rujo antes de arremeter con un segundo puñetazo que parte varios de sus dientes.
Y hiere más mis nudillos.
Rick viene a toda prisa, coge a ese tío por el cuello y lo estampa contra la pared más cercana, asfixiándole.
- Responde... - sisea.
Antes de que vuelva hacia él, alguien me agarra por el brazo, deteniéndome.
Carl.
- Para, Áyax. – dice, tensando la mandíbula. La rabia empieza a enloquecerme, y hago caso omiso de sus palabras, centrándome únicamente en la paliza que empieza a propinarle su padre intentando sacarle algo a ese perro. Carl me coge del cuello de la sudadera, convirtiendo su mano en un puño atrapando parte de la tela. Y entonces mi campo de visión se reduce a él. – Áyax. Basta. – ruje antes de empujarme alejándome.
Y entonces señala mi mano.
Y entiendo porque lo hace.
Mis nudillos están totalmente ensangrentados, hasta tal punto, que no sé qué manchas de sangre pertenecen a ese bastardo y cuáles a mi. Tan sólo el hecho de mover mínimamente los dedos hace que el dolor me deje prácticamente sin habla.
Y caigo en algo.
Ese tío era nuestra última jugada.
- Rick, para. – digo, conteniendo el agudo dolor en una mueca. El hombre me mira, soltando al tío, dejando que caiga hasta el suelo, quien empieza a escupir su propia sangre. – Seamos listos.
El expolicía me observa, y luego mira a su hijo. Entonces asiente.
- Que sea una moneda de cambio. – sentencia.
- Hay que prepararse. – digo yo sujetando mi mano derecha, estudiándola.
El dolor no me iba a impedir ponerle fin a lo que se nos venía encima.
- ¿Para qué? – pregunta Rosita en nuestra dirección.
- Para cuando vengan. Porque lo harán. – sentencio observando a todos los miembros del grupo.
Y sin dudarlo un segundo, ellos asienten.
Veo como empiezan a dispersarse, preparando sus armas y demás arsenal, y sin poder evitarlo, revivo en mi cabeza el momento en el que hacemos lo mismo, pero dentro del contenedor de La Terminal.
Esos sádicos iban a pagar por todos y cada uno de sus actos.
- Gabriel ¿Tienes vendas o algún botiquín? – pregunta Michonne al afligido cura. El hombre parece recomponerse un poco durante unos momentos.
- En... En el baño del despacho. – responde antes de carraspear. Veo como la mujer asiente y empieza a caminar en esa dirección.
- Tú, siéntate en el banco y no te muevas de ahí. Hay que vendarte esa mano. – dice mientras me señala.
De manera involuntaria me sorprendo al saber las intenciones de la mujer, y con Carl pisándome los talones, me dirijo hacia los bancos principales.
Con el hijo de Rick a mi lado, me dejo caer en estos, y durante unos segundos, no soy consciente de lo que mi cuerpo necesitaba descansar con algo tan simple como sentarse. La tensión que hace escasos minutos había escapado de mi, vuelve de manera temporal a mis hombros debido a la situación a la que nos enfrentamos.
El padre de Carl se aproxima hacia nosotros y cuando llega a nuestra altura, se deja caer vencido, de la misma manera que yo.
Y a juzgar por la manera en la que lo hemos hecho, no sé si estamos cansados o mentalmente perjudicados por el hecho de saber que algunas personas de La Terminal, entre ellas Gareth, han sobrevivido, y no hemos mantenido la guardia con ese aspecto.
La sensación de fracaso empezaba a provocar un asqueroso sentimiento. Un pequeño quemazón se instala en mi pecho, haciéndose hueco entre toda la mierda que ya llevo encima, como un logro más de mi vida.
- Hemos fallado. – digo con la mirada perdida en la madera del suelo, con los codos apoyados en mis rodillas. Carl, a mi lado y de igual manera, me observa después de decir esa frase. Su padre, a mi lado, inclinado en el respaldo del banco, y visiblemente afectado por ese hecho, mira la madera del suelo igual de perdido que yo.
- Y eso no volverá a pasar. – sentencia con rudeza. El hombre pinza el puente de su nariz y se inclina hasta colocarse en la misma posición que tenemos su hijo y yo. Abre los ojos y suspira. – Voy a intentar que ese tío diga algo. – dice poniendo su mano izquierda en mi hombro. – Si no lo consigo te lo dejaré a ti. – añade. Ambos soltamos algo similar a una risa pero que se asemeja más a un bufido frustrado. – Cúrate esa mano. – termina diciendo antes de apretar mi hombro. Rick se levanta de su lugar y pasa por delante nuestro, revolviendo el pelo de su hijo en el camino y depositando un beso en su cabeza, a lo que recibe como respuesta un leve apretón en el antebrazo en una señal de cariño hacia él, intentando que se sienta reconfortado.
Michonne aparece por la puerta con algunos utensilios médicos y una pequeña bandeja con agua, para después sentarse en el suelo con las piernas cruzadas frente a mi.
- No habéis fallado, Áyax. – dice Carl. La mujer le mira extrañada. Igual que yo.
Suspiro.
- Ese tío me atrapó en el bosque, casi me mata, me partió la nariz y por si fuera poco, es un superviviente de La Terminal. – respondo. – Dime exactamente en qué no he fallado.
- No podías predecir que sobrevivirían. No es vuestra culpa. – contesta esta vez Michonne mientras con una gasa humedecida, limpia la sangre de mis nudillos, sosteniendo mi mano entre las suyas. Froto mis ojos con frustración.
- Pero bajamos la guardia. – añado. – Y eso sí fue un error.
Carl se reclina en su asiento y se cruza de brazos.
- Todos lo hicimos. Por esa regla de tres, es culpa de todo el grupo. – contraataca el chico ante mi suposición. Vuelvo a suspirar.
- No debimos hacerlo. – digo.
- No puedes estar siempre alerta, Áyax. – me recrimina Carl. – Terminarías por volverte loco.
Río.
- ¿Más aún? – pregunto con ironía. Veo como Mich ríe.
- Más aún. – afirma él. Niego con la cabeza ante su sonrisa. Entonces la mujer frente a mi echa en la misma gasa mojada un poco de alcohol desinfectante y empieza a pasarla por las heridas.
- ¡Joder, Michonne! – exclamo apartando la mano cuando la zona afectada empieza a escocer de una manera increíblemente dolorosa. La mujer alza sus cejas y descansa sus muñecas en sus rodillas. Entonces veo como Carl reprime una sonrisa ante mi evidente cobardía.
- Vaya, así que el tipo duro que sobrevive a la mordedura de los caminantes y puede aniquilarte con sus espadas, no tolera un poquito de alcohol. – dice con sorna. Los miro con un fingido enfado.
- Escuece mucho ¿Vale? – digo alternando mis ojos de uno a otro. Ambos se ríen de mi descaradamente. En este punto, no sé si está más herido mi orgullo o mis nudillos. – Dame una cerveza y te demostraré si tolero o no el alcohol. – añado guiñándole un ojo a Michonne.
Y entonces recibo un golpe en mi pierna por su parte.
- Ven aquí, valiente. – dice Carl entre risas, acercándose a mi y pasando un brazo por mis hombros, apretándome contra él en un semi abrazo.
Un ligero pero agradable escalofrío me recorre cuando su brazo me envuelve.
Nunca dejarán de sorprenderme todas y cada una de las reacciones que Carl provoca en mi cuerpo sin tan siquiera darse cuenta.
Y cuando mi piel se eriza por su inocente contacto mostrándome su cariño.
Hace algo que me sorprende.
Deposita un beso en mi sien.
Y si no fuera porque Michonne sostiene mi mano, podría haberme convertido en gelatina de un segundo a otro.
Mis ojos vuelan hacia los suyos, y como una más de las tantas veces que me ha pasado, me quedo atrapado en el azul de su mirada.
Pasan segundos, minutos, horas o lustros, no estoy seguro, hasta que me doy cuenta de que Michonne golpea más fuerte y por tercera vez mi rodilla en un intento por que vuelva a la tierra.
- Eh, enamorado, esto ya está listo. – dice con una pícara sonrisa mostrándome mi mano ya vendada. La miro confuso.
¿En qué momento la ha vendado?
- Te ha quedado muy bien, Michonne – halaga Carl cogiendo la mano vendada y observándola detenidamente.
- Lo sé. – contesta la mujer con autosuficiencia. De manera incrédula, veo como los dos se enfrascan en una conversación, obviando que yo estoy aquí. Entonces se dirige a mi. – Si algún día dejas de mirar embobado a Carl y decides lavar la sangre de tu nariz, intentaré ponerte un par de tiras en el tabique también. – añade riendo. Mis mejillas empiezan a enrojecerse y me levanto de mi asiento como un resorte.
- Yo... Yo no... - titubeo. La mujer comienza a reírse a carcajadas. La señalo con el dedo índice. – Muy graciosa.
- Gracias. – responde guiñándome un ojo.
- Eres idiota. – digo negando con la cabeza, sonriendo, mientras me adentro en el despacho y camino hacia el lavabo.
Lavo mi cara con la mano izquierda, evitando así que se moje el vendaje que protege mis nudillos.
Pero es cuando estoy a punto de volver con todos, que las palabras de Glenn me paralizan.
- Hay algo... Hay algo ahí fuera, tendido en la hierba... - dice. Oigo su voz lejana, y cuando salgo hacia fuera la tensión se intensifica, llenando por completo mis pulmones. Todos salimos deprisa en dirección a la persona que parece estar tumbada en el suelo. Pero la imagen me paraliza, golpeándome, dejándome sin habla.
Bob, en el suelo, con media pierna cortada y vendada minuciosamente.
Mi garganta se seca.
Y durante unos segundos, dejo de respirar.
- ¡Bob! – la voz de Sasha repitiendo el nombre del chico llega a mis oídos de forma difuminada.
Los gruñidos de varios caminantes nos alcanzan y descargo la ira que empieza a devorarme cuando arremeto contra uno de ellos para después reventarle el cráneo de una patada.
Oigo en la lejanía como cargan a Bob y le adentran en la iglesia, y como Rick dispara su revólver con rabia, una y otra vez, hacia la oscuridad del bosque.
Y cuando me vuelvo, una gran A pintada en sangre sobre la fachada de la iglesia me da la bienvenida.
- Estaba en el cementerio... Y alguien me golpeo. – explica Bob tumbado en el suelo de la iglesia, todos le rodeamos, expectantes y dolidos ante esta situación. – Desperté junto a un edificio, parecía un colegio... Era aquel tío... Gareth. – cuando pronuncia su nombre un leve sudor frío desciende por mi nuca. Nuestro error había costado la pierna de Bob. Y dudo que eso pueda perdonármelo algún día. Observo al padre de Carl, y veo como su mirada no tiene brillo alguno, sus ojos han adquirido un color opaco. Sin brillo. Casi sin vida. – Él y otros cinco. Se comieron mi pierna delante de mi, como si nada... Orgullosos de tenerlo todo controlado. – sentencia.
Cierro los ojos y agacho la cabeza. Aprieto mi mandíbula hasta sentir que va a partirse en cualquier momento. La rabia empieza a nadar por mis venas a su libre albedrío, devorando los rescoldos de miedo que en algún momento pudieron albergar. Durante unos segundos Gareth ha ganado, porque había conseguido que empezara a tenerle miedo. Pero es en el momento en el que Bob suelta semejante brutalidad, en el que todo se esfuma.
Todo se acaba.
Una pantalla en negro.
Porque da igual cuantas veces nos recordemos que este mundo ya no es como el de antes, siempre te sorprende con algo nuevo.
Y nunca para bien.
El quejido de dolor que Bob emite me devuelve a la realidad.
- Le duele... ¿Hay algo para darle? – pregunta Sasha a Rosita.
- Creo que hay pastillas en el botiquín. – responde esta última, observando con lástima la escena. La chica asiente agradecida.
- Ahorráoslas. – dice Bob. Sasha se queja ante sus palabras haciendo que él vuelva a insistir. – De verdad. - y entonces todos nos quedamos como estatuas... Cuando muestra su hombro mordido. – Fue en el banco de alimentos.
Su voz a punto de quebrarse es lo único que rompe el silencio de la iglesia.
- Hay un sofá en mi despacho, sé que no es mucho, pero... - añade Gabriel. Y por primera vez, el cura me cae bien.
Veo como se lo llevan hasta ahí, y entonces Rick se dirige al pastor.
- ¿Conoce el sitio del que hablaba Bob? – le pregunta. Gabriel le mira estupefacto. Durante unos momentos, veo los engranajes de Rick funcionar en su mente, urdiendo un plan a cada segundo que pasa.
- Si... Es un colegio. Está cerca. – responde el hombre.
- Cuánto. – le interrumpe prácticamente el expolicía. – Cómo de cerca, Gabriel.
- Andando está a diez minutos de aquí por el bosque, al sur del cementerio. – responde.
Oigo como Judith llora y veo como Carl se hace cargo de ella.
- ¿Tiene fiebre? – pregunta Rick a Maggie.
- Solo un poco. – responde esta.
- Jim duró casi... Dos días antes de dejarnos. – añade Glenn. Y entiendo que por ese tal Jim se refieren a un antiguo miembro de su grupo.
Veo a todos pensar, como todos intenta poner fin a esto. Una solución.
Pero entonces Abraham interrumpe el hilo de mis pensamientos.
- Es hora de hacer lo que debemos. Tenemos que salir para Washington. Ahora. – dice de manera tajante.
Una risa sale de mi.
- No es el momento, Abraham. – respondo entre dientes, observándole, como intenta imponer con su postura erguida, pero conmigo no surgía efecto alguno.
- Nunca es el momento para vosotros, parece ser. – responde con sorna. Convierto mis manos en puños, ganándome así un par de pinchazos en los nudillos bajo las vendas.
- No pienso dejar a ese hombre morir solo. – digo mientras señalo la puerta del despacho de Gabriel. Unos ligeros temblores empiezan a sacudirme.
- Si hubiéramos ido a Washington desde un principio, en vez de quedarnos aquí, esto no habría pasado. – se atreve a decir. – Y si hubiera pasado, allí podrían haber hecho alguna cura con tu sangre. Estamos jugando con la oportunidad de reconstruir este mundo.
Suficiente.
- ¡Y de qué mierda sirve un nuevo mundo si gente como Gareth vive en él! – exclamo después de dar un par de pasos hacia él. - ¡De qué cojones sirve! ¡Vamos! ¡DIMELO! – el hombre retrocede ligeramente hacia atrás y me mira altivo desde la distancia, sabe que tengo razón. – Si nos vamos ahora, si huimos, lo que le ha pasado a Bob no habrá servido de nada. – añado, mirándole. Entonces me acerco hasta quedar frente a él, a escasos centímetros, y a pesar de que le llego a la altura de la nariz, mis ojos se clavan en sus pupilas. – Y no pienso irme sin mi hermano. – sentencio en un siseo.
- ¡Eh, basta! – dice Rick interponiéndose entre ambos, pero mirando a Abraham. – ¿De verdad crees que es más seguro irse ahora? ¿De noche? ¿Con esa gente rondando por ahí? – pregunta irónicamente. – Nadie va a dejar atrás a nadie. Daryl y Carol volverán aquí. Entonces iremos.
- Ellos decidieron irse. – responde Abraham.
- ¡Y nosotros les esperaremos! – grita Rick.
- ¡Eugene y Áyax peligran aquí, hay que ponerles a salvo! ¡No son más que un genio y un niño! – contrataca el pelirrojo.
- ¡Escúchame bien! – grito en su dirección, señalándole. – Nunca he necesitado un protector y no lo voy a necesitar ahora. Me basto y me sobro yo solito para cuidarme. – añado. – Para proteger, para defender, para asesinar. – susurro entre dientes. – Si quisiera podría arrancarte la cabeza con mis propias manos. – siseo. – Así que no vuelvas a subestimarme.
Tras un estremecedor silencio, veo como el hombre carraspea y traga saliva.
- De acuerdo, nos quedaremos un día más. Ayudaremos en lo que sea necesario. Pero mañana, aunque sea una parte del grupo, tú incluido, nos iremos. Pase lo que pase. – dice, entonces ofrece su mano en mi dirección. Y le miro unos segundos.
- Pase lo que pase. – gruño, estrechando con fuerza su mano. Todos nos observan, y entonces caigo en algo.
- ¿Estás de coña? – pregunta Carl entre dientes en mi dirección.
En eso.
Me giro lentamente hacia él y le miro, incapaz de articular palabra.
Veo como, tensando la mandíbula y apretando los puños, da por finalizada nuestra conversación.
- Mediodía. – interrumpe Abraham. – A mediodía nos largamos. No pienso esperar a que esto vuelva a pasar.
Agacho la cabeza y, mordiendo mis labios, asiento.
A mis oídos llega el portazo que Carl da al adentrarse en el despacho de Gabriel.
Bufo, mirando al techo, sin poder evitar sentirme como una mierda.
Y para más tensión, noto como la mirada de Rick se clava en mi nuca, pero la sensación se intensifica cuando me giro para encararle, recibiendo su mirada de reproche, que duele más que una puñalada.
- Será mejor que nos pongamos en marcha. – dice el expolicía al resto del grupo.
- Está bien. – suspiro. El hombre me mira.
- Tú no vienes. – sentencia. Sus palabras me impactan hasta tal punto que tardo unos segundos en conseguir armar una frase completa.
- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? – respondo atropelladamente. El padre de Carl suspira para después mirarme.
- Porque tienes bastantes cosas que arreglar. – dice señalando la puerta por donde se ha ido su hijo. Trago saliva. Y asiento, porque tiene razón. – Y porque te necesito aquí. – entonces le miro. – Sé que si... Si nos equivocamos otra vez... Tú estarás aquí para enmendar ese error. – sentencia. – Tú solo te bastas y te sobras.
Río ante su sonrisa ladeada al repetir mi frase.
- De acuerdo. – respondo asintiendo.
Rick, Michonne, Glenn, Maggie y Sasha salen de la iglesia dispuestos a acabar con esto de una vez por todas.
Me siento en uno de los bancos y descanso unos minutos, pensando qué y cómo decirle a Carl todo lo que pienso, ignorando la mierda con patas que sigue forcejeando en el suelo, a quién ya ni si quiera recordaba.
Me pongo en pie y me dispongo a ir hasta el despacho para hablar con él, para arreglar las cosas.
Pero entonces oigo el crujir de los escalones de madera al pie de la iglesia, y mi sangre se hiela.
Porque sé perfectamente que no son ninguno de los nuestros.
Corro hasta pegarme a la pared derecha, al lado de la puerta, aprovechando la oscuridad.
Agarro a ese tío y le mantengo de pie, presionando mi pistola en su sien.
- Ni una sola palabra. O te juro por lo que más quieras que desearas estar muerto. – susurro en su oído. El tipo asiente desesperadamente con la cabeza.
Alguien rompe la cerradura y abre la puerta, de manera que nos tapa con ella, ocultándonos.
Muy listo.
Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando veo a Gareth avanzar lenta y tortuosamente por el pasillo, seguido de unos pocos de sus secuaces.
Su sola presencia me hacía recordar la frialdad con la que observo a sus compañeros degollar a seres humanos. Comérselos. Y eso me repugna.
- Sabéis que estamos aquí... - empieza a decir. – Y nosotros que estáis ahí. – tapo la boca del tío que sostengo y aprieto la pistola en su sien, en señal de recordatorio de lo que puede ocurrir se hace cualquier movimiento. Mi corazón se acelera cada segundo que pasa Gareth aquí. Cada segundo en que no me descubre. Cada segundo en que sé que Carl y el resto están atrincherados en el despacho. – Y estamos armados, así que esconderos no os servirá. – entonces manda a dos secuaces a ir delante de él, como el cobarde que es. – Os hemos observado, sabemos quiénes estáis. Está... Bob, si es que no ha acabado su sufrimiento. Y Eugene... Rosita... - mi piel se pone de gallina y los temblores aumentan a cada nombre que menciona. Sin parte del grupo aquí estábamos en una clara desventaja, y empezaba a dudar de si yo sólo podría con ellos. Pero Rick confiaba en mi. Y no pensaba fallarle. – El buen amigo de Martin, Tyresse... El asesino del grupo, Áyax... - "Maldito imbécil" pienso. - Carl... Y Judith. – y mis piernas flaquean al oír los dos últimos nombres. – Rick y los demás se han ido. Con muchas de vuestras armas. No sabemos dónde estáis pero este sitio no es muy grande. Así que acabemos con esto ahora antes de que sea más doloroso. – veo como él y su grupo avanzan cada vez más, revisando los bancos en su camino, sin saber que el verdadero peligro está detrás de ellos. – Estáis detrás de una de estas dos puertas y tenemos munición de sobra para tirar las dos. No creo que eso sea lo que queréis. ¿Qué hay del pastor? Padre, si nos ayuda con esto le dejaremos marcharse. – durante unos momentos, dudo de si eso será suficiente para condenar al grupo, o si Gabriel realmente va a sorprenderme confiando en nosotros. – Abra la puerta y podrá irse y llevarse al bebé. – cuando Gareth dice eso, aprieto el agarre de mi pistola. - ¿Qué me dice? – tras un breve pero tenso silencio, algo rompe este último: El llanto de Judith. Cierro los ojos y agacho ligeramente la cabeza, empezando a asimilar una posible derrota. – Tal vez nos quedemos con la cría. Empieza a caerme bien. – sentencia antes de dirigirse tras la verdadera puerta donde se esconden. – Última oportunidad para decir que vais a salir.
- ¿Has acabado? – le pregunta uno de sus compañeros. Es evidente que ni ellos mismos saben porque Gareth da tantos avisos, porque ni si quiera el mismo sabe qué hacer.
- Dale a las bisagras. – responde tajante. Y cuando encañonan sus armas, soy yo el que empieza a rezar.
Pero nunca he sido un cobarde, y no iba a empezar ahora.
Así que suspiro y cierro los ojos.
Inhalo y exhalo aire un par de veces, sabiendo que quizá esta pueda ser la última vez que lo haga.
Abro los ojos.
- Eh, capullo. – murmuro saliendo de mi escondite, con su compañero como escudo y colocándome al principio del pasillo. Todos se voltean en mi dirección, asustados. Y como es de esperar, me apuntan con sus armas. – Regla de supervivencia número uno: Vigila siempre tus espaldas.
Gareth me devuelve una sonrisa ladeada y se coloca en el centro al final del pasillo.
- Mirad que rata ha salido de su agujero. – dice, bajando su arma y cruzando sus manos, una encima de la otra, delante de él.
- ¿Te estás mirando en un espejo? – pregunto con sorna arqueando una ceja. Él ríe.
- En el fondo me caes bien. – admite sonriente.
- Yo no puedo decir lo mismo de ti. – añado.
- Es una lástima que vayamos a matarte. – responde. – Eres un psicópata con sentido del humor.
Río.
- Ese podría ser el título de mi autobiografía. – digo, mirándole fijamente. Y lo que más me asombra, es que en ningún momento he apartado la vista.
- Una pena que nunca vayas a poder escribirla. Yo la leería. – contesta sonriendo.
- Se agradece tener fans. – respondo, sabiendo que todo esto, no es más que un burdo intento por mi parte, de escudar mi miedo con sarcasmo. Sabiéndome sin escapatoria, tiro mi arma a un lado, empujo al tío que tengo sujeto y este cae al suelo, mientras que alzo las manos.
- Gareth, tío... Yo... - dice el bastardo desde el suelo.
- Cállate. – responde Gareth secamente. – Eres un inútil. – sentencia.
- ¡Gareth! – grita el hombre desde el suelo.
Y entonces le mete una bala entre las cejas.
El ruido del disparo hace que retroceda un paso asustado.
Miro el cadáver en el suelo, y luego a Gareth, quién me observa con una sonrisa mezquina.
Acaba de matar a su propio amigo.
Algo llama mi atención, y mis ojos vuelan hacia la puerta del despacho del cura.
Y la veo ligeramente abierta.
Carl, a través de la pequeña obertura, observa la escena.
Y mis ojos se llenan de lágrimas.
No. Él no podía ver esto.
No podía.
- Y dime, Áyax... ¿Merece la pena morir por esto? ¿Por ellos? ¿Por Rick y los suyos? – dice abriendo los brazos. Ninguno de ellos parece percatarse que Carl observa todo tras ellos.
Parpadeo un par de veces.
- Si. – confieso. – Siempre merecerá la pena. – digo, dando una breve mirada furtiva al hijo de Rick. – Siempre.
- Está bien. Es tú elección. – responde Gareth incrédulo. – De todas formas, no puedo prometerte que ellos no vayan a morir después de que te fusilemos, así que...
- Lo sé. – respondo secamente. Un par de lágrimas ruedan por mis mejillas. Gareth deja caer sus brazos y mira al techo, después de bufar con frustración.
- Mírate... Si tan solo eres un crío. Esto va a ser difícil. Muy difícil. – dice observándome con fingida lástima. - ¿Quieres decir unas últimas palabras?
Veo como sus secuaces recargan sus armas.
Y entonces me apuntan.
Un sollozo sale inevitablemente de mi garganta.
- Te quiero, Carl. – confieso alzando ligeramente la voz, volviendo a mirarle, observándome desde la puerta, viendo por última vez el azul de sus ojos, grabándome a fuego su imagen en mi mente. Le veo llorar. Y siento a mi alma romperse en mil pedazos. Él no merecía llorar, merecía todo lo mejor del mundo. Todo aquello que ya nunca le podré dar. – Dile a Daryl que no se enfade, que yo elegí esto... - el corazón me va a mil por hora y las lágrimas caen sin cesar, pero no sé si por orgullo o por miedo, me mantengo erguido, con mi mirada de nuevo fija en Gareth. – Que... Que ha sido el mejor hermano que alguien pueda tener, que le quiero. A Michonne que la quiero más que a nada. Y a tu padre... Que ha sido el mejor hombre que la tierra ha podido tener, un honor para mi poder conocerle... Y aprender de él. – digo como puedo, evitando que los sollozos eclipsen mi confesión. – Gracias a todos. De verdad. – Miro al techo e inhalo más aire del que puedan caber en mis pulmones, el miedo me ha paralizado por completo. – Te quiero, Carl. – digo, antes de cruzar mi dedo corazón e índice entre sí, mostrándole aquel gesto que días atrás hice, prometiéndole que nunca me separaría de él. Haciéndole saber que esa promesa seguía en pie. No me separaría. Nunca. – Este y mil apocalipsis más. – sentencio.
- Bonito discurso... Me alegra saber que no has ganado. – dice Gareth con ironía.
Pero antes de que yo responda, dos disparos certeros que acaban con dos de sus secuaces lo hacen por mi.
- Yo diría que sí lo ha hecho. – sisea Rick a mis espaldas.
Una ola de alivio me sacude de pies a cabeza cuando oigo la voz del expolicía tras de mi y no siento ninguna bala atravesar mi cuerpo. Mis brazos caen por su propio peso, y río de manera histérica, dejando que a través de ésta escape la tensión acumulada que ha provocado el momento. Puesto que aún estaba asimilando que, tan solo unos segundos, y ya estaría muerto.
- Has tardado mucho en aparecer... - digo en un suspiro. El hombre ríe.
- No quería interrumpir tu discurso. – responde antes de guiñarme un ojo. Niego con la cabeza y me doy cuenta de que una gran sonrisa adorna mi cara. – Dejad las armas en el suelo.
- Dispararemos a través de las puertas ¡Así que baja el arm...! – dice Gareth, y no le da tiempo a mucho más, su alteración se ve cortada cuando un disparo le arranca parte de su mano izquierda. Un gruñido de dolor sale de su garganta y deja caer el arma al suelo mientras se mira con incredulidad y horror su desmembrada mano.
Sonrío.
Ahora empezaba la diversión.
Rick aparece entre la oscuridad apuntándoles imponente con su revólver, hasta colocarse a mi lado.
- Poned las armas en el suelo y de rodillas. – dice entre dientes.
- ¡Haz lo que dice! – exclama Gareth un agónico gemido. Y por primera vez dice algo con sensatez. Veo como el grupo acata las órdenes, excepto uno. – Martin no tienes elección...
- La tengo. – murmura el tal Martin de manera altiva.
- ¿Te apuestas algo? – le pregunta Abraham apareciendo por su lado, colocándole el cañón del arma a escasos centímetros de la cara, provocando que el tipo se gire. Entonces tira el arma y se pone de rodillas.
Lentamente avanzamos hasta ellos, y Rick se coloca frente Gareth, aún apuntándole.
La escena no puede ser más bella. Gareth, en el suelo, totalmente acabado, ante un imponente y perturbador Rick Grimes.
- Suplicar será inútil... - murmura de rodillas el líder de La Terminal.
- Si. – responde el expolicía de manera tajante. Mirándole. Con ese brillo de locura de nuevo en sus ojos, resplandeciendo, dándonos a entender lo que está por venir.
- No nos habéis matado antes, alguna razón habrá. – dice, observándole, intentando pedir piedad con los ojos. Un deseo que ni en mil vidas se vería cumplido.
- No queríamos malgastar balas. – responde Rick, como si fuera lo más evidente.
- Ayudábamos a los que venían, los salvábamos. Luego cambió y... - su absurda explicación se ve cortada por un quejido de su parte proveniente del dolor de su mano. Rick ladea la cabeza y le observa. – Ya sé que habéis viajado, pero lo siento. Vosotros no sabéis, lo que es el hambre. – exclama. El expolicía no aparta sus ojos de él, con una mueca parecida a una sonrisa en sus labios. – No tenéis que hacerlo, podemos marcharnos. Y no volveréis a vernos nunca, te lo prometo. – ruega desesperado. Una carcajada involuntaria escapa de mi.
Rick me mira y sonríe.
Y Gareth se queda estático al oír mi risa.
Camino hacia el lado derecho de Rick, hasta llegar a su altura, Gareth me mira, con ojos temblorosos, y me fascina ver como he podido temer a alguien tan patético.
- Si fueras inteligente... - digo observando al padre de Carl. – Sabrías que hace diez minutos que ya ha tomado su decisión.
Gareth alterna su vista de Rick a mi.
- Os verán otras personas... ¿Verdad? – susurra Rick, escudriñándole, con una ceja alzada y su cabeza ladeada. – Le haríais eso a cualquiera ¿Verdad? – vuelve a decir. Entonces veo como pone su mano izquierda sobre el mango de su machete. Y sonrío. Sonrío todo lo que puedo y más. Miro a Gareth. Y no puedo recibir mayor halago que todo el horror y temor con el que sus ojos me miran, como si eso me alimentara. – Además... Yo te había hecho una promesa. – sentencia Rick en un gruñido.
- Y Rick es un hombre de palabra. – siseo repitiendo y recordándole la frase que le dije en La Terminal.
Y el expolicía cumple su promesa, sacando el machete de su funda y estrellándolo contra el cráneo de Gareth.
Y antes de que lo haga, puedo ver el miedo recorrer su cuerpo, y como, lo último que ven sus ojos, son mi rostro y el de Rick.
Mi sonrisa se ensancha cuando veo al padre de Carl destruir a machetazos la cabeza y el cuerpo de Gareth. Disfruto cada vez que el hombre ensarta una y otra vez con saña el machete en su ya destrozado cuerpo.
Le dije que tenía ganas de ver como le machacaba, y yo tampoco pienso fallarle en esa promesa.
Abraham y Sasha descargan su ira y rabia con sus oponentes, sacando su lado malvado y haciéndoles pagar por todas las vidas que se han cobrado y por las que casi se cobran.
Durante unos segundos, los chasquidos de la sangre salpicando se convierte en la banda sonora del interior de la iglesia, y el olor a hierro inunda mis fosas nasales.
Con una excesiva tranquilidad y una ladeada sonrisa, apoyo mis codos y espalda en la barandilla de madera frente al altar, como si de la barra de un bar se tratara, deleitándome con el que parece ser mi espectáculo personal y favorito, viendo como Glenn y Maggie observan con horror los actos de sus amigos.
Pero el monstruo que vive en mi interior se alimenta de cada escena y sonido que llega a mi, y no seré yo quién se lo impida.
Nop, no pienso hacerlo, de eso nada.
Que Dios me libre.
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