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Capítulo 17. No muy eclesiástico.


- ... Una hamburguesa. Con queso. – responde Carl a mi pregunta. Una carcajada brota de mi pecho al oírla.

- Los miércoles de pizza en el comedor. – añado yo a la lista con una sonrisa. Esta vez es él quién ríe. – Era el único día que me quedaba a comer en el orfanato.

El grupo camina un tanto cansado por la carretera alejándonos de La Terminal todo lo que podemos y más, con las suelas de nuestras botas raspando contra el asfalto como único sonido de compañía además de unas suaves conversaciones entre algunos.

La risa de Carl llega a mis oídos, lo que hace que vuelva mi atención a nuestra conversación.

- ¿Entonces qué comías el resto de días? – inquiere con curiosidad. Meto mis manos en los bolsillos de la ya estropeada sudadera para después mirarle.

- Lo que encontraba o lo que Mich me traía. – contesto mirando a la mujer. La mencionada se gira hacia nosotros y muestra su blanca sonrisa. Tras unos segundos seguidos de un "Mmm" por parte de Carl, este vuelve a hablar.

- Estudiar. – dice totalmente convencido. Vuelvo a reír de nuevo.

- ¡Venga ya! ¿Quién echa de menos eso? – respondo de manera ofendida mientras que él me da un leve empujón en el hombro.

- ¿A qué estáis jugando? – pregunta un extrañado Glenn tras nosotros.

- A recordar todo aquello que echamos de menos. – digo como si nada, mirándole con una sonrisa.

Rick, encabezando el grupo, se vuelve levemente hacia nuestra dirección para mirarnos sonriente y después negar con la cabeza.

- Te toca. – dice el hijo del expolicía.

- Lo cierto es que no hay nada más. – afirmo con convicción. El chico ríe.

- Es imposible que solo sea la pizza. – contesta. – Tiene que haber algo más que eches de menos. – continúa diciendo mientras ríe. Me uno a sus risas afirmando que es totalmente así, hasta que una traicionera imagen de mi rubia amiga aparece en mi mente como si fuera un balazo.

Incluso causando el mismo dolor.

No sé cómo debo verme desde fuera, pero a juzgar por el cambio de cara de Carl, algo me dice que lo ha notado.

- A Hannah. – musito sin más, clavando mi vista en las destrozadas alas de ángel del chaleco que Daryl, frente a mi, lleva puesto.

Demasiada casualidad que al hablar de Hannah lo primero que vean mis ojos sean unas alas de ángel.

Tras un breve pero incómodo silencio, el chico se decide a hablar.

- A mamá. – responde visiblemente decaído y en un estado similar al mío, pero mirando a su padre y a su hermana.

Veo como el expolicía se tensa ligeramente al oír las palabras de su hijo, dedicándonos una fugaz mirada.

Disimuladamente, noto como Carl acaricia mi mano izquierda con sus dedos, hasta que consigue entrelazar ambas.

Una corriente eléctrica me recorre de pies a cabeza cuando eso se produce, e instintivamente, me aproximo más a él.

El chico me mira y la compasión que sus ojos azules destilan me hace sentir querido. Acto seguido, da un suave apretón en mi mano, reconfortándome profundamente tan sólo con ese simple gesto.

- Se acabó ese juego. – sentencia Daryl con sus ojos en los míos, para después ralentizar su paso y revolver mi pelo, quedándose a continuación más atrás.

Y por ende más cerca de Carol.

La seriedad del momento se esfuma cuando alzo las cejas un par de veces mirando a ambos de manera pícara, destacando la repentina cercanía entre ellos.

Mi hermano tensa la mandíbula, asesinándome con la mirada, y la mujer enarca una ceja mientras clava sus ojos en las manos que Carl y yo mantenemos unidas de manera inconsciente.

Mierda.

Ambos nos miramos y bruscamente separamos nuestras manos intentando disimular, muy fallidamente, que nada ha pasado. Por lo que opto por acariciar la pulsera de cuero trenzado.

Y pronto me doy cuenta de que jugar con la pulsera que Carl me regaló se ha convertido en mi gesto nervioso favorito.

Como si el mundo hiciera caso a mis plegarias por intentar acabar con la incomodidad que nos rodea en este instante, un muy oportuno caminante aparece por el lateral del bosque en nuestra dirección.

- Yo me encargo. – para mi sorpresa, somos Michonne y yo quienes respondemos a la vez, acompañado de un ademán por intentar agarrar el inexistente mango de nuestras respectivas espadas.

Una frustración me invade al recordar que las he perdido para siempre en aquel repulsivo lugar.

Pero no me da tiempo a mucho, pues el caminante se abalanza sobre Mich, a lo que yo le agarro por la parte trasera del cuello de su camisa y tiro de él hacia atrás hasta estamparle en el suelo. Pongo la bota derecha sobre su pecho y presiono, manteniéndolo en el suelo a pesar de sus forcejeos.

- Las damas primero. – digo con elegancia mientras hago una absurda reverencia.

- Eres idiota. – sentencia la mujer antes de hacer estallar el cráneo de ese ser con la culata de su arma, dejándolo inerte en el suelo, acabando con su vida.

Si es que la tenía.



Después de un par de horas más caminando sin cesar, cuando empieza a anochecer, decidimos acampar en mitad del bosque.

- Ven, harás guardia con nosotros. – me dice Daryl, refiriéndose a Carol y a él.

- ¿Seguro? No quiero interrumpir. – respondo con una sonrisa ladeada. La cual desaparece cuando su seria mirada se clava en mis pupilas.

- Otro comentario así y no sólo llevarás vendaje en el brazo derecho. – añade amenazante mientras me señala con un dedo. Asiento repetidas veces ante su advertencia.

Conocía a mi hermano y sabía que el jamás haría daño voluntariamente, pero aún así era imponente.

Los tres nos alejamos unos pocos metros del grupo hasta quedar tras unos árboles cercanos y me siento en el suelo. Apoyo mi espalda en el tronco de uno y estiro mis piernas para después cruzarlas.

Un silencio nos invade, y a pesar de lo terroríficamente vivido hace apenas unas horas, esta situación se me hace ciertamente agradable.

La oscuridad simplemente rota por pequeños rayos de luz causados por la luna, los ruidos típicos que recorren el bosque... Todo ello hace que me sienta bien durante unos segundos.

- Siento no haber podido recuperar tus katanas. - dice la mujer, observando la ballesta de Daryl. – Ni la espada de Michonne.

- Nos sacaste de allí con vida, Carol. – digo interrumpiendo sus disculpas. – Eso es lo que verdaderamente importa. Y nunca podré agradecértelo. – añado. Agarro la mano izquierda de la mujer con mi mano derecha y acaricio el dorso de esta con el pulgar. Ella sonríe agradecida. Tras unos segundos, decido romper el silencio con una pregunta que no paraba de rondar por mi cabeza. – Por cierto, Daryl. – continúo. – Hay algo que nunca te he podido preguntar.

- ¿De qué se trata? – inquiere él de manera curiosa.

- ¿Con quién has estado todo este tiempo? Desde la cárcel. – pregunto, a sabiendas de que nunca hemos hablado del tema. Él suspira y parece tensarse durante unos segundos.

- Con Beth. – dice, soltando todo el aire guardado en sus pulmones, como si le costara hablar del tema.

- Y... ¿Dónde está? – cuestiono, temiéndome lo peor.

- No lo sé. – dice, mirando sus botas, como si en ellas fuera a encontrar todas las respuestas. – Viva, espero. – murmura para sí mismo.

Y en seguida me doy cuenta de su cambio de actitud al hablar de la hija menor de Hershel, haciéndome saber qué en todo este tiempo, la chica ha calado hondo en él.

- La encontraremos. – sentencio, mirándole a los ojos y poniendo una mano sobre su hombro. Él me mira, reconfortado por ese gesto, y decido no ahondar más en la herida.

Tras unos segundos de silencio, Daryl y yo miramos a la mujer a nuestro lado, quién permanece sospechosamente callada.

Hecho que le atribuyo a la incertidumbre del paradero de Lizzie y Mika, niñas a las cuales cuidaba en la prisión.

Y tengo entendido que fuera también.

Y como si mi hermano leyera mi mente, con su barbilla apoyada en la culata de la ballesta, gira levemente la cabeza en dirección a Carol, haciéndole saber en mudas palabras, que puede desahogarse si lo desea.

- No quiero hablar de ello. – sentencia la mujer ante nuestros ojos curiosos. – No puedo. Solo quiero olvidarlo.

- Vale. – responde Daryl cuando Carol nos mira, y yo asiento con la cabeza.

La mujer suspira aliviada.

Pero unos pequeños crujidos en la oscuridad del bosque rompen el silencio establecido, poniéndonos en alerta y haciendo que mi hermano y yo nos levantemos.

- Quieta. – dice cuando ve que Carol también intenta levantarse. Con el corazón en un puño, observo minuciosamente el lugar, intentando buscar que es aquello que amenaza perturbarnos la paz. – No es nada. – añade una vez se cerciora de que todo parece estar correcto.

Pero yo no creo que no haya sido nada.

Alejo esos pensamientos de mi, intentando volver a descansar la rigidez que han adquirido mis hombros por la tensión del momento.

Inhalo y exhalo aire un par de veces, puesto que lo ocurrido hace unas horas sigue poniendo mi piel de gallina.

- ¿Eugene sabe algo de una cura? – pregunta la mujer cambiando de tema, aún un tanto turbada por lo sucedido.

- Eso parece. – afirmo cuando vuelvo a la normalidad. – Puede que mi sangre sirva de algo...

- No irás a Washington. – me interrumpe Daryl. La mujer ríe ante su cabezonería.

- ¿Por qué? – pregunto en un tono un tanto histérico. – Daryl, sé que quieres protegerme, pero estás siendo egoísta. – él me mira con una ceja alzada ante mi acusación. - ¿Crees que yo quiero irme? – pregunto señalando al grupo. – Pero si mi sangre verdaderamente sirve de algo, quiero ser de ayuda.

- Entonces no sin mí. – sentencia él sentado en la piedra donde se encuentra, mirándome duramente desde su posición, haciéndome sentir una mierda, como si quisiera abandonarle. Me levanto y le miro.

- No puedes hacerle eso a Rick. – respondo de la misma manera que él. – Ni a Carol, ni al resto del grupo. – añado. – Ni a Beth. – Entonces es cuando me mira. – Y lo sabes. – Él bufa con hartazgo, pues sabe que tengo razón. – No puedes tirar todo eso por la borda.

- Eres mi hermano. – dice alzando ligeramente la voz.

- ¿Y crees que a mi no me jode esta situación? – pregunto exaltado. – Después de tantos años te encontré, y volví a perderte, para después encontrarte de nuevo. – continúo. – Y ahora he de volver a perderte.

- Pues entonces no vayas. – musita, mirando hacia otro lado, como un niño pequeño que está haciendo una rabieta.

- Sabes que no es tan sencillo. – respondo. – Y también sabes que tengo razón. Pero te necesito aquí. – añado, durante unos momentos mis ojos se dirigen a Carl, quien descansa con el grupo alrededor de la improvisada y pequeña hoguera. Daryl sigue el camino que mis pupilas han recorrido y entonces vuelve a mirarme.

- ¿Aún no se lo has dicho? – pregunta él. Niego con la cabeza a modo de respuesta. – Y qué crees que va a opinar. – dice mirándome fijamente un tanto enfadado, pues sabe que Carl tampoco va a querer que yo tome un rumbo diferente al del resto del grupo.

- Me odiará. – sentencio observando el suelo. – Pero sé que con el tiempo lo entenderá, al igual que tú. – digo volviendo la vista a él. – Por favor.

Mi hermano parece sopesarlo durante unos segundos.

- Y si no vuelves. – sugiere a modo de pregunta.

Río.

- Yo siempre vuelvo, Daryl Dixon. – sentencio con una sonrisa ladeada.

Él suelta un bufido parecido a una risa.

- Eres imbécil. – añade.

- Eso me dice él. – respondo sonriente, poniendo un pie sobre una pequeña piedra, y apoyando mi codo sobre la rodilla.

- Pero un momento ¿Qué os traéis Carl y tú? Es evidente que algo me he perdido en todo este tiempo. – inquiere Carol. Emito una carcajada mientras que vuelvo a mi posición original para después ponerme a jugar con la pulsera.

Una vez más.

- No es nada... - digo quitándole importancia.

- Ya, claro. Has de ponerme al día. – añade la mujer dándome un leve toque en la pierna.

A menudo en la prisión Carol, mi hermano y yo nos reuníamos para charlar, a pesar de que ninguno de los tres seamos muy habladores.

Y no tenéis ni idea de cómo había echado de menos momentos como este.



A la mañana siguiente, Daryl y yo decidimos alejarnos del grupo para poder conseguir algo que llevarnos a la boca.

Pero la sorpresa llega cuando, tras hacernos con unas cuantas ardillas, nos unimos de nuevo apareciendo entre los arbustos.

Todos, quietos como estatuas, nos apuntan con sus armas.

Y Daryl y yo alzamos las manos en señal de rendición a modo de broma.

- Nos rendimos. – dice él. El resto sonríen.

- Baje el arma Sheriff, nos ha pillado. – le digo a Carl cuando veo que no ha bajado su arma aún a pesar de que está riendo. El chico niega con la cabeza mientras que volvemos a reanudar nuestra marcha.

Y en tan sólo unos metros, la paz desaparece junto con el silencio.

- ¡Socorro! ¡Por favor que alguien me ayude! – grita alguien a lo lejos. Nos detenemos en el acto.

- ¡Papá, vamos! – dice Carl mirando a su padre, el hombre nos mira y parece pensar durante unos segundos qué hacer. - ¡Vamos, venga!

Y ante la insistencia de su hijo decide actuar echando a correr, por lo que todos le seguimos.

En tan solo unos momentos, llegamos hasta el hombre que grita, subido sobre una piedra, atacado por unos pocos caminantes.

No pasan ni cinco segundos cuando hemos acabado con ellos.

Pero el hombre sigue aterrorizado sobre la roca.

- No hay más. Vigilad. – dice Rick. – Puede bajar. – añade mirándole. Y cuando baja, lo primero que mis ojos ven es el alzacuellos de su camisa.

- No me jodas, un cura. – digo con sorna y una sonrisa. Daryl me da un golpe con el dorso de su mano derecha en el pecho y Rick me dedica una rápida mirada, reprochándome mi comportamiento.

- ¿Está bien? – pregunta el expolicía.

Y entonces el cura se gira brevemente para vomitar.

Pongo los ojos en blanco de manera incrédula ante la cobardía del hombre.

- Perdón... - se disculpa. – Si. Gracias. – añade. – Me llamo Gabriel...

- ¿Llevaba algún arma encima? – le interrumpe Rick. El cura ríe irónicamente.

- ¿Parezco un hombre que lleve armas? – pregunta.

- ¿Parecemos gente con paciencia? – respondo.

- Áyax. – sisea mi hermano entre dientes.

- Nos importa una mierda lo que parezca usted. – dice Abraham esta vez.

- Gracias. – añado mirando al pelirrojo y abriendo los brazos en señal de agradecimiento.

- No llevo armas de ninguna clase. – vuelve a hablar el tal Gabriel. – La palabra de Dios es lo que necesito.

- Pues no lo parecía. – responde mi hermano.

- Debería hablarle más alto al Señor, creo que no le estaba escuchando. – añado irónicamente.

El cura nos mira para después contestarnos.

- Pedí que me ayudaran. – dice como si fuera evidente. – Y vinieron... ¿Tienen... algo de comer? Lo último que me quedaba acabo de... Vomitarlo.

- Tenemos nueces. – habla Carl para mi sorpresa. Cierto es que su bondad me tenía ganado, pero en este caso apenas teníamos para nosotros como para encima dárselo a alguien que no conocemos.

- Carl... - susurro. El chico me mira.

- Lo necesita. Debemos compartir. – contesta en mi dirección. Una vez más, el chico demuestra con un sencillo gesto el buen corazón que tiene.

- Gracias. – dice el cura cogiendo lo que el hijo de Rick le ofrece. – Es... Un bebé precioso. – añade entre temblores mirando a Judith. A juzgar por las facciones acentuadas de Rick, se que se le está acabando la paciencia. - ¿Tienen campamento?

- No. – sentencia de manera brusca el padre de Carl. - ¿Y usted?

- Tengo una iglesia. – responde tras dudarlo unos momentos.

- Por fin dice algo interesante, padre. – añado mirándole fijamente. La imagen santurrona de este tío no me convencía en absoluto, se veía a leguas que algo escondía.

- Levante las manos, pastor. – dice Rick esta vez. Efectivamente, se le había acabado la paciencia. El expolicía comienza a cachearle para después hablar. Y me sorprendo ante las preguntas que le hace. - ¿A cuántos caminantes ha matado?

- ¿Es en serio, Rick? – pregunto incrédulo.

- No tenemos otra opción. – responde con pesar.

- ... Ninguno, la verdad. – contesta el cura observándonos a ambos.

- Vuélvase. – dice el padre de Carl mientras le gira y sigue cacheándole. – A cuántas personas ha matado.

- ... A... A ninguna. – continúa diciendo Gabriel, sorprendido por las preguntas de Rick.

- ¿Por qué? – inquiere el hombre volviendo a ponerlo de frente y mirándole a los ojos fijamente.

- Porque el Señor aborrece la violencia. – responde como si fuera una obviedad.

"Y yo le aborrezco a usted"  pienso.

- ¿Qué ha hecho usted? – pregunta Rick, escrutándole con la mirada fija en sus pupilas, como si él también intuyera que el cura esconde algo tras su apariencia. El pastor le mira extrañado. – Todos hemos hecho algo. – susurra.

- Soy un pecador. Peco casi todos los días. – dice Gabriel. – Le confieso mis pecados a Dios. – sigue diciendo. – No a extraños.

- ¿Dice que tiene una iglesia? – habla esta vez Michonne. El hombre asiente repetidas veces.

- Pues ha llegado el momento de expiar sus pecados, padre. – sentencio. El cura me mira sin comprender, hasta que parece caer en el significado de mis palabras y de nuevo asiente varias veces para después empezar a caminar, indicándonos el camino hacia su iglesia.

- Eh, antes... ¿Nos ha estado observando? – pregunta Rick después de unos minutos de silencio en los que hemos echado a andar tras el pastor.

- No me acerco a nadie. – responde Gabriel. – Hoy en día los vivos son tan peligrosos como los muertos ¿No creen?

- Por primera vez estoy de acuerdo con él. – murmuro para mi mismo desde mi posición al lado de Carl.

- No. Los vivos son peores. – añade Daryl.

Retiro lo dicho, estoy más de acuerdo con las palabras de mi hermano.

- No les he observado. – continúa diciendo el cura. – Casi no he cruzado el arroyo que hay cerca de mi iglesia desde que empezó esto. Hoy había ido un poco más lejos. – dice. - O quizá mienta. Quizá mienta en todo y no haya ninguna iglesia. Tal vez os lleve hacia una trampa para robaros las ardillas. – dice mientras ríe. Pero sus risas empiezan a desvanecerse al ver como aminoramos el paso y la cara de Rick empieza a cambiar a una aún más seria. – Mis parroquianos decían a menudo que mi sentido del humor... Deja mucho que desear.

- Y así es. – sentencia Daryl ha su lado con el semblante serio.

Humorlandia ya tiene presidente.

Para nuestra suerte, el cura cierra la boca y no tenemos que soportar más sus comentarios sin gracia, puesto que llegamos a la iglesia en mitad de un pequeño claro.

- Espere. – dice Rick. - ¿Nos deja echar un vistazo? No queremos perder nuestras ardillas. – añade extendiendo la mano en su dirección para que le entregue la llave.

- Así es como se amenaza con humor a alguien, pastor. – respondo con una sonrisa ladeada, apoyado en la barandilla de la escalera que da lugar a la entrada.

El hombre le da la llave y un pequeño grupo compuesto por Rick, Daryl, Michonne, Glenn y Carol, se adentra para explorar el interior de la iglesia.

- Me pasé meses sin asomarme a la puerta. – dice Gabriel cuando ve como empiezan a salir después de un rato. – Si hubiera encontrado a alguien... Me habría llevado una sorpresa. – confiesa.

- Gracias por esto. – responde Carl con sinceridad mientras sostiene a Judith entre sus brazos.

- Hay un mini bus detrás. – explica Abraham a Rick. – No funciona pero podremos arreglarlo en un día o dos. Él dice que no lo quiere, así que ya tenemos trasporte. Entiende lo que hay en juego ¿verdad?

- Si. Lo entiendo. – dice el expolicía acariciando la cabeza de su hija.

- ¿Ahora que podemos parar? – pregunta Michonne.

- Si nos paramos a descansar, habrá problemas de nuevo. – añade el pelirrojo.

- Hacen falta provisiones, hagamos lo que hagamos. – replica la mujer.

- Es verdad. – admite Rick. – Agua, comida y municiones.

El grupo empieza a entrar en la iglesia.

- El mini bus no se irá. – dice Daryl. – Traeré unas latas de alubias. – continúa diciendo antes de entrar.

- Haremos sólo lo que haga Rick. No nos separaremos. – secunda Glenn antes de adentrarse en la iglesia también.

- Digo lo mismo. – añade Tara de igual manera, siguiendo los pasos del coreano.

- Querríamos ir con usted, pero... Opino lo mismo. – dice Bob seguido de Sasha.

El hombre mira como va perdiendo apoyos, observando como todos entran en la iglesia. Entonces sus ojos vuelan a mi, puesto que somos los únicos que quedamos fuera.

- ¿Y tú? ¿Qué opinas? – pregunta poniendo un pie en un escalón. – Eres el verdaderamente importante en esta misión.

Río ante sus palabras y subo un par de escalones, quedando a una altura superior a la suya.

- ¿Yo? – vuelvo a reír. – Rick es la supervivencia echa persona. He seguido a ese hombre desde que me encontré con ellos. Y eso no va a cambiar ahora. – añado. – Nosotros necesitamos comer y descansar. Y el nuevo mundo va a necesitar a Rick Grimes. – sentencio. – Así que eso debería servirte como base para empezar.

Una vez dicho eso, subo los escalones que me quedan y entro a la iglesia, dejando a un pensativo Abraham a los pies de esta.



- ¿Cómo ha sobrevivido tanto aquí? – pregunta Rick observando el lugar con su hija en sus brazos. - ¿De dónde sacó las provisiones?

- Suerte. – dice Gabriel. – La campaña de recogida de alimentos, cuando pasó acabábamos de hacerla. Y estaba sólo. – añade mientras veo como Rick pasa a su hija a los brazos de Carl. – La comida duró mucho tiempo. Y luego empecé a saquear. He limpiado todo lo que había, menos un sitio.

- ¿Y por qué ese no? – cuestiona el padre del chico.

- Está invadido. – responde como si eso supusiera un grandioso problema.

- Cuántos hay. – dice Rick a modo de pregunta.

- Una docena... Tal vez más. – contesta el cura. El expolicía nos echa un vistazo.

- Con una docena podemos. – afirma.

- Bob y yo te acompañaremos. – sugiere Sasha. – Tyresse que se quede cuidando de Judith.

- ¿Te parece bien? – pregunta Rick.

- Claro. – dice Tyresse con amabilidad, observando a la pequeña a mi lado en brazos de su hermano. – Si necesitas que la cuide, o cualquier cosa para ella... Aquí estoy.

- Te lo agradezco Tyresse. – añade el hombre. – Todo lo que has hecho.

- Les haré un mapa... - dice Gabriel.

- No hará falta. – interrumpe el padre de Carl. – Vendrá con nosotros.

- No le servirá de ayuda... Ya me ha visto. – se excusa el pastor. – No sé hacer nada contra ellos.

- Vendrá con nosotros. – sentencia Rick en un susurro.

Cada vez mis sospechas sobre que al expolicía no parece agradarle del todo nuestro eclesiástico amigo se hacían más ciertas.

Y no es hasta pasado un rato que se confirman, cuando el hombre se aproxima al banco en el que estamos Carl y yo.

- Escuchad, no me fío de ese tío. – dice.

- Lo sabía... - respondo más para mi mismo que para Rick.

- ¿Por qué? – pregunta su hijo.

- ¿Por qué te fías tú? – contraataca él.

- No todos tienen que ser malos. – responde con seguridad.

- ¿Y quién te ha hecho pensar eso? ¿El Gobernador o los tarados de La Terminal? – digo cuestionando su teoría.

- Abraham, Eugene... Rosita. – dice empezando a enumerar. – Tara, por ejemplo. – añade. Y entonces me mira – Incluso tú.

- Sigo sin contar eso como algo bueno. – respondo sonriendo. Lo que causa que padre e hijo sonrían también.

- Bueno... Áyax tiene parte de razón. – dice Rick. – Yo no me fío de él. Y por eso va a venir conmigo. Podría tener amigos. – continúa explicando. – Así que quiero que estéis alerta.

- ¿Estéis? ¿Yo no voy? – pregunto con la interrogación pintada en mi rostro.

- Esta vez no. – afirma. – Sé que en estos casos nos eres de ayuda, pero necesitas descansar. Ya has vivido bastante por estos días. - Bufo con hastío en contestación a sus palabras. – Estad alerta, y ayudad a Tyresse a proteger a Judith y al grupo ¿Vale? – dice para después ver como ambos asentimos. – Y ahora, quiero que escuchéis lo que voy a decir.

La seriedad en sus palabras empezaba a asustarme.

Carl y yo le miramos con la misma sensación.

- Vale. – responde el primero.

Rick parece dudar de sus propios pensamientos, hasta que se decide a hablar.

- Nunca estás a salvo. Por mucha gente que haya alrededor, por muy vacío que parezca un sitio. Digan lo que digan y pienses lo que pienses... Nunca estás a salvo. Solo hace falta un segundo... Un segundo, y se acabó. – sentencia. – No bajéis nunca la guardia. Nunca. – añade. – Quiero que me lo prometáis.

Sus palabras me dejan estático, y a juzgar por la expresión de su hijo, se ha quedado de la misma manera que yo.

Y es que el hombre no podía estar más en lo cierto.

No me equivocaba en nada de lo que le había dicho a Abraham, ese tipo de pensamiento de supervivencia... Esa forma de actuar... Tenía razón, el nuevo mundo iba a necesitar a Rick Grimes.

De hecho, sin él dudo que haya posibilidad de que pueda existir un nuevo mundo.

- Te lo prometo, papá. – contesta Carl un tanto turbado ante la mirada suplicante de su padre. Entonces el hombre pasa a mirarme a mi.

- He visto como te las gastas, Áyax . – dice el hombre. – Sé que tienes ese mismo pensamiento como lema de vida, lo he visto. – continúa. – Pero necesito que también me lo prometas. Por ti, por Daryl. – añade. – Por nosotros.

De nuevo, sus palabras arremeten contra mi, dejándome un tato mareado incluso por la importancia que hay en su significado.

- Prometido, Rick. – respondo. – De verdad.

- Muy bien. – sentencia con satisfacción el hombre antes de levantarse.

- Papá. – le llama Carl, levantándose también. El hombre se gira en nuestra dirección. – Es cierto, soy fuerte. – dice. – Somos fuertes. – completa su hijo mirándome a mi también. – Y tu también... Pero somos fuertes como para ayudar a otras personas. Y nos las arreglaremos si algo va mal. – sigue explicándose. – Y somos fuertes como para no tener miedo, ni tener que escondernos.

Y si pensaba que el pensamiento de Rick me había atizado... No tiene punto de comparación con cómo acaban de hacerlo todas y cada una de las palabras que ha dicho Carl.

- Pero ese oculta algo. – dice su padre. Veo como el chico asiente.

- Estaremos alerta, papá. – termina diciendo.

- Si, Rick. Tranquilo. – digo asintiendo.

- Vale... - susurra poniendo una mano en el hombro de su hijo, antes de marcharse.

Carl mira como su padre se marcha de la iglesia, parece perdido en sus propios pensamientos.

- ¿Piensas igual que él? – me pregunta, a pesar de que sigue mirando por donde su padre se ha ido.

- No tengo ninguna buena referencia a la que aferrarme, así que sí, pienso igual que él. – respondo mientras me levanto. – Vamos a echar un vistazo a este sitio. – sugiero mirando a mi alrededor. Ambos empezamos a caminar hacia el despacho del lugar, observando la habitación.

- Entonces, según tú, no debería fiarme de las personas nuevas que nos encontremos. – dice mirando entre los papeles de Gabriel.

- Eso es. – respondo caminando por la habitación.

- Tu fuiste una persona nueva. – replica con una sonrisa.

- ¿Y te fías de mi? – pregunto alzando una ceja y sonriendo.

- Más o menos. – dice como si nada, sentándose sobre el escritorio, pasando sus ojos por los dibujos de las paredes.

- Duele. – contesto poniendo una mano en mi pecho, con fingida ofensa. Él ríe ante mi estupidez, y como siempre que él ríe, yo también lo hago. – Haces bien. – digo cogiendo un pesado libro de una de las estanterías y leo el título en letras doradas que decora la portada.

La Biblia.

Y como acto instintivo, ruedo los ojos y bufo.

El ríe al ver mis gestos mientras que empiezo a pasar distraídamente algunas páginas sin tan si quiera prestar atención.

- ¿Qué problema tienes con Gabriel? – pregunta mostrando una sonrisa de oreja a oreja. – Desde que nos lo hemos encontrado no has parado de burlarte de él.

Río.

- No me burlo. – respondo mirándole. – Es sólo que la iglesia y yo no estamos destinados a congeniar. Y Gabriel es pastor.

- ¿Y a qué se debe tu rechazo hacia el mundo eclesiástico, hereje? – inquiere bajándose del escritorio, apoyándose en este, cruzándose de brazos, y de nuevo riendo.

Una carcajada sale de mi garganta irremediablemente al oír como me ha llamado.

- Vamos a ver, te pondré un sencillo ejemplo. – contesto aún entre risas mientras busco en las páginas aquello que quiero mostrarle. – Aquí está. – digo cuando doy con ello. – "Levítico 20:13, Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre". - cito. - ¿Te parece suficiente o leo más? – añado enarcando las cejas.

Él ríe y tapa sus ojos con la mano derecha.

- Creo que con eso me sirve. – responde riendo para después mirarme. - ¿Cómo has encontrado el pasaje y la página tan deprisa?

- Mi orfanato era religioso. – digo cerrando el libro. – Ahora ya sabes porque me saltaba las clases.

- Entiendo... - dice Carl mientras asiente levemente con la cabeza.

- Para mi era una contradicción estudiar la evolución humana y a continuación la historia de Adán y Eva. Hasta que comprendí una cosa. – explico, y entonces le miro. – El hombre convierte en mito lo que no entiende. – sentencio. – Y tiene menos sentido aún cuando descubres que te gustan los...

Mierda.

Me quedo a medias en mi explicación y trago saliva.

- ¿Los...? – pregunta el chico, animándome a acabar, pero vuelvo mi vista a la estantería.

- Bueno... Un. – digo asintiendo para después desviar la vista por la habitación, evitando entrar en contacto con su mirada, porque entonces me pondría aún más nervioso. – Chico. Un chico. – aclaro intentando disimular el tartamudeo que está empezando a aparecer.

Le miro y veo como intenta esconder bajo su sombrero el débil sonrojo que comienza a nacer en sus mejillas.

Al igual que en las mías.

- Entiendo. – vuelve a repetir.

- ¿Tienes calor? Yo si tengo calor. – digo, cada vez más visiblemente nervioso. Necesitaba aire. Mi boca estaba empezando a secarse peligrosamente. El chico asiente y le agarro de su muñeca derecha para tirar de él hacia fuera.

Una vez fuera, empiezo a respirar con normalidad, y por el rabillo del ojo, veo como él también.

- Parece que Abraham intenta arreglar el mini bus. – dice cambiando de tema, observando como a lo lejos, el pelirrojo está tirado en el suelo bajo el vehículo.

- Quiere ir a Washington cuanto antes. – respondo mirando al hombre.

- ¿Y tú? ¿Quieres ir? – pregunta. Su voz ha cambiado, dejando entrever el miedo que hay en él. Le miro.

- No. No quiero. – respondo. – Pero he de hacerlo. – Veo como él bufa un tanto molesto. – Vamos Carl, sabes qué si alguien puede ser de ayuda allí ese soy yo. Tú me lo dijiste una vez, en la prisión. – y al decir eso, me mira extrañado. – Me dijiste que esto a lo mejor era la salvación. – digo señalando el vendaje, él desvía la mirada. – Es hora de comprobar si estás en lo cierto.

Sus ojos se clavan en los míos.

Y yo me estremezco.

- Pues entonces iré yo también. No irás solo. – afirma con convicción.

- De eso nada Carl, no le harás eso a tu padre. Ni a tu hermana. No lo permitiré. – sentencio yo.

- Les convenceré para que vayamos todos. – dice tras unos segundos de silencio. Y río por su terquedad.

- Esa idea me gusta más. – respondo con una sonrisa.

- Lo sé. – contesta él de la misma manera.

Entonces veo como se aproxima lentamente a mi.

Junta su frente con la mía.

Pone su mano derecha en mi cintura.

Y mi corazón hace esa cosa rara del doble latido y yo imploro no estar desarrollando ningún tipo de trastorno vascular.

- Aunque es muy tentador que dos personas del mismo sexo se besen frente a una iglesia, no voy a hacerlo. – susurro con los ojos cerrados cuando nuestros labios están a escasos centímetros de rozarse. Él ríe soltando todo el aire que el nerviosismo le obligaba a contener en sus pulmones. – Vamos, Sheriff. – digo dando un leve toque a su sombrero con mis dedos.

Él vuelve a reír y yo me uno para después separarnos y empezar a rodear la iglesia, observándola.

Hasta que algo nos detiene, cambiando por completo nuestras emociones de manera muy repentina en estremecedor escalofrío.

Una frase.

"Arderás en el infierno por esto"

Grabada con furia en la madera.

- Eh, mira, ven a ver esto. – me llama Carl desde la otra esquina. Voy hasta él y le veo parado frente a la ventana, entonces me mira. Y señala unas marcas en el marco de la ventana.

- ¿Qué coño...? – digo cuando veo unas profundas marcas de cuchillos rasgar la madera.

Ambos nos miramos fijamente.

- Hola. – oigo la voz de Rick en la lejanía, y nuestros ojos se dirigen a él. – Me han dicho que estabais aquí. Vamos venid, traemos comida. Bastante.

- Bien... - musita Carl.

- Qué ocurre. – dice, entonando la frase más como una pregunta que como un gruñido alarmado.

- Carl y yo hemos descubierto algo. – respondo.

- Estos arañazos... Son profundos. – explica su hijo. – Como de cuchillos. Alguien intentaba entrar.

Rick los observa detenidamente, para después mirarnos.

- Y eso no es todo. – añado empezando a caminar hacia la esquina.

- Hemos encontrado algo. – dice Carl mientras es seguido por su padre. – No sé lo que pasó, pero... Sea lo que sea, nos las apañaremos. – continúa diciendo. Veo como Rick se queda petrificado ante la frase grabada en la pared. – No prueba que Gabriel sea mala persona, pero... Significa algo.

- Tenías razón, Rick. – digo mirándole. – Algo esconde.

Los tres nos miramos mutuamente.

Teníamos que averiguar que nos estaba ocultando.



La noche cae sobre nosotros y en el interior de la iglesia se organiza una suculenta cena que hace tiempo que no probábamos.

Sentado en el suelo, con mi nueva y limpia sudadera negra sin mangas que Michonne ha tenido el detalle de traerme de su expedición, un plato de comida humeante en mi regazo, Carl a mi lado y rodeado de la gente que considero familia, empiezo a destensarme de nuevo y me permito unos momentos de relajación, disfrutando del momento que estoy viviendo.

Me coloco la camisa con mi apellido y el de mi hermano, pasando la capucha sobre el cuello de esta, sintiéndome yo de nuevo, mientras que Carl come y me observa divertido.

- Quiero proponer un brindis. – dice Abraham, causando que todos le prestemos atención. – Al mirar alrededor... Veo supervivientes. Todos y cada uno de vosotros os habéis ganado ese título. ¿Queréis levantaros por la mañana, luchar contra los no muertos, buscar comida, dormir con un ojo abierto y repetir? – continúa. – Podéis seguir así. Tenéis mucha fuerza. Sabéis luchar. Pero el caso es... Que para vosotros, para lo que podríais hacer, eso es como rendirse. – añade. – Si llevamos a Eugene, y en este caso a Áyax también... - veo como todos me miran. – Si los llevamos a Washington... Matarán a esos cadáveres y los vivos volverán a poblar el mundo. Aquí hay bastante comida para hacer un viajecito. – sigue diciendo. – Eugene, qué hay en Washington.

Nuestros ojos se dirigen esta vez al raro hombre que nos acompaña.

- Infraestructuras creadas para aguantar pandemias incluso de esta magnitud. Alimentos, combustible, refugios... Para empezar. – dice este.

- Pase lo que pase... Por mucho que se tarde en resolver esta situación. – habla Abraham de nuevo. – Allí estaréis seguros. Más de lo que habéis estado desde que empezó esto. Acompañadnos. Salvad el mundo para la niña. – dice observando a Judith. – Salvadlo para vosotros. Para la gente que queda por ahí... Que no puede hacer nada más que sobrevivir.

Veo como Rick ríe y mira a la niña. La pequeña emite unos murmullos.

- ¿Qué dices? – pregunta el hombre a modo de broma. – Creo que ella sabe lo que voy a decir... - continúa diciendo con una sonrisa. – Se apunta. Y si ella va... Iremos. – sentencia Rick.

Todos se alegran ante la buena noticia y yo no puedo estar más contento.

- Al final no hará falta que les convenzas para que vengan. – digo mirando a Carl. El chico ríe.

- Me alegro, porque no iba a permitirte que fueras sin nosotros. – dice sonriendo.

Y entonces sonrío.

Porque las palabras de Abraham se anclan en mi cerebro como un pequeño atisbo de esperanza.

Porque eso es, existe esperanza.

Y si existía la posibilidad de un nuevo mundo, gastaría en ello hasta mi último aliento.


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