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Capítulo 14. Este y mil apocalipsis más.


Deslizo mi espalda por la carrocería del lateral izquierdo del coche, hasta sentarme completamente sobre el asfalto de la carretera.

Mis músculos gimen adoloridos por la presión que se ejerce sobre ellos, rogando que la tensión acumulada escape de cada una de sus fibras.

Mi columna vertebral queda totalmente entumecida cuando un pequeño escalofrío me recorre desde la nuca hasta la parte baja de mi espalda.

La gravedad parece haber cambiado para mi, haciendo que todo mi cuerpo pese el doble a cada segundo que pasa.

Ha cambiado para mi y para Rick, quien se encuentra sentado junto a mi hermano en el lateral opuesto del coche.

Con movimientos lentos y torpes, flexiono mis rodillas hasta apoyar mis codos en ellas.

No siento nada.

No pienso nada.

Jugar con una pequeña ramita seca entre mis dedos es lo único que el shock me permite hacer.

Hasta que los trozos de esta se deslizan de mis manos hasta caer al suelo.

Porque estoy temblando.

Abro mis ojos, sin tan siquiera darme cuenta de que hasta ahora los había mantenido cerrados.

Y un mareo me atiza cuando lo hago.

Intento centrar mi mirada en algo de lo que me rodea, pero todo empeora cuando mis ojos se topan con mis katanas en mitad de la carretera, seguidas de un reguero de sangre, que termina en una mezcla de tripas y las dos mitades de un cuerpo humano.

Retiro lo dicho, sí que puedo sentir algo.

Una asfixia casi agónica se instala en mi pecho, haciendo acto de presencia acompañada de la más absoluta culpabilidad ante tal tétrica imagen.

Porque eso lo he hecho yo.

"Eres un monstruo."

Como un eco en mi oído, las palabras que mi mejor amiga Hannah me dedico antes de morir resuenan en mi cabeza, haciéndome desear que esta estalle y no quede nada de ella. Penetrando hasta la más mínima parte de mi. Cala en lo más profundo, en mis huesos, en mis músculos, en cada centímetro de mi piel.

En lo que me compone.

En lo que me hace ser quién soy.

Un monstruo.

- Hannah... - sollozo su nombre con el poco aire que me queda en los pulmones, mientras apoyo mi frente en la palma de mi mano derecha.

- ¿Áyax...? – oigo como pregunta mi hermano en mi dirección. El sonido de la suela de sus botas contra el asfalto me hace saber que se dirige hacia mi, y antes de que pueda parpadear, su imagen aparece en mi campo de visión.

Descanso mi cabeza contra el coche, lo que hace que la herida nuevamente abierta en esa zona, replique adolorida por el aguijoneo que eso le causa.

- No he dicho nada. – respondo con la voz más ronca de lo que me atrevo a admitir.

Daryl asiente y aprieta sus labios hasta convertirlos en una fina línea, emitiendo un suave "Mmm" en señal de afirmación, haciéndome saber que no me cree porque me ha oído perfectamente, pero que respeta el hecho de que yo no quiera hablar de ello.

- Toma. – dice extendiendo una botella de agua hacia mi.

- No tengo sed. – murmullo.

- No es para que bebas. – dice él, sorprendiéndome con sus palabras, haciendo que le mire. – Como le he dicho a Rick hace unos minutos, aunque tú no te veas, ellos te ven. – sentencia. Y es cuando soy consciente del deplorable y terrorífico aspecto que debo tener, hecho que se confirma cuando bajo la mirada hacia mi camiseta negra, viendo como está empapada en sangre que empieza a secarse, mientras que la sudadera abierta, muestra unas cuantas gotas a causa de haber sido salpicada. Pero mi corazón se acelera al oír su mención hacia Michonne y Carl.

Después de un largo suspiro, retiro la sudadera para después deshacerme de la camiseta y tirarla lejos de mi, usando la sudadera como única prenda sobre mi torso. Intento cambiarme de ropa lo más rápido que puedo para que así, Daryl vea por poco tiempo las cicatrices de mi cuerpo, a lo que él responde apartando su mirada de mi para darme más privacidad.

Cuando subo hasta la mitad la cremallera, es cuando me siento seguro.

Y Daryl vuelve a mirarme mientras se agacha frente a mi, pero está vez ambos dirigimos nuestros ojos hacia la camisa que tengo perfectamente doblada en el suelo a mi lado izquierdo.

Nuestra camisa.

Y sin dudarlo un segundo, me la coloco sobre la sudadera, pasando la capucha sobre el cuello de esta. Lo que hace que Daryl haga una mueca parecida a una leve sonrisa y vuelva a ofrecerme la botella de agua, pero esta vez, junto con su pañuelo rojo.

- Gracias. – musito antes de coger ambas cosas y empezar a limpiar mi cara delicadamente con la ayuda del pañuelo humedecido.

- Además, estás hecho un asco. – añade con una sonrisa un tanto nerviosa, como si mi presencia le hiciera sentir incómodo.

Tras de mi, oigo como Rick suelta todo el aire que contiene en sus pulmones en algo que identifico como una risa. Acto seguido, el sonido creciente que provocan sus botas de sheriff contra la carretera me indica que viene hacia donde nos encontramos, pero me quedo estático cuando la imponente figura de un destrozado Rick se alza frente a nosotros. Su pelo se encuentra totalmente alborotado, haciendo que varios rizos caigan por su frente. Sus ojos, increíblemente agotados, reflejan como la ira y la locura que albergaban hace unas horas ha escapado de ellos, junto con la viveza del azul de sus ojos que Carl claramente heredó de él. Su piel tiene una tez rojiza por el evidente color de la sangre salpicada que ha limpiado de sus mejillas, pero a pesar de ello, varias gotas en su sien han decidido crear un camino de sangre seca, al igual que en el lateral derecho de su nariz. Aunque lo que más llama la atención, es su espesa barba levemente impregnada en sangre que es más que notorio que él se ha esforzado en quitar.

Todo el lenguaje no verbal de su cuerpo le haría saber hasta a la persona más despistada, lo abatido que se encuentra.

Aun así, su imagen transmite algo mucho más escalofriante.

Rick da verdadero miedo.

Y no hablo sólo de su aspecto.

Pero no es solo eso lo que me ha sorprendido, sino que cuando me ha visto, ha puesto la misma cara que cuando yo le he visto a él.

Incluso retrocede un paso atrás.

Lo que me hace tener en cuenta cual debe de ser mi imagen.

- Deberíamos deshacernos de todo esto. – comenta en un susurro, haciéndonos saber que lo que menos necesitan Carl y Michonne ahora mismo es encontrarse con la macabra escenificación de sus recuerdos.

- Está bien. – dice Daryl levantándose a la vez que coloca bien la ballesta sobre su hombro, un tanto desesperado por querer alejarse de mi.

- Después podríamos echar un vistazo por los alrededores, no nos vendría nada mal algo de comida. – añade el hombre poniendo una mano sobre el hombro de mi hermano.

Y me doy cuenta de algo.

Y es que, durante todo su discurso, Rick no se ha atrevido a mirarnos a los ojos.

- De acuerdo. – asiente Daryl.

- ¿Vienes o te quedas con ellos? – me pregunta el hombre, dándome un rápido vistazo.

Suspiro y vuelvo mi vista al frente.

- La pregunta es si ellos quieren que yo me quede. – respondo después de soltar el poco aire que me quedaba.

Noto la punzante mirada de mi hermano clavada en mi.

- Me quedo más tranquilo si eres tú quién se queda con ellos. – sentencia Rick, mirándome a los ojos, por primera vez. Y tiemblo ante la firmeza de su mirada y sus palabras.

Sobre todo, ante el doble sentido de estas, en primer lugar, porque tras ver el final que le he dado a ese hijo de perra, hace que se sienta más tranquilo como para confiarme la seguridad de parte del grupo, donde su hijo se encuentra. Por otro lado, porque no se atreve a quedarse a solas con su hijo.

Y le entiendo, porque siente que le va a tener miedo después del espectáculo que ambos hemos dado.

Y es que algo ha cambiado entre Rick y yo.

Para siempre.

- Me quedaré. – asiento levemente, a lo que él devuelve el gesto con complicidad.

Veo como ambos empiezan a andar, pero antes de alejarse mucho, el hombre detiene sus pasos haciendo que Daryl le imite puesto que va tras él.

- Por cierto, Áyax. – me dice. – Feliz Cumpleaños.

Y no puedo evitar sonreír, lo que hace que él también lo haga.

- Gracias. – respondo. Entonces Daryl sonríe levemente.

Por el sonido de sus pisadas alejándose interpreto que han decidido cambiar el orden de sus planes, decantándose por ir a por algo de comida primero, por lo que suelto un suave suspiro cuando me encuentro totalmente a solas.

Y analizo el extraño comportamiento que mi hermano está teniendo hacia mi, porque es más que evidente que lo que le hice a ese tío, le ha afectado en sobre manera.

Suspiro intentado aflojar la creciente tensión en mis hombros.

Decido olvidarme del panorama de mi alrededor, rezando porque los cadáveres que me rodean tarden más en alzarse puesto que no me apetecía en absoluto enfrentarme a la versión caminante del grupo de ayer, así que observo el bosque frente a mi.

La luz del amanecer empieza a filtrarse por las altas copas de los árboles, creando así un tranquilizador paisaje más digno de una fotografía que de un apocalipsis, lo que hace que me aleje de todo durante unos minutos.

Un ruido en el interior del coche tras de mi hace que me despierte del letargo en el que estaba absorto, y cuando la puerta intentando abrirse empieza a ejercer una leve presión en mi espalda, me echo hacia el lado izquierdo, quedando así frente a la puerta del conductor. Ignoro mis nervios que empiezan a acrecentarse y vuelvo mi vista al frente.

Y para empeorar mi mal disimulado estado nervioso, es Carl quien sale del coche.

El chico me imita y se sienta en el mismo lugar donde antes me encontraba y en mi misma posición, flexionando sus rodillas hasta apoyar sus codos en ellas.

Un incómodo silencio se instala entre ambos, acompañado de una tensión en el ambiente que podría cortarse sin problema con una de mis katanas.

Carraspeo intentando apaciguar el sofocante picor que se niega a abandonar mi garganta.

- ¿Michonne sigue dormida? – pregunto mirando al frente, sin saber muy bien el por qué me atrevo a iniciar una conversación, y rogando porque no me tiemble la voz.

- Si. – responde él igual que yo – Llevaba de guardia hasta hace poco.

- Mejor así. Necesita descansar. – añado, intentando parecer más tranquilo. Intentando. – Ha sido una noche...

Pero me doy cuenta de que me he metido en un jardín porque no tengo ni la más remota idea de cómo acabar la frase.

- Larga. – termina él por mi. Y se lo agradezco. - ¿Has dormido algo? – pregunta tras unos segundos de silencio. Respondo negando con la cabeza. – Yo tampoco. – dice, sorprendiéndome. – No podía parar de... Pensar. – añade, como si le costara encontrar las palabras adecuadas para describir cómo se siente.

Y eso me hace sentir una mierda.

Llevo ambas manos a mi cara tapándome con ellas, para después frotar mis ojos y pasar la mano derecha por mi pelo, en un gesto de total y absoluta frustración.

- Carl yo... Lo siento, de verdad. – empiezo a decir, sin atreverme a mirarle. – Siento que tuvieras que ver ese lado de mi. No sabes cuánto lamento haberte asustado. – continúo, tartamudeando cada vez que añado una palabra a mi discurso. – Soy un monstruo, créeme que lo sé. – digo, pero esta vez reúno el valor para mirarle. – Entendería que quisieras alejarte de mi. Yo también lo haría si viera a alguien como yo.

- Espera ¿Qué? – dice él, observándome atentamente. - ¿De verdad piensas que me has asustado?

"Espera ¿Qué?"  Repito yo en mi mente.

- Yo... Te vi, Carl. Tus ojos... - empiezo a decir sin saber muy bien que rumbo seguir. – Dios tus ojos eran el terror más absoluto. Tu mirada me...

Pero todo rastro de cordura que quedaba en mi mente se esfuma cuando Carl pone sus manos en mis mejillas y me veo obligado a girar mi cuerpo hacia él, callándome en el acto al sentir como sólo el tacto de sus manos hace que cierre el flujo incesante de palabras que sale de mi.

- Áyax, cállate. – dice él, mirándome con ojos divertidos. – Estaba asustado, sí. Pero no porque me demostraras tu lado más sádico. – continua, descolocándome por completo, desorientándome más a cada palabra que dice, porque no entiendo nada de lo que está pasando. – Tenía miedo... Porque es lo más cerca que he estado de perderte.

Y esas palabras actúan como una bola de demolición destruyendo muros y barreras a su paso.

Como un fuego abrasador que descongela el hielo que envuelve mi corazón, haciendo que este palpite con fuerza, como nunca antes lo había hecho.

Mis ojos empiezan a escocer, y aprieto los párpados, luchando porque ninguna lágrima salga tras ellos.

Porque esta situación se me ha escapado de las manos por completo y me aterra todo aquello que no tengo bajo control.

Y tampoco sé si quiero tenerla controlada.

Porque ahora mismo, no sé nada.

Porque quiero grabar este momento en mi memoria y poder volver a él siempre que quiera.

Para sentirlo.

Para sentir el calor que desprenden sus manos en mis mejillas.

Para sentir su contacto al limpiar con su pulgar derecho la traicionera lágrima que rueda por mi mejilla izquierda.

Para sentir el suave aroma que él desprende e inunda mis pulmones, reconfortándome.

Y para sentir como une su frente con la mía.

- Pasaría este y mil apocalipsis más, si en todos y cada uno de ellos estás tú. – sentencio.

No es hasta pasados unos segundos, cuando me doy cuenta de lo romántico y cursi que ha sonado.

Y por primera vez en mi vida empiezo a sonrojarme.

Veo como él se queda asombrado ante mis palabras y en un gran acto de valentía, escondo mi cara en su hombro. Carl emite una tenue risa ante mi reacción.

Pero es que jamás había dicho unas palabras tan sinceras, y en ningún caso me iba a arrepentir de ellas, porque era imposible que fueran más ciertas.

- No cambies nunca, Áyax. – dice él sonriente. – Me encanta todo de ti.

- ¿Incluidos mis ataques de sangriento psicópata? – pregunto, en un intento por enmascarar mi vergüenza ante sus palabras, usando el sarcasmo como escudo.

- Sobre todo con ellos. – sentencia él, con un tanto de orgullo en su voz, y río por su comportamiento. Entonces vuelve a su posición original, flexionando sus rodillas, y decido imitarle, pero me sorprendo cuando se acerca hacia mi, hasta que nuestros cuerpos tocan y decide entrelazar su mano derecha con mi mano izquierda. – Y prométeme que no te alejarás de mi. Jamás.

La seriedad en sus palabras, teñidas de un ligero pánico al visualizar esa situación en su mente, me hacen saber lo importante que es para él que yo le haga esa promesa.

- Sólo lo haría si supiera que te estoy haciendo daño. – reconozco.

- Eso no pasará. – se apresura a decir. – No vas a asustarme, Áyax.

Entonces reconozco que nada le va a hacer cambiar de idea.

- Prometido. – afirmo con contundencia mientras alzo mi mano derecha, cruzando el dedo índice y corazón entre sí, en señal de promesa.

Él ríe ante ese acto.

- Sabes que ese gesto no sirve para prometer ¿Verdad? – dice riendo de nuevo.

- Y tú sabes que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas mientras finges estar dormido ¿Verdad? – respondo enarcando una ceja mientras le miro con una sonrisa ladeada.

- Touché. – añade, sabiéndose sin salida ante mi acusación.

Y río por su respuesta.

Pero por desgracia, los momentos bonitos no duran para siempre, y menos aún en un apocalipsis.

Unos suaves gruñidos empiezan a llegar a mis oídos, advirtiéndome de que lo que era inevitable está empezando a pasar.

Así que hago el amago de levantarme al ver como los cuerpos inertes comienzan a intentar alzarse en forma de caminante, pero Carl pone su mano sobre mi hombro, impidiéndome que lo haga.

Veo como el chico camina paulatinamente hacia ellos y aprovecho para incorporarme lentamente por si acaso necesita ayuda, pero me sorprendo al ver como Carl hunde su cuchillo en el cráneo de cada uno de ellos sin ningún tipo de problema, como si hubiera hecho eso todos los días de su vida tres veces al día. Me doy cuenta de que se ensaña un poco más con el caminante del gordo repulsivo que le atacó, y se lo permito, porque sé que necesita esa pequeña venganza en forma de desahogo para estar en paz consigo mismo. Porque yo también lo haría.

Mi cuerpo se envara al ver como la mitad con cabeza del desgraciado dividido por mi empieza a moverse lentamente, y yo me pregunto si es que acaso estaban todos programados para despertar en grupo.

Me dispongo a ir hacia él para acabar con su vida, de nuevo.

Pero algo me detiene.

Carl estrella su bota contra el cráneo de ese bastardo, impactando de lleno contra la carretera, haciendo que esta se llene aún de más sangre, junto con parte de su bota.

Un escalofrío me recorre al ver la dureza y frialdad en los ojos de Carl cuando estos dejan de mirar al cadáver para después mirarme a mi.

- No me asustas, Áyax. – dice. – Porque yo soy como tú. – añade apartando la vista. – No dudes un segundo, en que, si algo pone en peligro al grupo, a Michonne, a Daryl, a mi padre... - continúa mientras sus ojos vuelven a mi. - ... A ti. No dudaré lo más mínimo en arrebatarle la vida a quién sea. Tenlo presente. – sentencia con firmeza.

Y me doy cuenta de algo.

Había infravalorado a Carl, poniéndole como alguien asustadizo a pesar de conocerle perfectamente.

Cuando realmente, es él quién me asusta a mi.

El hipnótico azul de sus ojos hace que mi cuerpo tiemble, contradiciéndose con la sensación de seguridad que me hace sentir.

Seguro.

Cuidado.

Protegido.

Querido.

Y sus palabras impulsan mis actos.

En cuestión de segundos acorto a zancadas la distancia que nos separa.

Pongo mi mano en su mejilla.

Y estampo mis labios contra los suyos.

Mi corazón se sacude con fuerza ante lo que acabo de hacer, puesto que ni yo mismo sé el porqué de que lo haya hecho.

Siento como a él le ha tomado por sorpresa, porque sé que pensaba que yo jamás iniciaría algo así, pero cuando pone sus manos en mi mejilla y mi nuca, profundizando el beso, una increíble sensación me invade de pies a cabeza.

Nuestros labios moviéndose al compás parecen ser las más sublimes piezas de un puzle destinado a encajar a la perfección.

Su sonrisa en mitad del beso hace que mi cuerpo se convierta en gelatina, y ruego a la estabilidad de mis piernas que no me falle ahora.

Y por unos segundos rezo. Rezo a todos los dioses que conozco, pidiéndoles que me otorguen el favor de que este momento pase lo más lentamente posible, para así poder disfrutar de cada glorioso segundo.

Porque todo importa una mierda si él está ahí.

Y entonces maldigo al ser humano y su necesidad de oxígeno para poder seguir viviendo, impidiéndome así que este momento pueda ser eterno.

- Vaya... - es lo único que atino a decir cuando mis labios se separan de los suyos, sonriendo. Retiro lo dicho, el apocalipsis zombie está redefiniendo nuestro concepto de romanticismo.

Y mentalmente me doy una palmadita en la espalda ante el hecho de que lo único que se me haya ocurrido decir en voz alta es semejante gilipollez.

Él tiene razón.

Soy imbécil.

- Vaya. – dice asombrado, alternando su mirada entre mis ojos y mis labios, para después dejarme ver una enorme sonrisa.

- ... Vaya. – oigo decir a Michonne a mis espaldas.

- ¡Michonne! – exclamo después de girar hacia la mujer estática al lado del coche.

Y en una fracción de segundo, ambos nos hemos empujado mutuamente poniendo una considerable distancia entre nosotros.

- ¿Qué haces ahí? – dice Carl en algo que intenta ser una pregunta, pero termina asemejándose más a un grito agudo.

Por Dios, que la infección de la mordedura de caminante que tengo en mi antebrazo derecho se extienda y acabe conmigo ahora.

- He visto que no estabas y... - empieza a explicarse Mich, acompañada de una gesticulación más bien nerviosa y un leve tartamudeo. – He mirado por la ventanilla. No había nadie y he salido. – continúa la mujer – Pero no he visto nada del beso ¡Lo juro!

Estampo mi mano derecha contra mi cara mientras que cruzo la izquierda sobre mi estómago, intentando abrazarme a mi mismo, ante la clarísima obviedad de sus palabras.

El peor de los silencios incómodos se instala entre los tres y yo empiezo a pensar en las probabilidades reales que hay de que la tierra me trague de un momento a otro como favor personal por la vergüenza ajena que la situación provoca, mientras pongo la mano izquierda en mi cadera y con la derecha rasco mi nuca, en un gesto ya conocido en mi que he descubierto que refleja la más absoluta incomodidad.

- ¿Segura? – pregunta Carl en modo de advertencia.

- Absolutamente. – afirma mientras entrelaza las manos frente a ella y se pone de puntillas un par de veces, como si fuera una niña pequeña que promete decir la verdad y nada más que la verdad.

Y no me queda otra cosa que reír, o bien por el gesto de la mujer o por puro nerviosismo.

- Michonne... - inquiero yo, sin saber muy bien como he conseguido hablar.

- ¡Es en serio! – exclama la mujer. Acto seguido, hace un gesto de cerrar sus labios con una cremallera invisible.

- Lo que pasa entre caminantes, se queda entre caminantes. – digo mientras alzo una ceja y sonrío. Carl ríe ante mi frase.

- Exacto. – confirma ella. – Voy a ir a echar un vistazo por los alrededores, a ver si los veo. – dice como la peor de las excusas, refiriéndose a mi hermano y al padre de Carl.

- Claro. – respondo alzando las cejas, haciéndole saber que debe buscarse otro repertorio de excusas para abandonar situaciones incómodas.

- No tardaré mucho. – añade mientras empieza a andar.

- Por supuesto. - responde Carl en el mismo tono de voz que yo. La mujer se aleja de nosotros, pero antes de irse detiene sus pasos.

- Por cierto... Hacéis muy buena pareja. – dice a la vez que con sus pulgares hacia arriba hace un gesto de aprobación.

- ¡Michonne! – exclamamos esta vez ambos. La mujer reanuda su marcha entre sonoras carcajadas, devolviéndonos la privacidad que ella misma nos ha arrebatado.

Y sinceramente, si tuviera que escoger a alguien para que nos descubriera, no había nadie mejor que ella. Porque en el caso de ser Daryl el que lo hiciera, Carl llevaría horas corriendo. Y si hubiera sido Rick... No estoy seguro de si mis extremidades seguirían unidas a mi cuerpo en este mismo momento.

Tras unos segundos, un silencio incómodo vuelve a aparecer entre ambos.

- Qué oportuna. – murmura Carl sonriendo.

- Desde luego – corroboro con nerviosismo. - Si hubiera un premio a la persona más oportuna, se lo llevaba ella. – contesto, de nuevo, usando el sarcasmo como escudo ante mi innegable vergüenza por la situación.

Y de nuevo, el silencio.

- Para ser tu cumpleaños, he sido yo quien ha recibido el regalo. – dice Carl mirando hacia el frente. Y no puedo evitar que una carcajada brote de mi pecho al oír esa frase.

- ¿Es que acaso sabe todo el mundo que es mi cumpleaños? – pregunto incrédulo.

- No es que Daryl haya hablado poco del tema, precisamente. – explica. Río ante su acusación. - Quería hacerte una fiesta sorpresa en la prisión. – confiesa.

- ¿En serio? – pregunto asombrado. Él asiente en respuesta, y le doy gracias al cielo por haber puesto a alguien como Daryl en mi vida a pesar de su reciente distanciamiento conmigo.

- Bueno, creo que es mi turno. – dice dando unos pasos hacia mi, rompiendo la distancia que nos separaba. De su bolsillo saca una pulsera negra trenzada de cuero y la deposita en la palma de mi mano. – Feliz Cumpleaños. – susurra un tanto vergonzoso. La observo detalladamente, estático y sorprendido por lo que estoy viendo.

- Es... - digo, titubeando, sin saber muy bien que decir, porque él no imagina lo bonito que acaba de ser ese detalle.

- Una tontería, lo sé. – empieza a decir. – La vi cuando salí con Michonne y a ella le pareció una buena idea así que...

- No. – le interrumpo. – No, Carl. Es perfecta. – sentencio antes de darle un abrazo que él responde sin dudar, visiblemente más tranquilo.

- Mira en la cara interna, cerca del cierre. – dice cuando nos separamos.

Hago lo que me dice y me fijo en esa zona en especial, viendo cómo, al lado del cierre que se compone de dos piezas, una en cada extremo de la pulsera, tiene grabadas dos iniciales en el cuero, una al lado de cada pieza.

Una A y una C.

Nuestras iniciales.

Quedando estás juntas cuando la pulsera está cerrada.

- No... No sé qué decir Carl. Me encanta. – digo mirándole a los ojos, y es totalmente cierto, no tengo ni idea de que decir, porque me ha dejado sin palabras. – No sé si merezco tanto. – Reconozco.

Una mirada amenazadora por parte de Carl es más que aviso suficiente para que cierre la boca. Él ríe mientras que me ayuda a ponerme la pulsera en mi muñeca izquierda.

Una vez puesta, admiro cada uno de sus detalles. Sobre todo, lo que esta significa.

Siendo una clara metáfora de la extraña relación que Carl y yo tenemos.

Fuerte y oscura.

Y porque al igual que las piezas del cierre de la pulsera, si ambos no estamos juntos, ninguno de los dos funciona.

Por lo que una vez más, no puedo evitar darle un abrazo.

- Me alegro de que te haya gustado. – responde.

Y una vez más, sonrío.

El apocalipsis me estaba mal acostumbrando a hacerme sonreír demasiado.


Un par de horas después, con Rick, Daryl y Michonne de vuelta, sin nada entre sus manos que llevarnos a la boca, y habiendo despejado la carretera, decidimos ponernos en marcha hacia la Terminal siguiendo las vías del tren.

Un incómodo silencio nos rodea, puesto que a pesar de que parecemos habernos recuperado un poco de lo sucedido, el shock aún nos tiene un tanto consumidos.

Rick se desvía al lateral de la vía cuando ve un cartel en el suelo. Con su bota aparta las pocas hojas que lo tapan, dejando ver nuestro destino en él.

- Estamos cerca. – dice Daryl. – Llegaremos antes del anochecer.

- Ahora iremos por el bosque. – responde el expolicía. – No sabemos quiénes son.

- De acuerdo. – añade mi hermano.

Un suspiro sale de mi al ver que alguien más está en guardia, puesto que sigo firme en mi pensamiento de que no deberíamos fiarnos de ese sitio.

Me pongo la capucha de mi sudadera y meto las manos en los bolsillos de esta cuando un escalofrío me recorre al ver como Daryl avanza un par de pasos, poniendo un poco distancia entre ambos.

En grupo, nos desviamos del camino que recorremos para empezar a adentrarnos por el lateral del bosque.

De nuevo, en absoluto silencio.

Nos acercamos sigilosamente ante las verjas que rodean el recinto, observando entre ellas el edificio en su interior.

- Nos separaremos y observaremos un rato, a ver lo que vemos. – explica Rick. – Nos prepararemos. No os distancies. – dice, mientras veo como Daryl asiente y echa a andar.

- Voy contigo. – le digo, dando un par de pasos hacia él.

- No. – responde un tanto tajante, deteniéndome por completo. – Es mejor que te quedes aquí.

Una puñalada directa al pecho hubiera dolido menos que esas palabras.

Veo como empieza a caminar, alejándose de nuevo.

Giro sobre mis talones y empieza a andar hacia Rick, destilando furia por mis poros.

- ¿A qué coño ha venido eso? – siseo mientras veo como el expolicía empieza a cavar un agujero en el suelo, dónde esconderá la bolsa con armas. Pero intento tranquilizar mis actos al ver como Carl se aleja de él con el mismo pasotismo que mi hermano ha tenido conmigo, sabiendo lo afectado que estará el hombre ante mi.

- Necesita tiempo, Áyax. – dice este. – Al igual que Carl. – murmura más para sí mismo.

- ¿Tiempo para qué? – pregunto hastiado.

- Para asimilar que ha visto a su hermano pequeño partir a un tío en dos con su espada. – sentencia mirándome, como si la respuesta fuera obvia.

Y en parte lo es.

Bufo ante sus palabras, quitándome la capucha con rabia.

- Si, pero... - titubeo. – No creo que sea para tanto. – añado, sin saber muy bien que decir.

- Piénsalo. – dice. - ¿Cómo eras la última vez que os visteis? Cuando eras pequeño. – añade Rick mientras sigue cavando el pequeño agujero.

Suspiro.

- Un niño... - admito, viendo el sentido que empiezan a tomar sus palabras. – Un niño asustadizo y de pasado oscuro. – termino diciendo, con las manos en mis bolsillos mientras juego con mi pie izquierdo, moviéndolo hacia adelante y hacia atrás, nerviosamente, raspando la suela de mis botas con la tierra del suelo del bosque.

- Ahí lo tienes. – inquiere el hombre metiendo la bolsa deportiva en el agujero, mientras palmea sus manos entre ellas, sacudiendo el polvo de estas, para después apoyarse sobre su brazo derecho en un árbol cercano. – Esa era la última imagen que tuvo siempre de ti. – empieza a explicar. – Y de golpe apareces de nuevo en su vida, y en la de todos, siendo totalmente diferente a como él te recordaba.

- Tampoco he cambiado tanto. – replico.

- Te escondías debajo de la cama cuando había tormenta. – susurra mientras finge mirar hacia otro lado. Río por su comentario.

- Eso ha sido un golpe bajo, señor Grimes. – respondo, apuntándole con mi dedo índice, consiguiendo que él ría también.

- De todas formas. – dice retomando la conversación. – Apareces de nuevo en su vida, demostrando que ese niño que él creía tener como hermano, ya no está. Y en su lugar hay un adolescente duro, fuerte y malhablado. – río ante su última acusación. – Es normal que necesite tiempo para asimilarlo. Incluso yo lo he necesitado. – admite, y enarco una ceja en su dirección. – No dejas de ser un crío. – dice, a lo que yo respondo poniendo los ojos en blanco. – Esa imagen siempre choca.

Suspiro.

- Si. Puede que tengas razón. – admito. Él hombre asiente ante mis palabras. – Pero no quiero perderle. No ahora que vuelvo a tenerle conmigo.

- Yo tampoco quiero perderte. – dice Daryl a mis espaldas. Tanto Rick como yo nos giramos en su dirección.

"Es que hoy es él día de espiemos a Áyax ¿O qué?"  Pienso.

- ¿Estabas escuchando? – le recrimino alzando una ceja.

- Ha sido inevitable. – confiesa sonriendo levemente. A lo que Rick ríe de manera suave mientras se arrodilla a por un arma de la bolsa.

Bufo incrédulo ante la situación.

- Increíble. – digo alzando la vista hacia el cielo. Daryl se acerca hacia mi y rodea mis hombros con su brazo derecho, apretándome hacia él, reconfortándome al saber que, de nuevo, vuelve a estar ahí para mi.

Y me doy cuenta de que hasta ahora, esa presión en mi pecho por no haberle encontrado, ha desaparecido.

Porque no había caído en que él está aquí.

Conmigo.

Vivo.

- Siento haberme comportado así. – admite.

- No importa. Lo entiendo. Ahora si. – digo mientras asiento suavemente con la cabeza, sintiéndome más tranquilo al saberle aquí.

Acto seguido veo como Rick deja su revólver en la mochila para después cerrar la cremallera de esta.

- Por si acaso. – responde ante nuestra atenta mirada, antes de empezar a esconder la bolsa.

Antes de que nos demos cuenta, Carl y Michonne vuelven a unirse con nosotros y nos quedamos en silencio, pensando cual es el siguiente paso que ahora debemos dar.

- He de decir que este lugar no me causa buenas sensaciones. – reconozco mis pensamientos por primera vez en este tiempo, colocándome de nuevo la capucha de la sudadera.

- Pero hemos de intentarlo. – añade Rick, a pesar de que, con sus palabras, en parte, me está dando la razón. El hombre vuelve a aproximarse a la verja para observar, seguido de Daryl y ambos observados por Carl.

- Eh. – dice Michonne, llamando mi atención. – Bonita pulsera. – añade, dándome un suave toque con su codo en mi brazo.

Sonrío disimuladamente.

- Gracias. – admito. – Por ayudarle a conseguirla. Me encanta. – digo mientras la observo.

- De nada, sabía que te gustaría. – dice la mujer con orgullo.

- Y gracias por tu silencio también. – susurro, a lo que la mujer no puede evitar reír, haciendo que ría yo también. Los tres se giran para mirarnos con la extrañeza grabada en sus rostros.

- Es mi turno también. – aclara la mujer mientras parece buscar algo en su bolsillo, bajo mi curiosa mirada, sin saber muy bien a que se refiere. – Toma. – dice sacando lo que buscaba y poniéndolo en la palma de mi mano derecha.

Una chocolatina.

Mi favorita.

Una carcajada sale de mi pecho involuntariamente cuando veo su regalo, haciendo que nuevamente Daryl, Rick y Carl se giren hacia nosotros.

Y por cosas como esta quiero a Michonne.

- Muchísimas gracias, Mich. Eres genial. – digo riendo mientras que la mujer me abraza. Los tres nos miran divertidos. – Venid.

Ellos se acercan hacia nosotros.

Y yo abro la chocolatina.

Y la divido en cinco trozos.

Dándoles una parte a cada uno.

- Gracias por compartir tu regalo con nosotros. – admite Rick con una sonrisa, poniendo una mano en su cintura y observando su trozo, para después darme un leve asentimiento de cabeza en agradecimiento.

- No, gracias a vosotros. – digo mientras que Michonne vuelve a abrazarme. – Por todo.

- Por ti. – dice Daryl, con una sonrisa ladeada, alzando su trozo como si fuera un vaso con el que va a brindar y río por ello.

- Por ti. – repite Carl, sonriendo, mirándome, haciendo que yo tenga que apartar la mirada un tanto avergonzado por la intensidad con la que sus ojos me observan. – Feliz Cumpleaños. – sentencia.

- Feliz Cumpleaños, Áyax. – dicen todos, para después comernos cada uno nuestro trozo de chocolatina.

Y desde luego que lo estaba siendo.


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