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Capítulo 13. Feliz Cumpleaños.


- ¿Cuánto crees que tardaréis? – pregunta Rick a Michonne mientras los cuatro salimos por la puerta del que parece ser nuestro improvisado y temporal hogar.

- Sólo llenaremos las bolsas. – dice la mujer, intentando calmar al padre de Carl con su respuesta. – No tardaremos.

Rick saca un reloj de su bolsillo.

- Son las ocho y cuarto. – comenta.

- Volveremos a mediodía. – sentencia entonces Michonne.

El hombre da un suspiro.

- Vale. – dice para después girarse hacia su hijo. – Obedécela ¿Entendido? – ordena antes de hacer algo que me deja estupefacto.

Le entrega su revólver a Carl.

El chico asiente como si nada, mientras guarda el arma en la parte trasera de sus pantalones.

Y Rick se da cuenta de la pasividad de su hijo ante lo que acaba de hacer. – Eh... Oye ¿Todo va bien?

Los ojos de Carl vuelan hacia mi, para después suspirar y volver la mirada hacia su padre.

- Si, sólo... Tengo hambre. – responde.

Y ninguno de los tres cree esa respuesta.

Sé que en su cabeza sigue rondando nuestra conversación de hace unos minutos.

- ... Vale. – dice Rick poniendo una mano sobre su hombro – Hasta dentro de un par de horas.

Desde el porche, vemos como Michonne y Carl empiezan a caminar alejándose de la casa y es cuando desaparecen de nuestra vista, que Rick gira sobre sus talones y entra en la casa, por lo que no dudo un segundo en seguir sus pasos.

Un silencio sepulcral invade la sala cuando la puerta es cerrada, tan sólo se escucha el chirrido que provoca el sofá que Rick arrastra para trabar la puerta.

Y es que realmente, nunca me había quedado a solas con el expolicía.

Rasco mi nuca en un gesto involuntario de total incomodidad. El hombre lo nota y emite una tenue risa. – Vamos. – dice mientras pone una mano sobre mi hombro. – Comprobemos si queda algo de agua en esta casa. - continua mientras empezamos a andar – Tienes que lavar esa herida de tu cabeza antes de que empiece a coger peor aspecto. Una ducha nos sentará bien, y con algo de suerte a lo mejor hay agua caliente.

Detengo mis pasos en seco y el labio inferior empieza a temblarme, mostrando una pequeña sonrisa.

- ¿Agua caliente? – pregunto ilusionado, como si me hubieran dado la mejor de las noticias.

Rick ríe ante mi pregunta.

- No te ilusiones, he dicho que a lo mejor. – señala riendo.

El hombre entra en lavabo y yo me quedo esperando fuera. Veo como abre el grifo de la ducha y gira la pequeña maneta que este tiene a su izquierda.

Unos segundos después, Rick cierra los ojos y deja escapar un suspiro de satisfacción acompañado de una risa.

Queda agua caliente. – Es tu día de suerte. - dice.

- Y que lo digas. – admito sinceramente.

Y realmente lo pienso.

- Haremos una cosa, me ducharé primero, seré rápido. Así después podrás disfrutar más tiempo del agua caliente sin preocuparte en gastarla. – sugiere el hombre mientras cierra el grifo.

Un escalofrío me recorre.

Nunca pensé en ser tan bien tratado por alguien.

Y la realidad es que él y todo su grupo, no han hecho más que cuidarme.

Parpadeo rápido intentando disipar las lágrimas que mis pensamientos generan.

Rick finge que no se ha dado cuenta, y yo se lo agradezco.

Asiento repetidas veces en modo de respuesta, porque temo romperme al hablar.

El hombre esboza una pequeña sonrisa y acto seguido, se dirige a la habitación con la cama de matrimonio, donde empieza a rebuscar algo de ropa limpia que ponerse. Con una limpia y básica camiseta blanca entre sus manos, se adentra en el baño. Tras cerrar la puerta, no pasan unos segundos antes de que empiece a sonar el ruido que el agua provoca al caer.

Así que decido imitar al padre de Carl y entro en la habitación donde su hijo y yo estábamos antes. Donde siguen mis katanas.

Rebusco en el armario del supuesto adolescente que dormía aquí, hasta encontrar una camiseta negra de manga corta y una sudadera gris sin mangas.

Y en mi mente le agradezco a ese chico por tener ropa de colores oscuros.

Oigo como la puerta del baño se abre para dejarme ver a Rick saliendo de él, ya vestido con la ropa limpia y con una toalla en su hombro con la que seca su pelo aún húmedo. – Tu turno. – dice. Sonrío en su dirección.

Entro en el baño, dejo la ropa nueva sobre el lavabo y cierro la puerta.

Coloco ambas manos en el mármol del lavabo y me miro en el espejo.

Por unos segundos, mi rostro me asusta.

Un reguero de sangre seca me baja desde la sien hasta el cuello, terminando en una gran mancha en la ya irreparable camisa de Carl. Por suerte, todo rastro de gripe y fiebre me ha abandonado, y lo único que destaca de mi son unas leves ojeras remarcando las cuencas de mis ojos.

Suspiro.

Empiezo a desabotonar la camisa hasta tirarla al suelo. O lo que queda de ella.

Deshago el vendaje de mi brazo derecho y lo dejo sobre la ropa limpia. Observo detalladamente las mordeduras de mi antebrazo, como si fuera la primera vez que las veo.

Miro mis ojos en el espejo.

Me vuelvo ligeramente.

Y el espejo me devuelve la imagen de las cicatrices que adornan mi espalda.

Sacudo mi cabeza como si así alejara todos los tormentos de mi cabeza.

Me deshago de las botas, teniendo cuidado con la daga que hay en esta, y del resto de la ropa que queda en mi para después adentrarme en la ducha.

Abro el grifo.

Un gemido placentero escapa de lo mas profundo de mi pecho cuando el agua caliente empieza a caer sobre mi.

Disfruto de la sensación que el calor del agua provoca en mi cuerpo allá por donde pasa, relajando mis músculos entumecidos. La tensión de estos se esfuma junto al vapor que empieza a generarse.

Recargo ambas manos en la pared de la ducha y dejo que el agua caiga sobre mi cabeza.

Paso una mano por mi pelo y la vuelvo a poner contra la pared.

Veo como el agua que cae de mi pelo empieza a teñirse de un tono rojizo, por lo que asumo que es por la herida de mi sien.

Durante unos minutos, todo a mi alrededor se detiene.

Una paz tranquilizadora me posee.

Observo como el agua rojiza que llega a mis pies escapa por el desagüe.

Y durante esos segundos en los que el agua me recorre, por fin, en todo este tiempo que llevo vivo, desde que el fin del mundo empezó... Me relajo de verdad.

La imaginaria mochila llamada pasado, que llevo a mis espaldas, se desvanece.

El dulce olor del jabón que uso invade mis pulmones, y por extraño que parezca, todo se me hace perfecto en estos instantes. No importa lo que he vivido, lo que he pasado.

Nada más importa.

Cierro el grifo cuando me he deshecho de los restos de jabón, intentando no ser un acaparador del agua caliente, por si Michonne o Carl quieren disfrutar de ella después.

Una vez seco, con mis pantalones y las botas puestas, salgo del baño con una toalla en mi hombro y la ropa entre mis manos.

- Dime que no he estado tres horas ahí dentro. – le digo a Rick en el marco de la puerta de su habitación. Éste alza la vista del libro que está leyendo y sonríe.

- Tranquilo, en el mundo exterior no ha pasado nuevo. – responde con media sonrisa. Me coloco la camiseta.

- Así que los muertos no han dejado de resucitar ¿Eh? – comento mientras me pongo la sudadera sin mangas y subo la cremallera de esta para después terminar de secar mi pelo.

- No que yo sepa. – dice devolviendo la vista a su libro con la sonrisa aún en sus labios.

- Qué decepción. – respondo. Empiezo a envolver mi antebrazo derecho en su habitual vendaje ahora bajo la atenta mirada de Rick.

- Desde luego. – añade, de nuevo, sonriente. Entonces me da un vistazo rápido. – Oye ¿Por qué no pruebas a dormir un poco? Haré guardia hasta que vuelvan. – sugiere.

Sopeso lo que me parece una gran idea durante unos segundos. Asiento levemente.

Pero cuando miro la habitación del supuesto adolescente, una ansiedad se instala en mi pecho, oprimiéndolo.

Un repentino sentimiento de soledad me corta la respiración.

No quiero estar sólo.

No quiero dormir sólo.

No puedo.

No otra vez.

- Yo... - digo balbuceando, entreabriendo ligeramente la boca en una desesperada búsqueda de aire.

Rick se incorpora lentamente.

Y para mi desgracia, se da cuenta del porqué estoy así.

Aparto la mirada, avergonzado.

Él cierra su libro y lo deja en la mesita de noche junto a la cama.

- ¿Sabes? Esta cama es amplia... Si quieres podrías echarte aquí. – dice palmeando el lado vacío de la cama.

Y la presión de mi pecho desaparece.

- Lo siento... - digo mientras pinzo el puente de mi nariz y suelto un largo suspiro.

- Eh, Áyax. – dice llamándome. Abro los ojos y le miro. – No importa.

Asiento repetidas veces.

Camino lentamente hasta ese lado y me siento en la cama, para después tumbarme en ella.

Esta me recibe cálidamente, su blanda textura me envuelve prácticamente como si estuviera en una nube.

Y es ahí cuando soy consciente, de que jamás en mi vida, había probado una cama decente.

- Creo que no echaré de menos la espuma húmeda y los muelles oxidados. – digo después de soltar el aire que contenía en mis pulmones.

El hombre ríe y se acomoda en la cama también.

Ambos nos encontramos mirando el techo y con las manos en nuestro abdomen.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? – dice Rick tras unos minutos de silencio.

Frunzo el ceño.

- Pues claro. – respondo un tanto divertido.

El hombre sigue mirando el techo, como si visualizara algo frente a él. Segundos después habla.

- ¿Te gusta mi hijo? – pregunta.

Mierda.

Giro mi cabeza en su dirección tan rápidamente, que por unos segundos temo por el bienestar de mi cuello.

El hombre me mira y alza una ceja.

Vuelvo mi vista al techo.

Y unos segundos después, soy yo el que habla.

- ¿Puedo no responder? – digo.

Una carcajada escapa de lo más profundo del pecho del expolicía.

- Por supuesto. – dice – Tan sólo era curiosidad. – añade – Es que... Desde que todo empezó, el fin del mundo, me refiero. – empieza a decir. Vuelvo a mirarle. Él sigue mirando al techo. Parece que le cueste encontrar las palabras que quiere usar. Y lo entiendo, porque sé que Rick no es un hombre muy dado a mostrar sus debilidades. – Carl no sonreía. No en todo este tiempo. Ha visto morir a muchos, al igual que todos, pero... Luego está lo de su madre y... - continúa diciendo, y esta vez si que parece no saber que decir al hablar de su mujer. – Pero luego... Apareciste tú. – dice, sus ojos se clavan en los míos. – Y todo pareció cambiar para él. – su mirada vuelve a pegarse al techo. Trago saliva, pues su confesión está empezando a hacer que me estremezca. Porque jamás había oído palabras tan sinceras. – Empezó a reír, de nuevo. Pensé que sería por el hecho de tener a alguien de su misma edad... Pero también estaba ese chico, Patrick. Así que no podía ser sólo por eso. Y con el tiempo descubrí algo. Comprendí algo, más bien. – dice para después mirarme. – Nunca le había visto mirar a nadie de la forma en la que te mira a ti.

El tiempo se detiene de la manera en la que Rick sentencia esa frase.

Mi corazón se acelera.

- Rick, yo... - intento decir.

- Le haces feliz, Áyax. – me interrumpe. – Y no sabes cuánto te lo agradezco.

Sonrío de manera nerviosa.

- Gracias a ti Rick, por compartir esto conmigo. – respondo, intentando recomponer la compostura ante sus palabras, las cuales me han dejado temblando.

El hombre sonríe complacido, porque a pesar de no haber obtenido una respuesta verbal por mi parte, sabe que sus sospechas se han vuelto ideas ciertas.

- Encontraremos a Daryl. Sano y a salvo. – dice después de unos minutos. Su afirmación me atrapa por sorpresa y como una respuesta instintiva, le miro. – Lo haremos.

Asiento.

- Daryl sólo mata a Daryl. – digo con una sonrisa, consciente de la fortaleza de mi hermano. Es un hueso duro de roer. Nunca se rendiría fácilmente.

Él hombre ríe.

- Eso decía él de tú hermano. – añade mirándome con una sonrisa.

Bufo.

- Merle, ese drogata capullo. – digo negando con la cabeza mientras pongo la mano izquierda tras mi nuca. Rick me da un leve golpe en el brazo, en forma de reprimenda por mi mal hablado vocabulario.

- ¿Recuerdas algo de él? – pregunta.

- No mucho. – respondo mirándole. – A veces creo que no podía recordar nada, porque mi mente intentaba protegerme de malos momentos. - Recuerdo que la mayoría del tiempo se lo pasaba de bar en bar, con alguna chica o colocado. O las tres cosas. – digo clavando mis ojos en el techo. – A veces solía venir un camello a casa. Un yonkie y macarra de tres al cuarto, que constantemente decía "puta". Le traía bolsitas con pequeños cristales azules. – entonces vuelvo a mirarle. Los ojos de Rick me observan, con la interrogación grabada en ellos. – Metanfetamina. – afirmo, para después cruzar mis piernas y acomodar mi brazo tras mi cabeza. – Por culpa de esa mierda mi padre y él podían pasarse horas discutiendo, a gritos. Incluso moliéndose a puñetazos el uno al otro. – le miro. – Es de las pocas cosas que recuerdo de él.

- Al parecer, al final no fue tan idiota. – dice. – Gracias a él, Michonne está viva.

- Una sola proeza no redime a un hombre de toda una mala vida. – sentencio.

Rick sonríe.

- Nunca es tarde para cambiar.

- La gente no cambia, Rick. Evoluciona. – digo mirándole. – Se adaptan a la nueva vida que les rodea. Es la única forma de sobrevivir.

El hombre me observa, un tanto estupefacto ante mis palabras.

- Deberíamos dormir un poco. – dice. Asiento con una leve sonrisa.

Y no soy consciente del cansancio y tensión acumulados, hasta que tan sólo cerrar los ojos por unos segundos, hace que me quede profundamente dormido.


Pero en un mundo acabado, la paz dura poco.


Me sobresalto cuando Rick se incorpora de golpe en la cama. Se pone de pie y corre hacia la puerta, observando, respaldado en la pared.

Unas fuertes risas procedentes del piso inferior me confirman el porqué de su comportamiento.

Me envaro al momento y miro la funda vacía de su revólver. Él me mira y aprieta los dientes con rabia.

Carl tiene su arma.

Él está desarmado.

Recuerdo que mis katanas están en la otra habitación.

Y yo también lo estoy.

Uno de los hombres empieza a subir por las escaleras y se dispone a registrar cada una de las habitaciones.

Rick recoge el libro de la cama y me indica que nos metamos bajo esta.

Y eso hacemos.

Entonces el hombre me mira, sale una milésima de segundo de su escondite para alcanzar la botella de agua y no dejar ningún indicio de que hay más gente aquí aparte de ellos.

El hombre que está en la misma planta que nosotros entra en nuestra habitación, empezando a caminar por alrededor de la cama.

El corazón me va a mil por hora, y por la agitada respiración de Rick, sé que a él también.

Cualquier movimiento en falso pondría en peligro nuestras vidas y las de Carl y Michonne.

Un silencio estremecedor invade la habitación, y lo único que se escucha, es el constante "tic tac" del reloj de Rick. Ambos giramos nuestras cabezas lentamente hasta mirarnos. El padre de Carl coge el reloj e intenta taparlo para que este no emita sonido alguno.

Para nuestra desgracia, el hombre se tumba de forma brusca en la cama, haciendo que tengamos que alejarnos un poco el uno del otro por el bulto que este provoca sobre nosotros.

Después de un interminable rato, el hombre empieza a roncar, y miro a Rick de forma incrédula porque esta situación haya de pasarnos. A los pocos minutos, otro hombre sube.

- Eh... - dice mientras camina – ¿Estás cómodo?

- ¿Me despiertas para preguntarme si estoy cómodo? – contesta el otro, cada cual con una voz más repulsiva.

- Quiero tumbarme yo. – exige el primero.

- Hay otros dos dormitorios. – responde el otro.

- Con camas pequeñas... Quiero esta. – vuelve a exigir.

Aprieto la mandíbula y miro a Rick.

Las ganas de salir y callarles empiezan a aumentar en mi.

- Me la he pedido yo... - dice uno de ellos.

- Yo no te he oído. – exclama el otro. – Así que... Tendrás que pedirte otra.

Tras un breve silencio, ambos hombres empiezan a forcejear.

Lo que nos faltaba, que estos dos imbéciles se pusieran a pelear.

Rick me mira, y entonces, uno de los dos hombres tira al otro.

El hombre nos ve y ambos contenemos la respiración, justo cuando va a decir algo, su compañero empieza a asfixiarle.

Y entonces vemos como sus ojos se clavan en los nuestros, antes de cerrarse.

Una vez lo ha dejado inconsciente, el otro deja de apretarle el cuello, para después incorporarse y volver a tumbarse en la cama sobre nosotros.

Maldigo para mis adentros, porque si ese tío está muerto, se transformará.

Pero Rick le mira, y compruebo que sigue respirando.

Pasa más tiempo del que me gustaría cuando ese bastardo sobre la cama se queda dormido de nuevo, y sin perder un segundo, Rick y yo nos deslizamos por el suelo sigilosamente para salir de ahí.

Salimos hacia el pasillo y vemos como otro hombre comienza a subir por las escaleras.

Le hago señas a Rick para que me siga y nos metemos en la habitación donde están mis katanas. Una vez ahí las agarro y nos respaldamos en la pared que separa la cama del resto de la habitación.

El hombre entra en la habitación.

Agarra la pelota que antes ha usado Carl y la rebota un par de veces contra la ventana.

La pelota pasa por la puerta, entre Rick y yo.

Y a cada rebote, la tensión aumenta en mis hombros, pues son muchas las ganas de salir y hundir una de mis katanas en su pecho.

Pero para suerte del hombre, antes de que eso suceda, se va de la habitación.

Rick empieza a comprobar las ventanas mientras que yo observo por el pasillo, el padre de Carl agarra un trofeo de una estantería para usarlo como arma si fuera necesario.

- ¡Aquí vive una mujer! – exclama un hombre en la planta inferior.

- ¿Qué dices? ¿Está buena? – dice otro.

Tenso mi mandíbula hasta casi partir mis dientes al oír como hablan de Michonne, confirmándome aún más el tipo de escoria que son.

Ambos hombres que estaban en la misma planta que nosotros bajan corriendo ante la noticia que acaban de escuchar.

Momento que Rick y yo aprovechamos para intentar buscar una salida, por lo que acabamos metidos en el baño.

Fallo nuestro.

Uno de esos hombres está con nosotros en el baño.

Rick no duda en atizarle con el trofeo para después empezar a forcejear.

Le propino un rodillazo en el estómago haciendo que saque todo el aire de sus pulmones, cosa que el expolicía aprovecha para asfixiarle con la correa de su propia arma.

El forcejeo se vuelve cada vez más intenso y la tensión por ser descubiertos ciega tanto a Rick como a mi, por lo que un acto instintivo, saco el cuchillo de mi cinturón y apuñalo al hombre un par de veces.

Rick abre ligeramente los ojos ante mi acción, pero acto seguido, aprieta la correa contra el cuello del hombre para terminar de asfixiarle y asiente levemente en mi dirección agradeciéndome la ayuda que le he proporcionado.

El padre de Carl se quita encima el cuerpo sangrante del hombre y entonces coge su arma.

Abro suavemente la ventana del baño y asiento hacia Rick, este le quita la chaqueta al hombre y ambos salimos por la ventana.

Una vez en el suelo, Rick con la chaqueta ya puesta y yo, agazapados, rodeamos parte de la casa hasta llegar al porche, donde por desgracia está uno de esos hombres.

Pero por azares del destino, o más bien porque esos famosos gruñidos se hacen oír dentro de la casa, el hombre es llamado y corre hacia el interior, justo en el momento en el que vemos aparecer a Michonne y Carl.

- ¡Corred, corred! – les decimos ambos, mientras que ellos dos, sin hacer preguntas, empiezan a correr.

Y es cuando empezamos a seguir las vías de tren, cuando puedo respirar tranquilo.

Nos salimos de esta, cuando observamos un cartel en un vagón de tren estacionado en el lateral de la vía.

Cartel que no me causa una buena sensación.

- ¿Tu que dices? – pregunta Michonne a Rick.

El hombre nos mira.

- Adelante. – dice mientras desvenda su mano. – Sigamos. – continúa mientras empieza a andar, seguido de Mich y Carl.

"Santuario para todos. Comunidad para todos. Los que llegan sobreviven."

- Esto no me gusta. No me gusta una mierda. – murmuro para mi mismo dándole un último vistazo al cartel, antes de empezar a andar tras ellos.


Han pasado unas horas.

Nos encontramos sentados en mitad del bosque, alrededor de una improvisada hoguera.

- Cuánta hambre tenéis... En una escala del uno al diez. – pregunta Rick, con un palo entre sus manos, donde sostiene una lata sobre el fuego.

Carl sonríe.

- Quince. – responde con una leve sonrisa.

- Veintiocho. – contesta Michonne sonriendo también.

Los tres me miran esperando una respuesta.

Sonrío.

- Suma ambas cifras y obtendrás mi resultado. – digo. Los cuatro reímos ante mi estupidez.

Pero una estupidez bastante cierta, y es que aunque a pesar de llevar casi toda mi vida pasando hambre, era una sensación demasiado molesta.

- Ya, bueno... - dice Rick – Voy a ver como van las trampas. – continúa diciendo antes de ponerse en pie.

- ¿Te acompaño? – pregunta Carl.

El hombre ríe.

- Cómo vas a aprender si no. – responde antes de apagar el fuego. – Iremos todos.

Nos ponemos en pie y empezamos a alejarnos del improvisado campamento. – Nos quedaremos un día o dos más, para descansar.

- ¿Y acabar de curarte? – le sugiere Michonne.

- Ya casi estoy bien. – afirma el padre de Carl.

- Estamos cerca ¿Verdad? – pregunta el chico.

- ¿De la terminal? – responde su padre.

- Si. – confirma Carl.

- Eso creo... - opina Rick.

- Cuando lleguemos... ¿Se lo contaremos? – pregunta de nuevo el chico.

Todos ralentizamos el paso ante su pregunta.

- ¿Contar qué? – inquiere Michonne.

Tras unos segundos, Carl habla de nuevo.

- Todo lo que nos ha pasado. Y lo que hemos hecho. ¿Les diremos la verdad?

- Yo no lo haría. No sabemos nada de esa gente. – respondo. – Cuánto menos sepan, mejor.

- Les contaremos quiénes somos. – nos dice Rick a ambos.

Meto las manos en los bolsillos de la sudadera y niego con la cabeza.

- Pero... ¿Cómo se dice eso, a ver? ¿Quiénes somos? – pregunta de nuevo Carl. Y entendía el por qué de sus preguntas, porque llegados a este punto, estoy seguro de que ninguno de nosotros sabe muy bien quién es. No después de todo lo que hemos tenido que hacer.

Los gruñidos de un caminante detienen nuestro paso, pero antes de que hagamos nada, Michonne se adelanta a nosotros mientras desenvaina su espada.

Y antes de que el muerto de un paso más, la hoja impacta en su cráneo, acabando con su vida.

Bueno, "vida".

- Estupendo. – dice Rick antes de agacharse a coger el animal que ha caído en su trampa. Acto seguido nos explica brevemente como debemos de hacerlo.

Pero un grito de socorro nos saca de la atención que prestábamos a la clase de Rick.

- ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!

Nos envaramos al momento y Carl empieza a caminar deprisa hacia donde hemos oído el grito.

- Carl. – advierte su padre. - ¡Carl para! ¡CARL!

El chico hace caso omiso a las advertencias de su padre y todos corremos tras él.

Los gritos de ayuda se hacen cada vez más cercanos a nosotros. Y nuestros pies se detienen al llegar a un claro en mitad del bosque.

Un hombre armado con un palo, rodeado de caminantes, está firmando su sentencia de muerte.

Carl apunta con su arma.

Y yo le abrazo desde atrás arrastrándole hasta el árbol de nuestra izquierda, donde los cuatro nos escondemos.

El chico me mira con la incredulidad grabada en sus ojos.

- No podemos ayudarle. – dice Rick, intentando que su hijo entre en razón.

Pero Carl no puede dejar de mirarnos asombrados. Sobretodo a mi.

- Tu padre tiene razón, Carl. – le digo – No podemos hacer nada por él.

Carl se suelta de mi y acto seguido, el hombre profiere un grito de dolor, puesto que uno de los caminantes le está arrancando parte de su cara. Segundos después, el resto de la horda se abalanza sobre él. Pero uno de ellos se gira hacia nosotros.

- ¡Tenemos que irnos! – susurra Michonne.

Y los cuatro empezamos a correr por donde hemos venido, con los caminantes pisándonos los talones.


- Puede que haya alguna casa por aquí. – sugiere la mujer pasado un rato, cuando por suerte hemos dado esquinazo a esos caminantes. – Quizá hasta una tienda. Tiene que haber comida por algún sitio.

- Eh, mirad. – dice Carl. Alzo la vista, y veo un coche abandonado en mitad de la carretera.

Por lo menos tendríamos un sitio más seguro donde pasar la noche.


Carl está dormido en el interior del coche. La noche ya ha caído. Mientras que Rick, Michonne y yo estamos fuera, alrededor de una pequeña hoguera.

- Era un conejo muy pequeño. – dice Rick con sus ojos fijados en el fuego.

- Algo es algo. – responde Michonne. – Que hay que admitir una cosa, entraba bien.

Rick y yo reímos por el comentario de la mujer.

- Habéis notado... ¿Qué es de lo único de lo que hablamos? La comida. – comenta el hombre. – Había olvidado lo que era esto.

Suspiro y cojo un pequeño palo del suelo, el cual empiezo a romper distraídamente.

- Y yo... - añade la mujer. – Espero volver a olvidarlo.

- Estamos cerca. Sólo hay que aguantar otro día. – dice Rick con cierto optimismo mientras apaga el fuego. – Si allí aún acogen gente, deben ser fuertes. Y estar organizados.

- Ojalá sea un sitio decente... - responde Michonne. Pero justo cuando tengo intención de comentar la mala espina que me causa ese sitio, algo sacude unos arbustos cercanos, haciendo que los tres miremos en esa dirección.

Rick se pone en pie, pero al cabo de unos segundos vuelve a su sitio, al ver que no hay peligro cerca.

- Nosotros acogíamos a otros. – dice el hombre.

- Ya, y mira lo que terminó pasando. – digo con la vista clavada en el suelo.

- Te acogimos a ti. – añade.

- ¿Y eso lo cuentas como algo bueno? – respondo alzando una ceja y una leve sonrisa. Michonne y Rick ríen.

- Y el Gobernador también acogía gente. – dice Mich.

- Si... Siempre es igual ¿Verdad? No se sabe hasta que llegas. – confiesa el hombre. A lo que la mujer y yo asentimos. – Puede que ese lugar haya dejado de existir...

Su discurso queda interrumpido cuando alguien tras de mi coloca una pistola en la sien de Rick.

- Vaya, vaya... La jodiste capullo. – habla un hombre.

Esa voz...

Era uno de los hombres que estaba en la casa.

Me tenso al sentir una pistola contra mi nuca.

Michonne intenta coger su espada, pero otro hombre la aleja de una patada.

Un par de hombres más nos apuntas con sus armas. - ¿Me oyes? Metiste la pata. ¡Ha llegado el día del juicio, señor! ¡De la expiación! Así se equilibrará todo el maldito universo. – continúa diciendo ese capullo. A lo lejos veo como un gordo hijo de perra golpea la ventana del coche donde Carl se encuentra. – Hay que joderse. Y yo que pensaba presentarme la noche de Nochevieja. A ver ¿Quién va a contar los últimos segundos conmigo? Diez... Nueve... Ocho...

- ¡Joe! – exclama alguien a lo lejos.

Mis ojos se humedecen.

Mi corazón se acelera.

Y empiezo a respirar con dificultad.

- ¡Daryl! – grito en su dirección. Mi hermano se queda estático al verme, sus ojos no parecen creerse lo que ven.

Me intento poner en pie, pero el cabrón que tengo tras de mi retuerce los brazos contra mi espalda y me agarra del pelo. Un gruñido de dolor sale de mi.

- ¿Le conoces? – pregunta ese tal Joe.

- Espera... - insiste mi hermano. Sus ojos vuelven a ponerse sobre mi, y veo como lucha por contener las lágrimas.

- Me has parado en el ocho, Daryl.

- Un momento... - vuelve a decir mi hermano.

- Son los que mataron a Lou, no tenemos nada de qué hablar. – dice uno de los capullos que me apunta.

- Aunque hoy en día si hay algo que nos sobra es tiempo. – responde Joe. – Te escucho, Daryl.

- A esta gente, la dejaréis en paz. – sentencia el mencionado, mirando al capullo jefe a los ojos.- Son buenas personas.

- Yo creo que Lou no estaría de acuerdo contigo, y ahora tengo que hablar con el porque tu amigo y el chico, le estrangularon y apuñalaron el baño. – dice. Los ojos de Daryl vuelan de Rick a mi después de escuchar eso.

- Queréis sangre... Lo entiendo. – dice mi hermano antes de soltar su ballesta. Abre sus brazos.- Ven a por mi amigo, vamos.

Me remuevo ante lo que acaba de decir, y lo único que consigo es que Daryl alce la mano en mi dirección en forma de gesto tranquilizador, y que el imbécil tras de mi me agarre más fuerte.

A pesar de llevar todas mis armas encima, tal y como me tiene agarrado, no puedo hacer nada.

Unos tensos segundos de amargo silencio pasan.

- Este hombre, y este chico, mataron a Lou. – responde Joe. – Dices que son buenas personas. ¡Y eso que estás diciendo es mentira! ¡Estás mintiendo!

Daryl baja las manos lentamente, rindiéndose. Y antes de que alguien pueda hacer algo el tío de mi derecha arremete contra mi hermano, junto con otro más.

- ¡NO! – rujo yo, revolviéndome más fuerte en los brazos de ese cabrón que me agarra.

Ambos hombres empiezan a propinarle una severa paliza y no puedo evitar que las lágrimas caigan por mis mejillas.

Lágrimas de impotencia.

Lágrimas de rabia.

Pero entonces el gordo saca a Carl del coche y pone el cuchillo en su cuello.

- ¡CARL! – grito cada vez más lleno de ira.

- ¡DÉJALE EN PAZ! – grita Rick levantándose, pero ese perro de Joe le sienta de nuevo.

Parecía una estudiada tortura, donde todo se basa en ir directos a mis puntos débiles.

- Ya te tocará, espera tu turno. – dice el hombre que apunta a Michonne cuando esta se remueve.

- ¡Escuchad! ¡Yo le maté, lo hice yo sólo! – exclama Rick.

- ¿Ves? Eso es verdad, eso no es mentira. – sentencia Joe.

De fondo se oyen golpes y más golpes.

Las quejas de Daryl.

Y el llanto aterrorizado de Carl.

Todo ello se mezcla en una escalofriante melodía que llega hasta mis oídos haciéndome respirar cada vez más y más deprisa. – Arreglémoslo ¡Somos razonables! Primero mataremos a Daryl. – dice empezando a enumerar. – Nos cepillaremos a la chica, y luego a los dos chavales. Después te mataré y estaremos en paz.

El hombre que tengo tras de mi me da un fuerte golpe empujándome contra el coche, haciendo que mi cabeza rebote contra él y caiga al suelo. Ignoro completamente el dolor y me remuevo intentando incorporarme, pero me pone en pie, estampa mi pecho contra el capó y con una mano ejerce presión en mi cabeza, manteniendo mi mejilla contra el coche, y con la otra vuelve a retorcer mis brazos haciendo que de mi escape un gemido de dolor.

- Justo así quiero que gimas. – dice ese bastardo antes de lamer mi cuello, hasta morder el lóbulo de mi oreja.

Un repugnante escalofrío me recorre de pies a cabeza y no puedo evitar que más lágrimas salgan de mis ojos.

- ¡NO! ¡No, por favor! ¡Dejadle! – ruega Daryl desde el suelo, como puede.

Entonces veo como el gordo tira a Carl contra el suelo y se le echa encima.

Con las mismas intenciones que el hijo de perra tras de mi tiene.

- No te resistas, chaval... - dice el hombre gordo y asqueroso.

- ¡Soltadlos! – ruge Rick a mis espaldas.

El hombre tras de mi me impregna su repulsivo aliento, que eriza hasta el último vello de mi cuerpo, y la risa que profiere aún más. Es entonces cuando rasga el lateral de mi pantalón.

- Lo terminarás disfrutando... - me dice al oído antes de besar mi mejilla. Un sudor frío recorre mi frente.

El ya conocido sonido de una hebilla de cinturón.

No.

No.

No.

No otra vez, no. Por favor.

Me remuevo y aprieto los párpados, deseando que la tierra me trague. Que muera ahora mismo de inmediato. Porque no quería vivir esta tortura de nuevo. No otra vez.

Pero es lo que veo al abrir los ojos, lo que me devuelve a la vida.

Carl, boca abajo en el suelo, con ese hombre riendo, intentando desnudarle, mientras solloza e intenta apartarle.

Las quejas de dolor de Daryl por la paliza que le siguen dando.

Michonne a la espera de ser la siguiente de esta tortura.

Y Rick obligado a ver todo.

Eso hace que mi sangre se convierta en fuego líquido, recorriéndome cada parte de mi, llegando hasta la más remota célula de mi piel.

Golpes.

Quejas.

Llantos.

Golpes.

Quejas.

Llantos.

Golpes.

Quejas.

Llantos.

Un disparo.

Un ensordecedor pitido se instala en mis oídos.

El hombre a mis espaldas afloja su agarre y se gira en dirección al sonido.

Y entonces, Rick arranca parte de la garganta de Joe de un solo mordisco.

La carne y sangre escupidas de la boca del expolicía debería sonarme como algo totalmente desgarrador, pero sin embargo es música para mis oídos.

Esa obra maestra que acabo de presenciar me sirve como señal.

Para actuar.

Me giro sobre el capo del coche, y con la espalda apoyada en este, le sacudo una fuerte patada con ambas piernas al ese hijo de puta que tenía agarrándome.

Unos disparos a mi alrededor acaban con otro par de hombres.

Daryl aplasta el cráneo del único de sus agresores que queda vivo.

Y cuando Michonne apunta al mío, rujo.

- ¡NO! – Escupo con rabia.

La mujer se detiene.

Camino lentamente hacia él.

Una rabia cegadora se apodera de mi interior, haciendo que él sea mi único mi objetivo.

Mis oídos quedan totalmente taponados por el pitido que sigue en ellos.

Eso, y por mi violenta respiración.

No oigo.

No veo.

Sólo él.

Él.

Saco mi katana derecha.

Él.

Arrastro la punta de esta por el suelo, arañándolo.

Él.

El hijo deputa empieza a llorar mirándome a los ojos.

Él.

Y hundo la katana en su entrepierna.

Después del aullido de dolor que el hombre emite, un silencio sepulcral invade la zona.

Rick coge el cuchillo de Joe, me mira, y luego al gordo repulsivo.

- Es mío. – sentencia.

Asiento y él también.

El gordo suelta a Carl, intentando defenderse con el cuchillo con el que le amenazaba.

Y Rick le apuñala.

- ... Piedad... - pide el hombre frente a mi.

- ¿Piedad? – repito yo con voz suave, enarcando una ceja, sonriendo levemente.

Levanto la katana de su entrepierna, hasta la altura de su estómago.

Desgarrándole.

Dividiéndole.

Él hombre empieza a vomitar su propia sangre, salpicando completamente mi cara y mi ropa.

Rick sigue el mismo proceso, hundiendo y alzando el cuchillo.

El sonido de la sangre del gordo saliendo a borbotones llega a mis oídos.

Y no puedo estar más feliz.

El hombre frente a mi llora.

Alzo la katana más aún, hasta la yugular.

- Nos vemos en el infierno, hijo de puta. – sentencio mirándole a los ojos.

Doy la vuelta sobre mi mismo, quedando mi espalda contra el pecho del hombre, pudiendo sujetar mejor el mango de la katana.

Y entonces la alzo del todo.

Cortando su yugular.

Dividiéndole completamente en dos.

Sacando la katana de él con un fuerte rugido brotando de mi pecho.

Un devastador silencio invade la escena, interrumpido brevemente por el chasquido que provocan las dos mitades del hombre cayendo al suelo.

Silencio.

Respiro agitadamente.

Michonne me observa, con lágrimas en los ojos, abrazando a Carl, quién me mira exactamente igual.

Pero el azul de sus ojos queda invadido por el pánico.

Daryl me mira, con la boca entreabierta y ojos temblorosos, producto del espectáculo que les acabo de dar.

Rick me observa, y asiente levemente.

Asiento en respuesta también.

Sacudo la katana empapada en sangre y la guardo en su funda tras de mi.

Algo acaba de cambiar.

Y para siempre.

Doy un paso en su dirección, y noto como mis pantalones se bajan ligeramente.

Agarro ambos costados desgarrados de la tela y los sujeto con la mano derecha.

Rick abre una de las puertas traseras del coche y saca una de las mochilas, de ella obtiene un pantalón de Carl.

Se acerca a mi y lo extiende en mi dirección.

Miro a Carl, pidiéndole permiso.

El chico asiente asustado, temblorosamente, con sus ojos entre lágrimas.

Desabrocho el arnés de mis katanas y las tiro frente a mi.

Michonne, Carl y Daryl me observan detenidamente, sin perder detalle de cada uno de mis movimientos.

Cojo los pantalones que Rick me ofrece.

Y este pone una mano en mi hombro.

- Tenías razón. – sentencia con voz ronca.

Asiento.

Y me adentro en el bosque.

Cambio mis pantalones por los de Carl, dejando los míos tirados en el suelo.

Para mi suerte son negros y me vienen bien.

Pero el crujir de las ramas rompe el absoluto silencio del bosque.

No hace falta que me gire, sé quién es.

- Ya lo sabía. – dice Daryl a unos metros de mis espaldas.

- Qué. – gruño a modo de pregunta, sin darme la vuelta.

- En la prisión. Me dijiste que había muchas cosas que yo no sabía. – explica – Si que las sé. – susurra.

Cierro los ojos y mis hombros se tensan.

Ahí estaba de nuevo esa mochila llamada pasado.

- Cállate. – respondo.

- Se lo que nuestro padre te hizo. – dice – Lo descubrí. Y no hubo una segunda vez. Porque lo evite. Le pegué una paliza. Y Merle también. – añade.

- Que te calles. – respondo entre sollozos. Las lágrimas habían vuelto.

- Por eso te daban miedo las tormentas de pequeño. Porque pasó un día de tormenta.

- ¡CÁLLATE! – rujo en su dirección, girándome por primera vez.

Mis mejillas están totalmente bañadas en lágrimas.

Corro hacia él y empiezo a dar golpes contra su pecho, entre gritos y sollozos. - ¡Cállate, cállate, cállate! – rujo cada palabra.

Detiene mis brazos y me envuelve en un abrazo.

Y no aguanto más.

No puedo más.

No puedo.

Mis piernas flaquean y me dejo caer.

Él me sostiene y se agacha junto a mi.

Y por segunda vez en mi vida, lloro escondiendo mi cara en su pecho.

Acaricia mi pelo y me da besos en el.

No tardo mucho en sentir como unas lágrimas humedecen mi pelo.

Y sé que él llora también.

De nuevo, el silencio nos rodea.

Unos minutos después vuelve a romperlo.

De su bolsillo trasero saca algo.

Mi camisa.

Su camisa.

Con nuestro apellido.

Ese apellido que odié, y que ahora me hace saber que estoy vivo, porque me une a él.

La extiende en mi dirección.

- 23 de Abril. – me dice. Le miro sin entender de que está hablando. – Feliz Cumpleaños.


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