Capítulo 12. Ilusiones.
- ¡MICHONNE! – grito su nombre todo lo que mi garganta me permite. La mujer se queda estática alzando la espada, cuando ha liquidado al último caminante que la rodeaba. Dirige su mirada hacia mi y parpadea un par de veces incrédula, intentando asimilar que es a mi a quien ven sus ojos. Baja lentamente los brazos hasta que la espada cae de sus manos. Su labio inferior empieza a temblar.
Y sin dudarlo un segundo, corro hacia ella.
Impacto mi cuerpo contra el suyo y me envuelve en un fuerte abrazo.
- No puede ser... No puede ser... - murmura, con sus labios contra mi pelo, mientras deposita un par de besos en mi cabeza. Aprieta su abrazo. Y yo también.
Es entonces cuando ese sentimiento de soledad que había empezado a devorarme lentamente se desvanece como si jamás hubiera existido.
Lo agradezco, porque sé que no habría aguantado el volver a estar sólo.
No quiero.
No puedo.
Limpio con mis pulgares las lágrimas que brotan de sus ojos y sonrío.
- Si que puede ser. – sentencio. Ella me devuelve la sonrisa y limpia las lágrimas de mis mejillas que ni si quiera había notado, las cuales bajaban libremente, demostrando la alegría que me había provocado encontrarla.
Sus ojos vuelan hacia la herida de mi cabeza que ha dejado un reguero de sangre seca por mi sien hasta mi cuello, manchando la ya destrozada camisa de Carl.
La sonrisa de la mujer empieza a esfumarse.
- ¿Qué te ha pasado? – susurra mientras examina la herida.
- No es nada. – respondo intentando quitar hierro al asunto. El reproche en sus ojos está grabado a fuego.
- Podrías haber muerto. – dice – Esto puede infectarse, hay que limpiarlo.
- Espera, voy a llamar a una ambulancia. – contesto de forma irónica. Michonne enarca una ceja y me da un leve golpe en el lado sano de mi cabeza. Ella sonríe y por ende yo también. – Que importa esto ahora, Mich. – digo cuando la realidad me golpea en la cara. Suspiro. -Tenemos que hacer algo, no podemos quedarnos aquí ¿Has visto a alguien? – pregunto con un leve rastro de desesperación en mi voz. Ella agacha la mirada.
- Yo no... - responde, pero antes de continuar con su negativa, abre ligeramente los ojos y me mira fijamente como si hubiera visto una aparición divina. – Un rastro... - dice empezando a asentir.
- ¿Qué? – pregunto un tanto perplejo por la reacción de la mujer, quien sigue con su mirada perdida.
- Un rastro, Áyax. He visto un rastro. Pisadas. En el bosque. – vuelve a repetir con más confianza que antes. La seguridad en sus palabras hace que mi pecho se infle de un calor reconfortante que me recorre al saber que existe una ínfima posibilidad de encontrar a alguien de los nuestros.
- ¡Vamos! – exclamo antes de cogerla de la mano y empezar a caminar.
Michonne avanza a zancadas en dirección a donde ha visto las pisadas mientras que yo la sigo prácticamente pisándole los talones.
Salimos del bosque a una larga y solitaria carretera. La mujer se aproxima hasta uno de los tramos de asfalto que se encuentran embarrados, y se agacha frente a uno concreto. Me acerco a ella.
Unas huellas de bota marcan un ritmo irregular en el barro, la pisada del pie izquierdo está ligeramente más hundida y emborronada, como si esa persona estuviera herida. Más adelante, unas huellas más pequeñas se marcan firmes en el suelo.
Mich me mira.
Sonríe.
Y yo también lo hago.
- Rick y Carl. – sentenciamos ambos.
Caminamos durante lo que yo creo que ha sido como una hora, siguiendo el débil rastro que las pisadas han dejado y que parece difuminarse más a cada metro que avanzamos.
Ante nuestros ojos se alza un pequeño bar con motos aparcadas en el exterior. Tanto Michonne como yo nos ponemos en guardia, pendientes del ruido que nos envuelve, por si vuelven a hacerse notar los famosos gruñidos.
La mujer avanza frente a mi por el porche, con una mano alzada, cercana al mango de la espada. Yo hago lo mismo con mi katana izquierda.
Pero dentro del bar no hay nada.
O por lo menos ya no.
El cuerpo de un caminante inerte en el suelo nos da la bienvenida, y a pesar de la tétrica escena, aumenta en mi la positividad al barajar la opción de que haya sido obra de Rick o Carl.
Me doy la vuelta y salgo hacia la calle, apoyando mis manos en mis caderas, cerrando los ojos y soltando todo el aire que contengo en mis pulmones, en gesto de absoluta frustración, mientras que Michonne se queda dentro.
Abro los ojos al oír la voz de la mujer, hablando consigo misma.
Miro en su dirección. La veo agachada, con la espalda contra la pared. Pero no es eso lo que me sorprende.
Sino el hecho de que, a quién está hablando, es a su novio muerto.
Un escalofrío me recorre cuando menciona a su hijo.
Me alejo un par de pasos disimuladamente, dejándole la privacidad que ahora necesita.
Y es que no alcanzo a imaginar el dolor que ha llegado a sentir.
Unos segundos después, mientras que de brazos cruzados observo una de las preciosas motos que rodean el bar, Michonne sale.
- ¿Te gustan? – pregunta cuando llega a mi altura, intentando recomponerse. Asiento.
- Siempre soñé con tener una. – respondo con una sonrisa ladeada.
- Puede que algún día puedas tener una. – dice – Cuando seas mayor, claro. – añade sonriendo.
- ¡Soy mayor! – contesto a modo de broma. Ella ríe mientras asiente y revuelve mi pelo. Ruedo los ojos por su gesto infantil. Pasa su mano izquierda por mi hombro y me atrae hacia ella, empezando a andar. - ¿Estás bien? – pregunto acariciando con mi mano izquierda la que ella tiene posada sobre mi hombro.
- Por supuesto. – dice esbozando una aliviada sonrisa, estrechándome contra su cuerpo.
Y entonces me doy cuenta de lo necesario que era ese momento para ella.
Cuando el sol está en lo más alto del cielo, llegamos a una pequeña urbanización donde reina el abandono.
Miramos a todos lados mientras que las hojas secas en el suelo crujen a cada paso que damos.
Michonne vuelve a coger el mango de su espada, lista para desenvainarla en cualquier momento, para después subir los pequeños escalones de la primera casa y acercarnos hacia la ventana de esta.
Y mi corazón se acelera ante la imagen que vemos a través de las cortinas.
Rick y Carl están sentados en el suelo de la casa, con la espalda apoyada en el sofá que traba la puerta principal.
Veo como Michonne solloza con una gran sonrisa y limpia rápidamente sus lágrimas que no han tardado en aparecer.
Dejo caer mis hombros y río. Toda la tensión acumulada escapa de mi, haciendo que me invada una profunda relajación.
Camino con Michonne detrás mío, hasta llegar a la puerta principal. Doy unos pasos hacia atrás, hasta apoyar mi hombro izquierdo en la viga de madera que llega hasta el techo y da inicio a la barandilla del porche, cruzándome de brazos. La mujer frente a mi se recarga en el marco de la puerta.
El alivio ha sido tal, que ambos hemos necesitado descansar nuestros cuerpos en alguna superficie.
Mich coge aire, y como acto reflejo, la imito.
Entonces pica a la puerta.
Y un fuerte ruido se escucha dentro.
Sé que ambos se han envarado al momento.
Los segundos pasan como si fueran horas, y el aire se vuelve más pesado.
Una leve carcajada de Rick se oye tras la puerta, e intuyo que nos ha visto por la mirilla.
Otros lentos segundos vuelven a pasar, puesto que el expolicía parece necesitar asimilar lo que acaba de ver.
Un suave "¿Qué?" procedente de Carl llega hasta mis oídos e inevitablemente sonrío al volver a escuchar su voz.
- Es para ti. – sentencia Rick.
Y la puerta se abre ante nosotros.
Rick nos mira desde su posición, aguantándose en el pomo de la puerta completamente abierta. Agacha la cabeza y pinza el puente de su nariz con el dedo pulgar y el anular, mientras sigue riéndose.
Carl se acerca a la puerta con intención de descubrir que es lo que le hace tanta gracia a su padre.
Y lo descubre.
Sus ojos se clavan en los míos y yo dejo de recargarme donde estaba, quedándome estático, por la sensación que su mirada me provoca. El chico empieza a respirar con dificultad. Da un par de pasos en mi dirección. Mira a Michonne y sonríe como si la vida le fuera en ello. La mujer le devuelve la sonrisa.
Y yo procuro mantener la escasa estabilidad mental que me queda, anclando mis pies en el suelo, porque sé que voy a perder el equilibrio si sus ojos vuelven a mirarme así.
Y por supuesto, sus ojos vuelven a mirarme así.
Como si un ciego viera por primera vez el paisaje que le rodea.
Como si yo fuera de las mejores cosas que le han pasado.
Pero lo que no sabe, es que eso es lo que él es para mi.
Jamás pensé que llegaría a admitir que sentía algo así.
Jamás pensé que llegaría a sentir algo así.
Jamás.
Pero ahí estaban Carl Grimes y sus profundos ojos azules, que desestabilizarían a la más cuerda de las personas.
Rick abraza a Michonne con cierta amabilidad y sospechoso cariño, y la mujer se deja abrazar más amablemente aún.
Y como si eso sirviera de excusa para dar el paso, Carl se lanza a abrazarme.
Mi espalda termina impactando contra la viga en la que estaba apoyado.
Esconde su cara en mi cuello y yo hago lo mismo con él. Me abraza con fuerza. El calor de su cuerpo me proporciona la más de las reconfortantes sensaciones.
Su respiración en el lateral de mi cuello me provoca un escalofrío.
- Pensé que habías muerto. – susurra en mi oído.
Y sus palabras, que me estremezca.
Ahora entiendo su reacción.
Le abrazo más fuerte.
- Mala hierba nunca muere. – respondo igual que él, repitiendo las mismas palabras que me dijo cuando yo estaba enfermo en aislamiento.
Noto como él sonríe.
Y entonces, como siempre, sonrío yo también.
Rick carraspea levemente, sacándonos de la burbuja en la que estábamos metidos.
Carl se despega de mi como un resorte y yo muerdo mis labios intentando no sonreír.
El hombre enarca una ceja a la vez que, por las comisuras de sus labios, amenaza con asomar una sonrisa, mientras que Michonne sonríe y nos mira sin ningún tipo de problema.
El chico Grimes pasa una mano por mi hombro y me estrecha contra él.
- Está vivo. – dice con una sonrisa y fingiendo que nada ha pasado. Abro ligeramente los ojos y asiento débilmente.
- Estoy vivo. – digo alzando las manos en señal de resignación.
Y entonces me doy una palmadita mental en la espalda ante lo absurda que ha quedado mi respuesta.
Michonne pone un cuenco con cereales en la mesa donde Carl y yo nos encontramos, este remueve los cereales con una cuchara mientras que yo me dedico a meterlos en mi boca de uno en uno, cogiéndolos con la mano.
Carl empieza a reír al ver a la mujer colocándose su nueva camisa.
- ¿Tienes algo que decir sobre mi extraordinariamente cómoda y atractiva camisa? – pregunta Mich con fingida indignación.
- No, no, no... Te queda de maravilla. – se excusa rápidamente el chico. – Oh, te has dejado un...- dice mientras señala el último botón sin abrochar. La mujer lo coloca correctamente y se sienta en su silla.
Alterno los ojos de uno a otro, mirándolos de manera divertida mientras me dedico a disfrutar de los caducados cereales que tengo como desayuno.
- Ojalá tuviéramos leche de soja... - comenta Mich mientras se echa cereales en su cuenco vacío.
- ¿Lo dices en serio? – pregunta Carl.
- Por supuesto que lo dice en serio... – añado yo alzando mis cejas, asintiendo, mientras meto otro par de cereales en mi boca.
- Si, muy en serio. ¿La habéis probado acaso? – vuelve a preguntar la mujer.
- Mi... Mi mejor amigo de tercero era alérgico a la leche. – empieza a explicar el hijo de Rick. – Y siempre llevaba leche de soja al colegio ¿Sabes?
- ¿Y...? – inquiero yo, a pesar de imaginarme le final de la historia.
- La vomité. – contesta como si fuera lo más obvio del mundo.
- Venga ya... - dice Michonne empezando a reír.
- Vale, vale... No, pero casi vomito. – termina admitiendo Carl. – Era como... - entonces finge hacer como si vomitara y empiezo a reír al verle hacer el idiota. – Era asquerosa, os lo aseguro. Preferiría tomar leche en polvo, que tener que volver a beber eso. – añade. - Preferiría tomar la leche de Judith...
Y justo cuando menciona a su hermana pequeña, me tenso.
El ambiente cálido se vuelve frío en cuestión de segundos.
No he sido el único en hacerlo.
Michonne desvía su mirada por unos segundos, como si visualizara a la pequeña niña en su mente, y yo observo como los ojos de Carl vagan perdidos.
- Voy a acabar mi libro, aún me quedan dos capítulos. – dice totalmente serio mientras se levanta a toda prisa de su silla.
Me estremezco al saber lo que siente por la pérdida de Judith.
Porque yo también lo siento con Daryl.
Y esa realidad me pega una patada en el estómago.
- Voy a hablar con él. – digo mientras me levanto de mi silla. Mich asiente aún aturdida por la situación.
Y aunque mi intención es hablar con él, la otra cara de la moneda es que quiero alejarme antes de derrumbarme frente a ella porque acabo de recordar que no hemos encontrado a Daryl.
Subo las escaleras de la casa de dos en dos hasta llegar a la planta superior, y me dirijo a la habitación del fondo, porque es la única que tiene la puerta cerrada.
Entro en la habitación y cierro la puerta tras de mi.
Carl está estirado en la cama observando el techo, con las manos sobre su abdomen. – Si que es interesante el libro. – digo de forma irónica. Él hace una mueca parecida a una sonrisa. Suspiro. – Oye... Sé que soy un mierda consolando a la gente, pero...
- No necesito consuelo, Áyax. Ya lo sabes. – dice interrumpiéndome.
- Lo que tu digas. – añado ignorando por completo sus palabras. – El caso es que... No tienes que pensar en que tu hermana está muerta. – digo mientras camino por la habitación en la que nos encontramos. Al segundo me arrepiento de la brusquedad de mis palabras.
- ¿Ah no? – dice él con ironía, mientras se incorpora, apoyando su espalda en el cabezal de la cama. Observo la habitación, que por la decoración de esta interpreto que es la de algún adolescente.
- Por supuesto que no. – respondo con obviedad mientras desabrocho mis katanas y las dejo sobre el escritorio, para después empezar a rebuscar distraídamente por la habitación.
- Está muerta, Áyax. Su sillita estaba... - empieza a hablar con la mirada perdida, como si viera la escena frente a él. – Ensangrentada. – completa.
- ¿Y? – pregunto yo.
- ¿Y? – responde él enarcando una ceja.
- Si. – digo mientras sujeto un libro que acabo de sacar de la estantería frente a mi. – Eso no significa nada. ¿Acaso viste su cuerpo? ¿Restos? ¿Algo? – añado, a continuación dejo el libro en su lugar y me dirijo al otro lado de la habitación, donde hay un montón de discos apilados en una columna. Carl baja la mirada y niega suavemente con la cabeza. - ¿Entonces?
El chico traga saliva.
- Prefiero no hacerme ilusiones. – dice. – No sirve de nada. Y sería mucho peor después.
Río.
- Yo me las hago. – entonces me mira. Cojo un disco al azar y abro la caja para observarlo. Después lo cierro y lo tiro donde estaba, acercándome esta vez a un puñado de cómics esparcidos sobre el escritorio. – Prefiero pensar que Daryl está vivo, en alguna parte, sólo o con alguien, me da igual. Preferiblemente con alguien. Pero sobre todo vivo. – admito. Carl se incorpora más en la cama, cruzándose de piernas y empezando a jugar con una pelota de tenis entre sus manos, puesto que hasta ahora él no había caído en que yo también había perdido a mi hermano y sabía como se sentía. Por lo que empezaba a darle un voto de confianza a mis palabras. – Como sea. – digo intentando proseguir con mi discurso. – Tanto antes como ahora, el mundo siempre se ha movido de ilusiones, Carl. – continuo, con sus ojos siguiendo mi paseo por la habitación. – Eso siempre ha sido así. Si yo no me hubiera hecho ilusiones cuando estaba en el orfanato... - empiezo a pasar desinteresadamente las hojas de un comic al azar. – Si no me las estuviera haciendo ahora, queriendo pensar que mi hermano sigue con vida... Me habría pegado un tiro hace horas. – sentencio dejando el cómic en su sitio y sentándome en la silla del escritorio y apoyando mis pies en este, cogiendo otro comic sin tan si quiera mirarlo. – Todo lo que sea un motivo para que siga aquí, bienvenido sea.
Inconscientemente, sabía que él era uno de esos motivos por los que no me había pegado un tiro hace horas.
- Puede que tengas razón. – dice observándome. Vuelvo a reír.
- Claro que la tengo. – respondo vacilándole. Él me tira la pelota y yo la atrapo, para después devolvérsela, a lo que este ríe. – Piénsalo. Puede que las ilusiones de ahora sean las que construyan un... - hago una pausa intentando encontrar las palabras en mi mente. Hasta que estas aparecen solas como un destello. - Nuevo mundo.
- ¿Un nuevo mundo? – repite con ironía en modo de burla.
- Un nuevo mundo. – afirmo con convicción y una sonrisa.
Él ríe de mi extraño e impropio optimismo.
- ¿Sabes? Dices que se te da mal consolar o dar consejos... Pero no creo que sea así. – comenta.
- Puede que tengas razón... - admito un tanto absorto en mis pensamientos tras sopesar sus palabras.
- Claro que la tengo. – responde él, repitiéndome.
- Imbécil. – le digo antes de tirarle una goma de borrar que estaba sobre el escritorio, la cual esquiva sin problema.
- Niñato. – responde él.
Ambos nos quedamos extrañados ante lo que acaba de pasar.
- Vale, eso no era así. – digo entre risas a lo que él ríe también.
Por suerte, parece que sus demonios parecen haberse ido por lo menos durante este breve rato entre nosotros, y me resulta curioso ver que, a pesar de lo que ocurrió entre ambos hace unas horas en la prisión, nuestra relación no ha cambiado. Me alegra saber que una de las pocas cosas que tengo, se mantiene.
Unos leves golpes en la puerta hacen que nos alertemos ligeramente, por lo que bajo los pies del escritorio.
Suelto un suspiro de alivio al ver que es Michonne quien aparece tras la puerta.
- ¿Qué hacéis? – pregunta la mujer, alternando sus ojos en Carl y en mi.
- Charlábamos. – contesta el chico, mientras que vuelvo a colocar las piernas sobre el escritorio, con el comic aún en mi regazo.
- ¿Seguro? – insiste ella, entrecerrando sus ojos. Enarco una ceja.
- ¿Qué te crees que estábamos haciendo, Mich? – pregunto intentando aguantar la risa.
- ¿Qué? ¡No, nada! – exclama ella sabiéndose sin escapatoria. Carl nos mira sin comprender nada.
Hasta que su cara se vuelve pálida al entender lo que pensaba la mujer.
- ¡Oh venga ya, Michonne! – dice él, dejándose caer boca abajo contra la cama, escondiendo su cara en la almohada.
Rompo a carcajadas cuando veo la vergonzosa reacción de ambos mientras que tapo mis ojos con la mano derecha, apoyando el codo en mi brazo izquierdo, el cual tengo cruzado en mi pecho.
- ¡Como sea! – dice ella intentando evitar el tema - Voy a ir a revisar las casas de alrededor ¿Me acompañas, Carl? – pregunta. El chico levanta la cara de la almohada para asentir con efusividad, desesperado por salir del incómodo ambiente.
- Oye ¿Y yo qué? – pregunto ofendido levantando la mano de mis ojos, apoyando el dedo índice en mi frente y el pulgar en mi sien. Cuando este último toca esa zona olvidada y afectada de mi cabeza, un pequeño gemido de dolor escapa de mis labios. La mujer alza las cejas.
- Por eso. – ruedo los ojos por su respuesta. – Quiero que te quedes aquí, laves esa herida y cuides de Rick.
- Esta bien... - respondo con resignación.
- Vamos. – nos dice a ambos. Michonne y Carl bajan las escaleras dejándome sólo en la habitación. Bajo los pies, cojo el cómic y me levanto. Cuando me dispongo a dejarlo tirado sobre el escritorio, me quedo observando el título de la portada.
"Los Muertos Vivientes".
Río.
- Muy oportuno. – digo antes de tirar el cómic sobre la mesa y salir de la habitación.
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