IV. Amores Suplicantes
—¿Señor? —exclamó hacia la penumbra, deseando que su semblante se notara amable y sereno—, buenas noches caballero... —Jeon se sorprendió a sí mismo susurrando, como si la voz se le hubiese escapado de la sorpresa. Entonces, cuando ninguna respuesta se manifestó por parte del otro hombre, se obligó a hablarle con un poco más de fuerza—. ¿Necesita que llame a alguien?
Había pronunciado sus palabras con un nerviosismo que no le caracterizaba. Con mucha lentitud dio un par de pasos hacia el borde, con cuidado de caminar demasiado lento.
El acabado entramado del suelo apenas retiñó el sonido de sus pisadas. Eso lo agradeció desde lo más profundo de la mente; pues, tenía miedo de que algún movimiento brusco o un gesto mal entendido, distorsionaran la circunstancia a una verdadera tragedia. Respiró profundo. De nuevo su corazón estaba errático. Y sintió frío, pues la noche estaba ya entrada y los vientos en mar abierto parecían ser incluso más violentos durante la penumbra. No tuvo tiempo de mirar en el reloj de la habitación y, al revisar en su bolsillo, se dio cuenta de que no tenía el suyo. No supo que hora era, pero la tranquilidad le hizo saber que era bastante tarde.
Dirigió su mirada al hombre, quien se tomaba con una sola mano de la borda. Su agarre parecía más relajado que aterrado. Daba la impresión de que le estaba ignorando, de que no le había escuchado. La idea de que estuviera ebrio pasó por su mente como una ráfaga que descartó al tiempo en que pensó en el verdadero sonido de un violinista ebrio.
¿Sería aquel hombre tan virtuoso que incluso ebrio sus desastres sonarían tan excepcionales?
Lo dudó demasiado.
—¿Le parece a usted que necesito por alguien?
El hombre exclamó sus palabras con seriedad. A Jung Kook simplemente no le llegó ningún mensaje de aquel tono. No sonaba triste, ni desesperado, ni al borde del colapso como pensó que en realidad lo estaría. Estaba totalmente decidido y parecía que había ya renunciado a todo... Quizá por eso se escuchaba... vacío. Como el eco que producimos al gritar en una habitación desierta; frivolidad, desesperanza... Cansancio.
—No quisiera ofenderlo con mi respuesta —exclamó Jeon, de la manera más cordial y suave que sus nervios le permitieron. Ahogó un suspiro inmenso, sin apartar la mirada de su espalda ancha ni de sus cabellos negros y tragó saliva antes de continuar—: pero... sí. Creo que necesita un poco, un poco de ayuda, tal vez...
Jeon apretó los labios, sin saber muy bien qué más decir. Tenía tantas ideas en la mente que ninguna se dignó a manifestarse en verbos que tuvieran coherencia. Quizá si pudiera atraparlo de una pierna, jalarle de las ropas para atraerlo hacia adentro del barco... Pero sus fuerzas no le permitirían salir victorioso, mucho menos en ese justo momento, en el que se sentía tan débil.
—Y tú me la vas a dar, ¿No? —Lo escuchó burlarse, contener un deje irónico entre sus labios. Observó las telas de su traje moverse con el viento... Y la tristeza lo invadió.
Muchas veces él mismo había sentido una obscuridad muy grande, en aquellos días terribles en los que descubrió que estaría solo para siempre. Pero su hermano había salido a flote en medio de la obscuridad a tiempo, por eso es que ahora podía decir que tenía mucho por lo que vivir. ¿Qué habría hecho él mismo en su desesperación sin aquella ayuda externa? La imagen frente a sí le supo más a un espejo que a un vidrio ajeno.
—No. Digo, no me refiero a... —balbuceó con torpeza—, disculpe en realidad, no sé bien qué decir no soy... muy bueno con las palabras —admitió. La diplomacia y la ferocidad con la que defendía sus ideales eran una cosa. Jung Kook sabía con exactitud cómo lidiar con sus emociones (o al menos la mayoría de ellas). Pero las emociones ajenas eran algo realmente difícil de manejar, de sostener—. Si pudiera bajarse de allí —sugirió—, estoy seguro de que podríamos charlar un momento... Sabe, creo que puedo escuchar cualquier cosa que tenga para decir y, además, aquí hace frío... —bramó sus opciones tal y como se le vinieron a la mente, sin pensar siquiera en las consecuencias o si en realidad pudiesen resultar efectivas—. Sé que puede parecer que...
—¿Qué podrías saber? —le interrumpió, ligeramente alterado. Parecía cansado de sus balbuceos. Sin embargo, en ningún momento su semblante o su tono denotaron hostilidad o descortesía. Estaba allí, cuestionándole, como solo un verdadero caballero lo haría—, pareces un niño.
A Jung Kook le llegaron aquellas palabras como una invitación expresa a dejarle en paz. Le supo ofensiva, desconsiderada y cruel. Sin embargo, él no se iría, al menos hasta que no se lo pidieran explícitamente, entonces estaría dispuesto a negarse con toda la diplomacia del mundo.—Soy joven, sí. Pero también sé un par de cosas... ¿Sir Kim?
El hombre pareció sorprenderse. Lo había visto de reojo, intrigado por la manera tan confianzuda con la que se le acercó, sin embargo, ahora sí que sintió los deseos de mirarle, aunque fuera un momento. Fue tanta su sorpresa, que por un momento olvidó lo que había ido a hacer tan cerca de la borda.
—¿Cómo sabes quién soy?—Jung Kook lo miró, tenía los ojos enmadejados en consternación. Sus labios eran aún más hostiles con cada palabra que Jeon pronunciaba, y eso les dio una idea a ambos de lo que estaba a punto de suceder.
—Yo... Soy un gran admirador. Reconocería su música en donde fuera. De nuevo había dicho esa horrible palabra. Tae Hyung se sintió irritado.
—Podría ser solo un imitador, ¿no lo pensó? Yo no soy ningún Kim —mintió.
—Créame, soy un experto escuchando a imitadores —una risita se escapó de sus labios, al tiempo en que intentaba con todas sus fuerzas olvidar las circunstancias del clima—. Usted pisa muy poco Londres y, para mi desgracia, el trabajo no me da respiro para viajar a observarle; Sin embargo, sus piezas son bastante famosas en este lado de Europa... Como le dije, soy un gran admirador. Lo que hace con la música es alucinante... No creo que el mundo tenga algo como usted en miles y miles de años. "¿Y usted simplemente quiere privarlos de ese deleite?" pensó.
—Ah, un admirador... —bufó, rendido— Qué pena que me vea usted de esta manera tan vergonzosa, señor...
—Jeon, Jung Kook Jeon.
—Jung Kook, ¿qué edad tiene?
—Diecinueve, Señor. Cumpliré los veinte en septiembre.
—Es usted muy joven. No quisiera tener que... —El hombre pareció dudar. Volteó la mirada por un segundo de nuevo al mar, segundo en que Jung Kook sintió a su corazón arder de impotencia—. ¿Podría irse, por favor? Ha sido un placer conocerle, en verdad.
—La verdad, es que no me apetece, Señor —dijo el muchacho, un poco más alterado de lo normal. Las costillas aún le dolían por el percance anterior y esperaba no tener que hacer muchos esfuerzos físicos.
—Eso será un problema —dijo con falsa suficiencia. Entonces el violinista le miró, pero esta vez estaba un poco más enojado que consternado. Se quedaron mirando apenas unos minutos. Ninguno se entendió en aquel instante. En sus mentes, la única pregunta que clamaba por una respuesta era: "¿Qué demonios haces aquí?".
¿Qué en el infortunio de este encuentro se podía considerar destino y qué podía ser nombrado necedad?; Para Jung Kook, a quien la vida se le había otorgado con un cronograma detallado y minucioso, pensar en la idea entrometerse, era completamente incomprensible... Entonces pensó en sus deseos de vivir con pasiones y se sintió... Aterrado. ¿Qué pasaría si un día esas pasiones desaparecían de la noche a la mañana? Siempre pensó que de tener los talentos del hombre al que más admiraba, podría vivir de una manera plena y singular hasta el resto de sus días. Pero, si este hombre tenía los talentos por los que él tanto anhelaba... ¿Por qué parecía que no era suficiente?, ¿qué de mal, qué cosa tan horrible tenía que soportar un hombre tan magnífico como aquel, que le obligaba a renunciar a su vida para siempre?
—Imagino que sí... —Jung Kook pronunció aquellas palabras con una risita ladina, un poco más torcida de lo usual. Más angustiada, más triste... Sintió a sus ojos humedecerse, pero sus lágrimas ya no salieron por la tristeza que le causaba su más grande ídolo al filo de la muerte, (muerte que anhelaba más que a la vida misma). Si no que en sus orbes se había tatuado de nuevo aquel dragón blanco que estaba dispuesto a comerle el corazón.
Se sintió mareado.
Las piernas estaban fallando de nuevo y en el estómago se le instauraron unas feroces náuseas. Por suerte no cayó de manera aparatosa, si no que le dio tiempo de doblar un poco las rodillas y caer de cuclillas. Quería estar adentro, adentro en donde no hay dragones blancos, en donde los rugidos de aquellas horribles bestias en el cielo no le cortan la respiración hasta el punto de sentir que muere, que la vida se le escapa entre pusilánimes suspiros.
—¿Le sucede algo?, ¿está usted enfermo? —El músico se le quedó mirando sin moverse, dudando en si debía actuar para prestar ayuda o simplemente dar un paso hacia adelante como muy minuciosamente lo había premeditado.Una oportunidad como la de aquella noche, era única. La tormenta no les permitiría salir a buscar su cuerpo, entonces, quizá, podría mantener a su cadáver muy en el fondo del mar.
—No, no, para nad... —De pronto, el resplandor de un relámpago les iluminó la cara, como si por un segundo se hubiera hecho de día. Para entonces Jung Kook ya estaba pegado a la pared, con una de sus manos tiesa en el borde de la puerta y la otra tratando de tapar sus oídos. Tenía los ojos muy cerrados y la espalda encorvada y la lentitud con la que ahora se movía, era todavía más preocupante—. Le temo a los rayos, Sir Kim —bramó con mucha más torpeza, parecía que se tropezaba con sus propias sílabas, sin mucha gracia—, al parecer es algo que no puedo evitar, ni mucho menos controlar... —sintió las manos le empezaron a sudar y se supo helado. Necesitaba el calor de las sábanas y la quietud de las penumbras. Necesitaba regresar a su lugar seguro, necesitaba... —. Quisiera, en verdad, poder entrar a mi habitación con la seguridad de que usted se mantendrá lejos de los barandales... —musitó. Sin duda tiritaba, sin embargo, no abandonó nunca aquella vocecilla cantarina y esa manera infantil de comportarse.
—Pero qué cosas está usted diciendo...
—Así podría sobrellevar mi malestar de una manera menos tortuosa... —señaló, incapaz de abandonarle allí afuera, incapaz de saber que, a causa de su cobardía, podría huir y dejarle solo—. ¿Podría usted hacerme ese favor?
—Pero yo no... —Kim Tae Hyung estaba perplejo. ¿Qué tan inhumano, tan desalmado tenía que ser para ignorarle? De cualquier forma, nadie podría evitar su toma de decisiones, nadie podía impedirle abandonar una vida que ya no quería, ni siquiera si se trataba de un...
—¡Se lo ruego!, ¿Podría acompañarme?
—¿Y entrar en su habitación? —exclamó altanero. Mientras ignoró el brazo del chico que se flexionaba tembloroso entre el vacío esperando por su afirmación. Se sintió de pronto desconfiado, enojado—. Podría usted ser un asesino —espetó—, podría estar embaucándome para matarme. ¿Qué pasa si su enfermedad no es más que un engaño?, ¿Qué pasa si todo este teatro no es más que la charlatanería de un embustero?
—Con todo respeto, Señor Kim, no pareciera...—suspiró con esfuerzo y cerró los ojos con la esperanza de que el hombre le acompañara de una buena vez—, no pareciera que morir sea un problema para usted.
Tae Hyung soltó una última risilla, incrédulo del descaro que podía salir del muchachito. Eso lo había dejado sin armas.
26102020 | Love, Sam 🌷
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro