14 - {I}
—¿Dónde demonios está?
—Oye —empezó Jimin, levantando las manos en son de paz—. Amigo, tranquilo...
¿Tranquilo? La palabra lo enloqueció aún más. Se sintió mareado cuando volteó a mirar a su alrededor, pero no vio a Jungkook por ningún lado. Era desesperante la sensación baldía que estaba en su pecho, pero era todavía peor la manera en la que Jimin sonreía para él.
—Dime dónde está Jungkook —repitió Taehyung a punto de perder la paciencia. La música era ensordecedora y sin su celular no tenía manera de saber qué hora era. No sabía en qué parte del club estaba, pero no había ventanas o puerta alguna que le hiciera saber este precioso dato.
—¡Créeme! —apremió Jimin, tomando brazo con si fueran compinches—. Él está...
Fue la gota que derramó el vaso.
—Deja de actuar como si fuéramos amigos —gruñó el pelinegro, girando su cuerpo con violencia y atinando un buen puntapiés a la rodilla de Jimin. Este, adolorido, soltó un desgarrador grito cuando cayó al suelo al perder el equilibrio. Hasta el momento aquella broma le había parecido una inocencia, sin embargo, la cara de Taehyung cuando se agachó en cuclillas frente a él le dijo que había tentado a la suerte—. Escúchame bien, hijo de puta. Esa es la rodilla que te fracturaste en ese accidente, ¿no? Conducías a toda velocidad en tu preciado carro y mataste a dos personas. ¿Lo recuerdas, o solo quedó en las viejas noticias de Internet?
Irascible, se levantó solo lo suficiente para asestar otro pisotón a la rodilla que ahora Jimin cubría con sus manos desesperadamente. Aun así, el latigazo de dolor lo hizo escupir mil maldiciones y derramar lágrimas inmediatamente.
—¿Y qué harás con esa información, justiciero? —preguntó rebeldemente el rubio. Su máscara se había caído y ahora lo miraba con furia, una expresión que estaba seguro que ni siquiera Jungkook llegaría a ver nunca—. ¿Vas a matarme? ¡Ja!
—Nunca he matado a nadie —admitió Taehyung con un asentimiento—. Pero créeme que desearás que lo haga. Andas para todos lados con tu preciada camioneta porque no soportas caminar, ¿no? El dolor en tu rodilla es espantoso. Cuando acabe contigo, vas a tener que arrastrarte para subir a ella. ¿Creíste que esto terminaría así cuando entramos a este club?
[...]
El sol se estaba poniendo cuando se encontraron en la entrada del pueblo como acordaron. El cielo era naranja, con vetas rosadas y un tinte violeta acariciando el crepúsculo, el típico atardecer de un tranquilo domingo. Taehyung detuvo la moto junto a la camioneta, pensando que estaban listos para partir, pero solo vio a Jimin cuando la ventanilla bajó.
—¿Y Jungkook? —Fue lo primero que preguntó. El rubio rio entre dientes.
—Dijo que iría al autoservicio. Me ofrecí a llevarlo, pero dijo que estaba cerca.
Sí que lo estaba. Desde donde se encontraban, Taehyung podía ver al menos el techo. Ese chico no dejaba su camioneta por ningún motivo, ¿no?
—¿Sabes? De no ser por ti, él nunca habría aceptado venir conmigo. Lo tienes amarrado al meñique —declaró Jimin, estirándose en su silla. Taehyung lo miró una fracción de segundo, con algo de sorpresa, pero luego estaba apartando la mirada con un bufido, escondiéndose en su casco de la repentina vergüenza. —En serio. El sexo debe ser realmente bueno.
Fue como si le agarraran los testículos y los trituraran en un segundo. De nuevo, sus ojos brincaron hacia él con afán para aclarar las cosas, y Jimin se recostó en su ventana con una sonrisa.
—¿Qué? ¿De verdad crees que Jungkook iría a un estúpido bar tan jodidamente lejos solo por el capricho de un amigo? Él no es tan bondadoso, ya sabes.
Ahí estaba de nuevo ese comentario. Era la segunda vez que escuchaba algo así viniendo de los... supuestos amigos de Jungkook. ¿Pero qué clase de monstruo creían que era? La idea de tenerlos alrededor de Jungkook lo repugnó.
—No lo estás negando, pero tampoco lo admites. No me digas. ¿En este sitio infernal al que llamas pueblo está mal visto liarse con un hombre? —adivinó Jimin, no muy sorprendido al verse rodeado de sabanas y pastizales—. No te preocupes. Elegí el bar perfecto, entonces.
—No entraré a un jodido bar gay —siseó Taehyung con premura.
—Para nada. Al contrario —Él sonrió, pero no fue gesto que lo tranquilizara—. No encontrarás ni una sola maldita etiqueta.
Luego, miró por el retrovisor e hizo sonar el claxon. Con Jungkook acercándose, estaban listos para partir.
[♥]
Cuando pasó la puerta de la entrada fue como si la noche cayera sobre él. No había manera de saber qué hora era allí adentro. La música era ensordecedora, extraña, pero parecía ir muy a la par con las luces que rebotaban de un lado a otro. Jimin tenía razón. No era un bar gay. Pero donde miraba, encontraría hombres descamisados besándose como si el mundo se fuera a acabar; junto a ellos, dos chicas hacían lo mismo, y junto a ellas, de nuevo, había toda clase de tríos jugando impecablemente con sus lenguas; estaba seguro que al menos dos de esas chicas no eran... chicas.
No era un bar gay. Sencillamente, había de todo.
—Podemos irnos si quieres —dijo Jungkook a sus espaldas, al ver el par de pasos hacia atrás que Taehyung inconscientemente había dado.
—¿Qué? ¡Claro que no! —respondió Jimin por él, sintiéndose un poco complacido al ver esa cara abrumada y ligeramente angustiada surcando las facciones de Taehyung—. Este chico de pueblo nunca ha estado en una fiesta pesada, así que haremos que se divierta.
Él hizo una seña y Taehyung brincó en su sitio cuando varias manos aterrizaron sobre él.
—Tranquilo, solo guardarán nuestras cosas en un casillero. Dios, estás siendo exagerado ahora mismo.
Pero Jimin tenía algo de razón. Una cosa era una reunión improvisada en un viejo basurero de carros y otra muy distinta era lo que veía. De hecho, no estaba muy seguro de entender lo que veía.
—Hey —De nuevo, la voz de Jungkook llegó a sus oídos; su brazo se cerró alrededor de la cintura de Taehyung, y este le miró incómodo—. Algo tengo que rescatarle a Jimin. Este sitio es perfecto para ti: nadie te conoce, nadie sabe nada de ti, nadie te volverá a ver, nadie te ha visto nunca. Relájate.
—¿Cómo estás tan seguro? —farfulló el pelinegro mirando el brazo de Jungkook. Estaba allí y a nadie parecía importarle, ni siquiera el personal que esperaba pacientemente por su chaqueta.
—Ay, por favor —Jimin rodó los ojos y enseñó la pantalla de su celular; no tenía botones, era de esos que solo veías en las películas americanas—. Esto fue lo que pagué por nuestras entradas. Si crees que alguien del lugar de donde vienes puede pagarlo, me harás reír.
—Puedes hacer lo que quieras —susurró Jungkook, rozando los labios contra su mejilla—. Quedarte o irte. A nadie aquí le va a importar.
A esa distancia, Taehyung se olvidó de cómo pensar.
—¿Harás que sea divertido?
El castaño mordió sus labios, sintiendo un angustiante retorcijón de emoción. Ver ese brillo dócil en los ojos de Taehyung lo llevó al extremo demasiado rápido.
—Siempre.
La idea de no preocuparse por los rumores corriendo por el pueblo fue tan llamativa que solo cerró los ojos, permitiendo que Jungkook lo besara. Fue el castaño quien lo ayudó a sacarse la chaqueta; si cayó en manos del personal o no, no le preocupó. En ese momento se sintió jodidamente bien ser besado por Jungkook frente a todos, y sostenido como si nadie más tuviera permiso de acercarse.
—Dios —siseó Jimin cuando se separaron, como un perfecto violinista pero un complacido espectador—. El sexo sí que debe ser de lo mejor. Aquí tienen la primera —En cada mano, levantó una pastilla—. Búsquenme en el VIP si quieren más.
Taehyung observó la suya con algo de duda. Se veía más colorida que las que conocía, hasta elegante, como de ricos. Jungkook tomó su mandíbula, acercándolo, y la pastilla que le había sido dada la empujó en la boca del pelinegro, justo debajo de su lengua. Abrió la boca para Taehyung y este hizo lo mismo, sonriendo al final.
—No dejes que se caiga —advirtió Jungkook, rodeando con fuerza su cintura una vez más para traerlo más cerca. Los brazos del pelinegro sostuvieron sus mejillas mientras reía.
—No te la tragues, tampoco.
Sus labios se juntaron en el segundo siguiente y fue como una chispa. El calor de sus lenguas y la saliva hizo que la pastilla pronto empezara a desintegrarse en su boca. El ácido colándose en el beso y combinándose con el sabor dulce fue el encendedor; de repente, la música comenzó a tener sentido y todo se sentía sincronizado: el ritmo, sus latidos, los labios de Jungkook y sus grandes manos tocando la piel bajo su camisa. La diferencia era exorbitante: las pastillas que vendía Ji-ho no lograrían ese efecto ni en un millón de años.
—Oh, por Dios —exhaló al separarse. De hecho, aquellas luces ahora se le antojaron divertidas; coloreaban el rostro de Jungkook de manera armónica, haciéndolo ver algo misterioso, como su sonrisa—. Oye. Esto va a sonar extraño. Yo nunca, uh... Nunca he bailado con un tipo. ¿Podemos? Pero... ¡ah!
Antes de decir nada más, Jungkook tomó su muñeca y lo llevó más al fondo, donde todos se arremolinaban y bailaban.
—¡Espera! No tengo ni puta idea de qué hacer, o cómo...
—No te pongas nervioso, te enseñaré —Con su muñeca aún agarrada, le dio media vuelta hasta que su espalda reposó sobre el pecho del castaño. De esa forma su cintura estaba firmemente sujetada y entre sus cuerpos no había distancia alguna. Su otra mano acarició su vientre y luego se posicionó justo sobre su entrepierna, pero no de una manera vulgar o brusca; a duras penas rozaba la tela de su jean, y eso era exactamente lo peor. —Verás, es fácil. Tú tendrás que follar esa mano... y de tu trasero me ocupo yo.
Taehyung lanzó la cabeza hacia atrás con una corta risotada, dejándola sobre el hombro de Jungkook. Bueno, era una explicación bárbara, pero podía hacerlo funcionar.
—Después de que acabe la canción, vamos por otra pastilla y por esas cosas —murmuró Taehyung, señalando con su mano un grupo de chicos con maquillaje neón en sus caras—. Quiero de esas pinturitas también.
¿Cuál era la mejor parte? Las vibraciones de la música recorriendo todo su cuerpo, el poco nítido vaivén de las personas a su alrededor, el calor de Jungkook contra su espalda; Taehyung se sentía relajado y tranquilo, y aunque no podía decir si era una emoción pasajera, lo cierto era que lo reconfortaba. No sabía si podía decir lo mismo de Jungkook: finalmente, le había arrebatado su día libre solo por estar allí con él. Pero no se le veía molesto o algo así. Aquel ambiente tan distinto al pueblo tal vez los hacía olvidar las molestias y amarguras, al menos un rato. Allí no existía Mai, no existía Min, no existía nadie que pudiera arruinar la velada.
—¿Otra? —preguntó Jimin al verlos llegar a la sala. La pregunta fue una cortesía: ya había un cóctel de todas las formas y colores esperándolos en la mesa ratona frente a él, mientras por su parte sostenía una copa de margarita en su mano—. Oh —bufó con decepción, al ver a Taehyung inclinarse por las papeletas y el platillo con marihuana—. Vaya chico aburrido resultaste ser.
Pero lo armó a una velocidad increíble. Pasó su lengua por el papel para cerrarlo y cuando lo encendió, le dio una honda calada. Jimin estaba preparado para recibir aquel fastidioso olor cuando exhalara, sin embargo, la mano de Taehyung fue a la nuca de Jungkook y lo acercó. Juntó sus labios con una mirada cómplice y todo el vaho se perdió entre ellos, lenta y juguetonamente. Al separarse, Jungkook soltó todo el humo por la nariz.
—No lo voy a negar, pensé que ibas a ahogarte con eso —rio Taehyung calmadamente. El castaño abrió la boca para contestarle, pero no fue su voz la que respondió.
—¿Ahogarse con esa nimiedad? No viste la época dorada de nuestro Jungkookie.
Lo rápido que reconoció esa voz fue doloroso. Taehyung giró su cuello con rapidez, solo para cerciorarse, pero el brinco de Jimin y el tenso cuerpo de Jungkook confirmaron lo obvio. No podía ser cierto. ¿Otra vez ese desagradable sujeto? Los nudillos de Taehyung escocieron por estamparse contra su cara una vez más, en especial mientras veía la mano atrevida de Yugyeom tomando algo de la mesa como si alguien se lo hubiese pedido.
—¿Qué mierda haces aquí? —preguntó Jimin, pero no estaba molesto. Se le escuchó cansado.
—¿Mm? Dijiste que estarías aquí. No dijiste que estarías con Jungkookie, por cierto —señaló él, esta vez mirando a Jungkook—. Antes de que hagas un berrinche, cariño. Como hiciste en casa de Seokjin. No todos tus amigos son malos, solo eres... un poco delicado.
—Kook, perdón. No pensé que esto sucedería —siseó Jimin, juntando sus manos sobre su boca en un gesto impaciente.
—Taehyung —Jungkook solo tomó su brazo—, vámonos de aquí.
Pasaba de discutir con él, con Jimin y pasaba de todo.
—No nos iremos —declaró Taehyung. Tenía otros planes en mente y uno de esos no era dejarse intimidar por un aparecido de pantalón de drill.
—Tú de nuevo —suspiró Yugyeom, tomando asiento en el sofá como amo y señor del lugar—. Al final tenía razón, ¿no? Jungkook y tú sí que se traían algo. ¿Qué? —rebatió al ver la mirada del pelinegro—. ¿Vas a golpearme de nuevo? Porque te sacarán a patadas.
Tampoco aguantar su mierda. Él estaba en la jodida ciudad, en un maldito club donde nadie podía reclamarle nada. Y estaba harto de sentir muy en lo profundo que no podría borrar la sombra de ese imbécil.
—Aún no uso mis pinturas. —Taehyung se inclinó hacia Jungkook, susurrando para él. El castaño lo miró como si no pudiera creer lo que estaba pidiendo, o más bien sin entender por qué justo en ese momento decidía ser testarudo.
—Taehyung...
—Tráelas. Las quiero por todo mi cuerpo, pero sobre todo, las quiero en todo tu cuerpo. Y voy a mostrarles a todos mi obra de arte.
Sonrían ❤️
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