12 - {I}
Viernes, 25 de marzo de 2010
—Te lo digo —Yunha insistió, codeándola—. Yo sé lo que vi.
El mañanero canto de los pájaros y la fría y tenue neblina de la mañana era su compañía ese día mientras caminaba al trabajo. También Yunha, claro. Pero no la necesitaba a ella, tampoco a sus telenovelas.
—Escucha, estábamos juntas. ¿Cómo es que no lo vi? —preguntó.
—Él trabaja contigo, ¿no? —Nuevamente, su amiga la zarandeó del brazo—. Sabes lo que dicen de él. Y ya viste su cabello. Él estaba abrazando a Taehyung anoche.
Mai resopló bajo su aliento. Los amigos se abrazan, pensó. O más bien asumió. Pero no imaginó que ellos dos fueran... amigos. El pensamiento la hizo sentir incómoda otra vez.
—Estás loca —concluyó, avistando la entrada del autoservicio mientras más se acercaban. Podía ver a su compañero de trabajo en la caja. Jungkook. Sí, con su cabello castaño y aquellas mechas rosadas era algo... llamativo. Vale, tenía que admitirlo. Algo raro sí era. Pero Taehyung era Taehyung, y con eso lo explicaba todo.
Se despidió de Yunha y recibió el turno en la caja. Después de la noche anterior, Jungkook no se mostró más amable; de hecho su trato era bastante cortante y Mai sintió amargo en su estómago. Él era tan engreído. Como si venir de la ciudad le diera alguna clase de status. ¿Cómo podía caminar a sus anchas como amo y señor del mundo cuando todo el pueblo susurraba esas cosas a sus espaldas? Seguro que estaba enterado.
—Y esta noche, por favor, deja las malditas llaves en su lugar —dijo Jungkook colocando su maleta en sus hombros, listo para partir—. No quiero ir a buscar tu ingenuo trasero a un bar porque te has llevado las llaves.
Mai le miró apretando la mandíbula.
—Creo que deberías irte.
—Min quiere que vendas el pudín de microondas, está por vencerse. Invéntate una promoción o algo así.
Mai largó un suspiro de frustración cuando por fin se fue. No le agradaba, pero... bueno, tenía que admitir que la noche anterior había sido un poco tonta. ¿Qué esperaba, acaso? Era la pregunta que se hacía a sí misma. ¿Esperaba recrear una maravillosa historia de amor juvenil donde el chico apuesto y malo se enamoraba de ella por su adorable torpeza, sus nobles sentimientos e inexistente voluptuosidad? Se recostó en la cinta, puchereando. La chica de ayer tenía enormes melones.
En cambio, en la lotería se había ganado a Ji-ho. Ugh. Ni siquiera era feo. Solo... tenebroso. Y corriente y ordinario. Aunque era amigo de Taehyung, no podía meterlos a los dos en el mismo costal. Él era más... refinado. Y misterioso.
Fue la campana del local quien la sacó de su ensoñación. Casi brincó en su sitio al ver que se trataba de Taehyung. ¡Hablando de rey de Roma!
—¡Pudín! ¿Quieres probar nuestro bienvenido? ¡Digo...!
Y hablando de lo nerviosa que la ponía. Taehyung le dio una mirada. Esas miradas. Sus piernas se volvían gelatina, y ni siquiera llevaba su chaqueta de cuero. Una sencilla camisa blanca adornaba su amplio pecho y hermosos bíceps. Él cada día se veía mejor. ¿Alguien podía culparla?
—Mmm, eres tú —musitó Taehyung. Había decidido que omitiría la noche anterior. Sencillamente no había pasado para él. No quería lidiar con niños.
—Sí, ¿esperabas a alguien más en la caja? —preguntó Mai en un intento de broma. En realidad, en un intento de coquetear. Pero Taehyung viró la mirada hacia ella con una intensidad abrumadora, y al mismo tiempo, las palabras de Yunha volvieron a su cabeza.
—No —respondió él.
Solo venía por algún paquete de panecillos o lo que fuese para comer antes de ir al trabajo. ¿Qué demonios con esa pregunta? Con fastidio, tomó la primera bolsa que le llamó la atención y lo dejó en la cinta mientras buscaba en su bolsillo por algún billete. Su billetera aún estaba perdida; no tenía su licencia, no tenía su identificación y bueno, eso era otro dolor de cabeza que debía solucionar en la ciudad.
—Lo siento —farfulló Mai pasando el paquete por el lector de precios—. Por lo de ayer.
—Déjalo, no me importa. No tienes lo que busco y no me interesa lo que ofreces —respondió Taehyung sin miramientos. De hecho su expresión tan indiferente era algo dolorosa y Mai, angustiada, preguntó:
—¿Qué se supone que estás buscando?
A eso, Taehyung no pudo hacer más que sonreír a medias.
—¿Sexo? —Y sí, fue una pregunta, una que lo hizo soltar una corta carcajada. ¿Qué buscaban las personas como él? A ese punto, buscaban cualquier cosa. ¿No?
Las mejillas de Mai se colorearon furiosamente mientras recibía el dinero. No se atrevió ni siquiera a tocar su mano con esa declaración. Por suerte para ella, la campana de la puerta volvió a sonar, anunciando a un nuevo cliente. Pero este los dejó un poco perplejos a ambos. A sus espaldas, se alzaba una alta camioneta que quedó oculta tras los múltiples letreros en la puerta. El dueño miró el lugar panorámicamente, deshaciéndose de las gafas de sol que llevaba aunque el día no estaba soleado en absoluto. Una burbuja de goma de mascar explotó en sus labios cuando los miró.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Mai con recelo. Su cabello era rubio, pero no se parecía ni de lejos al cabello teñido de Ji-ho. Se notaba cuidado, suave, brillante. Los panecillos en la mano de Taehyung cayeron al suelo, llamando la atención de ambos. Con afán, los recogió.
—Hola —dijo el desconocido—. Estoy buscando a alguien. ¿Creen que puedan ayudarme?
—¿Te he visto en algún lado? —cuestionó Mai en cambio, frunciendo el ceño. Sí. Su cara era similar. Bastante atractivo, con la piel como la de un bebé. ¿Tal vez un comercial en la televisión, o una revista? Seguro era modelo.
—Park Jimin —contestó el rubio, y para sorpresa de ambos, Taehyung también. El pelinegro se sintió bajo dos reflectores cuando ambos voltearon a mirarlo.
—¿Oh? Tengo fanáticos incluso en este recóndito lugar —señaló Jimin, complacido. Taehyung tosió con incomodidad bajo la mirada inquisidora de Mai.
—No seas ridículo. Te recuerdo de las noticias —lo corrigió—. Si no estoy mal, chocaste con...
—Detalles —siseó Jimin cerrando su puño como el director de una orquesta para callarlo—. Como sea. Busco a Jeon Jungkook. ¿Lo conocen?
[♥]
Quince minutos. Tal vez veinte o tal vez media hora, pero no más de eso. Fue el tiempo que Jungkook tuvo para cerrar los ojos antes de que furiosamente golpearan a su puerta y le arrebataran su preciado descanso.
Su madre finalmente había sucumbido a la desesperación: sus maletas estaban listas en la sala, junto a las de su padre, y partirían a la ciudad al mediodía. Seguramente su madre estaba con alguna de sus vecinas, y de su padre no tenía noticias.
Cuando la segunda tanda de golpes en la puerta amenazó con tirar la puerta, Jungkook supo que no se iba a salvar de abrir. Arrastrando los pies llegó a la sala. Las ventanas aún no habían sido repuestas: con el pueblo en medio de protestas, ni siquiera el hombre de la ferretería quería moverse lejos de su local. De todas formas, ¿quién querría ayudarlos? El nuevo contador, en quien no podían confiar, y su hijo, presuntamente gay.
—Ya va, ya va. —A la tercera, Jungkook decidió que alguien iba a necesitar una ambulancia y no precisamente él. Abrió la puerta de un tirón y entonces solo vio un torbellino de furia con olor a cigarros mentolados.
—¿Qué demonios, Jungkook? ¿Dónde están tus malditas ventanas? Esto parece un basurero. ¡Esto es un basurero! —Todo fue manoteos y zarandeos por unos segundos, y luego todo se detuvo—. Oh, veo las maletas. Así que te vas. Perfecto. Estaba por sugerirlo. Este pueblo está horrible.
—Jimin —exhaló Jungkook, confundido. ¿Por qué él estaba allí, frente a su puerta? ¿Cuándo había regresado al país, cómo supo dónde encontrarlo y cómo había dado con su casa?
—Sí, hola. Estuve escribiéndote. ¿Necesitas otro celular? Es que no contestas —Siempre apresurado, siempre un pequeño tornado. Mientras hablaba, ya se había invitado al interior. Observaba todo con ojos críticos y no se detenía en nada por más de un segundo. Cuando se volteó, encontró a Jungkook observándole sin mucha gracia—. ¿Qué?
—Creí que les dije que no los quería cerca —suspiró. No podía llamarlos amigos, a ninguno de ellos. Y darse cuenta y aceptarlo había sido un proceso doloroso. No lo necesitaba a él—. Gracias por tu visita. Creo que puedes irte ahora.
¿Irse? ¿Irse? Jimin iba a explotar. Un día estás plácidamente en un hotel de Hong Kong, en una espectacular sesión de fotos, y en el minuto siguiente te llega un mensaje de tu amigo diciendo que todo se ha ido a la mierda. Un amigo llamado Seokjin. Maldición. Un día llega un niño idiota, dientón, demasiado acostumbrado al dinero de sus padres, y al minuto siguiente no sabes cómo sacarlo del lío en el que se ha metido. Un día a ese brillante chico le hicieron mierda el corazón, y al minuto siguiente la culpa va a comerte vivo. ¿Cómo podía dejar las cosas así?
—¡Ya hemos hablado de esto! —replicó Jimin, ceñudo—. Y por hablar me refiero a mí tratando de explicarte a ti lo que no quieres escuchar. Escucha, pensé que tú lo sabías desde el principio.
—Jimin —Jungkook cerró los ojos, cansado. Hablar de Yugyeom era lo último que deseaba.
—Es decir, nadie se acerca a él. Su reputación lo precede. ¡Y tú te metiste de cabeza! Pensé que lo sabías —insistió exasperado—. Tal vez yo olvidé mencionarlo pero vamos, estuve más tiempo en Hong Kong que aquí. ¿Cómo puedes estar enojado conmigo?
Su palabrería salía disparada a cien kilómetros por hora. Jungkook volvió a suspirar. Ni siquiera estaba enojado ya, con ninguno. Solo cansado y con ganas de enterrar todo. Aun así, le gustaría no escucharlo hablar como si la víctima del asunto fuera él. Ni siquiera sabía si ese barato intento de disculparse era real o era solo su asfixiante necesidad de estar bien con todos.
De todas formas, estaba echando tierra sobre el asunto, un puñado a la vez. ¿Podía alguien entenderlo?
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó en cambio. Ya estaba en su casa, en su sala, y por esa pose obstinada podía apostar que no se iría sin tener lo que deseaba. Qué más daba.
—Tu padre salió en las noticias —respondió Jimin. Sus ojos grandes se veían asustados e inquietos—. Solo pregunté un par de veces antes de llegar a esta casa.
—¿Le dijiste a alguien?
—¡No! —Enfurruñado, el rubio pisoteó—. ¿Qué imagen tienes de mí? Jungkook, en esta parvada de idiotas, eres el único que puede salvarse. De verdad lamento lo que pasó. Yo aun te considero mi amigo.
Esa palabra le recorrió la espalda como un escalofrío. Desvelado, irritado después de ir a un bar a buscar a Mai por su despiste y harto en general, Jungkook dijo:
—Mira. Necesito dormir. Cuando despierte, hablaremos.
—Promételo.
—Hablaremos —repitió—. Y cuando mamá te vea aquí va sacarte a patadas, así que, no sé, haz turismo en el pueblo o lo que quieras.
—Ni hablar. Las calles de este lugar van a dañar las llantas.
—Caminando.
Ew.
—Eh, sí, no me parece. Mira, aquí hay televisor y un sofá. Me quedo —expresó estirándose a sus anchas en el mueble—. Lidiaré con tu madre luego.
—Como quieras.
[♥]
Hoseok bajó la velocidad cuando se acercaba a la bodega. Vio a Taehyung de pie junto a su motocicleta, mirando el celular. El ruido del motor lo obligó a levantar la cabeza y Taehyung le dio un corto asentimiento como saludo. Llevaba esos días fuera del pueblo.
—¿Vas de salida? —preguntó Hoseok, aparcando junto a él. Dio un barrido panorámico al pelinegro con disimulo. Se le veía mejor, un poco recompuesto, aunque aquella expresión helada y vacía seguía en sus fascias.
—Uh-hum —Taehyung asintió y guardó el celular—. Chaewon dice que vendrá al funeral y quiere saber si puedo hacerle de chófer.
—¿Planeabas ir?
No lo sabía. No quería estar rodeado de gente que solo asistiría por obligación o por morbo. No deseaba escuchar llantos, largas palabras de adiós y cordiales condolencias, cuando sabía que, en un mes, todos ellos se olvidarían de su tumba. Encontraría las flores de los padres de Jennie, y no más.
—No lo sé aún —resolvió decir, alzándose de hombros. Hoseok lo vio subir a la moto con un largo suspiro y luego lo vio desaparecer bajo el clemente sol del mediodía.
Ahora bien. Era su turno de suspirar. En primera instancia porque no podía ser posible que dejara solos a ese par de inútiles por tan poco tiempo y aun así lograran armar un desastre, cuando él estaba tratando de solucionar aquel lío. Los vio tranquilos en el sofá de la bodega, lanzados como zánganos mientras jugaban a las cartas. Con rabia, Hoseok volcó la mesa donde el mazo de cartas estaba y luego apagó la música.
—¡Oye, oye! —siseó Ji-ho, levantándose como un resorte—. ¡Ya lo solucionamos, de verdad!
—Quebrarle las ventanas al contador no va a solucionar una mierda —gruñó Hoseok, empuñando su camisa—. ¡Necesitamos el maldito dinero, no terminar detenidos!
—El hombre va a aceptar —declaró Han Bin muy seguro, tranquilo pese a la tensa situación—. Además, el sheriff está muy ocupado con las protestas como para lidiar con un par de ventanas quebradas.
—Hombre, sí —Ji-ho le dio unas palmadas para apaciguarlo—. Además, créeme, aceptará.
Hastiado de su tono confiado, Hoseok lo soltó con un empujón. Ni siquiera sabía si debía fiarse de su palabra. Finalmente había sido su idea llegar a Jungkook primero, y solo para quedar como payasos. Lo único que sabía es que necesitaban el dinero o la banda de Junhui terminaría por quedarse con toda la zona, y entonces ellos estarían en grandes problemas.
Hola! He estado tan ocupada, lo siento. No puedo con el cansancio je :'') El siguiente capítulo estará pronto, gracias por todo <3
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