11 - {III}
Jungkook pensó en la situación detenidamente mientras su madre temblaba como un cervatillo bebiendo de su té de mil hojas, recomendado por la vecina del lado.
No estaba asustado, a decir verdad. Si hubieran querido lastimarlos, lo habrían hecho de alguna manera. Pero ese bate y el berrinche de estallar las ventanas era bastante familiar para él. ¿No había sido la misma manera en la que Ji-ho lo había convencido de ir a Busan con ellos?
Otra amenaza. Hoy serían los vidrios de su casa, ¿pero mañana? Eso sí lo inquietaba un poco.
—Tranquilidad. Tranquilos todos —repetía su padre como un mantra. Se veía perturbado pero no sorprendido. Jungkook concluyó que él lo sabía. Seguramente, después de recibir la negativa por parte del hijo, habían ido a buscar al padre.
Aquella situación era divertida. Ji-ho era un ingenuo si creía que de verdad ellos serían el tipo de familia trágica que haría hasta lo imposible para protegerse entre ellos entre lágrimas y súplicas. Jungkook no metería las manos al fuego por su padre, y Jeon Sanhyeo tampoco lo haría por su hijo.
Pero lo haría por sí mismo. Por su trabajo, por su salario, por su imagen. Por eso ahora se le veía sudando frío mientras sus ojos se movían ansiosos por la habitación llena de vecinos preocupados. Él terminaría aceptando, con tal de que todo su capital permaneciera intacto.
—El sheriff tendrá que solucionar este problema —declaró su padre con vehemencia para cerrar la noche.
¿El sheriff lo haría? En su cama, Jungkook meditó la respuesta. ¿El mismo hombre que lo había echado a patadas del hospital sin ninguna razón ayudaría a la familia del chico gay? Quería verlo. Quería ver ese brillo orgulloso y testarudo doblegándose por las órdenes del hombre que le aseguraba el sueldo. Le confería un placer inexplicable imaginarse la escena.
Ese hombre se parecía mucho a su hijo, ¿no? Rodó en la cama con una risa tonta. No tenía que preguntarse de dónde había salido el temperamento de Taehyung. Siempre enojado y malhumorado, un día sí y el otro también.
¿Sabría lo que había sucedido? Taehyung presumía de sus amistades, pero Jungkook estaba seguro de que no era algo bidireccional. Él no sabía muchas de las cosas que ocurrían con Hoseok, Ji-ho y Han Bin, aunque sucedieran bajo sus narices.
¿Había alguna razón? Pensó que, tal vez bajo todo ese malhumor, Taehyung en realidad era un cobarde. Quizá le temía a su padre, el sheriff, pero esa también podía ser la razón por la que sus "amigos" lo tuvieran cerca. Se meterían en menos problemas con el hijo del sheriff a su lado, ¿no?
Y por supuesto, estaba Chaewon. La hija del gobernador. Si estaba con ellos, ¿quién en contra?
Aquel pueblucho ya se sentía como una pesadilla, pero presentía que podía ponerse peor.
[♥] Jueves, 24 de marzo de 2010
Cuando los padres de Jennie regresaron al pueblo, la voz se corrió como una llamarada. Su pequeña niña no había soportado la intoxicación. El entierro se haría el sábado.
Como si la casa del contador no fuera suficiente, la casa del gobernador se había llevado la peor parte ahora que todos sabían de la muerte de Jennie. Además de destruir la fachada, la habían saqueado como la tumba de un faraón y lo poco que quedaba eran destrozos y cosas inservibles en el suelo.
La noticia se extendió como la pólvora en el pueblo. Las protestas ya habían comenzado y el sheriff estaba por perder la cabeza. Dos policías y un perro no podían hacer mucho para detener la horda rabiosa que protestaba frente al ayuntamiento, que con las puertas y ventanas cerradas hacia oídos sordos a los gritos.
Jungkook sabía que la familia del gobernador no estaba en el pueblo, mucho menos el hombre. Su padre apenas había logrado regresar intacto del ayuntamiento esa mañana.
—¿Para dónde crees que vas? —preguntó su madre al verlo arreglando su cabello frente al espejo. Las raíces comenzaban asomarse un poco bajo el tinte castaño y las mechas rosadas ahora se veían pálidas, pasteles.
—¿A qué te refieres? —Le devolvió la pregunta mirándola a través del espejo con el ceño fruncido—. Tengo que ir a trabajar. —Su turno comenzaba a las siete.
A su madre no le agradó la respuesta. Ella recogió sus brazos hacia su pecho con una mueca de angustia.
—¿Cómo puedes salir después de lo que sucedió? —inquirió a media voz. Se refería a las ventanas astilladas ahora cubiertas por bolsas de plástico negro, a los cristales regados por el suelo aún, sobre el sofá también. La noche anterior, apenas había podido dormir y ahora lucía completamente distinta de la mujer que él conocía: aún en su ropa de dormir, sin maquillaje, desaliñada, envuelta en una sábana como si la tela pudiera protegerla del mundo exterior.
Jungkook no quería ser cínico, de verdad que no, pero de haberlos querido muertos, ya lo estarían. Y los fantasmas no lavaban dinero, mucho menos para complacer a los vandalillos del pueblo. Era un perder-perder.
—¿Por qué no empacas tus cosas? —insistió su madre—. ¿Qué tal si vamos a un hotel en la ciudad? Estar aquí es peligroso. ¡Mira cómo está el pueblo!
—El gobernador acepta sobornos, permite que el río se contamine y todo el acueducto se llena químicos tóxicos que terminan por dañar a una decena de familias —dijo Jungkook, parpadeando—. ¿Esperas que ellos estén celebrando?
Además, su jefe no había mencionado nada acerca de no ir a trabajar. El ayuntamiento estaba lo suficientemente lejos.
Sin más que añadir, dejó su casa para poder llegar con el tiempo justo al trabajo. Ya había aprendido la lección: llegar temprano no pagaba más, y tenía que hacer trabajo extra.
—Oh, por Dios, Jungkook. ¿Ya viste la hora? —En cuanto puso un pie dentro del autoservicio, Mai brincó fuera de la caja—. ¡Faltan dos minutos para las siete!
—Y todavía considero que he llegado muy temprano —replicó el castaño, sin entender la molestia de su compañera.
—Apúrate. Necesito entregar mi turno para irme —apremió la chica con las manos en la cintura. Jungkook se preguntó si acaso no estaba tomándose demasiada confianza. Ahora que Jennie no volvería, seguramente el puesto sería suyo de forma permanente.
—¿Cuál es el jodido afán? —preguntó con cansancio. Su pregunta fue respondida cuando la puerta del autoservicio se abrió detrás de él, revelando a otra chica, como de su edad, pero esta pelirroja. Llevaba un amplio escote aunque sus senos no eran más que dos naranjas y sus labios estaban rojos, demasiado llamativos.
—Mai, pensé que ya estarías en tu casa —le reprochó ella, ceñuda—. Perdemos tiempo. ¡Podrían irse!
—Sí, dame un momento, Yunha. ¡Un momento! —Entusiasmada, Mai se giró hacia él, extendiéndole un cuaderno—. Aquí está la base. La conté dos veces, no hay errores. Confía en mí. ¡Que tengas buen turno!
Se levantó en una carrera de su silla y Jungkook tomó su hombro, sentándola de un empujón nuevamente. Si "confía en mí" sirviera para algo, el mundo sería un lugar muy distinto.
—Contaré el dinero y entonces podrás irte —declaró—. De todas formas, ¿adónde van? —Porque la verdad, aquella chica pelirroja no le daba muy buena espina.
—Solo a un bar junto al puente —respondió Mai con desdén—. Vamos, cuenta el dinero.
Mientras lo hacía, las escuchó cuchichear animadamente en la puerta. Pensó que por ser la hermana de una de las amigas de Jennie se encontraría algo más... triste, pero lo cierto es que ella se veía radiante, como si nada estuviera pasando.
—Eso es todo —puntuó después de contar. Al menos las cuentas cuadraban con lo escrito en el cuaderno que ella le había dado.
—Bien, me voy. Oh, por cierto. Hace una hora llegó el pedido de los lácteos. ¿Puedes surtir la nevera por mí? —pidió Mai haciendo ojos de cachorro. Enormes bolsas de leche esperando por ser levantadas del suelo. Un trabajo para alguien menos perezosa que ella.
—¿Hace una hora llegó y quieres que yo...? —Pero su amiga ya estaba llevándola lejos, casi a rastras. Jungkook se tragó una maldición. Ya extrañaba a Jennie y lo peor era que... mierda, no iba a volver. Antes se sentía como una pausa. Un continuará. Y ahora alguien había puesto el punto final, no habría otro capítulo.
Fue la primera chica que conoció en el pueblo y la más amable también. No podía decir que le dolía, pero sentía un vacío extraño en su pecho si pensaba en eso detenidamente.
Se preguntó qué sentiría su jefe. Él estaba en la oficina, seguro; dejaba el local a eso de las diez de la noche en un día normal. Aunque lucía duro como un roble, guardaba cierto cariño especial por los jóvenes del pueblo, o al menos así lo había hecho ver el día anterior con la visita de Taehyung. Incluso con él, un desconocido recién llegado al pueblo, había sido amable y atento.
También se preguntó por Taehyung. Había mencionado que Jennie era una amiga, y aunque no conocía los detalles de su relación, parecían bastante cercanos cuando se encontraban en el autoservicio. No estaba seguro de qué pensar. Toda imagen que tenía de Taehyung en su cabeza ahora era otra.
—Bien, ese yogurt griego no se va a surtir solo —suspiró haciendo tronar su cuello. Solo había un problema: se dio cuenta de que la puerta de la bodega estaba cerrada. Regresó a la caja en busca de las llaves, pero tampoco las encontró allí.
—¿Señor Min? —Tocó la puerta de su oficina con los nudillos—. Necesito las llaves de la bodega.
—Mai las tenía —le informó su jefe abriendo la puerta—. La cerró porque vio un ratón merodeando. Ish, cada vez que se acerca la primavera salen como plagas.
Sin agua potable, sin energía eléctrica cuando llovía, y ahora ratas primaverales. ¿De qué círculo del infierno había salido ese pueblo? Todavía quería saberlo.
—Bueno, las llaves no están. Se las llevó —concluyó con un bufido—. Y los lácteos que ella no acomodó se echarán a perder si los dejo toda la noche allí. —Mai tenía tanto afán por salir que seguro había olvidado dejarlas en su sitio habitual.
—Esta niña —suspiró su jefe, reuniendo paciencia—. Llámala. Si no puedes contactar con ella, ¿podrías ir a su casa, por favor? Es la casa azul detrás de la iglesia.
[♥]
—Vamos, vamos. Apúrate —apuró Yunha con una sonrisa de emoción—. ¿Tienes tu identificación?
Mai asintió apretando la pequeña tarjeta en sus dedos. Demonios, Yunha se veía tan bien en su falda y aquella blusa. Además, había tenido más tiempo para arreglarse que ella. Yunha era pequeña, los tacones le sentaban bien. Mai se sentía como una enorme jirafa, pero recién nacida, tropezándose con esos tacones por la poca luz que tenían las escaleras hacia la entrada del bar.
—Sí, aquí está mi identificación —murmuró apretándola en su mano. Era lo único que llevaba, y un billete entre el sostén, por si acaso. Aunque el hombre de la entrada no le prestó atención a su ID, mucho menos les cobró la entrada. Fue como si su cerebro se lavara en cuanto vio a Yunha, su despampanante sonrisa y su carismático saludo.
Era el bar en el que trabajaba su hermana, pero de todas formas se sentía un poco nerviosa. Yunha había dicho que era la única manera de cruzarse con él y llamar su atención, aunque la última vez no tuvo suerte. Ese día, la luz que brillaba sobre ellos era violeta y la música era suave, baja.
—¡Mira! Allí está. Mai, allí está —siseó la pelirroja, codeándola con emoción. Mai sintió que sus rodillas se desvanecieron una fracción de segundo por los nervios. Mierda, sí. Esa noche, él estaba allí.
Tal vez, si no se hubiera enterado que Chaewon había dejado el pueblo, nunca se hubiera atrevido a intentarlo. Taehyung estaba en las mesas de la zona preferencial, lejos de la muchedumbre que había convertido la pista de baile en un hormiguero. Su rostro bajo el reflejo morado parecía más angulado, su sonrisa serena era misteriosa y atrayente. ¿Pero por qué pensó que, con Chaewon lejos, ella tendría oportunidad? La sonrisa le era dedicada a una chica que estaba junto a él en el sofá, riéndose con complicidad entre ellos, susurrándose el uno al otro.
—¿Estamos jugando al gato y el ratón? —preguntó una voz a su lado. Antes de poder reaccionar, el dueño de aquella voz cerró su brazo alrededor de su cintura, tirando de ella muy cerca—. Huiste de mí la otra noche, bonita.
Mai lo miró con ojos grandes, de sorpresa. Tal vez había huido porque él era especialmente aterrador, con tantos tatuajes y perforaciones en su cara. Aquella sonrisa de víbora se ensanchó más y su otro brazo tomó a Yunha de la misma manera, como un pulpo.
—Mi nombre es Ji-ho. Déjenme invitarlas a un trago —dijo.
Si Mai tuvo algún mínimo deseo de pelear, este desapareció por completo al ver que se dirigían a los asientos en la zona preferencial. No podía llamarse VIP, al menos no en ese pueblucho. Solo era una larga fila de sofás a un costado de la pista de baile donde los grupos de amigos podían sentarse a beber lo que la casa ofrecía.
¿Entonces era amigo de Taehyung? Eso parecía, por la manera confiada en la que chifló para llamar su atención. El pelinegro despegó la mirada de la chica con la que hablaba y la miró. ¡Dios mío! Aquellos ojos eran tan hermosos. Eran oscuros, venenosos, ardiente como un carbón a las brasas. Su mirada molesta iba a llevarla al hospital.
Seguro su cabeza no rescataba una cosa: no era una mirada molesta. Él estaba molesto. ¿Qué demonios hacia ella allí? Era un dolor de cabeza que no necesitaba. Y en brazos de Ji-ho, que era lo peor de todo. Él la exhibió como un trofeo. Seguro que se refería a ella todas las veces que mencionó estar esperando a su mejor apuesta.
Nada que poner aquí. Sonrían c:
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