
Rubeus Lucida
—Doblas...
Rubius, al notar la voz dubitativa de Vegetta, sacó la sartén del fuego y miró sobre su hombro al pelinegro alzando una ceja —¿Sí?
—Creo que algo anda mal con Spreen.
El primer instinto de Rubius fue salir corriendo a donde, por su olfato, sabía dónde estaba su pequeño, sin embargo, se tranquilizó al no escuchar sus pequeños quejidos ni detectar el olor a sangre o lágrimas en el ambiente.
—¿Por qué? —preguntó al fin, girando su cuerpo completamente para quedar de frente al sabio — ¿Hizo algo?
—No, no, es que no hace nada.
—¿Cómo? —arqueó una ceja, intrigado.
—Llevo un rato llamándolo para lavarse y bajar a comer, pero sigue mirando por la ventana como si no me escuchara. Si hasta me acerqué porque pensé que se habría quedado dormido, pero no, solo está ahí sentado, con la mirada perdida.
La reacción de Rubius fue sonreír y Vegetta no podía estar más extrañado, tras asegurarse de apagar el fuego de la estufa, ambos se encaminaron hacia la habitación del pequeño híbrido de oso, lo encontraron justo como Vegetta había dicho: mirando fijamente hacia el exterior por la ventana con sus brillantes pupilas amatistas, ambas manitas pegadas contra el cristal y labios ligeramente entreabiertos.
—¿Lo ves? —preguntó angustiado el mago, y Rubius, tras inspeccionarlo un par de segundos más, rompió en una sonora carcajada— ¡Doblas! ¡Esto es serio!
—Vamos a ver ¿Ya miraste lo que llamó la atención de Spreen?
Vegetta arqueó una ceja ante eso último, esta vez siguiendo la dirección de la mirada del pequeño osito hacía el exterior.
Al bonito campo de amapolas a la lejanía, brillando en vibrantes rojos con el atardecer.
—¿Las flores? Sí, son lindas, pero están ahí todo el día, ¿por qué justo ahora?
—Vegettita, tienes que poner un poquito más de atención a su entorno —los ojos verdes de Rubius brillaban cual esmeralda mientras con una sonrisita cómplice guiaba al pelinegro por los hombros, señalando con su dedo a un punto fijo en medio del campo.
Vegetta tuvo que entrecerrar los ojos y agudizar la mirada, una de las claras desventajas de ser el único humano en su pequeña familia, pero tras un poco de esfuerzo pudo verlo al fin.
Sonrió enternecido.
—Nunca te lo dije, ¿verdad? —Rubius habló de nuevo, en un susurro contra su oído, acariciando afectuosamente la cabecita de Spreen— Nosotros los osos--
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—Vegetta...
El sabio alzó la mirada de los planos de construcción en sus manos, sorprendido de ver a Missa de pie frente suyo, el chico no era de andar solo, y ciertamente el viaje hasta su torre no era corto.
—Pero chaval —sonrió contento, dejando a medias su trabajo para acercarse al menor— ¿Qué te trae por aquí? Pasa, pasa, ¿te apetece algo de tomar?
—No gracias, yo solo venía... lo que pasa es... —empezó arrastrando un poco las palabras, claro signo de su nerviosismo, el mayor lo miró pacientemente, inspirándole a continuar— Creo... creo que algo anda mal con Spreen.
—¿Spreen? —repitió, sorprendido.
Conocía al chico de historias y de vista, venía en su mismo vagón rumbo a la Isla, pero lo que ciertamente le sorprendía era saber que el híbrido de oso, siempre solitario, fuerte y auto suficiente estuviera mal en algún aspecto.
—¿Mal cómo? —contestó— ¿Está herido?
—No lo creo.
—Seguro molesto, le habrán ganado en alguna pelea.
—Pregunté, pero nadie ha hablado y mucho menos peleado con él en días.
—¿Entonces qué es? —presionó, realmente intrigado.
—Bueno —empezó, jugando con sus dedos—, ha estado construyendo algo, un bar, para la Isla.
—Me parece una grandiosa idea —sonrió Vegetta—, increíble para romper el hielo con todos los de aquí.
Missa rio nervioso, quizás decirle que el híbrido planeaba usar el bar solo como distracción para en realidad llevar a cabo carreras ilegales de tortugas era mala idea...
—El caso es que he estado ayudando con eso, pero hay momentos en los que Spreen se pierde ¿sabes? Se queda como paralizado mirando a la nada, y no importa cuantas veces lo llame, no responde. Luego de un rato vuelve a la normalidad...
—Bueno, eso parece raro —llevó una mano a su barbilla y elevó la mirada al cielo— ¿Hay algún patrón?
—Lo hace al amanecer y al atardecer, pero solo desde que empezamos a construir el bar en medio del muro —encogió los hombros Missa, esperando que esa información le sirviera al gran sabio.
—Momentos importantes que tienen que ver con el Sol... —Vegetta concluyó mientras cerraba los ojos, buscando en sus memorias cualquier escrito que hubiera leído sobre los osos.
"Nunca te lo dije, ¿verdad?"
El mayor se sobresaltó al escuchar una voz justo al lado de su oreja, abrió los ojos con sorpresa, pero además de Missa y él no había señales de alguien más.
—¿Todo bien? —preguntó tímidamente el contrario.
Extraño, pensó Vegetta, cómo ese curioso suceso, además de sorprenderlo de sobremanera, le trajo a la mente información bastante interesante sobre los osos que parecía estar grabada en lo más profundo de sus recuerdos.
Con un raro sentimiento de melancolía, comenzó a hablar:
—Creo que solo es cuestión de poner un poco más de atención a su entorno. Veras Missa, los osos--
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El sol comenzaba a ocultarse cuando Missa regresó al otro lado de la isla, esa visita a la torre de Vegetta tomó mucho más tiempo del esperado.
Anduvo caminando a un costado del gran e imponente muro que dividía lo largo y ancho de Isla Quesadilla, en su camino saludó a la pequeña comunidad de Villa Sacapuntas cantando con Wilbur a la guitarra, y un poco más adelante a Fit quién recogía algunos materiales de su pequeña e improvisada guarida, siguió recto hasta dar con las escaleras que subían hacía el bar de Spreen.
Ajustando la mochila en su espalda, cargada con regalos del sabio para él y sus amigos, comenzó a subir uno a uno los escalones, iba justo por la mitad cuando pudo visualizar a Spreen afuera, de pie, con los antebrazos recargados contra el barandal exterior y mirando un punto a la lejanía casi sin pestañear.
—¿Spreen? —le llamó en voz alta desde su lugar, suspirando pesadamente al no recibir respuesta de nuevo.
Se dio media vuelta, dispuesto a regresar a casa cuando escuchó al híbrido suspirar, miró sorprendido sobre su hombro mientras las palabras de Vegetta de algunas horas atrás volvían a su mente:
"Creo que solo es cuestión de poner un poco más de atención a su entorno. Veras Missa, los osos--"
Avanzó los pasos que le faltaban para llegar al lado de Spreen y siguió la dirección en que miraba el pelinegro, parpadeando confundido cuando se topó con la casa que construían.
Parecía simple a la vista, pero tras mirar por varios segundos más lo entendió.
Los últimos rayos de sol se asomaban tras el muro y se reflejaban en el lago, haciéndolo brillar y también chocaban en el gran vitral del segundo piso que Roier insistió tanto en poner, enviando múltiples halos de diferentes colores a lo largo del terreno.
En verdad era una vista preciosa, tenía que admitir.
—Oh —exclamó más para sí mismo que para el propio Spreen, aun perdido en la escena frente a ellos, recordando las palabras del sabio:
"Los osos tienen la capacidad de apreciar la belleza a un nivel más intrínseco que los humanos. Si encuentran algo que ellos consideren hermoso pueden pasar un largo rato admirándolo, es como si todo lo demás a su alrededor desapareciera."
Suspiró aliviado y mucho más tranquilo tras confirmar la teoría de Vegetta, decidiendo que necesitaba aprender más de los osos para evitarse otro susto innecesario, Missa emprendió el viaje de vuelta a casa...
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Spreen no supo exactamente cuánto tiempo llevaba ahí de pie, pero intuyó que debió ser un largo rato por la forma en que su cuerpo estaba entumecido tan pronto se movió. Con un gruñido incomodo comenzó a estirarse, aliviado de sentir sus músculos relajándose.
Apenas fue consciente de lo que ocurría a su alrededor, vio a Missa bajando las escaleras del bar, seguramente rumbo a su hogar compartido.
Lo había hecho de nuevo... se había quedado como bobo mirando la zona de la casa que habían estado construyendo estos últimos días.
Aunque no podían culparlo, pensó mientras sonreía de lado, la zona que escogieron era bastante buena, tenía acceso rápido a la estación, un gran lago, mucha vegetación y esas bonitas flores rojas que crecían alrededor.
Amapolas. Algo tenía la sencilla flor que le gustaba más de lo que quisiera admitir. Rojo y vibrante... como el buzo de Roier, quien salía por la puerta principal en ese preciso instante, planos de construcción en una mano y pico en la otra.
—¿Qué va a cambiar ahora este boludo? —resopló divertido, apoyando su codo derecho sobre el barandal y dejando su mentón descansar sobre su mano, agudizando su vista para poder ver fija y claramente todos los movimientos del menor a la lejanía.
Roier miró hacía un costado y Spreen de pronto olvidó cómo respirar.
Sus ojos violetas se abrieron de sobremanera, sus labios se separaron ligeramente y un jadeo corto salió de entre estos ante la imagen frente suyo.
El reflejo del sol sobre el agua mandó un rayito de luz cálida y tenue justo al rostro del castaño, y sus ojos avellana parecieron ser hechos de dulce miel derretida por un par de segundos mientras los halos de diferentes colores reflectados del ventanal del segundo piso hacían que su cabello brillara en tonalidades doradas y cobrizas.
Iba y venía alrededor de la casa y el puente, moviéndose con agilidad y manipulando el pico en su mano con gran destreza. Spreen suspiró entrecortadamente mientras giraba un poco su cabeza apoyando su mano ahora contra su mejilla sin apartar la mirada ni un segundo. Roier siempre fue bueno en la construcción, eso no era novedad, pero aun así se encontró maravillado por la forma en que parecía hacer cada cosa con habilidad y cariño por igual.
Convirtiendo la pequeña casa en un hogar para los suyos.
El viento sopló un poco desde el este, meciendo las hojas de los árboles tras la casa, creando pequeñas ondas sobre el lago y finalmente llegando en forma de fresca brisa hasta Spreen quien, aun sabiendo que era prácticamente imposible, podía escuchar en el aire los más ligeros tarareos de alguna de las pegajosas canciones que solía cantar el menor.
El castaño dio un par de pasos atrás, quedando de espaldas al puente y mirando aparentemente satisfecho su trabajo en la casa, y si, seguro había quedado genial, pero lo único que Spreen podía ver eran los rayos de sol acariciando el perfil de Roier... el agua cristalina reflejando la silueta de Roier...
Las amapolas y sudadera rojas envolviendo a Roier...
Tan rojo, tan vibrante... tan...
—Hermoso... —susurró.
En ese momento Roier dio un pequeño respingo y miró sobre su hombro, ligeramente sorprendido, por un segundo Spreen creyó que lo había descubierto mirándolo, pero entonces lo vio alzar y agitar su mano libre y sonreír abiertamente, saludando Missa quien justo llegaba cruzando el puente de piedra, y eso fue suficiente para despertarlo de su trance.
¿A qué hora había llegado Missa ahí? Si bien el bar no quedaba tan lejos de la casa, debieron ser al menos veinte minutos de caminata, quizás treinta para alguien como Missa... treinta largos minutos... que se quedó ahí de pie mirando hipnotizado hacia el castaño...
Spreen sacudió su cabeza repetidas veces, ahuyentando la pequeña burbuja en la que se había sumido y girándose bruscamente hacia el otro lado, por poco se vio tentado a darse un buen puñetazo a sí mismo al sentir la repentina necesidad de mirar sobre su hombro nuevamente.
—¿Qué mierda fue eso? —logró articular con el corazón agitado y calor en las mejillas.
"Nosotros los osos--"
Elevó la mirada al cielo tan rápido que su cuello dolió, nada... aunque casi podía jurar que justo había escuchado una voz hablarle desde arriba, acompañada de una suave caricia sobre su cabeza.
¿Fue su imaginación?
No hubo mucho más tiempo para pensarlo, pues en ese momento recibió un mensaje en su comunicador:
"Hey Spreen boludo, vente que ya vamos a cenar, y Missa trae regalos!!!"
Sin molestarse en contestar, ni en borrar la boba sonrisa que ahora tenía en su rostro, Spreen dio por terminado el trabajo del día y comenzó a correr escaleras abajo.
Dispuesto a volar, si era necesario, con tal de llegar lo antes posible, veinte minutos de caminata de pronto parecían eternos...
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Vegetta, satisfecho con el trabajo del día, subió a lo alto de su torre para una merecida noche de descanso. En su mente se preguntaba con curiosidad si Missa habría conseguido saber cuál era el escenario que Spreen encontrara tan hermoso.
En algún punto debió quedarse dormido, pues su mente pronto materializó un abrazo acogedor, cálida luz del sol entrando por la ventana y un par de adorables y afelpadas orejitas de osito negro
Se preguntaba si se trataba de un sueño o de un vistazo a una de sus vidas pasadas...
—Nunca te lo dije, ¿verdad?
Una voz profunda e infinitamente enamorada susurró contra su oreja, y Vegetta sonrió sintiendo que lo conocía de todas sus vidas.
Pudo ver cómo una gran mano se posaba con cariño sobre la cabeza del pequeño osito frente suyo antes de que la voz continuara.
—Nosotros los osos apreciamos la belleza más que ustedes los humanos. Es algo íntimo para nosotros. Belleza en los paisajes, en las cosas... y en las personas...
Siguió con honesta curiosidad la dirección en que apuntaba el índice izquierdo del hombre tras suyo hacia fuera de la ventana, para encontrarse con un hermoso campo de amapolas, brillando rojas y vibrantes con los últimos rayos de sol. Una vista preciosa...
Solamente opacada por el pequeño niño con ojos como la miel y cabellos castaños con tonos dorados sentado en medio de todo, tejiendo una corona de amapolas rojas y que le había robado el aliento, y muy seguramente el corazón al pequeño híbrido de oso negro frente suyo.
—Salió a su padre —rio el misterioso hombre tras suyo antes de depositar un beso en su mejilla— Así es como te encontré yo a ti también...
Vegetta sonrió entre sueños y la realidad, aun le quedaba el misterio de aquel hombre, pero estaba contento de saber que en esta y en otras vidas también, el pequeño osito lograría encontrar a su alma gemela...
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Pequeñito escrito basado en esta imagen que vi en twt y me enamoró (? Gracias por leer! 💕
* Rubeus Lucida es algo así como "Rojo brillante" o "Rojo Luminoso" en latín, no soy experta tho, pero me parecio adorable para el título
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