THROUGH THE SHADOWS
Sus hombros tensos bajaron a la par de su cuerpo, chocando con la madera oscura de la banca. Resopló y cerró los ojos, como si aquello lo escondiera de los demonios que le atormentaban. La mañana, y gran parte de la semana, había sido todavía más agitada que cuando su princesa nació.
Yoko.
Su mente mantenía frescas las dificultades que se presentaron ese año para, su ahora ex esposa, y a él. Perdió su empleo, y la mayoría de los ingresos se iban en las costosas visitas continuas a la clínica porque el embarazo era de riesgo. Incontables veces discutió con su pareja y estuvo tentado a abandonarla, pero el precioso ser que crecía en el vientre de ella, se lo impidió. Luchó por mantenerse positivo ante los problemas diarios, pero todo pasó a segundo plano en el momento en que la enfermera puso en sus brazos a la hermosa bebé.
La oscuridad desapareció para él al mirar los ojitos miel de la niña. Todo se pintó de color y justo ahí, en una soledad imaginaria, le prometió estar junto a ella hasta que su corazón dejara de latir. No fue difícil escoger el nombre de la pequeña, quizás no en su idioma natal, pero era ideal para encerrar el sentimiento que habitaba en Hoseok desde que la conoció. Cada mañana, salía en busca de trabajo por ella. Cada rechazo, cada negativa, cada lágrima se convertía en nada al escuchar la tierna risa de la pequeña.
Yoko era el sol en su mundo repleto de nubes.
Por ella y por su bienestar, tomó la decisión más difícil en su vida. Divorciarse.
¿Para qué negarlo? Su esposa y él nunca estuvieron en buenos términos. A diario, desde el embarazo, tenían problemas y aumentaron con el nacimiento de su hija. Yoko merecía un ambiente tranquilo no un campo de guerra. Si hiciera un recuento de todos los disgustos, dudas y esfuerzos que encerraba su matrimonio nunca acabaría. Aquello no tenía solución, el amor y el cariño habían desaparecido semanas después de intercambiar anillos.
Tampoco quería culparse. Él intentó salvar su matrimonio, consiguió un empleo mejor remunerado, por un mes cubrió de detalles a su esposa, pagó unas impresionantes vacaciones, le organizó cenas románticas, pero nada funcionó. Quizás por momentos, pero cuando las luces se apagaban, el infierno reiniciaba. Las cartas estaban echadas sobre la mesa. Él muy bien podía soportar la frialdad de su esposa, pero no su princesa.
Sus fosas nasales se inundaron de una deliciosa fragancia, una mezcla de coco y almendras. Recordó los pastelitos que solía comer de niño en casa de su abuela. El aroma era muy similar.
Abrió los ojos y miró hacia el costado de dónde creía que provenía el peculiar aroma. ¿Un hombre podía oler así de bien? Al parecer el sujeto junto a él, sí. Ladeó la cabeza y estudió a su acompañante. Labios gruesos ligeramente teñidos de rojo, nariz altiva y redondeada en la punta, piel lisa, pestañas largas y espesas, ojos grandes de un café muy oscuro. Un mechón rosa caía sobre su frente cubriendo parte de sus cejas y el pelo negro parecía brillar con los rayos del sol.
Curioso por la presencia del hombre continuó bajando la mirada. Descansando sobre su regazo un libro grueso de tapa roja entreabierto disfrutaba del roce de sus delgados y finos dedos, tan delicados para ser de un hombre.
¡Pero qué demoni..! ¿¡Qué estoy haciendo!?
Sacudió la cabeza sorprendido de sus propias acciones. ¿Desde cuándo prestaba atención al rostro de otro hombre? Siquiera era normal desear tocar sus labios o descubrir si usaba un bálsamo para obtener ese tono rojizo. El sonido del pasar de una hoja llamó su atención y a la misma vez, lo trajo de vuelta. Aclaró la garganta y el otro hombre solo sonrió sin apartar la mirada de las letras.
—Las tormentas no duran para siempre.
Sonrió y cerró con delicadeza el libro, deslizando con suavidad las yemas de sus dedos por las letras superpuestas en la pasta principal del encuadernado.
Hoseok lo miró.
—Pero mientras se desarrollan, todo es un caos —dijo.
—Algunas veces la paz interna puede compararse con ser el ojo de la tormenta —los ojos oscuros se dirigieron al frente, sin ver un punto en específico.
Hoseok asistió.
Tenía razón. El trabajo excesivo, el divorcio, la custodia, y los nuevos retos le causaban un profundo dolor de cabeza y de nueva cuenta Yoko entraba en escena para calmar su ansiosa mente.
—La vida sin trabas es aburrida —pasó una pierna sobre otra y dejó con cuidado el libro en la banca, muy cerca de su muslo —, sin embargo, está bien sentirnos cansados. No somos superhéroes, tenemos sentimientos y emociones. Es lo que nos hace humanos.
Hoseok frunció los labios. De niño jugaba a ser Superman y rescataba sus peluches de las garras del temible monstruo que habitaba en su armario. En la actualidad, no llevaba capa, pero se enfrentaba a dificultades mayores a la oscuridad.
—A veces pienso, hay personas luchando por cosas peores que yo y aun así tienen una sonrisa para regalar —expresó, avergonzado de sus propios problemas.
—Tenemos diferentes límites, podemos ser iguales físicamente, pero solo nosotros sabemos cuánto estamos dispuestos a soportar —Una pelota roja rodó hasta el pie del joven delgado y este simplemente sonrió. —Los deportes no son lo mío, mi resistencia es pésima, pero podía pasar dos horas bailando sin una nota de cansancio.
Hoseok echó la cabeza riendo.
Un regordete niño de aproximadamente cinco años se acercó a recoger la pelota. Con el juguete en mano caminó hacia atrás mirando curiosamente la sonrisa del joven de cabello pintoresco. Hoseok se unió a él pensando que se molestaría con el menor por haber sido golpeado, sin embargo, los dos se sorprendieron por la mirada casi desinteresada que mantenía.
—Demasiado contradictorio —dijo el joven, con voz dulce y melodiosa.
El pequeño se alejó corriendo contento de no meterse en problemas.
—En el trabajo piensan que soy intimidante por mi tamaño —comentó sentándose derecho demostrando su punto —, si supieran lo miedoso que soy.
El alto resopló guardando el libro en el bolso que descansaba a su lado.
—Quienes fingen no temer a nada no son más que unos cobardes. El verdadero valor es afrontar aquello a lo que le tememos sin importar el resultado. —Sus manos abandonaron el bolso y se ubicaron en sus delgados muslos, acariciando la tela tibia de sus pantalones de algodón.
Hoseok dejó de sonreír. Su ex esposa solía llamarlo cobarde por la mínima cosa, incluso aquella vez que le pidió sostener su mano cuando subieron a Lotter Tower. Una razón más para poner distancia entre ellos.
—¿Cuántos años tiene?
—¿Hmm? —Hoseok frunció el ceño por la pregunta. El pelinegro de mechones rosa lo señaló flojo con su dedo índice.
Divertido sonrió por lo confundido que estaba el otro hombre.
—Perfume infantil —explicó —. Me es imposible no notar la mezcla de aromas cítricos, rosas y un toque de vainilla que desprendes. Esencias características de los pequeños soles.
Los ojos de Hoseok se abrieron sorprendido por la observación tan completa.
—Las aguas de colonia de los niños difieren apenas un poco del de las niñas, supongo que ese toque de rosas es una buena pista —sonrió asintiendo para sí mismo, contento con su descubrimiento.
No era una mala deducción. Yoko amaba los olores naturales y las rosas, fue casi una suerte que una marca uniera esos aromas en una fragancia agradable. Antes de entrar a sus clases de Ballet su hija le dio una fuerte abrazo que posiblemente lo dejó impregnado del delicioso aroma.
—Cinco años —dijo al final.
El hombre asintió, pero frunció la nariz inclinando levemente la cabeza a un costado. Los ojos de Hoseok fijos sobre su persona.
—No la escucho. ¿Está cerca?
—En clases de ballet —explicó sin tener la mínima idea de por qué lo hacía —. Disculpa, ¿te molesta que esté aquí? No era mi intención incomodarte, puedo cambiar de banca.
Los largos dedos descubrieron un pequeño hoyo en la tela que cubría el mulso izquierdo y uno de ellos se introdujo para jugar la circunferencia estrecha.
—Las áreas verdes así como los sitios públicos son la única pertenencia compartida con más de dos personas. Si no sabes compartir, entonces quédate en casa —los labios gordos se separaron en una risa sencilla aunque cargada de brillo.
—El nudo en mi garganta se volvió más molesto e intolerable. Necesitaba salir de casa.
Un mechón rosa se agitó con gracia ante el movimiento sutil de la cabeza pelinegra. —Sin embargo, todavía deseas escapar de tu propia piel.
Hoseok chilló restregando la palma de la mano en su rostro cansado.
—Te presto un minuto mis zapatos y dime si también quieres escapar.
Deslizó los ojos por los dedos juguetones en las piernas torneadas subiendo por el brazo hasta terminar en el rostro inmaculado. Tan llamativo como peligroso. Un agujero negro atrayente.
—No puedo ayudarte a librarte de las cadenas —admitió bajando la mirada a sus manos pálidas —. Y sin embargo, me gustaría acompañarte a sostenerlas.
Hoseok le sonrió.
Desahogarse con un completo desconocido no era parte de su agenda, pero no tenía otra cosa por hacer. Era hablar con él o inundarse en su propia miseria.
—Esta mañana firme los papeles que me separan oficialmente de mi desastroso primer amor —suspiró conteniendo un sollozo. La odiaba, Soojin era una mujer bellísima aunque con un corazón amargo —. Estoy bien por ese lado, hace tiempo me había preparado para este golpe.
—¿Pero?
—Pero Yoko no lo está —susurró permitiendo que una lágrima resbalara por su mejilla. Agradecía inmensamente que el joven no se molestara en mirarlo, pues su vergüenza sería mayor —. No importa cómo haya sido nuestro matrimonio, ella sigue siendo su madre.
Hyungwon giró su rostro siguiendo la voz gruesa, cargada de sentimientos. La cabeza estaba en su dirección, pero los ojos no lo miraban. Esos encantadores ojos oscuros.
No puede ser.
—Que tengas presente ese detalle es un punto a tu favor —comentó con calma, imaginando su reacción —. ¿Quieres un consejo? Jamás intentes que la odie. No lo hagas por tu ex esposa, piensa en tu hija. Un pequeño corazoncito cargado de odio podría complicar su percepción en un futuro.
—Ella... Soojin no ha sido una mala madre, dentro de los parámetros normales, ha sabido comportarse.
—¡Qué bueno! —exclamó cerrando los ojos. Un tintineo familiar llegó a sus odios como una alarma. Su tiempo libre había finalizado —Supongo que yo me iré primero.
Un hombre de estatura promedio, piel blanca, cabello castaño y un poderoso ceño fruncido se acercó a ellos a zancadas graciosas.
—Hice el súper en tiempo récord y no olvidé tus galletas de avena —dijo orgulloso, deteniéndose junto a él —Hola, buenas tardes.
Hoseok inclinó la cabeza con una mediana sonrisa.
—Es hora de irnos. La temperatura amenaza con disminuir y no estoy interesado en cubrirte otra semana por un resfriado.
—No hay necesidad —canturreó recogiendo su bolso. Los ojos cafés buscaban desesperadamente un punto de enfoque y al no encontrarlo se detuvieron en la dirección donde se encontraban antes de que llegara el otro hombre —. Buena suerte. Encuentra la belleza dentro de la tormenta.
Kihyun frunció el ceño extendiendo su brazo como apoyo para el más joven.
—¿De qué rayos hablas ahora? —preguntó susurrando aunque Hoseok podía escucharlo.
—Es hora de irnos —repitió impulsándose hacia arriba.
Su expresión cansada cambió inmediatamente por una de sorpresa absoluta recibiendo la respuesta a las preguntas no hechas. El joven pelinegro de mechones rosas sostuvo un bastón negro con empuñadura de diamante y su mano se aferró al brazo delgado del segundo hombre. Movía la cabeza con suavidad buscando la voz del castaño antes de rendirse y dejar caer la mirada.
—Oh Dios.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro