Distrito Hongdae
« Porque puedo ver la suciedad en tus ojos »
Abrir los ojos cada día es una constante preocupación. Muchos no lo consiguen y otros más desean no haberlo hecho. Abrir los ojos. Tres palabras simples; contextos variados. Vivir día tras día con un velo trasparente cubriéndonos de la realidad.
Las puertas del ascensor se abrieron y echo el cuerpo hacia al frente para salir. El abrigo resbalaba de sus hombros anchos y la cremallera de su pantalón no estaba del todo cerrada. La llamada que recibió de su superior lo despertó a mitad de la noche, pero lo que en verdad lo puso a prisas fue el mensaje de su mejor amigo.
"Ella se fue"
Escuchar la voz rota de su amigo y amor secreto bastó para descolocarlo al grado de salir corriendo de su casa con un zapato diferente en cada pie.
Saber que tu persona favorita sufre y no puedes hacer nada para detener su dolor, es la peor muestra de impotencia. Quería correr a su lado, necesitaba abrazarlo, sostener su mano y susurrarle que todo estaría bien. Que se trataba de un mal sueño. Sin embargo, debía trabajar.
—Llegas tarde —apenas cruzó la puerta fue reprendido por su superior. Desde que salió del departamento, imaginó el regaño que le esperaba por "llegar tarde". Era así todo el tiempo.
—Lo siento, detective Yoo.
El hombre lo miró con desprecio.
La misma mirada de todos los días. Si lo odiaba tanto, ¿por qué no lo despedía?
—Otro cuerpo. A un kilometro de distancia de la última víctima — Yoo estrelló la carpeta con la hoja del reporte en el pecho de Hyungwon y levantó su pistola de la mesa —. Andando. El cuerpo sigue en la escena del crimen.
Con el último reporte, sumaban veintiún defunciones en dos meses, todas en el mismo lugar. Distrito Hongdae.
El chirrido de las llantas captó la atención de los pocos asistentes curiosos y del personal forense. Personalmente, Hyungwon odiaba cuando su jefe estaba al volante. Podía ser un agente federal, pero nada ni nadie los salvaría de una buena multa; misma que no estaba dispuesto a pagar.
—¿Qué esperas, Chae? Hoy no voy a abrirte la puerta —Yoo chasqueó la lengua apagando el auto. Cogió un par de guantes de látex de la guantera y salió pisando con violencia.
Hyungwon asintió. Solo necesitaba un minuto para respirar y prepararse para lo que estaba a punto de ver. No era la primera vez que examinaba la escena del crimen, pero sí la de un conocido. Más que un rostro conocido.
—Lee Minji. Veintiocho años. Estrangula, golpeada y apuñalada en quince ocasiones —Hyungwon tragó saliva y continuó escribiendo con la mano temblorosa. El detective Yoo lo miró con una ceja enarcada, curioso al mínimo por su comportamiento. —Sin signos de abuso.
—¿A-algo más? —preguntó, rehuyendo la mirada del cuerpo.
Kihyun asintió bajando el brazo de la víctima.
—Múltiples cortes en la mano derecha.
Hyungwon cerró los ojos tomando un profundo respiro.
Estás trabajando—se recordó, aguantando las ganas de gritar y llorar.
—Los detalles en la víctima difieren de las demás, ¿crees que sea el mismo asesino? —Minhyuk se hincó frente al cuerpo desnudo, fotografiando las marcas en su mano.
—Quizás se inspiró con ella.
—Tiene que ser él —murmuró Hyungwon. Apretó el bolígrafo en su mano izquierda observando por última vez el dulce rostro de su amiga. —Adiós, princesa.
Tanto el detective como el forense fingieron no escuchar sus palabras de despedida mientras subían el cuerpo a una camilla. Era novato. A penas cinco meses en la corporación, actuar de esa manera frente al cuerpo de un familiar o conocido, no era extraño.
—El mismo procedimiento que las otras victimas. Registro de llamadas, mensajes, tarjetas, redes sociales. Quiero saber con quién vino y por qué estaba aquí. Todo lo que nos sirva para relacionar los casos.
Los oficiales asintieron dando media vuelta para reiniciar la investigación.
—Ella nunca había venido aquí. Nunca iba sola, no le gustaban las fiestas ni los lugares ruidosos —dijo mirando hacia el callejón. La luz reflejó en un pequeño objeto verde en el suelo, justo sobre el delgado rastro de sangre.
Hyungwon caminó hacia el callejón sin perder de vista el objeto luminoso. Buscó entre el bolsillo de su pantalón y sacó un par de guantes como los de Kihyun.
—¿Qué haces ahí? Ven acá, Chae. Hay trabajo que hacer.
Levantó la mano pidiendo un poco de tiempo. Frunció la nariz por el pestilente aroma que provenía de los botes de basura y mordió su labio inferior deseando que la sangre que manchaba sus botas no fueran de Minji. Se hincó en el suelo, donde no había "suciedad" y recogió el objeto. Un broche de cadena con cristales y en el centro un diamante esmeralda. No era falso, de eso podía estar seguro, como también sabía que no le pertenecía a Minji.
—Es del atacante —susurró.
—Bien. La primera pista —Kihyun le extendió una bolsita transparente y se apresuró a guardarlo —. Enviaremos esto al laboratorio y si tienes suerte, en unas horas estaremos buscando al primer sospechoso.
La idea de encontrar el responsable de la muerte de Minji lo consolaba en cierta manera.
Con los resultados en mano, las posibilidades de resolver el caso se volvieron confusas. No para él, pero sí para el detective.
—Sus huellas están ahí y de acuerdo a los registros, él compró la joya hace más de dos años —inclinó su cuerpo sobre el escritorio sosteniendo en alto la fotografía del broche —. ¿Por qué no podemos ir por él?
Yoo lo observó con imperturbable indiferencia.
—Escucha, chico. Las cosas no son así de sencillas.
Hyungwon gruñó dejándose caer en la silla. —No soy un chico. Soy un hombre.
—Actúa como uno —le ordenó.
Abandonó la silla de cuero y con las manos en los bolsillos del pantalón caminó detrás del escritorio, con la mirada de Hyungwon sobre él; atento a cualquier movimiento o palabra que emitiera.
—No estamos hablando de una persona común —comenzó.
—Yo lo veo bastante común —murmuró, analizando el rostro en la pequeña fotografía del informe.
Kihyun sacudió la cabeza.
—El distrito Hongdae le pertenece. Hoteles, restaurantes, clubs, bancos. Cada pequeño negocio le rinde cuentas. Hasta cierto punto, la policía tiene jurisdicción en el distrito, pero pasando los límites, todo está bajo su control. —La mirada de Kihyun reflejaba algo que Hyungwon no podía descifrar con exactitud. Una emoción extraña —. Él es el rey. Muchos policías intentaron acabar con él y hoy en día pertenecen a la fila de desempleados.
Hyungwon bufó.
—No vamos a encerrarlo. Solo quiero preguntarle un par de cosas —sonrió, deslizando la carpeta con la evidencia —. Ella era mi amiga.
Kihyun lo miró en silencio.
Una batalla de miradas. Cada uno tenía un propósito distinto, procedimientos diferentes, pero al final un mismo objetivo.
—Si la cagas, estás fuera. ¿Entendido?
La sonrisa que se formó en su rostro fastidió lo suficiente al detective como para echarlo de la oficina después de darle la dirección del sospechoso. Sin embargo, no tomó en cuenta todas las variables. La distancia.
El mundo parecía estar en su contra, durante la madrugada las calles eran tan tranquilas, pero se atascaban de vehículos tan pronto el sol salía, y ese día no era la excepción. Luego de dos horas en el trafico y cruzar la ciudad entera, llegó hasta la zona comercial de Hongdae; el barrio más lujoso del distrito. Numerosas tiendas y locales de ocio lo acompañaron en su trayecto de diez minutos a pie hacia el gran Lotte Hotel. Nunca creyó que visitaría un edificio tan famoso como el Lotte, mucho menos por razones laborales.
—Buenos días —su sonrisa, que apenas se había asomado, se desvaneció ante la mirada indiferente del guardia de seguridad.
—Las entregas se hacen por el callejón. La segunda puerta que vea, toca el timbre y le atenderán.
El hombre volvió la vista al frente creyendo que sus indicaciones eran suficientes para deshacerse de Hyungwon.
—Disculpe, no soy ningún repartidor —dijo con una risita nerviosa e incomoda —. Soy el oficial Chae Hyungwon y estoy buscando al señor Shin Hoseok.
La expresión seria del guardia se relajó y para sorpresa de Hyungwon, le abrió la puerta mientras extendía el brazo hacia el interior de hotel. Se estaba burlando, pero no tenía tiempo para lidiar con asuntos insignificantes como ese.
—Gracias —frunció los labios en una rápida sonrisa y cruzó el lobby hasta llegar a la recepción.
Hyungwon evitó a toda costa distraerse con la espléndida decoración del vestíbulo que se asemejaba a un museo. No puso mucha atención a las paredes blandas de mármol, las columnas o al techo dorado ornamentado, como tampoco al pianista que interpretaba una deliciosa melodía que calmaba su ritmo cardiaco. Abrió sus fosas nasales permitiendo que el aire perfumado, delicadamente, inundara su cuerpo.
Concéntrate —se repitió volviendo a poner los pies sobre la tierra.
Ajustó su gorro de lana y movió el nudo de su abrigo largo acomodándolo justo en el medio. Terminó de recorrer los últimos metros que lo separaban del enorme mostrador de mármol blanco.
—Buenos días —la mujer le sonrió, más por costumbre que por gusto.
—Buenos días, soy el oficial Chae —levantó su identificación frunciendo el ceño cuando la joven ni siquiera se inmutó —, y estoy aquí para entrevistar al señor Shin.
La mujer que parecía salida de una película de androides asiáticos, por su similitud con las otras tres recepcionistas, asintió levantando el teléfono.
Hyungwon la vio susurrar un par de palabras al teléfono y luego colgar.
—Lo siento, el señor Shin no se encuentra disponible. Vuelva otro día.
Con una sonrisa chasqueó los dedos y uno de los botones se acercó para conducirlo a la puerta. Sin embargo, Hyungwon no estaba listo para rendirse.
Sacudió los brazos soltándose del agarre del empleado y sonrió hacia la recepcionista.
—Usted no me está entendiendo. Necesito hablar con el señor Shin, es un asunto policial y si usted interfiere, puede recibir una multa —dijo, con la voz más firme y menos amable.
—El señor Shin no está disponible. Puede dejar una tarjeta y él se comunicará en cuanto pueda.
Hyungwon cerró los ojos. Kihyun no estaba jugando cuando le dijo que no sería sencillo.
Contó hasta tres y sonrió. Se inclinó sobre el mostrador, asustando a la recepcionista y a sus tres compañeras.
—Tiene un minuto para decirme el número de habitación del señor Shin, de lo contrario voy a sacar las esposas y la llevaré conmigo por interferir en un procedimiento policial, a usted y al joven que intenta sujetarme del brazo.
El empleado se detuvo inmediatamente bajando los brazos al ser descubierto.
Muchos de los clientes comenzaron a prestar atención al pequeño disturbio que protagonizaba Hyungwon y algunos sacaron sus celulares para grabar.
—Oficial, me gustaría ayudar pero es contra las normas dar información sobre nuestros clientes —explicó con la voz entrecortada.
Hyungwon asintió. No tenía una orden que le permitiera entrar a la fuerza, era él y su determinación contra la gente de Shin.
—Por favor, no quiero usar medidas legales, llame al señor Shin y dígale que estoy aquí —relajó su expresión y procuró sonreír con cordialidad —. No me importa esperar.
Eso había dicho, pero después de tres horas sentado escuchando al pianista, ver a la gente ir y venir y tomando té, su paciencia se agotó.
—Señorita, ¿cuánto tiempo más tengo que esperar?
La recepcionista sonrió de lado y le extendió una tarjeta con el número de habitación.
—El elevador está por ahí —señaló, con una expresión divertida.
—Ya veremos si continúas riendo cuando tu adorado jefe esté tras las rejas —murmuró abrazando la correa de su bolso cruzado.
Bajó la cabeza maravillado por el brillo de los pisos, sin embargo, se vio detenido por un gran cuerpo duro y firme. Sacudió la cabeza y levantó la mirada.
—Oh, Dios. Lo siento, lo siento —inclinó la cabeza varias veces pidiendo perdón, pero lo único que obtuvo fue una melodiosa risa.
—Hey, tranquilo —El hombre de piel canela sonrió, arreglándole el gorro —, no tienes por qué disculparte. Fui yo quién chocó contigo.
Hyungwon negó con la cabeza.
A juzgar por le traje a medida, el peinado pulcro y el par de hombres detrás de él, supo que estaba frente a la clase de hombre rico que tanta curiosidad le daba. Aquellos que mantenían una gigantesca fortuna sin cometer un solo delito, pero que a su vez contaban con más enemigos que aliados.
—Me iré primero. Qué tengas un buen día —sonrió, con sus preciosos dientes aperlados y pasó junto al oficial.
Sus ojos lo siguieron hasta que se perdió en el mar de gente afuera del hotel.
—Demonios. Le hubiera preguntado cómo llegar hasta esta habitación —maldijo retomando su camino —. 904... debe estar en el último piso.
Armándose de valor entró a la brillante cabina con paredes blancas y doradas con alfombra roja. Miró el panel de botones y oprimió el número 38. Mientras esperaba, se sentó en la pequeña banca acolchada practicando su discurso. Por lo que Kihyun le contó, el hombre desayunaba policías y él no quería ser el almuerzo. No tenía miedo, pero era mejor prevenir.
Cuando las puertas se abrieron, su salida se vio interrumpida por la presencia de un hombre, bastante joven, con la cara roja, los labios hinchados, el cabello hecho una maraña y un enorme abrigo que intentaba cubrir su camisa mal puesta y los pantalones ajustados desabrochados. Hyungwon alzó las cejas sorprendido y atinó a sonreírle al chico.
—Buen día —sacudió la mano saliendo del elevador.
El chico lo miró en silencio y entonces logró ver mejor sus ojos. Parecía que estaba a punto de llorar, más no terminó de comprobar su estado ya que las puertas se cerraron. Hyungwon suspiró mirando de un lado a otro sin saber hacia dónde caminar, era peor que un laberinto. Uno muy brillante.
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