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Tardé un rato en encontrarte.
Pero seguía sintiéndome igual.
Ni siquiera te inmutaste cuando te lo pregunté.
Solo asentiste con la cabeza.
Me sentía como un animal enjaulado, dando vueltas al rededor de la habitación.
Y cuando me giré, se me fue el alma a los pies.
Estabas llorando.
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