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Recorrimos casi todo el lugar,
hasta llegar a unas escaleras que en mi corta estancia no había llegado a notar.
Me di cuenta de que se dirigía a una azotea.
Pero te giraste repentinamente, casi haciéndome perder el equilibrio, y me pediste que cerrase los ojos.
Era una sorpresa.
Conociéndote, tal vez querrías que ambos saltásemos del edificio para ver si moríamos en el intento o no.
Cerré los ojos.
Y me aferré a ti.
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