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Ambos nos presentamos.
De cerca, no parecía tan loca como creía.
Era inglesa.
Pero hablaba italiano.
Y otros cinco idiomas más.
La invité a tomar algo.
Conversamos por lo que parecieron horas.
Y estoy seguro, podríamos haber seguido.
Me encantaba escuchar las bromas de Athenea.
Tenía una peculiar perspectiva del mundo.
Pero nos sacaron del local. Estaban a punto de cerrar.
Y cada quien se fue por su propio camino.
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