Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

S e ñ u e l o

6.


El Paradise era un local subterráneo. Para llegar hasta allí, tuve que pedir indicaciones a las personas del vecindario y bajar por unas escaleras alumbradas con unos simples tubos de neón rojo. La música electrónica retumbaba por las paredes, creando un eco digno de ultratumba que, a medida que me acercaba a la puerta, me hacía temer más y más por mis oídos.

Cuando llegué al final, un tío de tamaño colosal me esperaba allí. Tenía el cuello de toro cubierto por un jersey negro y adornado con una cadena de oro. Su cara me decía que llevaba muchas horas de pie y que por ello no se mostraría especialmente simpático. Me escaneó de arriba abajo antes de dirigirme la palabra.

—¿Tú eres el poli?

No sé qué pudo delatarme, pero asentí igualmente, lejos de sentirme intimidado. Es más; me atreví a bromear.

—Te enseño la placa, si quieres.

El hombre dobló sus labios en una socarrona mueca. Me fijé en que uno de sus dientes estaba enfundado en un metal que pretendía hacerse pasar por oro.

—Mejor que no te la vean. Por aquí los buenos maderos no son bien recibidos. —Lo siguiente que hizo fue un gesto de cabeza, apuntando al interior del pub—. Está esperándote en la barra.

No necesité más detalles. Me adentré en aquel asfixiante tugurio a rebosar de gente, viéndome sorprendido por lo acertadas que fueron mis conjeturas sobre el aspecto del lugar.

Había muchachas bailando por los rincones en una extraña ropa interior, empleando movimientos insinuantes y provocadores, sobre plataformas elevadas para que los clientes tuvieran una distracción y, al mismo tiempo, pudieran admirarlas como si fueran hijas de Afrodita. Tardé poco en darme cuenta de que todo el mundo usaba una pintura neón que recreaba distintos dibujos sobre la piel. De esa forma, me parecía ser un náufrago en medio de una mar de rosas, verdes, naranjas y amarillos chillones.

 La iluminación era escasa. Apenas podía distinguir los momentos de oscuridad de los de color índigo, en los cuales se me brindaba la oportunidad de apreciar algunos rostros por simples milisegundos. El brusco cambio de luces me estaba volviendo loco y el volumen de la música no ayudaba en absoluto. Todo consistía en una mezcla infalible para buscarte un dolor de cabeza.

Me escabullí hasta la barra rápidamente esquivando a todo aquel que se me ponía por delante y teniendo que rechazar más de una copa. Allí reconocí a un individuo de gorra y sudadera negra. Lo único distintivo en él era el diseño de su cubrebocas; unas fauces verde neón que recordaban a las de un dragón chino. Me hizo una seña para que me acercara y tomase asiento a su lado.

—Buenas noches, inspector Jeon. He pedido por usted, espero que no le importe. —Me fijé en la copa servida frente a mí. Me negué cordialmente— Vamos, no sea así. Si quisiera matarle, no lo haría aquí.

Eso no me tranquilizaba, pero debía reconocer que sería demasiado obvio, y él no parecía de los predecibles.

—¿Tú no bebes? —interrogué.

—Lo hacía mientras le esperaba —señaló el vaso vacío a su lado para que comprobase por mí mismo que no mentía, pero me mantuve quieto y reacio. Sus hombros fueron cayendo poco a poco—. Lástima. Creía que empezábamos a entendernos, pero tal vez me haya equivocado.

—¿Por qué tanto interés en que beba?

—No hay ningún tipo de interés por mi parte más que el de mostrar pura cortesía para suavizar nuestro encuentro. Quiero que vea que no soy el monstruo que usted cree que soy; puedo ser racional y civilizado. Ya es bastante violento el motivo por el que estamos aquí, ¿no le parece? 

Me recordé a mí mismo que debía cederle algo de terreno para que bajara la guardia, hacerle creer que iba un paso por delante y que era más inteligente que yo. Y eso, a veces, implicaba correr riesgos. 

Tomé el cuello de la copa entre mi índice, dedo corazón y pulgar, y me mojé los labios con su contenido. Estaba dulce, pero no distinguí ningún otro sabor aparte del propio del licor. Ícaro observó mis acciones con detenimiento, imperturbable. Volví a dejar la bebida sobre la barra y saqué de mi chaqueta la postal arrugada de girasoles.

—Dime una cosa: ¿qué tiene que ver Van Gogh con el mito de Ícaro? —Arrastré el papel por la superficie de la barra en su dirección.

—Veo que ha hecho los deberes. —Su voz sonó peligrosamente dulce y burlona.

—Me tomo mi trabajo en serio. ¿Y bien?

—¿No se le ocurre nada en lo que puedan coincidir? —Negué con la cabeza para que me lo dijera él mismo— Respóndame a algo: ¿cómo le hace sentir la imagen de los girasoles?

No quise responder. No sabía por qué, pero desde siempre sentí una especie de aversión por el color amarillo, que se multiplicaba cuando veía girasoles. A veces me asaltaban pesadillas que tenían lugar en un campo repleto de esas flores. Me transmitían turbación y melancolía, y ni siquiera sabía la razón. El hecho de que Ícaro pareciera saber más sobre mi trastorno que yo era, como poco, perturbador.

—Prefiero las margaritas.

—La flor de la inocencia y la lealtad. Es, cuanto menos, una elección oportuna.

Entrecerré los ojos, analizando mentalmente su comentario. Lo siguiente que hice fue tomar la copa y acercarla a mis labios. 

—¿Qué simbolizan los girasoles? —Bebí un largo trago bajo su atenta mirada. Terminé por encontrar regocijo y frescor en el líquido, pero tendría que tomármelo con calma si no quería quedarme sin sentido en cuestión de unos minutos.

Interpreté su silencio como todo un acierto. Segundos después, obtuve lo que quería.

—Amor. Vitalidad. Positivismo. ¿Por qué un tipo tan desdichado como Van Gogh crearía un cuadro en el que se simbolizan todas sus carencias? Es casi masoquista.

—Tal vez porque necesitaba huir de la ausencia de esas virtudes, y la única forma era retratándolas en una sola imagen.

—¿Y qué necesidad tenía Ícaro de acercarse tanto al sol, sabiendo que tenía alas de cera?

Me encogí de hombros y crucé los brazos sobre la barra. No estaba especialmente interesado en una clase de arte y mitología a esas horas de la noche, pero me esmeré en comprender a dónde quería llegar.

—Siempre se ha dicho que la curiosidad mató al gato, y el ser humano suele sentirse atraído por el peligro.

 —Yo más bien diría que es por la adrenalina. —Torcí la boca con determinación conformista, y luego pasaron unos segundos hasta que Ícaro retomó la palabra—  Desdicha. Ahí tienes una similitud entre ellos.

Le contemplé con el ceño fruncido. Algunas piezas del rompecabezas empezaban a encajar, pero todavía quedaban muchas pendientes por unir.

—¿Y qué tienes que ver tú con Ícaro?

—Lo mismo que usted con los girasoles: un error que nos persigue de por vida.

Un punzante dolor se clavó entre mis cejas tan súbitamente que me hizo cerrar los ojos. Me pellizqué el puente de la nariz, maldiciendo por lo bajo. Aparté la copa, reconociendo que me hacía más mal que bien.

Ya pensaría más tranquilamente en casa lo que quería decir con aquello.

—¿Qué significan todas esas citas que dejaste en la boca de las víctimas? —Me esforcé en continuar con la conversación a pesar de que mi cabeza se resistía.

—No son más que pistas, como los girasoles, para ayudarle a recordar.

Levanté la mirada de pronto para dirigirla directamente hacia él.

—¿Qué debo recordar?

—Lo siento, en eso ya no puedo ayudarle.

—No me j-

La música cesó cuando una campana de Box se manifestó ensordecedoramente. El DJ, situado en un puesto privilegiado desde el que tenía una vista panorámica de todo el pub, anunció que era la “hora zero”. Todo el mundo enloqueció, alzando los brazos, saltando y gritando.

—¿Qué es la hora zero? —le pregunté a Ícaro. En vez de contestarme, mi indicó que mirase allá donde la gente iba dejando un espacio en medio de la pista.

Un hombre robusto, que mediría al menos el metro noventa, se plantó en aquel círculo. Al instante le llovieron los vítores, en los cuales se regocijó por unos minutos. El mismo DJ, con micrófono en mano, preguntaba quién sería el valiente que enfrentaría a aquel mastodonte por el premio monetario. No tardó en aparecer un pobre ingenuo tambaleándose, con una gallardía digna de alguien que había bebido de más. A pesar de que era obvio, nadie le detuvo.

Me giré hacia Ícaro, molesto.

—¿Me has traído a un pub que promueve la actividad ilícita sabiendo que puedo solicitar una investigación que sometería a cierre el negocio?

—En realidad, inspector, la actividad ilícita se mantiene gracias a la aportación de algunos de sus compañeros. Por ejemplo, ¿ve a aquel hombre de la chaqueta marrón, el que está apostando en primera fila? Es Jung Sik Gum, comisario del distrito de Gangnam. Divorciado y pagando a su mujer la pensión de sus tres hijos, pero eso no le priva de contratar servicios de prostitución e invertir en esta clase de intereses. Y en el segundo piso, en la cristalera —prosiguió, señalando el sitio mencionado con un gesto de barbilla—. Esa es la zona VIP. La mayoría de los que están ahí aportan grandes cantidades para mantener encubiertos este tipo de caprichos, ya sea a través de contactos, sobornando a las personas adecuadas para que hagan la vista gorda o sacando beneficio de su propia labor como agente de la ley.

La corrupción estaba en todas partes, pero que un sector importante de la policía estuviese compinchado con el pub era preocupante a la par que nada nuevo. Hasta ahora, habían sabido burlar bien a las autoridades, y yo mismo hubiese continuado viviendo en la ignorancia si no hubiese sido por Ícaro. No obstante, tendría que fingir que no sabía nada. Desconocía la cantidad de mafias que estaban colaborando con la policía corrupta para mantener el Paradise, y si alguien les denunciase, averiguarían quién para ir a por él.

—Hay una forma de detener todo esto —dijo de pronto mi acompañante. Esperé a que siguiera hablando—. Preséntese en la siguiente ronda y gane.

Me reí a carcajada limpia hasta que comprendí que no estaba bromeando.

—No veo cómo eso podría acabar con la corrupción que se traen por aquí.

—Yo mismo puedo acabar con todo.

Mi primer instinto fue ponerlo en duda, pero después de haber comprobado de primera mano la cantidad de información que poseía acerca de todo y todos, me retracté. ¿Cómo era posible que manejara tantísimo poder? ¿Qué clase de persona se escondía tras el personaje de Ícaro? ¿Alguien de buena posición o simplemente un hijo de puta demasiado inteligente y con tiempo libre?

Apoyé mi palma sobre uno de mis muslos y le escudriñé.

—¿Cómo harías eso?

—No necesita que se lo explique. Solo quédese con que tengo lo necesario a mi disposición para hacerlo. —Metió una mano entre sus piernas y arrastró el taburete para quedar más cerca del mío. Acto seguido, se acomodó sobre la barra y acercó su rostro. Si quisiera, podría ponerle fin a su anonimato ahí mismo, de un solo movimiento y en cuestión de segundos. Las yemas de los dedos me picaban por intentarlo, y una vocecilla en mi cabeza me gritaba que no me contuviera, pero mi sensatez me hacía ver que una tontería como esa podría cargarse la investigación— Todos tenemos verdades que no queremos que salgan a la luz, inspector Jeon.

Su aliento quedó amortiguado tras la tela negra que cubría sus labios. Quedé hipnotizado por esas fauces fluorescentes, por cómo brillaban ante mis ojos, haciéndose más intensas con cada brote de oscuridad que nos acechaba.

—Si piensas que puedes coaccionarme —contesté, despacio—, te equivocas. No pienso meterme en una pelea ilegal, y mucho menos cuando hay dinero negro de por medio.

—¿Ni siquiera cuando su vida está en juego? —ladeó la cabeza, burlón.

—¿A qué te refieres? —me obligué a indagar, hastiado por sus incesantes tomaduras de pelo.

—Supongo que la ricina que se tomó ayer con el café no le ha sentado muy bien.

Palidecí. No podía ser verdad. No. Él mismo me había confesado hacía un rato que no le interesaba acabar conmigo. Al menos no por ahora. Pero sus palabras me hicieron sospechar (puede que demasiado tarde) que todo aquello no fuera más que una trampa para quitarme del medio.

La ricina era una de las toxinas naturales más letales del mundo, teniendo un efecto que se consideraba el triple de pernicioso que el del cianuro. Revisando el informe de la primera víctima del caso, Jang Dong Gi, comprobé que murió a causa de la ingesta de ricina, no por un matarratas barato como me había asegurado Ícaro, lo cual demostraba que era un mentiroso y un manipulador.

Dios, ¿había podido ser tan estúpido? ¿Cómo no lo había pensado antes?

 Está jugando contigo, no le hagas caso.

—Mientes —dije, con una sonrisa trémula presidiendo mi rostro. Negué con la cabeza y me mordí ariscamente el labio inferior—. Es un farol. No me lo trago.

—¿Está seguro, inspector? ¿No ha experimentado desde nuestro primer encuentro un comportamiento anómalo en su cuerpo? ¿Vómitos, diarreas, dolor abdominal…?

Joder, sí. Desde luego que sí. La noche anterior me la había pasado encerrado en el baño. Aquella misma mañana me encontraba tan débil por la cantidad de líquido y nutrientes que había perdido en tan pocas horas que tuve que llamar a la comisaría y decirles que estaba enfermo. Pensé que había contraído alguna especie de virus, nada más grave que eso. Ni por asomo se me había pasado por la cabeza que aquel psicópata hubiera podido envenenarme.

Pero el caso era que tenía sentido.

—¿Por qué…? —murmuré, desconcertado. Sus ojos me atravesaban, taimados, como un par de cuchillas. Tragué saliva, asustado. Mi ritmo cardíaco aumentó hasta transformar mi miedo en un sentimiento mucho más agresivo— Eres un hijo de la gran puta —Mis labios se movieron lentamente, pero mis palabras fueron expresadas con intensidad—. He hecho todo lo que me has dicho. He venido hasta aquí —enfaticé, apretando la yema de mi dedo índice contra la superficie de la barra— solo porque me prometiste que no pasaría nada mientras que te siguiera el puto juego.

Mi mente hizo acopio de la impotencia y la ira, tirando de ellas para ponerme en pie y agarrar de la sudadera a aquel cabronazo. Lo zarandeé antes de ponerlo de nuevo a centímetros de mi cara.

—No se desespere, inspector. —Se encontraba extrañamente calmado. Incluso reía como si la situación fuera la mar de graciosa— Puedo salvarle, pero tendrá que darse prisa en cumplir con mi petición. De lo contrario, el veneno seguirá actuando y en cuestión de unas horas-

—¿¡Para qué cojones quieres que me meta ahí!? —Le agité, perdiendo la paciencia. Él no hizo absolutamente nada para defenderse.

—El juego continúa, y en sus manos está ganar la partida o perderla, pero le recuerdo que aquí solo se juega con una vida… La suya. No hay más oportunidad que esta.

Quise estrangularlo con mis propias manos. Se estaba riendo en mi cara. Tan solo buscaba ponerme a prueba y ver hasta qué punto era capaz de ridiculizarme. No era más que un jodido conejillo de indias para él. Lo empujé contra la barra, dándome el privilegio de descargar un poco de rabia, y después me quité la chaqueta, la cual tiré sobre el taburete.

—Espérame aquí —amenacé, apuntándole con el índice—. Tú y yo no hemos terminado.

La campana sonó y la música cambió drásticamente. El público enloqueció en busca de una nueva víctima. Me abrí paso entre aquellos cuerpos, algunos semidesnudos, hasta llegar al círculo, donde alcé el brazo para presentarme voluntario.

El lado negativo de las peleas no lícitas era la ausencia de medidas de seguridad, por eso ahora algunas personas se encargaban de retirar a mi predecesor, el cual acabó inconsciente, con la cara desfigurada y más de una costilla rota. 

Inspirando hondo, di un paso al frente.

Ahora que tenía cerca a mi contrincante, podía apreciar mucho mejor los tatuajes faciales, además de su procedencia. Lo más probable es que no fuera coreano. Tal vez filipino o tailandés, de unos treinta y pocos años. Tenía la piel demasiado tostada y el pelo recogido en un pequeño y tupido moño a la altura de la nuca. Además, una mueca de desprecio asomaba por debajo de su ligero bigote.

Me miró de la misma forma en la que un elefante miraría a una pobre hormiga. No quise reconocer que su presencia me daba escalofríos, pero esa era la verdad. Había muchas probabilidades de que terminase con algo roto, y como fuera así, iba a ser difícil dar explicaciones a Hoseok o a Nayoung. Con una diferencia de altura a su favor, actuó socarrón. Tal vez, si sabía jugar bien mis cartas, podría salir airoso. 

—¡Tenemos aquí a un guaperas que los tiene bien cuadrados! —gritó el DJ mientras manipulaba la mesa de mezclas. La música, iniciada por una guitarra eléctrica que, más tarde, fue alternada con una base de hip hop, aumentaba para añadir tensión y emoción al ambiente. Perfecto para un combate, ironicé— ¿Cuánto dais por él? ¡Vamos, vamos, que rule el dinero, haced vuestras apuestas!

Estaba a punto de sumergirme de cabeza en el máximo exponente de la deshumanización, y todo porque un hijo de puta me había engañado. ¿Acaso podía ir a peor?

Me remangué y calenté mis músculos con estiramientos rápidos. Aproveché para echar un vistazo a la zona VIP, la cual estaba protegida por unos cristales con efecto espejo. Es decir, ellos podían vernos a nosotros, pero no al revés. Muy ingenioso.Traté de hacer oídos sordos ante el griterío y la presión de la multitud. Algunos me insultaban, otros tenían fe en mí. Pero estaba claro que lo único que querían era que les diesen un buen espectáculo.

Me puse en posición, con los puños alzados a la altura de mi rostro y las piernas ligeramente flexionadas, con la derecha más adelantada que la izquierda, y estudié detenidamente la postura de mi amigo Mastodonte. No tenía formación ninguna, y eso decía mucho de él, como que su única técnica era la fuerza bruta. Un punto a mi favor. Por su peso y altura presumí que era más bien lento y, si daba con sus puntos débiles, sería fácil entorpecerle.

En cuanto la campana dio la señal, el tipo se abalanzó sobre mí. Me esperaba un ataque así de impulsivo, por eso yo ya estaba adelantándome a la izquierda para esquivar su puño, y luego aproveché para ensartarle en el costado con una patada. Aquello le sacó un gemido ahogado que me otorgó el tiempo que necesitaba para alejarme. El clamor a mi alrededor fue automático. Supuse que no se lo esperaban. Divisé por el rabillo del ojo varias manos moviéndose, algunas cuyos dueños rehacían sus apuestas mientras otras reclamaban el dinero que les pertenecía.

El extranjero se recuperó enseguida, enfrentándose a mí con unos ojos conflictivos. Sin más dilación, trató de acertar en mi mandíbula a través de un gancho, pero yo usé mi antebrazo para bloquearle antes de tomarle por la muñeca y retorcérsela. Su momento de estupor me sirvió para echar hacia atrás su cabeza, posicionando la palma de mi mano contra su barbilla, y aun así tuve tiempo para darle de lleno en la ingle con un movimiento de rodilla.

Sonreí con arrogancia. Me estaba yendo mejor de lo que esperaba.

Su cuerpo se inclinó por inercia, dejándome en bandeja que encajase un último golpe entre sus omoplatos. Sin embargo, jamás llegué a hacerlo. Admito mi parte de culpa al haberle subestimado demasiado pronto. Si Hoseok hubiese estado presente, habría puesto el grito en el cielo por mi error de novato. Pero la realidad era que me encontraba solo, y permití que mis emociones tomasen el control. Por eso no fui capaz de ver que Mastodonte tenía los suficientes reflejos como para sacarle partido a su posición y efectuar un placaje. 

Me agarró por la cintura y apretó con todas su fuerzas con las claras intenciones de tumbarme. Pese a que me costó, retuve un grito de dolor tensando la mandíbula mientras mi abdomen hacía lo mismo para resistir. Al sentir la dificultad para respirar, busqué desesperadamente algún nervio que pudiera presionar en su cuello, pero me fue imposible defenderme y acabé en el suelo.

En aquel individuo no se reconocía más ambición que la de ganar, y no dinero precisamente. Se apreciaba que lo material le daba igual. Un par de segundos sumergido en su mirada bastaban para discernir su sed por ver la sangre correr. Era un juego de poder a través de la violencia, una forma poco ortodoxa de ganarse una posición y un respeto. Se trataba de eso, de demostrar quién era más fuerte, de quién tenía el control. 

《Aquí solo se juega con una vida. No hay más oportunidad que esta.》

Como si el mundo fuera a cámara lenta, anticipé su intento de sentarse encima de mí para no dejarme escapatoria, y me defendí propinando una patada firme en su estómago. El impulso le hizo tambalearse hacia atrás, mas no cayó. Entonces fue cuando me incorporé sobre una de mis rodillas e impacté una segunda vez en el centro de su abdomen, ahora con la ayuda de mi puño. 

El problema era que aquel tipo tenía un aguante envidiable, y por eso el aturdimiento le duraba más bien poco. No le costó nada agarrarme del cuello de la camiseta y lanzarme al otro extremo de nuestro "ring", donde llegué rodando a los pies de algunos espectadores. Apreté los ojos con fuerza y abracé mis costillas con la esperanza de que eso calmase el puto dolor, pero no estaba ni siquiera intentando incorporarme cuando me obligaron a volver a patadas, literalmente.

Mientras yo rogaba por que alguien tuviera la consideración de relevarme o anunciar el final de la primera ronda, Mastodonte se acercaba de nuevo, con el puño en alto para noquearme.

Puntos débiles. Tenía que enfocarme en ellos, atacarlos y acabar con todo de una vez. En un segundo repasé lo que aprendí en mis clases de defensa personal.

Ojos. Barbilla. Cuello. Estómago. Genitales. Rodilla. Tibia.

¿Qué me resultaría más sencillo?

—¡Mierda! —mascullé; mi tiempo para pensar se había agotado antes de lo esperado.

Me protegí la cabeza para amortiguar el impacto de sus nudillos y traté de imitar el contraataque de antes; defenderme con los pies, ahora apuntando a sus rodillas para desestabilizarle. Tal vez no fui lo suficientemente ágil, porque me atrapó la pierna con una facilidad insospechada. Quedé atónito al contemplar cómo me retenía con un brazo, mientras que el otro lo alzaba con la mano cerrada. 

Su blanco era mi rodilla. Joder. Me iba a partir la maldita pierna en dos como no hiciera algo para impedirlo.

En ese mismo instante sentí la adrenalina tomar el control de mi cuerpo suministrándome el subidón que necesitaba. Fue gracias a eso que me vi capaz de posicionarme boca abajo, encontrar apoyo en mis palmas para darme impulso y, de esa forma, hacer girar mi torso para acertarle de lleno en la garganta con mi pierna libre.

En cuanto retrocedió llevándose las manos al cuello me dirigí hacia él, predispuesto a soltarle un tajo por debajo de la mandíbula. Aquella zona repleta de nervios era perfecta para dejar inconsciente a alguien, y más a un grandullón como aquel. Por desgracia, llegué tarde de nuevo, y su antebrazo me bloqueó. En consecuencia de mi intento de ofensiva recibí un buen puñetazo en el estómago que me dejó sin respiración. A pesar de todo, tuve los reflejos suficientes para no permitir que me diera en la cabeza, y aunque logré cubrirme con los brazos, fue doloroso. Mi cuerpo había empezado a sudar hacía ya un buen rato y no se encontraba en buenas condiciones debido a la intoxicación. Estaba en un buen aprieto. Las ideas se me agotaban y no sabía cuánto podría aguantar.

Caí de rodillas intentando defenderme. Las palpitaciones de mi pulso se manifestaban paulatinamente más nítidas que las voces que me rodeaban. Estas se habían vuelto lejanas y ahora formaban parte de un segundo plano. Cada vez más. Con cada respiración, con cada golpe que recibía.

No me encontraba bien.

Pensé en Nayoung. Estaría esperándome en casa, si es que no le había surgido una llamada del trabajo de última hora. La imaginé en la mesa de la cocina, cenando sola mientras veía algún programa de televisión, comentando en voz alta lo absurdo que le parecía. Estaría tranquila, ajena a lo que estaba pasando a unos cuantos kilómetros en un pub de mala muerte. Le había dicho que me retrasaría un poco a causa de la investigación, que no me esperase despierta. 

Le había mentido, y me creyó.

Pensé en nuestras conversaciones acerca de ser padres. Nos habíamos decidido. Queríamos tener un niño juntos. O una niña. Todavía estábamos debatiendo sobre los nombres que le pondríamos, a pesar de que Nayoung ni siquiera estaba embarazada todavía, pero lo estábamos intentando. Quería seguir intentándolo. No quería morir sin saber lo que era ser padre, lo que era tener a tu hijo, sangre de tu sangre, en brazos, y mirarle con orgullo sabiendo que había sido la decisión más bonita que había podido tomar en mi vida.

Quería tener una familia con la mujer a la que amaba, y en el instante en el que aquel pensamiento cruzó mi mente supe que haría lo que fuera por los míos. Por Nayoung; por mi hijo nonato; por mi madre; por Hoseok, que había sido un padre para mí…

Un líquido tibio invadió mis labios. Al escupir, me di cuenta de que la saliva estaba entremezclándose con mi propia sangre de un rojo vivo. No supe si era un síntoma de la ricina o por las patadas que había recibido en el estómago, pero lo que sí sabía era que estaba muriéndome, y no estaba haciendo nada por evitarlo.

Mi agresor se detuvo de pronto. Me agarró del pelo y me obligó a levantar la cabeza del suelo. Mi cara quedó expuesta al público, quienes se removieron excitados como animales por mi derrota, aunque no todos parecían contentos. Algunos estaban más bien decepcionados e incluso enfadados. Me escupieron, y entonces imaginé que habían apostado por mí. Entre aquellos cuerpos se escondían aquellas fauces verdes. Le miré a los ojos, pero lo único que hizo al verme en tal estado fue permanecer impertérrito antes de retirarse y abandonarme a mi suerte.

Noté el pestilente aliento de mi enemigo contra mi oreja cuando trató de susurrarme algo en un idioma que no entendí. Después, me dejó caer desconsideradamente y me dio la espalda para recibir, agitando los puños en el aire, las adulaciones de sus admiradores.

Cualquiera habría dicho que estaba acabado, y no quería pensar siquiera en la de marcas que me dejaría aquella pelea si lograba sobrevivir. Desconocía el tiempo que me quedaba, pero era consciente de todo lo que dejaría atrás si me rendía: un caso sin resolver, un psicópata suelto, un pub ilegal en funciones, muchos sueños sin cumplir y una verdadera jodienda para mis seres queridos.

Desde el suelo, miré de soslayo a Mastodonte. Era el momento, estaba distraído. 

Muy pronto le haría saber a Ícaro que la partida no había terminado.

.

.

.

Aquí tenéis mi regalo de año nuevo con retraso. No me odiéis. Muak ♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro