P e s a d i l l a s
7.
El público enmudeció. Sus miradas de perplejidad se pusieron en mí, ignorando el hecho de que la música en los altavoces había cesado abruptamente. No sabría decir qué les tenía más atemorizados; si verme con un arma de fuego en la mano, o ver a su matón predilecto inconsciente en el suelo. Lo que sí sabía es que había sido una buenísima idea traerme la pequeña pistola escondida en la bota, aunque no pensaba que tendría que usarla para noquear a alguien.
El miedo que profesaban era palpable. Leía en sus rostros el recelo que les causaba esta vuelta de tuerca. Seguramente estarían preguntándose qué sucedería ahora, y fue hasta gracioso pensar que los mismos que habían estado pateándome para que pelease trataban de huir con el rabo entre las piernas. Sentí una débil pero profunda satisfacción que no quise dejar escapar. Me tocaba tener el control, y estaba más que dispuesto a tomarlo.
—¿Alguien quiere ser el siguiente? ¿No? —Establecí un contacto visual con la mayoría de los presentes, girándome continuamente por si divisaba alguna mano en alto. Para asegurarme de que no se atrevían a desafiarme, mantuve en todo momento el arma expuesta, pero sin apuntar a nadie en concreto. Algunos retrocedieron cuando se sintieron amenazados ante la mira— Estupendo —dije, luciendo una legítima medio sonrisa—. Entonces he ganado. Dadme mi puto dinero.
Encontré a Ícaro en uno de los rincones más oscuros de aquel antro. Me alivió saber que, por algún motivo, no se había ido, pero a la vez me enfurecía verle. Estaba junto a las escaleras que conducían al segundo piso, con la espalda apoyada tranquilamente contra la pared y las manos metidas en el bolsillo delantero de su sudadera.
Antes de que pudiera pronunciar una maldita palabra, lo retuve contra el muro y clavé el cañón de la pistola bajo su mandíbula.
—¿Te has divertido lo suficiente? —No esperé a que contestara. Tampoco quería que lo hiciera. No aseguraba que pudiera contener mi temperamento como se atreviera a hacer un solo comentario fuera de lugar— Ya tienes el dinero. Ahora cumple con tu palabra.
Tuvo la misma reacción que un jodido muerto: nula. Sin embargo, al poco se dignó a responder.
—Mi enhorabuena, inspector Jeon. Ha sido una jugada asombrosa. Si me permite... —Hizo referencia a que no podía moverse. A regañadientes, le solté— Gracias.
Acto seguido, sacó de su sudadera un bote oscuro con una etiqueta que no pude leer por la falta de iluminación. Aquellos tonos azules y violáceos me estaban poniendo malo.
—Carbón vegetal activo —indicó, ofreciéndome el producto para que lo comprobase yo mismo—. Es el antídoto que necesita para hacer una purga estomacal en caso de intoxicación. Tómeselo, está a tiempo.
Abrí el bote, lo olisqueé y saqué un par de cápsulas de su interior. Parecían negras. Prediciendo que no tenía nada que perder, intercepté a una camarera y tomé de su bandeja una copa llena. Bebí y me tragué una de las cápsulas sin pensármelo. Después de eso, dejé la mente en blanco.
Estaba hecho polvo, física y psicológicamente hablando.
Me desplomé al lado de Ícaro, apoyando la espalda y la cabeza en la pared. Necesitaba descansar aunque fuera por unos minutos, razón por la que cerré los ojos y tanteé mi barriga sin preocuparme por nada más. Tenía la zona abdominal afligida. Las cervicales me estaban matando y a esto se le añadía un dolor de cabeza que no disminuía. Era irónico que hubiese pasado por todo eso para seguir con vida, y que en lo único en lo que fuera capaz de pensar era en que quería morirme.
—Está sangrando, inspector.
Me limpié los labios con la mano sin ningún tipo de cuidado.
—¿Y de quién es la culpa? Me dejaste tirado —le recriminé, asqueado por el sabor a óxido. Escupí a un lado. A unos metros distinguí mi chaqueta tirada en el suelo, pero pensé que sería mejor ir luego a por ella.
—No le dejé —se atrevió a rectificarme—. Confiaba plenamente en su formación en Krav Magá y Taekwondo, que es distinto. Tengo entendido que fue uno de los mejores de su promoción, ¿no es así?
Moví mi cuello lentamente, masajeándomelo con la mano izquierda, para alzar la mirada hacia Ícaro. Mi otro brazo se apoyaba en mi rodilla derecha, todavía con la pistola calentando mi palma. Joder, no había cosa que no supiera el muy cabrón. La pregunta era: ¿cómo conseguía toda esa información?
Tal vez fuera hora de averiguarlo.
—¿Está tu socio en la zona VIP?
Aquella fue la primera vez que dio muestras de nerviosismo. Había rectificado su posición serena como si mi pregunta, imprevisible y súbita, le hubiese perturbado. Le escudriñé y descubrí fácilmente que él mismo se había dado cuenta del error que había cometido.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Dijiste que no trabajabas solo —Me encogí de hombros para aparentar indiferencia. Al fin y al cabo no era más que una conjetura sacada por lógica—. ¿Qué mejor sitio para vigilar a un objetivo sin levantar sospechas que la zona VIP, donde puedes ver sin que te vean?
Si mis oídos no me traicionaban, juraría que acababa de ser testigo de un indicio de risita que provenía del propio Ícaro. Y debo decir que no sonaba en absoluto como un villano. Para ser justos, me pareció muy pueril.
—Admiro su perspicacia, por eso voy a darle una respuesta sincera: sí, mi socio se encuentra ahí arriba.
Levanté el dobladillo de mi pantalón para guardar mi arma en la bota.
—¿Y cuál es su labor? ¿Controlar que las cosas no se tuerzan?
—Digamos que...—Levantó su cabeza y apuntó con sus ojos a las cristaleras opacas—. Es un mero espectador.
¿Qué...?
—¿Literalmente? —me animé a preguntar— ¿Su única función es mirar?
¿Acaso era alguna especie de fetichista?
—Para ser concretos, su única función es mirarle a usted.
La verdad no parecía distar mucho de mi frágil suposición.
—Es decir, que me vigila.
—No, inspector; le mira —reiteró, con ojos incisivos para dejármelo claro.
Y de nuevo volvíamos al bucle del despiste, donde él me hinchaba a pistas que deberían ayudarme a progresar en el caso, pero que en realidad no eran muy útiles para sacar nada en claro. Necesitaba un tiempo muerto. Me había quedado totalmente atascado y no era capaz de pensar con propiedad. Me sorprendió que fuera el propio Ícaro el que se prestara a socorrerme en mi propósito de indagar.
—Siempre lo ha estado haciendo, pero usted nunca se daba cuenta. Y le aseguro que lleva haciéndolo mucho tiempo, tanto que ya se ha familiarizado con las sombras. Él está en todas partes y sus ojos no son los únicos que usa.
Lo que me estaba confesando era terrorífico, pero también trascendental, porque gracias a ello caí en algo: el tipo de la zona VIP no era su socio como me había hecho creer, sino su jefe.
Mis pupilas dieron por sí solas con las cristaleras. Ahí arriba se hallaba el auténtico artífice de la cadena de homicidios, mientras que aquí abajo, a mi lado, tan solo estaba Ícaro, la mano ejecutora. Él era la marioneta. Un enviado. No; un intermediario.
Joder, claro. ¡Tenía sentido! ¿Por qué un asesino iba a arriesgarse a establecer un contacto tan directo con un policía? Era de manual, pero había estado tan obsesionado con obtener cualquier tipo de información que no había pensado en algo tan evidente.
Qué astuto, me dije. El rey me había hecho creer que el peón era a quien buscaba mientras que él se refugiaba en las sombras. Era un juego de engaño, y yo había estado cayendo una y otra vez en la misma casilla ingenuamente.
—¿Qué es lo que quiere de mí?
—Quiere que recuerde, inspector.
—¿Qué debo recordar?
—Hágalo pronto —continuó, haciendo caso omiso a mi duda—. De lo contrario, podría herir sus sentimientos. Él... Le tiene en muy alta estima.
¿Por qué alguien que me tiene en alta estima cometería una serie de asesinatos? Las intenciones que tuvo Ícaro de despegar el cuerpo de la pared me devolvieron a la Tierra. Traté de ponerme en pie, lográndolo a duras penas. Quedé acuclillado y ligeramente encorvado, con una mano apretando mi abdomen mientras que con la otra mantenía el equilibrio.
—No hemos terminado —le amonesté, con una voz claramente afectada por el cansancio.
Me miró por encima del hombro. Los colores indefinidos de las luces resaltaron su lacerante apatía, que cayó sobre mí como un peso muerto.
—Yo decido cuándo terminamos —contradijo—. No me haga recordárselo.
Apreté mi mandíbula, enrabietado, con mi palma transformada en un puño.
—Hijo de...
—Váyase a casa, inspector —más que decir, me lo ordenó, dándome la espalda—. Por hoy ha sido suficiente y supongo que tendrá muchas cosas en las que pensar.
No tuve las fuerzas necesarias para detenerle, así que, por segunda vez, presencié cómo aquel desgraciado escapaba de mi alcance.
Aquella misma noche no paré de tener pesadillas. Eran diferentes a las habituales, pero igual de insoportables. En ellas, Mastodonte arremetía contra mí, fracturaba varias partes de mi cuerpo y me golpeaba hasta la muerte, y yo recibía y sentía cada una de sus agresiones como si fueran reales. Varias veces me desperté del propio dolor que mi cerebro recreaba con precisión. Dos de esas veces me levanté y fui al aseo para revisar mis heridas. Después de haber intentado curarlas, seguían igual de feas.
Múltiples raspaduras eran visibles en mis codos, pómulos y rodillas, pero ninguna de ellas dolía tanto como los hematomas que se estaban formando en mi espalda y torso. Aun así, ya podía darme con un canto en los dientes, porque no me había roto nada de milagro.
Además, debía dar gracias por seguir vivo. El carbón natural activo hizo su trabajo y purgó absolutamente cada recoveco de mi interior, o al menos eso sentí después de encerrarme en el baño al llegar a casa.
Volví a la cama. Antes de ahuecar la almohada y cerrar los ojos, leí de nuevo la nota que me había dejado Nayoung en la mesita de noche. En ella me explicaba brevemente que había tenido que irse porque había recibido una llamada del trabajo. Era paramédico, así que no se trataba de nada fuera de lo común. Para ser sincero, en ocasiones era un auténtico fastidio, sobre todo si la llamaban cuando estábamos teniendo un momento para nosotros, pero lo entendía, porque ser inspector para el departamento de Investigación Criminal exigía la misma disponibilidad.
Intentábamos ser comprensivos el uno con el otro y evitábamos comentarios del tipo "No pasas el suficiente tiempo conmigo" o "Estás obsesionado con tu trabajo, te importa más que yo" para ahorrarnos disgustos. Teníamos un acuerdo tácito de respeto mutuo. De lo contrario, sería fácil caer en la espiral de las discusiones gratuitas.
Nuestra relación se había consolidado después de casi tres años juntos, pero no creo que hubiese sido posible si cada uno no hubiera puesto de su parte para sacarla adelante. Eso no quitaba que, de vez en cuando, alguno de nosotros tuviera un mal día e iniciase una pelea absurda. Luego nos pediríamos perdón, nos haríamos unas palomitas y veríamos una película acurrucados en el sofá. Yo le daría un beso en la frente y le diría que la quiero mientras pensaba que Nayoung era lo mejor que había podido pasarme en la vida.
De repente escuché la puerta del apartamento abrirse. Eran casi las cuatro y media de la mañana y yo continuaba sin conciliar el sueño. Me concentré en seguir el patrón que mi novia realizaba al llegar a casa: cerrar puerta; dejar llaves en la entrada, quitarse los zapatos y el abrigo; pasos por el pasillo; abrir la puerta de nuestro dormitorio sigilosamente, a pesar de que siempre chirriaba un poco; meterse en el baño; tardar alrededor de diez minutos; llegar a la cama y acostarse a mi lado.
Nayoung dejó un beso en mi cuello y se acurrucó contra mi espalda. Busqué su mano a tientas para resguardarla en mi pecho.
—¿Te he despertado? —susurró con un deje de culpabilidad.
—No, tranquila. —Entrelacé sus dedos con los míos, dejando que mi pulgar hiciera cosquillas en su piel— Llevo despierto un buen rato.
Me ronroneó cerca de la oreja, haciéndome saber que no estaba muy contenta de saber eso.
—¿Pesadillas otra vez?
—Sí.
—Cariño —me llamó tiernamente, usando su mano libre para pasar los dedos por mi cabello—, ese caso que tú y Hoseok os traéis entre manos... Sé que no os gusta dejar las cosas a medias, pero tal vez te convendría tomarte un respiro. Últimamente no descansas bien.
Su preocupación me enternecía. Llegaba a ser tan empática, especialmente cuando se trataba de mí, que a menudo derivaba en una actitud sobreprotectora. Me aferré con más anhelo a su mano y giré la cara para poder verla de reojo.
—No te preocupes, es solo una mala racha. Te prometo que esto terminará pronto.
Al menos eso era lo que esperaba, pero debía alejar a Hoseok de aquel asunto cuanto antes. El problema era que todavía no sabía cómo. Podía ser terco como una mula, y eso dificultaba mi propósito de ponerle a salvo. Además, como levantase la más mínima sospecha en él, trataría de sonsacarme todo. Con los años, había aprendido que era prácticamente imposible evadir a Jung Hoseok. Padecía de una deformación profesional abrumadora. Es más, asustaba lo fácil que era sucumbir durante uno de sus interrogatorios.
—Por favor, no me mientas —suplicó la voz de Nay—. Si algo va mal, quiero saberlo.
Odiaba tener que hacerlo, pero su seguridad era primordial para mí, y si para eso debía ocultarle la verdad, lo haría, acarreando con las consecuencias. Me di la vuelta en la cama, despacio, para quedar cara a cara con ella. La mitad de su rostro era visible gracias a la luz pálida de la luna que se filtraba por una de nuestras ventanas. Acaricié su labio inferior con mimo antes de dejar un beso en su frente.
—Está bien. Detesto verte angustiada por mi culpa, así que te diré lo que ha pasado. Esta noche las cosas se han torcido un poco. Hay un pub del que sospechábamos desde hacía semanas por lidiar con presuntas actividades ilegales. Se suponía que tenía que ir allí de incógnito a echar un vistazo, pero, al parecer, alguien dio el chivatazo de que era policía y han intentado cebarse conmigo.
—Dios mío —Nayoung se incorporó de golpe y encendió la lamparita de noche. Antes de que pudiese detenerla para explicarle todo con más tranquilidad, la luz amarillenta me cegó, haciendo que me frotase los ojos con una mano— ¿Estás herido? Déjame verte.
—Nay, no seas alarmista...
—A ver —ordenó con más entereza, tomándome de la barbilla para examinarme de cerca. Rodé los ojos. Ya no había nada que hacer—. Lo sabía —masculló entre dientes, juzgando con una creciente arruga en su entrecejo las raspaduras de mi cara. Sabía que, más que enfadada, estaba preocupada.
—Estoy bien.
—Estás herido —me corrigió. Apartó las sábanas y se sentó en el borde de la cama con las intenciones de salir de ella—. Parecen superficiales, pero aun así, ¿te las has desinfectado?
La agarré de la muñeca antes de que pudiese dar un solo paso.
—Sí, es lo primero que he hecho al llegar a casa, así que no tienes por qué alterarte. Quédate aquí y terminaré de contártelo todo, ¿de acuerdo?
Pareció pensárselo detenidamente. Sus ojos apuntaron al cuarto de baño durante unos segundos, pero luego recayeron sobre mis dedos que tomaban, suplicantes, su muñeca, lo cual terminó por ablandarla. Tragó saliva y me indicó que aceptaba con un asentimiento de cabeza.
—¿Seguro que te encuentras bien? Podrías tener una hemorragia interna. ¿No sientes ningún tipo de dolor anómalo?
Le respondí que no a su última pregunta, pero además le expliqué con algo más de detalle la pelea que había acontecido hacía unas horas atrás, revelando solo la información necesaria para justificar el resto de lesiones que, tarde o temprano, acabaría descubriendo. Me obligó a quitarme la camiseta para estudiar las partes de mi cuerpo que se habían visto más afectadas y, mientras me escuchaba en silencio, me aplicó una pomada una vez que calmó el hinchazón con hielo.
—¿Por qué Hoseok no ha ido contigo?
—Tenía trabajo —inventé—. Yo tenía menos faena, así que me ofrecí para hacer el patrullaje.
—Pues no me hace gracia que te metas en ese tipo de sitios tú solo.
—Pff, tendrías que haber visto cómo dejé a ese tipo —bromeé para quitarle hierro al asunto.
Cuando le sonreí con un aire apacible y me acerqué con las intenciones de darle un beso, Nayoung me detuvo diciendo mi nombre en voz alta. Apreté los labios, produciendo una mueca indeseada. No quería que desconfiara de mí. Me sentiría responsable de sus dudas y del continuo sufrimiento que estas pudieran ocasionarle. Sin embargo, lo que expresaban sus facciones no era recelo, sino desconsuelo.
—Entiendo que no quieras comentarme alguna que otra cosa por mi bien, pero no quiero que se convierta en una costumbre, y tampoco el que seas tan descuidado. Deberías tener más consideración contigo mismo. —El brillo de sus ojos apareció cuando estos comenzaron a empañarse, al igual que sus palabras, que desafinaban—. No quiero que vuelvas a arriesgar tu vida de esa manera. Tienes que ser más... consciente de cómo tus decisiones pueden repercutir a las personas que te rodean.
Dejé caer los hombros con un suspiro. Después, dirigí mis manos a sus brazos y los acaricié lentamente por debajo de las mangas de su pijama. Haría lo que fuera necesario con tal de que sus miedos desaparecieran.
—Está bien, lo entiendo. Mañana llamaré a Hoseok y-
—Hablo en serio —me regañó, como si la hubiese contrariado en vez de darle la razón. Fruncí el ceño sin comprender. Note que su semblante se enfatizaba, y entonces comprendí que estaba haciendo un esfuerzo por no derramar ni una sola lágrima.
—Eh, eh, tranquila... —Presioné con dulzura el espacio entre sus omoplatos para acercarla a mí y acogerla en mis brazos— Lo siento si te he preocupado. No es justo para ti —confesé entre susurros mientras mis dedos acariciaban su cabello para calmarla. Apoyé mi sien contra la suya, esperando que la cercanía la hiciera sentirse mejor—. Ha sido una estupidez por mi parte tomar ese riesgo, lo siento, de verdad. Sabes que a veces me confío demasiado, pero si es mi seguridad lo que te preocupa, me encargaré de tomar medidas, ¿de acuerdo?
Nayoung se limpió las lágrimas que, por poco, no llegó a derramar, y sorbió por la nariz, cabeceando con languidez. Le cedí tiempo para aquietarse sin dejar de frotarle la espalda, y solo cuando lo logró, me sonrió cálidamente.
—Siento ponerme así, pero es que estoy cansada.
—¿Una noche dura en el trabajo? —me solidaricé. Ante el cansancio psicológico, yo también había sentido ganas de deshacerme en lágrimas por el más mínimo roce.
—Sí, eso es. —Volvió a sonreír, con los ojos entrando en un estado de adormecimiento.
—Deberías descansar. —Ahuequé su almohada, indicándole que se recostase— Seguiremos hablando por la mañana.
Concordó, recibiendo de buena gana el beso de buenas noches que deposité en la comisura de sus labios. Junto a ella conseguí conciliar al fin un sueño profundo y reparador, aunque para mí fue cuestión de un segundo, porque cuando volví a abrir los ojos, ya era por la mañana y Nayoung no estaba entre mis brazos. A mi lado solo se encontraban las sábanas arrugadas de siempre, con el olor característico de mi novia.
Eché un vistazo a mi alrededor, que ahora era un espacio diáfano gracias a la luz del sol, mientras me masajeaba el cuello. Me dolían hasta las puntas de los pies. El tan solo girar sobre la cama me suponía un calvario, igual que si fuera un hombre de sesenta años. Al parecer, Mastodonte me había dejado más hecho polvo de lo que pensaba...
Gruñí y estiré los músculos con cuidado de no hacerme daño para, al menos, ir recuperando paulatinamente la movilidad, pero me llamó la atención que la puerta del cuarto de baño estuviera entreabierta, y que por ella se filtrase un sonido gutural forzado.
—¿Nayoung?
Lo escuché de nuevo. Sonaba como una arcada. Esta vez me levanté a toda prisa, ignorando las punzadas en mi estómago y espalda, y corrí hacia el baño. Allí estaba Nayoung arrodillada frente al váter, recogiéndose el pelo como podía. De inmediato me acerqué a ella, sustituyendo sus manos por las mías.
—Mierda...
Un nuevo intento le provocó el vomito. Ese me pareció el momento adecuado para apartar la vista, dado que todavía tenía el estómago delicado de la noche anterior. Le di palmaditas en la espalda, esperando a que acabase. Joder, ¿no sería que...?
—No es la primera vez que me pasa esto —dijo tras limpiarse la boca con un trozo de papel higiénico. Se quedó arrodillada, reponiendo fuerzas. Yo me encargué de tirar de la cadena.
—¿Cómo dices?
No quería pensar que Ícaro había sido capaz de envenenarla. No podía ser. No, no, no. Si algo le pasaba a Nayoung, si ese hijo de puta se había atrevido a hacerle algo, yo...
—Jeongguk, —Me tomó de la mano, estirando suavemente de ella para que me pusiera a su altura. Esbozó una pequeña sonrisa, totalmente contraria al temor que me consumía a mí por dentro— creo que estoy embarazada.
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