Tiempo de Hermanos
—Es un niño— indiqué, con los brazos cruzados, apoyada en uno de los grandes aparatos.
—Pero es Scott— replicó Bruce, señalando al niño con el traje de viaje temporal frente a nosotros, apenas de unos cuatro años.
—Es un niño— insistió Steve, con un gesto serio, cansado de la discusión.
—Pero crecerá— las grandes manos del científico se abrieron.
—Bruce, trae al Scott adulto de vuelta— Nat no había podido evitar una sonrisa de lado, sin apartar la mirada del bebé Scott.
Con un suspiro de pesar, Bruce volvió a accionar la máquina, devolviendo a Scott a su estado presente tras los cambios anteriores a anciano y a bebé.
El Scott actual tragó saliva de forma sonora, alzando el pulgar de una mano para señalar que se encontraba bien, por lo que Banner apagó la máquina.
—Creo que alguien ha orinado en el traje, no estoy seguro si el yo adulto o el bebé.
Eso me hizo fruncir la nariz, apartando la mirada para encontrar a Nébula -la chica que había llegado con Tony del espacio hacia cinco años-, apoyada en la pared, con un gesto de desagrado.
Me alejé de la zona de la máquina hacia la salida sin decir nada, solo quería algo de silencio, necesitaba pensar, buscar una forma de ayudar, de hacer que el tiempo no pasara sobre nosotros, sino a nuestro alrededor.
Pero no tenía la menor idea de lo que podría ayudarnos a cambiar las reglas del juego que teníamos ante nosotros. Porque Thanos había colocado su reina tan cerca de nuestro terreno que estábamos acorralados y solo un milagro podría salvarnos del jaque mate que ya se había llevado a cabo, solo un viaje en el tiempo podría invertir las cosas.
. . .
Estaba tirada en la cama, con unos cascos sobre los oídos, mirando el techo distraída. Tenía que pensar una forma de conseguirlo, aunque no conociera apenas el campo con el que Bruce estaba trabajando para hacer funcionar un plan que todavía no se había ideado.
"Killer Queen" sonaba en mi reproductor mientras garabateaba algún plan usando como referencia el libro de Física que Natasha me había prestado de su estantería. El suelo estaba lleno de papeles desechados, planes que no funcionarían, demasiadas variables que podían salir mal, cálculos mal hechos. Todo ello para llegar al mismo punto, a mí frustración personal.
Dado el volumen de mis auriculares, no escuché a Steve entrando en la habitación tras llamar, notando solo como se sentó a mi lado en la cama, haciéndome dar un pequeño salto en el colchón, soltando el lápiz que había estado sosteniendo en los dientes.
Me quité los cascos para dirigirle una mirada, lo que le hizo reír. Bufé antes de darle un suave empujón, aunque él se dejó caer sobre la cama de forma dramática, si no hubiera sido un soldado, mi hermano habría sido un gran actor, el arte en general siempre se le había dado muy bien.
Pero tuvo que conseguir que le echaran de la escuela de artes.
—Tengo el hermano más dramático de todos los universos existentes.— me giré hacia él alzando una ceja, apoyando el peso de la parte superior de mi cuerpo en una mano tras de mí— Steve, vuelves a hacer eso y te lanzo el lápiz.
—Me gustaría verte intentarlo— dibujó una sonrisa llena de diversión en sus labios.
—¿No me crees capaz después de aquella vez que te lancé un libro a la cabeza?— imité su sonrisa sin poder evitarlo.
Él se pasó la mano por el cuero cabelludo, como si el golpe le doliera de nuevo, una vieja herida abierta de nuevo.
—Supongo que esa herida de guerra sigue entre nosotros, ¿Eh?— cruzó las piernas para apoyar la cabeza sobre sus propias manos entrelazadas— ¿Me tuviste que lanzar "De la tierra a la luna"? Podrías haber usado algo con menos páginas.
—Primero, tenía nueve años y te burlabas de mí porque estaba "enamorada".— marqué las comillas de forma exagerada, tumbándome a su lado, dejando el libro y el cuaderno a mis pies.
Su mirada se dirigió hacia mí, él había heredado los ojos azules de nuestra madre, esos iris gentiles y llenos de amor. Juro que cada vez que le miraba a los ojos me invadía una sensación de paz y tranquilidad que me transportaba a un mundo diferente. Donde las cosas eran más sencillas.
Me preguntaba que habría sido si mi hija hubiera conocido a su abuela, o mejor dicho, a sus abuelas. La señora Barnes era una mujer firme pero de gran corazón, había criado a tres hijos respetuosos y con la misma bondan latiendo en sus corazones.
Me había preguntado demasiadas veces como habría sido si se hubiera criado en Brooklyn en los años cuarenta, casi los cincuenta. A estas alturas ya sería abuela, bisabuela incluso.
Prácticamente agradecía que el tiempo nos hubiera obligado a vivir en el futuro, en un mundo con algo más de justicia e igualdad aunque no la suficiente.
—¿Y no lo estabas?— replicó alzando ambas cejas.
—Esa no es la cuestión, Steven.— seguía con la mirada en el techo.
—La cuestión es que ahora estás casada con ese mismo hombre y has tenido una hija con él.— su sonrisa se ensanchó— Y los tendrás de vuelta tan rápido que apenas te darás cuenta.
Mi mirada volvió hacia la pila de libros en el suelo, el libro abierto y el cuaderno a mis pies. A todos los cálculos fallidos que había llevado a cabo durante horas, así que me giré hacia mi hermano.
—¿Has venido a hacer de hermano mayor o de mensajero?— quise poner algo de humor en mi voz, pero solo soné cansada, un estado del que no había salido en cinco años.
Pero a pesar de mi tono de agotamiento, se inclinó un poco para acercarse y decir en tono confidencial:
—¿Acaso no puedo ser ambas cosas?
Su tono hizo que no pudiera evitar la sonrisa que había amenazado con escapar por mis labios, un pequeño gesto que supe que hacía que Steve tuviera la esperanza de volver a verme feliz.
Porque él jamás había perdido la esperanza en mí, ni en los años cuarenta, ni entonces.
-—¿Y cuáles son las noticias, oh, gran mensajero?— dramatize haciendo una especie de reverencia aún estando tumbada, tambaleándome sobre la cama.
—Tony ha venido con noticias, podemos hacer viajes en el tiempo con éxito.
Sus palabras hicieron que me sentara y, aún cayendo presa del mareo que hizo que el mundo se volviera oscuro, recorrido con pequeñas manchas claras que bailaban alrededor de mi visión, salí corriendo hacia el pasillo, ansiosa por escuchar las nuevas del inventor.
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