Durante todos esos años había estado conteniendo el aliento, no lo sabía, pero era lo que había hecho.

El mundo había seguido adelante, con su ritmo de siempre, yo me había arrastrado a duras penas al principio, conteniendo la respiración como un pez fuera del agua.

Pero cuando admiré con una terror primigenio como las seis gemas se unían en aquel guantelete, volví a respirar. Recuerdo como dejé escapar un largo suspiro, aunque no sabría decir si era pesar o alivio lo que sentía en aquel momento, la única certeza que tenía, era que pronto volvería a estar con ellos.

Por eso podía respirar.

La discusión sobre quién usaría el poder milenario de las gemas pasó fugaz ante mí, incapaz de formular una palabra.

No me ofrecí voluntaria por una sencilla razón, yo no era tan poderosa como un dios o un titán, era una humana rota, a medio construir aún, como el mármol cincelado de un escultor que apenas ha empezado su obra, así era yo en aquel momento, apenas había sido aquella piedra en bruto.

No estaba en mis manos el inmenso poder de las seis armas más poderosas de todo el universo, ni siquiera podría haber usado una de ellas, era muy superior a mí, a una simple mortal.

Y no diré que me sorprendí al ver a Bruce colocándose el guantelete con una mirada firme, la más seria que había visto nunca en su rostro.

Porque estaba tan decidido como todos nosotros a traerlos de vuelta. Aunque Thor hubiera insistido, era el trabajo del doctor devolvernos a todos los que habíamos amado.

Noté el brazo de mi hermano colocarme tras él y el escudo por precaución, la voz de Tony ordenando a la inteligencia artificial del edificio que cerrase las compuertas de seguridad, asegurándose de no dañar nuestro planeta con la actividad radioactiva emitida por las gemas.

Bruce nos miró a todos unos instantes, el brazo de Steve me llevó un poco más tras él y, antes de que ninguno de nosotros pudiera pensarlo siquiera, Bruce chasqueó los dedos con seguridad.

No sentí nada golpearme, nada radiactivo atravesarme o mi alma abandonar mi cuerpo por la onda expansiva del chasquido.

Pero todos actuamos por instinto, acercándonos al científico para quitarle el guante y alejarlo de una patada en el suelo.

—Estaré bien, eso no ha podido matarme.— sonrió animado, la luz del día empezando a verse de nuevo gracias a que los muros de contención se estaban levantando.

Me giré a mirar hacia el sol, escuchando un silbido que hacía varios días que no escuchaba, lo que me hizo caminar hacia el gran ventanal que daba al patio interior del complejo, observando con el labio inferior temblando la pareja de vencejos posados en una de las ramas del pequeño árbol.

Sin embargo, inocente de mí, no me esperaba que cayera justo en aquel lugar, el primer ataque que desembocaría en la batalla decisiva por el destino de la tierra, de nuestro mundo, por preservar lo que acabábamos de recuperar tanto tiempo después.

Fin de la parte III