Novum Vitae VI
A veces el pasar de tiempo se puede hacer efímero, sentir cada día como un segundo y cada año como una semana. Como pueden pasar décadas y darse cuenta de que el tiempo seguía adelante, que nunca para a esperar a nadie, porque de todas las realidades existentes, es la más caprichosa.
Sin embargo hace bien su trabajo, nunca se detiene ni permite un cambio, porque el tiempo ha existido desde mucho antes que la existencia del ser humano o que este planeta al que llamamos hogar.
Y, a veces, el tiempo puede ser un arma de doble filo, siempre puede tener su parte roma, que sirva para curar el dolor de una pérdida, a olvidar a quienes ya no están o a dejar atrás una etapa y empezar otra.
Su otra cara puede servir para recuperar el tiempo perdido, para aprovechar cada instante con las personas que más queremos, dándoles cada día, hora, minuto y segundo de nuestra vida.
Porque, al fin y al cabo, ¿no es eso lo que deseamos hacer? Compartir nuestra vida con aquellas personas que, de una forma u otra, llenan el vacío que existe en todos los corazones, que sólo puede llenar el cariño.
De esta forma pasaron los cinco años, rápidos y efímeros al no tener el cariño de quienes más lo necesitaba. Sin embargo, en el último año no había perdido la esperanza, había hablado con ellos, sabía que se encontraban bien, que seguían luchando y no se rendirían.
Todos nos reunimos inmediatamente después de aquella especie de llamada, Natasha, Steve y yo convocamos una reunión urgente para discutir una forma de sacarlos de allí.
Aunque todos estábamos bastante emocionados ante la noticia de que todos los desaparecidos se encontraran sanos y salvos, en seguida nuestro ánimo decayó de forma prácticamente inmediata. No teníamos la menor idea de cómo sacarlos de allí, no sabíamos nada de viajes interdimensionales y Bruce no tenía respuestas a las preguntas que todos formulábamos y, aunque las tuviera, no eran la suficientemente claras para que pudiéramos crear un plan a base de ello.
—Me gustaría traerlos de vuelta tanto como a vosotros, pero hay ciertas cosas que están fuera de nuestro alcance y esta es una de ellas.— Tony fue el primero en pronunciar su opinión, no se había presentado en persona, al igual que los demás, sino que estaba usando el holograma para que pudiéramos ver su imagen, sentado en un cómodo sillón.
Los únicos que estábamos presentes en el complejo eramos Steve, Natasha y yo, los demás seguían en sus posiciones designadas -o, mejor dicho, en sus lugares de origen-.
—No podemos quedarnos de brazos cruzados sabiendo que podemos hacer algo, Tony.— me puse en pie, no podía seguir sentada mientras teníamos una conversación tan importante como esa y que todas las probabilidades estuvieran en mi contra.
—Kira, entiendo que quieras tener de vuelta a tu familia, pero entiende que todos hemos perdido a alguien y nos sentimos igual que tú.— Bruce habló antes de que Tony pudiera decir algo— Pero no podemos arriesgarnos a hacer viajes interdimensionales sin conocer apenas un campo tan complicado como ese.
—Pero sabemos donde se encuentran, Strange nos dio las coordenadas, si conseguimos crear algún dispositivo que nos permita viajar hasta allí, podríamos sacarlos.— intervino Steve tras el escritorio, junto a Natasha.
—Gran idea, ¿cómo piensas crearlo y sacar a billones de personas de allí de una sola vez?— replicó Tony con ironía en la voz— Si hay una forma de sacarlos, los viajes interdimensionales no son la respuesta. Y no voy a arriesgarme con algo que probablemente no funcione.
Un su momento apreté los puños, conteniendo un mordaz comentario sobre su situación. Él vivía felizmente con su familia, sin preocupaciones, lejos de todos los problemas que nos atormentaban a los demás. Lo habría encontrado irónico si no hubiera sido porque en aquel momento estaba, prácticamente, echando chispas.
—A lo que Stark quiere llegar— intervino Carol antes de que siquiera tuviera tiempo para empezar a lanzar veneno en forma de palabras— es que tenemos que buscar otra forma de solucionarlo. Sabemos que todos se encuentran sanos y salvos, por lo tanto, debe de haber otra respuesta, si empezamos a pelear no llegaremos a nada.
Todos nos quedamos en silencio durante unos minutos, Carol tenía razón, pero la respuesta de la que hablaba parecía tan lejana y remota que ninguno de nosotros tenía la menor idea de lo que podíamos esperar.
—Si tuviéramos las gemas— fue Rhodes quien rompió el silencio sepulcral en el que nos habíamos sumido— podríamos usarlas para revertir el chasquido, pero están destruidas.
—Si tan sólo pudiéramos volver atrás y recuperarlas...— sin quererlo, Natasha dio con la respuesta que un año después nos reuniría a todos de nuevo.
Pero en aquel momento, la reunión terminó dejándonos a todos con mal sabor de boca, un amargo sabor a derrota que no era la primera vez que expermimentábamos.
Todos volvimos a nuestro ritmo de vida como si nada hubiera pasado, aunque aún no me había podido sacar de la cabeza la pequeña conversación que tuve con Lara y Bucky. Se encontraban bien, nos habíamos dicho todo lo que sentimos, lo mucho que nos necesitamos. Estaba segura de que, si pudiera haber elegido entre desaparecer con ellos o que las cosas hubieran ocurrido tal y como lo han hecho, sin duda habría elegido convertirme en polvo.
Y, como no podía ser de otra manera, habría vivido feliz a su lado aún en un mundo completamente diferente al nuestro.
. . .
Volví a casa agotada, tal y como suena, a casa. A aquel pequeño hogar remoto en el Nate seguía viviendo.
Nakama se acurrucó a mi lado cuando me dejé caer en el amplio sofá, lo que le agradecí con unas caricias entre las orejas. Sonreí de forma apenas perceptible al ver que movía su cola ante las atenciones, a veces sólo la necesitaba a ella para estar tranquila.
Cerré los ojos con los dedos entre el pelaje dorado del can, a sabiendas de que el sueño empezaba a arrastrarme en su suave y apacible corriente, pero me vi obligada a abrir los ojos al escuchar unos pasos en el salón, apenas a unos metros de mí.
Me permití unos segundos antes de abrir los ojos y enfrentarme a la realidad, al chico de ojos café y cabello ensortijado del color de la miel, Nathaniel Fowler en todo su esplendor, con su lunar al lado derecho de la nariz y su gesto siempre amable.
—Cuanto tiempo sin verte, Kira, yo...
Le interrumpí abrazándome a su cintura, cerrando los ojos. Lo que había hecho estaba mal, había traicionado a mi familia, había cometido un error, olvidando mis propios valores, actuando sin madurez alguna.
Sin embargo, no era culpa de Nate, él me había ayudado a sobrepasar una de las etapas más difíciles de mi vida, había sido mi confidente, prácticamente como un hermano pequeño cuyo cariño confundí por otro tipo.
—Tenemos mucho de lo que hablar, Nate.— mi voz sonaba ahogada contra su camiseta, pero en seguida supe que estaba sonriendo, había pasado tres años viviendo en la misma casa con él, le conocía demasiado bien.
Ese verano lo pasamos con paseos al lago con Nakama, helados caseros y visitas por parte de mi hermano con Natasha y alguno de los niños del orfanato. Estas visitas eran las que más disfrutaba, conocía a muchos de los niños que Nat llevaba por mis cortas estancias en el hogar.
En agosto, empezó a traer a un niño de cabello oscuro y ojos esmeralda llamado Kai, debía de tener siete años, por lo que durante el chasquido apenas era un bebé. Nat me contó que lo encontró por casualidad, mientras exploraba Brooklyn con Steve. Escucharon el llanto dentro de un apartamento y se vieron obligados a tirar la puerta abajo para encontrar al pequeño en pañales sobre un sofá, junto a un montón de polvo, probablemente uno de los padres de la criatura.
Sin embargo, parecía ser que Kai iba a ser criado sólo por su madre, juzgando por su ropa apenas debía tener diecinueve años, aunque según lo que decía Nat, la ropa parecía cara y la casa estaba muy bien acondicionada para que la hubieran echado de casa.
Dejando la historia de su familia aparte, Kai era un niño bastante activo, le encantaba el helado de limón y podía pasarse horas en el lago con Nakama, que al fin tenía otro cachorro al que proteger. De una forma u otra, acabé cogiendo cariño al infante, aunque fuera demasiado propenso a caerse y golpearse.
Nat siempre me repetía que lo estaba malcriando -siempre bromeaba acerca de ello- por la forma en la que le curaba todas las heridas y le dejaba dormirse en el sofá con Nakama. Pero Steve siempre salía en mi "defensa" para alegar que debía ser el instinto maternal que me sobraba, mientras que Nate solo se limitaba a darme empujones suaves con el hombro al escuchar las bromas.
Y así llegó Septiembre, Natasha dejó de traer a Kai consigo, Steve me reprochaba el haberle adoptado sola, pero siempre le contestaba lo mismo.
—Los héroes deben ayudar a quienes lo necesiten, y Kai me necesita.
Puede que no fuera la mejor manera de poner las cosas, pero de una forma u otra sentía que tener a Kai en casa sería un nuevo comienzo. Y, de cierta forma, lo era.
Tenía mi mente ocupada en cuidar de él, en que no se resfriara en invierno y que no saliera de casa los días de lluvia, aunque Nate saliera con Nakama.
—¿Por qué no puedo salir también?— me preguntaba siempre, cruzando los brazos, disgustado, dejándose caer en el sofá — Nate siempre sale.
—Porque el tiene un superpoder, como yo.— bromeaba, agachandome frente a él, para sacarle las botas de agua que siempre se ponía cuando llovía, aunque sólo fuera para estar en casa.
Él siempre me miraba intrigado cuando hablaba de los superpoderes, así que se inclinó un poco hacia mí cuando me escuchó pronunciar su palabra mágica.
—¿Cuál es?— se acercó un poco— Prometo no decirlo.
—Te lo diré si me prometes que no saldrás ahí fuera e irás a darte un baño.— sonreí con suficiencia, Kai siempre cumplía las promesas a cambio de información sobre héroes.
—¡Sí! Ahora dime, dime, dime.— repitió una y otra vez, saltando del sofá para correr por el salón, para después abrazarse a mi cuello desde atrás.
—Nate nunca se pilla resfriados, ¿lo sabías? Ese es su superpoder.— me giré y le tomé en brazos— Ahora la bañera, diablillo.
Kai cada vez se acostumbraba más a la casa, a Nate y a mí -a Nakama le había tenido cariño desde el momento en que la vio-. Supongo que hasta el punto en el que un mañana en lugar de saludarme como siempre -diciendo su ya tan típico "Buenos días, Kira"-, su meliflua voz me dio los buenos días como "Buenos días, mamá".
Quizá ninguno de los dos lo notamos, no fue hasta que Nate lo mencionó esa tarde que me percaté de este nuevo hecho. Sentí mi corazón acelerarse, me volvía a sentir una madre, tenía a alguien a mi cargo y, cuando pudiera recuperar a la otra mitad de mi familia, finalmente podría ser feliz.
. . .
Steve llegó una mañana de marzo, acompañado de Natasha y, extrañamente, otro hombre que creía conocer pero cuyo nombre no recordaba. Era menudo, de ojos claros y cabello oscuro, debía de tener más de treinta, pero menos de cincuenta.
Todos llegaban con una expresión seria, ceñuda, pero segura. Algo me decía que traían noticias importantes.
Les hice pasar a la cocina, sirviendo unos zumos caseros de manzana que había preparado para la merienda que habríamos hecho junto al lago si no hubiera sido por la lluvia.
—¿Y bien? ¿A qué se debe esta visita inesperada?— me aventuré a preguntar.
El hombre de pelo oscuro tomó un trago de su vaso antes de contestar, tomando una dramática pausa que no me gustó nada:
—Hay una forma de traer de vuelta a los que han desaparecido con el chasquido, una forma que funcione.
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