"Feliz cumpleaños, señorita"
Era su cumpleaños, al fin era mayor de edad, al fin dejarían de tratarla como una niña. Su dieciocho cumpleaños era un día frío, por lo que esa misma noche había dormido con su hermano, tratando siempre de darle el calor que necesitaba.
Pero cuando abrió los ojos, Steve no se encontraba a su lado, de modo que, arrugado la nariz, se estiró y se puso en pie.
–¿Steve?– preguntó mirando por todas partes de la habitación, puesto que otras veces él se había caído de la cama, ya que su hermana pequeña se movía mucho.
Pero no se encontraba en el suelo, de modo que se colocó una especie de bata y abrió la puerta, sobresaltada al ver a James lanzarse hacia ella gritando:
–¡Feliz cumpleaños, Kira!– rodeó su cintura con los brazos, alzando a la joven del suelo.
Ella sonrió, aún algo sorprendida por lo rápido que había sido y como no lo había visto venir:
–Gracias Buck– se abrazó a él durante unos instantes– Pero... ¿Dónde está mi hermano?
Estaba mirando por toda la sala de estar, pero no estaba allí. Era muy extraño, dado que siempre solía estar por las mañanas en casa.
–Steve... Ha salido un momento.– parecía una especie de excusa, sobre todo porque había contestado demasiado rápido.
–Aha, ¿y donde fue?– susurró cerca de su oído.
Sabía lo nervioso que le ponía a veces cuando susurraba tan cerca, el uno era el punto débil del otro. Kira comenzó a juguetear con el cabello del moreno, mientras escondía la cabeza en su cuello y respiraba hondo.
–Tenía algo que hacer...– susurró, no podía contarle que realmente no habían ido a por su tarta de cumpleaños porque se les había olvidado el día anterior– Algo importante.
Aunque realmente no estaba mintiendo, Kira pudo detectar que no decía la verdad del todo. Alzó una ceja, con escepticismo, tanto tiempo con él había servido para saber cuando no estaba siendo del todo sincero.
–Vamos Buck– dijo con voz de niña haciendo un pequeño puchero– Dime donde esta mi hermano.
–No vas a conseguir nada si te comportas como una niña– trató de parecer serio, pero realmente cuando ella hacía un puchero no podía evitar ceder, le encantaba ver como sus ojos verdosos le miraban desde bastante más abajo, como hacía temblar el labio inferior y cómo batía sus largas pestañas claras. Le era completamente irresistible– Mucho menos si haces eso con los labios, pareces un bebé, Kira.
–Pero tengo dieciocho– le sonrió, para besarle cortamente.
Esto último le hizo alzar una ceja, mirándola con un claro escepticismo. A veces sí que se comportaba como una niña o tal vez fuera que le gustaba hacerle entrar en su juego. Aunque realmente siempre acababa entrando, ella le tentaba más que cualquier otra cosa. Le gustaba que ella hubiera sido algo prohibido durante tres años, básicamente porque desde que él había cumplido los dieciocho Kira había ido haciéndose más y más linda, complicando el hecho de que él se contuviera.
Recordaba que cuando cumplió diecinueve años y Kira tenía dieciséis, había dormido con ella. En un principio no había planeado nada más que dejarla en su cama puesto que se había quedado dormida en el sofá durante la celebración, sin embargo, esto acabó en unos besos que ninguno de los dos mencionó a la mañana siguiente por estar algo avergonzados de aquella actitud. Además, él sentía remordimientos, puesto que ella aún era menor de los dieciocho y haber hecho aquello...
Se sobresaltó al sentir a la rubia subirse en su regazo y la miró algo alarmado. Pero ella no se detuvo, tomó sus mejillas y le besó de esa forma que otras veces habrían evitado o querido olvidar. Sin embargo, nada impedía ahora que siguiera el beso de esa forma tan apasionada, que le mordiera el labio inferior para sacarle un pequeño quejido, que la acercara a sí agarrándola por las caderas. Nada podía detener aquel beso desenfrenado.
. . .
La puerta se abrió en el momento en el que le apartaba aquella fina bata de seda blanca y comenzaba a besarle la clavícula. Se escuchó el sonido de la puerta y se apartaron el uno del otro, con las mejillas rojas por las sensaciones que habían experimentado hacía apenas minutos. James se puso en pie, tomando su camisa en silencio ante la mirada de su mejor amigo, quien había presenciado los últimos minutos de la escena entre ambos.
–Buenos días– fue lo único que logró decir después de unos segundos en los que los había mirado en silencio.
–Steve, nosotros...– su hermano sacudió la cabeza, dándole a entender a la joven que no necesitaba una explicación.
–Ya sabéis que dije que cuando Kira fuera mayor de edad podríais estar juntos si así lo queriais.– dejó una bolsa sobre la mesa de la cocina– ¿Por qué iba a estar en contra ahora?
–Gracias por entenderlo– ella se puso en pie y abrazó a su hermano, quien le devolvió el abrazo con una pequeña sonrisa.
–Feliz cumpleaños, señorita.– puso las manos en sus hombros– Has crecido mucho en varios sentidos, estoy orgulloso de ti.
–Muchas gracias, Stevie.– besó la mejilla de su hermano, para después mirar la bolsa que llevaba– ¿Qué es lo que traes?
–Tarta para tu cumpleaños, tratamos de hacer una pero... Creo que no nos salió muy bien.
–Espera, ¿fue por eso por lo que cuando entré en casa olía a quemado?- alzó una ceja, mirando a ambos como si no quisiera reírse pero no pudiera contenerse.
–Sí, es una larga historia.– dijo James de forma evasiva.
–Ah, ¿sí?– se cruzó de brazos, sentándose en una de las sillas de la cocina– Tengo tiempo, comida y café.
Los dos chicos se miraron, cruzando una mirada cómplice. No debían hablar sobre ello, puesto que casi habían quemado la casa y... No había sido una bonita experiencia para ellos, mucho menos porque Miss Carbury, quien vivía sobre ellos había tenido que bajar con su pelo moreno rojizo recogido en una larga trenza. Los había reprendido agitando una de esas revistas de moda que leía mientras gritaba lo peligroso que había sido que hicieran un mal uso del horno. Pero tras un buen rato, su marido gritó desde el piso de arriba, llamando a su joven esposa por algún motivo que ambos jóvenes no comprendieron. Miss Carbury había dejado escapar un largo suspiro, terminando con un:
–Y no volvaís a hacerlo si no queréis que avise a Kira.– les advirtió, haciendo que ambos asintieran tensos, sabían lo que pasaría si ella supiera lo que había pasado.
–Sí, señora Carbury.– dijeron al unísono, puesto que ya estaban acostumbrados a ese tipo de broncas por parte de la mujer.
–Muy bien– había asentido satisfecha– Ahora id a arreglar ese desastre. Y no quiero más problemas así.
Se giró mientras hablaba para si misma en voz baja, mientras James alzaba una mano como señal de despedida y decía:
–Que tenga una buena tarde, señora Carbury.
–Gracias James– hizo un último gesto, la mujer llegó siguió subiendo hasta que ambos la perdieron de vista.
–Recuérdame que no volvamos a hacer pastel, Buck.1 Steve abrió la puerta, entrando en el apartamento.
–Entonces le tendré que decir a Kira que me recuerde que te diga que no podemos usar el horno. Así que definitivamente se nos va a olvidar, porque no podemos contarle nada de esto.
Ambos dejaron escapar una carcajada una vez que estuvieron dentro, por supuesto que no le iban a contar nada a Kira.
. . .
–Así que se os quemo la tarta– resumió Kira, ahora sentada en el sofá mientras tomaba café caliente.
–Sí, algo así.– asintió Steve, acomodado junto a su hermana.
La historia que le habían contado a Kira era simple, habían puesto demasiado tiempo el horno y la tarta había acabado quemada, nada más. La rubia sonrió un poco de lado y tomó un cuchillo, partiendo la tarta para repartir entre ellos las tres porciones similares.
–Veamos si esta tarta supera vuestro pequeño experimento culinario.– alzó un poco la pequeña porción y anunció– Por más cumpleaños desastrosos.
–Por más así.– sonrió James, alzando la suya.
–¿Hm?– Steve tenía la boca llena, ya había mordido su tarta, haciendo reír a los otros dos.
–Eres un desastre, Steven Grant Rogers.
–Por eso somos mejores amigos, ¿recuerdas, Jamie?– dijo con la voz pastelosa por tenerla aún algo llena.
–Oh, atrévete a llamarme de nuevo así, Stevie.– entrecerró los ojos, esas bromas eran comunes entre ambos.
–Jamie– sonrió burlón y se puso en pie al ver que el moreno se lanzaba hacia él.
Sin embargo, esto hizo que la tarta cayera sobre Kira, manchando toda su ropa de crema de vainilla y chocolate. Ella se tensó de inmediato y tardó varios segundos en reaccionar y mirar a los chicos, quienes se habían quedado quietos ante lo que acababa de suceder.
–Más os vale correr si no queréis que los que reciban regalos hoy seais vosotros.– se puso en pie de un salto, corriendo hacia ellos, había comenzado la frase en un susurro, pero la había acabado en un grito.
Los tres comenzaron a correr por la casa, escapando de una Kira llena de dulce mientras una cajita permanecía cerrada en la mesa de café, esperando a ser abierta, pero nunca cumpliendo su fin.
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