Capítulo XVI
Estaba agotada por la mañana de entrenamiento, por suerte había logrado hacer un leve uso de ese nuevo poder que estaba despertando en mí. Además, cuando había terminado de entrenar, mi mano aún tenía forma de garra, algo que trataba de esconder para evitar asustar a alguien. Pero, por alguna extraña razón, esto no me echaba para atrás en nuestra nueva vida, tenía a mi familia y lo mejor del día era llegar a nuestra pequeña cabaña y encontrarlos allí. No me arrepentía de haber tomado aquella decisión, ni mucho menos, no era lo que siempre había soñado, pero era todo lo que podía pedir.
Era feliz.
Cuando llegué a la cabaña, sería aproximadamente mediodía. Llevaba una ropa bastante formal, ya que había estado en la ciudad para informar al rey, nuestro protector, de los avances que había logrado alcanzar a partir de mi entrenamiento. Además, tenía buenas noticias sobre mi reunión con el rey, por lo que había hecho todo el camino de vuelta con una amplia sonrisa en los labios.
Vivir en Wakanda era para nosotros como empezar de cero, sin nadie que nos persiguiera, ni nada que pusiera nuestras vidas en peligro. Seríamos una familia al fin. Las noticias que llevaba eran las mejores que había tenido en años y, aunque los últimos años tampoco habían sido exactamente felices, aquello que llevaba encima era sin duda lo mejor que me había pasado en años o, mejor dicho, que me pasaría.
Los encontré sentados en la esterilla que ocupaba el centro de la cabaña, con tres platos con comida listos, no pude evitar sonreír al verlo:
–Buenos días– saludé, dejando la pequeña bolsa de cuero que llevaba encima de la mesita– Veo que habéis preparado la comida.
–No podíamos comer sin ti– Buck se giró un poco, mirando la pequeña bolsa– ¿Fue bien la reunión?
–Bastante bien– asentí, tomando asiento y dejando la bolsa entre los platos– ¿Queréis ver que hay dentro?– comí un poco, mirando como ellos lo hacían igual.
–¿No se nota?– sonrió para tomar un trago de agua.
–No demasiado, quizá.– abrí la bolsa con cuidado y delicadeza.
Lara se sentó sobre sus rodillas, mirando con atención como mis manos desenvolvían el contenido de la bolsa. Escondí lo que llevaba tras de mí, con una pequeña sonrisa de lado.
–¿Podemos verlo? ¿Podemos verlo? ¿Podemos verlo?– repetía ella una y otra vez– Por favor– alargó la "o", dando pequeños saltos.
Lo dejé con cuidado en la mesa, en silencio. Lara examinó el papel con la mirada, analizándolo, mientras Bucky lo leía y alzaba su mirada hacia mí, sin poder evitar una sonrisa amplia:
–¿Cómo lo has conseguido?
–T'Challa quiso ofrecérmelo y no me pude negar ante ello, además, ¿cómo iba a negarme?
Lara frunció el ceño, claramente disgustada al no entender nuestra conversación del todo:
–¿Conseguir el qué? ¡También quiero saberlo!– dio de nuevo esos pequeños saltos.
–Cielo, es un permiso del rey.– puse mi mano sobre la suya.
–¿Un permiso?– arrugó la nariz, como si esto le pareciera innecesario.
–Para...– miré los nombres en el documento "Kira Rogers y Bucky Barnes", dejé escapar un largo suspiro tratando de evitar aquella sonrisa que empezaba a dibujarse en mis labios sin éxito– Para poder ser una familia.
–Pero ya somos una familia...– eso pareció confundirla un poco, puesto que empezó a alternar su mirada entre nosotros dos.
–A lo que mamá se refiere– aquella forma de referirse a mí me tocó el corazón, era una forma tan familiar de referirse a mí...– es que después de cien años sin tener una relación clara, voy a llevarla al altar.
–No entiendo muy bien...
–Lara, cariño, vamos a... Casarnos.– acaricié su mano.
Ella sonrió de forma amplia, mirándonos a los dos ahora mucho más animada. Se puso en pie y nos abrazó, rodeándonos con sus delgados brazos que siempre desprendían una calidez que siempre era agradecida:
–¿Podré llevar vestido, como las demás niñas?– sus ojitos azules brillaban de la emoción y no pude sino enternecerme ante su inocencia.
–Por supuesto, pequeña.– Buck le revolvió el pelo de forma tierna– Pero nunca vayas más linda que la novia, es la regla número uno. No la romperás, ¿no?
Sus ojos se abrieron de par en par, estaba alarmada ante ese hecho. Yo, por mi parte, me había sonrojado y había apartado la mirada.
–¡Nunca la rompería! Mamá tiene que estar muy hermosa en vuestro gran día.
Besé su mejilla, colocando la trenza sobre uno de sus hombros, admirando la suavidad de su cabello aún en las condiciones en las que nos encontrábamos.
–Y nada, jamás, podrá estropearlo.
Ojalá hubiera acertado con ello.
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